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Castillo de la familia Haughton (MM B: 84511)


Anne Gaunt M.
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No perdía nada con intentarlo. Sabía que el castillo llevaba varios meses ligeramente abandonado por lo que no reparó en los hechizos protectores. Cruzó el jardín principal sin hacer uso de magia ni varita y se coló por la puerta simplemente vulnerando la cerradura, como un vil ladrón de película barata. El polvo se alzaba con cada paso que daba, el piso bajo sus pies rechinaba, más no se detuvo hasta encontrarse con las escaleras. Los recuerdos le causaban dolor de cabeza, le asfixiaban. Podía verse a sí misma, radiante, jovial, corriendo cuesta arriba y casi cayendo en el proceso, siguiendo los pasos de Oniria, riendo, feliz. Por sobre todas las cosas, feliz.

 

Copió el andar de su propio fantasma, de aquellas memorias tan agridulces hasta saberse en el primer piso. Luego, dar con la habitación correcta fue cuestión de sentido, le guió el instinto, los latidos del corazón pintaban andanadas plata en dicha dirección. El pomo de la puerta estaba frío, tembló un poco, estaba nerviosa, nostálgica, no la encontraría allí ¿o sí? habían pasado más de dos años desde la primer noche que pasaron juntas, y aunque hacía poco le hubo conocido desnuda de alma, de cuerpo y mente, la incursión principal en que sus sentimientos de transparentaron ante los ojos de Haughton fue aquella noche estrellada, en esas cuatro paredes, rodeada de libros.

 

Ingresó.

 

El aroma a tabaco y tinta la embargó arrancando una cálida sonrisa de sus labios color cereza. Allí no había olor a bebé, no existían recuerdos ligados a Insomnia o al calvario relacionado con Leah y Sísifo. Entre esas cuatro paredes solo quedaban resquicio de dos amantes y aunque sus ideas habían sufrido metamorfosis con tal de no perderla, la estaba buscando ahí mismo donde sus pieles se rozaron por primera vez ¿lo recordaría?

 

Inconscientemente acarició con la yema de los dedos, suavemente, el tatuaje que le conectaba con todos los Mortífagos, más su mente solo estaba ligada a una persona, Oniria. La quería a ella, quería su perdón.

 

@Oniria

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  • 2 semanas más tarde...

Oniria:

 

 

 

"Frío y breve como un verso escrito en lengua animal"

 

 

Aquella frase me sacudió en el interior. Cerré los ojos dejándome transportar por aquella melodía triste que decía tanto sobre mí. Escuché los latidos de un corazón que conocía demasiado bien, pero lo atribuí a mi imaginación, a mi alma sumida en la melancolía. Estaba sentada en el alféizar de la ventana. Había perdido la cuenta de cuántos cigarros me había fumado ya.

 

¿Qué rumbo estaba tomando mi vida?

 

Me encontraba, como quien dice, en mitad de una crisis de identidad. Me había casado, había tenido una hija. Había arremetido contra todos mis ideales, los había reducido a un simple recuerdo. ¿Debía sentirme desdichada, o simplemente era un paso más en el interminable camino de mi existencia?

 

Entonces la puerta se abrió sacándome de mis cavilaciones. No había sido mi imaginación. Contemplé su expresión sumida en las sombras y por un momento creí que aquella noche donde nos besamos por primera vez todavía no había terminado. Enmudecí. Arya me odiaba de una manera extraña.

 

––¿Qué haces aquí? ––Musité con un hilo de voz.

 

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  • 4 semanas más tarde...

Aquello resultaba un tortuoso deja vú. Pensar que meses atrás la pregunta había salido de sus propios labios, luego de una pelea incesante con quien la formulaba, y ahora las cosas habían dado un giro demasiado inesperado ¿pero no lo había sido siempre su relación? jamás concretando, siempre danzando sobre una fina cuerda entre el amor y la amistad, la necesidad y la dependencia, entre el odio y la pasión que éste les provocaba. No, ella jamás podría odiarla, lo intentó y el esfuerzo le pulverizó los órganos hasta sentir que moría paulatinamente con el correr de los días sin saber cómo estaba, si habría desaparecido o no. Suspiró, no estaba segura de haber contenido la respiración mientras subía las escaleras como eternos peldaños, pero al soltar todo aquel aire le pareció que llevaba siglos guardándolo en sus pulmones.

