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El Parque de las Lamentaciones y Circ dels Joglars (MM B: 102350)


Sagitas E. Potter Blue
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Estaba muy enfadada pero era por el miedo que sentía. Sagitas llevaba muchos minutos muerta, sin sangre y sin saber cómo curarla. Yo no tenía Primeros Auxilios y creía que ningún otro de los presentes lo tenía, así que la tía iba a morir por nuestra falta de conocimientos. Estaba muy asustada. Una voz gruesa dijo que nadie moría en su guardia y suspiré agradecida. Alguien que sabía lo que hacía, menos mal.

 

Hasta que vi que era el Enano Gruñón. Era conocido en el Circo por importarle únicamente los animales y odiar a los humanos. Yo desconfié que él dejaría morir a la tiita sin ningún remordimiento.

 

- ¿Estás seguro que...? ¿Sabes lo que haces?

 

No debí hacerlo. Aquel Enano Gruñón me dirigió una mirada asesina.

 

- Los humanos no sois tan diferentes de los animales: un corazón, mismos órganos vitales y un fallo en ellos cuando pierden tanta sangre. ¿Qué le hizo su madre para hacerle esto, mujer? - Hablaba con desdén a todos pero pensé que Perenela lo mataría por su atrevimiento. - Tiene el cuello destrozado a dentelladas. Tuvo que decirle algo bien horrible.

 

El Enano puede que sea un gruñón pero era eficiente. Esparcía polvos sobre la piel desgarradas y después un líquido que efervescía y se ponía de color verde.

 

- Le va a doler muchísimo. Menos mal que está muerta aunque seguro que está gritando en el Limbo.

 

La piel se revolvía y parecía tiras de bacon quemada. Sentí mucho asco pero noté que se unían, dejando unas cicatrices horribles. Tal vez no fuera un buen cirujano pero aquel Enano sabía lo que hacía.

 

- ¿Se curará?

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Eyra Weasley

 

Ni la señora Weasley se había dado cuenta de que alguien respondía. Es más, estaba de rodillas frente al cuerpo inerte de Sagitas. A pesar de que le había puesto algo sabía que no era suficiente. ¡Cómo iba a serlo! Era una herida que no se podía coser con tres puntadas. Hacía falta mucho más. No pudo evitarlo y se encaró a la muchacha.

 

- ¿¡Tenías que comportarte como ese cerdo!? - le gritó pero no era culpa suya. Eyra lo sabía bien. Quizás su instinto demoníaco la había obligado a ello pero era tan... no sabía si decir asqueroso pero tampoco era un camino de rosas. Notaba las manos pringosas y las apretó con rabia.

 

- Al menos espero que hayas acabado con ese espíritu, ¡niña! - le regañó a la hija de Sagitas.

 

- está bien, está bien -asintió con la cabeza a la muchacha rubia - llámalos entonces, yo llamaré a mi nieta. Sé que trabaja en una clínica y puede que nos grite, pero sé que lo hará mejor para... arreglar, éste desastre - susurró y no pudo evitar que unos lagrimones le salieran por la cuenca de los ojos. Del poco tiempo que conocía a esa mujer la admiraba y le tenía mucho cariño, sobre todo, por el respeto que demostraba ante todos los animales- tranquila niña, tranquila - le susurró a Xell, los ánimos estaban bastante alterados, Eyra lo sabía. Lo notaba. Para eso era sacerdotisa, ¿no? pero aún así no dejaba de impresionarle todo lo que había pasado.

 

Y alguien más había llegado. ¿Quién era? Se fijó bien en el ser, era un enano, suponía que se encargaba de todo lo referente al circo y al parque, no tenía ni idea de si había más guardianes, pero tampoco importaba en esos momentos.

 

- ya está muerta, señor enano - le dijo con todo el respeto que podía decirle. Pero aún así se apartó. Se acercó al agua y se lavó las manos que estaban completamente empapadas de sangre. Cuando terminó con el proceso de lavado, se echó un poco de agua fresca en la cara para refrescarse, iban a necesitar muchas energías para hacer volver a Sagitas si no estaba ya, en el otro lado. Pero, ¿querría volver?

