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Videncia


Sajag
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- ¡Paparruchas! ¡No pienso enseñar a nadie más esta Habilidad! ¡Romperé el contrato con esta escuela e iré, muy lejos, donde la Videncia es un Don para algunos, no una excusa para ganar dinero y usarla en su beneficio propio! ¡Infames! ¡Estafadores!

 

El Arcano estaba muy enfadado y tiró un panfleto en el suelo. Lo había traído un vendedor de incienso que venía una vez al mes a reponer sus existencias. Había pretendido que le leyera la mano gratis porque él no tenía "pá pagá" a esas videntes, que eran muy caras. Sajag era un Arcano que había vivido en la más alta penuria y en la más encumbrada gloria con el dinero de sus padres. Eran agua pasada aquellas bendiciones. Aprendió de ambas y tanto el exceso de dinero como la falta le ayudaron a ver el mundo con los ojos necesarios para entender su propia habilidad.

 

Los Videntes de hoy en día no habían aprendido a juzgar la suerte y la responsabilidad de saber manejar la Videncia y lo usaban en beneficio propio. Y ese era un fallo suyo, no había logrado enseñarles a los pupilos la necesidad de "entender" la Videncia como un apoyo a los que le rodeaban, a los que necesitaban, a los que sufrían... No enseñaría nunca más a nadie. Se cerraban las clases de Videncia.

 

El saludo le pilló de sorpresa. Tan embravecido, no había esperado la presencia de nadie en su puerta, de nuevo. Sus ojos marrones parpadearon levemente al observar al muchacho que ocupaba el vano de la puerta.

 

- La Videncia no se aprende. - Tal vez estaba siendo brusco con aquel muchacho. Hoy no estaba de humor y no pensaba ser amable, sin embargo. - La Videncia se tiene. La Videncia se vive. La Videncia... convive con su esencia interna y usted la deja fluir junto con sus propias vivencias. La Videncia no da dinero, la Videncia no enriquece el bolsillo. La Videncia no le hará rico. ¿Qué pretende usted conseguir, vinculándose a tan noble habilidad?

 

Con un gesto mágico que seguro que pasaría desapercibido, el Arcano apareció ante él con su túnica amarilla azafrán de ribetes marrones y verdes, alegorías de las raíces de los árboles y de sus hojas. El Arcano era un hindú que no pasaba desapercibido.

 

- Hoy no voy a enseñar a nadie a ser Vidente. Hoy no voy a dar clases de Videncia. Hoy voy a destapar a fraudulentos videntes que ensucian mi nombre y mi innata Habilidad. Si quiere acompañarme... Es lo único que le voy a ofrecer en su visita.

 

Con un gesto imperioso le invitó a dejar libre la puerta para poder salir. Si le acompañaba o no, sería decisión suya.

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Jank asintió ante las primeras palabras del arcano, pues no podía tener más razón. No había llegado allí pensando que la Videncia podía aprenderse como si de un lenguaje o un hechizo se tratara. Tenía muy en cuenta que, al igual que con la Adivinación, existían muchos factores aislados a la práctica convencional de la magia que determinaban quién realmente poseía el don. Pero antes de llenarse la boca presumiendo tal privilegio, quiso asegurarse mediante la opinión de un experto, alguien que le mostrara las herramientas que necesitaba, quien al parecer había cachado malhumorado. Mala suerte.

 

Siguió escuchando, formulándose las preguntas él mismo. ¿Tenía la Videncia? Creía que sí. ¿La vivía? No sabía bien a qué se refería, pero sí que tenía en su historial varios episodios proféticos, muchos de ellos en cuanto a sucesos lejanos a su tiempo y espacio. De hecho, Jank apenas podía recordar un par de visiones con directa repercusión en su propio futuro. ¿Quería hacerse rico usándola a su beneficio? La sola idea de pensarlo le daba risa. A pesar de su precaria situación económica gracias a la caída de su familia, Jank aborrecía a los que cobraran por realizar un acto tan puro y delicado.

 

- Soy una persona sencilla, el oro no me atrae - quería dejarlo en claro antes de que Sajag sacara sus conclusiones basadas en su edad o apariencia desgastada, esa que denotaba una necesidad ficticia - Pretendo ver. Ya no quiero que estos "sueños diurnos" (así decidí llamarlos, aunque sé que no debe ser el término adecuado) pasen sobre mi cabeza sin pena ni gloria. Quiero saber cómo interpretarlos para actuar a tiempo, para ofrecerles alternativas a todos lo que involucre. Para auxiliar, hacerlo funcional - se rascó la oreja por encima, le picaba - Al ignorándolo le faltaría el respeto a los verdaderos videntes y a mí mismo.

