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Animagia


Suluk Akku
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Suluk Akku

ARCANA DE ANIMAGIA
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Era una idea ilimitada de la libertad. El Gran Azul la rodeaba, inmenso e infinito, al extender sus alas y comprendió que, de un extremo a otro, de una punta a la otra de sus gráciles y etéreas alas, ella era su propio pensamiento. No hay límites. El mundo es una transformación del pensamiento –se dijo a sí misma- emprendiendo un rápido vuelo en picado hacia el lago de la Universidad.

Sintió una punzada de nostalgia al notar el agua cálida. Esa era quizás la razón de que no se transformara en gaviota tan a menudo como le habría gustado. Más de 350 años en aquella Universidad y aún no se había acostumbrado a la calidez de sus aguas y a aquel sol abrasador. Allá en el Ártico era diferente. Sobrevolar los hielos, lanzarse en picado contra mares bravos y helados a la caza de un gran pez, uno con dientes afilados y escamas rugosas y fuertes, no como aquellos pececillos de colores, dóciles, mansos y escasos de sabor. Esa sí era una experiencia intensa y emocionante. El Norte y sus heladas llanuras reclamaban, exigían, obligaban a que el hombre diera lo mejor de sí mismo. El calor, por el contrario, quemaba la pasión y derretía la fuerza y las ganas de vivir. Si los hielos hubieran reclamado para sí una mayor porción del planeta, seguramente éste no se encontraría ahora a punto de ser devorado por la blanda naturaleza humana. ¡Cuánto tenían que aprender los hombres de la sabia naturaleza de los animales!

Suluk deshizo la transformación y se sentó junto al lago. A pesar del calor, llevaba puestas sus pieles y la capucha de piel de oso le enmarcaba su pequeño rostro cubierto de arrugas. No era muy alta y su silueta había conocido mejores años. No se quejaba, a pesar de su apariencia, un irónico destino le había otorgado la fuerza y la resistencia de un oso polar. Más aún, podría decirse, pero Suluk prefería olvidar el hecho de que aún le quedaba cuerda para rato. ¡Ah, el destino! El Destino era un grosero bromista, un descarado payaso. Ella debería estar descansando bajo los hielos desde hacía varios siglos. Y ahí seguía, luchando cada día, amando y aborreciendo a un tiempo cada instante conseguido.

Caminó con paso más firme y menos desgarbado que lo que su propia apariencia, cargada de años, bajita y redondeada hubiera podido presagiar. Apoyándose en un cayado de madera, más por costumbre que por necesidad, atravesó los jardines, las aulas y la Biblioteca de la Universidad. Anduvo entre las villas y residencias de los estudiantes y siguió caminando hasta el borde mismo la Universidad, el lugar en el que el río marcaba el perímetro de la Universidad en una prodigiosa circunvalación.

Vista desde el exterior, su vivienda no era muy distinta de la de cualquier celador de la Universidad. Una casita pequeña con jardín, rodeada de un pequeño murete de barro cocido que relejaba la luz del intenso sol y absorbía su resplandor rojizo. Pero en cuanto Suluk abrió la cancela y se internó en su morada, un viento helado la saludó, cuando la puerta de hierro se cerró contra un alto e imponente muro de hielo. Suluk sonrió al internarse en su jardín cubierto de nieve y soportando en aquellos momentos la embestida de una gran nevasca. La nieve se arremolinaba a su alrededor movida por los vientos y la Arcana miró con satisfacción en dirección a las tres esferas plateadas que componían la antena climática ubicada en el tejado de su casa, cuyas paredes de hielo habían comenzado a formar estalactitas.

Cuatro malamutes salieron a su encuentro moviendo sus rabos, saltando y ladrando con devoción a su ama.
- Suu, suu, ya estoy en casa –saludó a los canes. -¿Qué tal ese corte, Aga? ¿Sigue doliendo? –La Arcana se acercó hacia una hembra y examinó una pequeña herida en su lomo. Se la había hecho el día anterior mientras cazaba. -¡Por el espíritu del Gran Iluliaq! Esto no tiene buena pinta. ¡Vamos! Tengo que curarte eso.

Los malamutes siguieron a la Arcana al interior de su vivienda. Las paredes eran de hielo y el suelo de piedra y por todas partes se veían pieles de distintos animales, en el suelo, en las paredes, sobre divanes y algunas hasta encima de una mesa. El orden no era algo que preocupara mucho a Suluk. Un agradable fuego chispeaba en una pequeña chimenea.

Suluk se quitó su capa de pieles y el collar de cuentas de hielo que llevaba siempre en el cuello. La nieve de afuera había hecho su trabajo y, al contacto de sus manos, los pequeños trozos de hielo se transformaron en hermosas gemas de todos los colores que Suluk depositó en un pequeño cofre, que contenía muchas más. Eligió una de color ámbar y la apretó en su mano mientras extendía su otra mano sobre la herida en el lomo de Aga. La mano que contenía la gema adquirió una tonalidad ambarina y, al momento, la herida en el lomo de la malamute desapareció. Cuando Suluk abrió la mano, en el lugar donde había estado la gema apareció una pequeña cuenta de hielo que la Arcana insertó en el collar.

