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Animagia


Suluk Akku
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El viento helado comenzó a soplar y sentí la necesidad de alejarme de aquel microclima que cubría la propiedad de la Arcana para resguardarme a unos cuantos metros, donde el sol brillaba con intensidad y las mariposas se posaban en las flores, abriendo y cerrando sus brillantes alas con placidez. Pero no, me tomé los brazos con las manos y esperé. Una nueva ráfaga de viento me envolvió e hizo tiritar mis dientes, al tiempo que la puerta de la casita se abrió, mostrando un cálido interior con una chimenea y... el olor era indescriptible...

 

-Pastelitos de frambuesa- murmuré entre dientes, tratando de evitar que estos chocaran entre sí.

 

¿Estaría mal si entraba sin invitación? ¿O es que aquello era la invitación? ¿Controlaba Suluk el clima a su antojo? <Es una Arcana> pensé, muy poderosa, así que habría, quizá, una posibilidad de que todo aquello fuera planeado. <Y si no entro, me congelaré y moriré aquí. Y si me alejo, perderé la oportunidad de aprender>. Hubiera suspirado si mis pulmones no estuvieran pidiendo a gritos que dejara de respirar el aire gélido. Para ser un licántropo que normalmente tenía unos cuantos grados más que los humanos, era bastante friolenta.

 

Me armé de valor y crucé el umbral, donde el calor de la chimenea invitaba a sentarse y calentarse. Delante de ella había una mesa con una taza de algo que parecía té, aunque desconocía si lo era, aunque humeaba y tenía un olor delicioso. También había una bandeja rústica, aparentemente confeccionada con un tronco, que sostenía una docena de pastelitos de frambuesa. Aquello me recordaba un poco al ambiente del Arcano de Videncia, donde los aromas de la buena comida se mezclaban con elementos de la naturaleza y hierbas aromatizantes. Era hermoso e intenso a la vez, penetrando todos los sentidos hasta que te sentías a gusto, como en casa.

 

Tomé asiento en una mullida silla de madera que tenía un almohadón muy lindo, con un motivo de paisaje andino muy bello. Mis manos, casi por inercia, rodearon la taza con el contenido humeante y mi boca se hizo agua. Necesitaba comer uno de aquellos pastelitos. Tomé uno y comencé a saborearlo, al tiempo que sentía mi cabeza algo embotada, como si todo el calor de allí adentro me hubiera golpeado de una sola vez. Entonces, lo sentí. Era algo en mi interior, una magia que había experimentado sólo una vez cuando estuviese en aquel mismo lugar, años atrás. Podía sentir el cambio fluir dentro de mí, esperando ansioso por desatarse. Era como si mi cuerpo quisiera probar la forma de hurón que le era familiar, aquella que había utilizado una vez, en un único intento, para huir de unos ladrones cuando era pequeña. En aquella ocasión, la adrenalina me había llevado a utilizar aquella magia avanzada, la pura necesidad de pasar por un lugar estrecho para evitar ser interceptada por los malhechores. Ahora, era como si aquel pastelito tuviera algo... algo que llamaba a mi magia.

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El temible leopardo andaba en la oscuridad y sus ojos azules se movían extrañamente de un lado a otro como si pudiera apreciar lo que se encontraba su alrededor. Cualquier persona que lo hubiese visto se habría percatado de que no se trataba de un felino normal, era un mucho más grande que un leopardo adulto y sus ojos eran sombríos y redondos, como los de un nundu. Claro que en Aokigahara no había nadie a aquellas horas de la noche, ni siquiera de día se divisaría algún transeúnte por allí, todos evitaban aquel lugar por alguna razón, desde los muggles más débiles hasta los magos más poderosos.


Aquel animal no se encontraba en su hábitat natural y eso debía incomodarlo pues se notaba en cada paso que daba. El leopardo se detuvo frente a un cartel que no le daba la bienvenida a nadie en aquel lugar, por el contrario, advertía claramente que toda persona debía alejarse de allí. Se sentó en el suelo frío del sendero y observó con atención el letrero escrito en japonés. Esa escena si que era extraña, un animal salvaje en uno de los sitios más peligrosos del mundo y leyendo un cartel. ¿Quién en su vida habría creído tal cosa posible? ¿Y que ese animal jamás entendería el japonés? Cualquiera habría pensado que alucinaba en ese momento pero el leopardo en realidad sí entendía lo que estaba escrito, y una vez que acabó de leerlo, se encaminó al interior del bosque de los suicidios.


