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Castillo Ivashkov (MM B: 106154)


Leah Snegovik
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Insomnia:

 

 

 

 

Mi hermano me observó. Leí en sus ojos, sonreí con ternura, a modo de respuesta afirmativa. Eran ángeles y yo quería ser como ellos.

 

Volví al piano. Aquellas teclas blancas. Prestaba atención a la relación que guardaban los sonidos. Se prolongaban en el infinito, se transformaban en otras notas cada vez más agudas hasta que era incapaz de detectarlas. Los acordes, el compás... todo guardaba un trasfondo numérico, una proporción.

 

El mundo es proporción, equilibrio. Se me encogió el corazón. A veces pensaba que nosotros, nuestra existencia alteraba aquella perfección. Nosotros, efímeros, irracionales y aquejados por un dolor incurable, atentábamos contra la belleza del mundo. Me invadieron las ganas de llorar. Estaba acostumbrada. Probablemente un segundo después quisiera estallar en carcajadas. Los cambios frenéticos de mis emociones eran devastadores a la par que estimulantes. Si estaba triste el mundo se teñía de una película azulada, una bruma que ralentizaba los movimientos. Si por el contrario ardía en felicidad el calor era radiante, todos los seres se entregaban a la velocidad, escuchaba los chasquidos del polvo que flotaba.

 

Contemplé a mis padres mientras Baleiro los fotografiaba. Yo no necesitaba capturar para siempre ningún instante. Cómo prolongar eternamente mi profundo desconsuelo, cómo desposeerlos de su esencia, que consistía precisamente en esa limitación temporal. Lo bello era sublime por su concisión, evadirla suponía transgredir las rígidas leyes de mi mundo.

 

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Todavía estaba atrapada por Sísifo, con la risa en los labios, cuando su hijo les tomó una segunda fotografía. No supo cómo sentirse con la sonrisa que les dedicó. Esa expresión, el brillo de esos ojos verdes cuando por fin dejó de mirarlos a través de la cámara. Era la primera vez que se veía a sí misma, con tanta precisión, en los rasgos de Baleiro. Todo él era una expresión de Sísifo pero con las mejillas enrojecidas por la juventud, no obstante, en ese instante donde los había capturado en su momento más humano, se sintió identificada. ¿No había sido eso lo que había hecho ella con Sísifo la primera vez que sostuvo una cámara? Rió por lo bajo y le plantó un beso a su captor en los labios antes de desaparecer.

-¿Te gustan las cosquillas? -preguntó, divertida.

Atrapó a Baleiro antes de que supiera qué era lo que pasaba y le hizo cosquillas, haciendo que llenara la habitación con su risa. Estaba acostumbrada a no escuchar su voz sino en momentos específicos, pero su risa era algo que los acompañaba en todo momento. Era musical, como notas de una composición que llevaba su nombre y el de Sísifo. Los cayeron al suelo, él sosteniendo la cámara mientras se retorcía entre carcajadas y ella sabiendo lo que iba a suceder. Insomnia saltó sobre los dos y empezó a torturar a su hermano también. Era la escena más infantil en la que había participado jamás. Se quedó muy quieta, con los dos niños batallando sobre ella. Era feliz. Verdaderamente feliz.

-Te quiero -solo movió los labios. Sísifo los estaba mirando con esa expresión que tanto le gustaba.

Ella tampoco tenía muy claro por qué tenía tanta suerte.


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Sísifo:

 

 

 

 

Los contemplé a los dos, envueltos en aquella maraña de manos, antes de que Insomnia se lanzara sobre ellos a completar el círculo. Sonreí desde la distancia.

 

"Quiero detenerme aquí", pensé, "quiero detenerme y regresar una y otra vez. No termines.".

 

La melancolía, tan presente en mi vida, tiñó la escena de un azul tibio. La efimeridad me traspasaba. No quiero morir, no quiero que Leah muera. Qué puedo hacer para que no tengas que morir. Sentí la presión dentro de mi mano. Podía observar la curvatura de sus labios, escuchar el final sedoso de sus risas solapadas, estudiar cómo se flexionaban sus dedos. Cada movimiento me parecía cuidadosamente ejecutado, digno de recordar, y colaboraba a embellecer el momento. Si uno solo de estos no se hubiera producido, habrían perdido parte de su magia.

 

"Te quiero.", deletreé, esbozando una sonrisa. No me acerqué a ellos, no quería perturbar aquel encanto.

 

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Los dos niños cayeron al suelo rendidos, uno a cada lado de su cuerpo, todavía riendo. Besó a cada uno antes de ponerse de pie y regresar con Sísifo con una sonrisa. Gateó por la cama hasta encontrarlo, se metió entre sus piernas y acomodó la espalda contra su pecho, como una niña pequeña. Estar pegada a él había pasado de ser una costumbre a ser una necesidad, no podía estar demasiado tiempo sin tocarlo. Pasó los dedos por la cara interna de sus antebrazos, hasta que pudo entrelazarlos con los suyos.

