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Confesionario de las Lamentaciones (MM B: 87865)


Reena Vladimir
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Bostecé, despertándome. La cama era tan dura... Estiré los dedos y toqué las sábanas para darme cuenta que no estaba en mi cama, sino sobre un banco de madera. Enseguida recordé lo sucedido, me había dormido en uno de ellos porque le había dejado el camastro a Xell, creo, o alguno de ellos. La voz de Heliké me sorprendió. Pues ella no era la que estaba en la sacristía, puesto que estaba cerca y quejándose. Me puse la mano en la frente y me permití un minuto antes de dar señales de que me había despertado.

 

A la vez sentí pasos que acompañaban a la voz masculina de mi hijo. Matt había entrado en el confesionario.

 

-- ¿Matt? ¿Heliké?

 

Por un momento sonreí, tentada a comprobar a quien saludaba antes y a meter bulla como yo no fuera la elegida. Potestad de madre... Pero después decidí que no era el momento y que, al fin y al cabo, Heliké me caía bien. No sé como se había liado tanto nuestros enfrentamientos, si en el fondo ambas nos queríamos. Suspiré y me incorporé, sentándome en el banco.

 

-- ¡Que la Luz os acompañe a todos! -- había querido soltar un taco y decir que me dolía la cabeza pero recordé a tiempo que estaba en el Confesionario. No era el lugar correcto para ello. -- ¿Qué tal está Jessie? ¿Alguien ha ido a ver como estaba?

 

Me sujeté la cabeza y giré varias veces el cuello. Lo tenía agarrotado.

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Sentí voces en el exterior. Apenas había luz por la ventana, pero no supe si era porque aún no había amanecido o porque nadie había corrido las cortinas. A lo lejos, el canto del augurey del confesionario tenía un triste lamento. No me gustó, aunque recordé que la tía Sagis decía que no era cierto que lloraran por una muerte inminente sino que anunciaban la lluvia. Tal vez debiera ser menos creyente en ese tipo de rumores sobre las criaturas y tener fe. Seguro que a Jessie no le había pasado nada.

 

Me levanté y miré la cara paliducha reflejada en uno de los espejos. Había descansado, al menos. Estaba segura que la tía y los primos no estarían tan frescos como yo. Eché de menos un peine con el que estirar mi pelo muy enredado. Me hice una trenza que quedó mal hecha, pero al menos lucía algo más guapa que cuando me había levantado. Salí al exterior. Era de día. Sonreí a todos.

 

- Buenos días, tía, prima y primo. Es un día maravilloso, ¿a que sí? Estoy segura que todo irá bien hoy. Segurísima. ¿Alguien fue a la clínica a ver a la prima?

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Anabelle Isabella Rambaldi Di Sforza

(Hermana melliza de Heliké)


Había escuchado la voz de la sacerdotisa sagitas en cuánto entró al interior del confesionario... Pero aún así le costó desperezarse un poco. Rayos, se había quedado dormida y aún sentía la muñeca dolorida...Se levantó del frío suelo y comprobó que no había cambiado de ropas. Sacó su varita de cerezo y susurrando algunas palabras cambió sus ropajes por un vestido de seda blanco, al estilo griego, con su cinturón de cuero para guardar la varita.


- Lo mismo digo Hermana -saludó a su tía con una sonrisa de oreja a oreja...


- Mi hermana no se encuentra aquí, y Matt no sé dónde estará. Yo me he quedado dormida. ¿No habrá algo aquí para un dolor de muñecas? Es que, bueno, da igual -comentó la bruja sin darle mucha importancia, pero es que la verdad tenía un dolor punzante y eso le molestaba.


- Oooh desde luego hay días que un buen despertar ayuda viendo buenos paisajes -sonrió de oreja a oreja mirando a Xell. Esa chiquilla la inquietaba bastante.


- Pues, no sé nada de Jessie -comentó encogiéndose de hombros -yo me quedé dormida en un asiento y no me enteré de nada más -y continuó frotándose la muñeca.

Editado por Heliké Rambaldi Vladimir
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- Jesse está bien. Lo qeu necesita sobre todo es descansar mucho. No puede cargar con todo ese trabajo en el hospital. - dije, acercándome al lugar del que salían las voces.

 

Sonreí a las chicas al llegar. Xell estaba feliz, parecía despierta y lista para empezar el día, mientras que Annabelle parecía recién despertada y dolorida, al igual qeu Sagitas. Alcé la ceja, después de mi experiencia con el lumbago sabía que habían dormido alli.

 

- Deberíais haberos marchado a casa. - les dije. - Habéis comido algo?

 

Además, yo estaba por alli para ver como estaban las haditas. Uno no se causa un lumbago de infarto para luego no saber si sirvió de algo.

