Jump to content

Encantamientos


Liam Black
 Compartir

Publicaciones recomendadas

http://i.imgur.com/QBaP6Ck.png

Entorné los ojos. Las reformas no solo se habían asentado en el Ministerio, sino que también habían equiparado gran parte de la academia. O de lo que antes era una academia. De todas formas, había decidido conservar mi puesto como profesor de encantamientos, con cambios o no, seguía siendo un empleo que había querido tomar y no iba a dejarlo por un par de complicaciones.

 

Pasé una mano por la rasposa barba que comenzaba a crecerme en el mentón, como siempre hacía cuando estaba pensativo. Les había mandado una lechuza a todos —todos— los alumnos que tomarían la clase y probablemente ya les tendría que haber llegado. En ella relataba lo que debían hacer para acudir al aula, que no se encontraba en el mismo lugar de siempre.

 

Siguiendo por el pasadizo que marcaba el mapa anexo a la carta, los magos tendrían que dar con una serie de pruebas antes de poder entrar exitosamente al mismo salón en el que yo ya me encontraba. Para cada uno, el desafío sería diferente, pero el total de cinco obstáculos seguía manteniéndose. Verdaderamente podría aparecerles cualquier cosa allí dentro, por lo que les había recomendado llevar ropa cómoda y sí o sí su varita mágica consigo. Algo que yo había saltado al vestirme con una túnica azul oscuro, porque como profesor no podía presentarme de manera diferente.

 

En conjunto eran hechiceros espectaculares y con una destacada trayectoria, por lo que no se les dificultaría mucho llegar con vida al aula de clase, pero igual iban a tener que regirse bajo mis órdenes si querían aprobar. Ahí estaba lo divertido de ser profesor.

 

Re-ojeé el lugar antes de que los susodichos aparecieran. No era un lugar demasiado llamativo; en realidad era una simple aula de encantamientos en la que se podía notar el deterioro con solo prestarle atención a las manchas de húmedad en las paredes, o las grietas que se iban abriendo en la madera de los pupitres. Pero eso no era algo que me interesara mucho, ya que no íbamos a quedarnos allí después de todo.

 

Dirigí la vista a la pequeña puerta verde de la esquina, la que marcaba una entrada al lugar. Era importante tener en cuenta eso, porque solo permitía a los alumnos entrar, pero no salir. Había que asegurarse. De a uno, todos fueron entrando por allí con distintas evidencias en su vestimenta o piel de lo que habían tenido que sufrir. Eran demasiados.

 

—Sean bienvenidos a la clase de encantamientos —comencé—. Mi nombre es Liam Hawthorne y, como pueden haber notado, seré su profesor hoy... y todas las veces que cursen esto. Aunque con suerte quizá solo deban hacerlo una vez —esbocé una sonrisa ladeada y me aproximé unos pasos a los presentes—. Si ya han logrado orientarse un poco, voy a empezar con algo básico antes de pasar a lo importante.

 

—Todos van a presentarse. ¿Quiénes son? ¿Qué creen que son los encantamientos? ¿Por qué han decidido cursar esta clase? Y, por último, ¿qué hechizos usaron allá afuera? —Carraspeé un poco y junté mis manos en la espalda—. Una vez estemos con tales ideas, podremos empezar. Así que, ¿quién será el primero?

Editado por Liam Hawthorne

http://i.imgur.com/QF8MI.png


6sxoIep.gif


You can't make people love you, but you can make them fear you.


37fUHXr.gif IenCQD6.gif


Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

En medio del caos, una tímida lechuza daba vueltas sobre los escombros, parándose a mirar aquí y allá y alzando el vuelo, desconcertada, cada vez que su evidente búsqueda de algo o de alguien le llevaba a descartar a un herido tras otro, a un superviviente tras otro. Mackenzie no se había dado cuenta. Todavía bajo los efectos de la multijugos, intentaba ayudar en lo que podía, que lamentablemente, no era demasiado. Y de pronto, la tenía encima. La lechuza empezó a ulular de júbilo y Mackenzie la apartó de un manotazo. Tenía cosas más importantes que hacer que atender a una lechuza. Pero ella volvió a posarse en su hombro y esta vez emitió un craqueo de descarado fastidio.

La joven suspiró resignándose al hecho de que una poción multijugos no sirviera para esconderse de una lechuza, tan bien como servía para camuflarse de los humanos. Observó que llevaba una pequeña nota atada a la pata y la extrajo con aprensión. No le gustaban las lechuzas inoportunas, solían traer noticias no deseadas. En esta ocasión, las noticias que traía la lechuza quizás no fueran algo indeseado, pero desde luego eran de lo más inoportunas.

- ¡La Universidad! ¡Los encantamientos! ¡El curso! -Empezó a girar sobre sí misma, a dar pasos sin rumbo, adelante y atrás, a un lado y a otro. -¿Cómo es posible que se me olvidara? -No se cuidó en silenciar sus pensamientos. En medio de aquella devastación, dudaba que nadie le estuviera prestando atención. Miró de nuevo el pequeño pergamino y dio un respingo. El curso estaba a punto de comenzar. -¡Diablos! ¡Diablos! ¡Diablos! ¡Cien Diablos en cien infiernos! ¿Qué hago yo ahora? Afortunadamente, la poción multijugos dejaría de hacer efecto pronto y volvería a ser ella misma. Pero no estaba segura de que le apeteciese acudir a aquella clase siendo ella misma.

Muy bien, si hay que ir, se va. -Se dijo a sí misma, echando a correr a toda velocidad y desapareciéndose tres calles más allá, rumbo a la Universidad y al pasadizo de acceso a la clase que se indicaba en un mapa adjunto a la carta, que Mackenzie no estaba muy segura de entender.

 

Se apareció a poca distancia de la Universidad y, al momento, notó que los efectos de la multijugos habían desaparecido por completo. Tomó un poco de aire y echó a andar, concentrada en un plan que había empezado a fraguar durante su veloz carrera.

No, definitivamente, no. Acudiría a esa clase, pero no como Mackenzie Malfoy. Le daba demasiada vergüenza acudir a una clase de conocimientos. Podía tener sus propias razones, pero no estaba dispuesta a compartirlas con nadie. ¿Qué pensaría la gente si veían a la Vice-Ministra de Magia aparecer en una clase de la Universidad? Se suponía que era una erudita, no una vulgar estudiante. Sí, con la llegada de la Universidad, se pretendía que el acceso a estudios de postgrado resultara atractivo no sólo a magos novatos recién graduados, sino también a los más sabios y poderosos. Sin embargo, el cambio era muy reciente y las viejas costumbres, aún estaban muy arraigadas. No quería aparecer en El Profeta, como la Vice-Ministra que había tenido que volver al colegio.

 

Por precaución, se había inscrito en la clase como Mackenzie Yellbridge y, afortunadamente, pocos conocían a la Vice-Ministra por ese nombre, aunque constara oficialmente registrado como suyo propio en el Ministerio de Magia. Sí, un nombre desconocido y un poco de metamorfomagia y nadie tendría porqué saber quién era ella.

Volvía a estar vestida con sus tejanos y una sudadera vieja. Calzaba deportivas y su pelo castaño cobrizo estaba atado en una coleta. Con un aspecto tan informal, no sería fácil que la reconocieran. La mayoría de los magos y brujas estaban acostumbrados a verla formalmente vestida. Por si acaso, la metamorfomagia hizo su parte: su cabello se volvió negro como el azabache y se acortó hasta el cuello. Su coleta, ahora, apenas era un gracioso redondel que le llegaba hasta la nuca. Sus ojos cambiaron el matiz y el verde fue tornándose de un tono gris azulado. Seguía siendo alta y esbelta, pero la sudadera desdibujaba sus formas. Se miró en un espejo que portaba en la mochila y se dio cuenta de que parecía más joven, poco más que una adolescente. Sonrió, consciente de que no sería fácil que la reconocieran. Quizás sus más íntimos, acostumbrados ya a los cambios de aspecto propiciados por su habilidad metamorfomaga, pero no esperaba cruzarse a ninguno de sus íntimos por el aula de encantamientos.

Cuando entró en la Universidad, no pudo evitar sobrecogerse. Había estado allí varias veces durante su creación, pero verla acabada y a punto para recibir a los estudiantes le hizo sentir una punzada de orgullo. ¡Era tan hermosa! ¡Tan colosal!

Nada más cruzar las puertas de la muralla que la rodeaba, toda ella construida de un cálido adobe, a modo de las fortificaciones diseminadas por los desiertos árabes, sintió que el invierno inglés desaparecía y se sumergía en un vibrante verano oriental. El calor resultaba seco, a pesar de la brisa que le acariciaba el rostro, mezclada con minúsculos granos de la arena levantada del suelo. Sólo faltaba que se desatara una tormenta del desierto. Por si acaso, Mackenzie sacó un amplio pañuelo de la mochila y se envolvió la cabeza, protegiéndose el rostro.

Avanzó hasta el lugar señalado, sin percatarse de lo tarde que era y de que probablemente el profesor se disgustara si llegaba con retraso a la clase, pero no podía por menos que detenerse a contemplar los palacios orientales, la gran biblioteca de Alejandría, las residencias de estudiantes situadas en albergues de una sola planta, construidos también con adobe y arcilla. La mayoría eran de planta cuadrada y tenían estanques y jardines orientales en el centro de la vivienda, rodeados de arcos apuntados con hermosas decoraciones florales. Alrededor del claustro que formaban los arcos, se diseminaban las habitaciones de los estudiantes. A Mackenzie no le extrañaba que aquellas residencias hubieran tenido tanto éxito, a pesar de que los alumnos con suficientes medios económicos podían arrendar una casa particular y hasta uno de los palacetes. Pero aquellos albergues estudiantiles eran una maravilla, todo lujo y comodidad, sin perder ni un ápice el exotismo oriental.