 

Vio como actuaba con rapidez y se sorprendió al ver como cicatrizaba esa herida con cosas que le había puesto y que la señora Weasley desconocía lo que contenía. Le hubiese gustado aprender más de ellos, pero tendría que ser en otro momento.

 

- Xell... está muerta, habrá que traerla del otro lado -le dijo la sacerdotisa a su compañera - ésto es sólo para cerrarle la herida... -no quería ser tan brusca pero había que ver la realidad - llamaré a mi nieta. Sé que hizo nigromancia, así que, entre las dos, quizás... pero habrá que llevarle a un terreno más cómodo para el cuerpo. Ésto es bastante inestable.

 

Suspiró nuevamente y fue a terreno firme mientras limpiaba sus lágrimas con el dorso de la manga blanca manchada. Sacó su varita de serbal y susurró un 'expecto patronum' éste no tenía una forma definida, más bien era una forma redondeada pero serviría como mensaje. Ese era lo principal y el mensaje que contenía era: Heliké, ven al parque, urgente. Tu abuela te necesita.

 

No sabía si estaría trabajando a esas horas, pero estaba segura de que, si veía esa bola de luz, vendría curiosa. Conocía muy bien a su nieta.

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  • 3 semanas más tarde...

El Enano Gruñón desconectó de esos humanos. Eran puros mentecatos, todo llenos de sentimientos contradictorios. A ver, ¿quién mata a su madre y ahora se preocupa de salvarla? Vamos, una locura. Y la otra rubia, por poco le dió un empujón para apartarla, mira que preguntar si él era apto para curara a Sagitas. (Nunca le diría Ama, ella no era Ama, ella era la dueña de unos animales que merecían la libertad, si pudiera, la dejaría morir sólo para que aprendiera a tratar mejor a las criaturas del Circo. Aunque había que reconocer que, de todos los dueños de circos por toda Europa y Asia que había visitado, ella era la que mejor entendía su papel de "dueña" de criaturas mágicas)

 

-- Ande, aléjese de mí, me... molesta.

 

Se calló un poco. Era algo más que molesta, ahí encima, llorando y llenando todo de babas. Si la mujer resucitaba y volvía a morirse por una septicemia, sería su culpa.

 

-- Deje de hacer preguntas est****as. ¡Claro que se curará! Tal vez no pueda hablar nunca más en la vida con los desgarros que tiene en las cuerdas vocales. Pero se curará. ¿No le he dicho que en mi guardia nadie se muere?

 

Aunque la rubita no era la peor. Aquella otra mujer le gritaba muy fuerte a la hija de la dueña. No es que le importaran las peleas entre humanos. Le era indiferente. Pero los gritos le ponían nervioso. Demasiados gritos en su vida que le traían recuerdos malísimos. Debía reconocer que todo había cambiado para bien desde que entró a trabajar en el Circ dels Joglars. Era una larga historia, era mejor que Sagitas volviera. No quería tener que buscar trabajo de nuevo. Además, ¿quién iba a cuidar de aquellas acromántulas? Una iba a ser madre de nuevo.

 

-- No está muerta. No como lo conocen ustedes. Los humanos matan demasiado pronto. Aquí hay vida. Un punto de luz -- dijo, señalando la cabeza. -- Aún está unida a su espíritu. Mientras el punto persista dentro, está viva.

 

El Enano Gruñón decía, en realidad, lo mismo que las dos mujeres sólo que a su manera. Los elfos no piensan como los humanos, tienen una perspectiva diferente de la vida.

 

-- Por eso a mí no se me muere ninguna bestia, porque sé cuando realmente hay vida o no en el animal. Y aquí hay vida.

 

Guardó silencio, por fin el resto también, y consiguió restañar las heridas. Horribles cicatrices pero él era un buen sanador y curaba las heridas. No era un cirujano plástico, eso ya lo curaría Sagitas cuando se recuperara. Él la mantenía viva, la estética no era de su incumbencia.

 

-- Bueno, si han de hacer algo para unir su alma y su cuerpo, háganlo cuanto antes. La luz se apaga.