Las patas del felino no se veían en la oscuridad pues corría muy rápido y su torso apenas se apreciaba como una sombra negra, se movía como el viento, rápido y silencioso. La escena a su alrededor habría aterrado o cualquiera, habían cadáveres en el suelo, hombres y mujeres colgados de las ramas de los árboles, cráneos y restos de animales. El lugar desprendía un hedor a sangre podrida según olfateaba el animal. Era tan extenso que el leopardo tendría que haber corrido unos tres días sin detenerse para poder recorrerlo completamente. Pero algo parecía ir mal con él, como si estuviese comenzando a perder el control de su propio cuerpo. Tropezó en el peor sitio posible y comenzó a caer colina abajo. Cuanto se detuvo, ya no estaba la figura de un leopardo sino de un mago. Un mago que a partir de ese día no volvería a ser el mismo.




El sol estaba a punto de ocultarse por el oeste cuando las nubes del invierno formaron una pequeña bóveda en el cielo iluminando a grandes rasgos la nieve esparcida en el suelo. El horizonte se cerraba con un aire tenebroso, el cielo comenzaba a oscurecerse mientras que el suelo continuó iluminado unos momentos más. El sol se ocultó y todo cayó en tinieblas. No había ni una sola estrella en el cielo y la luna fue ocultada en el momento en el que las nubes se arremolinaron a su alrededor.


El mago quedó oculto en las tinieblas, antes de que el sol se ocultara se hubiera podido avistar que rondaba los cuarenta años, aunque en realidad era una década más joven. En todo el mundo no se podía haber visto un hombre con un aspecto más miserable. Tenía el cuerpo entero marcado de moretones, cortes y golpes que eran muy notorios, y la piel cubierta de una pequeña capa de mugre que no era visible en aquella noche oscura. El hombre desprendía un olor nauseabundo pues no se había bañado en un par de días y vestía una túnica negra que estaba raída y sucia; mostraba gran parte de su pecho y espalda, y su brazo estaba descubierto al caerse una de las mangas. Poco a poco este fue abriendo los ojos y notó que alguien estaba junto a él.



— ¿Aldair?


Debía estar soñando, pero sí, era él. Edmund reprimió las ganas que tenía de abrazar a su anciano consejero y se sentó sobre el suelo. Aldair no movió ni las pestañas.


— Ya estás preparado, joven —dijo y extendió su mano.


Browsler la tomó y se incorporó con ayuda del anciano. No entendía para qué estaba preparado así que le preguntó sin dudar mientras el anciano le acercaba unas hogazas de pan y agua. Aquello le supo a manjar de dioses porque no había comido en un par de días. Entonces Aldair le comentó que había estado inconsciente por veinticuatro horas y le habló sobre la animagia. Antes había escuchado de magos que podían convertirse en criaturas, pero jamás había pensado que él iba a llegar a tener el poder para ser uno de ellos. Así que escuchó atentamente. Le habló sobre la escuela de magia Mahoutokoro donde se enseñaban ciertas habilidades mágicas y no estaban lejos de allí, porque estaba en la isla volcánica Minami Iwo Jima.





Y así emprendieron su viaje. Habían viajado cinco jornadas a pie y una en bote. Edmund había descansado poco, por lo que estaba de mal humor, y se moría de frío a causa del invierno. Durante la primera jornada se había aseado, cambiado de atuendo y tratado de arreglar un poco su cabello. En las otras jornadas había conversado mucho con Aldair sobre para qué era que estaba preparado exactamente. Este le había comentado que debía dominar aquel don que había recibido y que no todos los magos poseían. Eso o iba a acabar muerto en algunas de las transformaciones involuntarias. Browsler lo entendió y no hizo más preguntas.


Mahoutokoro era un sitio imponente. Mientras caminaban por los terrenos, el mago se preguntaba por qué el anciano le había dicho que no iba a ser necesario llevar ningún objeto con él. Edmund se sentía desnudo sin todas las cosas que guardaba dentro de su monedero de pie de moke.


— Hasta aquí te puedo acompañar —indicó Aldair al detenerse en seco— Allí te esperará la arcana.


Edmund asintió. No entendía nada lo que estaba sucediendo pero tampoco preguntó pues sabía que Aldair tampoco le respondería. Siempre le decía que él tenía que aprender a descubrir las cosas por sí mismo.


Aldair desapareció y Edmund suspiró. ¿Qué iba a encontrarse cuando se adentrara un poco más?


Estaba impecable bajo aquella túnica de color gris oscuro pero sus ojeras eran notables y también algunos rasguños en su rostro y cuello. Había logrado ocultar las verdaderas heridas en su pecho, brazos y piernas, las cuales ya estaban sanando. Cuando por fin el mago tuvo el valor de avanzar se encontró con una cabaña muy humilde, esta tenía un jardín y se encontraba en los límites de los terrenos, allá donde el río delimitaba aquella zona en una circunvalación. El mago se acercó a la pequeña vivienda y tocó la puerta, esperando ser bien recibido. Pero no hubo respuesta, y pecando de imprudencia, se adentró en la morada. Allí se encontraba una bruja sentada teniendo una pequeña merienda que él no alcanzó a identificar. Edmund no sabía qué era una arcana, pero dudaba que la persona que veía en ese momento lo fuera.


