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Confesionario de las Lamentaciones (MM B: 87865)


Reena Vladimir
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Multitud de preguntas rondaban últimamente los pensamientos de Valentina. Por mucho que quisiera tener controlada su vida, se encontraba con varios cabos sueltos sin atar. Esto la desesperaba, pues la bruja era demasiado organizada y meticulosa como para no tenerlo todo bajo control. ¿Acaso su magia no era suficiente?


Y es por esto por lo que se encontraba allí, en el Confesionario de las Lamentaciones. Un amigo le había aconsejado tener un retiro espiritual para encontrarse consigo misma, para intentar calmar esa angustia que la atormentaba. Pero la muchacha no era precisamente demasiado espiritual. Siempre había creído que todo depende de sus actos, que no hay nada que recaiga sobre manos de algún ser superior... ¿o sí?


Era la prez que acudía al lugar. Desde luego, no era de los sitios que solía habituar. Ella era más de bares nocturnos y alcohol, pero tampoco quería rehusar de los consejos recibidos. Observó la pequeña ermita ergida sobre pierda desde la entrada. No era fea, es más, tenía su encanto. Anduvo hacia el interior y pudo escuchar cómo sus pisadas resonaban en eco dentro de la construcción. Continuó mirando de un lado a otro, pero no vio ninguna figura, así que decidió sentarse en uno de los bancos de madera vacíos.

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Elfina Taga: en el confesionario.

 

Escuché como se abría la puerta y unos pasos desconocidos se adentraban en la construcción. No era mi ama, ella no tenía esa cadencia de paso y si había el mas mínimo ruido era imperceptible su andar, al principio yo creía que levitaba...

 

Salí de las habitaciones de las sacerdotisas y me encontré una mujer joven sentada entre los bancos. Acercarme a ella no supuso problema. Me aclaré la garganta para agrabar mi voz y no sobresaltarla demasiado.

 

-Disculpe señorita, necesita algun tipo de ayuda? Ahora mismo no hay ninguna sacerdotisa en el templo.

 

Reena estaba fuera, con la hermana de Heliké, esta tercera y Sagitas hacía tiempo que no venían, pero si era necesario las buscaría. Nadie podía quedarse sin una luz de guía y yo era una elfina eficiente, encontraría quien pudiera ayudar a la muchacha.

Sacerdotisa·Madre·Compañera


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  • 2 semanas más tarde...
Cerró los ojos y se concentró en su respiración. Inspiraba y espiraba calmadamente, como si de un ejercicio de relajación se tratara. Llevaba un mes bastante atareado entre unas cosas y otras. Obviamente no podía pedir unos días de vacaciones en el Concilio. Bastante apurados estaban ya con sus reuniones para sacar nuevos productos como para abandonar a sus compañeros así como así. Debían remontar el negocio lo antes posible si no querían perder sus puestos de trabajo, y precisamente los negocios ilícitos recién aparecidos no les estaba haciendo ningún bien. Así que, si no podía tener unas vacaciones relajantes, al menos intentaría relajar su mente.


El habitáculo era de lo más propicio para un retiro espiritual. Una brisilla muy agradable recorría el lugar refrescando a todo el que entrara a tomar asiento, tal y como lo había hecho Valentina. Estuvo unos minutos acompañada únicamente por la soledad del lugar, hasta que pudo percibir la presencia de alguien a sus espaldas.


Bu-buenos días —saludó la muchacha—.


No sabía muy bien si a esa hora del día se consideraba mañana o ya estaba entrada la tarde. Miró a la elfina que se encontraba junto a ella. Vestía con ropaje color rojo y sus ojos negros cual carbón la miraban intensamente. La muchacha se limitó a sonreírle cordialmente.


Oh, vaya. Bueno... es la primera vez que visito un lugar como éste. Simplemente venía a informarme, a solicitar un guía... espiritual, por así decirlo. Pero si es mucha molestia, puedo quedarme aquí rezando, simplemente.