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Eyra Weasley

 

Bufó ante lo dicho por el enano. Eyra tenía mucho respeto a todos los seres vivos pero tal y cómo él hablaba como si fuese señor de ese lugar, le sacaba de quicio, pero a decir verdad si decía que podía traer a Sagitas de vuelta, no diría más nada. Pero aún así... aún así... había algo en ese ser que no le gustaba en absoluto. Quizá fuese por el simple hecho de que, tenía la confianza de la dueña del lugar, para con los animales. Pero hizo lo que le había pedido, se apartó a un lado y le dejó hacer con sus cosas... Aunque le sorprendió el hecho de que, dijera que si podría hablar sería un auténtico milagro por el desgarro que tenía en esa zona... Sí, ciertamente Perenela se había pasado muchísimo a la hora de sacar a ese ente de su cuerpo. ¿Serían su mutismo quizá de por vida, una de las consecuencias de ese acto? No quería ni pensarlo. Se fue hasta la zona de la entrada del embarcadero. Quería esperar allá a su nieta. Estaba segura de que vendría a pesar de las continuas broncas y discrepancias con su suegra... pero aún así, estaba nerviosa... ¿Cuánto tiempo más tendría que esperar? Protestó para sí.

 

Pero, mientras el enano iba diciendo cosas Eyra fue preparando las suyas. Dejó la varita a un lado y se pudo de rodillas. Sacó un pequeño mantel que tenía en el morral de cuero atado a la cintura y fue sacando varios objetos para practicar la nigromancia; velas negras, una campana pequeña, un libro de hechizos que, contenía todo lo necesario, un mortero, y varias hiervas que tenía en saquitos además de incienso... Esperaba que, la suave brisa del lugar llevara la llamada hasta la zona en dónde estaría Sagitas. Algo le decía que bien podía estar ahí mismo, pero en otro plano y que todavía no había pasado al otro... Puede que incluso, estuviese esperando esa "llamada" para poder acceder al plano terrenal. Debía confiar en las habilidades de su nieta para con la nigromancia. Debía tener esperanza.

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DRpHPtc.jpg?1Sagitas:

Al principio todo era oscuro. Me extrañó ver negro. Alguna vez he pasado por esto de estar muerta pero siempre había un espacio blanco puro que se iba haciendo azul a la vez que ascendía. En mi principio, todo fue negro.

Supongo que eso se debía a que yo arrastraba o era arrastrada por el espíritu de aquel asesino. No lo sé, esto es una elucubración. Aquí arriba no existe el tiempo. En realidad, tampoco podía asegurar si estaba arriba o estaba abajo. Sólo que había negro. Olía a negro. Sabía a negro.

Era desagradable.

Pero aún no estaba asustada. Había aceptado mi muerte y había visto con una sonrisa como me mataba mi hija. ¿Cómo había podido sonreír? Había sido horrible. Antes de morir sentía dolor, mucho dolor y sin embargo, no podía dejar de sonreír. Era porque había pillado a ese sanguinario y Perenela estaba acabando con él. Bueno, también conmigo, sí, pero yo confiaba en Xell y en Eyra, la hermana abuela de Heliké.

Pero ahora estaba extrañada. ¿Por qué era todo negro? Intenté caminar y choqué contra algo. Lo reseguí con la punta de los dedos. Parecía un cristal, duro, compacto. Impenetrable. Aquí empecé a asustarme. Lo reseguí y acabó de forma abrupta en un ángulo de 90º hacia la derecha. Apenas un metro después hacía el mismo giro y volvió a hacerlo de nuevo. Estaba enjaulada entre cuatro paredes invisibles de negrura.

Aún tardé en entender qué sucedía. "La Jaula de los Depravados". Un lugar donde los seres más execrables eran aislados para que no pudieran contactar con nadie, atacar a nadie, abandonar su encierro nunca en aquella eternidad de oscuridad que les reservaba. Sólo los seres más malignos merecían ese castigo en el mismo infierno. Jadeé sin poder respirar al darme cuenta que estaba allá en lugar de aquel asesino que se había apoderado de mi cuerpo. Aquel era su lugar y... ¡Había quedado yo encerrada cuando Perenela se lo había cargado del todo!