 

Asomó la nariz, aun no se atrevía a cruzar el umbral, era casi como si un encantamiento lanzado por ella misma se lo prohibiese. Estaba sola, quería asegurarse de que Leah no estaba allí, después de todo, luego del nacimiento de Insomnia siempre que la veía, lo hacía junto a Ivashkova.

 

Sonrió al pensar en la niña, se esforzaba por no hacerlo pero le resultaba imposible. Usualmente, en las mañanas, cuando el sol acariciaba de manera tibia su rostro evocaba su pequeña y angelical carita, la que recordaba de cuando la sostuvo entre sus brazos y la entregó a su madre. Su madre, la mujer que le miraba confundida, la que le preguntaba qué diablos hacía allí, pero con respeto ¿por qué aun se lo guardaba?

 

Con el interrogante pinchando la punta de su lengua se abalanzó, casi literalmente, sobre ella. La estrechó entre sus brazos como nunca debió dejar de hacerlo y pegó los labios fríos, rígidos, a su mejilla.

 

―Yo... lo lamento tanto, Oniria

 

En su cabeza no había palabras para formular una verdadera disculpa, una factible, una que cualquiera pudiese creer, pero quizás el vínculo que desde un principio existió entre ellas le permitiese a la vampiro el palpar sus sentimientos verdaderos, el remordimiento que se la estaba comiendo por dentro.

 

@Oniria

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  • 4 semanas más tarde...

El ruido era ensordecedor por todos lados, el humo y la oscuridad de la noche era uno de uno de los múltiples enemigos a su alrededor. Ya todo era un caos y la misión estaba totalmente abortada, la mayoría del equipo había sido aniquilado y algunos ni rastros de sus cuerpos quedaban. El castaño estaba tendido en una pequeña colina con poca cobertura de momento, ya que el terreno lo cubrían algunos arboles y todas las casas o granjas estaban vigiladas al extremo. Se podían ver algunas casas en llamas creando largas cortinas de humo, a la distancia se podían ver las escobas de los enemigos en el cielo patrullando, además de los gritos y explosiones a la distancia de los últimos supervivientes. Su rostro estaba sucio, con marcas y sudor de las batallas anteriores y además suciedad negra de las explosiones. Su traje tenía arañazos de los hechizos que habían impactado en su cuerpo y lucia ya sucio y desgastado. Su varita estaba en su mano fija así como todos sus sentidos para escuchar o ver algún enemigo.

Debía ir por ella no había más, se había sacrificado para que pudieran salir y escapar lo cual había sido imposible. Ahora después de todo aquello tenía vía libre para rescatarla si aún seguía con vida. El ruido de minutos antes había dejado las instalaciones subterráneas vacías y la fachada de la granja era vigilada por muy pocos magos enemigos.


Con lentitud se acercó hasta los árboles con la cabeza baja, sin hacer demasiado ruido. Tras mirar más allá de los árboles estaba la granja con dos grandes edificaciones en cada lado, uno que era parecido a un cobertizo más moderno y una gran casa de muchísimas habitaciones. Su mirada se concentró en los dos guardias magos que estaban apostados en la entrada del cobertizo, avanzó casi arrastrándose hasta que supo que la distancia era la ideal. Los pastizales le cubrían un poco así que tras un movimiento y con palabras en voz baja lanzó un Wingardium Leviosa sobre una gran rama a su lado, la levito un poco y la dejó caer con un ruido sordo. Aquellos guardias se movieron muy precavidos hacia el ruido. Hablaban entre ellos pero pasaron hacia la rama dandole la espalda a Kritzai. Observo que no habría problema en atacarlos.

--¡Avada Kedavra!-- Dijo mientras un rayo verde golpeaba a uno de ellos cayendo al suelo sin moverse. El otro ante el ataque se movía muy rápido tratando de buscar el origen del ataque con su varita lista.

--!Carpe Retractum!-- Un lazo de de color rojo y amarillo se enredo en el guardia que quedaba incapacitandolo, sin moverse. Rápidamente Kritzai corrió hasta el apuntandole con la varita mientras lo miraba desde el suelo.

--¿Donde la tienen?-- Le pregunto con furia pero el guardia solo le sonreía hablando en su lenguaje Checo.

--Moriras aquí y ahora si no me dices... Sé que me entiendes aquí que dime ¿Donde la tienen?-- apunto a su cuello y con furia su varita se iluminó quemandole en el cuello. El guardia grito pero rápidamente Kritzai le hizo callar con un Silencios.

