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Transformaciones


Leah Snegovik
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~Leah Atkins
El aula de Transformaciones brillaba de forma especial aquél día. Cada tramo parecía recién pulido, renovado, como si se tratara de un templo romano en su estado más puro. Las altas columnas de mármol sostenían un techo lleno de murales de la época, donde los Dioses parecían moverse a pesar de tratarse de una pintura no mágica. El lugar estaba distribuído a la perfección en su forma hexagonal, manteniendo cada aspecto a la vista de cualquier alumno que pasara por la puerta y se dirigiera con libertad en cualquier dirección. Amplios ventanales de cristal rodeaban una zona del blanco salón e iluminaban por completo el lugar, permitiendo la entrada del cegador sol mañanero.
Un reloj de pared marcó las siete en punto un segundo después de que la cabellera de la rubia se anunciara dentro del aula. Su paso era firme, tranquilo y seguro, estaba dispuesta a empezar aquella clase como si se tratara de cualquier otra. Las reformas le importaban en lo más mínimo y la verdad era que estaba bastante cómoda con su nueva ubicación en el Ateneo. Y, si bien habían cambiado de sitio, no había dejado de ser el aula más grande y tampoco la que más arriba estaba dentro de las instalaciones académicas; irónico, aún no podía asomarse por una ventana sin sentir que iba a morir mareada o quizás por una caída imaginaria.
Una pizarra de gran tamaño y demasiado limpia, para ser de ese tono azabache, estaba colocada en la pared tras su escritorio. Ahí tomó asiento, cruzando las piernas bajo el mismo mientras se disponía a revisar la lista de estudiantes. Tan solo hacer aquello los animales que estaban encerrados en sus respectivas jaulas se despertaron, unidos de algún modo a la sala, empezando a crear una música de fondo digna de una selva tropical. Las aves graznaban, los conejos mordisqueaban zanahorias, algunos perros ladraban y pocos gatos estaban ronroneando, la mayoría dormía. Los oídos de la mujer ignoraron todo, dejando que su mente se centrara únicamente en sus ojos y en lo que estaban viendo. Un solo nombre resaltaba en el pergamino y el problema no estaba en ello.
Debe ser una broma...
No solo tenía una única estudiante, cosa que le baja un poco el ánimo... ¿Por qué tenía que ser ella? Se acarició la sienes con cuidado y suspiró, lanzando una rápida mirada al reloj a su derecha. Contó hasta tres y se relajó, sabiendo que el plazo hasta las siete y cinco acabaría en nada. Y su preparación mental la siguió hasta que la puerta negra se abrió, dejando pasar a Juliene Black Lestrange tras el pequeño brillo de la placa metálica donde su nombre y la asignatura brillaban en un tono escarlata. Se puso en pie más por inercia que por protocolo y señaló el centro de la sala. Un hexágono más pequeño formaba una hendidura en el suelo, creando un desnivel claramente visible como un escalón, y dentro estaban dispuestos diez bonitos pupitres de madera. Y ahora que la veía pasar por su aula, ¿por qué no pasárselo bien?
Bienvenida a la clase de Transformaciones ―le dedicó una de sus sonrisas arrogantes a su mejor amiga, mantenerse distante la sacaría de quicio y eso le encantaba―, soy la profesora Atkins.
Oh sí, le encantaba. ¿Quién era la persona con más responsabilidades y poder dentro de aquella sala? Sus ojos esmeralda brillaron con cierta maldad, vaya que iba a pasárselo bien intentando enseñarle magia a aquella mujer. La quería más de lo que admitía, pero disfrutaba haciéndola pasar pequeños malos ratos cada cierto tiempo.
Para empezar, quisiera saber cómo te llamas y qué haces para vivir ―se dio media vuelta, fingiendo que realmente no la conocía, tomando una tiza de su lugar y empezando a escribir en la pizarra―. Así mismo, quisiera que me dijeras cuál es la razón por la que deseas tomar esta clase. La mayoría de las personas suponen que aprender a transformar cosas es necesario por el simple hecho de que es una de las ramas principales de la magia, sí, lo dicen mucho. Pero quisiera escuchar una verdadera razón, quiero decir, debe existir un motivo más palpable para querer adquirir como conocimiento este arte.
Con perfecta caligrafía, el primer tema de la clase estaba plasmado en la superficie oscura de la pizarra. Aún no lo tocarían, claro estaba, pero estaría allí de momento para servir como parte de la presentación. Los animales habían bajado el volumen de sus sonidos solo para observar con curiosidad a la mujer que estaba sentada en los pupitres. Así mismo, los cuadros mágicos que estaban colgados en las paredes despertaron de su sueño para espiar la escena. Había demasiados detalles que Juliene quizás habría notado al entrar, quizás sí o quizás no. La sala era una expresión de ella misma vuelto un cuarto, un vistazo de su forma de ser. El orden, lo reluciente de todo, cada manía estaba plasmada en ese lugar. Así como ciertos gustos personales.
También quisiera que realizaras una transformación para mí, la que sea. Es importante que me muestres qué entiendes por transformación, además de que me gustaría ver cómo te manejas con la varita y la pronunciación de los hechizos.

