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El Parque de las Lamentaciones y Circ dels Joglars (MM B: 102350)


Sagitas E. Potter Blue
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Sí. Estaba segura. Quería morir en las manos de Perenela. Era la única manera que se me ocurría de acabar con aquel asesino. Estaba segura que sería su fin; tal vez, también el mío pero eso no importaba mucho. Aquel ser no podía seguir en el mundo de los vivos y el riesgo de mi muerte no era para tanto. Siempre había sabido que Jack estaba al otro lado. Para mí, la Muerte nunca había sido el final, más bien algo deseable que se mantenía al alcance de mis dedos pero que nunca llegaba... No era para tanto.

 

Sin embargo, aquel hombre no se esperaba morir. Había notado la satisfacción al notar el falso miedo de Xell. Supe que esperaba que nadie le/me haría nada, que todos me respetaban. Y era cierto. Pero precisamente porque me respetaban, no dejarían que ese hombre ocupara ni un segundo más mi cuerpo, ensuciándolo por dentro. Él esperaba que no me atacaran por miedo; yo esperaba que me mataran enseguida.

 

Y así fue. Perenela sólo esperaba mi señal. En cuanto se lo dije, se transformó en aquel terrible demonio que era y me atacó. Dolió. Noté el desgarro pero también veía en mi mente los asesinatos de aquel monstruo que había traspasado desde el otro mundo por mi culpa. Este dolor no era tan malo. Perenela volvió a morder y a estirar. La piel se rajó y la sangre salió a borbotones. Pero yo veía los cadáveres de las mujeres que aquel desgraciado había desgajado, desmembrados, atormentado... Y el dolor no lo era tanto.

 

Notaba como aquel ser luchaba contra mí, pidiendo que pidiera ayuda, que les dijera a las tres mujeres que pararan, que les diera pena para que me curaran, que me dejaran con vida. Pero yo no sentí piedad por él, a pesar que era yo la que moría. No hay piedad para los condenados y sí hay pena por todas sus víctimas. Pude más que él y no pedí clemencia. Sólo sonreí mientras mi vida se escurría entre los dientes de mi hija, con el placer de verle derrotado. Perenela se encargaría de él, en el mundo de los muertos. Era su territorio...

 

-- Si regreso, tendré que limpiar mi mente de recuerdos ajenos -- fue mi último pensamiento antes de morir.

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Eyra Weasley

 

- ¿vegestorio? - no pudo evitarlo y empezó a reír a carcajadas- desde luego, tienes poco sentido común en insultarme de esa manera - negó con la cabeza y limpiándose las lágrimas a causa de la risa que le había provocado. En cierta manera, le daba pena sí. Esa cosa intentaba apoderarse de Sagitas, pero, seguramente la fuerza espiritual de la pelivioleta era mucho más fuerte que todas las presentes. Pero aún así, no debía confiarse, no, por el momento...

 

- ¿Que me calle? -le dijo a Perenela con una ceja alzada- cariño, tú no sabes tratar con éstas cosas, o al menos, no tienes la delicadeza suficiente para hacerlo. Es mejor que dejes a las profesionales hacerlo - le indiqué con una mirada intensa y enfadada.

 

- Por mucho que tu alma rezuma a demonio esa cosa podrá apresarte a ti y llevarte a los mismísimos infiernos y eso no es lo que queremos, lo último que necesitamos es que salte de un cuerpo a otro, como un vulgar saltamontes -le protesté yo.

 

- ¡No habrá muertes aquí, en éste lugar sagrado! -le dijo a la Sagitas que, a pesar de los nervios que ocultaba tras una máscara de tranquilidad sintió la alegría de escucharla de viva voz- el único puerco que va a morir aquí, es el que está ocupando tu alma de luz y bondad...

 

- ¡basta de tanta palabrería! - dijo a viva voz. Varios pájaros salieron volando de un pino cercano.