Aquí perdí la cabeza. Empecé a golpear aquella barrera y a gritar, aclamando que era un error, que yo no merecía estar ahí, que yo era inocente... ¿Y si me quedaba allá para siempre? ¿Y si ni la Muerte iba a ser piadosa conmigo y dejarme estar con Matt?

 

Una luz imprevista, más que luz era algo gris que parecía abrirse, dio paso a una silueta totalmente asquerosa y aterradora. Grité de pavor al verla.

 

-- Todos decís lo mismo, que soy inocentes... ¿Cómo se atreve a alegar inocencia, señor Jack Lecter? Es usted un depravado asesino en serie que va a cumplir una condena eterna por sus asesinatos... Bienvenido al Infierno de los Infiernos...

 

Grité de nuevo. Era un error, yo no era él, ese...

 

-- ¡Soy Sagitas! ¡Sagitas Ericen Potter Blue! Se han confundido. Por favor, no, no se vaya. ¡¡Se han confundido!!

Editado por Sagitas E. Potter Blue

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Tenía un sueño raro. Desde que me había convertido en semi-humana no me acostumbraba a eso de los ciclos del sueño, pero debía hacerlo. Era fundamental para que, el crecimiento del bebé fuera el correcto, eso me había dicho la sanadora. Pero aún así, no estaba habituada a ello, para nada. Había dado la última vuelta en la cama y ésta vez, mirando a Matt que, descansaba profundamente y que, parecía que no se había percatado de mis últimos movimientos en la cama. Pero en mi fuero interno sabía que algo pasaba, ¿sería por eso que no descansaba como de costumbre?

 

Al final, harta me levanté de la cama. Arropé a Matt y le di un suave beso en la frente a mi marido que descansaba como un bendito. ¡Ojalá pudiese yo conciliar el sueño de esa manera! Y por supuesto, también la niña, cuando naciera. Pero bueno, sabía que, con ayuda de Sagitas y con el resto de la familia iba a ser mucho más fácil criar a la heredera de los Potter y de la familia Rambaldi. No podía evitarlo, me sentía orgullosa de ello. Mientras iba pensando en ello, me dirigí hasta el baño y me refresqué un poco. Me sequé la cara con una toalla que tenía cerca y por el rabillo del ojo, vi como el sol, poco a poco iba asomando. Aún eran estertores, pero seguro que era demasiado temprano para estar despierta... Aunque eso sí, en la mansión todo parecía estar tranquila y en pleno silencio, me gustaba y me dejaba intranquila a partes iguales.

 

Salí a la terraza de nuestro cuarto y la luna llena aún brillaba con gran intensidad. Después de las vacaciones de Pascua aún se asomaba grandiosa en el firmamento. Añoraba las noches en que me pasaba buscando planetas, estrellas y todo tipo de objetos celestes. Pero claro, las prioridades cambiaban. Desde lejos me pareció ver una especie de estrella fugad o un meteoroide pequeñito, pero a medida que iban pasando los segundos, achiné más los ojos. ¿Iba a caer en el suelo? Esperaba que no, pero aún así no debía de ser lo suficientemente grande cómo para hacer grandes estragos.

 

Al momento siguiente, esa pequeña bola de luz, fue en la dirección hasta a dónde estaba y enseguida caí en la cuenta. No tenía una forma definida, parecía humo envuelto en una luz brillante. Era un patronus. Esperé antes de adentrarme al interior y sentí la voz de mi abuela a través de él. Notaba que palidecía. Me agarré a la baranda de mármol y suspiré. Ella siempre metida en problemas, ¿qué haría yo con esa mujer? Me pedía ir al parque, podía arreglarme pero si era de suma importancia tendría que ir como estaba, en pijama. Aunque para ser sinceros, no me gustaba en absoluto. Suspiré otra vez y fui de nuevo al interior del cuarto que compartía con el pelirrojo. Tomé el morral de cuero y dentro llevaba todo tipo de pociones y hierbas que necesitaría, ademá de mi varita de álamo. Cogí una capa de viaje abrigada y me hice mejor la coleta que llevaba puesta. Pero, a decir verdad, me puse en los pies las botas de piel de dragón que eran calientes y abrigaban bien, lo último que necesitaba era pescar un resfriado. Dejando una nota a Matt por si despertaba y no me veía, le informaba de que estaría en el parque...