--Tengo toda la noche...-- Claro que no la tenía ya que estaba seguro ella no lo tenía, probablemente ya le hubiesen torturado. Volvió a quemarle pero el hombre solo gritaba y murmuraba sin mirarle, tratan quitarle el hechizo Silencius solo le respondió con risas y gestos de dolor.

--Avada Kedavra-- Dijo Kritzai y el cuello del hombre se iluminó de una luz verde y sus ojos y cuerpo quedaron inertes, sin moverse.

Avanzó adentrándose en el lugar sabiendas que había perdido un valiosisimo tiempo con aquel guardia. El lugar parecía común y corriente pero tras pasar una puerta parecía un largo pasillo pocamente iluminado. Había varias puertas de metal en cada lado pero cerradas. Tras ocultarse rápidamente en una dió a lo que parecían ser un vestidor. Algunas de las ropas de los magos enemigos estaban en muebles, rápidamente se coloco algunas para pasar desapercibido y así poder rescatarla rápidamente y salir de allí con vida.

 

 

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  • 3 meses más tarde...

La oscuridad y la neblina de aquella noche no impedían que los ojos grisáceos del encapuchado brillaran al observar a su torturador. Arrodillado y con las manos enlazadas en su espalda, oía a lo lejos el ulular de un sinfín de lechuzas resguardadas en los árboles del bosque cercano. Qué tonto había sido, aún no entendía por qué había confiado en aquellos extraños.

 

—Si me oyeras aunque sea una vez, entenderías que esa diadema es falsa. —La voz del encapuchado sonaba grave, tragando saliva con dificultad y sintiendo el sabor de su propia sangre, que corría desde la comisura de sus labios hasta fundirse con una barba incipiente y oscura—. Pero no me escuchas y ya no sé en qué idioma hablarte.

 

El otro hombre, que llevaba las riendas de la situación, medía alrededor de dos metros, tenía los ojos verdes deslumbrantes y una melena bastante larga, de un rubio más que llamativo. Black desconocía si era finlandés, sueco o noruego. Ruso sabía que no era, porque lo habría entendido, aunque fuera lo básico. Cuando al fin lo liberó de la molesta capucha, la luz de las antorchas del campamento lo cegó por unos segundos.

 

Se encontraba demasiado al norte de Europa como para sentir la proximidad de la primavera. Muchos años habían pasado desde su infancia, y la costumbre de las temperaturas más equilibradas lo había ablandado.

 

—Libérame y podré ayudarte con lo que necesitas. —Sabía que cualquier cosa que dijera no iba a servirle. Pero no tenía demasiadas opciones.

 

Entonces ocurrió algo que lo alteró todo. Una secuencia de explosiones y apariciones repentinas de un número considerable de magos y brujas los rodearon. Los amigos del torturador, también hombres fornidos, regresaron al lugar y se enfrascaron en una lucha de maldiciones imperdonables y conjuros imposibles de recordar. Rayos verdes, chispas rojas y violetas, crujidos de huesos rotos.

 

—Encuéntrenlo y acaben con él. —La orden resonó con claridad y Black tuvo el presentimiento que se refería a él. Con la fortuna y el descuido de la batalla, el mago de cabellos negros había liberado sus manos y encontrado su arma mágica; no sólo eso, sino también la presunta diadema falsa.

 

Colocándose por encima de la cabeza de nuevo la capucha, ocultó parcialmente su identidad, y un instante más tarde, girando sobre sus propios talones, había desaparecido de aquel inhóspito lugar.

 

. . .

 

Con los dedos de las manos entumecidos y un andar irregular, Black pudo dirigirse a una de las colinas más alejadas del poblado mágico donde vivía. Por cuestiones de seguridad, no se dirigió al castillo de su familia, que lo intuía custodiado. En su mente resonaba un nombre y el color fuego de sus cabellos, y allí buscaría refugio.

 

Las estatuas que custodiaban el acceso al castillo Haughton cobraron vida, y aunque imponían un respeto considerable, Black no mintió con su identidad ni tampoco con sus intenciones. Atravesarlas no supuso mayor dificultad, pero avanzar por el camino empedrado, sintiendo dolores en cada parte de su cuerpo, no fue fácil.

 

Golpeó con las últimas fuerzas que tenía, la puerta de madera fornida, y un elfo doméstico lo atendió.