 

—Me encanta tocarte —murmuró, regresando los dedos por donde habían bajado.

 

Insomnia y Baleiro seguían jugando, pero su correteo los había llevado fuera de la habitación, podía escucharlos bajar las escaleras de dos en dos.

 

—La primera vez que te toqué, me recordaste a la seda. Eres curiosamente suave. Recuerdo que no podía dejar de tocarte y me preguntó si te molestaría. Todavía me lo cuestiono a veces, aunque supongo que es un poco tarde para plantearlo, ¿no crees? —rió y cuando volvió a atrapar sus manos, las llevó hasta su boca. Las besó muy despacio, dejando una contra sus labios—. Eres el sueño de un sueño.

 

@Oniria

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Sísifo:

 

 

 

 

Miré de reojo cómo Baleiro e Insomnia desaparecían por el resquicio de la puerta, llevándose consigo aquellos gritos cálidos. Me permití entonces mostrarme más cariñoso con Leah. Me apresuré a cerrar la puerta, aunque no eché el pestillo porque dudaba de que algunos de los dos se atreviese a molestarnos. Volví a la cama, me recosté en las sábanas. Cuando Leah se llevó mis manos a la boca me cortó la respiración. Escuché sus palabras con una sonrisa.

 

––¿Cómo no iba a gustarme? ––susurré, conduciendo su mano por debajo de mi camiseta de lino hacia mi vientre, mi pecho–– cuento los segundos que tardan tus dedos en llegar hasta mi piel cada vez que te separas...

 

La besé despacio, tumbándome sobre ella. Acaricié su cuello, el nacimiento de su cabello. Sentí cómo su respiración se calentaba.

 

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Emitió un sonido que pudo haber sido una afirmación o simplemente un intento de decir algo. Se había cortado al tocar su vientre. Sabía que cuando empezaban así, era casi imposible que se detuvieran, por lo que se mordió el labio hasta que se le escapó. Ya no escuchaba a los niños, era una ventaja que debían aprovechar. En un punto dejó de guiarla, ella sabía a dónde ir. Había recorrido ese pecho una infinidad de veces y aún así le parecía fascinante, la línea de su abdomen, la separación de sus pectorales, los tocaba siempre con la misma dedicación.

No perturbó el ritmo del beso, se acomodó bajo su cuerpo como si estuvieran bailando, en sincronía. Todavía con las piernas enredadas y su peso apresionándola, podía moverse con cierta libertad. Sus manos pasaron del pecho a la espalda, se movieron despacio por sus omóplatos, bajando cada vez más hasta que sus dedos entraron por debajo de la tela de chándal. Sonrió. La temperatura entre los dos acababa de subir de una forma impresionante.

-Ahora mismo no tienes que contar demasiados segundos -dijo, a unos centímetros de su boca. Estaba jugando con él.


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Sísifo:

 

 

 

Reí mordisqueando su oreja. El tacto frío de sus dedos me estremeció, se me contrajo la tripa. Besé su cuello, aquella línea suave del color de la porcelana. Olía a lavanda y algodón. Retiré aquella tela despacio, recorrí la piel que descubría con la nariz. Notaba cómo ésta se erizaba, se tensaba. Sus poros se abrían como si quisieran gritar. La piel de gallina. Me moví sobre ella, tan despacio que recordé la vida secreta de las plantas. Éramos como dos helechos desenrollándose.

 

La luz rojiza de la ventana había llegado hasta nosotros. Cubría mi espalda como un corte transversal. Contemplé los ojos de Leah bajo aquella luz ardiente y me parecieron llenos de profundidad. La ayudé a desvestirme pero tuve la precaución de cubrirnos con las sábanas, hasta la cabeza. Debajo de aquel techo translúcido el calor se intensificaba.

 

––Eres tan... ––suspiré, sin terminar la frase.

 

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-¿Tan...? -atrapó ese suspiro en un beso, antes de prestar atención a los pequeños detalles que lo rodeaban.

Se sentía como un niño, escondido en una tienda de campaña improvisada, jugando a tenerlo todo en la vida. Solo que ella lo tenía. Frente a sus ojos, al alcance de sus manos, respirando su aire. La luz se colaba por la sábana e iluminaba su silueta, acariciaba su piel con menos cuidado que ella. Un atardecer atravesando una nube traslúcida. Volvió a recorrer con los dedos su espalda, imaginando que era los insistentes halos de luz que iluminaban su momento de intimidad, mientras sus hijos correteaban en el piso de abajo. No echó de menos el chándal, se lo demostró apretando los dedos, riendo sobre sus labios.

-Eres hermoso.

Fue su turno de trazar la línea de su cuello, hasta llegar a la curva de su hombro. El proceso siempre era lento, atento. Sus labios dejaban una huella húmeda sobre su piel. Mordió sus brazos, se abrazó a él para que no hubiera un centímetro entre los dos. Suspiró.

