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Videncia


Sajag
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El nigromante era lo que era por no confiarse de la gente, así que cuando Sajag intento contrarrestar su profecía, él sonrió. No era una sonrisa autentica, ya que muy pocas veces mostraba una, y en aquel momento no era la excepción. Pero era lo único que podía hacer para no carcajearse en la cara del Arcano, justo en ese momento parecía un charlatán, su profecía parecía ser un intento de hacer fuego en un suelo pantanoso. Aunque los lirios de fuego podían vivir en ese tipo de climas, la Orden del Fénix no era un lirio de fuego. Así que dejo pasar aquella profecía y se acercó a tomar la fruta que él monje le ofrecía.

Sus ojos grises miraban con detalle la fruta roja en sus manos, las frutas antioxidantes no eran sus favoritas, por lo que aquella fruta jamás toco sus labios. En su lugar prefería una fruta dulce como un durazno o un mango petacón, sólo para tener algo en la boca y degustar. Su ojo interior se abría y cerraba a su antojo, el conocía la palabra exacta con la que su ojo interior se abría, aunque no era una palabra, era el movimiento de sus manos al tener un mazo de cartas, aquello era como hipnótico para él y cada que movía sus manos de aquella forma entraba en trance.

Disculpe, tendrá otro tipo de fruto… algo más dulce. —preguntó. Quizás aquella no era la respuesta que esperaba el arcano, pero así era el joven Ivashkov, alguien que muy pocas veces hacía lo que se esperaba de él. —Que maravilloso es el hecho que no se preocupe por el uso que podamos darle y dejarlo todo al destino. Es como decidir si hacer algo o no hacerlo con una moneda en el aire. Que el destino se encargue todo.

Había dejado la fruta sobre la mesa sin siquiera probarla, así que nunca había entrado en un estado de sopor como lo había indicado Sagaj, pero en su lugar escucho el sonido de las cartas barajándose como si fuera el trotar de varios caballos, y entonces lo supo, lo que le hacía poder abrir su ojo interior no era otra cosa que el galope de los caballos. Caballos era la palabra que necesitaba para abrir su ojo interior a su antojo. Pero para estar seguro debía hacer una prueba.

Caballos… —soltó. Como si minutos antes no hubiese tenido un pequeño intercambio de opiniones con el Arcano de Videncia, y es que al Black Lestrange le parecía interesante la conversación que llevaban como para cortarla por instrucciones. ­—Al parecer todo en la vida de una persona está conectado… ¿No lo cree así? Antes de estar aquí soportando a jóvenes irrespetuosos como yo, ¿A qué se dedicaba? En algún momento, dentro de su estancia en Londres ¿ha hablado con sus otros compañeros, sobre lo que hacen en este lugar? —sin importarle que había otras tres personas aparte de aquellos dos, el mortifago buscaba obtener una respuesta.

­—Sabe, ¿Por qué le pregunto todo esto? —hizo una pausa mirando al joven Keaton y volvió a hablar aun dirigiéndose al Arcano. —Es simple, ¿usted tiene otra habilidad aparte de la videncia desarrollada? Y ¿Las habilidades se adquieren o se nacen con ellas?

Dejó ambas preguntas al aire, y en eso comenzó a comportarse de forma extraña, su mano se movía como si escribiera en el aire, procuraba siempre tener una pluma y un pergamino en la mano para cuando aquello ocurría, así que al no tener nada donde dejar plasmado lo que tenía en mente empezó a soltar palabras en una voz extraña.

­—La vida es como la rueda de la fortuna, quien ahora este abajo próximamente estará en la cúspide, pero que no olvide que, así como subió un error lo haría bajar aún más rápido. —sus palabras podían tener o no sentido para las personas, su profecía tenía que ver con él, con lo que amaba más que nada y así como había entrado en un estado de sopor y había soltado una profecía, así había regresado al presente.