 

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― Recuérdame una vez más porque gasto mil galeones en esto.

Dracomiens negó. Y Carlos sólo se cruzó de brazos.

― Porque necesitas ampliar tus conocimientos académicos.

― ¿Me estás llamando ignorante? Porque Aristóteles tiene una frase perfecta para estos...

― ¡Basta de Aristóteles y Descartes! ― que su elfo más fiel y el amago de amigo que tenía se pusieran de acuerdo fue demasiado para ella.

Eso sólo quería decir una cosa; la línea había sido cruzada. Juliene suspiró, tomando su vestuario de la cama, dedicándose a observar la carta que reposaba en su mesita de noche no podía creer que tendría que volver a cursar clases, tenía que admitirlo, estaba segura que la desastrosa experiencia con Hank sería la última que tendría. Y entonces ahí se encontraba la prueba feaciente de que estuvo equivocada.

― ¿A qué hora es la bendita clase? ― indagó, derrotada.

El par de personajes sonrieron, lo habían logrado.

~.~.~.~.~


Leah Atkins.

Si alguna vez había pensado que Merlín estaba en su contra, lo más seguro es qué, se había equivocado de forma estrepitosa. Porque ese día, ese momento, esa situación, esa clase era la evidencia de que su creencia no era infundada. Ese ente espiritual, según lo que le habían enseñado, debía estar gozando colosalmente mirando su expresión al saber quien sería su profesora de Transformaciones, ¿en serio tenía que ser ella? ¿no había más profesoras? No, tenía que ser su mejor amiga, para molestarle la existencia.

Qué ese condenado bromista se apiade de mí, fueron sus pensamientos al entrar a la sala hexagonal. Se esperaba la sonrisa petulante, incluso esa pose que le transmitía cuánto dependía de ella en aquella situación, estaba preparada para cualquier cosa excepto eso. Fue inevitable sorprenderse, su rostro debió demostrarlo, ni siquiera logró hilar bien sus pensamientos para responder a su bienvenida y el cómo llegó hasta el pupitre central de la primera fila resultó un enigma. La escuchó hablar, siendo tan lejana como nunca antes, exigir su presentación y demás repuestas básicas para el desarrollo de la clase.

Habla.

Aquella habitación era tan parecida a su interlocutora, casi sentía que estaba en la Atkins, sabía que por mucho que buscara una pizca de polvo jamás iba a conseguirla.

Habla.

Ese brillo en sus ojos, condenada hija de su madre, sabía lo que estaba logrando tratandola de esa forma y también que jamás iba a esperarselo, no de ella.

Habla

― Juliene Black Lestrange, un placer.

¿Quería guerra? Pues claro que iba a tenerla y si era cuestión de seguirle el juego había escogido bien a su contrincante. Sólo tenía que olvidar que la conocía, ser natural, ser la persona que había aprendido, importandole un pimiento lo demás. Leah iba a enterarse con quién se estaba metiendo, lo pagaría caro, entonces se arrepentiria de sus acciones.