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Annabelle Isabella Rambaldi Di Sforza en el bosque con @@Reena Vladimir

 

¿Cuánto tiempo había pasado? La bruja no tenía ni la menor idea, pero le sorprendió un montón la respuesta de la mujer a la que estaba abrazando de la cintura, después de robarle el beso. Lo que menos esperaba era que le diera esa contestación y no un bofetón por hacer eso mismo, que era realmente lo que esperaba de la pelirroja...

 

- ¿matarte? -susurró debilmente. Negó con la cabeza y la apretó más hacia así, para que apoyara su cabeza en su hombro - jamás te haría daño -le murmuró al oído con cierta calidez en su voz, al decir esas palabras.

 

- Conocerías a muchos vampiros que se aprovecharían de ti, pero no es lo que busco, no son los poderes lo que quiero, sino realmente... -¿debería de contarle su propio tormento? Podría confirmarle algo de lo que sospechaba desde hacía algún tiempo?

 

No estaba segura de nada pero entre sus brazos había reconocido la sensación que, hacía muchísimo tiempo no había sentido, la de alguien a quién realmente había amado de veras y que esperaba encontrar su alma en algún lado... Había viajado muchísimo y parecía que la soledad la acompañaría hasta que el mundo se acabase definitivamente.

 

- No necesito los dones de nadie yo tengo los míos propios, podría enseñarte a fortalecer los tuyos. Todos tenemos energía propia, unos lo llaman auras, otros chacras, puedo... -se calló y la miró a los ojos. Ahí estaba otra vez esa sensación conocida. ¿Realmente estaría ella en su cuerpo? ¿Sería su alma la que había estado buscando durante tanto tiempo, después de que fuese arrebatada, hace tantos años atrás?

 

Puso sus dos manos ahora en la cara de la mujer, acariciándola con suavidad y mirándola intensamente...

 

- Espero que seas alguien a quien busco desde hace mucho tiempo - después de la explosión inicial de la rabia, calma y sorpresa al escucharla decirle que tenía miedo eso le dio las fuerzas para seguir hablando. No sabía cómo se lo tomaría pero ahora comprendía el recelo al momento de conocerla a pesar de ser hermana de Heliké. Bajó la mirada, intentando que sus ojos no llorasen delante de ella, era algo que se había prometido no hacer delante de nadie... pero es que sus facciones, su forma de actuar y todo lo demás había hecho que estuviese en tensión teniendo desencuentros emocionales por momentos. Sólo esperaba no llevarse un chasco y volver a cerrarse de nuevo, ocultando sus sentimientos.

 

- Quizá esa no sea la respuesta que te esperabas. No es ningún truco, puedes ponerme a prueba -volvió a decirle, levantando nuevamente la cabeza para mirarle a los ojos, otra vez- busco a alguien que me arrebataron hace mucho tiempo, y... creo que la he encontrado. Pero tengo que confirmarlo... yo.. es que, no sé si creerás en las reencarnaciones, pero yo sí... dudaba pero ahora...

 

Se calló nuevamente. Para darle su espacio se alejó un par de metros y se sentó en el suelo mientras el fuego chisporreataba alegremente, haciendo arder el pequeño montón de ramas que, gracias al rayo que había conseguido invocar calentaban la zona. El viento pasaba a través de los árboles, haciendo bailar sus hojas...

 

- Puede que sea eso lo que el viento te ha dicho... O quizás fuese ella, hablándote dentro de ti... hay energías en éste mundo que nadie sabe tratar o las ignoran por completo. Hay mucha más magia, más allá que las de el simple movimiento de una varita... yo estoy cansada de buscar -comentó con cierto cansancio en su voz- quizá fuese sólo la ilusión de volver de nuevo a recordar de cómo se amaba o de amar... no sé...

 

Se encogió de hombros y jugó con su varita entre los dedos y bajó la varita, de su punta, salieron algunas estrellas brillantes y pequeñas...