Y entonces, si pudiera tener la habilidad de Animagia, ¿qué animal sería?, perdón, sé que no está para ser cuestionado, pero usted es tan diferente a Suluk, a Amara o al mismo Lawan que hasta dan ganas de conversar con usted.—Aries ni cuenta se había dado que acababa de hacer una profecía para él mismo, en su lugar miraba al arcano como tratando de entender lo que quería lograr con él.

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Sajag se tomó su tiempo esta vez. Siempre es difícil ver en los ojos de un pupilo ansioso por demostrar que tiene el Ojo Interior activado, penoso ver tantos ojos a la vez abiertos en una misma estancia. Sin embargo, era halagador ver la fuerza del Ojo interior del Ragnarok. No era en vano que su palabra de activación fuera el Fuego. Gran energía interior tenía este muchacho. Le extrañó verle rodeado de algo parecido a un cuadro de ajedrez. Blanco... Negro... Alejó la visión con un movimiento de la mano, leve, como si de espantar un mosquito se refiriera... No le interesaba conocerlo aunque ya no podía huir del saber que su poder le otorgaba. Lo dejó pasar. Lo que era importante es que Hades Ragnarok estaba preparado.

 

El otro joven era... diferente. No tan diferente a algunos que ya habían pasado por su aposento pero sí lo era de aquel grupo.

 

- Muy sabio, Señor Ariel. No es la fruta que coma lo que le ayudará a abrir su Ojo Interior. Es el deseo de Ver lo que hará que tengan visiones controladas. Al igual que puede comer esta granada o... - ¿qué imagen había cruzado su mente en el momento de desechar aquel fruto divino? ¿Un melocotón? - ... cualquier otro manjar, o puede caminar sin pensar en cómo camina o respirar sin obligarse a abrir la boca y soltar el aire que contiene sus pulmones, así ha de ser de familiar su control de la Videncia.

 

No le engañaba. Los caballos no era lo que le dejaba abrir su Ojo Interior pero no le traicionaría. Era su derecho el tener oculto su Don si así lo quería, para los demás, no para él mismo. Se volvió hacia el cainita y le puso una piedra negra en la mano. ¿De dónde salió? Un ojo avizor lo sabría.

 

- No necesitarán una palabra para abrirse. Puede ser cualquier gesto o un aroma. Al principio lo necesitarán para forzar las Visiones pero pronto dejarán de usarlos como referencias y tendrán arraigado el uso de la Videncia que aparecerá sólo con desearlo. Incluso el Sabor puede ayudarle. Sólo una vez he visto a un pupilo que conseguía abrir su mente cuando comía una fruta, sintiendo el sabor envolviendo su paladar. Sólo mientras comía conseguía el equilibrio entre cuerpo y alma para abrir su Ojo Interior. No pasó la prueba. Pero montó un restaurante en el que tengo siempre una mesa libre si acudo a verle.

 

Se acercó al muchacho parlanchín. Le gustaba que sus pupilos no estuvieran intimidados por su presencia, aunque fuera oronda, lejos de la imagen de los otros Arcanos con los que formaba la comunidad educativa de aquel lugar.

 

- Tome. - Tendió su mano con otra piedra, esta gris jaspeada con verde oscuro. Después elevó las dos manos al aire. - Bien, creo que ustedes dos están más que preparados para intentar pasar la gran prueba. Pero no es mi opinión lo que abrirá el Portal sino vuestro deseo. Es por lo que os pregunto a los dos, Sr. Hades Ragnarok y Sr... Aries...

 

Sonrisa y espacio de tiempo para dar un cierto aire teatral a su pregunta.

 

- ¿Estáis dispuestos a devolverme las piedras? No... La pregunta correcta es... ¿Estáis dispuestos a pasar la Prueba del Portal y vincularse al Aro de Videncia? Si es que sí, os veré mañana en el interior de la Pirámide, en la Sala del Portal de las Siete Puertas, delante de la de Videncia, esperando mis piedras. Antes habréis pasado por unas cuantas experiencias peligrosas que sólo servirán para adelantaros el peligro que conlleva intentar vincularos. No os voy a engañar. Es demasiado peligroso. Demasiado. Pero sé que mis palabras no os harán retroceder. Os creéis invencibles pero... Esas pruebas están pensadas para demostraros que sois simples seres que pueden perecer, o si no podéis - la mirada del Arcano se dirigió hacia el chico apellidado Ragnarok - vuestra vida puede ser tan limitada a un hilo inexistente de conciencia que desearíais estar muerto. Así que pensarlo bien. Si queréis devolverme mis piedras vía correo lechucil, no me enfadaré. Lo entenderé perfectamente.