 

Jank notó cómo la apariencia del arcano cambiaba de un parpadeo a otro. Se miró la suya propia y notó lo simple que quedaba en comparación al Vidente. Aun así, quedó enganchado con su estilo. Le recordó a las antiguas pinturas que su padre tenia colgadas en los salones principales de Campoestrella, el asentamiento Dayne. Muchos de los magos y bruja retratados también usaban túnicas amarillas, aunque su indumentaria variaba dependiendo de las épocas o culturas. Se preguntó por un momento si Sajag había pertenecido a uno de esos linajes de renombre al otro lado del mundo.

 

- Oh, sería un gusto acompañarlo - dijo Jank con sinceridad, apartándose para darle el paso y siguiéndolo cuando estaban fuera. Estaba acostumbrado a lidiar con estafadores y gente que sacaba provecho de la inocencia de los demás. En el Concilio, en la Orden, en Londres... El mundo estaba repleto de timadores disfrazados de sabios. En una clase normal sería una forma poco ortodoxa de enseñar, pero Sajag había sido precioso desde el principio: la habilidad no se enseñaba, se vivía. ¡Y vaya manera! Sin duda sería una experiencia interesante - ¿Por dónde comenzamos?

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El Arcano ni se inmuto ante el muchacho que estaba delante de la puerta. En realidad, sabía que acabaría acompañándole así que, ¿para qué poner cara de sorpresa? El tener el Don de la Videncia hacía que el mundo fuera monótono.

 

- Sueños diurnos... Una forma muy precaria de mencionar los diferentes episodios vividos de experiencia con la Videncia , muchacho... - El Arcano protestó mientras caminaba hacia el exterior de la morada.

 

La luz solar era fuerte aquella mañana, algo extraño en Londres. Había bastante gente caminando por los terrenos del Ateneo. El Arcano no se esperaba ver a tantas personas, tal vez era un solitario empedernido que no solía tratar con la gente y por eso se sorprendía de su presencia. Se paró a respirar el aire fresco y llenó sus pulmones de la esencia humana a la que no estaba acostumbrado por su propia decisión de ser un anacoreta.

 

- No se comienza, Sr... - El chico no se había presentado pero vio una imagen de su mano firmando un documento secreto que no debía de ser visto por los ojos de nadie excepto para quien iba dirigido. Una mano de dedos largos y una mano curtida asía una pluma que plasmaba su nombre en él: Jank Dayne...

 

Sajag enarcó una ceja y, por primera vez, se paró a contemplar el muchacho, con curiosidad. Conocía aquel apellido. ¿Cómo era posible que la furia le hubiera privado del placer de adivinar quien era su pupilo? El último Dayne que había visto había sido en otra lugar... Otro país en realidad... Frío... Un país frío... Retomó su monólogo donde lo había dejado tras una pausa, volviendo a caminar, ahora más despacio. Sin darse cuenta, había considerado al muchacho como su pupilo. Sonrió levemente.

 

- No se comienza, Sr. Dayne. Debería usar vocablos más acertados. No comenzamos... La Videncia está en nosotros, ahí, latente, en su pecho, en su cabeza, en sus sentimientos... Usarla es tan fácil como caminar o pararse a oler una flor.

 

El Arcano se había parado delante de un parterre verde que resaltaba sobre el suelo color arena. Aspiró con fuerza. No había flores pero sí había mil olores que desataban destellos en sus sentidos.

 

- Esta habilidad es muy compleja, demasiado, no se puede aprender. Es ambigua, es imprecisa, no es certera porque la Videncia nos enseña un futuro que es igual, ambiguo, impreciso, poco certero... ¿Cómo pretenden "ver" el futuro cuando éste es impredecible? Sin embargo, la Videncia se tiene, se expande, se visibiliza con la práctica. Cuanto más la use, más precisas serán sus visiones. Se empieza con... esos "sueños diurnos" que pueden ser meras sensaciones de peligro o visiones detalladas de un suceso futuro. Pero...

 

Se puso las manos detrás, a la espalda, golpeando levemente el dedo índice de una mano en la palma de la otra. La furia que le había hecho salir de la comodidad de su habitación, huir de la compañía de sus libros y dejar la tranquilidad de sus hierbas aromáticas, había cedido a una calma tensa controlada. Es lo que sucede cuando hablas con alguien de un tema que te gusta y notas que atienden tus palabras.

 

- Todos poseemos el Ojo Interior. Soy de la opinión que éste está ahí, siempre, desde que se nace, envuelto en capas y membranas acuosas que lo protegen. Un bebé es un ser frágil, ¿sabe? Sin embargo, he sabido de grandes profetisas que, siendo niñas, lloraban cuando algo malo iba a pasar en la familia. Después crecemos y permanece ahí, aletargado, esperando despertar. Algunos lo consiguen pero, aún así, no son aptos para vincularse. Esos son los peores embaucadores que viven de la pobreza espiritual que les queda tras su fracaso...