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  • 1 mes más tarde...

Las palabras de la vampiro penetraban en mi coraza a pesar de mi resistencia, eran como la lluvia que lava el barro de la cara tras haber estado cavando tu propia tumba.

 

Todo parecía tener sentido, si la reencarnación era posible y aunque yo no la descartaba, me parecía extraña. Muy feliz tenía que haber sido en otra vida para que en esta me tocase sufrir tanto y aquella mujer decía amarme o algo por el estilo, ya que no me quedaban muy claras sus intenciones, a pesar de sus palabras...

 

-SI fuese la reencarnación que tu dices, debería reconocerte y no querer abrirte la cabeza como un pomelo cada vez que abres la boca.

 

No sabía si era por rebeldía, por cabezonería o instintos de supervivencia, pero en mi cabeza solo bullían palabras poco amables. Y sin embargo no quería que me soltara, no quería que estuviera mas lejos de lo que estaba ahora mismo. El anhelo de amor carnal era mas fuerte de lo que quería reconocer. Aunque el miedo a la pérdida posterior me mantenía acojonada...

 

-Palabras... Palabras dulces para calentar la sangre. Mis poderes si es que puedo desarrollarlos lo haré por mi cuenta. No sé qué oscuro trato has hecho para tener tu magia, pero no te separes de mi...

 

Sacudí la cabeza confusa, no sabía a ciencia cierta por qué había dicho aquello último, en mi mente había otra idea muy distinta, algo que se parecía algo mas a "no te acerques a mi" quería pedirle que me dejase marchar, pero le había pedido otra cosa y no sabía como arreglarlo, porque sospechaba que me estaba influenciando su glamour y sus dulces palabras.

 

@

Sacerdotisa·Madre·Compañera


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Annabelle Isabella Rambaldi Di Sforza en el bosque con @@Reena Vladimir

 

- jajajaja - rió ante la ocurrencia de la sacerdotisa. No pudo evitarlo porque le recordaba mucho al carácter de esa alma perdida que estaba buscando desde hacía ya, mucho tiempo.

 

- Bueno, no tendrías porqué reconocerme al instante, pero algo me dice que en tu subsconciente guardas recuerdos lejanos, como si fuesen vidas pasadas -le comentó, alzando una ceja y teniendo cierta esperanza. Si no fuese así, entonces estaría bastante equivocada y se llevaría un chasco bastante grande.

 

- Cabezota - susurró y guardó la varita en el portavaritas de su cintura, agarró sus manos y las estrechó entre las suyas empezando a darle suaves besos, rozándolas con sus labios.

 

- Ninguna magia, puedo asegurártelo - negó con la cabeza- puedes comprobarlo por tu misma. No busco los poderes de nadie, con los míos tengo más que suficiente. Sólo te lo sugerí por si querías no sé... ir más allá de lo que te han enseñado -le dijo, mirándola a los ojos con una sonrisa risueña - pero es tu decisión, sino quieres, no habrá problema.

 

Lo último que se esperaba era que, la mujer de cabellos pelirrojos le dijera aquello. Se sorprendió soltó sus manos y se abrazó a ella, apoyando su cabeza en su hombro.

 

- Tranquila, no voy a dejarte. Si quieres, puedo enseñarte quién era ella. Pero quiero que confíes plenamente en mí, a no ser claro que, quieras averigüar lo que el viento dice que quiere de ti... se me hace raro que te mande a un lugar sin especificarte nada más, podías estar en peligro y tú sin saberlo -le dio un suave beso cerca de la comisura de los labios. Tampoco se atrevía a más, porque si sabía conocer o reconocer esa alma, tenía muchísimo genio y lo último que querría era alterarla.