 

Retrocedió un par de pasos. El Señor Ravenclaw permanecía demasiado callado, tal vez atendiendo la clase de los dos alumnos que iban a ir a dar el gran paso hacia la vinculación.

 

- Le diré, señor Aries, que todos los Arcanos pasamos por las Siete Puertas para alcanzar este grado. Domino todos los secretos de mis compañeros Arcanos como todos ellos dominan la de mi Habilidad. Si quiere saber en qué animal consigo convertirme como animago, salga del Portal y se lo diré. Se lo prometo.

 

Otra vez una sonrisa delicada, tal vez porque el Arcano pensara que no lo sabría jamás.

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Sabía que el momento estaba cerca. Las palabras y explicaciones de aquel arcano, sus gestos, todo le indicaban al Ragnarok que en cualquier momento tendría que tomar una decisión, una que podría cambiar su vida. Su instinto resonaba alertándole y manteniéndole alerta. Aquello le recordaba a cada segundo que mortal o inmortal una vez que decidiera no había vuelta a atrás y que debía aceptar las consecuencias de sus actos. Decidió cuando se apunto en aquella clase que llegaría hasta el final, su vida dependiera de ello o no.

 

Podía sentir el peso en su pecho y el fuego recorriéndole por cada célula cuando abrió su mano y recibió aquella piedra negra. Le recordó sus ojos, rememoró el oscuro abismo, le evocó la obscuridad más intensa y extensa. Se concentro en ella sintiendo quizás su poder o el misterio que encerraba. Dibujó una mueca. Cerró la mano. Esperó.

 

Emoción, excitación, impaciencia, aquellos sentimientos se peleaban por salir o explotar millones de veces en la mente del Ragnarok mientras Sajag explicaba aquellas cosas. No dejo de restarle atención, aun sabiendo que aquello se encontraba en su mano. Entendió lo que había querido decir sobre las cosas o elementos que sencillamente podrían provocar que alguien se concentrara lo suficiente como para poder abrir su ojo interior. El ya había encontrado su núcleo, su fuerza, su palabra, su imagen. Desde aquel momento que le habían informado cual era su elemento, estaba ligado a él. Tan sencillo como escuchar música y evocar imágenes en la ardiente llama.

 

Salió de aquel pequeño trance justo cuando Sajag realizaba la pregunta más importante. No lo dudo, se había visto haciéndolo. ¿Por qué entonces no hacerlo de una vez?, ¿Por qué no darle al destino y a él mismo lo que había ido a buscar? Asintió.

 

-Estoy dispuesto y preparado para vincularme con el anillo, estoy listo para afrontar lo que está en mi futuro –dijo claramente y seguro de sí mismo para que no hubiera ninguna duda al respecto- le aseguro que allí estaré para entregarle lo que corresponda, aunque algo me dice que ya lo sabía y que quizás conozca el resultado de todo –ladeo la cabeza- sin embargo, no está escrito y cualquier cambio de decisión afectara lo que podría haber pasado.

 

El Ragnarok hizo una ligera reverencia. Su próxima parada aquella pirámide.

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Intentar algo, más allá de controlar sus visiones, había sido un error.