Mackenzie tenía la sensación de encontrarse en el mismísimo Egipto y realmente, de una forma mágica, así era. Habían conseguido traer la Universidad a tierras británicas, preservándola piedra por piedra, incluso conservando el clima y las condiciones geográficas de aquellas latitudes tan lejanas.

 

No le extrañó, en medio de aquel exotismo, que el pasadizo se iniciara en una pirámide. El profesor le había comunicado en la carta que había cinco obstáculos y la joven no tardó en adivinar el primero de ellos: No había puerta. Probó con un Dissendium, sabía desde sus tiempos en Hogwarts que solía servir para abrir puerta secretas. Y, efectivamente, allí estaba la puerta, en la base de la pirámide, pequeña e imperceptible entre los enormes bloques de piedra. Un Alohomora y la puerta se abrió con facilidad.

 

Nada más entrar a la pirámide, la puerta se cerró tras ella y la oscuridad fue total. No se molestó en volver a abrirla, era más fácil encantar su propia varita añadiéndole luz.

 

- ¡Lumus Máxima!

 

La bruja casi estuvo a punto de gritar cuando tres momias con vendas desparejadas y bocas abiertas y putrefactas se lanzaron veloces contra ella y la tiraron del pañuelo que todavía llevaba cubriéndole la cabeza. No quedó mucho de él.

 

- ¡Desmaius!

 

Parecía que aquel pasadizo tenía sus secretos. El profesor no había querido ponérselo fácil. Dudó si sacar la varita de sauco, pero prefirió seguir con su más íntima, Solveig. Por muchos obstáculos que hubieran dispuesto en aquel pasadizo, Solveig bastaba y sobraba para todos ellos.

 

Se apartó de las momias aturdidas y avanzó unos metros. No había recorrido mucho trecho, cuando escuchó un sonido inconfundible. Agua. Había una corriente de agua por allí cerca y no parecía, precisamente, un arroyuelo. El sonido se hizo más fuerte y Mackenzie no tuvo dudas de que una corriente de agua se aproximaba a gran velocidad hacia ella.

 

A la luz de la varita, vio como la corriente de agua entraba en tropel por el pasadizo como un gigantesco surtidor que todo lo llenaba.

 

- ¡Glacius! - Gritó sin pérdida de tiempo.

 

El encantamiento surtió efecto, pero el problema ahora era una gigantesca masa de hielo que bloqueaba el pasadizo. No quería hacer volar aquella masa de hielo por los aires, así que usó algo más suave.

 

- ¡Reducio! - Le aumentó la potencia con un poco de arqueomagia y a Mackenzie le costó poco trepar por la ahora reducida montaña de hielo. Le recordó sus escaladas muggles con Sebastian y sonrió complacida.

 

Durante un buen rato el camino apareció despejado. Casi estaba por creer que los obstáculos se habían acabado cuando un zumbido la sobresaltó. No era exactamente un zumbido, más bien parecía un gracioso, pero pujante, tintinear. Y venía de arriba, justo encima de su cabeza.

 

Alzó la cabeza. ¿Qué era aquello? Parecía fino y delgado y volaba en círculos encima de su cabeza. No tardó en comprobarlo cuando uno de aquellos objetos se le clavó en la mano con la que se protegía el rostro. ¡Agujas! ¡Eran agujas zumbates!

 

- ¡Impervius!

 

Avanzó deprisa, apartándose del enjambre de agujas. Ya no se fiaba. Mejor convocar a su patronus, no fuera a ser que lo siguiente que se encontrara fuese con alguna maldición egipcia. El pequeño pegaso de luz, casi una réplica de Enigma, su pegaso negro, apareció enseguida. Guiada por él, el resto del camino fue fácil.

Por fin logró llegar a una puerta verde y, de ahí, al aula. No era exactamente como se la esperaba. Tal vez, acostumbrada a sus clases en la Escuela de Arqueomagia de Florencia, pensó inconscientemente que el aula de encantamientos sería un lugar parecido. Nada más lejos de la realidad. Curiosamente, tampoco era una estancia en la que se respirara el aire a nuevo que impregnaba toda la Universidad. Pupitres agrietados y manchas de humedad en las paredes eran indicios de un deterioro que Mackenzie no había esperado encontrar.

Iba a murmurar una disculpa por su lamentable impuntualidad cuando se dio cuenta de que en la clase no había nadie, con la propia excepción del profesor, un joven rubio con unos llamativos ojos verdes y una incipiente barbita rasposa surcándole el mentón.

 

Así que no era la única que se retrasaba, después de todo. Confirmó que no se había equivocado, realmente llegaba muy tarde a la clase. Esperaba que el profesor no se hubiera puesto de mal humor por la falta de puntualidad de todos sus alumnos. Y eso que tenía noticias de que eran unos cuantos. Extrañada, activó el detector que guardaba en su bolsillo. Como Vice-Ministra, estaba acostumbrada a llevar aparatos que le garantizaban su seguridad. Sus escoltas solían ser demasiado aburridos, para llevarlos siempre consigo. Notó que se activaba el encantamiento homenum revelio que el aparato llevaba incorporado y no detectó ninguna presencia en la clase, salvo la del profesor. Excelente -pensó- llegaba tardísimo, pero al menos, no era la última.


- Hola, profesor -saludó la joven con una sonrisa. -Soy una de sus alumnas, la primera tardana que llega. Espero que disculpe el retraso, pero me costó seguir las indicaciones en esta nueva Universidad. ¡Es tan rara! ¿A qué necio se le habrá ocurrido traer Egipto a Inglaterra? Bueno, qué importa. El caso es que siento llegar una hora tarde, pero ya sabe lo que dicen, más vale tarde que nunca.

 

En ese momento, la bruja interrumpió su verborrea, pues la puerta se abrió y varios alumnos comenzaron a entrar en la clase. Mackenzie suspiró aliviada, cuando el profesor apartó la mirada hacia los recién llegados. Al menos, si había que llevarse broncas por el retraso, todos se la llevarían a la vez, no le tocaría a ella aguantar el primer chaparrón. Mackenzie aprovechó la necesaria interrupción, para ir a sentarse a la primera fila.

 

Cuando todos estuvieron dentro, el profesor se presentó y les dio la bienvenida. Genial, al menos por el momento, no habría bronca.

 

Mackenzie levantó la mano cuando el profesor les indicó que se presentaran.

 

- Bueno... ya que antes me lancé a hablar como una boba... pues eso, si no le importa, empiezo yo misma.

 

Hablaba en una mezcla de lentitud y rapidez. Rápida con las palabras, lenta con las ideas. Esperaba parecer lo suficientemente boba -un poco de teatro, convenía a la situación-, después de todo.

 

- Mi nombre es Mackenzie Yellbridge, acabo de llegar a Inglaterra de un viaje muy largo, ya me perdonará, todavía ando un poco desorientada. Ya sabe, trasládores, apariciones, autobús noctámbulo... en fin, ¡quién tuviera galeones para pagarse un viaje decente! Verá, -continuó, sin prisas, pero sin pausas- soy inglesa, pero después de terminar Hogwarts, hace dos años, me marché a Australia con unos parientes. Quería hacer un curso especial de magia aborigen y también estudiar las propiedades del pelo de canguro. ¿Sabía que puede usarse en filtros de amor? Bueno, el caso es que terminé con eso y aquí estoy. ¿Que porqué quiero cursar esta clase? -Continuó. Mucha palabrería junta ayudaría a dar la apariencia que pretendía. - Pues verá, me cansé de los filtros de amor. La realidad es que me sirvieron para poco, ¿sabe? Bueno, el caso es que ahora quiero probar con los encantos. Quizás pueda sacarles más partido que al pelo de canguro.

 

Le dedicó una amplia sonrisa al profesor, sacada de su repertorio de sonrisas bobas e insulsas, pero afectuosas y amables. Además tenía que tomar un poco de aire antes de continuar. Hablar tanto sin decir nada, empezaba a parecerle una tarea agotadora. Todo fuera por su camuflaje.

 

- ¿Los encantamientos? Los encantamientos son los rayitos de colores. ¡Son tan lindos! Hacen que la gente se ría o que las tazas bailen o que las cosas vuelen.

Observó al profesor tratando de evaluar su reacción. Convenía que la catalogase de entrada como una necia total. Así su camuflaje estaría más seguro. Pero claro, tampoco quería ser suspendida vilmente y, después de todo, tenía interés en aquella clase, aunque no fuera un interés muy convencional.

- ¡Ah! Pero supongo que usted pregunta, en realidad, por una definición más convencional, ¿verdad? Sí, me la sé, la tuve que repetir veinte veces hasta que se me quedó en esta cabeza mía -río lo más est****amente que pudo aparentar. - Vale, los encantamientos son un tipo de magia que trata de encantar objetos o personas, añadiéndoles propiedades, para que hagan cosas que no harían normalmente. Con un encantamiento no se alteran esencialmente las propiedades de lo encantado, pero aumentan o cambian esas propiedades. -Un poco de reiteración intencionada, contribuiría al espectáculo. - Le añades propiedades a algo, pero no cambias su estructura, al contrario que una transformación, que sí cambia la estructura molecular del objeto o de la persona. Pueden hacer que las personas se rían y bailen y también pueden hacer que las cosas se muevan, leviten o hablen. A menudo, los encantamientos son un cajón de sastre, pues se suele decir que todo lo que no es una transformación o una maldición, es un encantamiento.

