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Campus Universitario


Cissy Macnair
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Eran rodeados por centenares de sirvientes; por más poder que tuviera él sabía que por estar en el mundo mortal no podía ir más allá del límite permitido o las consecuencias serían terribles, sobre todo porque Bel era humana y aquel poder demoniaco tan solo podía herirla. Tenía que ser cauteloso y no perderla de vista aunque se negara a brindarla a Stolas como trofeo, sabía a la perfección como se daban los tratos con demonios pero si Stolas comprendía que un demonio de jerarquía mayor a él tenía lazos con la bruja ¿porque la quería a ella?

 

El demonio quizá no conocía su lugar en el inframundo y eso solo hacía que Astaroth ardiera en coraje hacia él, se había metido con una persona por demás importante y tenía la osadía de atacarlo con su ejercito. Ya era demasiado el atrevimiento que aquel súbdito había tomado. Con látigos de fuego que salían de su varita, Ethan logró alejar a docenas de sirvientes pero cuando escuchó el grito de Bel se congeló. La miró y corrió hacia ella mientras presenciaba como el causante era asesinado por sus compañeros, sujetó su brazo examinando la herida que era bastante profunda y sangraba copiosamente para después ayudar a la Evans a detener la hemorragia.

 

-Escucha, el trato no será fácil pero quiero que estés consiente de que si pide que te quedes me negaré. No es opción el que te quedes aquí como su pupila, ¿entendiste?- Sentenció antes de recorrer el camino que los llevaría hasta Stolas.

 

Al llegar a la cámara en donde se encontraba pudo observar el trono que ocupaba, un trono hecho enteramente de cráneos y velas derretidas de gran grosor que podían perdurar cientos de años sin acabarse. El olor era nauseabundo y en lo alto de ese trono Stolas convertido en un hombre con cabeza de búho y manos de hueso los observaba con ojos tan negros y profundos como la noche.

 

>>Astaroth... El gran Duque del Infierno en persona... protegiendo a una humana... que maravilla... que bajo has caído gran Duque...>> Musitó Stolas aunque se escuchara el eco de varias voces repitiendo lo mismo al unísono.

 

-Déjate de juegos Stolas, no eres más que un vil sirviente del tridente. No vengo a negociar tus peticiones, vengo a externar las mías y a llevarme el alma de Bel conmigo.- Respondió Ethan clavando fijamente su mirada en el demonio que ni siquiera se inmutó con la amenaza.

 

>>Señor mío, me parece que se ha equivocado. El que tiene el poder de negociar soy yo, usted no puede hacer peticiones si corre el riesgo de perder a alguien de su propia sangre...>> Dijo el demonio antes de levantarse de su sitio, en un parpadeo se encontró delante de Bel y con su huesuda mano recorrió el costado izquierdo de su rostro.

 

"Sangre?" ¿A que se refería Stolas?

 

>>Así es mi señor, Bel comparte sangre con su reencarnación en el mundo mortal. Su lazo no solo es coincidencia, la sangre lo llamó a encontrarla. ¿Han sentido que su lazo es demasiado fuerte e inexplicable? ¿Porque en tan poco tiempo se volvieron tan cercanos? Astartea tuvo que ver con su reencuentro, mi señora inconscientemente los unió en el núcleo de Bel... la familia Evans Mcgonagall. Le informo mi señor que Bel es mucho más valiosa para mi de lo que usted piensa y no planeo dejarla sin negociar justamente.>>

 

La voz de Stolas retumbaba en los oídos de Ethan, cada palabra era analizada como si su vida dependiera de ello; Bel no podía ser su hermana, sabía que era imposible por la condición de su madre después de darlo a luz... la única opción que quedaba era...

 

-Imposible...-Susurró antes de mirarla, aquella mujer que tan importante era en su vida era nada más y nada menos que su madre biológica. Lo sentía en lo profundo de su pecho, era increíble pero cierto y muchas veces cuando se cuestionaba a si mismo si daría la vida por ella la respuesta era un "si" sin dudas. Con sus ojos escarlata se atrevió a mirar el pasado de la bruja y de inmediato comprendió todo, lo que le habían quitado siendo tan solo una niña era lo que lo había hecho nacer y ahora sentía una pena inmensa que le dejaba gran dolor.

 

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  • 2 meses más tarde...

No estaba acostumbrado a salir de sus aposentos, a menos que no fuese para impartir la habilidad. Báleyr era conocido, o al menos loa rumores así lo esparcían, por ser el arcano más amargo y "oscuro" de carácter; quizás mucho tenía que ver con la habilidad que impartía. No era nada fácil llevar un cuerpo desgastado y un alma mucho más vieja de la que aparentaba y, mucho menos, cuando estaba relacionado con los temas de la muerte, el "otro lado" y las conexiones con las ánimas.

 

La mañana estaba comenzando. La primavera se hacía sentir con los primeros rayos de sol y los perfumes que las distintas flores del campus universitario comenzaban a soltar para atraer a los distintos insectos. Nadie lo sabía, pero aún él, conservaba esas pequeñas sensaciones "buenas" que todos ser podía llegar a sentir y atesorar en su vida. Muy poco se sabía de la vida de él, a menos los alumnos lo desconocían y más aquellos que recién empezaban a transitar sus primeros pasos en la Universidad. Pero, sus compañeros Arcanos, sabían todo de todos. Siete poderosos magos que dominaban las habilidades más poderosas que existían en el mundo mágico.