 

El arcano se sentó en uno de los muchos bancos de piedra que bordeaban el lago y llevaban a la zona de la gran estatua del Guardián del Lago. Hacía mucho tiempo que no había acercado sus pasos a aquel lugar.

 

- Nadie nace con el control sobre la Visión. Se aprende a controlarlo con el paso del tiempo y, aquí, en esta maldita ciudad, pocos parecen tener tiempo para dedicarle a la habilidad. Llegan aquí y pretenden ser Videntes en un mes, ¡en una semana! Claro que pasan la prueba, muchos de ellos consiguen vincularse porque el "ojo interior" existe pero... Después leo estas cosas en panfletos y me pregunto...¿Por qué...? ¿Para qué...? - El Arcano aún guardó unos instantes de silencio, valorando el silencio del lugar, apenas roto por los chillidos de los últimos estudiantes que quedaban antes de empezar el verano. - Muchos confunden Adivinación con Videncia. Uno es un conocimiento que cualquier profano puede desarrollar sin muchos conocimientos previos. Sin embargo... La Videncia...

 

Otra vez se fijó en el muchacho: pecoso, pelo color paja, reflejos del pasado en sus dos mechas blancas...

 

- ¿Qué cree que es la Videncia y por qué cree que usted puede vincularse a ella? ¿Qué cree que le hace diferente a eso embusteros y timadores que nos rodean? ¿Se convertirá en uno de ellos si fracasara en la Gran Prueba?

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El aire fresco del Ateneo lo ayudó más de lo que pensó. La bulla cotidiana de los alumnos le producía cierto estrés, por supuesto, pero las palabras de Sajag creaban un espacio infranqueable al que Jank amaba formar parte. Decidió escuchar el desarrollo de su explicación sin intervenciones. A veces, los más sabios necesitaban el tiempo suficiente para explayarse y hacer llegarle al pupilo la información que más necesitaba. El arcano no titubeaba a la hora de dejar sus opiniones claras, algo que admiraba por encima de muchas cosas. La libertad de expresión nunca sobraba cuando se trataba de clases tan íntimas.

 

Chasqueó apenas abordó el tema de los embaucadores. Conocía el tema desde adentro: su prima, Arianne, se había mantenido al menos seis años de su vida durante sus años adolescentes a base de predicciones escuetas para los recién acaudalados de las zonas menos privilegiadas de Bulgaria. Si de por sí ya dudaba de la credibilidad de la bruja, después de que lo descubriera se aseguró de no compartir demasiado y tratar de limitar sus encuentros. Arianne abandonó la idea de volver a recobrar el respeto de su primo un par de meses después. No consentiría el oportunismo, jamás, ni siquiera a los de su sangre.

 

- No entiendo cómo esos estafadores pueden conciliar el sueño, de verdad - dijo, tomando asiento junto a Sajag. La brisa le revolvió el pelo, haciendo que los mechones blancos cayeran sobre su frente. Echó una mirada hacia el Guardián del Lago. Pudo ver cómo, de las aguas, se desprendían tres hadas traviesas que se perdieron de vista antes de poder apreciarlas lo suficiente - ¿Cómo se puede vivir sabiendo que estás desperdiciando uno de los mejores dones en el mundo?

 

A pesar de que era retórica, Jank decidió frenarla allí para que el arcano pudiese continuar. Además, no era quien debía hacer las preguntas. Soltó una risa cuando el arcano mencionó a los que pretendían aprenderlo en unos días. Tampoco llegaba a comprender qué les hacía pensar que una habilidad milenaria fuera tan accesible. Eso, para él. llegaba a rozar el irrespeto. Sin embargo, no se dejó llevar por las dudas universales y se centró en las preguntas de Sajag. Se sacudió las bermudas, víctimas de varias hojas verdes posiblemente traídas por la ventisca.

 

Tardó más tiempo en contestar de lo que planificó. Todavía tenía en la mente la observación acerca de sus poco acertados vocablos. La culpa no la tenía nadie más que las noches durmiendo en la calle persiguiendo a criminales sin ser detectado, los interrogatorios a asesinos o las fiestas clandestinas a las que debía asistir para hacer seguimiento a sospechosos. El contraste no le favorecía, y mucho menos cuando debía ofrecerle respuestas convincentes a Sajag. Estaba casi seguro que lo que sea que saliera de sus labios estaría errado, pero al menos descubriría si existía otra manera de plantearlo.