 

Esperaba haber parecido un loro repitiendo algo de memoria y sin mucho conocimiento de lo que habla. Apretó a Solveig entre sus manos, dispuesta a usarla según lo que indicara el profesor. Tenía también muy cerca la varita de sauco, pero estaba a buen resguardo debajo de su sudadera, nadie se percataría de ella. Iba a ser divertido utilizarla en una clase de encantamientos, aquella varita era muy buena en esa materia. Aunque, pensándolo bien, Solveig también lo era.

 

- ¡Ah! Me queda una -añadió contando torpemente con los dedos. -Los hechizos que tuve que utilizar para llegar hasta aquí. Pues... a ver si me acuerdo de todo -torció el labio, como si le costara recordar y movió los labios en silencio lentamente, mientras repetía una extraña cuenta con los dedos. - La verdad que no sé si me acordaré de todos. Pero a ver, un Dissendium para descubrir la puerta secreta de la pirámide, un Alohomora para abrirla, -se señaló el tercer dedo-, Lumus Máxima para quitarme esa horrible oscuridad de encima -abrió mucho los ojos, como si de verdad le asustara la oscuridad-, Desmaius, para paralizar a las momias que querían matarme, Glacius para convertir en hielo una furibunda corriente de agua ¡que se me quería tragar! -Se llevó las manos al cuello, con gesto horrorizado. - Y también un Reducio para encoger la montaña de hielo que se formó y poder trepar por ella y luego un Impervius para quitarme de encima unas espantosas agujas que me iban a dejar marcas en la piel y finalmente convoqué a mi Patronus, porque me daban miedo los antiguos faraones y sus maldiciones oscuras.

 

Mackenzie se quedó tocándose la yema del tercer dedo de la otra mano, había contado 8 hechizos, nada menos. Y esperaba haber dado la apariencia de tener dificultades hasta con esa mínima cuenta. Sonrió al profesor y abrió un poco la boca, con gesto est****o, como no sabiendo qué más decir.

yqvll1m.gifO3zbock.gif
firma
iRyEn.gif4ywIp1y.gifXuR0HEb.gifZmW4szS.gif
bfqucW5.gif
Come, my friends,
Tis not too late to seek a newer world.
Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

Estaba demasiado cómoda en mi canasta, hecha bolita. Últimamente dormía en la cansta bajo un montón de mantas, tenía menos frío de esa forma, sin embargo, el sueño no duro mucho tiempo. Winky, mi elfina me despertó.

 

¡Ama! Tiene su clase de encantamientos, llegó una lechuza. Exclamó.

No quiero ir.- Pensé.

 

No podía hablar siendo animaga, pero estaba segura que al ver que no salía de la cama, la elfina comprendía la situación. La canasta era muy cómoda, con su cojin y las mantas, cosa que me gustaba, pero eso no duro mucho. La elfina había levantado la canasta y me había tirado, pegando contra el suelo. ¿Han escuchado eso de que los gatos siempre caen de pie? Supongo que se refieren cuando están alertas, o a lo mejor eso no sirve para los animagos. Volvi a mi forma humana.

 

-¡Winky! Eso dolió- Me levanté sin más protestas, buscando que ponerme.

 

Algo informal, pantalones de mexclilla, tennis, playera de mangas cortas color amatista y una chamarra del mismo color y material que los pantalones, negra. Imaginaba la clase con hechizos saliendo por todas partes y al ropa hechada a perder, mejor llevar algo que no me doliera perder. Desaparecí del castillo Selwyn, dónde vivía actualmente y aparecí en los terrenos de la Universidad.

 

Muchos se detendrían seguramente a contemplar como habían quedado las instalaciones, pero no era mi caso. Me importaba más llegar a la clase, el paisaje lo podría ver mejor después, de todas formas, con todos los cursos que tenía que tomar, mas las habilidades, libros, tendría tiempo para eso.

 

Lei el mapa, no tardé en encontrar el lugar dónde empezaba el laberinto y decidí entrar, con mi varita en la mano derecha, entre al pasadizo, no sin haber batallado para encontrarlo. La puerta del pasadizo se cerro tras de mi, con un fuerte golpe que me hizo brincar. Eso no se veía nada bien. Al menos el pasadizo en mi caso estaba iluminado con una luz tenue, pero eso no significaba que las cosas fueran a ser fáciles.

 

Camine por el pasadizo, solo tenía que seguirlo hasta encontrar la puerta que me llevaría sana y salva al salón de clases, de repente, empezó a nevar. ¿Nevaba? ¿En ese sitio? ¡Era imposible! La nieve empezaba a caer fuerte, a pesar de ir abrigada me estaba congelando y la nieve me llegaba un poco más abajo de las rodillas. ¿Qué era eso? Moví la cabeza negativamente, la nieve seguía cayendo a pesar de que no caminaba, así no llegaría nunca a clases, cuando de repente, lo recordé.

 

-¡Meteolojink Recanto!- Exclamé.

 

Alguna vez había sabido de metereología y logré recordar ese hechizo. A veces llovía en las oficinas del Ministerio, al menos eso decían algunos. Ese era el hechizo para detener los encantamientos metereológicos. La nieve desapareció al mismo tiempo que se detuvo, aunque no se quito lo resbaladizo del piso, cayendome al dar un paso. No tarde en alejarme de la zona resbaladiza, viendo que tenía el pantalón un poco roto, pero no le di importancia.

 

En el siguiente espacio que llegue, había dos enormes libreros, lo cual me llamo la atención. Era un sitio extraño para poner libros. Por un momento me distraje de mi objetivo, llegar a clases y tome un libro, lo cual fue un error.

 

-¿Qué esta pasando?- Pregunté y cómo es lógico, nadie contestó.

 

Suspire. El espacio se estaba reduciendo cada vez más entre librero y librero. Terminaría aplastada como en esas películas muggles, cuando se me ocurrió una idea, que al menos me daría tiempo para salir. Realice un encantamiento de espacio haciendo mucho más grande el espacio entre los libreros encantados y yo, pudiendo correr hasta llegar al final del pasillo.

 

Al llegar al final del mismo, se escuchó el ruido de un gran choque, a pesar de no ir muy rápido los libreros. Estos solo se habían retrasado un poco, llegando a su objetivo y aplastando el pobre libro que había activado la trampa.

 

 

-¿Así va a ser toda la clase?- Protesté mentalmente.

 

No me atrevía ya a hacer mucho movimiento o ruido en ese lugar, solo faltaban pocos obstáculos. Miré la manga derecha de mi chamarra, estaba ya un poco rota puesto que se había atorado en el libro que tome antes de que cayera al suelo. Queria descansar un poco, era como si hubieran pegado mis pies al suelo, pero no quería avanzar más. Sabía que si daba otro paso, lo cual hice, otro peligro vendría hacia mi.

 

Así fue. Vi como una enorme bola de estambre, de unos cinco metros de diametro al menos venía hacia mi. De inmediato supe con que hechizo podía alejarla, no podía ser un boggart.

 

-evanesco- Pensé, señalando a la bola de estambre.

 

En ese momento recorde mi gran miedo no eran las arañas, antes de eso había tenido un accidente con una bola de estambre, quedando atrapada dentro de ella, sin poder salir hasta que varios elfos me ayudaron a desenredarla. Nunca había entendido quien la había hechizado, mi primera opción era la correcta.

 

-¡Riddikulus!- Exclamé, tras el intento fallido, mientras pensaba en como se iba desenredando la enorme bola de estambre y cuando llego a mi, no era más que un enorme camino de lilo, desenredandose conforme avanzaba. Así estaba mejor. ¿Cómo había olvidado esa anécdota?

 

Pude continuar sin aparentes problemas, llegaría el momento en que por fin podría descansar, tomar algo de agua, no me di cuenta y me recargue en la pared, golpeando una pequeña taza. La misma empezó a reproducirse, seguramente era una maldición geminio, si los intentaba apartar, solo se duplicaban. Me detuve y dejaron de duplicarse los objetos, analice la situación.

 

Di un paso hacia atrás, donde no tenía ni uno solo de esos objetos, estaban a mis lados y enfrente de mi, por lo que realice un encantamiento impasibilizador con lo que ya no podía tocar los objetos. Fue una ventaja que quedaran del lado que no bloquearan el pasillo, no hice más que dar media vuelta

 

Casi llegaba, un contratiempo más y llegaría al salón de clases. Mal clima, cosas persiguiendome y queríendome atrapar, ¿qué más podía pasar? Eso estaba más complicado que un laberinto, si bien el pasadizo tenía una que otra curva, no era tan complicado de no ser por tantos peligros. Si encontraba algo de comida no la tocaría. No quería acabar siendo demasiado grande o demasiado pequeña, eso no sería nada entretenido. No me encontré nada de eso, ni otra lluvia de objetos ni nada relacionado con ellos. Tuve que dar vuelta a la derecha encontrandome más o menos a un par de pasos de un centauro.

-¿Cómo te atreves a invadir mi espacio?-Gruño.

 

-No fue por gusto propio.- Exclamé.

 

El centauro empezó a disparar unas flechas, mientras me llamaba insolente, entre otras palabras no gratas para los oidos. Las flechas las había desaparecido con un evanesco en lo que decidía como deshacerme de el. Sabía que por mi nivel podía controlarlo fácilmente, aunque no quería herir a aquel gruñon. Señale el piso en el que se encontraba y exclamé ¡defodio!

 

Debajo del centauro se encontró un gran agujero, quedando atrapado en el mismo sin que pudiera alcanzar la orilla aunque se parara en sus patas traseras. Esquive el agujero logrando llegar por fin a la puerta del salón de clase, ahi donde estaba aunque disparara sus flechas el centauro no podía darme. Antes de entrar, me señale a mi misma mientras realizaba un [i}reparo[/i], con lo que mi ropa quedó presentable nuevamente.

 

Cuando termino Mack su presentación, levante la mano.