 

- las haditas siguen en su nuevo hogar? están bien? - pregunté con curiosidad. Tenía ganas de verlas.

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  • 2 semanas más tarde...

-- ¿Día maravilloso? ¿De verdad? -- le contesté a Xell, que llegaba cantarina y de buen humor. -- A mi me duele la cabeza.

 

Annabelle también sentía dolor, pero en las muñecas. ¿Cómo podía dolerle las muñecas? ¿Qué había hecho durmiendo para que le dolieran las muñecas?, me pregunté en silencio, curiosa. Pero era mejor no darle vueltas, a cada quien le duele lo que sea.

 

-- Pues hay un ungüento muy bueno en la sacristía, para los ligamentos. Me lo suelo poner en la rodilla derecha; desde que hace un par de años me caí de la acromántula en el Circo, que me ha quedado un dolorcillo molesto a veces, sobre todo cuando va a llover. Parezco un Augurey -- dije, sonriendo. -- ¿Quieres que te lo vaya a buscar, Hermana Annabelle?

 

Estaba de acuerdo con Matt. Lo único que necesitaba Jessie era mucho descanso, alejarla lo más posible de todo trabajo y, si era posible, que durmiera 24 horas seguidas sin que nadie le molestara. Y en casa, en eso estaba de acuerdo. Un hospital es... frío, aunque fuera el mío. Ella necesitaba estar rodeada de sus familiares que la visitaran con un caldito, alguna noticia rumorosa que le arrancara una sonrisa y a dormir de nuevo.

 

-- ¿Las hadas? Sí, sí, están perfectamente, revoloteando por las flores del árbol que hay a la salida de la cripta. Están felices, se les nota. Lo que me ha costado al avechucho que tiene el nido allá convencerlo para que no las persiguiera. Lo malo es que ellas son muy pillas, le revolotean por la cabeza y él se espanta.

 

Pobre mi pajarito, llevaba aquí toda su vida y ahora las hadas juguetonas se habían adueñado de su espacio.

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Anabelle Isabella Rambaldi Di Sforza

(Hermana melliza de Heliké)


La bruja se frotaba las muñecas. Definitivamente para la próxima cogería un saco de acampada para llevárselo al confesionario.


- Sí, por favor. Debí de quedarme dormida con la cabeza encima de una de ellas y claro, éstos asientos no es que sean muy cómodos - se rió por lo bajo.


- No sé, fue al levantarme cuando sentí un pinchazo fuerte ahí -señalé mi muñeca, de tanto frotarla se había vuelto roja.


Matt tan rico él, pensó la bruja en esos momentos. Pero debía de pensar que era novio de su hermana o sino, la mataría de eso seguro.


- Pues no, primo Matt. Aún no hemos comido nada, pero tampoco tengo mucha hambre -le respondí.


Ahora hablaba sobre las hadas, mi cara de confusión se mostraba claramente. No tenía ni idea a lo que se referían.


- ¿Hadas? ¿Las Hadas Azules de la Isla de Mann? - Preguntó sorprendida, y sin poder evitarlo, soltó- ¿estás loca? Son una especie protegida, como te pille el Ministerio Sagitas, se te caerá el pelo... pero ¿cómo conseguiste sus huevos? - desde luego, para Annabelle la Hermana Sagitas era toda una caja de sorpresas...


- Yo no me atrevería a coger a una especie en peligro de extinción. Si hasta los huevos de dragón tienen su propio reglamento. Nuetra Orden, para cuidarlos tuvo que hacer mucho papeleo para meterlos en nuestro territorio -comentó preocupada.
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Annabelle parecía sentir dolor en las muñecas y su forma de masajeárselas me hizo sonreír.

 

-- Bueno, un poco de ungüento y seguro que se te pasa. Paso...

 

Tuve que pasar por el medio para dirigirme a la sacristía. Allá dentro aspiré el olor a madera vieja y a pergamino usado, a cera recién apagada y a los restos de incienso del día anterior. Amaba aquel aroma que me llevaba hacia los días en que yo era una novicia y me quedaba en el templo de las sacerdotisas a apagar los veleros y recoger el incienso. Me gustaba mucho.

 

Abrí varias alacenas hasta que di con la medicina para la hermana de Heliké. Salí con el ungüento, preparado dentro de una tinaja pequeña de barro.

 

-- Toma, Annabelle. ¿Quieres que te frote yo las muñecas o te las pones tú misma?

 

No es que no hubiera oído a la chica preguntando por las hadas, es que me había tomado mi tiempo para contestarle, pues no estaba segura de querer contarle aquel secreto. Confiaba en Heliké, no sé porqué no iba a confiar en su hermana. Suspiré y me senté a su lado.