Satisfecha, se preparó una jarra de leche y se sentó en su escritorio de piedra a examinar unos pergaminos desparramados sobre la lisa superficie. Arrugó el ceño, al distinguir en uno de ellos el sello del Ministerio de Magia de Inglaterra. Por el bien mayor había tenido que acceder a aquella pantomima. Tenía suficientes años para saber que aquello era una conquista en toda regla. Respetar el espacio, la plantilla y las tradiciones y cuando la convulsa situación política de Oriente Medio se calmara, retornar la Universidad a su lugar original. Ese había sido el trato. De momento.

Su voto había sido el único negativo en el Consejo, cuando éste tuvo que decidir entre aceptar la propuesta de los ingleses o aceptar que su entrada en la guerra era inminente e insoslayable. Pero Suluk tuvo que cambiarlo, cuando el Consejo exigió unanimidad. ¡Por el bien mayor!

Pronto llegarían nuevos estudiantes y, entre ellos, seguramente muchos ingleses engreídos y cargados de verdades absolutas. Muy pronto tendría que lidiar con ellos.

Sin darse cuenta, casi por instinto, se transformó en un escorpión del desierto y su aguijón hizo un agujero en el hermoso sello ministerial.


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  • 1 mes más tarde...

Caminaba entre los senderos que marcaban los jardines de la Universidad. No habían pasado algunas horas de aquellos nuevos movimientos que ya había habido algunos desacuerdos entre los guerreros Uzza y los Arcanos. No se habían visto en persona, porque su guerra llevaba siglos atrás, pero las quejas de depositaban algunos lo hacían más que nada para molestar a los otros. Solamente rescataba una cosa de todo eso: podía ser peor. Miré el reloj que llevaba dentro de mi pantalón y pude darme cuenta que faltaban pocos minutos para la hora del encuentro. El señor Pippin nos había dicho a todos cuando nos inscribimos, la hora y el lugar. Aunque no había sido tan exacto.

 

Mientras caminaba, podía admirar muchos sitios desde el exterior. El Campus estaba invadido de alumnos, principalmente disfrutando del sol mientras estudiaban debajo de los árboles. Caminaba mientras intentaba aplastar un poco más mi cabello. ¿Por qué después de tantos años lo continuaba haciendo? Ya crecía despeinado y no podía hacer nada para evitarlo. Aproveché el camino hacia el exterior de los terrenos de la universidad para tomar aire, disfrutar de los rayos de sol y de la poca tranquilidad que me quedaba. Cuando quise acordar, me acercaba cada vez más.

 

Miré y hacia el otro, tratando de ver si lograba divisar a alguien. Fruncí los labios, intentando recordar algo que había dicho la persona que nos inscribía, pero mi cabeza se había ido para otro lado entre tanto relato repetitivo. ¿Cuántas veces había escuchado aquello? Ni siquiera sabía si todo era verdad. Aquella pequeña casa parecía ser el punto de reunión pero no había carteles ni nada. ¿Acaso sería dentro? No estaba seguro y no era de las personas que se entrometía hasta aquel punto. ¿Y si tocaba la puerta? ¿Y por qué mejor no esperaba? Había llegado unos minutos antes. Estaba seguro, o esperaba, que alguien más viniera, tal vez si se acordaba de lo que teníamos que hacer.

 

Me apoyé sobre el tronco de un árbol. Había una pared que bordeaba toda la casa. Alcancé a rozarla con la punta de mis dedos y sentí el calor que había absorbido gracias al sol. El jardín estaba demasiado cuidado, y si no estaría esperando para saber algo sobre aquella Arcana, seguramente me hubiera tendido con los brazos estirados, para poder disfrutar de ése sitio. No entendía si era porque me había relajado o porque había algo de magia que me rodeaba, pero sentía una energía diferente. Cerré un poco los ojos. A lo lejos, muy a lo lejos, se escuchaba algún murmullo de personas hablando. Una lechuza atravesó el cielo, ululando tranquilamente.

 

¿Acaso estaría listo para ése viaje? Todo lo que sabía, lo había leído en libros o lo había escuchado. Era algo que deseaba pero no sabía cuánta disposición necesitaba para hacerlo. Creía y quería hacer eso. Muchas personas lo tomaban como una enorme responsabilidad pero a mi me parecía que me serviría para distenderme. Cuanto más tenía que poner de mí, más me gustaba.

