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Animagia


Suluk Akku
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Quiero que intente transformarse, aquí y ahora, ante mí. Así como el joven Gaunt lo hubo hecho —dijo de pronto la Arcana de Animagia, indicando el lugar en donde Emmet había logrado su transformación completa unos minutos antes.

¿Se está burlando? —soltó Jocker, serio.

Si bien, había una dureza clara en la pregunta del ojimiel, tenía un dejo de honestidad visceral muy propio de aquel hombre que anulaba cualquier intento por parecer sarcástico. El bombardeo de recuerdos que hasta ahora experimentado lo había predispuesto, sin duda alguna.

Suluk no respondió. Se limitó a ponerse de pie y darle la espalda, ignorándole; aunque, en realidad, fue Jocker quien ignoró los gestos de la anciana, incluso aquel flaqueo de piernas que le hizo perder el equilibrio por un instante.

El patriarca de los Black Lestrange, resignado, se puso de pie y caminó hasta donde el halo de luz que se filtraba por uno de los ventanales terminaba. Ningún recuerdo venía a su mente ahora, y es que, aunque no estaba enojado, se sentía profundamente molesto. ¿Acaso la Arcana no le iba a enseñar nada concreto? De toda la información que había reunido de la anciana mujer no esperaba el que fuese fan de aquellas pseudofilosofías muggles que incentivaban a las personas a buscar la magia interior a través del misticismo innecesario.

Usted sabe que las antiguas habilidades están ligadas a distintos aspectos del cuerpo humano, tanto físico como mental ¿Puede decirme dónde está el lazo de la Animagia en un ser humano?

Con aquella pregunta Jocker olvidó su molestia. Su mente había sido desafiada pues la respuesta no era tan sencilla como parecía ser; los ojos del Black Lestrange comenzaron a moverse en aquella microexpresión que revelaba cómo buscaba en su interior algún antecedente que le ayudara a resolver el enigma. Cerró los ojos, repitiendo con un siseo la pregunta de la Arcana, como recitando un hechizo que conocía de memoria.

De pronto, una brisa fresca pasó rosando su mejilla derecha y tuvo la impresión de un rostro acercándose para compartir un secreto.

Déjalo ir —escuchó en un susurró en el oído, y aunque tuvo la intensión de replicar la voz de la que sería su esposa un día se adelantó —Ni si quiera intentes responder, sólo déjalo ir, está ahí…

Con una inspiración y una exhalación profunda, pero breve, un gruñido salió del ahora hocico de Jocker, quien abrió los ojos como plato para ver el mundo desde su nueva apariencia. Sus orejas puntiagudas captaron las risas y vítores de celebración de sus amigos.

Uno de los malamutes se acercó al zorro de cola pomposa en el que se había transformado el Black Lestrange para investigarlo. Este se limitó a realizar un gesto con la boca imitando una sonrisa y volvió a su forma humana.

¿Por qué no había podido realizar la transformación sino hasta ahora? —quiso saber el exmortífago —¿Ha regresado por completo la habilidad o volverá a desaparecer?

Jocker volvió a mutar a su forma animágica y comenzó a correr en medio de la sala, en principio solo, pero luego de unos segundos los malamutes de la arcana comenzaron a perseguirle, seguramente porque a propósito les pasaba la cola por la cara, molestándolos a modo de invitación para unírseles.

אהבה מושלמת באה במהירות, וכל השקרים צורחים מושתקים


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Allí estaba, Suluk siempre lo supo, debajo de una gruesa capa de hostilidad, seriedad y cinismo, la habilidad aun latía en sus venas. Jocker no respondió a su pregunta pero el viento trajo una calidez curiosa para la Arcano y extremadamente familiar para el hombre. Uno de los ventanales superiores se hubo abierto y en lugar de atestar la pequeña cabaña con un frío invernal, acogió a ambos personas en una brisa tibia, como la caricia de una madre o el beso de un ser amado. Akku entrecerró los ojos, vio el titubeo en los labios del que segundos después se transformó en un zorro de cola esponjosa y regresó a su forma humana.

 

Allí estaba, allí estuvo todo el tiempo.

 

La Inuit aclaró su garganta agradeciendo con dulces pensamientos la intromisión de Penélope en aquella clase, todo mundo sabía o sospechaba que los animales tenían un sexto sentido para con los espíritus, aun y cuando éstos solo se proyectaban en la mente de sus personas más cercanas, en éste caso Black Lestrange, su esposo. Pero una cualidad especial y casi secreta de todo animago, era en efecto, compartir la misma extra sensibilidad para lo que no podía verse o tocarse. Suluk solo tuvo que ver, por segunda vez en la tarde, el brillo especial en los ojos ambarinos de su pupilo para comprender que la respuesta estaba dicha, en total silencio.