 

- Podemos hacer algo... ven - comentó y le agarró la mano con suavidad y firmeza. Por el lugar había árboles frondosos y buena vegetación verdosa a pesar de estar en otoño (?). El fuego aún crepitaba alegremente y se sorprendió que no apareciera nadie más. Negó mínimamente con la cabeza y encontró un pequeño claro, a su alrededor había árboles que, no eran tupidos pero evitaban que alguien se abalanzara sobre ellas. Annabelle recogió de su morral de cuero, unas pequeñas hierbas y otros objetos como una cuenca y la lleno de agua. Debajo de ésta con unas ramitas que había encontrado, hizo un pequeño fuego, para calentar el líquido... Poco a poco un aroma dulzón resurgió en el ambiente, la española asintió con la cabeza y susurrando unas palabras como una especie de ruego a la diosa, comprobó cómo la pequeña poción que había hecho en un periquete ya estaba lista.

 

- Mira, éste brebaje es para inducirte al sueño y que busques tu verdad, la verdad que hay dentro de ti. Si quieres, si desconfías de mí, yo también puedo tomármela sin ningún problema. Es cómo una especie de viaje espiritual en dónde encontrarás tus respuetas. Todas ellas... Pero eso está en tu mano, ¿qué me dices? -le preguntó a la sacerdotisa con una cara dudosa y temerosa a la vez. Eso era algo que no todo el mundo aceptaba por miedo y era lógico. ¿Cómo era posible hacer un viaje de esas características si tenía miedo del propio futuro? Pero también aceptaría cualquier respuesta por parte de la matriarca Vladimir.

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  • 3 meses más tarde...

Entrando en el Confesionario:

 

Bien sabe la Diosa que, aunque no hable con ella a menudo, yo soy una mujer devota. No sólo porque soy sacerdotisa sino porque creo en la Naturaleza y en su poder único, el poder creador que nos hizo a todos, la fuerza de los elementos que invoca, el conocimiento que nos inculca... Sí, soy sacerdotisa aunque muchas veces clame a los demonios cuando me enfado, o cuando me junto con ciertas personas con las que no debiera y acabo haciendo cosas que no la honran precisamente. Sí, la Diosa sabe que la quiero y la respeto.

 

Y, a veces, yo necesito saberlo también.

 

A veces, paso por esos momentos en los que necesito estar a solas con ella y comentarle mis inquietudes, esos momentos en los que me siento tan vulnerable que el silencio del templo y el árbol sagrado me llenan y me enriquecen, que necesito de su ayuda y su comprensión, pues yo no me la doy a mí misma. Hoy era uno de esos momentos. Por ello, me vestí con la túnica de saco marrón oscura y las sandalias casi descalzas, a pesar de las inclemencias del tiempo, y me dirigí a la mansión Vladimir. En un rincón de sus terrenos se encontraba el Confesionario de las Lamentaciones, lugar que quería visitar y honrar.

 

Lo necesitaba.

 

Sabía que Reena no se enfadaría por la visita imprevista. El Confesionario estaba abierto a todos los que quisiera descansar un momento en su sencilla edificación y, si hacía falta, pedir algún tipo de ceremonia. Pensándolo bien, también necesitaría una. Mi alma, últimamente, no era la más pura y limpia de la zona.

 

Suspiré al adentrarme en el interior de la ermita y pasé la mano derecha por el borde de la hilera de bancos, rumbo al altar. Iba en silencio total, con respeto hacia el lugar, hacia su dueña y, sobre todo, hacia la Diosa que iba destinada su construcción. Al llegar ante el altar, junté las manos y oré, casi sin mover los labios, musitando una oración para mis adentros.

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Caminando por las bulliciosas calles del Diagón, sentía que todo aquello le molestaba, los escaparates aquel día no habían logrado despertar su interés y estaba desganada como para adentrarse en sus propios negocios y encontrarse con los mil y un detalles que seguramente tendría que resolver. Le apetecía algo de calma, de paz, quizás hasta poca luz y un aroma agradable a fragancias, a incienso, a… Confesionario. Si, sí, eso era, allá se estaba a gusto, sin el ajetreo de afuera, olía rico, a velas, y el agua de la pila era riquísima, lo recordaba.