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GOLDOR ♦ DEMONIUM MERIDIANUM

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Miró con gran inquietud su reloj de muñeca, no quería llegar tarde por nada del mundo a aquel encuentro. Los pasos de la mujer apenas hacían ruído alguno mientras caminaba por los senderos de la Universidad, rumbo al lugar de reunión que les había indicado el Sr. Pippin. Para aquella clase había elegido un atuendo cómodo, útil por si tenía que correr, compuesto por unas mallas ceñidas, una camiseta negra térmica y unas deportivas. Su larga melena violeta estaba recogida en una coleta alta.

 

La gente charlaba animada, o se tumbaba en el césped para disfrutar del sol invernal, tiempo poco habitual en Inglaterra donde siempre llovía. Gatiux los esquivaba, agobiada por si no llegaba puntual a aquella cita. Golpeó sin querer a un par de personas con el hombro, las cuales se volvían indignadas al ver que la Malfoy no se disculpaba, que sólo seguía su camino. Comenzó a ir por la hierba trotando para acortar viaje. Al final encontró la pequeña casita que estaba buscando. Fuera de la misma había un hombre apoyado contra un tronco, esperando. Cuando estuvo más cerca reconoció de quien se trataba, era el actual director de la Universidad Mágica, aunque no lo había tratado nunca en persona, a diferencia de su compañera Agatha.

 

- Hola, soy Gatiux Malfoy. -lo saludó una vez llegó a su lado- Supongo que es aquí donde la Arcana Suluk, ¿no?

 

Miró alrededor, no había nada parecido a un aula donde dar la clase. ¿Les internarían en el bosque? ¿Sería una de aquellas clases distintas en la que no podías dar nada por sentado?. La banshee se puso de puntillas para comprobar si se veía algo más detrás de la cancela, en la casa de la Arcana, pero al ver que no era así desistió y se apoyó también en el tronco del árbol, dejando que los rayos de sol bañasen su piel morena.

 

Aquel lugar era una estampa idílica de la Universidad, con el verde, los rayos de sol, los pajaros que trinaban. Cuando algo era tan perfecto, a la Malfoy le entraban picores y se ponía en alerta, preparada para el desastre que llegaría de un momento a otro. Casi estuvo tentada de sacar la varita y mantenerla en alto. Elvis por su parte no parecía nada inquieto. Tal vez supiese lo que iba a pasar o de que trataría aquella clase.

 

Suspiró. Estaba impaciente por adquirir más sabiduría. Por recuperar la conexión con lo que una vez fue pero olvidó. Sabía que aquello se escondía en algún rincón de su mente atiborrada de poción del olvido, aquel lazo místico que le unía con su forma animal debía estar cerca, pero no recordaba cómo alcanzarlo.

 

«No puedes saber lo que aguarda el futuro.» -pensó- «Sólo te queda esperar.»

«I'm a villain, and villains don't get happy endings.»
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Era una de las pocas cosas que no me gustaban de la actual versión. Clases para todo, con lo vaga que me había vuelto, además de tomar clases de algo que siempre fue natural para mi, como convertirme en una minina persa blanca. Movi la cabeza negativamente, ya me acostumbraría al final como había pasado con los conocimientos. Después de todo, esos cursos no habían estado tan mal, esperaba que pasara lo mismo con la Animagia. Sin embargo, los Arcanos tenían nombres bonitos si, pero raros y difíciles de aprender .

 

Alise de nuevo las arrugas imaginarias de mi pantalón de mezclilla negro, llevaba tennis del mismo color, una playera de mangas cortas color peridot y una chamarra negra. En la mano derecha llevaba mi varita, mi mochila de siempre y dentro de la misma mi monedero de piel de moke. Tenía el extraño presentimiento de que ese sería un día muy frío.

 

Aparecí en los límites de la Universidad, esperando encontrar el lugar donde se realizaría la clase, o al menos donde nos reuniríamos con los demás. Por lo general las clases solían terminar en un sitio diferente al que se iniciaba.

 

Vi a lo lejos a dos personas conocidas, Elvis parecía estar perdido en sus pensamientos. Miré a Gatiux, sin poder evitar preguntarme si la animagia también la había olvidado, aunque las pocas veces que la había visto desde encuentro en la Selwyn, parecía haber recuperado la memoria.

 

-Elvis, ¿cómo has estado?- Le pregunté al que fue alguna vez mi compañero de bando.-Gatiux, gusto en verte también. ¿Listos para la clase?

 

En otras ocasiones hubiera saludado a los dos con un abrazo, pero la vida me había hecho más cautelosa y sabia que algunas personas no recibían bien esas muestras de afecto, más si tenían tiempo de no verse como era el caso. Por lo mismo, no me atreví a preguntarle a Gatiux nada sobre su memoria, si la había recuperado, había cosas de las que ea mejor no hablar delante de otras personas.

 

Miré de nuevo a Elvis y no pude evitar recordar aquella vez en la prision fenixiana, en que convertido como búho, había hecho que me cayera de un árbol en mi forma animaga. Al menos me había podido convertir en humana durante la caída y aparecido en el suelo sin un solo golpe.