 

-Soy Lyra Katara Selwyn, conocida antes por el apellido Ryddleturn.- Comente.- Para mi los encantamientos son conjuros que le dan cualidades a un objeto que normalmente no tendría. Comenté, acomodandome un poco más en la silla. El profesor apenas nos había dado tiempo de llegar.- Como convertir libros en conejos, hasta cosas más complicadas con la comida, mientras se tengan los alimentos. Quise estudiar conocimientos porque es la parte más importante y básica de la magia, además que son bastante útiles al enfrentarnos a algún peligro y no solo en esto, sino en cosas tan simples como hacernos pasar un buen rato o agilizar el trabajo.

 

Me quede pensativa. Con la memoria que tenía y me preguntaba por los hechizos usados en el pasadizo.

 

-Veamos, utilice el Meteolojink Recanto, para librarme de una nevada. Un encantamiento de espacio,, con eso logre escapar de un par de libreros que se aproximaban a mi a cada lado con intenciones de aplastarme entre ellos. Utilice un Riddikulus para librarme de un boggar. No se a quien se le ocurrió encantar objetos para que se duplicaran a si mismos, por lo que darme media vuelta, estaban atras de mi y realice un encantamiento impasibilizador para evitar que siguieran pasando y así no los podía tocar más. Por último, un evanesco para librarme de las flechas de un centauro que no me dejaba concentrar en mi hechizo final, un defodio para que cayera en un agujero bastante más grande que el. Comenté, tomando aire por fin.

SMLQYQL.jpg
EPjHROm.gif ~eAnQFcJ.gif ~ PowpgLI.gif

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

 

 

El golpeteo de una lechuza sobre el ventanal de la habitación hizo que el patriarca de los Black Lestrange abriera los ojos en medio de la oscuridad; Y es que, a pesar de estar ya bastante avanzada la mañana, las gruesas cortinas y los encantamientos aplicados al lugar impedían el acceso de cualquier rayo de luz desde el exterior, permitiéndole a Jocker y a Ainé disfrutar de un plácido sueño.

Alguien tendrá que hacerse de una nueva lechuza —maldijo entre dientes mientras cubría su cabeza entre las almohadas de su cama intentando no oír, aunque aquel gesto fue completamente inútil.

Ainé, por su parte, y como si el mundo a su alrededor tuviese encima un muffliato o cualquier otro hechizo silenciador permanente, permanecía inmóvil entre las sábanas, lejana a cualquier disturbio y con una serenidad digna de una escultura. Jocker se limitó a observarla unos segundos y encaminarse luego hasta la ventana.

La luz que ingresó de golpe cuando corrió las cortinas de par en par, siguiendo el recorrido de sus brazos a ambos costados, reveló, entre otras cosas, la desnudez de su blancuzco cuerpo que proyectaba una larga sombra de su silueta en medio de la habitación. Aunque sus ojos miel tardaron en acostumbrarse a la luminosidad, Jocker no tardó en hacerse del mensaje que el ave traía para él.

No se sorprendió al leer que se trataban de las indicaciones para asistir a la primera Clase Avanzada en el Ateneo, aunque le llamó la atención que se adjuntara un mapa a las instrucciones y primeras palabras de bienvenida. ¿Acaso saldrían de excursión? Jocker esperaba que no.

Luego de dirigirse hasta el cuarto de baño y tomar una ducha rápida, el ojimiel escogió una túnica de mago color verde cazador en la superficie abierta y negro en el fondo, del mismo tono que su cabello, acompañados por botines en ante del mismo color.

Justo en el instante antes de desaparecer, escuchó el golpeteo de una nueva lechuza, mas era demasiado tarde para él, que ya sentía el calor seco sobre la piel de los terrenos de la Universidad, transportada desde el mismísimo Egipto hasta la mismísima Inglaterra.

Tras consultar el reloj y notar el evidente retraso, Jocker tomó su varita de álamo y la hizo levitar sobre su mano izquierda, mientras que consultaba su mapa con la derecha.

Oriéntame —dijo y al instante su varita comenzó a girar y se detuvo en dirección norte.

Gracias a este hechizo fue capaz de ubicarse en el espacio; y no tardó en comenzar a caminar en dirección a una pirámide que se encontraba a no pocos metros de dónde había aparecido. Al ingresar, sintió un poderoso hedor salir de entre las paredes. Si bien Jocker sabía que tendría que sortear algunos obstáculos para llegar hasta el aula de Encantamientos, dudaba si aquel era el primero.

Cascoburbuja —se apresuró a decir, sin pensarlo más, y al instante el encantamiento que era usado comúnmente para permitir respirar con normalidad bajo el agua cubrió el rostro del ojimiel y le permitió respirar aire limpio. Si aquello había sido una prueba, el ojimiel la había pasado sin problemas.

Varios minutos después, tras una larga caminata a través del túnel que lo llevaría hasta la clase, Jocker se detuvo, atraído por una luz dorada que fue atrapándolo más y más, hasta el punto de dejarlo enceguecido, sin capacidad de ver absolutamente nada más que un eterno resplandor.

Repasó mentalmente la lista de hechizos conocidos; esperaba no tener que saber y dominar hechizos en extremo complejos a esas alturas que, precisamente se había inscrito en aquella clase para conocerlos y dominarlos.

Finite —dijo finalmente, logrando que sus ojos volvieran a la normalidad y lograsen ver todo con claridad.


Se encontraba en una intersección de cuatro accesos con paredes idénticas las unas a las otras; era una tarea bastante ardua el adivinar qué camino seguir, por lo que tras consultar el mapa nuevamente, Jocker se decidió por el segundo acceso desde la derecha.

No había avanzado mucho cuando una pared transparente le detuvo. Regresó tras sus pasos y tomó el acceso contiguo, hacia el centro. Esta vez, tras andar unos cuantos metros, apareció nuevamente en bifurcación de caminos. Tras probar el tercer y cuarto acceso, Jocker notó que no había camino correcto. Al parecer, había llegado hasta allí.

Maldición —sentenció a viva voz, sacando nuevamente su reloj para consultar la hora.

Si bien, el mapa era bastante claro respecto del camino a seguir, Jocker parecía ofuscado, y no precisamente porque no supiera interpretar aquel trozo de pergamino, sino porque había algo mal en todo aquello. Tras aplicar inútilmente encantamientos reveladores sobre el lugar, esperando encontrar alguna señal o algún pasadizo secreto por dónde continuar, el ojimiel terminó por entender que era sobre el mapa que tenía que aplicar el aparecium que le permitiría avanzar. Sonrió al notar que su encantamiento era efectivo y que el mapa mostraba ahora un nuevo camino, debiendo retroceder unos metros.

El tiempo pasaba y Jocker comenzaba a inquietarse. No acostumbraba a llegar tarde a ninguna reunión o compromiso y su evidente retraso le preocupaba enormemente, aunque se calmaba pensando en que todo aquello había sido previsto por el instructor de Encantamientos.

«Debo apresurarme» se dijo a sí mismo antes de frenar su caminar por causa de una temible criatura que se le quedó mirando fijamente.

Hagamos un trato —dijo de pronto, con voz profunda la bestia de rostro y busto de mujer, patas de león, cuerpo de perro, cola de dragón y alas de pájaro— Yo mentiré los miércoles, jueves y viernes, pero diré la verdad el resto de la semana; tú mentirás los domingos, lunes y martes, pero dirás la verdad en todos los otros días. Si mañana es día de mentir, ¿qué día es hoy?

Jocker alzó una ceja a modo de reproche. Estaban en Egipto, era bastante evidente que una esfinge le estaría esperando en algún rincón de la pirámide.

No lo sé… jueves —respondió Jocker sin pensarlo demasiado.

Si mañana es día de mentir y yo miento los miércoles, jueves y viernes, mientras que tú lo haces domingo, lunes y martes. ¿Qué día es hoy? —repitió la esfinge, saboreándose los labios y tragando la saliva que comenzaba a generar en exceso.

Aquello era bastante serio y Jocker no estaba tomándole el peso a la situación. Le quedaban nada más que dos oportunidades antes que aquella bestia mitológica se le lanzara encima y le destrozara para devorarlo si no acertaba a la respuesta de aquel acertijo.

Si tú mientes miércoles jueves y viernes y yo lo hago domingo, lunes y martes… y mañana es día de mentir… hoy ha de ser domingo.

La esfinge se acomodó en su lugar, preparándose para atacar. Jocker, que notó aquello, se dispuso a sostener su varita en alto. No tenía muchas posibilidades por lo que decidió esforzarse un poco más esta vez, mientras que pensaba en algún hechizo que le ayudase a derrotar a la bestia.

Repasó la lista de hechizos mortífagos, pero tras meditarlo, no le pareció lo más conveniente, al menos no de momento. Los días de la semana se le colaban cada vez más entre las listas de hechizos que conocía. Terminó repitiendo mentalmente el enigma y tras unos minutos creyó tener la respuesta correcta.

¡Martes! ¡Hoy es martes! —exclamó y al instante la esfinge se petrificó.

Jocker la examinó con cautela durante un breve instante, mas el retraso que había sumado a su ya tiempo excedido le apremiaron a continuar. Caminó por varios minutos más sin novedad alguna, sumando, a su agobio y estrés, un leve cansancio. ¿Cuánto tiempo hacía falta para llegar hasta el aula? Esperaba que no mucho.

Tras casi una hora, el patriarca de los Black Lestrange se detuvo en seco al ver que una mujer le esperaba sonriente a pocos metros de distancia. Se trataba de una mujer radiante en belleza, de bellos ojos y cabello danzante, rojo como un fuego eterno. Vestía una túnica en tonos claros de cian y unas sandalias.