 

Había tratado con oclumancia, con pobres resultados. No se culpaba, por supuesto, ya que la culpa no estaba en el proceder que había tomado en sí mismo si no en el estado de su deteriorada mente. Al menos, era capaz de señalarlo con propiedad ahora ¿juegos mentales? Era lo último que habría necesitado y sin embargo había tenido la esperanza de que cerrando su mente a intrusiones externas, las cosas serían distintas. Para cuestiones prácticas, en realidad, el problema no era el exterior puesto que Káiser no estaba ni estaría más allí. Sus caminos se habían separado desde hacía mucho tiempo ya y su existencia, ahora estaba segura, no significaría ningún cambio en la suya. El problema, era que su oscuridad había emponzoñado su interior y ahora, sólo se había sumado a la pila de tormento que para ella significaban los retazos de información que obtenía del futuro.

 

Dolor. Eso era lo que su cuerpo siempre había sentido al tener una visión. Claro que, quizá "siempre" no era el término más adecuado. Sus primeras visiones habían llegado en sueños y ese era un espacio donde el dolor físico, que la atacaba cuando recibía una visión al estar despierta, no había alcanzado a dañarla. Recordaba incluso una época en donde, con la ayuda de Richard, había conseguido tener momentos de inducción a tales sueños, despertando sin contratiempos ni padecimientos. Sin embargo, en la actualidad no sólo era que su cuerpo se contorsionara y rebelara ante dichas visiones si no que incluso en los que venían en sus sueños terminaba despertando con el sonido de sus propios gritos. El descanso, el verdadero, no parecía alcanzarla.

 

Ahora más que nunca, se sentía desorientada pero había conseguido llegar al ala del profesorado donde se suponía que podía dar con Sajag sin perderse a pesar del disociado estado de su mente. Todo había empezado desde que su varita se rompiera, pensaba, o quizá mucho antes. Catherine no era capaz de asegurarlo puesto que desde entonces todo lo que había hecho era viajar y huir. Su destino inicial había sido Nueva Orleans pero no importaba cuanto tiempo pasara fuera de la bochornosa ciudad, siempre terminaba volviendo. El olor de las flores que resultaba casi asfixiante en primavera, las luces de la Rue Borbon, la calle Primera, el barrio francés con sus esplendorosas casas, una de las cuales era ya casi suya y en ocasiones, cuando se sentía con ánimos de alejarse de todo lo demás, los jardines del Baton Rouge a donde se colaba con impunidad luego de un corto viaje ¿Para qué era que había venido? ¿Para llevarse otro fiasco?

 

Tenía una pequeña esperanza, por más que pequeña resultara insatisfactorio para haberse tomado tantas molestias. Debido a su estancia en Nueva Orleans, vestía también ahora una túnica y botines blancos, además del sombrero de bruja de similar tonalidad. El negro, había sido algo impensable en Nueva Orleans y los botines apenas una concesión que se tomaba por estar de vuelta en Gran Bretaña: el calor era en Londres apenas un recuerdo inocuo. Sus pies dentro de ellos se sentían apretujados y se arrepintió de haberse puesto el calzado, a pesar de que en el pasado se habría sentido tan cómoda con ellos. Había pensado que sería buena idea intentar llevarlos al menos al estar de vuelta pero sus pies se habían acostumbrado ya a la libertad de las sandalias ¿de verdad tanto tiempo había pasado?

 

Ah... pero allí estaba y se quedó ante el ala que le habían señalado sin atreverse a entrar ¿Se suponía que pidiese permiso o se anunciase? ¿Estaría allí el arcano de cualquier forma? Hasta entonces, los arcanos que había conocido habían vivido de una manera más bien extravagante y eso había hecho que empezara a considerarlos a todos de la misma forma, echándolos juntos y de cabeza al saco de la espiritualidad desquiciante. Aún así, allí estaba, ante el umbral, esperando contra todo pronóstico que realmente pudiesen ayudarla. Con cierta torpeza, de dio cuenta de que era eso lo que buscaba y estuvo a punto de irse por donde había venido. Luego, soltó una carcajada amarga para sí misma. Eso era, después de todo, la chiflada sin esperanzas ¿qué más daba que notaran que en realidad había llegado hasta el punto de venir a la clase a pedir ayuda en lugar de recibir instrucción como una persona normal?