 

-Elvis, deberías contarnos, ¿cómo es la arcana Suluk Akku?- Pregunté con interes.-Al menos tu tienes la ventaja de conocer a todo el nuevo profesorado, me refiero a los arcanos y guerreros, igual que Agatha.

 

No podía evitar sentir curiosidad sobre como serían los arcanos o si tardarían mucho en aparecerse en aquel lugar. La mayoría de los profesores solía esta antes de que llegaran los alumnos y no parecía haber nada en el sitio, ¿a lo mejor algún animal en el que no nos hubieramos fijado?

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Bastian había aprendido a caminar como animal hacía ya varios años. Había logrado cierto control en forma animal pero no del todo. Era sencillo controlar a un animal dócil, decía, pero mucho más complicado adoptar la forma de un ser salvaje y pretender no ser controlado por el instinto en determinadas ocasiones. Para él comenzó como un juego, salir de cacería junto a su manada. Pero aquel juego llegó a apoderarse de él. En un principio incluso como felino le sabía mal la carne cruda, le daba cierto repelús asesinar a un animal sin utilizar arma alguna. Luego aquel sentimiento de asco y sobrecogimiento dio paso a la necesidad de sangre. Dejó de adoptar la forma de un tigre. Ya lo haría si la magia arcana lograba controlar aquellos instintos indeseables.

 

Cerró la puerta del aula de maldiciones (aula que nunca usaba más que para pasar el tiempo, pues las clases las daba al aire libre) y aplicó en la cerradura un encantamiento para que nadie pudiera entrar. Hacía tiempo que Bastian había cambiado las incómodas túnicas por prácticas capas de viaje. Aquel día no fue la excepción. La capa era más bien un saco largo que le llegaba, en la parte posterior, hasta el suelo. Con mangas hasta los codos y un dobles a la altura del pecho. Otro día, quizá, se hubiera podido ver sus pectorales desnudo con una reata negra que sostenía la vaina de su espada. El saco siempre lo tenía abierto, pero a diferencia de otras ocasiones para acudir a la clase llevaba por dentro una camiseta del mismo negro que el pantalón y los guantes (sin dedos). La espada con mango de calavera descansaba en su espalda.

 

Pese a que pensó que le costaría seguir las indicaciones del aquel hombre, cuyo nombre no lograba llegar a su cabeza, no tardó mucho tiempo en llegar a su destino. Como supuso, antes que él ya habían acudido más personas. Elvis, Gatiux y Katara. El primero era director de la universidad, lo conocía simplemente por eso. Gatiux era, si su memoria no le fallaba, su tía. Katara llegó a ser su amiga, pero se habían distanciando y sinceramente no recordaba el motivo.

 

—Elvis, Gatiux, Katara. Un gusto verlos ¿Llevan ya esperando ya mucho tiempo? —preguntó.

 

La profesora no estaba presente en el lugar. O al menos no de una forma que él supiera reconocer. Había escuchado un rumor que decía que la Arcana de la animaga podía adoptar la forma de cualquier animal vivo. ¿Sería justo ahora un animal no visible a simple viste? ¿Una mosca quizá? ¿Un camaleón camuflado en algún rincón?

 

—Dicen que puede tomar la forma de cualquier animal ¿Es cierto eso, Elvis?

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El felino cruzó a grandes zancadas los exteriores de la Universidad con un objetivo fijo que no era la caza. No era criatura que esperase verse en las instalaciones, pero si se tenía en cuenta de que era un mundo mágico, aquello una universidad y ese el primer día de la clase de animagia, todo cobraba sentido. La criatura, robusta y de patas largas, se deslizaba por la superficie sin hacer ruido. Tenía el pelaje, de mota fina y color pardo, sólo se detuvo al llegar ante la pequeña construcción que usaba la arcana como hogar y que, seguramente, ya había provisto de detalles relacionados con su personalidad.

 

Ya se habían congregados los primeros alumnos de Animagia en los exteriores de la vivienda e incluso charlaban entre ellos. El lince ibérico los observó, moviendo sus orejas con viveza. No sentía hambre, por lo que el sonido de los canes al otro lado del cercado no le atrayeron. Quizá en otro día y en otro momento. Tampoco creía que fuera buena carta de presentación para su forma humana. Se sentó en sus cuartos traseros y siguió la conversación, porque aún no parecían notar su presencia. Todas las preguntas versaban sobre Suluk, sin duda. Cuando perdió el interés se incorporó dando paso a la transformación. Su apariencia más usada.

 

Ya sabéis. Por si no puedo volver a hacerlo. He indagado mucho sobre estos personajes y no están muy contentos de prestar sus conocimientos —mientras lo contaba, sonrió al recordar a Mackenzie gruñir tras leer una misiva. Aquella asociación le había traído más de un dolor de cabeza a su hermana, aunque eso no había impedido que se saliera con la suya y lograra el traslado de toda aquella empresa en terrenos de la Universidad, si bien tuvo que ceder en algunas exigencias—. Y no hay nada que me encante más que mi forma animaga. No quisiera desprenderme de ella.