Bienvenido a la clase de Encantamientos —dijo con su perfecta sonrisa —Eres el único alumno, así que ya podemos comenzar.

Siento el retraso —respondió el Black Lestrange, acercándose raudo, algo embobado por la extrema belleza de aquella criatura, sin percatarse que a cada segundo que pasaba su trance era más fuerte—Soy Jocker Black Lestrange.

—Un placer —añadió la veela al tiempo en que ofrecía su mano al ojimiel que no tardó en recibirla y besarla suavemente, evidentemente afectado por la magia de la bestia —Cuéntame, ¿por qué escogiste Encantamientos y no otra clase más interesante?

Jocker esbozó una sonrisa. Le hizo gracia escuchar de boca de la supuesta maestra que su clase no era la más interesante, aunque sin saber el motivo desvió su atención hasta las pestañas de la mujer.

Porque… un mago como yo… manejar toda clase de encantamientos debería… wow… la magia es poder y el poder hace… todo el mundo debería explorar hasta el máximo sus capacidades… disculpa, creo que estoy algo conmocionado.

Sin saber más de sí mismo, Jocker Black Lestrange se quedó de pie allí sin hacer nada más que observar atentamente a su interlocutora que no hacía más que coquetearle y soltar risitas, mientras él sonreía extasiado. La clase seguramente comenzaría sin él.

אהבה מושלמת באה במהירות, וכל השקרים צורחים מושתקים


DQn80iG.gif


9dFDuOU.gif


Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

Ahora era el turno de otra alumna. Se llamaba Lyra Katara Selwyn y, mientras se presentaba, Mackenzie tuvo la impresión de que la conocía. Repasó mentalmente los registros del Ministerio de Magia, ayudándose un poco con un hechizo amplificador de memoria, pero sólo un poco. Realmente, la memoria de Mackenzie era muy buena. Sin embargo, lo que constaba en los registros de aquella bruja no le daba ninguna pista sobre la razón de porqué creía conocerla. Tal vez fuera el nombre, Katara, igual al de alguien que conoció en la Academia. Alguien muy cercano a Mackenzie que incluso había criado a una de sus hijas, pero de quien hacía mucho tiempo que no sabía nada.

 

En otra vida, tal vez. Fueron las palabras que escribió sin querer en el margen del pergamino que había extendido para tomar notas.

 

Mientras Lyra Katara Selwyn explicaba los obstáculos que había tenido que superar para acceder a la clase, Mackenzie volvió a hacerse una pregunta que la preocupaba desde hacía días. ¿Se puede encantar el tiempo? Aquella era una cuestión que formaba parte de su última investigación sobre las dimensiones probables del espacio-tiempo. Estaba claro que el espacio podía ser encantado. La misma alumna que continuaba hablando en aquel momento, acababa de poner un ejemplo de ello. Si se podía aumentar o reducir el espacio, ¿por qué no se podía aumentar o reducir el tiempo?

 

Llevaba tiempo intentando investigar el único giratiempos que quedaba en el mundo, un objeto legendario, -como su propia varita de sauco-, pero aquel objeto no parecía actuar directamente sobre el tiempo. Por lo que había podido descubrir, el giratiempo era un medio de transporte. Permitía atravesar el tiempo, pero no lo encantaba. Lo cierto es que aportaba muy poco a la línea de investigación de Mackenzie, basada más en las dimensiones espacio-temporales y los universos paralelos, que en los viajes en el tiempo, aunque colateralmente, la bruja tenía la intuición de que todo ello estaba relacionado.

 

Dejó su mente vagar un instante, mientras su mano garabateaba sobre el pergamino de forma inconsciente. No se puede abrir la puerta al infinito.

 

Mackenzie se preguntó porqué le había venido a la mente todo aquello, en aquel preciso momento, y se dio cuenta de que había pensado en un universo paralelo en el que, realmente, ella hubiera conocido a aquella bruja. Suspiró y centró de nuevo su atención en la clase.

 

Lyra Katara Selwyn acababa de terminar su exposición. Afuera, tras la puerta verde por la que habían accedido se oían ruidos.

yqvll1m.gifO3zbock.gif
firma
iRyEn.gif4ywIp1y.gifXuR0HEb.gifZmW4szS.gif
bfqucW5.gif
Come, my friends,
Tis not too late to seek a newer world.
Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

El salón habia quedado en un profundo silencio mientras llegaban los otros alumnos, que tardaban mucho. Esperaba que no les hubiera pasado nada, aunque esa idea pronto se fue de mi mente, sabía que muchos eran grandes magos. En algún momento de mi vida los había conocido. Era cierto que mi padre había fallado en su intento de borrarme por completo la memoria de la Ryddleturn, los negocios, pero si funcionó parcialmente para olvidar cosas del Ministerio, no lograba recordar nada de eso ni de bandos. Era como si nunca hubiera existido esa parte en mi vida.

 

Miré mi vestimenta que aunque ya estaba cosida de nuevo gracias al reparo hecho antes de entrar al salón, estaba lleno de polvo. Buscaba el hechizo correspondiente para quitar el polvo.

 

-¿Cuál era el hechizo para quitar polvo?- Pregunté en voz alta a cualquiera de mis acompañantes, el profesor y la otra alumna, Mackenzie. ¿No era la Viceministra de magia? Seguro por eso me era familiar el apellido Malfoy, ¿quién no los conocía? Tanto se decía de ellos.-¡Fregotego!

 

Me había señalado, pero no paso nada. O eso creía. El hechizo hizo que algunas sillas se empezaran a acomodar, seguramente no hizo más porque el salón estaba prácticamente ordenado. Solo faltaba que el profesor me regañara por hacer un pequeño alboroto.

 

-¡Perdón! Soy alérgica al polvo cuando son grandes cantidades y empezaré con estornudos si no me lo quito pronto.- Tenía que recordar el hechizo, por fin lo logré.-¡Tergeo!

 

Esta vez el hechizo funcionó y absorvió el polvo de mi ropa. Parecía ser un poco ilógico ser alérgica al mismo, siendo maestra de herbolotía. Un poco no me molestaba, pero cuando me caia grandes cantidades como en ese pasadizo, era otra cosa.

 

Como si estuviera en mi forma animaga, hice un gesto gatuno y pase mi mano derecha por la oreja del mismo lado, como si quisiera quitarme algo que me molestara de ahi, debido a que empece a sentir molestias, pronto se quito.

 

-Debe haber sido el polvo.- Comenté, quitándole importancia.

SMLQYQL.jpg
EPjHROm.gif ~eAnQFcJ.gif ~ PowpgLI.gif

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

Su cuerpo atravesó la entrada del pasadizo y activó, sin quererlo, el engranaje de una trampa con la que Ainé se arrepentiría de haberse levantado de la cama aquella mañana. Las paredes se fueron estrechando y haciendo más angosto el pasillo por el que transitaba. La sacerdotisa aceleró el paso intentando escapar de aquella aplanadora improvisada, pero rápido cayó en cuenta de que no era la velocidad la que la iba a salvar de una muerte llana. Deslizó su mano entre los pliegues de la túnica que vestía, tan negra como el ánimo de la Malfoy y maldijo por lo bajo, cuando ésta cayó al suelo. La suerte no parecía acompañarle ese día.

 

Accio —exclamó con la mano extendida y el objeto mágico que la identificaba como ser mágico, acudió a su llamado—. Maldita sea, Jocker ... —aunque el Black Lestrange no estuviera ahí, la bruja tenía claro que se encontraba en aquel aprieto por su culpa y estaba decidida a hacérselo pagar— En cuanto te vea, arreglaremos cuentas.

 

La pared no parecía interesada en la disputa interna que tenía la bruja y seguía su trayectoria, sin dilación. El aire escaseaba y dificultaba el respirar; ya sólo podía caminar ladeando su cuerpo de forma que pudiera librar la calleja que seguía achicándose. Sin proponéselo, su mano tocó un pestillo oculto a la altura de su cintura que abrió una salida a la más absoluta obscuridad y aunque en otras ocasiones se lo habría pensado bien antes de lanzarse al vacío, no se podía permitir ser remilgada y dejó caer su cuerpo a la nada.

 

«Estás destinada a grandes cosas, hija», la voz de su madre resonaba en su cabeza. Eran retazos de una conversación que ya había pasado hacía mucho tiempo. La última vez que vio a Antara—. ¿Qué pensarías si me vieras ahora, madre? —apartó el recuerdo de su cabeza y la punzada de dolor. Sí, aún dolía, pero había aprendido a cortar el sentimiento, antes de que amenazara con acabar con su aparente fortaleza.

 

Encantamiento de puente —un plataforma se erigió en la trayectoria de la caída y antes de que su cuerpo impactara en el duro suelo de piedra apresuró a frenar la caída— Wingardum Leviosa.

 

Deshizo el hechizo y caminó por la pasarela, buscando una salida. Nada

 

— Lumus—. Ya con algo de luz y asegurando que no podía sacar provecho del lugar donde se encontraba, rebuscó en su interior. Recordó que aquella mañana había recibido algo más, junto a la notificación de comienzo de la clase y sacó de su túnica el pergamino enviado por la Universidad.

 

Ropa cómoda, listo. Mapa... —el papel marcaba un esquema que debía seguir para llegar a la clase. Evidentemente, ella había preferido saltarse las instrucciones y buscar la ubicación por sí misma. Aquella mañana no sólo la suerte la había abandonado. La orientación también— Creo que ahora no me vas a servir de mucho o... quizá, sí. Portus.

 

El mapa se cubrió con un halo azulado, titiló tres veces y desapareció junto con su portadora, transportándola a un sitio desconocido, que tampoco parecía el de una clase, pero del que provenía una voz que conocía a la perfección. No le pareció extraño, porque sin saber la ubicación real, ni haber estado nunca en ella, era dificil llegar con sólo la intención. Parecía que el traslador había decidido por ella, o su subconsciente llevaba la batuta.