 

A continuación le dio su espacio, no hablaría con un zorro o quizás sí, pero se sintió divertida al ver como los torpes y enormes malamutes intentaban atrapar con sus patas peludas —sin ánimos de lastimarlo— al intrépido y ágil zorro que por poco pone la sala patas para arriba. Akku tomó asiento, aguardó un momento y luego creyó oportuno renovar las fuentes de energía para su aprendiz, tenía tiempo sin dominar su forma animal por lo que cuando recuperase su apariencia mundana estaría ligeramente cansado.

 

Desapareció rumbo a su pequeña cocina, allí dentro a duras penas cabía ella con su regordete y diminuto cuerpo. Algo sonó a vidrio roto en la sala, Suluk soltó una risita jovial y le restó importancia, puso agua a calentar y preparó una charola con dos tazas de café y unas cuantas galletas de avena y miel. Unos minutos más tarde se encontraba nuevamente en el sofá atestado de pieles silvestres, sus ojos grises buscaban la procedencia del exabrupto, los vidrios, los restos de lo que se rompió pero no encontró evidencia alguna así que carraspeó con fuerza para llamar la atención de lo que parecía ser un grupo de adolescentes jugueteando y humedeció sus labios antes de hablar.

 

—Se que sabe cuál era la respuesta anterior, señor Black Lestrange. Y esa misma respuesta aplica a lo que acaba de preguntarme. La animagia está ligada a las emociones, a las más profundas y hermosas u horribles emociones, aunque sea un don que se hereda. Algunos transitan su vida completamente sin ver la más mínima señal de la habilidad en ellos, pero allí está, dormida.

 

Con un ademán le indicó que una de las tazas era suya y se apropió de la que le correspondía para dar un breve sorbo. Tomaba su café amargo pero estaba por demás caliente. Dejó la taza en un pequeño plato de porcelana y saboreó los resquicios de la infusión en su lengua.

 

—Por algún motivo que desconozco y usted no, decidió reprimir su esencia animal porque le causaba dolor. De alguna manera conectó la animagia con algún episodio o alguna persona, al evocar al zorro también trae consigo nostalgia, melancolía, quizás tristeza. Un ser humano, por muy poderoso que sea, señor Black Lestrange, no puede anular sus emociones... más creo que atravesando la prueba final podría conseguir la permanencia del zorro, todo está en usted.

 

Bebió otro sorbo.

 

—Siempre y cuando sea lo que desee realmente.

 

Si Jocker accedía lo enviaría a casa para descansar y más tarde haría llegar a su poder las coordenadas del sitio de encuentro.

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  • 2 meses más tarde...

 

La puerta se abrió de súbito y por ella escaparon los vapores acumulados durante toda la noche, cosa que la bruja agradeció. No se había percatado de cuán tóxico que se había vuelto el ambiente hasta que sintió el aire fresco proveniente de la ventana que acababa de abrir el elfo. El caldero bullía lentamente bajo la atenta mirada de la bruja y sobre la mesa de trabajo se encontraban desperdigados diversos ingredientes, como si hubiese habido una matanza en pequeña escala.

 

- ¿Qué hora es? -susurró de forma casi inaudible.

 

Levantó la vista del caldero y entrecerró los ojos al ver que el sol se colaba por las ventanas, ahora todas abiertas de par en par. El amanecer echaba luz sobre lo que antes eran sombras que escondían el desastre de habitación convertida de mala manera en laboratorio de pociones.

 

- Siete y media ¿va a desayunar? Voy a preparar el baño para que vaya a clases.

 

- Mucho sol, apaga eso -gimió a la vez que se cubría el rostro con una mano y con la otra indicaba la ventana y el hermoso sol que brillaba al este.

 

La cabeza le daba vueltas y el dolor punzante le partía el cráneo desde la frente hasta la nuca. Se encogió de hombros suspirando profundamente tratando de buscar ánimos y energía, ahí donde solo había agotamiento, para meterse en el agua y comenzar el día e ir a clases. ¡Clases!

 

- ¿¡Cla-clase de qué!?- espetó con pánico, levantándose de sopetón y tirando el banco-. ¿QUÉ DÍA ES?

 

Según sus cuentas quedaban varios días para la clase de habilidad ¿no? ¿Qué día era? No podía ser lunes otra vez, si solo ayer había sido jueves. Comenzó a sacar cuentas mentales.

 

- Miércoles -el elfo acostumbrado no reparó en la confusión de Beltis, solo se dedicaba ir y venir recogiendo el desastre mientras la bañera se iba llenando con agua tibia.