 

Saludó a sus más allegados e hizo una leve reverencia a aquellos con los que no había cruzado palabra. Sintió que las piernas se le engarrotaban, pero sólo era consecuencia de su cambio anterior.

 

Es lo menos que espero que haga, Bastian —respondió a la pregunta de su hijo—, si va a enseñarme algo ¿Entonces, esperamos aquí o nos adentramos?

 

Y sin aguardar respuesta, cruzó el cerco arrancando crujidos a su túnica negra mientras avanzaba. Luego se detuvo y alzó sus nudillos para tocar la puerta de aquella morada.

 

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Hacía ya rato que Suluk había abandonado su forma de escorpión y examinaba los papeles ministeriales sobre su escritorio, cuando la efigie de una nutria de piedra, colocada en la pared, comenzó a emitir un leve clickeo continuo. Era la señal que indicaba que sus pequeñas hermanas de pelo, carne y hueso, que solían deambular entre la nieve y los riachuelos helados que recorrían el murete de entrada a la casa, habían detectado la presencia de alguien en las inmediaciones. Por el tipo de sonido, Suluk sabía que, a priori, sus pequeñas vigilantes no habían detectado ninguna amenaza.

Miró por la ventana y comprobó la posición del sol. Sin duda era ya la hora indicada para que llegaran los ingleses que estaba esperando. Por lo que había leído en los informes que le habían remitido, iba a tener que dar clase a un variopinto de grupo de extranjeros. Los había estudiado a todos y cada uno de ellos, pero los papeles raras veces daban una impresión exacta de las personas. Si iba a enseñarlos, lo primero que haría sería conocerlos. Suluk miró a su alrededor y sonrió satisfecha por la idea que se le acababa de ocurrir. Se echó hacia atrás en el respaldo de su sillón y esperó a que la puerta de entrada del murete exterior se abriera y diera paso a sus pupilos, pero al cabo de varios minutos, comprendió que sus queridos alumnos no tenían intención de entrar. Valoró la posibilidad de dejarlos allá fuera, calentándose al inclemente sol de la Universidad y seguir a lo suyo, pero llevaba siendo Arcana mucho tiempo y por más que la situación actual de las cosas no le gustara, sentía que tenía una responsabilidad.

Se cubrió con su capa blanca de piel de morsa, toda ella grabada con jeroglíficos inuit, y salió al exterior donde la ventisca seguía rugiendo y escupiendo nieve. Los malamutes corrieron tras ella en cuanto la vieron salir al exterior. También ellos habían detectado la presencia de intrusos y ladraban mientras corrían en pos de su ama, que a pesar de su baja estatura y su avanzada edad, mantenía un buen paso. Al cabo de pocos minutos, se encontraba frente al murete que rodeaba su jardín, delante de la cancela de entrada.

Los malamutes callaron a una imperiosa señal de su mano y Suluk se quedó escuchando un rato las voces que le llegaban del otro lado del muro de hielo. Sabía que sus alumnos estarían disfrutando de un cálido día invernal, repleto de los pequeños sonidos que acompañaban cualquier riachuelo en aquellas latitudes, pues su casa se encontraba precísamente junto al río que bordeaba la Universidad. Para ellos, el muro de hielo tan sólo sería un muro de barro cocido, semejante a tantos otros que rodeaban los jardines de las casas en la Universidad y, por supuesto, no se habrían enterado de que a cinco metros de ellos el calor y el sol daban paso a una impetuosa ventisca ártica que había dejado ya un manto de dos metros de nieve virgen.

Acarició una gema carmesí en el bolsillo de su túnica y las palabras llegaron a ella con suficiente claridad, a través de la ventisca.

Elvis, deberías contarnos, ¿cómo es la arcana Suluk Akku?- Era la voz de una mujer. El sonido era suave, calmado y Suluk asintió con gusto. La joven o la mujer, no podía decirlo sólo por la voz, continuó hablando. —Al menos tu tienes la ventaja de conocer a todo el nuevo profesorado, me refiero a los arcanos y guerreros, igual que Agatha.

 

El tal Elvis era el director de la Universidad. Suluk lo conocía, pues había tenido que concretar detalles sobre los alumnos con él. De hecho, varios de los informes ministeriales sobre los que iban a ser sus aprendices procedían de su puño y letra. Sin embargo, el aludido no respondió. Sin duda, porque enseguida hizo acto de presencia una segunda voz.

Elvis, Gatiux, Katara. Un gusto verlos ¿Llevan ya esperando ya mucho tiempo?

Ésta era una voz masculina, bastante potente y grave. Aquel timbre denotaba musculatura, sin duda alguna y, además, tenía un levísimo acento que no pasó desapercibido para la Arcna. ¿Ruso? Entonces no había duda, la nueva voz debía corresponder a Bastian Sergéevich Malfoy. La misma voz continuó hablando.