― ¿Para vivir? Muchas cosas, profesora, usualmente mantengo una vida marital activa con mi flamante esposo, eso me proporciona buenos dividendos en mi bóveda de gringotts y como debemos compartir a veces exploto dichos dones en mi cabaret ― estaba segura de haber sonado natural, como si realmente fuese verdad, era la meta ―. Ahora bien, también soy directora del Departamento de Cooperación Mágica Internacional y, como no, profesora del área básica. Esto último es reciente, ya sabe, por las modificaciones.

Leyó lo que había escrito en el pizarrón, no logró entenderlo del todo, así que siguió con lo suyo.

― La tomé, en primer lugar, porque me habían chismeado que tenía un profesor sexy ― le dedicó una mirada escaneadora ―, pero temo que se equivocaron. Ya asesinaré al mentiroso. ― sonrió, divertida ― La otra razón es sólo porque deseaba distraerme un poco...

Vale, es suficiente.

― Quiero aprender este arte, profesora Atkins, el por qué no necesita ser aclarado sólo debe saber que deseo comprender, desenmarañar cualquier secreto o certidumbre que este noble arte me proporcione... ¿Para qué un hombre desea un conocimiento? ― inquirió, levantándose de su asiento y caminando hacia la rubia ― Porque necesita entender su entorno, desea comprender su realidad y, más que nada, anhela saber la verdad.

¿Espacio personal? Nada de eso, tenía todo el derecho de respirar el mismo aire que su profesora, nadie iba a impedirlo, ni la mencionada.

― Y aún así jamás logrará adueñarse de toda la verdad. ― se encogió de hombros ― ¿Podemos trabajar con esa repuesta? ¿O requiere otra explicación?

Devolvió sus pasos hacia el pupitre que había decidido ocupar, meditando sobre su siguiente paso, una transformación de cualquier cosa, delineó el contorno de la hexagonal habitación y terminó apuntando al pupitre contiguo ―Morphos ― y de esta manera transformarlo en un lobo adulto de considerable tamaño, además poseedor de un color tan blanco como la nieve a excepción de una franja negra en su frente.

Observó a Leah, mientras acariciaba a su creación, sonriendole de forma enigmática.

― Iba a hacerlo con su ropa, profesora, pero temo que no hubiese sido correcto.