 

Espero que te busques otro entretenimiento, porque yo no comparto mis juguetes, querida —las mujeres eran inmunes a los encantos de una veela. Aunque ni la naturaleza misma podía salvar a Jocker de usar esa excusa como defensa. La veela abandonó su pose encantadora y se mostró tal cual era: una figura horrenda que expulsaba fuego por el pico, dispuesta a librar cualquier batalla por su presa.

 

»Supongo, entonces que tendrá que ser por las malas. Y, tú, apartate. No querrás convertirte en el primer Malfoy eunuco de la historia. Perderías todo tu encanto.

 

Babosas —la veela se llevó las manos al estómago e intentó frenar lo que se venía. Ya no era fuego lo que manaba de su morro— Sí, creo que ahora es algo más acorde a tu naturaleza. Ahora, marchemos de aquí. No quiero retrasarme más —la nigromante tomó de la mano a Jocker, que ya despertaba de su letargo y sin darle tiemp de reaccionar a la veela, lo empujó en la dirección contraria a la criatura mágica.

 

Lo demás fue más fácil de sortear y lograron dar con la puerta verde que llevaba a la clase de encantamientos. Ya habían dos estudiantes dentro y reconoció al profesor de la clase.

 

Disculpad la demora, tuve que desviarme un poco, pero ya estoy aquí. Soy Ainé Malfoy —dijo, aunque sabía que su cara era conocida por su familia y la reciente dirección de El Profeta, que como todo en su vida, no había estado exenta de polémica. Liam le dio una pequeña introducción a lo que habían estado hablando y les invitó a unirse al debate.

 

»Encantamientos, la respuesta seria, diría que es la acción de alterar o cambiar las propiedades de lo que se desea. En la respuesta graciosa y en parte, el motivo de mi retraso, diría que es lo que acaba de sufrir Jocker, pero creo que dejaré que él os cuente sus aventuras. Sería una bonita forma de comenzar su epitafio. Ah, sí, las dificultades. Pues, veréis: Accio para recuperar la varita, encantamiento de puente para poner suelo sobre mis pies, Wingardum Leviosa para acolchar la caída. Lumus, para proveerme de luz. Portus para crear un traslador con el mapa -no tengo madera de exploradora, señor Hawthorne-, y Babosas contra una veela. Sí, creo que no se me escapa nada.

 

Dio por terminada su intervención y rodéo el lugar para sentarse muy cerca de la joven de la primera fila.

 

Vas a necesitar algo más para despistarme, hermanita —la frase que salió de la mujer de cabellera azul fue casi un susurro. Se había asegurado de que sólo Mackenzie pudiera escuchar que la había descubierto, pero que guardaría su secreto. Como siempre.

 

»Por cierto, ¿habéis visto qué bien ha quedado la Universidad? Sin duda que el Ministerio se ha anotado un tanto por tan arriesgada campaña.

 

B2lBEqS.gif

TGoZxlJ.png

1WvnNGz.gif

 

 

 

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

Se habían dormido tarde, muy tarde, él había regresado luego de su viaje y habían estado hablando de ello hasta dormirse en brazos uno del otro. Cuando el golpeteo de la lechuza la despertó Darla observó a Seba dormir plácidamente a su lado, abrazándola. Con sumo cuidado deslizó su cuerpo desnudo entre sus brazos sintiendo que ahora si estaba realmente desnuda, el cansancio hizo que su novio emitiera solo un quejido de protesta y ella empujó su propia almohada suavecito, él la abrazó, como hacía cuando ella no estaba, sabía que le gustaba sentir su aroma en ella.

 

Caminó descalza hacia la ventana, apurando su silencioso paso para que el ave no despertara a su novio, parecía que había duplicado su golpeteo. Cuando abrió la ventana se sorprendió no era más golpeteo de una lechuza, sino el golpeteo de un par de ellas. Sorprendida tomó las notas, aunque una de las lechuzas casi le sangró el dedo rehusándose a darle la nota, hasta que con un gorjeó muy quejumbroso y un revoloteo irrespetuoso por toda la habitación la hizo convencerse que su destinatario estaba allí, Darla había atajado la nota justo un segundo antes que golpeara en el rostro de Seba.

 

Las aves salieron entre gorjeos ofendidos cuando ella las espantó en vez de darles una golosina lechucil, no eran su Wizzy y se habían comportado muy mal educadas. Observó las notas y descubrió que ambas tenían el mismo sello de la Academia. Mientras se ponía la bata se acercó al escritorio y apoyó la de Seba procediendo a abrir la suya.

 

Oohh, Liam, Encantamientos, claro --observó hacia la cama y dudó, tomó un pergamino y una pluma y escribió una rápida esquela.

 

Mi amor, se que estás muy cansado, por eso te he dejado dormir más. Me adelanto a la clase de Encantamientos, te espero allá. Tanquilo, le avisaré al profesor que llegarás sobre la hora. Te amo, tuya, Darla.

Revisó la nota doblándola al medio para luego susurrar en voz baja mientras se dirigía hacia el cuarto de baños --Tommy --un segundo después su elfo estaba ante ella.

 

--Tommy, deja dormir una hora más a Seba y luego tráele su té y entrégale estas notas --entregó a su elfo la esquela y la nota de la Academia --si lo ves muy cansado o él no se siente bien avísame, me voy a la Academia.

 

El elfo asintió inclinándose ante Darla y tomó las notas.

 

--Tommy se encargará de todo, cuidara al amo Seba ¿Debo avisar a sus elfos?

 

Darla no dudo ni un segundo al mencionar al elfo que veía más apegado a su novio.

 

--Si, pon al tanto de todo a Dash, si él prefiere ser el que despierte y avise a su amo, déjalo, es lo que corresponde.

 

El elfo asintió una vez más y desapareció, Darla se encerró en el baño. Tras una ducha y un buen aseo había elegido un pantalón negro, botas cortas, una musculosa sobre la que se puso una camisa blanca. Quería estar cómoda para la clase, no tenía idea de lo que planeaba Liam para ellos pero estaba acostumbrada a que nada en la Academia era fácil y tras las Reformas, pues no, no esperaba que nada fuera fácil por ahora.

 

Tras tomar a Edelweiss, su varita, Darla se había acercado a Seba, dándole un beso tierno y muy suave en sus labios, los labios de él le respondieron dormido y ella sonrió con ternura, esperando unos segundos para verificar que siguiera dormido. Se alejó unos pasos para que el ruído de la desaparición no lo despertara y salió en rumbo a la Academia.

 

Su mirada reflejó el asombro y la admiración al notar como todo había cambiado, era un poco sentirse fuera de casa. Darla suspiró, todo el mundo estaba cambiando, hasta ella había cambiado, pero eso nunca había sido un drama para la pelirroja. Los cambios eran todo lo que necesitaba en su vida para sentirse plena, en constante movimiento, viva, aún cuando no fuera exactamente así en el caso de la vampiresa.

 

Sacó el plano del bolsillo del jean y lo revisó, si, era hacia la derecha. Era espeluznante, si no supiera que estaba en Londres juraría que había sido transportada por alguna alteración misteriosa hacia el lejano Egipto. Observó la pirámide frente a ella, la entrada estaba allí, la puerta de roca parecía haber quedado atascada por algún objeto. Se acercó y entre abrió los labios asombrada mientras se agachaba a recogerlo, la puerta en vez de cerrarse se abrió y ella ingresó mientras observaba el escarabajo de lapislázuli de unos diez centímetros de largo.

 

La puerta se cerró de golpe tras ella y la pelirroja dió un salto al costado, dejando caer el escarabajo al suelo, en guardia ante lo que pudiera pasar. Pero el pequeño crujido que escuchó no provino de la puerta, sino del suelo, la vampira dirigió su mirada hacia allí y se sorprendió al notar que había una docena de esos escarabajos de lapislázuli... rompiéndose. Una maldición escapó de sus labios al descubrir lo que estaba viendo salir de ellos: escorpiones.

 

Frunció el ceño ¿a quién diablos se le había ocurrido la idea de ocultar dentro de piedras con forma de escarabajo a escorpiones venenosos? A estas alturas era algo que no importaba mucho.

 

--Incendio --exclamó con seguridad mientras apuntaba a los insectos que se avalanzaban hacia ella con sus aguijones apuntándole, las llamaradas consumieron a los insectos en pocos segundos y el aire ya viciado se llenó de un asqueroso olor a quemado --genial, menos mal no necesito respirar --murmuró en voz baja.

 

Tras confirmar que no hubiera más insectos, encaminó sus pasos hacia el pasadizo que debía llevarla hasta la clase en si. Se preguntaba si aquello habría sido parte de la bienvenida y se dio cuenta de que en cuanto estuviera en lugar seguro debía enviarle un patronus a Seba advirtiéndole de los escorpiones escondidos. Era mejor que no tuvieran más sorpresas. Como si la pirámide hubiera leído su mente y decidiera burlarse de ella de repente un suave clic sonó bajo la suela de su bota.

 

No más escorpiones, pensó molesta, pero no, había sido más bien como si hubiera activado una trampa de pronto las paredes laterales un metro frente a ella se abrieron y unas llamaradas fueron surgiendo de cada lado.

 

--¿Es en serio? --gruñó esta vez en voz alta.

 

Estudió el pasillo, no eran más de diez metros de pasillo con llamas, pero solo Amón Rá debía saber qué más había del otro lado. ¿Cómo es que había fuego en una pirámide? Ridículo. Pero como fuera allí estaban, alternándose en una serie que no tardó en descubrir y que no sería tan difícil de pasar con una pequeña ayuda extra.