 

- Es ver. Sí, suena básico, pero creo que eso es. Usted opina que el Ojo Interior está en todos nosotros, solo que en la mayoría permanece dormido y otros pues logran descubrirlo - se rascó la cabeza, viendo las aguas fluir de la canasta del gigante. El sonido era relajante, continuo. Por un momento creyó que le daba una respuesta que no podía traducir -. Así que la Videncia se da cuando logras abrir el Ojo, cuando percibes más allá de sensaciones que te advierten mínimas cosas y puedes viajar entre los momentos venideros de una persona o tierra. Cuando puedes presenciarlos, comprenderlos y analizarlos como si fueran tangibles.

 

>> La Videncia nació conmigo, Sajag, solo que traté de evitarla durante años - volvió a mirarlo, achinando los ojos para que la brisa no le obligara a cerrar los párpados - . Por precaución, quizá. El historial de mi familia haciendo uso de las visiones tiene tan mala reputación que no quise tomar el riesgo. Hasta hoy, por supuesto. Si logro vincularme, me aseguraré de limpiar los errores de los Dayne y hacer uso de ésta cuando en realidad se requiera. No soy un hombre de grandes ambiciones, verá. Eso se quedó en mi adolescencia. Por más genérico que suene, el poder solo lo ansío para conocer y auxiliar cuando otro no pueda. Me imagino que eso me diferenciará de los timadores cobardes - miró al cielo, suspirando - Cobardes y orgullosos. No se atreven a reconocer su mediocridad. Si lo hicieran, dieran este paso y se formarían de verdad. ¡Pero jamás bajan la cabeza!

 

Negó con la suya. Al final, el antiguo estado de ánimo de Sajag empezaba a contagiarse.

 

- Si fallo lo volveré a intentar. Así soy yo. Me niego a la mediocridad. Me niego a conformarme probando la superficie de algo tan fascinante.

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El Arcano procuraba no mirar a los ojos del muchacho. Seguía sintiendo una furia ciega en su interior que no quería que desapareciera del todo. Necesitaba tener esa fuerza interna que le empujaba al exterior, fuera del cómodo ámbito diario en el que vivía refugiado. Escuchó sus palabras y la atención fue in crescendo a medida que el propio Dayne se fue sincerando de una forma cada vez más personal. Procuró no reflejar satisfacción en su rostro. Tal vez... Sólo tal vez... Este no fuera como los otros...

 

Tal vez mereciera la pena perder su valioso tiempo en él y ayudarle a Ver sin trabas. Sin embargo, denegó con la cabeza y se sentó en el borde rocoso de un saliente, contemplando el agua que salía del jarrón del Gigante de piedra. No llevaría más lejos al pupilo. No tenía derecho a ver más allá. No de momento... El mismo Guardián seguía sus pasos, presto a barrar el paso si seguían avanzando. Sajag conocía bien las normas. Había sido uno de los que habían contribuido a la gestación de aquel lugar de asueto para los Arcanos.

 

- Muchos me han dicho lo mismo que usted, Sr. Dayne. Muchos prometieron ser mejores con la Habilidad. No pocos juraron lealtad a la Hermandad de Videntes al quedar vinculados al anillo. El Portal juzga si tienes la capacidad y el valor de vincularte pero no puede juzgar si cumplirás tu palabra en el futuro... Eso me deja a mí como el único capaz de separar la paja barata de los frutos dorados de la semilla productiva.

 

Volvió a negar con la cabeza. Aún no quería comprometerse. Del todo al menos... ¿Qué podría perder si lo intentaba...? Su tiempo, el de los dos...

 

- No serías mediocre, si fallas. Si no pasas el Portal, yo mismo me encargaré que tu mente olvidé por completo que una vez quisiste Ver más allá de tus posibilidades. Yo mismo, tenlo por seguro, castraré tu Ojo Interior Maltrecho para que nunca sepas que existió... No serás mediocre. Serás nada.

 

Era una amenaza muy seria que él había oído muchas veces de su Maestro y que él prometió no pronunciar nunca. Ahora entendía a aquellos monjes que le habían acogido para su enseñanza, a pesar de los ataques extranjeros que les habían sitiado en aquel lugar perdido, a pesar de las traiciones de sus propios compañeros que les habían abandonado y dejado de lado para que murieran en él... Sajag entendía, ahora, lo duro que es sentirse engañado cuando depositas la confianza en alguien.

 

- Dime si ves algo. Dime lo que ves. No mientas. Te veo... Si no ves nada, vete, retrocede, sal de los terrenos del Ateneo y piérdete lejos de mi ira. No soporto a los que me mienten o se aprovechan de otros sólo por motivos poco éticos.