 

—Necesito hablar con Monica —le explicó al sirviente en un hilo de voz, sonándose a sí mismo lejano, y no pudo decir más nada.

 

 

 

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Aunque en medio de la oscuridad de la noche un único punto de iluminación parecía insuficiente, la lámpara de aceite derramaba su luz de forma más que aceptable sobre aquel rincón de la habitación. Siendo justos, era muy probable que sin la ayuda del fuego que crepitaba en las dos chimeneas la visión hubiera sido mucho más escasa, por lo que tuvo que agradecer mentalmente a los elfos por encenderla.

 

Inicialmente había preparado uno de los bancos de trabajo con todos los utensilios que necesitaría, pero al final había decidido que trabajar directamente al fuego sería mucho mejor. Se había puesto de rodillas a los pies de una de las chimeneas, había colocado el caldero en un resorte sobre las llamas y estaba colocando en orden los pequeños frascos con los ingredientes que necesitaría para lo que tenía pensado preparar.

 

Primero vertió el contenido de la botella de mayor tamaño, cuyo líquido era de un intenso color púrpura y olía a algo similar a la tierra mojada. Cogió un segundo frasco y una vez el primer líquido empezó a hervir, vacío el contenido del segundo produciendo una nube de vapor amarillo que lo inundó todo. Removió la mezcla con la ayuda de un cucharón hasta que llegó una vez más a ebullición y justo cuando tenía que echar el siguiente ingrediente la interrumpieron.

 

- Alguien pregunta por el ama. One lo ha dejado en la puerta.

 

- ¿Y quién es alguien? - había echado tarde los trozos del tercer ingrediente e inmediatamente el vapor dejó de ser amarillo al oscurecerse y tomar un tono verdoso. Mónica se giró hacia el elfo y chasqueó la lengua con reproche.

 

- One no lo ha preguntado - la criatura, lejos de asustarse, la miró con cierto gesto de incredulidad que Mónica no entendió. No se había dado cuenta, pero el cabello, que hasta ese momento parecía impecable, se había tornado algo opaco por el paso del vapor que producía la poción. El mismo había sido causante además del encrespamiento total que había sufrido la melena y One, lejos de decir nada, guardó silencio al verla de esa guisa.

 

- Oh, fantástico - puso los ojos en blanco a la vez que se ponía en pie y se encaminaba a la entrada.

 

Mónica no pensó en mirarse en un espejo, aunque hubiera sido buena idea. Lo que si hizo fue sacudirse la ropa; los pantalones eran negros como las botas y la túnica de color verde oscuro y una tela brillante y ligera. A pesar de que la túnica era larga y que casi llegaba al suelo, sólo la tenía abotonada desde el cuello hasta la parte baja del busto, dejando parte del vientre al descubierto si no fuera por la cinturilla alta del pantalón.

 

Al llegar al hall de encontró con la figura de un mago al que inicialmente no reconoció. Era alto, bastante más que ella y tenía el pelo negro. En ese momento no consiguió recordar de qué lo conocía, pero un nombre ocupó su mente inmediatamente después de haberlo visto.

 

- ¿Martin? - preguntó. Su cabeza empezó a funcionar a más de mil por hora en busca de los recuerdos que le contaran más sobre quién era antes de que tuviera que preguntarle y se diera cuenta.

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Para fortuna del mago de cabellos negros, la espera se zanjó en apenas un minuto, lo cual agradeció para sus adentros. La bruja que apareció ante él lo sorprendió. Evidentemente se trataba de Monica, sus cabellos como fuego, aunque algo extraño, la delataban. Se preguntó entonces, si con el pasar del tiempo, ella lo recordaría. Hasta que la escuchó y las dudas quedaron despejadas. Al menos, en parte.

 

—Sí… —respondió en un leve balbuceo—… Black.

 

Sonrió, y al hacerlo, volvió a sentir un extraño sabor en su boca. Avanzó un paso hacia ella, erguido, olvidando por un momento las dolencias que lo habían dejado en aquel estado.

 

—Es un alivio volver a verte, Monica. —Habló por lo bajo, con la clara intención de que nadie más pudiera escucharlo—. Aunque no me encuentre en mis mejores días, como podrás apreciar. —A pesar de todo, una media sonrisa apareció en aquel pálido semblante, con un par de cicatrices que con el tiempo iban desvaneciéndose.