Cerró la puerta tras de sí, sin ser invitado, y se presentó.


— Hola, mi nombre es Edmund —dijo con un ademán de mano y una torpe sonrisa—. Edmund Browsler.

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Había perdido a una de sus pupilas, la Leona. Eso la preocupaba un poco, tenía dificultades para dominar su poder de animaga pero Suluk sabía que volvería a sentir hablar de ella; por ello, apartó de su mente la figura de Ainé Malfoy y ocuparse de la chica de pelo azul que estaba a su lado, con el cofre en la mano. Ella le explicaba su experiencia de transformación y la sonrisa florecía en el rostro arrugado de la anciana, reviviendo sus propios intentos cuando aún sólo era capaz de ser un sólo animal.

 

- Sentirse salvaje es sentirse viva, Srta. Lavigne... - Se mantuvo callada un momento, en contra de su naturaleza habladora, perdida en la leve ensoñación de sus primeras prácticas como aspirante a Arcano. - Al principio, las transformaciones suceden casi sin darse cuenta, sin querer. Intentarlo a veces refrena la libertad de hacerlo. Pocos aprenden la teoría primero y se transforman después. Es más fácil, casi siempre, ser libre, sentirse salvaje y... dejar fluir la esencia del animal que nos posee. Por cierto, ¿sabe en qué animal se había transformado? En un serval, delicado pero potente y, casi siempre, peligroso. Así es usted, una delicada serval.

 

La Arcana contempló la marcha de la señorita Hayame Vladimir y le saludó con un leve gesto de la mano. La vería al día siguiente, en su prueba; aún así, sentía una leve pena en su corazón. Al final, todos los Animagos vinculados desaparecían de su vista y no volvían a visitarla. ¡Con lo que le gustaba a ella aquellas visitas en las que contar historias junto al fuego de su hogar.

 

Sintió prisa, de repente.

 

- Siento calor, querida... Estas pieles son más apropiadas junto a mi casa, donde la nieve es eterna y el frío, agradable. ¿Vienes?

 

Esperó cortésmente por ella antes de caminar despacio, con sus pies pequeños, hacia las tierras frías que comportaban sus terrenos.

 

- ¿Qué es normal, señorita Lavigne? Para un mago no es muy normal transformarse en un animal y, sin embargo, se puede. El alma se libera y el mundo es diferente. Pero los cambios mueven todo el cuerpo y eso duele. ¿Es normal? Sí, es normal, es el pago por sentirse libre cuando se es ese animal que todos llevamos dentro, querida mía. Estarán cada vez que te transformes. Siempre. Pero los notarás menos, cada vez menos...

La sonrisa pícara creció de nuevo en la cara de la Arcana. Suluk reía mucho, más de los otros Arcanos, tal vez porque la risa era un bien preciado entre su tribu de Groenlandia.

 

- ¡Te sentirás tan libre que no querrás dejar de ser una serval! Pero ese es el precio que deberás pagar por seguir siendo humana, por tener recuerdos, por querer a tu familia y a tus amigos... ¡Tendrás que dejarlo a tiempo de seguir siendo lo que eres y no perderte en tu instinto! ¡Venga, te echo una carrera! ¡¡No vemos en mi casa!! ¡Y no olvides tu cofre o no podrás llegar a la Prueba sin lo que contiene!

 

Aún sonaban el eco de sus palabras cuando una gaviota ártica ocupó su puesto, aleteó varias veces a un palmo de ella y después ascendió al cielo, en una curvatura exacta para alejarse hacia las tierras heladas. Volar es rápido, tanto que llegó hasta su casa y saludó con varios giros a los malatutes que custodiaban la entrada. No se paró a transformarse. Como gaviota, observó en la pequeña muesca que hacía de ventana y observó en el interior.

 

Dos alumnos. A una ya la había detectado y sus animales le habían acompañado al interior. Al otro, no lo esperaba. Ambos parecían hablar al lado del fuego. La Gaviota Ártica golpeó con el pico en la ventana, para llamar su atención. ¿De qué estarían hablando? ¿Sería descortés escucharles?