 

El Arcano señaló el agua que reposaba, relativamente en calma, tras salir del jarrón del Guardián y recorrer un trecho a gran velocidad y juntarse en aquel tranquilo remanso, a los pies de la mole de piedra.

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Jank se sintió extrañamente aliviado cuando Sajag lo amenazó. Y era porque coincidía con lo que decía. Si fallaba y volvía sabiendo qué había hecho mal, sería como repetir un examen de Aritmancia habiendo memorizado ya los números. Para él era importante aprender de verdad, pues de otra forma no sabría cómo enfrentarse al mundo una vez que saliera del Ataneo y las visiones se convirtieran parte de su vida. Así que si debía olvidar todos sus fiascos y aciertos pasados para poder avanzar, sabría que el arcano haría lo correcto. Solo esperaba que no fuera necesario; en realidad lo estaba disfrutando.

 

Cuando Sajag terminó de hablar, Jank se levantó y estiró los brazos, asintiendo.

 

- De acuerdo.

 

Se tomó unos segundos para respirar profundamente. El aire era más puro allí. El sonido de las aguas cayendo de la cesta del Guardián, por su parte, también estaba libre de alteraciones. De repente, a su mente llegaron los fiordos noruegos. Durante su temprana juventud solía pasar semanas internado entre las ramas congeladas de la cúspide de las montañas o los árboles enanos que crecían alrededor de los ríos que las dividían. A medida que los años transcurrían, el hombre volvía al menos una vez por año para reconectarse con la naturaleza que lo había visto crecer. Sin embargo, el contraste entre la tranquilidad y armonía que los paisajes de su tierra natal ofrecía con la de su alma, cada vez más oscura y malograda, a veces ponía en duda si realmente era merecedor de volver.

 

Trató de quitárselo de la mente, pero no pudo. Entonces pasó algo más: ya no estaba en el Ateneo. Sajag había desaparecido, junto con el panorama lejano de los estudiantes y el gigante regador. Incluso los fiordos se alejaron de su campo visual, a pesar de que sabía que seguía en Noruega. Miró hacia los lados y se percató de que estaba en Campoestrella, las ruinas del antiguo asentamiento familiar Dayne. Supo que no se trataba del pasado o su presente, puesto que los restos estaban aun más sepultados por la nieve. Dio unos pasos hasta llegar a lo que fue el salón principal, el único pedazo de tierra que todavía le quedaba techo. El cielo era gris encima de éste, y el frío le llegó hasta los huesos.

 

Al girar la cabeza todo cambió. En esta ocasión vio a Arianne, su prima, conversar con Arya Macnair, su antigua compañera de vida. Jank se acercó solo para cerciorarse de que estaban solas en medio de un cementerio lluvioso. Las palabras podían ser oídas apenas debido a la ferocidad de la tormenta, y ni siquiera eso inmutaba a las brujas. Ambas lucían mayores. A través de las mallas negras agujeradas se dejaban ver el atisbo de nuevas arrugas permanentes.

 

- Buen hombre, no. Hombre de acción será una mejor manera de describirlo.

 

La voz de Arianne salía de su garganta con elegancia y facilidad, casi entusiasmada. Arya pareció no escucharla y se agachó para murmurar unas palabras frente a la lápida que fue incapaz de escuchar. Al levantarse, conjuró una corona de jazmines que se quedó flotando encima de la piedra. Él se agachó para leerla. "Dayne" rezaba en una esquina, sin fechas ni dedicatorias. Al subir la vista la figura de otro hombre lo alertó. Las miraba desde los árboles, y al parecer ninguna de las dos se percataba de eso. Jank se acercó decidido, pero se frenó en seco al reconocerlo. O al menos creyó hacerlo.

 

- Leonard.. ¿O yo?

 

El sonido de un trueno hizo que se girara nuevamente. El rayo cayó en cámara lenta hacia las dos mujeres, quienes estaban absortas de que lo acontecía a su alrededor. Jank extrajo la varita sin saber de dónde y la elevó para protegerlas. Su encantamiento creó una explosión blanca que se expandió por todos lados. Al oscurecerse, había vuelto al ateneo. Frente a sus ojos había un muchacho de unos diecisiete años que le gritaba "gracias" mientras se alejaba con su bicicleta. Al observar por dónde había pasado, se percató de que ahora existía una rampa en donde antes había un pequeño acantilado que daba hacia el riachuelo. Jank tenía la varita apuntando hacia ésta, así que no le costó deducir que era el responsable.

 

Miró a Sajag, confundido. Tenía la garganta seca.