Dicen que puede tomar la forma de cualquier animal ¿Es cierto eso, Elvis?

Sin duda alguna, aquel era Bastian. Y ahora ya sabía quienes esperaban fuera: Elvis, Gatiux, Katara y Bastian. Bien, sólo conocía un poco a Elvis y no demasiado. De los demás, sólo había visto retratos e informes de aquel mahaha ministerio inglés. Y por la conversación, estaba claro que ellos tenían tantas ganas de conocerla a ella como a la inversa.

Había alguien más, una presencia animaga, pudo detectarla con facilidad. Sospechaba cuál era el animal, y por tanto, quién había efectuado la transformación, pero no tuvo que esperar mucho para comprobar que estaba en lo cierto, cuando unas palabras y una nueva voz se añadieron a las anteriores.

Ya sabéis. Por si no puedo volver a hacerlo. He indagado mucho sobre estos personajes y no están muy contentos de prestar sus conocimientos. Y no hay nada que me encante más que mi forma animaga. No quisiera desprenderme de ella.- La voz de Aine desprendía firmeza y seguridad. —Es lo menos que espero que haga, Bastian, si va a enseñarme algo ¿Entonces, esperamos aquí o nos adentramos?

 

Firmeza, seguridad y resolución. Digna hermana de la Viceministra, que lamentablemente, también estaría en su clase. Como si no la hubiera tenido que aguantar ya lo suficiente. Sin esperar más, abrió la puerta y los miró a cada uno de ellos con intensidad no disimulada.

— ¿Y bien? ¿Tan difícil es encontrar la casa de Suluk, la vieja Arcana de Animagia que vive en el linde de la Universidad, junto al río que la bordea? Ya, ya, igual de difícil que llamar a la puerta o entrar directamente, pues abierta estaba, me supongo.

No esperó ninguna respuesta, se dio la vuelta y echó a andar a través del manto de nieve virgen.

— ¡Vamos! Hace rato que os espero. Hay mucho por hacer. Espero que hayáis venido abrigados, como podéis ver, no me gusta nada el calor de la Universidad. Nada como el viento, la nieve y el hielo para que el cerebro no se oxide con los años.

Un poco después llegó a la puerta de su casa que, misteriosamente, se encontraba despejaba de nieve. La abrió y les hizo una seña para que entraran.

— Supongo que tu eres Gatiux -señaló a una chica de pelo violeta— y tu Bastian -apuntó con su cayado al joven que había hablado antes, tal y como indicaban su voz y sus retratos, tenía una figura atlética—. Y bien, supongo que tu eres Katara, ¿no es así? -Esta vez el cayado de madera apuntaba a una chica de piel blanca, ojos café y pelo castaño—. Sin duda alguna, nuestra chica resuelta es Aine, ¿no es cierto? —La vara de madera señalaba ahora a la recién llegada—. Y queda Elvis, por supuesto, el director de esta institución milenaria.

 

Por supuesto, Suluk no disimuló el reproche que cargaron sus últimas palabras. ¡Directores ingleses en el Consejo de la Universidad! Prefirió olvidarse del malestar que le causaba. Al fin y al cabo, aquel joven iba a ser su pupilo, tenía una responsabilidad para con él.

— Como veis, ya me sé vuestros nombres, así que necesito conocer algo más de vosotros que no esté escrito en los registros ministeriales. No, no tengo mucho interés por escuchar lo que me queráis contar, ahora mismo. Como os dije, hay mucho que hacer. Elvis, tu te encargarás de los malamutes. Hay que limpiarles la pelambre, adecentar sus cubiles y, por supuesto, darles de comer. Ainé, he visto que eres resuelta, así que te toca el baño. Límpialo bien y a fondo y si te sobra tiempo, hasta puedes hacerme un resumen de los informes ministeriales que hay encima de mi escritorio. Katara, tu ordenarás los libros, objetos y estanterías. Como puedes ver, hay mucho polvo acumulado y hasta hielo adherido a las paredes. No tengo tiempo de limpiar y ordenar, últimamente. Gatiux, a ti te toca la cena. A ver qué nos preparas. Y Bastian, lo tuyo es el suelo, friégalo bien y deja las alfombras sin pelos ni pequeñas criaturas. Por supuesto, los boggarts y las plagas de cualquier tipo, también es cosa tuya. ¿De acuerdo, todos? -No esperó contestación- Sí, sí claro que estáis de acuerdo, esto no es una democracia. ¿Queréis aprender? ¡Pues a trabajar!

Suluk sonrió para sí con satisfacción. Nada como el trabajo duro para conocer a las personas. Sin duda iba a aprender mucho de sus alumnos.

— ¡Ah, se me olvidaba! Cómo os organicéis para las tareas es cosa vuestra. Hasta podéis colaboraros. Eso sí, no quiero vagos en mi clase. Yo volveré enseguida.