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Las expectativas aumentaban paulatinamente a medida que esperaba adentro de la humilde morada. Edmund juntó las palmas de sus manos detrás de su espalda y aguardó pacientemente lo que le pareció una eternidad. Al parecer no estaba la arcana allí, pero no se atrevía a preguntar. Como Aldair siempre les decía, era mejor anticipar el movimiento de los demás antes de dar un paso en falso y caer. Claro, Browsler no era perfecto, y en más de una ocasión pecaba de imprudencia al adelantarse y cometer errores. Errores que en más de una oportunidad casi le costaban la vida. ¿Pero tenía que recordarlos, precisamente, en aquel momento? Siempre en la peor ocasión, cuando tenía que concentrarse con todas sus fuerzas en no hacer el ridículo.


Se sentía desnudo, pues no llevaba consigo nada, tan sólo tenía su varita, Ddraig Goch, una parte del mítico dragón rojo galés siempre le acompañaba. Por lo menos no estaba afuera, en aquel frío. La temperatura en el interior de la vivienda era mucho más amigable.


Después de haberse presentado, pensó «Y supongo que estoy aquí para dominar la animagia, reciente habilidad que adquirí, pero que no sé como controlar» pensó, pero no fue capaz de decirlo en voz alta.


Edmund quería preguntarle a la señorita que le acompañaba allí muchas cosas pero por cierta razón se sentía cohibido.Se imaginaba que ella también estaba allí por la misma razón que él. Pero no le gustaba ser indiscreto, y las preguntas, ¿en qué animal puedes convertirte? ¿Y ya puedes dominarlo o todavía te falta mucho para ello? ¿Sabes qué es una arcana? ¿Cómo es el método de aprendizaje? Entre otras, no le parecían la mejor forma de iniciar una conversación trivial. Browsler se cruzó de brazos al final bajo su capa oscura. Su vestimenta gris y su capa hacían un contraste interesante con el color de la vivienda de la arcana, el cual parecía un ingloo, exceptuando la forma del mismo.


Muchos pensamientos pululaban en su cabeza. No dominaba su habilidad natural… ¿acaso iba a quedar en ridículo frente a la arcana? ¿Qué iba a decir Aldair si él no se podía transformar a voluntad propia después de todo? Así que decidió levantarse y caminar un poco para calmar la ansiedad que aquello le provocaba. Pero se detuvo en seco cerca a la ventana y observó con curiosidad a una gaviota ártica que se acaba de posar sobre el alféizar de la misma. A pesar de que no le gustaban mucho los animales, aquella ave le llamaba la atención. Y no por su belleza como tal, sino por la forma particular en la que se comportaba. Estaba picoteando la ventana como para llamar la atención de los dos magos que estaban en el interior.


Ahora que lo pensaba, no sabía como se iba a presentar la arcana de animagia.


«Un momento, ¿acaso sería posible...?»

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Tauro estuvo de acuerdo con las palabras de la Arcana, con todas, además que lo que decía tenía todo el sentido. Sus episodios en los que creía estar soñando habían sido más reales que cuando hacia cosas de manera consciente y en todas esas veces se sentía como una felina, algo que luego confirmó Suluk al revelarse el animal en el que se había convertido. «¿Un serval?» Pensó sorprendida, intentando imaginarse al animal en su mente. Las palabras delicado y potente parecían no tener ninguna relación, pero cuando pensaba en el serval es como si todas las piezas de un rompecabezas empezaran a encajar.

 

— Por supuesto, la acompaño —. Le gustaba que la Arcana fuera conversadora y que ella dominara la mayor parte de la conversación, Tauro era de las que prefería escuchar y para su suerte tenía a alguien que no solo tenía mucho de qué hablar, sino que cada cosa que decidía compartir con la bruja era algo nuevo que aprendía. Estaba sorprendida y para bien.

 

— Ahora mismo siento que el concepto que tenía de normal ha cambiado radicalmente —comentó mientras caminaba a su lado —O más bien lo que quiero decir, es que por primera vez me siento completamente normal —añadió, soltando una carcajada. Lo que dijo la Arcana a continuación la dejó pensando.

 

— Entonces existe el riesgo de perder la humanidad. ¿Ha escuchado de algún caso en el que alguien haya decidido renunciar a su condición humana para vivir como un animal? —su pregunta no era descabellada, al menos no para ella, podía entender perfectamente que alguien quisiera hacer algo así e incluso se podía ver a sí misma, en un futuro muy muy lejano, cuando sintiera que había vivido lo suficiente, entregándose completamente a la vida salvaje de un serval y viviendo como tal entre ellos. Pero no hubo tiempo para respuestas, pues la Arcana se le había adelantado en una carrera hasta su casa. Con más seguridad que nunca y sintiendo la adrenalina poco a poco apoderándose de ella, Tauro se transformó en aquello que internamente tanto anheló.