 

¿Qué demonios había pasado? Me giré sobre mis talones y me desaparecí de la mansión Potter Black hasta llegar a las puertas de hierro en forma de dragón.

Editado por Helike Rambaldi Vladimir
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La señora Weasley estaba enfadada. Por un momento entendí que Heliké y ella eran famliia, por la forma de hablar fuerte cuando les salía el genio. Tenía un carácter fuerte que chocó con la del Enano Gruñón. Me dijo que Sagitas estaba muerte y le dije que no.

 

- ¡No, no lo está! La tía Sagis no puede estar muerta, nunca, no. Me niego a aceptar eso. Ella es fuerte y luchadora.

 

Me hizo llorar. No era el final que quería para la tía. También me hizo llora el enano, pues me llamó molesta.

 

- Sólo quería ayudar.

 

Se lo perdoné en cuanto dijo que no estaba muerta y aseguró que había vida en ella. Me preocupé cuando dijo que la luz se apagaba.

 

- ¿Qué podemos hacer?

 

La abuela de Helike era muy buena. estaba montando un ritual allá, sobre la hierba. Eso me dio esperanzas.

 

- ¿Quiere que le ayude? También soy sacerdotisa, tal vez pueda intentar atraer su alma hacia aquí. O las dos juntas, unamos las manos e intentemos hacer un viaje astral para atraer su espíritu, tal vez sólo está confundido y no ve el camino. - Bajé la vista, algo sonrojada por el atrevimiento.- Después, si apareciera Helike y como Nigromante, la hiciera volver...

 

No estaba segura de lo que decía pero creía que podía funcionar. Si la encontrábamos.

 

- Por favor, diga que sí funcionaría. La misma Sagita me enseñó a hacerlo hace años, en la Discoteca Nefertiti, cuando unos egipcios me usaron para atraer a una princesa muerta. Creo que recuerdo todo lo que ella hizo y podría volver a traerla aquí, con nosotros. Diga que sí, señora Weasley... - La miraba implorante. Algo teníamos que hacer.

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No sé cuanto tiempo estoy golpeando aquel límite de la jaula que me encerraba. Cuando me quedé sin fuerzas, resbalé hasta el suelo y acabé sentada en él, con las piernas recogidas, intentando ocupar el mínimo espacio allá dentro. Había un error. Sí, claro que lo había, sólo que no podía demostrarlo. Es por ello que, tras el cansancio, sólo quedé así, sentada apenas y jadeando, mirando la negrura que me rodeaba.

 

-- El Infierno de los Infiernos...

 

Hasta aquí no llegaría ningún lamento de una sacerdotisa. Mi familia no podría encontrarme en él. No vería aquella jaula. El Infierno de los Infiernos no era localizable si no eras un fantasma. Tenías que estar muerto para acceder. Nunca más volvería a ver a Xell, a Reena, a mis hermanas. Por que no tenía manera de demostrar que yo era yo, Sagitas, y no ese Jack Lecter que había ocupado mi cuerpo.

 

Era un misterio. ¿Cuánto de aquel ser se había quedado impregnado en mi alma para que me confundieran con él? ¿Realmente había pasado a ser tan mala como ese personaje?

 

-- ¡No! Soy Sagitas, soy sacerdotisa, no soy él. Él está...

 

¿Muerto? Sí, lo estaba, lo estaba antes de poseerme. Error mío el dejarle salir de aquel limbo pero... ¡Él estaba muerto! ¡Y conocía a otro muerto que también rondaba por aquellos lugares...! Tal vez no en aquel infierno pero... Me puse de golpe de pie y volví a golpear la barrera que no me dejaba escapar de aquella jaula.

 

-- ¡¡Jack!! ¡¡¡Jack!!!

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Jack

 

Aquello había sido un duro mazazo en lo que componía mi vida. Si es que un fantasma podía hablar de aquellas cosas, de "composición" y "vida"

 

Pero yo lo hacía, porque desde el momento en que aquellos espíritus habían llegado a ocupar el cuerpo y la mente de Sagitas, había sentido como si un muro se me echara encima. No había sido capaz de seguir, como ser "material" en el mundo, junto a las chicas. Era extraño tener una sensación asi, de dolor en todo el cuerpo.