Veremos quién aguanta más, cariño.
Editado por Maýz Black Lestrange

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~Leah Atkins
Y dale con la filosofía.
Tenía que esconderle todos los libros de Descartes y Aristóteles a Juliene en cuanto tuviera la oportunidad, era la única persona que había visto filosofar sobre Transformaciones. Asintió y ensanchó una sonrisa en su rostro, saltándose todo lo que le había dicho antes, mirándola a los ojos, muy acostumbrada a la cercanía con ella. Tenía ganas de colgarla, quería tomarle el pelo, pero se aguantaría con toda la paciencia que no tenía. Aunque, ¿no se supone que debía mostrarse un poco más... dura? Vale, solo se había acercado lo suficiente como para sentirse acosada, no podía permitir que pasara de nuevo.
Empezaba a flaquear con la fuerza de voluntad, dudaba poder aguantar demasiado con una estudiante tan petulante como lo era su mejor amiga. Concéntrate, se recordó. Había mejores cosas en las que podía concentrarse... como en su escote, eso siempre lograba calmarla. Llevó sus ojos a las niñas y los mantuvo ahí mientras que la Black Lestrange hacía que el pupitre a su lado se transformara en un lobo con un hechizo que usaban mucho dentro de batallas de bando. Inhaló con disimulo, muy profundamente, antes de rodear su escritorio y recargarse en la parte frontal para verla bien.
Muy bien, Black Lestrange, veo que entendemos lo que es una transformación. Pero, ¿sabemos qué es en sí? Quiero decir, su concepto.
Con un chasqueo de sus dedos, el pupitre volvió a la normalidad en un abrir y cerrar de ojos.
Según los muggles, una transformación es todo aquello que pueda cambiar, sea cual sea el motivo ―explicó, ladeando la cabeza―. Es un concepto bastante incompleto, pero no es sorpresa cuando vemos que les falta la magia. Es por eso que el concepto que manejamos dentro del mundo mágico es el más acertado: la Transformación o Transfiguración es un proceso mágico por el que pasa un objeto, una criatura o un ser humano, donde cambia su estructura física interna, externamente o ambas.
Sacó la varita de su manga derecha y apuntó al mismo pupitre, moviendo la varita rápidamente en una floritura elaborada.
Lapifors.
Antes, con un Morphos, su mejor amiga había conseguido un ejemplar albino de lobo muy bonito. Pero ahora la Atkins había conseguido un pequeño conejo blanco, demasiado tierno para algo que ella pudiera crear. Era mucho más pequeño que el lobo, por su puesto, y mucho más pequeño que el pupitre en sí. Pero era perfecto, un conejo hecho y derecho sin ningún tipo de cambio molecular visible o no dentro de su creación. El tamaño parecía no haber importado en lo absoluo y ese era el punto al que quería llegar precisamente.
Es una de las ramas más importantes de la magia porque no es algo que se aprenda en una clase, no, viene con nosotros desde nuestro nacimiento. Sabemos, como brujas y magos, utilizar las Transformaciones en la mayoría de los casos y cómo aplicar sus efectos en objetos. Sin embargo, hay reglas que desconocemos o que ignoramos, logrando que nuestra magia sea nula cuando intentamos realizar un hechizo ―se acercó al conejo, tomándolo en sus manos―. ¿Ves lo pequeño que es?
»Es esencial que todos los cambios moleculares que querramos crear sean acordes a la masa del objeto que queremos hechizar. Me explico. Pude crear un conejo porque la masa del pupitre era suficiente para su creación, a pesar de excederse un poco. Tú lograste crear un lobo porque el tamaño del animal no sobrepasa el tamaño de estos pupitres. Pero no podrías crear un elefante de un pupitre, la masa es escasa para el tamaño de ese animal en concreto. Así que, en pocas palabras, el objeto debe ser relativo o mayor al animal que deseemos transformar. Esto siempre y cuando estemos realizando este tipo de transformaciones, no todas tienen que ver con el tamaño; de eso hablaremos en un momento.
Lo de fingir que no la conocía le estaba saliendo demasiado bien. Realmente estaba marcando una línea alumno/profesor. Y por la cara que tenía la otro, era muy evidente que luego le caería la bronca encima. Sin embargo, cuando regresó el pupitre a la normalidad, no parecía muy preocupada por eso en ese momento. Estaba en su punto, en donde más le gustaba estar. Por primera vez, Juliene la vería en su elemento, haciendo algo que le apasionaba desde todos los puntos de vista posibles. Era extraño que encontrara la vocación dando clases cuando no era capaz de soportar ni a sus propios hijos, ironías de la vida.
¿Qué otros hechizos de transformación conoces, Black Lestrange? ―preguntó, andando hacia la parte trasera de la clase y haciéndole una seña para que la siguiera―. ¿Puedes nombrarme cinco? Si me nombras diez, tal vez te dé un premio.
Una alta estructura de piedra las esperaba en el fondo, rodeada por lo que parecía un pequeño jardín artificial. La Atkins colocó su palma sobre ella y la piedra se separó hasta mostrar en su interior una placa metálica llena de agua. No se veía su reflejo dentro, era un pensadero.
Necesito un voluntario para mostrarme un recuerdo donde las transformaciones hayan sido necesarias. Gracias, señorita Black Lestrange, por ofrecerse ―sonrió tranquilamente―. Y asumo que podrá explicarme por qué las Transformaciones son importantes en el mundo mágico una vez que veamos su recuerdo.

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― Yo también quiero verlas desde cerca… las notas, claro.


Pero su mirada fija en el par de niñas de la Atkins daba oportunidad a otro significado, rio internamente, a veces ni ella misma tenía del todo claro sus acciones o palabras, sólo se dejaba guiar por su espontaneidad y, por muchos problemas en los que se metiera, siempre hallaba la salida. Y, entre las miles de cosas que adoraba, confundir a las personas era lo suyo, había explotado esa habilidad desde siempre, ¿no le había hecho creer a miles de víctimas que correspondía a la atracción sexual que sentían hacia ella?, así que jugar un poco con la mente de su profesora le vendría bien, necesitaba entretenerse.