 

- ¿Y me avisas recién?

 

- Me dijo que no la interrumpiera así se cayera el mundo.

 

La bruja miró descolocada a la criatura y de un salto se puso delante del espejo. En el reflejo vio a una mujer con los pelos desordenados, como si un pájaro hubiese anidado en su cabeza y con unas enormes ojeras negruzcas debajo de los ojos. Con disimulo inspiró cerca de su axila un par de veces para olerse.

 

- ¡Ugh! - hizo una mueca de disgusto -. Jabón, mucho jabón, urgente. Y alguna poción que me devuelva a la vida.

Después del necesario y reconfortante baño, desapareció de la mansión con mejor rostro y mucho mejor ánimo.

 

El día en la universidad era, como siempre, muy soleado. No recordaba haber visto alguna nube en las inmediaciones ni una sola vez. Cosa que le molestaba de sobremanera, no podía ser bueno vivir bajo el sol abrasador y acalorada constantemente. Por eso, si había un sitio que adoraba era el rincón fríamente acogedor que Suluk llamaba hogar. Tal vez esa era una de las razones por las que aplazaba tanto el momento del adiós. Extrañamente ese sitio le traía recuerdos de una época muy lejana de su vida, la familiaridad lo hacía reconfortante, casi como si pudiera reconocer una parte de sí misma que en el día a día londinense dejaba de lado.

 

Los malamutes salieron dando saltos en cuanto les silbó, traía presentes en forma de carne seca y ellos lo sabían muy bien. Probablemente Suluk no estaría feliz de verla nuevamente, pero al menos los animales le daban una afectuosa bienvenida cada vez que ponía un pie en el lugar. Entre colas que se meneaban de una lado a otro extasiadas y lametones que le arrebataban las chuches de las manos, se abrió camino hasta la puerta.

 

- Bueno, ya está, no queda más -les dijo mostrando las palmas vacías a modo de prueba.

 

Alzó la mano y tocó.

 

- Suluk, otra vez yo -tu pesadilla, podía añadir- He vuelto.

Editado por Beltis

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Llevaba tiempo esperándola pero no lo admitiría.

 

Carraspeó un par de veces, había aparecido por detrás, silenciosa como una ventisca de primavera pero tan gélida como el propio invierno azotando ventanales. Intentó así llamar su atención y una vez la bruja volteó, quizás curiosa por quien estuviese a sus espaldas y en quien no había reparado sino hasta que estuvo a punto de hablar, fue que lo hizo, propiamente hablar. Los malamutes desaparecieron en el interior de la modesta casona, Suluk había abierto la puerta de un simple movimiento, con la palma de su mano extendida, enseñando arrugas y experiencia, había separado los labios pero ni siquiera una sola palabra brotó de ellos para su, tal vez, amiga Beltis.

 

Cerró la boca, le invitó a pasar, las bestias ya dormían una junto a la otra cerca de una crepitante chimenea. Akku zapateó en la entrada para quitarse los restos de nieve de sus botas de montaña, se despojó de los abrigos y cerró la puerta tras de sí agitando una fina y elegante varita de cristal para —cosa que no hacía nunca— utilizar magia dentro de su propia casa. Lo cierto era que había tenido una semana ajetreada y sus huesos estaban cansados.

 

El silencio las acompañó mientras su alumna tomaba asiento en un cómodo sillón que olía a fresno y recostaba su espalda sobre una suave piel de oso ártico. La Inuit desaparecía dentro de la cocina donde la vajilla se estaba lavando sola y una tetera silbaba indicando que el agua había roto hervor, servía dos tazas que dentro albergaban unas aromáticas hierbas trituradas y regresaba cargando una charola de plata. Entonces, solo cuando consiguió sentarse frente a la fémina fue que decidió hablar, por fin.

 

—Me alegra mucho verte, Beltis— Musitó acercando una taza hacia su lado de la mesilla con pulso firme —¿Será que ésta vez me acompañarás hasta el final?

 

Bebió un sorbo de su té, ninguno de los dos era igual. El que tenía entre manos poseía una cierta cantidad de hierbas que relajaban los músculos y calmaban los sentidos. En cambio el de la bruja estaba mezclado con exóticas plantas que, caso contrario, agudizaban dichos sentidos, relegando todo lo demás, adormeciendo los músculos, afinando la voz que todo mundo tiene en su cabeza y suele tapar. En ningún momento adoptaba tácticas agresivas, como las de los Guerreros Uzza, para enseñar a sus alumnos respecto a la habilidad que le concernía pero Malfoy había relegado demasiado tiempo aquella visita y sentía la imperiosa necesidad de presionarla un poco.