 

Suluk tenía razón en algo, su propio cuerpo se estaba acostumbrando a la transformación. De nuevo el viento acarició su rostro ahora cubierto por pelos, la textura de tierra la podía sentir en sus patas, era como si se moviera con la misma naturaleza y no le importó nada más. Las únicas palabras o frases que resonaban en su mente estaban relacionadas al cofre que no podía perder de vista, del resto incluso escaló algunos árboles en su camino hacia la casa de Suluk y se detuvo a olfatear uno que otro bicho.

 

Finalmente llegó a la vivienda de la Arcana, aun en su forma de Serval y por primera vez entró. Dentro, encontró a sus amigos Malamutes que la olfatearon, ahora entendía que solo estaban siguiendo órdenes. Junto a ellos, dos personas más los acompañaban. Observó a la gaviota, atenta a su próximo movimiento. ¿En cuántas otras criaturas más podría transformarse?

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Observaba a la gaviota en la ventana, meditabundo, pero nada sucedía.

 

Lo cierto es que no sabía que esperaba porque no tenía la menor idea de cómo sería la apariencia de la arcana. ¿Se convertiría de gaviota a una bruja? ¿O tan sólo podía convertirse en animales a su antojo? Ahora que lo pensaba, no sabía si él podría hacerlo. Convertirse en otros animales, además de un leopardo. Otra cosa que se preguntaba era si en su estado animal podría hablar o tan sólo emitiría los sonidos del mismo. Tenía tantas cosas en su cabeza... Pero la que más le preocupaba cómo poder controlar la animagia por voluntad propia, pues siempre sucedía de manera involuntaria y en el peor momento posible.

 

Una vez convertido en leopardo, Edmund sentía que ya no era él mismo sino alguien más. ¿Se iría aquella sensación en algún momento y podría llegar a ser uno sólo? ¿O acaso siempre tendría la misma barrera?

 

Dejó de pensar porque la puerta de la vivienda se abrió de par en par. En el umbral había un serval. Los malamutes se acercaron al animal para olfatearle.

 

Y entonces sucedió.

 

Nuevamente, no lo vio venir.

 

El cuerpo del mago se encorvó sin dolor y sus facciones fueron cambiando rápidamente, aunque a él le pareció que se tardó un siglo en convertirse. Para Edmund aquella sensación era muy extraña, como meterse a un lago helado sin mojarse. Le ponía la piel de gallina al tiempo que estremecía sus extremidades. No tenía idea de cómo ni por qué estaba sucediendo aquello, tan sólo que estaba pasando y no podía controlarlo. Sus ojos azules continuaba observando al serval mientras aquello sucedía. Y donde antes había estado un mago, ahora había un leopardo. Era inmenso, tan grande como un nundu, aunque sin aquellas habilidades mágicas.

 

El leopardo himpló fuertemente y salió por la puerta rápida y sigilosamente pese a su tamaño, sin inmutar al serval pero si a los malamutes, quiénes ahora estaban chillando.

 

No había se había alejado lo suficiente de la humilde morada cuando su cuerpo comenzó a cambiar nuevamente y sintió el frío estremecedor. El leopardo se había ido y ahora tan sólo estaba Edmund de rodillas observando sus manos y preguntándose cómo había pasado todo aquello. Había sucedido tan rápido. ¿Cuáles habían sido sus detonantes, tanto para convertirse en leopardo como para revertir el efecto? Pensó un momento mientras redirigía su mirada hacia el paisaje. ¿Habría sido el serval? Tal vez se habría sentido amenazado. ¿Y el clima? Definitivamente no era un buen clima para un leopardo.

 

Edmund se levantó y se envolvió en su capa para regresar a la vivienda.

 

- Lo siento -musitó, aunque sin dirigir la mirada a nadie en particular. Aún estaba absorto en sus pensamientos.

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Ese día, la humilde morada de Suluk Akku parecía ser un lugar bastante concurrido. La anciana sabía que todavía le quedaba una larga jornada por delante y, inverosímil que eso pudiera ser, no se sentía agobiada. El poder del hielo encerrado en su anillo le otorgaba la vitalidad que necesitaba para llevar a cabo sus funciones de arcana, pero lo que en verdad la movía era ver a magos y bruja de todas partes del mundo que buscando su orientación y sabiduría. Aunque pasaran los años, esa pasión y cariño por la esperanza no desaparecía; y mientras más tiempo pasaba, más se convencía de que era por eso que el anillo le permitía gozar del vigor de la juventud. Apenas era consciente de que pensaba en aquello, mientras observaba la escena que se desarrollaba en su salón desde el alféizar de la ventana.