Su lobo había desaparecido, dejándole en claro que, la hora de comenzar a escuchar había llegado y por eso se mantuvo en un perfecto mutismo, mirando como la rubia se desenvolvía en su elemento, lo hacía bastante bien. Nunca iba a saberlo por su boca, pero sí que sabía cómo captar su atención y no, no era su por su meticulosa mirada en los pechos de la misma, de verdad la escuchaba, aun así su misión era molestarla, en eso se resumía su vida. Por unos leves minutos su tarea había sido truncada por un pequeño conejo que la Atkins había colocado entre ambas, vaya que era perfecto, continuo mordiéndose la lengua para contener el sinfín de comentarios soeces que rondaban su mente, era definitivo, le costaba tomar a Leah con seriedad.


Así estaban entonces, la rubia fingiendo a la perfección que no la conocía y ella, por su parte, haciéndose pasar por la estudiante más acosadora que ésta pudiese llegar a tener. Bueno, tenía que ser justa, a excepción de Oniria. No, se equivocaba, el acoso vendría del otro lado y la clase jamás pudiese ser completada. Inconscientemente desvió su mirada al escritorio, el pobre sufriría las consecuencias, no quería imaginar cuantos hechizos limpiadores tendrían que usar los elfos, debía contener las arcadas. ¿Por qué podía soportar verlas en pleno acto sexual, incluso, apostar y ante la idea de imaginárselas en equis lugar las ganas de vomitar eran insoportables? Ni ella misma se entendía, estaba loca, sólo así podía explicarlo.


Enferma es lo que estás, Juliene.


Le siguió, pues lo estaba pidiendo con su gesto, andando hacia la parte trasera de la habitación donde una interesante estructura de piedra les saludó, ni hablar del pequeño jardín que la rodeaba, unas cuantas interrogantes hicieron mella en su cerebro hasta que por fin el secreto fue revelado. Un pensadero, vaya que era original, tenía que conseguir uno de esos para cuando ciertos recuerdos le atormentaran. Pero antes del recuerdo, como era lógico, tenía que responder las preguntas.


Y tenía que seguir cumpliendo su papel.


― Quiero un premio, sí― su mirada volvió a desviarse hacia más abajo del cuello de su interlocutora― Veremos si logro obtenerlo.


Tomó un extremo del pensadero, bailando sus dedos sobre el agua, tratando de recordar los mentados hechizos de transfiguraciones.


― Duro, oh, ese es especial― no podía reír, no, tenía que aguantarse y mantener sus orbes esmeraldas en aquel par de gemelas― utilizado para convertir objetos en piedra, ¿no? ― hundió dos de sus dedos en el pensadero, suponía, nada malo iba a ocurrir mientras no tuviese ningún recuerdo― Harder, sí. Ejem… Avifors que consiste en transformar un objeto en un ave. Y Glisseo también funcionaría por eso de que hace que ciertos objetos sean resbaladizos― que justo en ese momento extrajera su mano empapada y decidiera acariciar los bordes del objeto no tenía nada que ver, no, ¿qué demonios estaba haciendo? Ni siquiera ella sabía― ¿Qué otros más? ¡Ah, sí! Vera verto y Melofors, el primero para transformar un animal en una copa y el segundo para transformar la cabeza de una persona en calabaza… ¿podría usarlo con usted, profesora? Jamás supe si era capaz de lograrlo.


Sonrió, inocente.


―Sigamos. ―objetó― El sexto del conteo sería Draconifors con el cual se le da vida a una estatua de dragón. O se transforma, mejor dicho. Oh, Ducklifors también entra en estos hechizos pues convierte a un oponente en un pato, ¿se imagina profesora? ¡Un pato!― sus dedos volvieron a bailar sobre el agua, sumergiéndolos y sacándolos, como si fuera una especie de ritual― Cripsis es otro, usualmente, funciona para hacernos invisibles. Espongificación para convertir alfombras y losas en bases gelatinosas y elásticas.


Oh, vaya, elásticas.