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Una ráfaga de aire frío en el cuello le avisó que Suluk estaba a su espalda. Seguramente llevase varios minutos observando a Beltis desde la distancia, sigilosa como un animal de presa, invisible a los sentidos menos desarrollados; invisible a alguien confiado. La bruja se volteó al sentir su presencia. No necesitaban presentaciones ni palabras sobrantes. Para ella, era suficiente con sentir aparecer a la Arcana y que le abriera la puerta de su casa y de su sabiduría.

 

Entró luego de que la Arcana la invitara a pasar. Adentro el calor pronto encendió sus mejillas y derritió el hielo que se aferraba a sus extremidades, por lo que se desprendió rápidamente de la capa de lana para quedarse con un vestido camisero, dudó pero finalmente se dejó las botas puestas Se fue a sentar en una silla cubierta de una mullida y cómoda piel y se arrebujó junto al fuego que crepitaba alegremente. Estaba el día como para sacar un libro y abrir una botella de vino. Suspiró. En pocos lugares se sentía tan cómoda, tan en casa.

 

- Pretendo ir hasta el final, sí -tomó con ambas manos la taza que le ofrecía Suluk- Solo si me dejas seguir visitándote aunque deje de ser tu alumna.

 

Tal vez eran los años, pero cada vez le importaba menos tener credenciales y títulos que le aseguraran un sitio como funcionaria. ¡A quién engañaba! nunca le habían interesado pero era la única forma de acceder al conocimiento en esa zona, a habilidades y poderes que de otra forma eran muy difíciles de conseguir ¿Para qué más valían? Sopló la infusión.

 

- Aunque, siendo sincera, me temo que aunque supere la prueba todavía me quedarán muchas cosas que aprender de ti.

 

Bebió varios tragos. El calor bajó por su garganta y aspiró los vapores de las hierbas. Dirigió la vista al fuego lo que duró el silencio de la arcana. Las llamas salían como manos ardientes de los troncos de madera y se elevaban hacia el cielo oscuro. El olor a leña, a humo iba en su dirección y la rodeaba mientras que las faíscas sobrevolaban a su alrededor como pequeñas luces sobre un fondo azul. Ajustó la capucha sobre la mata de pelo castaño y puso ambas manos sobre la fogata para calentarse.

 

¿Cuándo podrían regresar a casa? Llevaba un buen rato esperando. Se había ido con el sol todavía brillando sobre sus cabezas. La dejó a cargo del campamento y de hacer una fogata. Ahora era de noche y sentía el frío atravesar las pieles y la lana de su ropa. Tenía hambre pero solo quedaban migajas de pan y pocos restos de carne en salazón. Comenzaba a pensar que había sido abandonada a su suerte.

 

Miró a su alrededor. Las llanuras y la estepa se extendían por el frente hasta el infinito. Y detrás, unos montes con grandes paredes de roca que a una niña se le presentaban imponentes. Aunque era primavera, la nieve se encontraba en cotas bajas. Lo peor de todo es que no conocía el camino a casa. Su madre había hablado de direcciones, de las estrellas, del norte, del sur, de runas y de mirar señales por un sitio y por otro, de hechizos poco vistosos pero útiles para acampar, cazar o protegerse, pero, naturalmente, no había prestado atención. En vez de memorizar indicaciones se había abandonado a ensoñaciones y juegos infantiles, a fantasías y trucos de magia que ahora no le ayudarían a sobrevivir. Se sentó sobre las pieles y bebió de la infusión nuevamente para acallar el rugido de su estómago vacío.

 

Se tendió con la mirada en el cielo y las estrellas. El único sonido que escuchaba era el del fuego a su lado, se quedó quieta un buen rato y perdió la noción del tiempo. Extendió la mano y trató de coger las estrellas con los dedos. Parecía que las podía rozar, estaban ahí, en la punta de su nariz. Se volvió hacia la pared de roca. Ya había descansado lo suficiente, le tocaba seguir hasta la cumbre desde donde podría ver con más claridad el camino a seguir. Rozó la roca y encontró donde fijar los dedos. Subió los pies y buscó soporte para ellos. Los brazos le temblaban cada vez que subía su peso. Ampollas y llagas iban apareciendo con el roce, pero no se iba a rendir hasta llegar arriba.