 

-- Sí, las hadas de Mann. Lo sé...Son una especie protegida y... hum... Hubo problemas en la cueva de sus huevos. ¿No lo sabías?

 

La miré a la cara en busca de un gesto de sorpresa o de acatamiento. Si no lo sabía, mejor, significaba que no se había corrido la voz de lo sucedido.

 

-- Entraron muggles a robar. -- No añadí que en realidad se habían enterado de aquella colonia por mi culpa. -- Querían las gemas azules y ... destrozaron todos los huevos.

 

Me miré los pies. Como si aquellos zapatos planos de color marrón, totalmente discretos como mi vestimenta de sacerdotisa fuera lo más importante del mundo en aquel momento. Era culpabilidad, pura culpabilidad por lo sucedido.

 

-- No pudimos pararlos, pero salvamos esos huevos. No creo que el Ministerio sepa lo que ocurrió, o si lo sabe, será media verdad, que los muggles encontraron aquella cueva por curiosidad e intentaron llevarse las gemas azules. Pero yo no podía dejar allá aquellos huevos para que se murieran.

 

Levanté la mirada ahora, como si estuviera viendo el horizonte del mar que se vislumbraba desde la Isla de Mann. Después volví a bajar la cabeza.

 

-- Matt y yo los recogimos, Fenrir las llevó en una cestita de mimbre y las trajimos aquí. Por eso pasamos la noche en vela, durmiendo sobre el suelo, para ver si sobrevivían. Y lo hicieron. Son unas valientes, además de unas supervivientes,

 

Había orgullo en mi voz. Amaba aquellas criaturas traviesas y daría mi vida por salvarlas de cualquiera que quisiera hacerles daño. Después hice un gesto ambiguo con la mano.

 

-- Bah, yo tengo muchos dragones y no declaro sus huevos. Los del Ministerio son unos metomentodos que todo lo solucionan con burocracia.

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Anabelle Isabella Rambaldi Di Sforza

(Hermana melliza de Heliké)


- Pues la verdad es que creo que sería mejor que me frotases tú las muñecas. Así entra más rápido y el producto no se pierde - asintió con la cabeza - muchas gracias Sagitas - le dije con una sonrisa.


- ¿ Problemas con sus huevos? - Preguntó sorprendida...


Arqueó una ceja, sorprendida.


- Se supone que si la cueva está protegida con magia, los muggles no podrían entrar - y aún así la cara de Annabelle mostraba desconcierto. No entendía nada.


- Hum - frunció el puente de su nariz, mostrando una clara señal de que no se creía mucho esa historia. Realmente si había magia en el lugar pocas personas y encima muggles no podían pasar. Negó con la cabeza pero omitió cualquier comentario que pudiese conllevar a una discusión.


Asintió con la cabeza ante su penúltimo comentario:


- Sí, tienes razón a pesar de todo lo que sufrieron las pequeñas es increíble que, con la magia, y un poco de cariño puedan sobrevivir mayores problemas fuera de su hábitat - sonreí a Sagitas.


- Igualmente deberías de tener cuidado. Por supuesto, yo no soy ninguna chivata. Es más, si necesitas cuidados especiales con tus dragones puedo avisar a mi gente para que vengan a echarte una mano, aunque sea por un tiempo. No dudo de tus capacidades tía Sagitas, pero a veces una ayuda extra aunque sea para descansar un rato, siempre viene bien - le sugirió. Sí, por muy gran bruja y sacerdotisa de Ávalon que fuese, los dragones no se domesticaban fácilmente y lo mejor de todo es que quizá nunca llegasen a hacerlo. Era mejor dejarlos vivir en su estado salvaje de ahí se obtenía la mejor magia posible.

Editado por Heliké Rambaldi Vladimir
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Me senté en uno de los bancos de confesionario e invité a Annabelle a sentarse a mi lado. Tomé el ungüento y cerré los ojos, lanzando una rápida oración al aire. No sé porqué lo hacía, pero era una costumbre. Después empecé a frotar la muñeca derecha de la muchacha, sin hablar, concentrándome en cubrir todos los puntos de energía de su piel. Era una tarea ardua, aunque muchos pensaran que era una tontería. A medida que iba avanzando por el brazo, subía y bajaba la crema desde la muñeca hasta casi el codo, haciendo un masaje intensivo, presionando con fuerza. Sabía que en algunos puntos le haría daño pero era necesario, para deshacer los nudos que cortaban la energía de la muñeca. Si persistían los puntos bloqueados, la mano se le podía quedar sin fuerza. Ladeaba la cabeza de un lado al otro mientras esparcía la crema, concentrada.

