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Campus Universitario


Cissy Macnair
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Cuando Maida tomó la Maestría en Pociones, hacía ya tanto tiempo, con el Dovaqhin Haughton, no decidió usar los aposentos del Campus, aunque era parte de su costo de estudios. Estaba apenas comenzando su vida en la Manor Yaxley, y con ello, su vida como una chica de familia, por decirlo de alguna manera. Esta vez en cambio, sí que se lo planteaba.

 

Sus días últimamente venían plagados de una nostalgia que comenzaba a fastidiarla, a hacerla adelgazar más de la cuenta e incluso a quitarle el sueño. Y no era que pudiera solucionar el inconveniente tan fácilmente. Antes, cuando todo era pasividad en su vida, se sentía no sólo segura, sino que dueña del mundo enterto, aunque su personalidad no lo transmitiera con facilidad. Ahora en cambio, caminaba con cuidado siempre, estando atenta a cada pequeño paso, porque claro, sentía que todo lo que la rodeaba era un castillo de naipes.

 

Sí, quizá esta vez, sería mejor usar las instalaciones de la Universidad, y alejarse un poco de Ottery. Del Ministerio. De ellos.

 

Dentro del campus, aunque alejado, se encontraba un lago. Al amplia explanada de césped que lo rodeaba terminaba de formar un cuadro minimalista, dos gruesas líneas de verde y azul. Afortunadamente para ella, estaba prácticamente sola. Decidida a sentirse libre, como en sus tiempos de escolar en Durmstang, hechizó su túnica negra, para convertirla en un vestido de tela más ligera, y zambullirse en el agua.

 

Dejando en la orilla, una toalla grande que había hecho aparecer minutos previos.

 

Y así, dejó que su cuerpo se envolviera con el agua, dejando atrás los sonidos de los pajarillos, y los murmullos de las personas. El agua, y en suave ondular sobre su cuerpo, la relajaron, y le permitieron dar algunas brazadas para alargar el sentimiento. Libertad, soledad, ahora era que recordaba cuánto tiempo se había tenido que acostumbrar aquello y porqué ahora era tan difícil volver a eso.

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La clase de historia de la magia había resultado un éxito rotundo y a pesar de mi diverso arsenal de habilidades, ahora podía sumar un conocimiento más a esa variedad. Al ser mi primera experiencia en el ateneo de conocimientos, no conocía mucho sobre el campus universitario y sus terrenos, así que decidí recorrerlo un poco para sentirme mas a gusto en futuros intentos.

 

Comencé recorriendo algunos edificios de importancia, como la biblioteca de magias arcanas y la citadella de habilidades. Ambas pericias me resultaban sumamente atractivas, pero por ahora, lamentablemente se encontraban fuera de mi alcance y me faltaba mucho entrenamiento para lograr obtener el nivel necesario para practicarlas.

 

Una vez recorridos los edificios que llamaron la atención, me dediqué a recorrer los dormitorios, en donde los magos que no deseaban viajar podía hospedarse, tal vez algún día me resultarían de utilidad. Estas viviendas realmente estaban equipadas a todo lujo, dotadas de todas las comodidades que un mago pudiese necesitar y realmente terminaron por sorprenderme, ahora solo faltaba probarlas y disfrutar de sus servicios, pero eso sería en otra ocasión.

 

Para terminar el recorrido decidí caminar por los hermosos parques y jardines que tenía para ofrecer el terreno, estos se encontraban plagados de hermosas flores y plantas mágicas, sumamente cuidadas para la maestría de herbología, así que me dedique a admirar la flora durante varios minutos, hasta que un inmenso lago llamó me atención, este se encontraba lindero a un jardín de rosas un poco más alejado. La temperatura era realmente elevada y se me apetecía refrescarme un poco, además que la natación era uno de mis hobbies favoritos.