 

El último esfuerzo la dejó sin aliento. Se dejo caer sobra la fría roca y la nieve, cerró los ojos para descansar otro rato. Cuando los abrió, un extraño olor llegó junto al viento. Olfateó un par de veces sin poder reconocer en totalidad lo que significaba. Olía a madera, pero no era el olor habitual de la madera. Olor a carne y sangre. Olores que sí reconocía. Pero había algo más que no entendía. Salió de la cueva con cuidado, sigilosamente, contra el viento. Se agachó lo que más pudo entre las sombras y se dirigió agazapado hacia el origen del olor. A un par de saltos pudo ver un bulto extraño. No se parecía a sus hermanos, ni a las aves, sería un ave muy rara sin plumas. Sería una rata gigante. ¡Rata gigante! ¡Comida!

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La Inuit bebió de a pequeños sorbos el té. Permitió que el calor de la infusión se impregnase en la palma de sus manos y subiera arañando por los brazos hasta anidar en su pecho, que la primavera estuviese floreciendo de la verja para fuera significaba que sus encantamientos climáticos empeoraban el frío en los jardines que rodeaban la pequeña choza. Suluk disfrutaba de dichas temperaturas pero a juzgar por el enrojecimiento en la punta de la nariz de Beltis y como ésta se arrebujaba buscando calidez entre las pieles del sofá, parecía que ninguno de sus alumnos era completamente amigo del invierno eterno.

 

El tranque que adormeció a la bruja parecía profundo, llano, bastante antiguo. Akku sentía intriga, quería acercarse a ella, meterse en sus pensamientos pero sería demasiado arriesgado, tocar algo que no le pertenecía podría significar algún daño en la memoria de la persona. Por lo tanto dejó, con manos temblorosas, la taza de porcelana sobre la mesa de patas cortas y bordeó la misma para tomar asiento cerca de Malfoy, inclinar un poco su fornido cuerpo hacia delante y susurrar en su oído.

 

—¿Qué ves?

 

Ahondaría sin hurgar, en aquella explanada blanquecina Beltis oiría la voz de la Arcano, sería una fresca brisa, y aunque fuese completamente extraño el oír y no ver, respondería sin cuestionar. Suluk le permitiría seguir, hasta encontrar el punto de quiebre y la haría volver, solo entonces estaría lista para iniciar la travesía hasta la prueba final.

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El viento susurró con la voz de Suluk y de pronto ya no tenía frente a sí a una niña envuelta en una capa roja. Un torbellino de cabello castaño irrumpió la sobrecogedora vista desde la falda del cerro, el Monte Beluja era un imán para sus ojos, no importaba las innumerables veces que hubiese repasado cada roca, cada arroyo, cada quebrada, su salvaje y cruda belleza la dejaba sin aliento como si fuera la primera vez. Frente a ella se abría paso el río Katún hacia Siberia, con el cauce congelado. Beltis se arregló los mechones rebeldes como mejor pudo y se arropó con una capa de lana y piel. Volvía a tener el cabello castaño y seguramente los ojos también. Se miró las manos para descubrir callosidades en sus dedos como cuando era una niña y le gustaba escalar.

 

¿Qué buscaba? Era evidente que todo estaba ocurriendo en su mente, el té había gatillado una especie de recuerdo. Lo había visto una y mil veces. ¿Era realmente un recuerdo? No se sentía como tal, se sentía más bien como si estuviera en un punto donde convergen pulsiones mucho más profundas de su mente y cuerpo. Simplemente lo sabía, como si pudiera sentir la vieja roca palpitar bajo la nieve al ritmo de sus propios latidos. Miró a su alrededor, todo estaba igual. Cada vez que buscaba algo con ahínco en su interior, regresaba exactamente al mismo lugar sin poder descifrar por qué volvía una y otra vez en sus sueños o trances.

 

La nieve cubría todo cuanto veía a su alrededor con un manto blanco. Buscó la varita, como había hecho tantas veces antes, y como todas esas veces no la llevaba encima. Cerró los ojos y se dejó caer espirando aire tibio. La historia se repetía.

 

- Maldición

 

Siguió maldiciendo a la vez que hundía sus manos en el hielo. Obviamente, no tendría magia. Volvió a maldecir. Llevaba años soñando lo mismo y seguía siendo incapaz de conjurar el más simple de los hechizos mientras se encontraba atrapada en ese lugar. Soltó otra serie de improperios en su lengua materna y golpeó con los puños con toda la fuerza de la frustración. ¿Acaso Suluk no se había dado cuenta de que era un callejón sin salida? Ya lo había intentado, sí, de mil maneras…

 

- ¡Maldición!

 

¡No! del mil maneras no. Era la primera vez que dentro del sueño era consciente de sí misma y de sus actos. Por lo general solo recordaba haber tenido este sueño una vez despertaba, cuando caía presa de su propia desesperación y torpeza. En cambio, ahora tanto el paisaje como las sensaciones eran reales y vívidas. Se puso de pie y se quitó la nieve de las manos. ¿Estaría obligada a repetir el mismo camino? Tendría que probar algo de magia, a lo mejor esa vez podría conjurar al menos un fuego o comida.