Una bruja delgada, de cuerpo joven y atlético, había sido convencida de probar una de sus recetas especiales: pasteles de frambuesa, con un ingrediente secreto. Normalmente la arcana no incitaba a sus estudiantes a utilizar sustancias mágicas durante el proceso, aunque tampoco juzgaba a quiénes decidían convertirse en animagos de otra forma; en trescientos muchas cosas cambian, la comunidad científica del mundo mágico hace descubrimientos y desarrollan nuevos métodos. Al final, lo que importaba era que sus aprendices se conocieran a sí mismos, a lo que había en su alma, para dominar la animagia. Ella misma había dedicado cierto tiempo a indagar en estos nuevos métodos y por eso tenía esos pasteles de frambuesa; sabía que, si la mujer se había visto atraída a probarlos, es porque le serían de ayuda. O eso espera, por lo menos. ¿Habría funcionado? ¿Qué estaría sintiendo? Quería preguntarle muchas cosas, pero le pareció que lo más prudente era darle un momento para no abrumarla y que pasara lo que tenía que pasar.


Por otro lado, con el mago que llegó de improvisto, sí sucedió algo notable. Pudo observar perfectamente lo que pasó cuando entraron a la casa su avanzada estudiante serval y sus amigos malamutes. Sucedió rápidamente e incluso la arcana sintió una gran sorpresa. Aunque lo que la asombró no fue la transformación; en muchos novatos la habilidad de manifiesta como un reflejo cuando son sorprendidos o asustados, y en aquella ocasión la llegada de los perros y el felino definitivamente lo fue. No, lo que le asombró es que tal aquel mago de apariencia descuidada se ocultara un majestuoso leopardo. Internamente, se conmovió con la reacción del hombre; lo observó escapar y regresar. Fue entonces cuando Suluk decidió que era momento de hablar con el grupo.


¿Por qué se disculpa? —sonrió la anciana, mientras cerraba la puerta tras ella. Aunque a ella le gustaba y soportaba el frío, sabía que muchos de sus estudiantes no. Poco a poco, la chimenea comenzaba a entibiar el lugar y hacerlo más acogedor para ellos— No se preocupe por los malamutes, ellos están bien; en cuanto a nosotras, seguramente superaremos este episodio. Pero, dígame, ¿cómo se siente? Hace rato que un estudiante no se desmaya tras transformarse.


Mientras el mago meditaba su respuesta, Suluk se volvió hacia la bruja-serval y le dedicó una sonrisa, esperando que no malentendiera su comentario. También estaba orgullosa de ella.


Ahora recuerdo que quedó una pregunta pendiente —comenzó a hablar, sin levantar mucho la voz para no distraer de sus asuntos a los otros dos estudiantes—. Durante la etapa de aprendizaje, sí, existe el riesgo. Se supone que quiénes logran ser animagos han dejado ese peligro atrás, mantendrán su alma y su consciencia intacta. Aun así nunca debe confiarse; por hermosa que sea la libertad, recuerde que su humanidad y su vida también lo son. Recuérdelo en las pruebas que todavía le faltan.


»Lamentablemente, es cierto he visto a magos ceder y terminar siendo animales por siempre. Algunos por voluntad propia, sí… pero no todos. En casos donde el mago cede por debilidad, no son capaces de sentir en su forma animal la plenitud que los tentó en un principio y terminan siendo miserables. Como yo lo veo, es preferible disfrutar moderadamente de la libertad durante la transformación, ¿no le parece?


Repentinamente, recordó algo.


¡El cofre! ¿Lo tiene consigo, cierto?


Suluk lo ubicó rápidamente y sonrió para mostrar su aprobación. Así como lo hizo con Hayame, golpeó el cofre con su vara de cristal. Aunque había sido la arcana de animagia por mucho tiempo, ni siquiera ella sabía si la leyenda del mago que podría convertirse en cualquier criatura mágica era cierta. Quizás lo fuese. Después de todo, cuando ella ya no estuviera, si su historia llegara a ser contada seguro muchos lo tomarían por leyenda o fábula… Pero si de algo está segura, es que el tesoro no tiene más valor que el que le dan las personas. Si ese mago tenía esos poderes, eran porque estaban dentro de él, no en nada material. Es no significaba que fuese inútil. El tesoro que encontró Hayame sería su futuro anillo de animagia, se lo ganó, y lo mismo sucedería con Tauro.


Cuando pasó la mano sobre el cofre, lo que fuese aquel objeto viejo y olvidado, se transformó en un anillo liso. Se lo mostró, aunque todavía no podía dárselo.


Está familiarizada con estos anillos, ¿cierto? —se atrevió a sugerir— Para obtenerlo y poder probarse en el Portal de las Siete Puertas, debe demostrar su valía superando tres obstáculos por su cuenta. Esto sería dentro de dos días, tiempo suficiente para que descanse y se prepare. ¿Qué le parece? ¿Se siente lista?