 

--Joer, allá vamos, aguamenti, aguamenti... --repitió el hechizo varias veces lanzando chorros de agua para asegurarse de apagar las llamas tras avanzar al detenerse cada una de ellas.

 

Cuando llegó al otro lado respiró profundo. Listo, lo había logrado, solo se le había chamuscado un poco el borde de la camisa, pero nada que no fuera reparable. El patronus para Seba llevaría un mensaje más largo de lo esperado. Siguió avanzando despacio, observando con más detenimiento a uno y otro lado y, por supuesto, el suelo sobre el que caminaba.

 

No había recorrido más de cincuenta metros cuando ante ella había un nuevo obstáculo, no, no, no y no, gimió en su interior ¿cuántos más quedaban antes de poder llegar a la maldita clase? El pasadizo terminaba en una gruesa pared. Buscó el mapa, estaba segura que había seguido el camino correcto, aplicó los hechizos sobre él y era verdad, estaba allí, se suponía que debía seguir cincuenta metros más hasta la próxima bifurcación, pero allí no había nada.

 

Levantó la mirada y con cuidado acercó su mano libre a la pared, no, no era una fantasía y no había surgido ninguna trampa. Lo único que no cuadraba era el material, parecía que no eran piedras si no ladrillos lo que frenaban su paso. ¿Alguien le habría hecho alguna broma tapando de forma no muy mágica el paso hacia el aula?

 

--Ohhh, ya me harté --gruñó molesta y se alejó un par de metros antes de gritar --¡Confrigo! los escombros volaron a su alrededor y Darla gruñó cuando una par de restos golpearon su rostro produciéndole un pequeño corte y su brazo rompiendo la camisa.

 

Tras aplicarse un par de episkeys continuó avanzando segura de que iba por buen camino, al llegar a la bifurcación tomó la marcada en el mapa pero unos pocos pasos después se detuvo, un gran friso estaba iluminado por dos antorchas y advertía sobre los peligros de seguir adelante a aquellos que no habían sido invitados para estar allí. Bueno, eso no debería ser un problema, ella había sido invitada. Avanzó hacia el final del pasillo, a unos treinta metros tras pasar el friso, ya había perdido la cuenta del camino recorrido y...

 

--¡Ahhhh maldición!

 

Una serie de insultos surgieron de los labios de la vampiresa que pendía ahora cabeza abajo a la altura del techo del pasadizo. No podría creerlo, ¿cómo había terminado allí? Miró para todos lados comprobando que no había nadie más. Pero ahora prestó atención a lo otro que había leído y que no había considerado una maldición, hasta ahora. Alto llegarás si tus pasos hacia la entrada intentas llevar Obviamente se había equivocado al pensar que la entrada la de la pirámide, debía tratarse la de la clase y lo de llegar alto no era la bendición por salir de allí, sino el aviso de que sería elevada como si le hubieran lanzado un levicorpus. Claro que si un muggle hubiera sido afectado habría muerto allí colgado cabeza abajo.

 

--Liberacorpus --con un rápido movimiento se dejó caer sobre sus pies, acuclillándose para amortiguar la caída bien.

 

Revisó una vez más el plano adjunto y sonrió, ya había llegado, solo restaba doblar a la derecha al final de ese pasillo y...

 

--¡¡¡Ohhh por las barbas de Merlín!!! ¿Es broma?

 

Allí estaba la verde puerta que marcaba la entrada al aula, según la esquela y el propio mapa pero se sentía como Alica en el país de las Maravillas, la puerta medía unos veinticinco centímetros de ancho y unos setenta centímetros de alto. Suspiró, más bien bufó.

 

--Ya está bien por hoy, engorgio --el rayo impactó sobre la puerta dándole una dimensión tres veces mayor y ahora más lógica para atravesar.

 

Apoyó con cuidado la mano sobre la manija y la giró lentamente lista para atacar, defenderse o lo que fuera, pero no, del otro lado de la puerta verde se hallaba el aula y ya había en ella varios de los alumnos que sabía cursaban. La mayoría eran antiguos conocidos de ella, respiró profundo al ver a Liam esperándolos luciendo una túnica azul oscuro, se le veía impecable, más que a ella debía decir.

 

--Expecto Patronum --invocó al dóberman y le dio las instrucciones para que avisara a su novio por todo lo que ella había pasado.

 

Tras aplicarse algunos fregotegos y otros hechizos limpiadores se acercó hacia el grupo de magos y brujas que ya estaban en el salón.

 

--Buenos días, creo --saludó algo parca mientras buscaba un lugar donde tomar asiento y descansar mientras llegaba su novio y se podían presentar --Ah, por cierto, Seba Granger demorará en llegar --y esperaba que en una pieza, no le hacía nada de gracia que tuviera que pasar por todo aquello, aunque quizás zafara de la puerta, que ella ya lograra agrandar.

Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

Estaba cansada, sus ojeras indicaban que se había pasado gran parte de la noche trabajando dentro del Cuartel General. Sí, se había desvelado, pero y aún así mantenía fuerzas como para seguir un poco más, o eso quería aparentar. Desde hacía ya un rato se había estado dando cabezazos sobre el lugar, a lo cual había tenido que optar por prepararse una buena cantidad de café que consumió en demasía, aunque el mismo estaba lejos de producirle un real efecto sino hasta una hora más.

 

La pluma se le cayó de las manos y, para cuando se dio cuenta, su cara había dado contra el escritorio del cabezazo que había dado. Su quejido fue un diminuto “ah” con una voz soñolienta.

 

Mientras se sobaba la nariz, alcanzó a ver una intensa luz que había atravesado la pared y comenzaba a tomar la forma de un águila imperial. El patronus era muy fácil de reconocer para ella, por lo que antes de terminar de formarse, ya sabía que tenía noticias de su pareja. “¿Puedes dejar de hacerte la dura y descansar en algún momento del día? Tienes vida y yo hare que la disfrutes, quieras o no. Voy a buscarte”.

 

Sus ojos se abrieron grandes como platos, vendría, ¡estaba a punto de llegar! Lo conocía lo suficiente como para saber que la sacaría de allí, pero ella no quería salir aún, tenía tanto por hacer, tantas cosas que planear, tanto que controlar, arreglar, rearmar… Se levantó repentinamente de la silla, moviéndose deliberadamente rápido, causando que con ello la taza que había utilizado cayese al suelo junto a un par de papeles y la primera se hiciera añicos.

 

Maldición – murmuró, agachándose a levantar los pergaminos y apartando los pedazos de la taza rota.

 

Fue en ese momento donde la encontró, una carta aún sin abrir, la cual una lechuza le había llevado muy temprano a la mañana pero que ni se había molestado en abrir, lo cual se había ganado un picotazo de parte del animal, lo que produjo que la echara a empujones de la habitación por el enojo. La abrió luego de notar el sello que era algo similar a los que se utilizaban para la Academia, y en cuanto leyó con prisa la carta fue que se levantó reiteradamente de un golpe, encontrando su salida a lo que le esperaba -regaños y sermones.

 

Debía asistir a la clase de Encantamientos, es más, se le había hecho tarde, mucho, iba a llegar de última probablemente, más si Luca llegaba en cualquier momento. Corrió a toda velocidad en busca de su capa de viaje, y así sin más, sin arreglarse, aún teniendo el atuendo de la noche pasada, desapareció, yendo camino a su nuevo objetivo de aquel día.

 

En cuanto sus pies tocaron tierra firme nuevamente, deseó no haber hecho el último movimiento antes de desaparecer. Hacía calor, mucho, ¿cómo podía estar ese clima en aquella área siendo que aún estaban en Londres y aún era pleno invierno? Bufó por lo bajo, apartándose la capa, aunque no se la quitó, resistiría con ella hasta llegar al aula.

 

Caminó, mirando el mapa una y otra vez, hasta que por fin encontró el pasadizo que daba acceso a lo que parecía un área más oscura que el soleado campo de la nueva Universidad. Avanzó lentamente, todo estaba demasiado oscuro para su gusto, aún luego de invocar un hechizo Lumus con su varita.

 

¿A dónde rayos se supone que tengo que ir? – dijo a la misma nada, mirando de aquí allá.

 

Pero antes de que pudiese encontrar una respuesta, mucho antes de ver bajo sus pies, repentinamente resbaló del suelo y comenzó a deslizarse por un tobogán inesperadamente largo y sinfín. Unos instantes después de tropezar, oyó un fuerte ruido y una vibración del tobogán, y en cuanto se volteó como pudo, lo vio.

 

¡Pero qué…! – ahí estaba, casi encima de ella, una enorme bola de roca sólida deslizándose a toda velocidad por el tobogán por unos escasos metros por arriba de ella. Iba a aplastarla, iba a terminar siendo Mei a la picadillo – ¡Reducto! – bramó luego de sacar como pudo su varita, haciendo que la roca explotara en mil pedazos justo antes de ella llegar al final del tobogán y estrellarse un poco más allá con una pared – Ah, ¿regresé a mis clases de la Academia y no me enteré? – se quejó mientras se levantaba con dolor en todo su cuerpo y poniéndose nuevamente en marcha por donde podía dirigirse.

 

Aquel era el primer aviso, era obvio que más cosas se aparecerían, por lo que tendría que prepararse tanto mental como físicamente para ello. Esta vez caminaba con cautela, pero y aún así no fue suficiente. Esta vez fue un ataque sorpresa en cuanto llegó a una nueva y espaciosa área: sintió como si la jalaran de un pie y la elevaran en el aire, quedando suspendida allí. Reconocía el hechizo, ¿pero quién lo habría llevado a cabo? Si se enteraba que había sido su profesor…

 

Oyó un murmullo que la hizo poner los pelos de punta. Era un ruido especial, criaturas, una, no, dos. Muchas, millones de ellas. Temblaba de pies a cabeza, ya a ese entonces temía volver a encender su varita, pero debía hacerlo.