 

Aunqeu había algo que siempre conseguía traerme de vuelta. Sagitas. Ella, y sus gritos para llamarme.

 

Cuando me materialicé, nos encontrábamos frente a frente, en una jaula.

- Eh, eh, no grites. - pedí, mientras me frotaba la cabeza.

 

Reconocí donde estábamos, o al menos, creí que lo hacía. Abrí mucho los ojos, asustado por ella.

- Por que estas en un lugar como este?

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Quizá la palabra que sentía en esos momenos al aterrizar delante de la puerta del parque, era sencillamente, miedo. Sí, estaba acojonada. Estaba acostumbrada a todo tipo de cosas desde que había vagado por el resto del mundo, dando tumbos hasta que llegué al pueblo de Ottery y finalmente, me había asentado en él. Habíamos tenido muchas aventuras y desventuras con diferente finalización en cada una de ellas y resultó que para bien, habíamos salido casi indemnes. Pero a decir verdad en esos instantes era un miedo irracional y eso que había estado en muchas ocasiones en el parque y de noche. ¿Porqué tendría que ser diferente esa vez?

 

Quizá fuese por mi abuela, que, con su patronus me había llamado urgentemente. Hacía siglos que no conjuraba uno, sí, literal. No necesitaba emplear ese tipo de métodos de comunicación porque ella empleaba otros y muy eficaces, a pesar de que los guardianes de luz eran propios de cada uno y no se podían interceptar. Suspiré y el vaho salió de mi boca hasta que se desperdigó. Abrí la puerta del parque y su particular chirrido hizo que frunciese el ceño. Deberían echarle aceite a esas visagras que tan desgastadas estaban por el tiempo. Dejé suficiente espacio abierto para poder pasar yo, después de estar dentro volví a cerrarla y lo hizo con un chasquido.

 

Agarré con fuerza mi varita de álamo. Puede que los animales del bosque no me atacaran pero a lo mejor si lo hicieran los seres inmateriales. No me extrañaría nada que rondara alguno por allá a esas horas. Con un susurro de un lumus la punta de mi varita se encendió e iluminaba ténuemente la oscura hojarasca y el camino que daba en dirección al lago. ¿Estarían por allá? No quería demorarlo más y apresuré mis pasos para intentar encontrarlos mediante los diferentes aromas que pululaban por el lugar. Agradecería que, en esos instantes tomarme un café bien caliente porque a pesar de estar en la primavera, yo tenía frío. O quizá era la propia desazón que sentía en el cuerpo, cada vez que llegaba hasta la zona del muelle.

 

Seguí caminando hasta el lugar. Tenía miedo de lo qué encontrarme hasta que divisié el pelo plateado bañado por la luna de mi abuela, un cuerpo en el suelo y un pelo rubio que conocía bien, era de Xell. Me puse en tensión, ¿qué iba a encontrarme? Afiné mi vista y me sorprendió ver un cuerpo en el muelle de madera, un pelo característico violeta, me sorprendió y vi como mi señora abuela estaba haciendo algo en el suelo... Me acerqué rápidamente...

 

- ¿Qué... qué ha pasado? -murmuré inquieta. No quería mirar, pero al final lo había hecho. Fijé mi vista hasta el cuerpo ¿inerte? de mi suegra y me escandalizó el tremendo tajo que tenía en el cuello - pero, ¡¿qué c*** ha pasado aquí?! - no pude evitar gritar. Mi abuela me miró con el morro girado.

 

- ¡Niña, te voy a lavar esa boca! ¡No digas tacos! - negué con la cabeza, pero no me atrevía a ir más allá- digamos que... algo que salió mal, o bien, según se mire...

 

- según se mire... - repetí yo- ¿magia oscura? -ella negó nuevamente con la cabeza- ¿espíritus? ¡Qué! - urgí yo, con mi voz. A pesar de todo en el lugar en el que estábamos había una paz, una paz rara que hacía que me ajustara más la capa que llevaba encima. No me gustaba nada.

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