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Tauro no se sintió ofendida, en lo absoluto. Entendía que todos pasaban por un proceso de adaptación diferente y algunos, como ella, de desmayaban tras la transformación y no es que fuera débil, simplemente su cuerpo no estaba acostumbrado. Para ese momento ya estaba de vuelta en su forma humana y en presencia del hombre al que no conocía.

 

La respuesta a su pregunta llegó más pronto de lo esperaba y de nuevo, Suluk la hacía reflexionar sobre las ideas preconcebidas que tenía antes de llegar ante su presencia. Jamás se imaginó sintiéndose miserable en su forma serval, aquello parecía tan alejado de lo que en verdad sentía cuando corría con libertad y sin temor a nada. Cuando pensaba en los animales viviendo de forma miserable simplemente no encajaba, pero allí mismo cayó en cuenta de que ellos habían nacido así, no conocían otro tipo de vida a diferencia de ella. Sus recuerdos permanecerían con ellas y llegaría el momento en el que empezaría a extrañar lo que había sido. Cuando quisiera volver a eso, sería demasiado tarde y allí empezaría a experimentar el sentimiento del que hablaba la Arcana.

 

— Una vez más me hace cuestionarme sobre lo que considero es lo correcto. Agradezco que me enseñe a ver las cosas teniendo en cuenta todo el panorama —le respondió.

 

El cofre, del cual se había olvidado, fue tomado por Suluk, quién lo golpeó con su vara revelando el contenido escondido en su interior. Al principio pensó que lo que había estado transportando y le había costado tanto conseguir se trataba de una piedra común, aunque al mirarla más de cerca vio que su color era un negro intenso, pero apenas y pudo terminar de analizarla, pues la piedra se terminó transformando en un anillo que la bruja conocía a la perfección.

 

— Sí, he visto un par ya —. Escuchó con atención las instrucciones de su maestra y al finalizar asintió convencida de lo que estaba a punto de responder —Me siento lista, no solo porque pude transformarme en serval, sino que mentalmente comprendo mejor lo que implica ser una animaga. Así que sí, sin falta en dos días nos volveremos a encontrar, Arcana Suluk —. Solo hasta que ella lo dijo se sintió verdaderamente cansada, sus ojos se sentían cargando dos bolsas de cemento y sospechaba que dormiría hasta volver a reencontrarse con ella. Esperó unos minutos antes de retirarse, aun no sabía a donde debería ir.

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Aquella efímera transformación le había dejado tan absorto en sus pensamientos que no había reparado en la presencia de la arcana hasta que esta le respondió.

 

Escuchó sus palabras con atención al tiempo que levantaba su rostro y miraba a la arcana de abajo hacia arriba. Era una bruja anciana cuya presencia hacía que la pequeña vivienda se sintiera como un templo. La maestra Akku inspiraba respeto y cierta devoción. Sus palabras denotaban la sabiduría que había adquirido con el paso de los años y las experiencias que seguramente había vivido en el pasado.

 

— Me siento mejor —respondió Browsler, aunque optó por sentarse en una silla cerca de la otra bruja que observaba todo un poco más callada «Y supongo que me disculpo porque aún no sé controlar mi habilidad y siempre sucede cuando menos lo espero» pensó, pero no se atrevió a decirlo en voz alta, por el contrario, al final terminó articulando lo siguiente—. No me desmayé como tal, pero si quedé débil. Sucede siempre que me transformo de forma involuntaria. Bueno, todas las veces ha sucedido de forma involuntaria.

 

Las siguientes palabras de la arcana hicieron mucho eco en su interior porque era algo que no se había preguntado hasta aquel momento. ¿Podría un mago decidir convertirse en animal por el resto de sus días? La respuesta de la arcana, aunque no para él sino para la otra bruja, había sido afirmativa. Magos y brujas habían decidido quedarse en su forma animal que habían vivido vidas desdichadas. Browsler pensó que aquello tenía sentido y que se tenía que tener cierto equilibrio entre la forma animal y la forma humana para no perder la razón de ser. Después de todo, la forma animal era muy tentadora. Y, sin embargo, él no creía ser uno de esos magos porque le gustaba mucho su forma humana.

 

Luego Suluk buscó un cofre y Edmund posó sus ojos en él mostrando interés, especialmente porque la arcana no le estaba mirando a él. Allí dentro había un objeto insignificante que se transformó en un anillo después que la varita de cristal de Akku le hubiese tocado. Se lo mostró a la bruja-serval y le comentó algo sobre unas pruebas que debía superar para poderselo ganar. Browsler le quiso preguntar si él también iba a recibir uno de ellos, pero luego decidió que era un pregunta imprudente así que mantuvo la boca cerrada. Lo que mencionó la arcana sobre el Portal de las Siete Puertas sí que le había llamado la atención puesto que nuncca había escuchado sobre ese sitio en sus más de treinta años.