Como si fuera un acto inconsciente hizo sonar la pulsera de plástico, la había aparecido procurando que la rubia no lo notara, volviendo a posar su mirada donde debía estar y alejando sus manos del intento de pozo. Todavía le faltaba una transformación, ni hablar del recuerdo y, de paso, la última pregunta que le había hecho… ¿por qué la hacía pensar tanto? Después quería que dejara de mencionarle a Aristoteles o al tal Descartes. Bueno, era tiempo de terminar.


― Y por último…― volvió a acercarse a la rubia, sus labios estaban entreabiertos, dispuesta a mencionar el último hechizo en el oído de ésta― ¿por qué no apruebas el Vitae y nos vamos a casa?― se alejó lo más rápido posible, pellizcando una de las niñas de Leah en el proceso, perfecto. Ahora sí podía mostrar algo de seriedad e indiferencia― Bueno, pienso que, Snufflifors es aplicable, tiende a transformar libros en ratones


Le dedicó un ligero guiño centrando su atención en el pensadero, otra vez.


― ¡Y ahora el recuerdo!― se sentía una niña de repente, una demasiado traviesa, de esas que crispaban los nervios de sus tutores― ¿Puede ser cualquier cosa, no? ¡Más le vale no reírse, profesora!


Se decidió a mostrar algo sin importancia, lo suficientemente banal, aun así no pudo evitar meditar unos cuantos segundos hasta conseguir el adecuado para proceder a tocar sus cabeza con su varita y extraer el hilillo plateado común lanzándolo al agua. Encontró su rostro en el objeto, no estaba sola, acompañada de esa jovencita de cabellos azules oscuros que tan bien conocía, se trataba de su gemela Joke, no pudo evitar que su sonrisa se ensanchara al mirarla y mucho menos albergar ese sentimiento de añoranza. Jugaban, como era normal hacia tantos años, hasta que la escena se tornó un tanto extraña cuando una quimera había decidido unirse a su juego, tenebrosamente hablando, persiguiéndolas por todo el sitio hasta que una de las dos niñas, no llegaban a los catorce años, apuntó hasta una de las estatuas de dragón que rodeaban el jardín y le brindaba el halo de vida suficiente como para escalar junto a su hermana al árbol más alto del lugar, además de asustar a la criatura inicial. Se vio presa de un ataque de risa conjunto con la Triviani, entre las ramas del árbol, y allí había terminado el recuerdo. Feliz, por demás.


― En ese caso, profesora, logró mantenernos con vida tanto a mi hermana como a mí― explicó― Así qué, supongo, son necesarias para cada mínimo aspecto de nuestra vida como brujas o magos. Me refiero, entre otras muchas cosas, que no sólo podríamos usarlo en un duelo, para salir de una situación de peligro… sino para situaciones más simples, que se yo, darle toques hogareños a cualquier lugar o sólo tener algo tan bello como un conejo haciendo de las suyas.― argumentó, sin dejar de sonreír, comenzaba a agradarle la clase― En síntesis, dependemos de las transformaciones tanto como dependemos de la magia.


Emitió un ligero suspiro, borrando su rostro del agua, alzando su mirada hasta la Atkins.


― ¿Puedo ir a sentarme?


Por alguna razón, quizás el recuerdo, ya no quería molestarla.