Editado por Melrose

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Aries había escuchado la pregunta de Sajag, él porque no había respondido aun a aquella cuestión tenía que ver mucho con lo que él deseaba demostrarse. Escuchó como su compañero de bando y en esa habilidad había aceptado entrar al portal, pero para él las palabras aun no salían. Estaba seguro de que quería hacer su prueba para vincularse a la habilidad de videncia de la misma manera que lo había hecho con las otras habilidades, así que cerró los ojos por un momento.

Con los ojos cerrados escucho la llegada de una cuarta persona que se quería vincular con la habilidad a aquel lugar, puesto que Hades se había retirado a hacer su prueba de Videncia. Así que la llegada de aquella mujer le hizo abrir los ojos para ver de nueva cuenta al Arcano.

Sí, estoy preparado para vincularme con el aro de videncia. De la misma forma que estaré listo para escuchar a que animal está vinculado, Sajag. Pero antes de irme quisiera hacerle una pregunta más.

El metamorfomago se quedó mirando a las personas reunidas en aquel lugar, quizás su pregunta ayudaría a alguno de ellos a ver el futuro de un tercero para demostrar que tenían aquel don, o bien para darse cuenta que no contaban con él.

La ambición es algo característico de mi persona, pero eso es algo que he dicho desde el principio, deseo obtener muchas cosas, así que mi pregunta va con base en lo que me ha dicho acerca de que todos los arcanos han pasado por la prueba de los 7 portales. En un futuro lejano, ¿Existirá algún nuevo arcano en sustitución de alguno que ya está?

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Botines blancos...

 

La mirada de Sajag se había perdido en una Visión imprevista: un ser perdido había encontrado el camino y se dirigía hacia la casa, un ser que eran muchos en uno buscaba su consejo y sus enseñanzas, una figura con botines blancos que sufría y, en ese desconsuelo, se acercaba con el ánimo hundido en el deseo de entender lo que le sucedía. Un alma atormentada esperaba en la puerta.

 

El Arcano parpadeó brevemente antes de volver a la realidad. El muchacho ya salía con una de las piedras en la mano y el otro, Aries, hablaba. Levantó la barbilla hacia él y después se frotó la barriga, pensativo. No es que la pregunta que le había hecho tuviera que ser pensada sino que su mente estaba aún observando aquella mujer angustiada que dudaba en llamar a su puerta.

 

- Los Arcanos somos muchos y somos uno, muchacho - contestó al fin. - Pero sí, muchos de los Arcanos actuales cederán su puesto ante pupilos experimentados. Si su ambición supera con creces las pruebas que sufrimos para convertirnos en Maestros, tal vez acceda a uno de ellos. Nos veremos mañana.

 

Le invitó a salir. Debía descansar para la gran prueba que debería pasar al día siguiente aunque algo le decía que este Aries no era partidario del descanso sino de todo lo contrario.

 

- Por favor, deje la puerta abierta. He de invitar a la muchacha a un té amargo con gotas de naranja ácida.

 

Sajag dio la espalda a la entrada de su habitación. Aunque le encantaría tener a la mujer en la clase y desenredar con ella el caos que la consumía, era ella quien debía dar el paso y entrar. Era ella quien tenía que tomar la decisión de vincularse al Anillo de la Videncia y sólo lo conseguiría si entraba allá y se sentaba a su lado, para beber la tisana que él ya preparaba para ambos.

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Su rostro se tiñe de confusión cuando la puerta frente a ella se abre como si hubiera sido capaz de escuchar su voz. No es que haya hablado precisamente; en épocas recientes hay ocasiones en donde no distingue con claridad si aquello que cree haber dicho no fue más que un pensamiento o un susurro para sí misma. Ahora sin embargo, encara a otra persona, un individuo cualquiera, que no conoce y a quien realiza una venia tranquila, mientras ve más allá, dentro de la construcción, con la curiosidad de un niño apaleado.

