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Jank Dayne
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"Pista de patinaje helada. Prohibido pasar con ropa ligera o sin ella. Llevar abrigo pesado, con zapatos gruesos, guantes de una piel de animal popular, que no sea barata, por favor. De lo contrario MORIRÁ DE FRÍO"

El anuncio, como en todas las pistas de Diagon, iba acompañado con una bramante voz. Hank le echó una mirada de admiración, como si nunca hubiese presenciado los trucos de un vociferador permanente. También supervisó sus laterales, pero nadie lo estaba observando. Los negocios con las puertas chuecas, las ventanas rotas y los avisos intimidantes eran poco frecuentados aquel día. Tal parecía que todos los magos deseaban dulces gratis y trajecitos de colores..

 

- ¡mi**!

 

Gritó apenas puso un pie en el suelo, y aunque trató de evitarlo usando una maniobra extraña de jabalí con hipo, su rostro se encontró con el hielo de la pista. Hank logró incorporarse al rato, sobando su cabeza y haciendo que a sus botas de piel negra les aparecieran metales para raspar el agua congelada. Pronto se acostumbró al movimiento. Incluso, aprendió a administrar su peso con el de su abrigo de zorro y usarlo para balancearse de un lado a otro de la pista, que medía aproximadamente treinta metros por quince.

 

Usó magia para activar un radio muggle y colocar una canción que sonaba en la radio. Y así pasaron unas dos horas, y se distrajo tanto cortando la superficie con sus pies que ni se fijó que la música era siempre la misma. Pero escuchó la puerta chueca sonar por encima de todo. Hank se detuvo en seco, abriendo los ojos como platos. Su felicidad se había convertido en expectativa en un parpadeo.

 

- ¿Qué haces aquí? - le preguntó a Leah, con la voz ronca. La veía acercarse por detrás de los bancos de madera - ¡sal! ¡Sectusempra!

 

Un rayo ámbar salió desprendido de su varita, recorriendo los ocho metros y medio que los separaban, directo a su pecho.

 

 

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  • 1 mes más tarde...
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~Leah
-¡Protego! -el vaho creó una voluta irregular al momento en que la mujer pronunció el hechizo y rápidamente se dispersó, al mismo tiempo en el que el escudo se tragaba el ataque.
Ensanchó una sonrisa tan glacial como su propio entorno y ladeó la cabeza, completamente divertida, mientras acortaba su distancia con Hank. Él había intentado atacarla, como siempre trataba de hacerlo cuando la veía y ahora ella estaba pensando seriamente si devolverle el favor. Lo cierto es que poco lo veía. Ni siquiera en el Concilio de Mercaderes, donde compartían un cargo excesivamente importante, cruzaban palabras una vez a la cuaresma. En ese momento, no tenía intención alguna de ponerse a la defensiva a menos que él volviera a atentar contra su vida.
-¿Así recibes a tu linda hermanita? -negó con la cabeza y pensó en el siguiente hechizo.
Automáticamente y sin que Hank pudiera hacer nada al respecto, lo hizo caer de bruces al suelo con demasiada violencia para el suelo helado. El hielo aliviaría el dolor más adelante, suponía.
-Antes solías ser un poco más amigable, mi querida ave primaveral. Incluso buscabas de hacer el tonto para lograr que riera, cosas de la vida -se detuvo a ocho metros de él y lo examinó, aún en el hielo, con una mirada difícil de interpretar-. Eras agradable, debo admitir.
Pero no porque estuviera monologando, estaba cayendo de su pedestal de magia negra. Había elegido una vestimenta oscura porque sabía que podría empezar a sangrar tan pronto como se reuniera con él. Las personas alrededor no eran mínimamente conscientes de lo que pasaba en la pista de hielo, ella se había encargado de hacer los hechizos correspondientes para aislar su nuevo campo de batalla. Tras ella había dejado una pequeña línea escarlata, una que se borraría después con algo de suerte.
Llevaba un suéter de lana bajo una chaqueta de invierno, ninguna de las dos era diferenciable con respecto a la otra y parecían una sola pieza. Su pantalón térmico protegía sus piernas al igual que las botas de piel que llegaban hasta sus rodillas. Alrededor de la varita de almendro, sus dedos protegidos por suaves guantes resistentes se cerraban con fuerza en el objeto mágico. No tenía en sí una pose de pelea, como solía hacerlo, pero estaba lista para recibir o atacar cuando fuera necesario. Rió por lo bajo.
-Solo quiero conversar contigo, ¿es posible o has olvidado ya lo que es ser una persona civilizada?