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~Leah Atkins
No pudo evitarlo más, rió. Era imposible lidiar con May cuando se ponía en plan altanera y vaya que se estaba llevando el dos de oro con tanto teatro. Sus niñas no habían salido ilesas de su cercanía y ella, muy difícil, se había acercado más solo para hacerle ver que no la había molestado en lo más mínimo y que podía seguir si era eso lo que deseaba. Pero aún dentro de su pequeño momento liberal, había escuchado cada minúscula parte de su largo discurso sobre las transformaciones. Y cuando llegó el momento del recuerdo, hundió la cabeza junto con ella dentro del pensadero.
A veces, solo a veces, olvidaba lo similares que las dos eran en cuanto a vida e historia. Se mantuvo alejada de la acción, siguiendo con cierta distancia la figura de la Black Lestrange y observando casi con cautela de la escena. Dos niñas, muy parecidas, usando las transformaciones para librarse de problemas. Su gemela, así como ella tenía a la suya también. Estudió el rostro de la pequeña que no había conocido un poco antes de volver a la realidad e hizo como que el cambio de actitud de su mejor amiga no había sido perceptible una vez que hubieron regresado.
Muy bien, Black Lestrange, excelente.
Le dedicó una sonrisa y asintió.
Puedes sentarte, vamos a seguir con la teoría de momento. Es necesario que comprendas que, a pesar de que usualmente sea una rama mágica usada más en la práctica, es muy importante conocer de dónde sale y cómo es que debemos usarla correctamente. Supongamos que el Draconifors salía mal en ese momento, no habría sido un final my agradable para algo que parecía divertido... ¿No? Pero hay una razón: instinto.
Esperó a que la mujer tomara asiento y automáticamente la zona donde estaban los pupitres giró para encarar la figura de la Atkins, quien había empezado a andar a paso tranquilo hacia otra parte del aula. Como estaba previsto, todo reaccionaba a sus movimientos, a sus pensamientos, incluso a sus palabras, porque tan pronto había acabado de hablar una especie de pantalla holográfica apareció ante sus ojos. Se posicionó a un lado, fuera de la visión de Juliene, para que ésta pudiera ver con claridad lo que quería mostrarle.
La luz no influía en lo absoluto en laa imágenes que aparecieron ahí, de hecho, relucía un poco más de lo debido. Se trataba de un montón de escenas específicas, recuerdos reales, donde se mostraba desde la primera transformación hasta su evolución por la actualidad. Se notaba desde un principio que no era algo como esos vídeos muggles, no, eran hechos reales sacados de la cabeza de alguien. Ella lo sabía, Juliene lo notaría seguramente... Pero no iba a hacer mención de dónde los había sacado, aunque sería evidente.
La Transformación, como rama de la magia, no fue descubierta como otras muchas. Viene con nosotros de nacimiento, como magos, conocemos sus usos y asumimos cómo y dónde usarlas sin estudiar siquiera un poco. Pero esto no quiere decir que estemos habilitados a llevar a cabo una transformación mágica, sería catastrófico. Para poner en práctica esta clase de magia, se necesita tanto de concentración como de poder mágico y, claro está, cierta técnica con la varita o el hechizo no saldría. O peor, saldría mal... y esto es muy malo en la mayoría de los casos.
»Actualmente hay un centenar, literalmente, de hechizos de transformaciones que solemos usar a diario. Desde las más comunes hasta las más complicadas, no hay un mago en la actualidad que haya vivido toda su vida sin haber realizado una transformación, aún sin adquirir el conocimiento. Por suerte, la mayoría siempre recurre a aprender antes de cometer cualquier locura de esas que usted y yo conocemos muy bien. Accidentes pasan mucho más de lo que se cree sino le recomiendo dar una vuelta por San Mungo para comprobarlo.
Hizo una pequeña pausa y la pantalla desapareció, revelando detrás las jaulas de los animales variados que tenía en su clase. Una de ellas se abrió y la Atkins silvó, creando un sonido bajo como un silbato de baja frecuencia.
Nix, Trix ―llamó.
Dos águilas reales graznaron antes de salir al vuelo a la par. La primera se detuvo en el pupitre de Juliene, dedicándole una pequeña reverencia con la cabeza antes de acercarse del todo. La segunda se detuvo directamente en el brazo de la Atkins, evitando clavar sus garras en su piel de una forma peculiar, demasiado entrenada. Simplemente alzó una ceja, llamando la atención de su mejor amiga y sacó la varita de su túnica con la mano izquierda, la que usaba para escribir. Tres golpecitos al aire frente al animal y un giro de muñeca acabando en otro golpecito.
Vera Verto ―dijo claramente y atrapó la hermosa copa de cristal que acababa de sustituir a su ave―. ¿Lo ves? Necesito que lo repitas... ―dejó caer la copa y murmuró con velocidad―. Finite Incantatem.
Las largas alas de Trix se desplegaron justo a tiempo para evitar su caída y se detuvo en el suelo obedientemente, esperando alguna otra participación en la clase. Uno de sus dedos acariciaron la cabeza del ave a modo de agradecimiento mientras lanzaba una mirada a Juliene. Había olvidado que la mujer era la matriarca de los Ravenclaw, otra casualidad que habían compartido en su vida. Sonrió.
¿Conoces las leyes elementales de Gamp, Black Lestrange?