 

Con la decisión tomada enfilo sus pasos hacia el lugar, paso algunos escaparates más, allá se veía la clínica Santos Mangos, y cerca estaba la ermita. Un par de minutos y sus pies ya se encontraban sobre el piso de cemento grisáceo y alisado, se detuvo por un minuto ante la blancura de la pila bautismal, pero no se acerco, no esta vez. Sigue de largo hacia la nave central y camino entre las dos hileras de bancas de madera, para buscar un lugarcito donde se sintiera a gusto.

 

Paso una hilera, otra, otra, allá adelante había alguien de espaldas de pelo violeta, otra hilera… espera, espera, ¿esa es Sagitas? Si, si, solo conocía a una bruja con esa cabellera, solo una, ¿estaba meditando? ¿Le pasaba algo. O quizás no, solo como ella, buscaba la intimidad del Confesionario para un momento de paz. Sus dientes se clavaron en el labio inferior mientras decidía si iba a su lado o se sentaba y no la importunaba. ¿pero y si lo que necesitaba era compañía sacerdotal? Bueno en algún lado debía estar Reena, a quien debía comprarle velitas para la casa y la habitación de Eirian, eso lo tranquilizaba a la hora de dormir.

 

--Ummmmm-- carraspeo cuando se sentó en el primer banco a poca distancia del altar, aunque seguro que ya sabía que era ella, sus energías se conocían y eran capaz de adivinarse una a la otra con mucha mayor distancia.

 

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@] @@Reena Vladimir

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  • 3 semanas más tarde...

No interrumpí la oración aún cuanto noté que se acercaba alguien conocido. Mi memoria dejo de concentrarse en las palabras que recitaba para reconocer el aura de mi cuñada Cye. Seguí orando y sólo cuando acabé me relajé. Aquello que me había hecho ir al Confesionario aún seguía dentro de mí, haciéndome daño y, sin embargo, la presencia de Cye lograba apaciguar mi estado de ánimo. Me volví hacia ella y me acerqué, sentándome a su lado en aquellos duros bancos de madera.

 

-- ¿Hace mucho tiempo que estás aquí? -- le pregunté, aunque no hacía falta. Como éramos sacerdotisas, ambas sabíamos cuando estábamos cerca la una de la otra, así que ya sabía la respuesta.

 

Entrelacé los dedos y puse las dos manos sobre el regazo, pensativa.

 

-- ¿Qué te ha traído aquí, @ ? ¿También tienes problemas para dormir? Yo llevo días así, esperando... No sé lo que espero... Pero está ahí, sé que pronto sabré lo que sucede y, me temo, va a ser algo que me va a disgustar.

 

Con mi cuñadita nunca tenía que mentir. Si algo bueno teníamos era que nos conocíamos y podíamos decirnos las cosas a la cara y sin engaños.

 

-- ¿Y tú? ¿Has tenido algún problemas o vienes a descansar en este hermoso lugar?

 

Era un inicio de comunicación un tanto bobo pero es que tampoco mi ánimo estaba para conversaciones largas. Era de esos momentos en que se agradecía el estridente sonido del silencio clamando en el Confesionario.

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Me estaba acercando al confesionario. Iba andando, disfrutando del calorcito que me daba el solecillo que al fin salía por entre las nubes. Distraída y agradecida por la temperatura, llegué a la puerta y ni me di cuenta de que estaba interrumpiendo una conversación, en el interior.

 

-Perdón -musité y me fui hacia la parte oscura.

 

Ni siquiera me fijé en quiénes eran los que hablaban en el confesionario, no hasta que ya entre las sombras me di cuenta de quién hablaba con quién. No me escondí mas. Eran familia y podían querer mi presencia... Aunque nunca la pidieran, yo las echaba de menos y tal vez, huir para buscar seguridad, no era lo mas adecuado.

Sacerdotisa·Madre·Compañera


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