 

Caminé por el sendero hasta la sombra de un frondoso árbol y comencé a desabrocharme los botones de la camisa y a quitarme las otras prendas hasta quedar solamente en ropa interior. Mi cuerpo revelaba antiguar heridas de batalla y un par de tatuajes en el brazo y en la espalda, pero nada resaltaba tanto como las cicatrices en la espalda que me había provocado el maleficio torturador del señor oscuro, de aquellas épocas donde me encontraba a sus servicios.

 

Caminé hasta la orilla y mojé mis pies, enseguida notando el contraste de temperaturas, aunque simplemente se trataba de mi cuerpo aclimatándose, antes de sumergirme note un par de burbujas que subían hacia la superficie, evidentemente alguien había tenido la misma idea.

Le resté importancia y me sumergí varios metros disfrutando de la profundidad del lago, observando con detalle los peces y la vegetación que se podía apreciar en el fondo. Cuando el aire comenzaba a agotarse decidí emerger y al llegar a la superficie revolví mi cabello para acomodarlo un poco, solo para toparme con un rostro sumamente conocido

 

 

-Señorita Yaxley... ¿disfrutando del día?.- Dije en tono amistoso y con una sonrisa en el rostro.

 

 

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El agua, como ya era conocido por el mundo entero, le estaba brindando una calma que dificilmente podría encontrar en tierra. No se había caracterizad por tener amigas "confidentes", todo lo contrario, siempre seguía echándose los propios sentimientos a la bolsa, y eso, en estos días comenzaba a pasarle factura.Sus miedos con respecto a Venecia volvían, de pronto las noches incluso se habían regresado a las que tenían llenas de pesadillas. Levantándose en medio de la nada, con la frente perlada del sudor frío. De pánico.

 

Ahora mismo parecía que su peor pesadilla se materializaba en el agua, alrededor suyo vio una figura masculina nadar, no tan lejos de ella. Ocasionando que perdiera su concentración y que, en cuestión de segundos, tuviera la imperiosa necesidad de salir a superficie en busca de oxígeno. ¡No era posible que luego de tanto tiempo él justamente estuviera ahí! ¿Podía ser que aún después de tanto, siguieran conectados? Podían sentir un latido en medio de su garganta, la necesidad de salir a toda velocidad del lago y la renuencia de su cuerpo a hacerle caso. Cosas de demonios.

 

¿Estaría alucinando?

 

No, claro que no.

 

Pronto, una cabeza emergió de la superficie, y el cuerpo que había visto cerca al suyo tuvo rostro: ¡Kaiser! Tomando en cuenta lo que esperaba ver la ojiazul, encontrarse con el Myrddin era casi un alivio. Un respiro, siempre y cuando no se acercara a la bruja. Aunque claro, era más que probable que él comenzara algún tipo de contacto. Maida movió los brazos tratando de recuperar el aliento y a la vez mantenerse a flote.

 

— Si, esto intentaba —respondió con una sonrisa, aunque en su voz se podía percibir aún la agitación—, pensé que gozaría de algo de privacidad, la verdad.

 

Si hechizaba ahora su túnica, esta se haría más pesada y sería más difícil llegar a la orilla. Sin embargo, salir con aquella prenda empequeñecida frente al mago estaba fuera de discusión. Lo más sabio —aunque sonara ilógico—, parecía quedarse en el agua, dónde su prenda no chocaría con ningún espacio de su cuerpo. Eso era lo correcto, ¿no?

 

Por supuesto, mientras más lejos se hallara de los demonios que constantemente se metía en nuestros asuntos, uno de ellos, con el rostro casi exacto al que orgullosamente, mostraba Kaiser.

 

¿No estás un poco lejos de casa, Kaiser? —preguntó, ahora con el ritmo menos acelerado.