 

Ahí mismo de pie lo intentó. Trató de canalizar toda su energía mas no vio resultados. Escribió una serie de runas sobre el hielo pero no obtuvo ningún efecto. Las ánimas no respondieron su llamado, mucho menos los animales salvajes. Pasó un largo rato antes de que se diera por vencida, cansada y tiritando bajo la tormenta de nieve que arreciaba sobre su cabeza. Comprendió, al fin, que la salida de ese lugar no era a través de las artes que ya dominaba. Tendría que intentar algo diferente.

 

Cruzó la capa sobre su pecho y comenzó a caminar para buscar refugio de la tormenta. Tenía la sensación de que llevaba horas apresada ahí y que tardaría muchas horas antes de averiguar cómo escapar. Porque al final eso era ¿no? una especie de prisión mental. Anduvo a lo largo del río congelado, trastabillando por el hielo y hundiendo más las piernas en la nieve recién caída. Siguió un brazo más pequeño que fue a parar a una laguna cubierta de una espesa capa de hielo. Enfrente encontró una cueva que la protegería del viento seco.

 

Se sentó sobre la fría roca y cerró los ojos. Esperaría a que la tormenta amainara antes de volver a la intemperie para buscar un sendero hasta el poblado más cercano. Se dejó llevar por el sonido del viento, aunque tenía los músculos contraídos por el frío comenzó a sentirse cada vez más relajada, más cómoda en esa inmensa soledad. Tenía gracia que por primera vez en mucho tiempo se sintiera ella misma. Lejos de Londres, lejos de un apellido, y las responsabilidades, lejos de las exigencias y sus propias metas absurdas. Lejos de magos miopes y la enorme facilidad que tenían para dañarse a sí mismos. Sin el disfraz de las buenas intenciones.

 

Algo se ajustaba en su interior mientras dejaba de agarrarse a todo lo que Beltis significaba. Su vida era una permanente sucesión de actos planificados y controlados, medidos al milímetro. Ni siquiera estaba segura de haber vivido realmente ¿Había sentido algo? Todo lo que había hecho había sido para controlar mejor su poder y controlar mejor todo lo demás. Era una necesidad agobiante que al final la había convertido en una espectadora de su propia vida. Había elegido parejas por razones muy distintas al amor, había tenido hijas y ni siquiera había compartido con ellas más que un par de años, porque molestaban. Todo aquello que tuviera la fuerza y la incertidumbre de un sentimiento lo reprimía con abrumadora facilidad.

 

La constante presión sobre su pecho fue desapareciendo y dejó de sentir el agobio de la cárcel de hielo y montañas que esperaban afuera. Dejó de tiritar como si una gruesa capa impidiera que el frío atravesara su cuerpo. Se sentía a gusto con esa incipiente tibieza en su barriga. ¿Acaso había olvidado vivir para ella? ¿Correr para ella? ¿Cazar para ella? El control sobre su propio egoísmo y violencia estaba siendo una limitación. Se echó sobre las patas y rodeó su torso con la cola. Se echaría una siesta, simplemente le apetecía y el mundo podía esperar.

 

Descansada, abrió los ojos y se encontró de regreso junto al fuego del hogar de Suluk. Se desperezó haciendo caso omiso de la arcana y se fue a lamer una pata, pero en vez de pelos encontró piel y hueso.

 

- Buenos días Suluk, he tenido el sueño más reparador de mi vida...lo siento, no sabía que estaba tan cansada ¿cuándo comenzamos la clase?

 

Esperaba no volver a dormir o en vez de animaga, obtendría la habilidad de oniromante.

Editado por Beltis

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Lo presintió en cuando la brisa rosó la blanca piel de Beltis, tenía ante sus experimentados ojos otro caso de opresión. La primera vez, luego de muchos años, que vivió un caso así no había sido hacía mucho tiempo, quizás semanas, lo recordaba muy bien. Jocker Black Lestrange. Pero la bruja que ahora dormitaba a su lado parecía aun más obstruida que el hombre. Tiritaba de frío pero aun así no se soltaba, Akku veía todo lo que ella veía pero se negaba a interactuar con el entorno; hubiera querido gritarle ¡No estás soñando Beltis, actúa! ... o se congelarás, pero era parte del proceso de aprendizaje.

 

Así que calló colocando simplemente una gruesa manta de lana gris sobre el torso de su pupila para el menos no permitir que muriese de hipotermia.