 

Pero, nuevamente, las cosas se habían desatado sin que Eyra pudiese evitarlo. No pudo evitar sentir cierto asco al ver cómo esa muchacha atacaba a su madre, sintió como palidecía y a pesar de llevar su cayado... Sintió que se paralizaba, al menos, la rubia Xell parecía que comprendía lo que estaba pasando. Se acercó cómo pudo con pasos rápidos hasta el cuerpo que yacía en el suelo. La sacerdotisa rubia estaba atendiéndola. Sacó las hierbas que tenía en el morral y se las tendió a @@Xell Vladimir Potter Black

 

- toma, ponle ésto... taponará la hemorragia -le indicó a la niña, pues para ella, todas eran niñas- ¿sabes de nigromancia? -le preguntó- porque sino, puedo intentar atraer su alma antes de que vaya al otro lado, todavía la siento por aquí -le dijo para animarla.

 

- ¡No! - gritó la mujer, al escuchar las últimas palabras de su querida Suma Sacerdotia, a la que le tenía tanto respeto.

 

- No te vas a morir y nosotras dos no lo vamos a permitir - le dijo con una sonrisa de calma -tranquilízate y deja que hagamos nuestro trabajo... mira -saqué una botellita de la que Eyra tomaba de vez en cuando- es Elixir de la vida - dásela - le indicó a @@Xell Vladimir Potter Black

 

- también tengo por aquí una poción vigorizante, eso le ayudará más que cualquier otra cosa - pero mientras le daba las hierbas con una gasa para tapar la horrible herida le iba dejando las pociones a un lado. Sólo esperaba, que no llegasen demasiado tarde- aunque con un par de episkeis debieran de bastar para cerrar esa fea herida - le susurré por lo bajo, a la otra sacerdotisa. ¿Qué pasaba con ese ente? Eyra, no tenía ni la menor idea, su mayor preocupación era Sagitas en esos momentos.

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Fue unas sensación muy extraña topar con las ideas de Sagitas. Rezaba a la Diosa y, en cierta manera, contacté con los propios pensamientos de mi tía, envueltos en una burbuja que emergía de su cuerpo inánime.

 

- El dolor es malo, tía, pero te hace ver que estás viva. Aférrate a él.

 

Ella seguía pensando, sabiéndose ganadora de la batalla contra aquel asesino. Sentí asco al ver lo que había hecho. Me horroricé al ver qué quería hacerme, hacernos... Casi vomito cuando sentí ese despertar sexual hacia mi prima... ¡Aquel hombre era una desvariado psicópata! Menos mal que ya no estaba dentro de su cuerpo.

 

- ¡Claro que vas a regresar tía! Tú esfuérzate en quedarte junto al cuerpo!

 

Era tiempo de reaccionar. Estaba con la abuela de Helike y ella tenía razón. No íbamos a permitir que se muriera.

 

- ¡Elixir de la Vida! - No iba a cuestionar cómo era que lo tenía, así que lo tomé. - Antes hay que reparar su cuello o lo que vertamos en su boca caerá al suelo por ese... boquete...

 

Miré de reojo a Perenela con un aire enfadado. ¿Hacía falta tanta agresividad? Le había destrozado media gargante y la yugular, la vena más importante del cuello.

 

- Creo que necesitaremos díctamo. ¡O lágrimas de fénix! Los Episkeys serían poca cosa para poder curar los desgarros.

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primis Xell! perdona por la doble mención xD me di cuenta cuando ya había lanzado jajaja ¡lo siento! :P

 

On:

 

Eyra Weasley

 

- ¡Tienes toda la razón niña! - Eyra se dio un pequeño golpe en la frente por su mala pata. Era cierto. Daba igual cuántas pociones se echaran por la boca, si al final acababa saliendo todo por la yugular- te sugiero que sigas apretando la herida para que no sangra más...

 

Era un poco tonto lo que acababa de decirle sí, pero estaba nerviosa y rebuscaba en los bolsillos...

 

- aggg, sabía que tenía por aquí esencia de díctamo -protestó inquieta. Suspiró ahora, con más calma. Debía hacerlo por Sagitas. Sabía que si no la salvaba... bueno, temía más a la ira de su nieta que cualquier consecuencia indirecta... Cómo los fantasmas o otras cosas.

