Concurso Bi-Mensual del Bosque Prohibido - Mes de Mayo 2015
¿Te gustan las flores? ¿Necesitan un regalo apropiado para tu pareja, un amigo o para la profesora que te tiene enamorada en clase? ¿Quieres comprarle un cardo a ese vecino que hace ruido de madrugada, para ver si entiende la indirecta? Pues este mes tendrás la oportunidad de entrar en los Viveros Méndes, donde encontrarás los mejores ejemplares para cualquier motivo que se te ocurra. Eso sí, no mires mal al dueño, por si acabas abonando la tierra.
Participa en el nuevo concurso del Bosque Prohibido:
http://www.harrylatino.org/index.php/topic/106217-concurso-bi-mensual-del-bosque-prohibido/
Méndes era un apellido común en aquel país; el dueño de los viveros no destacaba, nadie se percataba de su presencia, pasaba desapercibido por los clientes del local y obviado en los pocos lugares que frecuentaba: la tienda de comida rápida cerca de su casa, un videoclub de dudosa reputación en la carretera y un peluquero que, cada dos meses, le cortaba el pelo sin fijarse en él. Méndes era grueso, aunque no orondo, con unas gafas gruesas que llevaba siempre caídas por debajo del puente de la nariz, lo que le daba un aspecto casi insectívoro. Los clientes siempre acudían a los dependientes del lugar para comprar las simientes, huyendo de su boca casi siempre medio abierta y un hilo de saliva seca en la comisura. Los mismos empleados murmuraban nombres insultantes a su paso y lo trataban como si fuera un ser despreciable antes que un Jefe. Méndes lo aguantaba todo, como había aguantado toda su vida a su madre autoritaria y a su hermano cruel.
Hasta que un día los mató en respuesta a sus burlas continuadas.
Si todo hubiera quedado aquí, tal vez las Autoridades hubieran tenido en cuenta los largos años de maltratos y le hubiera caído una pena mínima. Tal vez, incluso, hubiera podido salir indemne, si hubiera conmovido al Jurado con su triste vida. Pero los cadáveres no aparecieron nunca y Méndes no fue pillado. Esa sensación de libertad era nueva para él, así que la asimiló y se sintió a gusto con ella. Y no quiso perderla. Así que, cuando algún cliente, o empleado, o peatón que se cruzara por la calle, le recordaba los gritos de su madre o los pescozones de su hermano, sonreía con la mirada perdida. Curiosamente, esa persona desaparecía pronto de la ciudad.
A la vez, las flores de los viveros crecían cada vez más vistosas y eran la envidia del resto de las floristerías de la comarca. Por mucho abono que usaran, por muchas técnicas que utilizaran, no podían competir con la belleza de aquellos ejemplares. Pero es que poco se puede hacer contra el fertilizante que supone un cuerpo humano descomponiéndose en el subsuelo, ¿no?
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