 

Tomó un respiro para rememorar momentos del pasado donde había coincidido con la pelirroja. Lo último que había sabido, desde el presunto rumor de su regreso, era justamente otro rumor que la hacía desaparecida. Pero allí estaba, como si los años no hubiesen transcurrido.

 

Black revolvió bajo su capa y halló el objeto en cuestión, la razón de todos sus males, o eso conjeturaba. La bendita diadema “australiana” que lo había llevado a otro viaje al norte de Europa. La soltó en el suelo, como restándole valor.

 

—Lamento no haber podido llegar con un aviso previo, pero si iba directo al castillo Black me hubieran interceptado. —Volvió a buscar bajo su capa otro objeto, esta vez, un pequeño frasco con una poción dentro. Al probar un sobro, las diferentes heridas y cortes de todo su magullado cuerpo parecieron alivianarse, y la energía del mago se fue recuperando poco a poco—. Benditas pociones.

 

Con la manga derecha se quitó la sangre media seca de sus labios, y volvió a contemplar a su anfitriona.

 

—Por cierto, te ves de maravillas, y el tiempo parece no pasar para algunos. —Claramente lo último no lo decía por sí mismo, quien las hebras plateadas de su desordenado pelo azabache iban multiplicándose, tal vez de forma lenta, pero continua.

 

 

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  • 1 año más tarde...

Las primeras luces de la mañana anunciaban un nuevo día. Pronto sería totalmente de día y aunque apenas se veía aun, el cielo ya dejaba atrás sus tonos oscuros para darle la bienvenida a los cobrizos y celestes clarísimos que traían consigo los nuevos rayos del sol. La helada nocturna aún empapaba las hojas de los arboles del bosque y aunque la primavera estaba cercana, aquel día haría un frio digno del invierno.

Pasó la mano por el cristal del ventanal para limpiar el vaho y fijó la vista entre los arboles más alejados. Aquella noche prácticamente no había dormido y se había asomado tantas veces al balcón que había perdido la cuenta. En algún momento se había quedado dormida en un sillón que había arrastrado hasta allí, y acababa de despertarse en medio de un mar de saliva y somnolencia que aún la tenía aturdida.

De pronto un movimiento llamó su atención. La figura ranqueante de Selim salió de entre la maleza y sus miradas se cruzaron. Los ojos de la bruja brillaron con cierta ansiedad y no había sido precisamente por verlo a él, si no al percibir el bulto que traía entre sus manos. Los pelillos del cogote se le habían erizado casi inmediatamente y supo entonces que se trataba de lo que tanto había estado buscando.

*********


Habían pasado unos minutos cuando sus pasos delataron que estaba bajando la escalera. Era sorprendente lo rápido que Mónica había llegado allí desde la torre en la que se encontraba su habitación, aunque era más sorprendente aún todo lo que había tardado su padrino en entrar al castillo. Cuando ambos se encontraron en el vestíbulo, el rostro de él denotaba el agotamiento tras una noche que a juzgar por su aspecto no había sido nada fácil.

- ¿Es esto? - extendió las manos esperando que el vampiro pusiera en estas lo que traía. El objeto en cuestión pesaba más de lo esperado y permanencia cubierto por lo que parecían ser los restos de una capa. Él asintió y le dio el bulto, dejando escapar un resoplido de disgusto.

- No quiero más encargos de estos.

- Me debes todos los que te pida – espetó.

Cruzaron rápidamente el vestíbulo hasta llegar a la puerta situada más a la izquierda de este y ambos pasaron a la sala de reuniones. Las sillas se encontraban todas apoyadas en la pared, a cada lado de la estancia. En el centro de esta una mesa les dio la bienvenida junto a seis sillas de las que ocuparon las dos más cercanas a la chimenea. Cuando Mónica puso el misterioso objeto sobre la mesa lo descubrió con cuidado, dejando a la vista un libro de apariencia antiquísima en cuya encuadernación negra había runas inscritas con un brillante hilo dorado.

- Mira esto – lo miró triunfante mientras acariciaba el viejo libro. Sin acercarse demasiado podía notar el olor a sangre y humedad que rezumaba, algo que a Mónica le parecía de lo más placentero.

- Ya lo he visto – le respondió. La miró durante unos segundos esperando que dijera o hiciera algo, pero no lo hizo. El vampiro chasqueó la lengua y se reclinó sobre el asiento viendo que ni siquiera pensaba abrir el libro-. ¿Con esto pretendes viajar al pasado?