 

- lo siento, lágrimas de fénix creo que no tengo... sé que mi nieta tiene uno, pero no puedo avisarla. ¿Sabes la bronca que me caería si no le digo lo de su suegra? - dijo con una sonrisa. A pesar de estar arrodillada y algo de distancia, había manchado sus manos de la sangre que provenía de la herida, a pesar de que, en el muelle, caía hacia abajo pero aún así, espesa como era aún tenía algo de fuerza para desplazarse.

 

- No sé si sería mejor coserla y después aplicar episkeis. Aunque usemos esencia de díctamo, habría que gastar un par de botellas para cerrar la herida. ¿Qué dices sacerdotisa? - le preguntó temerosa. Sabía que, tenía muchas dudas a la hora de actuar y que si no lo hacían ya, más rápido Sagitas se iba a ir pronto si no estaba ya muerta y no quería pensar en esa última posibilidad.

 

- Si tienes primeros auxilios será mejor que te apresures, yo te iré pasando lo que necesites -le decía la buena mujer con las manos temblorosas.

 

@@Xell Vladimir Potter Black

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Seguí el consejo de la señorita Weasley al pie de la letra, apretando aquella herida para impedir que la poca sangre que quedaba se fuera del cuerpo de la tía. Empezaba a ponerse de color blanco.

 

- Es irónico que la tía posea todos los ingredientes que se venden en la tienda e incluso tenga pociones propias que no se venden. Se va a morir - ¡ya estaba muerta! - por no poder usar sus propias pociones. ¿Y si mandamos a alguien a la mansión a cogerlas? ¿Llegaría a tiempo?

 

Hice un amago de sonreír. Sí, la prima Heliké seguro que se enfadaba con todas nosotras por no decirle lo sucedido con la tía Sagitas. Negué con resignación y tristeza.

 

- No he hecho Primeros Auxilios... - Di un pequeño respingo. - ¡Este es un negocio de la tía! El Circo está ahí, podemos llamar a uno de los elfos para que traiga medicina. Tienen mucha para los animales y... - no quería decir que la tía Sagitas fuera un animal pero muchas pociones servían para los humanos y las criaturas a la vez. - ¿Les mandamos un patronus o un pergamino, señorita Weasley?

 

Estábamos en el muelle y allá sólo estaba el fantasma del lago. ¿Le podríamos pedir ayuda?

 

- Tienen de todo tipo de díctamo y seguro que tienen pociones reparadoras para restaurar de todo. El Elfo veterinario es muy bueno para curar las heridas de los animales.¿Les pedimos ayuda?

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Eyra Weasley

 

Eyra no sabía qué hacer en esos momentos. Sólo tenía ganas de llorar pero sabía que sería inútil. No serviría de nada si no espabilaban. Recordó algo. ¡Tenía la nigromancia! No sabía cómo vendría Sagitas del otro lado, o incluso si pudiese ser la misma sacerdotisa que había conocido. Hacía siglos (literal) que no usaba ese arte y por la otra parte antaño, no es que fuese muy efectiva. Más que nada porque parecían vivos sin alma, como cascarones de huevo, vacíos por dentro. Y además, cómo si un dementor, les diese el Beso. Aunque tenía a la niña Xell... Quizás su nieta pudiese ayudarlas. Sabía que había adquirido la habilidad y estaba orgullosa de ella... ¿Sería suficiente? Con una debía poder...

 

- ¿Eh? -susurró ella con los ojos acuosos- niña, Sagitas no es ningún animal. Y es más, dudo mucho que ese elfo sepa algo de... además, ¿sómos brujas, no? Entonces, deberíamos poder atraer a Sagitas. Yo poseo la nigromancia... No sé si llamar a Heliké, ¿tú qué dices? - preguntó con voz temerosa tanto por la respuesta como por la situación en la que estaban.

 

- Bueno, si esa medicina también es usada para humanos no tengo inconvenientes -dijo la mujer, mirándola a los ojos - pero deprisa, por favor. Puedo intentar hacer algo. Practicar la nigromancia, hace siglos que no la uso pero, y es más, cuánto más tardemos menos posibilidades tenemos de hacer regresar a Sagitas si no se ha ido ya... - tocó el pulso con el dedo índice y casi dio un respingo - no sé tú. Me parece que su corazón tiene algo de latido. O puede que sólo sean imaginaciones mías.