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  • 2 semanas más tarde...

Leah hizo un esperado movimiento con su varita, haciendo aparecer un escudo imperceptible que se rompió al contacto con su rayo. No esperaba menos de ella. Después de todo, ella misma había sido partícipe de sus enseñanzas, y se se dejaba afectar así Hank no estaría menos que decepcionado. Aún así, se mordió el labio, temiendo haber sido predecible.

 

 

-¿Así recibes a tu linda hermanita?

 

- ¿Desde cuándo linda? - dijo, alzando la ceja izquierda. Desde luego mentía; la bruja conservaba rasgos particularmente hermosos, tanto, que a veces dudaba que fueran naturales. De hecho, sabía que no lo eran. Pero aquella distracción femenina no le representaba arma alguna frente a Evans; si de por sí hacía años que estaba inmunizado a esos encantos, jamás podría recordarse como atraído por la que alguna vez había considerado hermana.

 

Mientras tanto, Leah volvió a alzar la varita, pero justo antes de que lo hiciera Hank conjuró un..

 

- Morphos!

 

... e inmediatamente, su suéter de lana se convirtió en un pequeño (pero igual de letal) escorpión dorado israelí, antes de que hechizara un efecto en él al que diagnosticaría como el Zancadilla. El animal, que quedó sobre sus pecho, inyectó su mortal veneno en el cuerpo de la bruja sin siquiera un detenimiento. Actuaba por naturaleza, y sus sentidos se activaban aún más rápido cuando se encontraba en contacto con seres vivientes. Hank se sorprendió igualmente, puesto que aunque inicialmente había hecho su ataque hacia el suéter, parecía que éste iba incluido con la chaqueta. Por suerte, no era así. Y entonces, cayó al suelo, de pompas. El hielo se raspó muchísimo cuando trató de levantarse, fallidamente, en dos ocasiones, hasta que se quedó en la misma posición. Todavía la veía a la cara pese a estar tumbado; podía moverse y apuntar hacia donde quisiera. Por eso..

 

- Sectusempra!

 

Bramó, y al mismo tiempo observó cómo de su boca nacía un vaho alucinante. El rayo ámbar que brotó desde su varita y dio de lleno en el vientre de Leah, causaría en ella una cantidad de heridas mortales de las que estaba al tanto su responsable. Estaba yendo sin piedad, sin la misericordia que cualquier humano se merecía. Porque, a final de cuentas, si la bruja cargaba su varita sería motivo suficiente para considerar alarmarse. Hank, en eso, la miró con curiosidad.

 

- Oh, ¡por supuesto que no lo olvidé! Pero, en realidad, me aburres mucho como para oírte hablar largo y tendido sobre lo mucho que amas ver cómo tu cabello ondea imponente al aire mientras patinas con solemnidad..

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  • 2 semanas más tarde...

~Leah Atkins Ivashkov

 

 

 

Un maldito escorpión. Sus incisivos provocaron pequeñas marcas en su labio inferior, marcas que rápidamente terminaron por convertirse en dos ranuras manchadas de sangre. El dolor era insignificante al ardor que provocaba la picadura del aguijón en su piel, al calor que se expandía a medida que el veneno se adentraba en su torrente sanguíneo y la desagradable sensación de estar en contacto con el animal todavía. Se sacudió casi al mismo tiempo en el que la punta del aguijón salió de su dermis y dio un pisotón directo a la estructura corporal del insecto.

 

Era momento de pensar rápido ahora. Sabía que Hank iba a hacer algo en su contra sin siquiera pensarlo. Ella no tenía más opción que vivir con ello ahora que podía, ¿qué más podría hacer? Pero ya no había ningún tipo de dejo amistoso en sus facciones pálidas, ahora no había nada más que el más puro de los odios dibujado en cada tramo de su rostro. Los dientes abandonaron la carne de su boca y las marcas pasaron a la historia en el momento en el que se dispuso a hacer un nuevo ataque. O una defensa, cualquier cosa podía pasar ahora que los dos habían adquirido aquella posición.

 

-¡Fortificum! -el efecto inmediato la dejó fuera de la vista del Evans.