-Lo eres todo.


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  • 4 meses más tarde...

Habrían pasado unos cuatro meses desde su despido, y dos, quizá, desde la disolución de los bandos.Tiempo insuficiente para agotar su fortuna personal y la de la familia en constantes viajes por el mundo muggle. Pero sí el justo para recapacitar sobre su actitud irracional de huir al golpe más bajo que alguna vez hubiese recibido.

 

Cuando le fue comunicada su desvinculación del Consejo de Warlocks por primera vez en mucho tiempo sintió que su mundo se venía abajo. No sólo se desmeritó su colaboración y esfuerzos durante el periodo que disfrutó del título, sino que además lo obligaban a darle un nuevo giro a su vida replanteándose su propósito y consecutivamente sus ideales, pues la Marca Tenebrosa tampoco serviría de refugio. Ya no existía.

 

La culminación del año y el inicio de uno nuevo no favorecían el destino del Mortífago. Visualizaba un panorama sombrío cuando, irónicamente, sólo estaba en busca de una luz.

 

– No te atrevas a decir una palabra al respecto – amenazó en cuanto el primer elfo de servicio atendió al estallido anunciante de su aparición. Pudo ver su despreciable gesto condescendiente y predecir sus lamentos –. Trae una botella de whisky antes que la alcance yo primero y te la parta en la cabeza – ¡Pero cuanta agresividad! Estuvo en una especie de retiro individual enfocado a una recuperación y restauración personal. No parecía haber tenido mucho éxito.

 

Se despojó de su capa y dejó caer su cuerpo sobre el mueble más grande que había en el vestíbulo. Cierto alivio lo invadió en medio de un largo suspiro. Cerró los ojos aún tratando de enfocarse en una manera efectiva de abordar el dilema de su vida y, misteriosamente, logró sentir paz después de mucho tiempo. El ambiente debía contribuir en algo positivo para resarcir toda la ira que acumulaba dentro. No esperaba menos del lugar que llamaba "hogar".

 

– Ni te molestes – agregó sin mirar, interrumpiendo el buen gesto del elfo recién llegado que se disponía a servirle el whisky en un vaso de cristal, como usualmente lo tomaba. Extendió el brazo tomando la botella que le ofrecía la criatura y con la mano libre articuló sus dedos en señal de despido mientras reflejaba una sonrisa fingida. Bipolaridad expresa.

 

Tomó un sorbo del líquido sorprendiendo a su garganta con el ardor y volvió a estirar el brazo hacia el exterior del sofá, esta vez chocando con lo que más tarde descubrió eran las piernas de una mujer.

 

– Sí, volví. Gracias por intentar buscarme – saludó al abrir los ojos, adoptando el papel de víctima ante su prima. Ella, antes que la comunidad entera lo supiera, fue una de las primeras en conocer su despido del Consejo de Warlocks. Y por consiguiente, la primera en asumir que el castaño emprendería uno de esos extensos viajes donde intentaría poner toda su mente en orden.

 

– Aunque – acotó mientras se sentaba –, te lo acepto porque imagino que estabas ocupada reprochando la drástica medida de tu señora esposa en acabar con todo "el clan" – dijo recordando el nexo entre Ivashkov y la antigua líder de la Marca –. O lamentando su pérdida... ¿Las mataron a ambas? – cuestionó esta vez frunciendo el ceño realmente intrigado. Nunca supo qué sucedió con las cabecillas de las filas tenebrosas luego de que los Mortífagos declarasen el vacío de poder y por consiguiente el inicio y regreso de más sucias campañas electorales.

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-También estoy feliz de verte -comentó apenas hubo terminado con su lanzamiento de veneno-. Mentiría si te dijera que recuerdo la última vez que la vi. Y mentiría si te dijera que intenté buscarte, a ti o a cualquiera, de hecho, hice exactamente lo mismo que tú.

El espacio que quedaba en el sillón era pequeño, pero suficiente como para encajar si pasaba las piernas por encima de Zack. Así que lo hizo, estirando la mano hacia la botella mientras se acomodaba. Si su primo notaría o no que sus temperaturas eran iguales, era un misterio. No había notado el color de su cabello, así que de momento iban a tener una conversación depresiva normal. Dio un trago a la bebida y le regresó la botella antes de una pataleta.

-Acabo de volver, no con mucha motivación. No hay... Nada. Solo trabajo, papeleo... No he visto a nadie desde que la Riddle desapareció, al igual que Nurmengard y la Fortaleza. Es como si el bando se hubiese hundido con su capitán y sus marineros.

Estiró el cuello en el reposabrazos, suspirando.

-No sé cómo llegamos a este punto. Pero si quieres mi verdadera opinión -ensanchó una pequeña sonrisa-, te he echado muchísimo de menos.


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