 

- Vi Campoestrella, mi antiguo hogar, destruido. Actualmente está abandonado, no vuelto añicos - se sentó a su lado nuevamente, sobando su cabeza -. Luego apareció un cementerio. Llovía. Estaba mi prima y mi antigua prometida, o al menos sus representaciones. Visitaban una tumba que llevaba mi apellido. Ehm.. - cerró los ojos y los volvió a abrir. El resplandor blanco era difícil de olvidar -.. también creo haber visto a mi hermano gemelo, Leonard. Pero no sé si era mi propio reflejo. La única diferencia entre ambos son nuestros ojos, y estaba tan oscuro que no pude detallarlos. Al final vi un rayo que caía sobre ellas. Quise evitarlo y, bueno, pasó lo de la rampa.

 

Subió los hombros y sonrió. Estaba siendo tan sincero que le resultaba gracioso.

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Sagaj le vio irse y le vio volver. El Arcano no hizo ni un sólo movimiento cuando la explosión rompió aquella particular zona natural que separaba los dominios propios de los Arcanos del resto de los estudiantes del Ateneo. Contempló al muchacho que montaba una bicicleta y siguió su camino hasta que desapareció de su vista.

 

- Yo, de usted, arreglaría eso antes de que el Guardián del Lago decida que es usted persona non-grata en este lugar, muchacho.

 

Recapacitó en lo que decía y, ahora sí, frunció el ceño.

 

- ¿Qué puede aprender de lo que ha visto, Sr. Dayne? Yo puede decirle lo que he visto, la actitud de un chico imprudente que cree que puede interactuar con sus Visiones.

 

El Arcano se miró las manos, algo desolado. Las venas de las misma resaltaban en ellas. No eran ya las manos fuertes que tuvo un día. No iba a durar mucho en aquel puesto. No podía perder el tiempo con más pupilos. Debía encontrar un Vidente sustituto, ya formado y con capacidad de dedicación total y sin ataduras para acender en el estudio de todos los portales...

 

- No, Sr. Dayne. La Videncia no es un portal al pasado o al futuro; sólo se lo muestra, a través de un objeto sólido o líquido, incluso gaseoso si sabe leer el movimiento del aire. Esa es una técnica muy antigua que apenas ha sobrevivido en el tiempo... Pero nunca podrá interactuar en él porque no tiene ese poder. Los Uzza lo tienen. Uno de sus malditos libros le dejará hacerlo pero aún no puede.

 

Miró hacia la rampa que había surgido tras el intento vano del joven de ayudar a su familia.

 

- Aún no puede, Sr. Dayne. Esta usted aún en una fase muy precaria de la Videncia. Ve pero no sabe qué ve ni cómo interpretar lo que ve. Hay mucho trabajo que hacer. Venga, sígame... Le enseñaré a interpretar de forma correcta lo que ve. Pero de momento, reflexione: ¿usted cree que hubiera sido sensato, de haber podido, haber ayudado a las señoritas?

 

El Arcano salió de aquella zona y caminó hacia la salida del Ateneo. Iban a visitar Londres. A pesar de la edad que tenía, se movía con agilidad y pronto llegaron a la salida del centro.

 

- Veremos embaucadores y les retaremos en su propio terreno. Si me acompaña... Nos apareceremos en Kensington and Chelsea Town, un barrio marginal mediocre, donde veremos a muchos de ellos. No guarde su varita. La necesitará...

Editado por Sajag
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Por mucho que habría querido rebatir lo que Sajag señalaba, tuvo que asentir. Después de analizarlo en frío, se percató de lo precipitado de sus acciones. Sabía que sus motivos habían sido sinceros, innatos, esos mismos principios que lo caracterizaban como un miembro de la Orden del Fénix. Pero a pesar de poseer tales virtudes, también debía desarrollar otras tantas. Como la prudencia. Y, como bien decía Sajag, la sensatez. Se mordió el labio, molesto. Pensó que después de tantos años de entrenamiento y victorias, su margen de error habría desaparecido para siempre. El lado positivo era que, ahora que estaba consciente de lo equivocado que estaba, abría el paso para el aprendizaje.

 

¿Habría sido lo correcto socorrerlas? En una situación diferente, en donde ambas estuvieran inhabilitadas para defenderse por sí mismas, sí. ¿Intervenir en el destino de una manera tan deliberada? No, ahora sabía que no. Jank se había tropezado innumerables veces en el pasado tratando de auxiliar a las personas que estaban apunto de cometer fallos, sin percatarse de los suyos propios, ni en la posibilidad de que dichos fallos los ayudaría a aprender. Ahora lo atestiguaba por cuenta propia.