Y sin más, Suluk se convirtió en una gaviota y salió volando por una de las ventanas.

Editado por Suluk Akku
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«¿Será que ese invento de los muggles de la televisión de pago ya llegó a los confines del mundo y esta ancianita ya se ha visto toda la saga de Karate Kid y quiere emularlo?» Frunció el ceño, pero se guardó el comentario para sí. Con todos los años que tenía encima, se le permitían algunos achaques. Además, no quería retar a Su Majestad Ártica y que la pusiera a limpiar el tejado de aquella chabola.

 

Sin añadir más, miró a sus compañeros y caminó hasta el pequeño baño. Era muy rudimentario y desprovisto de lujos, con sólo el material necesario para uso. Tal como todo lo dispuesto en los dominios de Suluk.

 

Fregotego —la escobilla, la bayeta y la fregona comenzaron a realizar, cada una, su tarea determinada, al compás de la varita de la sacerdotisa. Mientras, ella revisaba el compartimento tras el cuadrado espejo a la altura de su cabeza. Era una cavidad formada en el mismo bloque de hielo y de bordes pronunciados. Tenía varios niveles, que contenían botes de diferentes tamaños con sustancias desconocidas. Abrió alguno y los olió, pero desistió al no poder percibir algún ingrediente conocido en la mezcla de éstos. Cerró la puerta y dirigió la varita para limpiar el espejo. En cuanto vio su reflejo con total nitidez, lo dio por concluido.

 

El frío comenzaba a hacer una molestia. Hizo aparecer un grueso abrigo de piel y orejeras para paliar las bajas temperaturas. ¿Cómo podía vivir aquella mujer entre tanto frío? Ya echaba de menos la comodidad de la Malfoy y peor aún, no sabía cuándo iba a regresar.

 

La bañera daba cabina a una persona de mediana estatura y de la pared nacía una abertura por donde salía agua cuando prefería la ducha sobre el baño. ¿Sería agua caliente o la rudeza en su carácter se debía a largos baños de agua fría? Ainé imaginaba que lo segundo.

 

Las botas que cubrían los pies ya estaban empapadas en el exterior, pero por todas las capas que poseía, el agua aún no llegaba a sus pies. Deslizó otra bayeta por la tina y las paredes, siempre usando los productos de limpieza que encontró en el rincón más apartado de la habitación. Cuando hubo ya terminado la noble tarea (o al menos esperaba que la hiciera a ella más noble). Se deslizó hasta el escritorio de piedra. Ahí sí había algo interesante que hacer. Y si la anciana le había mandando ahí, es porque sí había investigado algo de sus alumnos y del valor que le daba la sacerdotisa a la información. Varios fajos de pergaminos con todo lo que el Ministerio conocía sobre los animagos existentes y en primera instancia, las fichas de los que serían los primeros alumnos de la esquimal.

 

Eh, Bastian, aquí hay hasta un listado de todas tus conquistas amorosas y los lugares que frecuentas —le gritó a su hijo, mientras agitaba el papel y la información que contenía sobre su vástago—. Aunque de seguro no le hemos dejado terminar de leer los expedientes o Gaitux no estaría encargada de la cocina.

 

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La rubia vampira corría como alma que llevaba el diablo pues iba muy pero muy tarde. Seguro la arcana le pondría una mala nota en su primer día. Había estado arreglando algunos detalles que no había tenido tiempo de arreglar antes por su trabajo ministerial, trabajo que ahora ya no existía. Por ende, a las prisas, solo atino ponerse lo primero que encontró que dados sus gustos resulto en unas mallas negras, un short corto a mas no poder de un color gris opaco que dejaba descubiertas sus largas piernas cubiertas esta vez por las mallas, una blusa de cuello redondo ajustada al cuerpo y unos botines de piel de dragón de apariencia industrial. Sobre eso su capa de viaje que revoloteaba al viento mientras ella atravesaba corriendo el campus universitario.

 

Recordaba bien las instrucciones, una casa en los lindes de la universidad, junto al río, no seria dificil dar con ella, sus ojos miraban por todo el paisaje con rapidez. La localizo enseguida y vio con desesperación como todos entraban ya a la casa y ella aun esta a casi cien metros de ahi.

 

-maldita sea mi suerte...- gruño acelerando el ritmo. Entro al patio y un viento invernal azoto su cuerpo, la sorpresa la hizo detenerse a medio terreno, miro hacia atrás y se percato de la diferencia de clima, mientras afuera el sol calentaba la tierra, en cuanto atravesó la puerta, se había transportado al polo norte al parecer. Aquella distracción le costo el no toparse con la arcana que ahora volaba lejos de la casa convertida en gaviota,

 

- No de nuevo...- gruño refiriéndose a no llegar a tiempo de poder hablar con aquel sabio personaje. Dio una patada en la nieve y continuo su camino hacia la casa. Ya preguntaría dentro que les había dicho la mujer sobre la clase. Mientras se adentraba en el lugar agradeció no ser humana o su vestimenta la habría matado de frió. En cuanto atravesó la puerta se pregunto si no se habría equivocado de lugar pues ahi solo había magos haciendo quehaceres. A parto su cabello el cual la ventisca había despeinado dejándolo echo un desastre lejos de su rostro y se acerco a Lyra que se encontraba mirando la biblioteca del lugar con algunos libros en las manos.