 

Luego, y para su sorpresa, todo se sucedió de manera espontánea. La manta flotó un instante en el que el cuerpo de Beltis perdió masa, altura, dermis y ganó pelaje y calor, salvajismo. Suluk parpadeó varias veces y con manos arrugadas jaló la lana tan solo un poco para descubrir un húmedo hocico animal, sonrió complacida, más todo había sido obra del té y ahora, con las emociones a flor de piel sin que lo notase, debería empujar a Malfoy hasta una transformación consciente; sino acabaría lamiendo sus brazos en público y no quedaría muy bien visto, los Ingleses resultaban bastante prejuiciosos a ojos de la arcano.

 

—Buenos días... joven Malfoy— titubeó ladeando la cabeza —Solo ha dormido unos minutos— y rió tapando su boca.

 

La expresión de desconcierto en rostro de su interlocutora resultaba divertida. La Inuit le sirvió una segunda taza de té expresando de ante mano que únicamente tenía pétalos de rosa mosqueta mezclados con agua hirviendo y menta. Alzaba sus manos, un tanto avergonzada, para relajar el sentido de alarma de la mujer. Su piel surcada por caminos de historias, vivencias y recuerdos se veía jovial encendida por el rubor.

 

—Pero descuide que la clase comienza ahora mismo— agregó llevando el índice a su collar de cuentas. Éstas brillaron de preciosos colores, como si las luces de una aurora boreal adornasen el cuello de Akku. —Sabrá usted que cada habilidad cuenta con una conexión única no solo con la persona que la domina sino también con una parte física o mental de su cuerpo, y sino, ahora ya lo sabe.

 

>Entonces ¿Sería usted capaz de decirme con qué parte física o mental está vinculado el don de la videncia, o el de la metamorfomagia? Luego piense, piense muy detenidamente y dígame ¿Qué despierta al animal que llevamos dentro?

 

Entrelazó sus dedos, había recuperado el sitio frente a Beltis así que la veía pensar serena, arrebujada en la manta de lana gris, con dos malamutes bajo sus pies creyéndose cachorros y una taza de té cerca de la nariz inundando la modesta casona de aroma a rosa mosqueta.

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  • 2 semanas más tarde...

Recibió una nueva taza de té de pétalos de rosa mosqueta todavía algo dormida, escondiendo un bostezo detrás de la manga de la vieja túnica. El inconfundible aroma llegó a su nariz alzando una cálida sensación en su interior. Se desprendió de la manta mientras reflexionaba sobre la pregunta hecha por Suluk. Las diferentes habilidades se basaban en magia antigua, tan antigua y compleja que era muy difícil llegar a dominar una por completo. Perfeccionarse en una rama podía consumir una vida; avanzar en varias de ellas, podía llevar una eternidad. Para algunos magos las habilidades les eran más naturales que para otros, aparecen como aparecen los primeros signos de magia en un niño, como súbitas muestras de poder fuera de control. Sin embargo, aunque estuviera muy extendida la creencia que ciertas habilidades solo podían ser desarrolladas por aquellos magos que mostrasen naturalmente la condición, la realidad era muy distinta.

 

No era una pregunta sencilla, aún así no podía quedarse sin responder, su curiosidad era superior en este caso. ¿Videncia y metamorfomagia? La metamorfomagia requería un completo control del cuerpo ¿Era la animagia similar? Y la videncia, por su parte, era algo bastante distinto y tenía que ver con una visión de las cosas que fueron, son y serán con una sensibilidad que se solía llamar ojo interior. Enarcó una ceja ante los chapuceros que se hacían pasar por videntes. Las runas eran más claras, las vísceras de un animal revelaban pistas del futuro como si la muerte susurrase en su oído. Pero no un vidente con su ojo interior a la altura del culo...

 

- Supongo, con el limitado conocimiento que poseo sobre esta habilidad, que la animagia tiene una relación muy fuerte con las emociones más ocultas y básicas. Y más profundamente, con las pulsiones, esa parte menos consciente de nuestra mente pero que de una u otra manera nos da forma e impulsa. Otras, en cambio, tienen que ver con el control físico del cuerpo o el desarrollo de una sensibilidad especial para no solo captar señales, sino ara interpretarlas, una mente abierta y en comunión con todas las posibilidades existentes.

 

Bebió. No eran partes exactas del cuerpo o de la mente. La madera en la hoguera se partió por el calor de las llamas con un sonoro crack. Recordó cómo se manipulaban esas mismas pulsiones profundas de la mente para crear y potenciar deseos, sentimientos e ideas.