 

Su decisión, a su vez, es tan repentina como sus movimientos. Se adelanta hacia la puerta y la traspasa antes de que ésta se cierre. Sea quien fuese él, interpreta, ya iba de salida. Comprende entonces que se encuentra sola y la idea de dicha soledad la alivia. Nunca antes, la soledad había significado para ella sosiego pero mientras se aproxima más y más a la figura de quien ahora está segura debe tratarse del arcano, su expresión se torna más y más vacua. Cae en cuenta de que hace mucho que no ha mantenido contacto cercano con nadie. Curiosamente, no está deseándolo en lo absoluto: la quietud de su vida actual no sólo la satisface si no que hace las veces de paños fríos en su inestabilidad, una herida que no parece tener cura.

 

Su varita rota, recuerda de nuevo entonces, otra de sus ideas recurrentes ¿será que necesitará alguna para tomar las lecciones de Sajag? Porque desde entonces, no ha vuelto a tener ninguna. Su último acto, el brillante árbol plagado de luciérnagas que dejara para Madeleine en Escocia, no sólo fue el último legado de su magia si no también el único que denotaba la fragilidad de su interior, el brillo de su propio deslumbramiento ante el mundo. Ahora ya no se revela más, ni de ese ni de modo alguno ante los demás. Su último testimonio, confía, yace tan sólo en los ojos y memorias de su única portadora.

 

Con eso en mente, se queda de pie, lo suficientemente lejos de Sajag como para sentirse medianamente cómoda sin llegar a considerarse grosera.

 

Buenas Tardes —su voz grave, tiene una fuerte carraspera y tiene que aclararse la garganta un par de veces para poder hablar claramente, debido a la falta de uso—. Vine hoy, porque entendí que recibiré de usted mi instrucción sobre videncia. Soy Catherine Moody.

 

Es gracioso, porque entiende que ahora ya es capaz de adoptar los formales modales ingleses, cuando ya no los necesita. Antes, tal cosa le habría resultado impensable y ofensiva pero ahora parece tener poca importancia en una escala de prioridades; es simplemente una forma de evitar llamar la atención sobre sí misma, un arte que los ingleses cultivaban mejor que la gente de su patria.

 

¿Aunque puede seguir llamándola así? No es algo que se haya cuestionado con anterioridad pero al presentarse, la idea llega por sí misma. Hace mucho que los Southern Uplands o el propio Glasgow han dejado de parecer el centro de sus motivaciones. Cuando recuerda la propiedad de los Moody todo cuanto es capaz de recordar es las caras de sus habitantes. No es la tierra, después de todo, a pesar de lo que le había dicho a Richard antes.

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  • 2 semanas más tarde...

- ¿Instruirle... yo? Uuuum... - susurró el Arcano ante las palabras de la joven.

 

Era una mujer interesante. Veía su sufrimiento interior, sus preguntas sin respuesta y sus temores, remordimientos y sensaciones que atormentaban su alma. Le sonrió para transmitirle algo de calma.

 

- No, querida mía. Lo que tiene que saber ya está dentro de usted. No necesita que le instruya nadie para despertar su Videncia. Como mucho, le puedo ayudar a apaciguar su ánimo y darle la paz que necesita para darse cuenta que es usted una Vidente desde su nacimiento.

 

Era cierto. La señorita Moody tenía un Ojo interior vivo que luchaba por salir al exterior. Ella estaba preparada para dejarlo salir sólo que aún no lo sabía. El Arcano le señaló una silla para que pudiera acercarse más. Parecía sentirse incómoda ante él. Guardando silencio, hizo una perfecta ceremonia del té, poniendo las hojas de té amargo en la taza, removiendo con cuidado y maestría el agua para que cayera en círculos sobre las hojas, haciendo un remolino de líquido que parecía fluir del mismo recipiente y reposar con cuidado sobre el té, arrancándole el aroma ácido que se esparcía por encima de ambos. Primero llenó su taza y después llenó la suya. Finalizó abriendo una naranja pequeña con un cuchillo de pedernal, clavando la punta para que cayeran justo tres gotas de su zumo en el té.