 

Terminó de salir de las mazmorras e hizo contacto con el mundo exterior. Muchos estudiantes estaban desperdigados en el campus. Gritos, libros, grupos reunidos ... todo formaba parte del paisaje que el único ojo de Báleyr estaba percibiendo. Aunque su otro sentido, le permitía ver mucho más allá del plano en donde estaba y corroborar que ambos mundos estaban en permanente conexión.

 

Miró su anillo con la bellísima piedra violeta. Al sol, soltaba un brillo que cualquiera podía notarlo. A medida que comenzó a caminar, podía sentir las miradas de los estudiantes.

 

- Es "Balyr" ... el que enseña Nigromancia.

 

Decía una de las chicas a su grupo pronunciando mal su nombre. Aquellas muchachas se callaron cuando el anciano pasaba a su lado.

 

- Dicen que tiene más de mil años.

 

Comentaba un pequeño pelirrojo a su amigo algo regordete. Quizás el chico no estaba equivocado.

 

- Es uno de los siete Arcanos que se hospedan en la Universidad.

 

Musitaba un muchacho a otro mientras el viejo pasaba por debajo de aquél árbol en donde estaban.

 

El peso de las miradas era algo divertido. Así podía sentirlo y, de esa manera, lo procesaba. Era más que entendible la sorpresa y aquellos comentarios ya que nunca salía a caminar por los campos de la Universidad.

 

Caminó un poco más mientras sembraba sorpresa y "terror" entre los pupilos. Intentó alejarse un poco más hasta llegar a la orilla del espejo de agua y ahí se detuvo.

 

¿Habría otro Arcano o Uzza dando vueltas por el campus?

 

Quizás también se sorprendían al verlo fuera de las Mazmorras y era una buena chance de poder reunirse nuevamente.

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El lago estaba calmo. No había en su superficie ni una sola alteración, haciendo que este pareciera un enorme espejo que reflejaba la belleza del cielo. Una mujer muy anciana, que presentaba una apariencia juvenil gracias a su magia de no más de una veintena de años, se hallaba en su orilla sentada con ambas manos de piel oscura abiertas sobre la hierba que había bajo ella con una suave sonrisa en los labios y los ojos cerrados. No necesitaba tenerlos abiertos para apreciar la belleza de su entorno.

 

Escuchaba murmullos de aquellos alumnos que pasaban cerca de donde se encontraban y la veían, pero nadie se atrevía a acercarse a ella para saludarla. O simplemente para mirarla. Ella, sin embargo, sí clavaba sus ojos en los de algunos y les sonreía, aunque generalmente obtenía un sobresalto por parte de los demás. Luego ampliaba su sonrisa al ver cómo bajaban la mirada. ¿Tanto respeto les infundía? ¿O quizás era miedo? No, ese sentimiento más bien lo despertaban algunos de sus compañeros. Ella siempre era amable, sincera, bondadosa. Era, posiblemente, la arcana más tranquila y sociable de todos, si bien gozaba más de la compañía del bosque y sus habitantes que de los demás seres humanos.

 

Por eso era raro verla lejos del bosque junto al cual se encontraba su hogar en la Universidad Mágica. Generalmente pasaba los días enteros allí, rodeada de árboles y naturaleza, hablando con los animales y dormitando junto al cauce del río. Pero en aquel momento estaba allí, a la vista de todos, con un kanga de tonos amarillos, naranjas y marrones que destacaba bastante con el verdor de la hierba y el azul del lago.

 

Los murmullos de su alrededor se tornaron más nerviosos de repente. Alcanzó a escuchar algo como "Balýr". ¿En serio acababan de cambiarle el nombre? Una traviesa sonrisa se dibujó en sus carnosos labios imaginando la cara que su compañero pondría si se daba cuenta. Y luego abrió los ojos con lentitud, acostumbrando sus pupilas a la claridad del sol después de tanto tiempo con los ojos cerrados. ¿Qué habría llevado a Báleyr al exterior de su mazmorra? Podría afirmar sin temor a equivocarse que llevaba sin verle como un año. O quizás dos.

 

Sentada en el suelo como estaba, miró hacia atrás para ver la figura del tuerto no muy lejos de donde ella se encontraba. Siempre le había estimado, como al resto de arcanos. Aunque no era frecuente que se reunieran o pusieran en común nada más que algún saludo o pregunta en un momento determinado.

 

¿Qué se te ha perdido aquí fuera, querido?

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Vio un espejo. Vio luz. Vio estudiantes que señalaban a un tuerto y que huían de su mirada esquiva... Vio a una africana con un anillo de madera y vio a muertos que rondaban por el campus... Pero no vio el motivo por el que Báleyr había salido de sus habitaciones.