 

Jank siguió al arcano hasta la salida del Ateneo. Extrañaría el sonido del agua, el olor de las plantas que adornaban las esquinas de los caminos e incluso la bulla lejana del fulgor estudiantil. Aun así, tenía la perenne sensación de que volvería más temprano que tarde. De hecho, a medida que incrementaba el paso para ir al mismo ritmo que Sajag, se vio a sí mismo caminando en dirección contraria en la que se dirigían. Al parecer ganaría peso con el pasar de los meses, por suerte. Se preguntó si volvería para recursar la misma habilidad o si se aventuraría a probar una nueva al haberla superado. Albergaba la esperanza de se trataría de lo segundo.

 

Había oído hablar del Kensington and Chelsea Town un par de veces, sobretodo cuando ejercía como Fiscal Mágico. De allí provenían centenares de demandas provenientes tanto de habitantes como de turistas, alegando robos, estafas y hasta desapariciones sin resolver. Le parecía cuanto menos interesante poder compaginar la real capacidad de ver con los bajos fondos de Londres. Sería el contraste perfecto entre la magia más pura y la vanidad en su máxima expresión. Llevaba su varita casi oculta entre los pliegues de su camiseta de algodón, fuertenemente sujetada, siguiendo el consejo de Sajag.

 

Cuando ambos brujos aparecieron en el lugar sin llamar demasiado la atención, Jank se esforzó por conocer el entorno lo más rápido posible. No pasaron más de cuatro minutos cuando, desde una de las carpas pintadas con ribetes de oro y adornos místicos, salió un hombre cabezón vestido de una túnica tan larga que arrastraba el suelo empapado. Dedujo que la llevaba puesta hacía días, o semanas, pues el desgate de la tela lo delataba. También lo hacía su aliento.

 

- ¡Peligro! ¡Corren grave peligro! - les susurró, intentando ser lo más silencioso para que los demás no lo escucharan, como si fuese realmente grave - En mi carpa les diré cómo evadirlo. Vengan, rápido.

 

El hombre les sonreía y les señalaba la entrada. Jank miró a Sajag, asqueado por la escena.

 

- Tenía usted razón.

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El Arcano viajaba con cierta comodidad por aquellas calles mal asfaltadas, algunas con adoquines levantados. Se habían aparecido en aquel barrio y el hedor a pescado estropeado y a aguas retenidas golpeó con furia a los dos magos. Sajag había vivido en barrios parecidos en su juventud, cuando perdió el apoyo familiar por sus excesos y sus malogrados negocios ruinosos le lanzaron a los bajos de todo. Para él, estar allá, era un recuerdo vívido de lo que sucede cuando cometes libertinajes que te llevan a tocar fondo. Sajag tenía una historia interesante tras la fachada de un sabio mago entre los más sabios.

 

Y no sentía miedo. Sentía furia, algo que quería acallar hoy.

 

No tardaron en ser increpados a entrar en una tienda. El rostro airado de Sajag desapareció en un plácido rostro de persona ingenua y algo ilusa que se apoyaba en el brazo del muchacho. Como buen Gentil Prohombre, el hombre dominaba también el resto de habilidades, requisito necesario para llegar a ser un Arcano. Su faz se había suavizado y daba el pego de alguien crédulo que iba a aceptar aquella proposición al instante.

 

- ¿Grave peligro? ¡Oh, por favor, sí, dígame...! ¿Por qué corremos peligro? Por favor, ayúdenos...

 

Siguieron al hombre. Sajag lanzó una mirada leve a su alumno. "El gran peligro que corremos está dentro de su misma carpa, donde intentarán sacarnos todo el dinero que llevemos encima", le susurró.

 

- ¿Esta es su tienda? - fingió éxtasis al ver aquella decoración. En la mesa central, una bola de adivinación sobre una peana de madera, en una mesa barata cubierta por un tapiz de terciopelo rojo sangre, ajado en algunas esquinas. Aros, velas, aromas penetrantes en los que adivinó algo de pimiento y mucho de embaucadores opiáceos que aletargaban los sentidos... El suyo no, por supuesto; sabía luchar con esos efluvios después de tantos años usando sándalo y otros inciensos pero... ¿El Sr. Dayne sobreviviría a tales estimulantes olfativos?

 

Cartas de tarot usadas, tazas de té sucias y amontonadas en un fregadero sucio, allá en la parte más alejada. El hombre no tardó en correr una cortina de cuentas que borró aquella imagen de la escena. Apenas había luz. Un cuervo mal disecado mostraba un ala rota que colgaba, inquieta al menor leve aire que entrara por la puerta de tela. Su sombra, alargada, extendía la sensación de estar en un lugar inquieto. ¿O querrían darle un mal conseguido aire místico?