 

Una vez que la bruja-serval se fue, Edmund preguntó.

 

— ¿Qué puedo hacer para dominar la forma de leopardo? —Su pregunta había sido un tanto directa, pero no esperó respuesta para hacer la siguiente—. ¿Y puedo transformarme en otro animal, además de ese?

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Me algra escuchar eso, querida —la arcaba volvió a golpear el cofre con su vara de cristal. Éste desapareció, pero el anillo todavía liso permaneció en sus manos; estaría bajo su cuidado hasta que fuera el momento de entregárselo a Tauro, es decir, cuando la bruja tuviera que entrar en el Portal de las Siete Puertas para ponerse en prueba. Aunque la arcana solía tener bastante confianza en sus estudiantes, la preocupación de que no pudieran superar la prueba no desaparecía sino hasta que los veía regresar sanos y salvo. De verdad esperaba que la bruja-serval fuera una de aquellas personas exitosas—. Puede retirarse. Le enviaré una carta con los detalles para nuestro próximo encuentro. Nos veremos pronto.

 

Ya no había nada más que pudiera hacer por Tauro; ahora, todo había quedado en sus manos. Sin embargo, todavía estaban bajo su ala varios aprendices. Desde hacía un buen rato que no tenía señales de Aine Malfoy, pero confiaba en que, cuando fuese el momento correcto, las tendría. En cuanto a Cissy Macnair, parecía que su cuerpo todavía estaba procesando el pastelito de frambuesa; no quería apresurarla, así que no hizo nada más que dedicarle una leve sonrisa, diciéndole con ella: no te preocupes, estaré aquí cuando estés lista. Así que, por los momentos, se ocuparía del mago-leopardo, Edmund Browsler.

 

La anciana le hizo un gesto al mago para que tomara asiento en el improvisado moviliario de madera, que no suele estar en el salón. No estarían mucho tiempo allí adentro, pero no podía permitir que su estudiante comenzara con la práctica en aquel estado. Sin dejar de escucharlo, preparó fugazmente una infusión de varias hierbas que le ayudaría a reponer las fuerzas. Eso era lo único que podía hacer para ayudar, además de darle consejos. Mientras lo escuchaba, no pudo evitar pensar en otros casos similares: magos bendecidos con el don de la animagia, que no buscaron tener esa habilidad pero buscan su consejo pues era una necesidad dominarla. Aún así, todavía necesitaba escuchar más detalles para poder entenderlo, pero le parecía que sus conjeturas eran más o menos acertadas.

 

Entonces, ¿desde hace cuanto que ésto le suecede? —le preguntó la arcana, luego de endulzar la infusión con un par de gotas de miel. Le ofreció la taza a Edmund con una sonrisa amable, pero con la firmeza que las abuelas poseían para hacer que los más jóvenes las obedecieran— ¿Ha notado en qué momentos ésto le ocurre? Porque, como usted debe saber, la magia en general está muy relacionada con nuestras emociones. Piense, por ejemplo, en cómo la magia se manifiesta en los niños pequeños: por lo general aparece cuando sus emociones se desbordan, cuando están muy asustados, muy enojados o, incluso, muy felices. Podríamos decir que se trata de un reflejo.

 

Tomó asiento frente a él, con las manos entrelazadas sobre la cabeza cristalina de Amarok que decoraba el extremo superior de su vara de cristal. En realidad no necesitaba sentarse, pero le parecía que así la conversación parecía más una plática cálida que una reunión formal.

 

Usted no podrá canalizar la animagia a través de su varita mágica, así que tendrá que controlar muy bien sus emociones para poder dominarla. Con eso, práctica y mucha confianza en sí mismo, estoy segura de que lo logrará —añadió Suluk, para responder a las preguntas del joven—. Me gustaría oír más acerca de estos accidentes y creo que entenderlos le ayudaría bastante.

 

»La mayoría de los magos sólo pueden convertirse en un animal —respondió, sorprendida por la ambición del estudiante en un momento tan temprano de su mano. Le encantaba eso de los jóvenes; a su edad, aunque tenía las mismas energías que la mayoría de sus aprendices, no era capaz de soñar tanto. Siempre hay casos excepcionales, de magos que pueden tomar varias formas. ¿Quién sabe si usted es uno de ellos? Yo no sabría decirlo, honestamente. De cualquier forma, si me permite darle un consejo, creo que primero deberíamos concentrarnos en lograr que domine al leopardo —sugiere con una risa jovial.

 

»¿Le ha ayudado la infusión con su debilidad? ¿Cómo se siente ahora?

Editado por Suluk Akku
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