 

El resultado era una esencia cítrica que se dispersó en el aire y aleteó contra sus fosas nasales. Sajag sonrió de forma afable y se palmeó levemente su orondo vientre.

 

- Veo que trae una carga pesada en sus hombros, señorita Moody. ¿Quiere aligerar algo de ella en mis oídos? Sé escuchar y puedo ofrecerle algún consejo de Arcano que lleva mucho tiempo en este mundo de espíritus inquietos. Tal vez cuando esté más relajada consiga ver a su ojo interior. ¿Quiere azúcar con el té, señorita Catherine? Yo prefiero el sabor amargo. Suele abrir los bronquios y despertar los pulmones. A veces, ese pequeño desbloqueo ayuda a encontrar su Ojo perdido en algún pliegue de su memoria.

 

No dijo nada más y aguardó, con una mano en la asa de la tetera simple y otra en la tapa de la misma, esperando que Catherine Moody se atreviera a romper aquel silencio.

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¿Es acaso que el arcano además de vidente es un mago legilimántico? Catherine sólo frunce el ceño de manera inconsciente y muy breve. En ningún momento ha vuelto la vista hacia él, lo que considerando lo vacío de su mirada perdida en una evaluación imprecisa de su entorno, ha terminado por hacer que parezca que se cuestiona a sí misma. Sin embargo, piensa en las palabras de Sajag. Ella, una vidente, y Sajag le brindará paz. Casi se niega a creérselo sólo para no ver defraudadas sus esperanzas. La fatiga parece cimentarse al fin en su rostro y contra su voluntad, vuelve los ojos hacia el arcano, con la esperanza de encontrar la seguridad necesaria en ellos.

 

Él, sin embargo, más bien le está señalando una silla. No reacciona al instante pero al fin luego de dudar un momento, toma asiento. De alguna forma, sus miembros se relajan mientras presencia los pasos del ceremonioso ritual. No del todo, por supuesto, parte de su mente sigue alerta, en tensión constante, esperando que la estabilidad se rompa. Sin embargo, se sabe hipnotizada, como si acabase de recibir una fuerte dosis de algún tipo de medicina o sedante. Precisamente, mientras sus ojos se mantienen observando el discurrir del agua con relativa fascinación, entiende que está siendo sedada. La clara búsqueda de influenciar su estado de ánimo no le molesta; por el contrario, se deja llevar.

 

No es tan malo pero entonces, entiende. Lo hace en el mismo instante en que Sajag lo menciona. Tiene que hablar. Sacude la cabeza, porque no desea azúcar pero también porque se siente incapaz de hablar ¿hablar de qué exactamente? ¿De sus incontables errores? ¿De su esperanza? ¿De las costillas rotas que acarreó su última visión? Su mano derecha aferra automáticamente la izquierda, cubriendo el anillo de bodas que aún lleva en el dedo anular a pesar de que se supone que ese matrimonio nunca existió y la oscuridad vuelve a ensombrecer su rostro.

 

—Entonces —replica tentativamente y aunque su voz ya no se oye tan ronca, sigue siendo baja— ¿es necesario que hable para poder manejar este poder? —ha retirado ya la mirada del arcano y la fija en sus manos. No es falta de confianza si no todo lo contrario: determinación. Porque está determinada a lograrlo y, a la par, desea mantener sus asuntos como propios y no desea inmiscuir a nadie más. Sin embargo, sabe que se encuentra en una disyuntiva— Porque todo lo que sé es que siempre me ha causado dolor. Como algo que me controla, en lugar de controlarlo yo y... —tiene que luchar un rato, antes de lograr encontrar las palabras adecuadas—- ahora, mi cuerpo también se revela ante el poder.

 

Piensa en los terribles ataques, las reacciones cada vez más violentas. El temblor, su espina dorsal crispándose, mientras se encontraba tendida en el suelo, sus ojos tornándose blancos. Lo había visto en los recuerdos de Richard. También había observado las fases iniciales, cuando él, su hermano, tomaba su mano en sueños en donde respiraba con dificultad, intranquila pero aún con suficiente autocontrol, con un sudor frío cubriendo su frente pero despertando con curiosidad ante sus propias visiones. Ahora, todo se ha tornado más onírico, hasta ridículo quizá de no ser tan avasallador, abarcándolo todo sin dejar espacio para nada más.