 

- El elfo, para que traiga la medicación nada más -le advirtió- pero rápido, rápido. Y aprieta con fuerza, pero habrá que cambiar el vendaje - dijo asqueada al ver cómo ya estaba empapado de sangre.

 

@@Xell Vladimir Potter Black

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Ya no era agradable la situación. Aquel psicópata asesino estaba probando una situación inesperada. En toda su vida, ni siquiera cuando murió, había sentido miedo. Supuso que para todo había una vez. Y ésta era del todo inesperada.

 

Era cierto que llevaba mucho tiempo muerto y era la primera vez que poseía un cuerpo desde su muerte. Pero incluso en el inframundo, él había avasallado a las almas de los individuos sin gemelos para rebelarse. Era fuerte, tenía poder, acaparaba todas las energías, las absorbía, era capaz de quedarse con su fuerza y confinarla en un limbo del que no saldría mientras él aumentada su capacidad de hacerse con todo en aquel lugar. No se metía con los demonios pero los humanos muertos... ¡Oh, sí, esos sabían a gloria!

 

Y ahora... Había pensado que aquella humana no sería capaz de resistir su presión, la vio empequeñecerse, casi desaparecer de su propio cuerpo, la vio inútil para defender lo que era suyo. Nunca pensó que aquella mente fuera capaz de blindarse de tal manera que no la detectara. Ahora lo entendía: Sagitas era una occlumante y no había podido con ella.

 

Pero no era sólo eso: había en ella un orgullo tan similar o más que el suyo, una fuerza personal que le había derrotado sin darse cuenta: aquella mujer prefería morir antes de rogar que no la mataran, algo con lo que él contaba para ganar aquell batalla. Todos rogaban por sus vidas. Ella no, ella se burlaba de la Muerte. No se lo había esperado.

 

Y el ataque de aquella mujer tan deseable tampoco se lo había esperado. Había visto como se controlaba por no dañar a su madre. Hasta que ella no le dio el permiso, aquella mujer había mantenido su aspecto humano sin decidirse a atacarla. Era su madre; podía sentir como la amaba... Siempre se había valido de ese sentimiento cuando atacaba a grupos, por miedo nunca hacían nada.

 

Y, ahora, era él quien sentía miedo. Aquellas dos mujeres eran tan diferentes al resto... No les importaba morir, eran leales y tenían principio.

 

El psicópata asesino quería huir. Estaba aterrorizado.

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Por primera vez sonreí con malevolencia, sentí el calor correr de mis brazos hacia la cadena, el terror en sus ojos fantasmales era mejor que cualquier bálsamo, que cualquier muerte, que cualquier asesinato que pudiera cometer, la cadena de plata tomo un color brillante reluciente mientras el fantasma que amarraba se volvía mas y mas opaco, perdiendo su vida, su pasión, su brillo, al final el ultimo recodo de su existencia se evaporaba en el aire en una estela de humo negro y lo que una vez había sido un ser peligroso hasta lo indecible ahora era solo un recuerdo.

 

Deje que la ira que me había alimentado se desvaneciera, saliera de mi y poco a poco mi piel azul remitió volviendo al suave tono blanco cremoso que me caracterizaba, volví la vista hacia donde Xell y Eyra atendían a mi madre, me senté a un lado de ellas para poder ver a mi madre:

 

-¿Como esta ella? ¿como esta mamá?

Siempre seré tu hija... Reiven Grindewald te quiero // NiqQIUZ.gif

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Me puse muy roja con la respuesta de la hermana de la prima Helike. La Señorita Weasley me riñó de forma amable diciendo que la tía Sagitas no era un anima (¡Si la conociera, no diría lo mismo!) y bajé la cabeza, avergonzada porque me había entendido mal.