 

-hola, mmm, podrías ponerme al tanto amiga mía - le pregunto a la minina, tenían larga historia como animagas, solían perseguirse y hacerse travesuras una a la otra y por lo tanto sentía cierta familiaridad con la Ryddleturn.

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Claro que se había dado cuenta de la presencia de Ainé. ¿Como no hacerlo? Ella le había enseñado muchas cosas, y por su cuenta había desarrollado cierto vínculo con la naturaleza. Aunque, habiendo dejado de convertirse en felino durante tantas lunas su capacidad para sentir a otros iguales había menguado mucho. Supo de la presencia de su madre precisamente por eso: eran familia, la sangre era una magia muy poderosa capaz de hacer que las personas sintieran cosas inclusive que sucedían al otra lado del mundo.

 

—Yo espero lo mismo —respondió. Si bien no era del todo cierto, parte de verdad si tenía. Su principal preocupación era poder controlar totalmente a la bestia en que se transformaba. Necesitaba no ceder ante el instinto de hambre y otros instintos mucho más perversos y desagradables. Siguió a Ainé en su travesía, la escoltó hacia la puerta.

 

Pero antes de que pudieran cruzar palabra alguna, la puerta se abrió para dejar a la vista a la anciana que los guiaría en el arte de la animagia. No le agradó en lo más mínimo que le mandaran limpiar el suelo. Eran cosas que según su forma de ver el mundo, estaban reservadas para los elfos domésticos. Ni siquiera intento llamar a sus esclavos, seguramente aquel lugar no permitiría que aquellas criaturas domésticas se aparecieran dentro; inclusive siendo tan distinta su magia. La Arcana había vivido ya muchos, demasiados si le preguntaban Bastian, años como para no conocer un sin fin de trucos.

 

Por si todo ese fuera poco la anciana mutó hasta tomar la forma de una ave y salió volando por la ventana. Pero justo antes de que se fuera Bastian centró sus ojos en los de la animaga. Eran viejos, si, pero más que reflejar el pasar de los años (que lo hacían) un poderoso sentimiento de sabiduría y mucho conocimiento brotaba de su mirada. En realidad, incluso cuando no se había fijado en sus ojos, desde el principio notó que aquella bruja era diferente. Era la primera Arcana a la que Bastian vio cara a cara y no se imaginó que fuese a ser así. Sacudió la cabeza para volver a la realidad, el frío de la habitación ya lo estaba molestando. Porque si, habían recorrido un "jardín" lleno de hielo y de nieve para recluirse en una casa igual de fría que el exterior.

 

Cerró, como nunca antes, los botones de su saco/capa de viaje y con un suave agitar de varita hizo que el interior de este comenzara a emanar calor. El frío le gustaba, si, pero eso era algo para lo que no estaba en absoluto preparado.

 

—Fregotego —dijo con desganas. Una escoba, que había quedado libre, comenzó su trabajo en conjunto con un pequeño recogedor. Acto seguido una cubeta y un trapo se hicieron presentes. Los productos de limpieza se vaciaron solos en la cubeta y Bastian comenzó a mover la varita como si no hubiera un mañana. Enseguida la parte fácil de su asignación estuvo terminada.

 

No habían cortinas ni trapos abandonados que pudieran albergar a alguna familia de Doxys. Por lo que al menos se libraría de la parte más desagradable. ¿Habría algún boggart loco en aquel sitio? Bastian lo dudaba, pero no quiso dar por sentado nada así que se dirigió a la cocina (el único sitio en donde podría haber un boggarts en esa casa) y comenzó a golpear con la varita los mobiliarios de piedra. No sucedió nada, pero eso no quería decir que la tarea estuviera terminada.

 

Las palabras de Ainé llamaron su atención

 

—¿Lugares que frecuento? —preguntó dubitativo.

 

En un principio no el pareció mal, ni raro en realidad, que la Arcana conociera sus nombres y pudiera reconocerlos a todos. Pero aquello si que lo sorprendió. ¿Había un registro de todos los magos? ¿Cómo se había enterado él siendo que tenía acceso a muchos lugares desconocidos del ministerio para otros magos?

 

—¿Dice algo peligroso sobre mi?¿Algo que el mundo no debería saber? ¿Cómo es que no sabíamos de que el ministerio, o la universidad, tiene estos registros? ¿Tú lo sabías? —preguntó. Pero cuando sus palabras salieron él ya estaba junto a su madre, hablando ligero con la finalidad de que pocos lo escucharan.

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