 

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-¿Privacidad?.- Pregunté con incredulidad, pero sin perder la sonrisa de mi rostro, mientras pataleaba tranquilamente y con suavidad para mantenerme a flote sin mover los brazos. -Lamentablemente ese lujo escasea en nuestra amada comunidad mágica señorita..., a menos claro que usemos los hechizos y conjuros pertinentes para el asunto.- Comenté mientras la observaba con detenimiento

 

-Estás un poco roja y agitada Maida,.. ¿acaso este pequeño calentamiento acuático es demasiado para ti, o es simplemente mi "mala" presencia la que genera este efecto en ti?.- Dije mientras nadaba a su alrededor formando un círculo perfecto, cual tiburón acechando a su presa.

 

El agua se encontraba a una temperatura ideal, asemejándose a esas que uno podía encontrar en los mares del caribe, solo que con menos claridad, pero aún así resultaba bastante incierto para un simple lago, evidentemente se encontraba afectado por un hechizo meteorológico.

 

Gire sobre mí sin dejar de nadar, simplemente para cambiar el estilo, de crol a espalda, para disfrutar los rayos del sol sobre mi rostro, hasta que escuché su pregunta, en ese momento me detuve y comencé a acercarme hasta quedar cerca de ella pero sin tocarla.

 

-Tal vez estoy un poco alejado del hogar, es cierto, pero en este caso mi mente necesitaba satisfacer un poco su apetito intelectual y que mejor lugar que la universidad para hacerlo.- Comenté tranquilamente sin dejar de observarla. -Recientemente he cursado historia de la magia con el profesor Nathaniel y como es mi primera vez en el ateneo de conocimientos, simplemente decidí recorrer un poco el lugar para conocerlo mejor.- Dije mientras lanzaba un poquito de agua sobre su rostro.

 

-El irónico destino ha querido que nuestros caminos se vuelvan a cruzar Maida, pero esta vez, estas en presencia del verdadero yo, no de la copia barata que conociste la última vez.- Acomodé mi cabello hacia atrás, mojándomelo por el calor.

 

-Supongo que estás aquí por las mismas razones.-

 

 

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  • 10 meses más tarde...

Caminaba sobre el césped con la vista clavada en la lejanía, que se emborronaba debido al calor. El cielo azul salpicado de nubes estaba plagado del canto de las cigarras. Las palmeras ascendían para arañarlo con sus hojas. De vez en cuando una suave brisa mecía aquellas ramas levemente, produciendo un sonido como de maracas.

 

Me gustaba pasear por aquel paraje, respirar el aire fresco, contemplar su arquitectura que fusionaba distintas tradiciones culturales, lanzar piedras sobre el agua del lago totalmente calma para hacerlo vibrar. Me senté a la sombra de un árbol, junto a la laguna, y me descalcé. También aproveché para desabrocharme algunos botones de mi camisa negra. Me encendí un cigarro y observé el campo de Quidditch, donde algunos jóvenes revoloteaban lanzándose gritos desde sus escobas.

 

Extraje un cuaderno de mi pequeña mochila de cuero y escribí algunos versos improvisados, pura pulsión. Debajo, una extraña ilustración en tinta oscura, de múltiples trazos finos, que apenas sugería el paisaje.

 

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"mi vida es una hoguera / amo hasta el daño que me hizo"


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Nostalgia

El sentimiento más extrañamente familiar y sobrecogedor que la acompañaba durante los últimos días. Cuando Tauro pensaba en sí misma, no se veía como el tipo de personas que se aferra a las cosas, o lugares, en este caso momentos, pero a veces era bueno retroceder un poco en el tiempo para recordar aquello que la llevó hasta ese punto de su vida, por eso, de vez en cuando, visitaba lugares que le devolvían esa vitalidad perdida.

Si bien no añoraba sus días como estudiante, sí como Directora, porque siéndolo pudo conocer a jóvenes con vidas interesantes, intensas, con sueños, anhelos y ambiciones que la ayudaban a aprender un poco más de los seres humanos y otras criaturas. Se podría decir que Tauro coleccionaba experiencias, propias o ajenas, así como lecciones de vida.