 

- No quise decir que eran la mejor opción para atender a la tía, señorita Weasley. Es que son la opción más cercana, ya que están ahí. ¿Ve esas luces? Ese es el Circo. Y son fieles, muy fieles, no dirán nada de lo sucedido aquí para no causar problemas a la prima Perenela. ¿Qué cree que dirían los funcionarios del Ministerio si supieran que ha matado a su madre? Y es una Warlock. ¡Sería terrible!

 

Pensé en lo que decía y sí, supongo que unas manos más no importarían.

 

- Sí, puede llamar a la prima Helike. Yo llamo a los elfos del negocio.

 

Moví la varita e invoqué un patronus que se acercara al Circo y llamara al Enano Gruñón, quien traería toda la medicina disponible. Después apreté con fuerza aunque era inútil. Ya no había vida en esos ojos. No quise mirar hacia la prima Perenela, quien había acabado ya con el intruso. Después preguntó por su madre.

 

- ¡Pues está muerta! - Le chillé porque estaba asustada. - ¿Por qué te ensañaste con ella? ¿Por qué no la mataste de forma más suave? ¿Por qué la mataste?

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El Enano Gruñón estaba, lógicamente, gruñendo, en la enfermería del Circo. Alguien se había dejado abierto el redil sin retirar la alambrada, por lo que uno de los hipogrifos se había herido en una pata. Los elfos que le acompañaban tenían las orejas bajas. ¡Mejor así! Como pillara a quien le había hecho daño a su criatura, puesto en peligro su vida, les rebanaría por la mitad. ¡Su dulce animalito, herido!

 

-- Inaguantable -- gruñó, fuerte, par que le oyeran todos.

 

Un elfo se atrevió a decir que sólo eran unos arañazos y el Enano Gruñón le lanzó una botella de desinfectante a la cabeza. El elfo salió corriendo del box y esperó fuera, para que no le alcanzara si seguía lanzando cosas.

 

Un Patronus se materializó en ese espacio y dejó un mensaje rápido. El elfo se puso a tirarse de las orejas y todos los del box le miraron, inquietos, extrañados por la reacción del elfo. Bueno, todos no; el Enano Gruñón siguió a la suyo, limpiando con mucho amor las heridas del Hipogrifo. Y volvió a gruñir cuando el elfo que había expulsado, entró y le interrumpió en su labor.

 

-- Avisan que la Ama Sagitas está herida de gravedad en el Parque. -- Todos los elfos se angustiaron y empezaron a preguntar en voz alta sobre lo sucedido. El Enano no. Le importaba un pimiento. -- La Amita Xell pide que le llevemos urgentemente todas las medicinas que dispongamos.

 

Ahora sí que levantó la cabeza.

 

-- ¡De eso nada! Estas medicinas son de uso exclusivo de los animales del Circo. No para humanos. No molestes o te tiro otro frasco. ¡Y esta vez acertaré!

 

El elfo no se dejó influir por la amenaza. ¡La Ama Sagitas estaba herida!

 

-- ¡Nos ha dado un trabajo digno en el Circo! -- No reaccionaba y amenazaba con un bisturí afilado a quien se atreviera a sacar un sólo algodón de aquella enfermería para ayudar a un humano. Por él, que se murieran todos. -- ¡Si no fuera por ella, seguiríamos siendo esclavos y maltratados por nuestros dueños! Y nos paga un sueldo, nos da comida gratis y nos protege.

 

El Enano arqueó una ceja y blandió el bisturí de nuevo. ¡Qué se atrevieran a acercarse! El elfo intentó pensar en una buena razón para él ya que éstas no le importaban.

 

-- Si ella muere, todos los animales del Circo se llevarán a la Reserva y se anulará el negocio. No podrás cuidar a más criaturas.

 

El Enano frunció el ceño y reflexionó. Bajó el bisturí y preparó un gran maletín.

 

-- Esta bien. No dejemos que muera, entonces. Tú, acompáñame. El resto, vendar esa patar y ¡ay de vosotros! si me entero que el animalito sufre.

 

Cuando llegaron, una chiquita rubia preguntaba a otra morena porqué le había matado.

 

-- Nadie muere en mi guardia. Dejarme espacio.

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