 

- ¿Sabe leer las cartas? ¿Nos dirá con ellas a mi sobrino y a mí lo que nos depara el futuro? No tengo mucho dinero encima, señor pero... - El tono de Sajag sonaba demasiado preocupado y quejumbroso, parecía realmente que necesitaba aquella sesión con aquel hombre. - Pero él tiene seguro con qué pagarle por un servicio. ¿Es usted Vidente? ¿Sabe ver el futuro? ¿Nos puede ayudar, compañero?

 

En un leve movimiento a su "sobrino" para que se sentara a su lado, le avisó que "leyera" las cartas y le contara lo que él realmente veía. El Arcano le estaba examinando a su vez. De aquella visita dependía que cambiara de opinión e hiciera una excepción con él, que le dejara pasar la gran Prueba en el Portal.

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Sonrió de medio lado mientras eran guiados por el charlatán. Sajag estaba siendo más divertido de lo que habría esperado de un mago de tal calibre. Bajo la perspectiva de Jank, los que llegaban tan alto a veces se olvidaban de dónde provenían, y no volvían a mirar hacia abajo. Así que el sentido de aventura que el arcano estaba mostrando proporcionó a Dayne el espíritu aventurero necesario para meterse de lleno en el papel de un joven desesperado por conocer los infortunios por venir. Incluso sus cejas cayeron, dotando a su rostro de una pizca de timidez.

 

No le pudo quitar la vista de encima al cuervo disecado, ni siquiera una vez tomado asiento. Estaba claro que el hombre quería simbolizar algún tipo de energía, o presumir ante los ignorantes que era discípulo de alguna inventada deidad. Aunque a juzgar por el estado en el que se encontraba el resto de la tienda, se notaba que no muchos caían en esos cuentos. Estaba tan desatendido que Jank llegó a sentir por el estafador. Quizá si desistiera del rubro conseguiría más galeones, y sin tener que dedicarse a vender una mentira.

 

Sin embargo, sabía que la presencia de Sajag y él allí iba más allá de eso. Extrajo de sus bolsillos una pequeña bolsa. Dentro habían tres monedas de oro y una de plata. Por suerte siempre solía llevar algunas monedas encima, por si veía algo interesante para meter en la alacena. El tipo las tomó tan deprisa que ni siquiera le devolvió la envoltura. Al menos, eso hizo que se apresurara en sacar las cartas. Las revolvía tan mal que las manos de Jank empezaron a sudar por la ansiedad que le producía.

 

Cuando al fin las fue colocando boca abajo sobre la mesa, se concentró. El charlatán le pidió que eligiera tres, cosa que obedeció; la efectividad de las cartas no estaba ligada a las mentiras del estafador.

 

- El Mago. La Torre. El Carro - susurró Jank mientras las destapaban frente a sus ojos.

 

Miró a Sajag, tratando de ignorar el monólogo del anfitrión que estaba de fondo.

 

- La primera dice que mi futuro es incierto - cerró los párpados - que está lleno de oportunidades y riesgos. Que todo dependerá de mi determinación. La autoconfianza permitirá convertir las ideas en acciones - los abrió para echarle una mirada rápida a la siguiente -. La segunda se refiere a que al soportar los retos por venir, el futuro será brillante. Percibir las cosas como quiero que sean para cumplirlas, pues de otro modo me veré sumergido en la tragedia de mi pasado. Me juzgaré a mí mismo por eso - examinó la última -. Hay trabajo duro por delante. La labor en la que me comprometeré será ardua y complicada. Si alcanzo el objetivo, dará pie a que nazca una confianza en mí de haber logrado algo que pensaba imposible.

 

Jank veía las cosas más literales. El Mago le advertía que la prueba sería una oportunidad que lo llevaría a lo más alta superación personal, tal y como prometía El Carro, pero que también existía un riesgo de perderlo todo. Debía usar la cabeza. La Torre era la única que le preocupaba. La carta en sí representaba una amenaza al receptor, todo lo que formaba parte de su traumático pasado y los imprevistos del destino, cosas que le habían enseñado lo importante que era enfrentarlas con la cabeza en alto. El Carro lo inspiraba, ya que vaticinaba el éxito a través del esfuerzo; Jank tenía muy claro ese concepto en particular desde que pisó el Ateneo.

 

Esperando haberse dado a entender mediante sus palabras y pensamientos, esperó la respuesta del sabio. La pluma del cuervo se seguía moviendo, y a medida que el sol caía en el exterior, la sombra que proyectaba se hacía más atemorizarte. Aunque no tanto como la longuitud del discurso que estaban "oyendo". Jank se iría con la consciencia limpia ese día; pagó por las palabras de un hombre al que jamás prestó atención. Eso sí que contaba como benevolencia.

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