El Campus Universitario vivía concurrido de estudiantes que iniciaban su etapa académica y se les podía ver ya sea practicando duelos entre ellos o sobrevolando los cielos con una escoba, pero el sitio más tranquilo se encontraba más allá del campo de Quidditch, más específicamente en el lago, que sí bien se extendía por todo el campus, había un sitio especial oculto por los árboles dónde pegaba buena sombra y fácilmente te podías esconder de quién quisieras, o por lo menos pasar desapercibido.

Pese a que aún era de día, allí no habría nadie que la siguiera o la viera, por lo que una vez en la orilla del lago se quitó las zapatillas para tocar con sus pies el fresco césped, agarró una roca plana que cabía perfectamente en su mano y la lanzó, para ver cómo daba tres saltos antes de hundirse. Sonrió. Aquello tan simple le traía paz. Lo más tentador vino cuando una de las criaturas que habitaban el lago la salpicó, mojando su cara, miró hacia ambos lados para cerciorarse de que no había nadie cerca y sin pensarlo dos veces se zambulló dentro del agua.

Así pasaron varios minutos, flotando boca arriba mientras recibía a gusto los pocos rayos de sol que se filtraban a través de las nubes. Se dejó llevar un poco por las ondas que su propio cuerpo generaba y que la arrastraron un poco más allá de dónde pretendía estar. Volvió a sumergirse para dar un nado largo de regreso y cuando volvió a salir del agua para seguir remando solo con sus brazos, divisó la figura de alguien que antes no había estado allí.

Sí o sí tenía que avanzar, pero para recoger sus zapatillas debía pasar por ahí. Se lo pensó un momento, fácilmente podría intentar aparecerse en otro lugar, pero dentro de las instalaciones de la Universidad prefería no llamar la atención. Volvió a sumergirse -era una excelente nadadora- y resurgió a escasamente un metro de aquel individuo que se encontraba tan absorto en lo que sea que estuviera haciendo que hasta pareció no haberla notado. Con la ropa mojada y pegada a su cuerpo -se había atrevido a dejar la varita junto con las zapatillas. ¡Terrible descuido!- se acercó a aquel muchacho.

Disculpa. ¿De casualidad habrás visto unas zapatillas negras que dejé por aquí? lo cierto es que no las veía, quizás no había calculado bien la distancia de su punto de partida. La parte de la varita la omitió, no sabía quién era y lo mejor era no mostrarse como un objetivo fácil.

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Seguía escribiendo, tratando de hilar antiguos poemas inacabados con lo que se me venía a la mente en aquel momento. La calma de ese lugar me inspiraba, los chapoteos del agua cuando ascendía unos centímetros para lamer las primeras briznas de césped. Me encantaba el movimiento del agua. Parecía subir para transformar mis recuerdos, como una metáfora de la memoria que olvida a través de las mareas.

 

De repente percibí cómo de la superficie emergía una figura femenina. No me sobresalté, por el contrario, me mantuve muy quieto y expectante, con el bolígrafo suspendido sobre el papel. Aquella mujer, con la ropa mojada pegada al cuerpo, salpicaba cristales efímeros a su paso. Su cabello de color celeste se había adherido en sendos mechones por la humedad, y caía por su frente ramificándose como un circuito de venas azules. Me preguntó por sus zapatillas. Miré a todos lados con tranquilidad hasta divisarlas. Me levanté de un salto y me acerqué hacia aquel par de zapatos, descubriendo una varita a su lado. Giré la cabeza para sostenerle la mirada. Qué descuidada. Me agaché para recoger todas las cosas y se las llevé.

 

No sabía que estaba permitido bañarse aquí... si no lo haría más a menudo. –Comenté en voz baja, contemplando el lago que había vuelto a su quietud habitual, mientras le devolvía a la joven sus pertenencias. Alargué un silencio por minutos, buscando algo que me recordara a aquella mujer nacida de las profundidades.

 

"Unidos como nieve a punto de ser agua."–Murmuré, recitando el final de aquel poema de Maillard–, me has recordado a esto. El pelo. El hielo. El invierno.