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Regalada del mal.




Pero la había encontrado por fin, ahí estaba su Leah, volvió a acercarse sólo para brindarle la atención completa a la gemela afectada, aunque ya no estaba en sus planes incordiar a su profesora, era más bien una especie de recompensa que le debía, sabía cuan sensible podía ser su amiga si de su cuerpo se hablaba, por no decir que su ninfomanía la precedía, así que dejarla a medias no sería de damas, rió. Y ante sus siguientes palabras sólo asintió para encaminarse hasta ese pupitre que había nombrado como suyo en lo que restaba de clase.




La escuchó con atención, sumergiéndose en sus palabras, ya ni siquiera le importaba la línea de separación entre ambas, no era a conciencia, Leah estaba explicándole como lo haría con cualquier otro estudiante y un breve sentimiento de orgullo se alojó en su pecho. Además de un sinfín de interrogantes sobre en qué sitio había aprendido todo lo que le instruía, ¿era acaso una parte de su vida que no conocía? ¿Sería parte de la educación mágica que había recibido en Italia? Fue inevitable recordarla con aquel uniforme de nobleza, sonrió, casi podía decir que ese día había comenzado su vida. O siete años antes de ese suceso, quizás.




Y entonces el holograma.




― ¿Son suyos, profesora? ― indagó con interés.




Se entretuvo mirando los recuerdos, la Atkins se había hecho a un lado para eso, entendiendo como las transformaciones iban adquiriendo perfección a medida de cada escena, típico, todo en el mundo parecía regirse por medio de la práctica. Era la mejor forma de aprender las cosas, que jamás fuesen olvidadas, tenías que vivir y sentirlo para saber que existía, y que no eran sólo palabras. No debía volver a esos libros de filosofía, claro que no, mejor le dejaba ese trabajo a la muñequita que era bastante experta en el tema y vaya que lo sabía bien, también había espiado el sinfín de notas ocultas escritas por sus manos, nunca podía respetar los espacios privados de Leah, nunca.




Desechó su monologo interno, centrándose en la clase, ahí estaba el punto clave de todo, debía desenmarañar los aspectos argumentativos, entenderlos y luego lanzarse a lo más salvaje del asunto, practicarlos. Un graznido la devolvió a la situación que vivía, la luz había desaparecido, encontrándose con una impresionante águila a tan sólo unos centímetros de su rostro… ¿qué significaba todo eso? La escuchó hablar una vez y lo comprendió al instante, otra transformación como tarea, sin poder contenerse acarició al ejemplar, sonriendo.




Ahora su mente estaba en el escudo que representaba el hogar del que era matriarca, Ravenclaw, sabía que compartía esa similitud con la rubia. Irónico, se tiraban en cara cuan diferentes eran una de la otra, aunque todo se empeñara en contradecirlas. Así eran y serían por siempre. Emitió un suspiro antes de extraer su varita, apuntando al ave. Concentración, eso había dicho la Atkins. Y los mentados golpecitos al aire, no podía olvidarlos.




― Vera Verto― pronunció sin dejar de admirar la transfiguración del animal, increíble, nunca dejaba de sorprenderle la magia― ¿Puedo pedir algo de vodka antes de finalizar el hechizo? ¿No? Bueno…― había alzado la copa como si realmente esperara el licor, riendo por lo bajo, nunca dejaba de ser una niña.




Suspiró.




― Estos profesores de ahora, son tan aburridos…― había devuelto a Joke a donde pertenecía, en algún lejano de sus recuerdos, ya no tenía caso seguir añorándola― Finite Incatatem.




Nix estaba mirándola con su exorbitante sabiduría una vez más, como deseaba poder leer la mente de aquel animal, algo le decía que tenía un sinfín de secretos que develarle, incluso un método para adquirir todo el poderío que ansiaba.




― Ni siquiera sé quién es él…― reconoció, estaba con Leah, encogiéndose de hombros― ¿Algún pretendiente suyo, profesora?

Editado por Maýz Black Lestrange

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