 

- Por mucho tiempo -dijo con la mirada perdida en el fuego, bajo la seguridad del techo de Suluk-, mucho tiempo, me pregunté cómo reconocer esa parte más íntima de mí. Pensé que la oclumancia o legilimancia me ayudarían a comprender mis instintos, todo lo que subyace bajo la razón y la lógica. Sin dudar, parecían habilidades muy útiles a efecto de anular o controlar, así que supuse que acabarían por llevarme hasta ese sendero oscuro y desconocido. Sin embargo, acabé en animagia.

 

Rió y volvió a beber. Estaba siendo inusualmente sincera con Suluk, necesitaba que comprendiera todo lo que tenía enfrente, bajo esa maraña de cabello blanco y ropas viejas. Beltis no era una bruja al uso, al menos no como acostumbraban a ser los magos en esa sociedad, demasiado ansiosos por demostrar a cada segundo el poder que decían poseer con caros adornos, palabras frías e hirientes y ridículos gestos vacíos de aparente superioridad. Beltis ya no temía a sus debilidades ni buscaba adornos para ocultarse.

 

- Tengo que confesar que de entre todas las habilidades me parecía la menos adecuada para mí. Para mis fines -volvió la vista a la vieja arcana-. Si el tiempo me ha dado algo, además de arrugas, ha sido cordura. Comprendí que la única forma de entender lo que se esconde en mi mente bajo recuerdos y bajo toda la lógica artificial, es reconocer que existe una parte menos racional. Instinto y libertad. El natural caos. El problema, Suluk, es que no sé lo que es la libertad...

 

Acabó la infusión y se quedó un rato mirando los posos flotando en el resto de agua que quedaba en el fondo.

Editado por Beltis

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Suluk asintió lentamente permitiendo que la bruja se perdiera en un monólogo reflexivo. Partía de sus preguntas y en el brillo algo apagado de sus ojos se notaba cuánto ahondaba para escoger cada palabra y la consonancia de las mismas. Una vez más debía darse una palmada en el hombro por leer a sus pupilos siquiera antes de media conversación, quizás había pasado mucho tiempo con su compañero arcano Sajag o era tan solo la voz de su experiencia hablando. El hombre que hubo marchado hacía poco tiempo de su ceno animal, Jock, había reprimido aquel instinto por años debido al vínculo que éste tenía con los recuerdos dolorosos de su bella, pero difunda, esposa Penélope.

 

¿Qué sería lo que hacía que Beltis no diera el gran salto?

 

Pronto lo sabría. No hizo falta siquiera que se lo preguntaba o que le relatara qué sentía cuando se pensaba a sí misma como un animal racional incapaz de darse a entender como lo haría un humano, pero por consiguiente, viviendo una vida de libertinajes sin reglas o leyes impuestos por los mismos. Fue Malfoy quien confesó no conocer la libertad y eso, como acto reflejo, activó una luz en el interior de Akku quien de inmediato se puso en marcha.

 

—¡Tengo la solución!

 

Informó a toda voz, enseñándose confiada, segura, para que la bruja le siguiese el paso. No le diría cuál era el plan exactamente, debería descubrirlo por sí sola. De entre las pieles que le cubrían el cuerpo regordete sacó su varita mágica y tras un simple, y elegante, movimiento, la transformó en una vara de cristal que casi el alcanzaba en tamaño, para crear una rasgadura en el aire y abrir un portal que les conduciría a ambas hasta un sitio desconocido por la arcano pero familiar para Beltis.

 

Antes de cruzar Suluk le dijo que estaría con ella todo el tiempo, que no dudase en pedir ayuda de ser necesario. Más tarde la mujer debería interpretar dichas palabras pues su mentora no estaría allí como tal, físicamente, sino que se encontraría conectada a todo lo que hiciera, viera o sintiera para entrar en acción de ser estrictamente necesario. Si su vida corría peligro sería la única forma de que la inuit apareciera en escena. Entonces, juntas, desaparecieron.

 

Beltis despertaría confundida, como presa aun de un sueño extraño. Un sueño en el que ella era una humana repleta de responsabilidades, obligaciones que cumplir y personas a quien contentar. Actriz de una horrible vida regida por calendarios y relojes. Una muy distinta a la que llevaba años disfrutando como lo que verdaderamente era, un animal. Y así a ella le parecería que pasase una eternidad, se encontraría frente a frente con la libertad y debería aprender a domarla sin olvidarse que realmente todo aquello no hubo sido un sueño, sino que más bien pertenecía a una parte de lo que aun era, su parte racional y moral.

 

Solo cuando la dualidad encontrase un equilibrio en su interior sería capaz de encontrar el camino a casa siguiendo las pisadas de un gran oso pardo.

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