 

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Editado por Sísifo

"mi vida es una hoguera / amo hasta el daño que me hizo"


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Tauro se quedó observando detenidamente a aquel muchacho tan peculiar. Su cabello era llamativo, pero lo que más captaba su atención era la tranquilidad con la que su cuerpo se movía, como si conociera de memoria su alrededor, a pesar de que estaba segura de nunca haberlo visto antes. La mujer en ningún momento le quitó los ojos de encima, por primera vez no se sentía inquieta con alguien que era un completo extraño para ella, pese a que su naturaleza la obligaba a estar a la defensiva.

— No lo está —respondió, al tiempo que recibía sus pertenencias, entre ellas su varita.

 

— ¿Uhm? —el joven parecía estar recitando algún poema, acto seguido la mujer notó cómo sus mejillas se sonrojaban, lo que provocó que esquivara su mirada.

 

— ¿Eres nuevo por aquí? Nunca te había visto —. Si él había sido capaz de hacer un comentario así sin ningún tapujo, ella también tenía derecho a preguntar directamente, pero como no quería sonar grosera obvió la parte de reclamarle cómo había dado con ese lugar.

 

El agua seguía goteando de su ropa, podía usar la magia para secarse, pero su rutina consistía es que luego de nadar en el lago se quedaba tendida sobre el césped hasta que el mismo sol la secaba. Contempló la opción de irse hacia otro lugar, pero después de todo era él quién estaba invadiendo su espacio. Le dio la espalda para poder escurrir el agua de la tela ahora transparente de su blusa y se sentó, curiosa del cuaderno que sostenía en sus manos. ¿Sería un escritor conocido?

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Sí, podría decirse que soy nuevo. –Respondí, mirándola fijamente. Su sonrojo me había enternecido. Debía ser la típica persona que rara vez se permitía mostrar algo de debilidad, algo que confirmase que era sensible.

 

La joven se dio la vuelta para escurrirse la ropa, y acto seguido se sentó en el suelo y contempló mi cuaderno con curiosidad. Esbocé una sonrisa torcida.

 

Aquí es donde plasmo cómo se siente estar en el mundo. –Señalé, respondiendo a la posible pregunta que se formulaba en silencio–. Me llamo Sísifo. Puedo irme si quieres.

 

Sin embargo, contradiciendo mi ofrecimiento, me senté frente a ella y dejé que mis ojos se deshicieran dentro de los suyos. Traté de no fijarme demasiado en la tela transparente y húmeda de su ropa, que la hacía parecerse a una escultura de Fidias con su tradicional técnica de paños mojados.

 

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"mi vida es una hoguera / amo hasta el daño que me hizo"


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Respondiendo a su pregunta silenciosa el joven se presentó como Sísifo. Un nombre que por primera vez escuchó, pero claro, todo alrededor de él parecía presentarse como un enigma y eso a Tauro le llamaba. Lo miró hasta que se sentó, sin ninguna oposicion, dejando clara su posición sobre su compañía que a decir verdad no le desagradaba.

- ¿Y hasta el momento qué te ha enseñado estar en este maravilloso mundo? -preguntó con sorna. Si había algo que no podía evitar era hacer una pregunta tras otra cuando algo o alguien en este caso, llamaba su atención -Por lo que veo has vivido más de lo que me revela tu apariencia. Eso y lo desgastadas que se ven algunas hojas -señaló, demostrando que también era muy observadora.

¿Qué historia tenía para contar? ¿Por qué en sus ojos podía ver una profunda tristeza que al parecer lo había acompañado durante su existencia? Puede que tuviera una idea equivocada, apenas y lo conocía, prácticamente nada, pero casi nunca una mirada lograba escaparse de su análisis. Se dio cuenta de que lo estaba mirando mucho y desvío su atención hacía una parte del césped mal cortada, a la que pretendió estar juzgando por su imperfección.

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