El ambiente pareció cortarse. En ese mismo momentos los grandes ojos de One, que hasta entonces había observado a su ama con curiosidad, se desvanecieron junto al resto de su cuerpo. La bruja, que creyó escuchar algo, levantó la vista hacia la entrada de la sala en busca de alguien que los espiara, pero por suerte para la criatura no vio a nadie.

- No vuelvas a decir eso en voz alta – su mirada bien podría haberlo asesinado en aquel preciso instante cuando volvió a mirarlo. Bajó la voz lo suficiente como para que solo Selim la oyera-, y no lo sé, pero es lo que estoy dispuesta a averiguar.

Editado por Monica Malfoy Haughton
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  • 5 meses más tarde...

Las últimas luces del día se despedían tiñendo el cielo de colores ocres que luchaban contra el azul oscuro de la noche que se acercaba por el este. No había ni una sola nube y las primeras estrellas empezaban a apreciarse en compañía de una luna que ya llevaba mucho más tiempo a la vista. El viento estaba en calma, Mónica lo sabía porque las copas de los árboles permanecían inmóviles, haciendo del bosque un borrón oscuro en medio de los terrenos del castillo.

Dejó la pluma sobre el escritorio tras acabar de escribir y dobló por la mitad el pergamino. Tenía una vela encendida en la que quemó un trozo de cera, la presionó contra el papel y dejó en él un sello que terminó marcando con el anillo que llevaba puesto, cuyas iniciales quedaron grabadas sobre la cera. Sopló levemente y cuando quedó endurecido, se lo entregó al elfo que hasta ese momento había estado esperando junto a ella.

- Busca a Illidan y entrégaselo - la criatura la miró con sorpresa, como si no supiera realmente lo que le estaba pidiendo. Era obvio que no sabía que el mago había vuelto-. Vamos, ya sabes a quien me refiero.

Le hizo un gesto con la mano para que se apresurara. En la nota lo invitaba a reunirse con ella y aunque no tenía total seguridad de que lo hiciera, esperaba que al menos Piero lo encontrara y le entregara el mensaje.

Cuando se quedó sola se sentó de nuevo en el escritorio, aunque esta vez se quedó mirando por la ventana. Los últimos días habían sido un tanto extraños, habían pasado cosas que aún se le escapaban al entendimiento y otras que la llevaban a un tiempo muy pasado. Muy posiblemente había sido la presencia del Black Lestrange lo que más le había inquietado ¿Acudiría al castillo tal y como ella le pedía en la nota?

 

@ Illidan Black Lestrange

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Ambos codos se encontraban apoyados en el barandal de un risco, era de madera vieja, aunque seguía pareciendo seguro. Tenía cierta fascinación por ver el anochecer antes de volver a su casa. A sus espaldas una especie de bosque lo custodiaba, y una carreta separaba el mismo, del mirador donde el rubio se encontraba.  Metió su diestra en el bolsillo interno de su saco, buscando un paquete de cigarrillos, el cual al encontrar se dio cuenta de que estaba vacío. 

Arrojo el paquete vacío un tanto frustrado, y siguió el mismo con la mirada hasta que desapareció en el precipicio frente a él. - Señor Illidan... - Una voz a su espalda llamó su atención, se giró de repente y no logro ver a nadie, tuvo que bajar la mirada para darse cuenta de que un elfo era el que le hablaba. Adelanto ambas manos entregándole un pequeño sobre, Illidan no tuvo tiempo de agradecerle, pues desapareció en el acto en que el rubio tomaba la carta. 

- Monica... - Diría al leer el sello de cera. No dudó en abrirla, pues al leer el corto mensaje buscó consejo en el cielo estrellado, era la primera vez en años que iba a tener contacto directo con ella, no sabía si era buena idea asistir, pero tampoco se quedaría con la duda. Cerro los ojos y se desapareció visualizando su destino,  varita en mano. Tras llegar la guardó y se encaminó hacia el ingreso principal de la mansión. 

Vestía el traje habitual que usaba en el ministerio, ya no podría ir con ropas cómodas por la vida ahora que era Director del departamento de seguridad. Recorrió el lugar con la mirada hasta encontrarse con ella en una de las ventanas, parecía algo ansiosa. Illidan se detuvo a medio camino, ya no era necesario golpear la puerta, pues ella lo había visto llegar. 

 

@ Monica Malfoy Haughton

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