 

La taza descansa sobre la mesilla, con espirales de aroma agradable ascendiendo desde ella pero Catherine no se atreve a tomarla ni dar un sorbo. No lo hace porque no se atreve a retirar la mano derecha que cubre la izquierda, sin aferrarla. No sabe determinar si es miedo o voluntad irracional. "Hoy no" piensa, aunque tal pensamiento parece en principio inconexo de todo cuanto acaba de evaluar.

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  • 2 semanas más tarde...

La sonrisa apacible debiera ser un bálsamo para la mujer que estaba a su lado; tal vez lo fuera el rito sacro de servir el té con sumo cuidado. Como fuera, la mujer parecía algo más relajada que cuanto entró en la habitación. El Arcano la contemplaba, muy curioso, ante la preocupación interior que la consumía. No era mucho de hablar, eso lo notaba. Tal vez no se daba cuenta, sin embargo, de todas las palabras que surgían de sus movimientos, de las contracciones de sus músculos, del fruncir de su ceño, de la forma de agarrarse las manos. La Señorita Moody estaba resultando interesante. Muy interesante.

 

- Entiendo que no quiere azúcar. Hace bien, Catherine. ¿Puedo llamarla así? Verá... Siempre he pensado que el azúcar enaltece el sabor de las tisanas pero mi paladar se ha ido marchitando durante siglos; ahora no saboreo una sin ese dulzor. Pero hace bien, para abrir el ojo interior no hay nada como el sabor correcto de la esencia de las hierbas que el agua ha extraído.

 

Él tomó su taza y la movió lentamente. Era consciente que la mujer estaba siempre al límite, presta a saltar, como si fuera a ser atacada en algún momento. Permaneció en silencio mientras bebía un sorbo del té y escuchaba sus escuetas palabras. La recordaba a él. Sólo un poco.

 

- Así que esa es su forma de materializarse... El Dolor es una de las maneras pero no la única. Es una pena que no le enseñaran a desarrollarlo de otra forma. Ahora entiendo su negativa a despertarlo.

 

Siguió bebiendo la tisana, a la espera que ella se decidiera a imitarle.

 

- Experimentar dolor es lo más parecido a caminar al borde de un precipicio: un paso en falso nos aboca a un desenlace fatal; un andar firme nos conduce a buen puerto. No siempre está claro cuál es el camino de la liberación y cuál el de la condena. Todo dolor es, en sí mismo, un aviso de que hay algo que tiene el potencial de dañar o de enfermarnos. Aquello que causa el dolor debe ser escuchado y atendido, pues sólo así podrá cumplir con la función que la naturaleza le ha asignado: liberarnos de la enfermedad o el sufrimiento despertando nuestra conciencia.

 

Bajó la taza y enseñó a la muchacha unos posos meciéndose en unas gotas de té amargo. Veía a un amante de la lectura, algo que ya sabía de sí mismo. No estaba seguro de si la Señorita Moody habría entendido su casi soliloquio sobre el Dolor y el luchar contra él para comprender el funcionamiento y despertarlo, dominarlo y comprenderlo. Esperaba que fuera capaz de luchar contra ello. Sabía que el Dolor desaparecería si llegaba a entenderse a sí misma y surgía de la forma correcta.

 

- El dominio de la Videncia no está encerrado en una cárcel de dolor; es el miedo a desatarlo lo que duele. Hágale frente y aprenda a domarlo. Por cierto, ¿qué le dicen sus posos?

 

Levantó un poco las cejas, invitándola a soltar las manos y a beberlo. El mejunje adormecería sus sentidos y, con un poco de suerte, el Dolor cesaría lo suficiente para que se concentrara. ¿Aceptaría a hacerlo? Si no se vencía a sí misma, nunca podría declararse Vidente.

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