 

Aún así, la escuchaba, mientras hablaba de los huevos de hadas. Dejé la mano sobre el banco de madera y me limpié las manos con un trapo, para poder remangarle la otra mano.

 

-- Es largo de contar, Annabelle. Estaba protegida por la magia pero... -- suspiré; no tenía ganas de contar el grado de implicación que había tenido en esa desgracia. -- Digamos que se relajaron las medidas de seguridad y... Pues eso. Entraron ladrones y destrozaron el lugar.

 

Lancé otro suspiro y me puse a masajear de la misma manera la otra mano. Tenía unas manos suaves de tacto agradable y el olor del ungüento me encantaba. Podría estar horas así. Hasta que habló de los dragones del circo y sus huevos.

 

-- Mis animales son maravillosos. Son como yo, ogros por fuera, un cielo por dentro. No sé porqué la gente les tiene tanto miedo a los dragoncitos. En realidad, yo temería más al Basilisco, ese es más difícil de gobernar y nos cuesta un montón conseguir que siga nuestras órdenes. Pero los dragones nos quieren, es como si mantuviéramos un contacto entre nosotros y... Creo que no les gustaría vivir libres, han perdido un poco la agresividad natural de su raza y han aprendido a convivir con nosotros.

 

Sabìa que eso no le gustaría. Seguro que era de las que prefería ver a las criaturas en su habitat natural sin interferencias humanas, y en la mayoría de los casos tenían razón.

 

-- En mi defensa, esos animales iban a ser sacrificados y yo, a cambio de estar en el Circo, he conseguido que salven la vida. Acabé. ¿Te siguen doliendo las muñecas, Annabelle?

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Anabelle Isabella Rambaldi Di Sforza

(Hermana melliza de Heliké)


La sacerdotisa escuchaba atentamente el relato sucedido con las Hadas de la Isla de Mann. Le resultaba bastante curioso que se rebajasen las medidas de seguridad. En esos momentos, cerró un momento los ojos y sintió la calidez de las manos de Sagitas. Ese simple masaje en las muñecas le recordó a un pasado en el que... Negó con la cabeza para intentar apartar esos pensamientos... Sobre todo, cuando le hacían recordar a Antonella. Menuda tontería, ella estaba muerta y Annabelle viva, no valía la pena seguir llorando el fallecimiento de nadie, pero cuando abrió sus ojos, no pudo evitar que se le llenasen de lágrimas. Suspiró...


- Tienes buenas manos para dar masajes - esbozó una triste sonrisa, alabando su trabajo, porque al menos, no las sentía tan doloridas - el potingue hace su efecto - asintió con la cabeza.


Pero sus ojos no pudieron evitar mostrar sorpresa, para que así, al menos a Sagitas no le diese tiempo a preguntar porqué estaba de ese modo...


- ¿Cómo? A nosotros nos cuesta muchísimo, bueno, a nuestros chicos. La verdad es que domar animales tan salvajes como los dragones es muy difícil - asintió con la cabeza y suspiró - algunos de los nuestros son vampiros y la verdad, domarlos es una técnica bastante complicada y hay que tener mucha experiencia. A mí no me gustaría que nadie se acercase a nuestros dragones, sobre todo por la seguridad - volvió a asentir con la cabeza...


- La verdad Hermana Sagitas, me parece que te arriesgas mucho con los basiliscos. ¿Acaso no sabes que producen la muerte con tan sólo mirarlo a los ojos? - negó con la cabeza, sonriendo - a no ser que seas vampiro, ahí no habría problema - y sin poder evitarlo, soltó una carcajada siniestra.


La verdad, es que, estaba tan distraída con la conversación que ni cuenta se había dado que había finalizado... Hizo un giro en cada muñeca y negó con la cabeza:


- Vaya, eres una artista, tía Sagitas - esbozó una gran sonrisa- gracias, ahora ya no me duelen... Pero he de decir que, si necesitas una mano con tus criaturas en el circo, no dudes en avisarme - y sin poder contenerse, le dio un beso en la mejilla, algo más largo de lo habitual, se separó, murmurando:


- ésto, perdona, yo... - tartamudeó, agobiada por los recuerdos - me has recordado a alguien... Disculpa, eres mi tía, estoy haciendo el tonto -negó con la cabeza vergonzada - saldré al exterior, que hace un día fabuloso - dijo como excusa saliendo del pequeño templete. Aunque no le gustaba para nada dejarla con la palabra en la boca, era mejor que no notase el rubor que le estaba saliendo en las mejillas, mejor eso que tener que dar explicaciones. En cuánto llegó a la salida, lanzó un largo suspiro y se sentó en un árbol cercano, disfrutando del cálido sol de invierno.

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