 

Una muralla de dos metros de ancho por tres de largo se extendió frente a sus ojos. Era de acero macizo, pero había sido invocada directamente sobre el hielo sin necesidad de hacer daño alguno sobre la superficie congelada. Lo aguantaría, sí, se notaba que se trataba de algo artificial y que abajo no había agua. Lo importante estaba en el hecho de que la muralla metálica había recibido el impacto del rayo de su hermano, si es que aún podía pensarlo así, deteniendo el daño que pudo haber causado en ella a raíz de la potencia del ataque. Ladeó la cabeza, consiguiendo un crujido sumamente audible y formuló una palabra segura, dando dos pasos a la derecha para evitar que Hank supiera su ubicación ahora que no podía verla y no pudiera hacerle un efecto al no saber su ubicación.

 

-Morphos.

 

Ésta vez apuntó a la camisa en el suelo. Ésta había regresado a su forma original tras la muerte del escorpión, así que pudo convertirla en un Bezóar tan pronto el movimiento de su varita acabó con una floritura precisa. Tomó la piedra, extraída de los estómagos de las cabras en situaciones comunes, llevándola a su boca para acabar con el envenenamiento. Tan pronto lo tuvo en su boca, lo tragó. Pudo sentir cómo el calor y el adormecimiento de las extremidades cesaba tan pronto ingirió el antídoto, así como el dolor de la mano se disipaba por completo. Una mirada disimulada a la zona de la picadura no hizo más que incrementar su ira hacia el pequeño descendiente del demonio, alzó la voz para que la escuchara.

 

-¿De verdad eres tan tonto como parece, Ravenclaw? -escupió las palabras con una acidez más fuerte que la misma ponzoña que había desaparecido de sus venas, hacía mucho que no lo llamaba por el apellido que ella conocía como el verdadero-. Si quisiera hablar contigo sobre algo, te apuesto que no sería sobre mi cabello. Pero esperar de ti más que infantilismos frustrados es demasiado. ¿Quieres que llame a mamá Galedra para que te defienda de la fea y mala Leah? -bufó-. Eres patético.

 

La muralla los separaba, justo a la mitad, así que no podían verse el uno al otro. Por suerte, él no podría hacer nada con su muralla más que intentar rodearla o lanzar algo por encima. Ella solo esperaría, en esa pose defensiva que traía desde hacía unos minutos y manteniendo la varita en alto, esperando un movimiento en falso.

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  • 2 semanas más tarde...

Hank se levantó del suelo con un brinco al mismo tiempo que una abrumadora muralla se creaba de la nada y recibía el impacto de su ataque en un estallido de colores mudo. De su boca salió un vaho profundo como el que expulsaba una chimenea repleta de maderos, pero se fue extinguiendo cuando los pensamientos llegaron nuevamente. Ni cuando se levantó ni al momento en el que la muralla se formó ante ellos el hielo crujió. Se preguntó por qué sería, pero en cuanto sus ojos perdieron de vista parcialmente a la muchacha, se apresuró a agitar la varita sobre el aire y..

 

- Silencius! - exclamó el joven brujo.

 

El hechizo había salido, por suerte, justo antes del que había intentado lanzar Leah después del fortificum. Por lo que logró escuchar, de sus labios solo pudo escapar un "Mor.." que se quedó en el aire helado, insignificante. Hank supuso qué trataría de hacer, y por eso, sin dejarse afectar por el predicamento repetitivo que ofrecía en cada charla que mantenían, decidió alzar la voz nuevamente.

 

- Floreus!

 

Casi resbaló al final, aunque logró colocarse en una posición estable. El hechizo hizo vibrar a Libra, su varita, y haría lo mismo con el arma mágica de Leah. Seguramente la otra bruja tras la muralla lo conocería bien. De Texia solo resultarían flores rojas durante el próximo movimiento inmediato. En ninguno de los ataques del brujo había necesitado saber de su ubicación, solo saber de su presencia. Y así, Hank se enderezó para responderle, con la voz extrañamente apaciguada.

 

- No viniste para hablarme, y lo sabes. Era un niño de pecho cuando me conociste, sí. Pero subestimas a los que alguna vez fueron tus inferiores y eso te hará caer - suspiró, tratando de contener el frío - y hasta que no reconozcas que te superaron, jamás te esforzarás lo suficiente como para lograr vencerlos - tosió. Los grados parecían disminuir con el paso de los segundos, y eso le recordaba cada vez más las penumbras del Castillo Ravenclaw. Un sabor tan agridulce que siempre deseaba dejarlo a un lado.

 

- Respira, hermana. La muerte se acerca y te rodeará manos huesudas y frías el cuello blanco. Puedo olerla.

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