 

Lumus – volvió a repetir, sólo para confirmar sus peores pensamientos. Acromántulas de diversos tamaños, aunque todas jóvenes, eso no quitaba el hecho de que eran muchísimas, y todas ellas mortíferas. Sentía cómo su cuerpo convulsionaba, no podría soportarlo, debía salir de allí cuanto antes – ¡Liberacorpus!

 

Justo antes de que una de las arañas más próximas alcanzase a morder su pie, éste fue liberado, haciendo que cayese pesadamente al suelo, aunque poco tiempo estuvo allí. Se levantó más rápido de lo que alguna vez en su vida lo había hecho y, sin más, se lanzó a correr como alma que lleva el diablo.

 

Arania Exumai – exclamó varias veces, aturdiendo a cuanta araña se cruzaba por su camino, pequeña, grande, exageradamente grande.

 

Zigzagueaba de aquí para allá, no sabía si llevaba corriendo ya unos pocos minutos o una hora incluso, se le estaba haciendo eterno el escapar. Varias veces tuvo que saltar, golpear y hasta se soltó la capa que una de ellas le había sujeto con tal de escabullirse. Hasta que por fin notó algo, más delante de donde se hallaba, las arañas eran cada vez más escasas, ¿el motivo? Ni idea, pero debía de tratarse de la salida. O eso esperaba.

 

Para cuando se dio cuenta, casi se había dado de lleno contra una enorme telaraña. Alcanzó a realizar un Depulso y deshacerse de la tela de aspecto especialmente fuerte, escapando por el agujero que había alcanzado a realizar allí. Y para cuando se dio cuenta, lo único que tenía por delante suyo era un precipicio, y un poco más a su derecha, una escalera.

 

Echó un vistazo hacia atrás. Las acromántulas ya no la seguían, algo que la dejó aliviada en parte, aunque de todas formas corrió hasta las escaleras y comenzó a bajar por ellas. Esta vez un poco más despacio, estaba preparada para encontrarse con el siguiente obstáculo.

 

Había un nivel más abajo, pero gracias a que el lugar estaba un poco más iluminado -lo que le indicaba que se acercaba a la habitación correspondiente- alcanzó a ver que una enorme figura se movía de forma inquieta en ésa área. Algo que se deslizaba y producía un sonido bastante particular.

 

Se detuvo justo unos pocos escalones antes de llegar, pero fue en vano. El basilisco salió de entre las sombras, lanzando sus fauces hacia donde se hallaba. Se lanzó a un lado justo a tiempo para librarse del ataque.

 

¡Conjuntivitis! – gritó, aprovechando el momento en el que el animal se recuperaba del golpe directamente contra el concreto del suelo. El hechizo impactó certeramente, haciendo que los ojos de la criatura mítica comenzaran a verse seriamente afectados.

 

Se levantó como pudo y echó a correr hacia las siguientes escaleras que se hallaban más allá, próximas al precipicio, pero el basilisco era mucho más rápido, alcanzó a oír sus pasos y se dejó llevar por el sonido que éste producían. Maldición, maldición, maldición repetía una y otra vez en su mente, no llegaría, alcanzaría a atraparla, o incluso a golpearla y hacer que cayese por el enorme abismo entre ese nivel y el próximo, que se hallaba mucho más abajo.

 

Una escalera angosta y muy larga significaban muchos escalones, y ella podía ser algo rápida corriendo, pero cuando se trataba de bajar o subir esos benditos escalones, era demasiado lenta, sin mencionar que se cansaba muy rápido. Repentinamente saltó en cuanto alcanzó a ver la punta de la cola del animal dirigirse a ella, se había salvado por los pelos, pero tenía que bajar, ¡no alcanzaría a bajar!

 

G-g-g-glisseo – logró pronunciar entre el ardor de su garganta y el pánico que aún le duraba de su encuentro con los benditos arácnidos.

 

Y justo a tiempo en el cual, los escalones se colocaron en la misma posición recta, formando un nuevo e improvisado tobogán que la hizo resbalar y comenzar a caer en el momento exacto donde el basilisco había lanzado un mordisco al aire, donde anteriormente había estado su cabeza.

 

Bajaba sin control, incluso varias veces estuvo a punto de caer a los lados, pero logró mantener el control de la situación hasta que llegó al final de las mismas. Mucho más arriba podía oírse el sonido que los animales causaban, ¿a quién en su sano juicio se le ocurría colocar aquellas cosas allí? Mataría al profesor, como mínimo, hacer eso a los nuevos estudiantes de la ex Academia era moneda corriente, ¿pero ellos? Todos veteranos, estaba segura de que más de uno había tenido problemas por la falta de costumbre por encontrarse con este tipo de “aventuras”.

 

Había avanzado un buen tramo pensando en ello, hasta que por fin, tomó el pomo de la puerta y lo abrió, encontrándose con algunas personas presentes. Lo primero que hizo no fue saludar, ni siquiera miró a los presentes, ella se dirigió hasta el pupitre más próximo y lanzarse de forma despatarrada allí, intentando recobrar el aire perdido en aquella maratón imprevista.

7ND4oqh.gif ~ c3cuSMA.gif


4uqeTef.png


sEAaDO5.gif


Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

Observó a Lyra, sumida en sus pensamientos durante unos instantes, hasta que de pronto reparó en el polvo que aún le cubría la ropa tras la aventura del pasadizo.

 

- El polvo es un incordio, a mi me da dentera. Y a mi hermano le pasa como a ti, también es alérgico. Por cierto, ya lo dije, pero me llamo Mackenzie, Mackenzie Yellbrige. -Sonrió ampliamente y le tendió la mano a Lyra, tratando de intimar un poco más. - Espero que seamos amigas, apenas conozco a nadie en Inglaterra, ¿sabes? Llevo varios años viviendo en Australia y he perdido el contacto con la gente de acá.

 

Se cortó de pronto cuando en la puerta aparecieron dos figuras a quienes no había esperado encontrar. Sus dos medio hermanos, Aine y Jock acababan de irrumpir en el salón de clases. Ella con gesto entre divertido y furibundo, él con gesto embobado, como si acabara de salir del mismísimo paraíso de las cien huríes musulmanas.

 

Obviamente, no esperaba confundir a Aine con su metamorfomagia, la había utilizado mil veces con ella en múltiples trastadas compartidas. Por muy experta que Mackenzie fuera con la habilidad, Ainé y ella se conocían casi desde la misma cuna.

 

-Maldita, hermana -refunfuñó en voz baja, dándole un pizco por debajo de la mesa, cuando la otra le confirmó sus sospechas- ya sé que me guardarás el secreto, pero más vale que no se te note. ¡Disimula!

 

Aine no perdió tiempo en lanzar la primera puya. ¿La estaba poniendo a prueba para ver hasta dónde llegaba su camuflaje?

 

- Los del Ministerio están locos -replicó con la voz lo suficientemente alta como para que la oyeran- ¿Un tanto? ¿Cómo se van a apuntar un tanto con esta estupidez? ¿Para qué se necesita crear una réplica de Egipto en el mismísimo corazón de Inglaterra? Además, estas ideas renovadoras no le hacen ningún bien al mundo. ¡Necios dirigentes! Nunca hacen nada a derechas.

 

Se apoyó con los codos en la mesa, tratando de disimular una sonrisa. Aún le estaba dando vueltas a la idea de cómo conseguir que Aine y Jock, si también se daba cuenta, le siguieran la corriente con el camuflaje que se había preparado, cuando otra alumna saludó a la clase y anunció que Seba Granger llegaría tarde. Un instante después, entró otra alumna más.

 

Algo no marchaba como debía. De pronto se dio cuenta de que todos parecían reaccionar como si en la clase sólo estuvieran los que ya habían hablado. ¿Y los otros? Mackenzie los había visto llegar. Con retraso y más imputuales que ella, pero al menos un buen número de ellos habían llegado. Los había visto entrar por la puerta verde en una rápida sucesión, poco después de que llegara ella misma a la clase. Giró la cabeza con aprensión... Se frotó los ojos y volvió a mirar a su alrededor.... Allí estaba el profesor, Liam y también podía ver a Lyra, Ainé, Jock y a las otras chicas que acababan de llegar. ¿Y los demás? ¿Los había imaginado antes? ¿Un encantamiento? ¿Pero qué tipo de encantamiento?

 

No quiso preguntarle al profesor, tenía miedo de lo que pudiera responder o de que realmente le confirmara que su mente había visto visiones. Mejor ser prudente y callar.

yqvll1m.gifO3zbock.gif
firma
iRyEn.gif4ywIp1y.gifXuR0HEb.gifZmW4szS.gif
bfqucW5.gif
Come, my friends,
Tis not too late to seek a newer world.
Enlace al comentario
Compartir en otros sitios web

Guest
Esta discusión está cerrada a nuevas respuestas.
 Compartir

Sobre nosotros:

Harrylatino.org es una comunidad de fans del mundo mágico creado por JK Rowling, amantes de la fantasía y del rol. Nuestros inicios se remontan al año 2001 y nuestros más de 40.000 usuarios pertenecen a todos los países de habla hispana.

Nos gustan los mundos de fantasía y somos apasionados del rol, por lo que, si alguna vez quisiste vivir y sentirte como un mago, éste es tu lugar.

¡Vive la Magia!

×
×
  • Crear nuevo...

Información importante

We have placed cookies on your device to help make this website better. You can adjust your cookie settings, otherwise we'll assume you're okay to continue. Al continuar navegando aceptas nuestros Términos de uso, Normas y Política de privacidad.