 

Sajag estaba acostumbrado a saber más de lo que le pertenecía, gracias a su habilidad de la Videncia. Ahora le resultaba curioso, muy desconcertante para una mejor definición, el no saber el porqué de las cosas. A Aailyah Sauda le atraía pasear por los terrenos de la Universidad, era habitual verla, o al menos verla más que al resto del elenco de Arcanos. A los Uzza, nunca se les veía compartiendo espacio con los estudiantes. O con el profesorado. O con alguien. Pero era la primera vez, que el hindú recordara, que el Arcano de la Nigromancia se paseara entre los mortales.

 

Y si algo no soportaba, era la incertidumbre. El Arcano del anillo rosa solía entender el motivo de las acciones de los que le rodeaban pero los Arcanos eran más difíciles de comprender. Báleyr era casi inexpugnable. Por ello, apenas tomó un segundo en decidir que saldría, él también, al exterior de su sencilla morada. Se vistió con una túnica azafrán y unas sandalias cómodas. Había olvidado hacía tiempo la ropa socialmente aceptable en reuniones pero eso ahora no importaba. Era una faceta de su vida, las largas fiestas nocturnas, que hacía lustros que había abandonado por un espacio más tranquilo y más relacionado con la naturaleza, con la paz interna, con la meditación... Pero lo que acababa de ver, merecía la pena investigarlo.

 

Por ello, el Arcano abandonó su círculo privado y se adentró en el territorio abierto de la universidad, valorando el paisaje verde y arena de aquella zona de Enseñanza, observando los rostros risueños de los estudiantes y la vida que se movía allá fuera, allá donde él (y ellos, los Arcanos) apenas se movían.

 

No tardo en llegar y descubrir que Sauda ya estaba con él. Le sonrió y se palmeó levemente su vientre orondo. Creía que era un poco más grande que la última vez que la había visto.

 

- ¿Cuándo me dejarás ver de nuevo la pulsera de tus ancestros, Amiga? Sabes que la considero una obra maestra - le dijo a modo de saludo. Después se dirigió al Arcano de la Nigromancia. - Báleyr, ¿quieres adivinar el futuro en los reflejos del agua?

 

Sonrió amablemente a su compañero de conocimientos. Ellos eran parcos en palabras pero el Arcano de la Nigromancia era aún menos hablador que él.

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El espejo de agua lo había atrapado por completo. Nunca se había detenido a observar detenidamente ni a sentir la calma que le transmitía aquél lago. Quizás este fue un primer paso para poder salir de sus mazmorras y comenzar a conocer, de nuevo, el mundo exterior.

 

Pudo sentir unos pasos que se acercaban a él. Su anillo emitió un leve brillo y, con eso, pudo saber que se trataba de otro compañero Arcano. Sí, los anillos originales de cada Arcano estaban unidos entre sí y, cuando se encontraban cerca, comenzaban a emitir los brillos originales que sólo ellos podían notar.

 

- Aailyah.

 

Dijo al ver a aquella mujer que se le había acercado.

 

La conocía desde hace mucho, como a todos los demás, y sabía que era una de las Oclumantes más poderosas (por no decir la única) que existía en todo el mundo mágico. Mucho de lo que sabía acerca de aquella rama mágica se lo debía a sus clases y enseñanzas personalizadas.

 

- Sé que es raro verme, y vernos, fuera de nuestros sitios. Pero hoy quería observar el mundo en el que nos hemos metido al aceptar dar nuestras habilidades en la Universidad.

 

Golpeteó dos veces el suelo con su bastón logrando una pequeña brisa de aire que ayudó a refrescar sus pulmones viejos y cansados.

 

- Veo que no he sido el único que se ha querido salir.

 

Nunca solían juntarse o reunirse pero, cuando lo hacían involuntariamente, terminaban los siete en un mismo lugar y era ahí cuando sus anillos se unían nuevamente después de años.

 

Cuando se dispuso a decir algo más, una voz masculina irrumpió en el lugar. Otro de los Arcanos había llegado al mismo punto en donde se encontraban. Sajag, el encargado de Videncia, había aparecido en los terrenos de la Universidad. Seguramente había logrado ver, con su magnífico poder, que estaban ahí.

 

- Sabes que nunca fui bueno para la Videncia, Sajag.

 

Bromeó con algo de razón. Nunca se le había dado bien la Videncia hasta el punto de ser una de las habilidades que más le había costado estudiar.

 

- ¿Notaron el brillo de nuestros anillos? El último recuerdo que tengo de éste fue durante aquella guerra en la que estuvimos los siete juntos ... ¿Unos cien años atrás?

 

Los miró con su único ojo. Báleyr sabía que ellos conocían aquello que les decía.

 

- ¿Y el resto?

 

@Sajag @Aailyah Sauda

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Sajag se acercó más a Báleyr, después que éste le dirigiera la palabra. Le tenía mucho respeto y se concedía esa deferencia hacia él. Sabía que era un cúmulo de experiencias , taciturno, no solía salir. Le atraía conocer el motivo que hoy estuviera al aire libre.

 

- No menosprecies tu técnica. Eres bueno en Videncia, aunque nunca como yo, por supuesto. Como yo tampoco domino el poder de la Muerte como tú...

 

El Arcano preferiría sentarse pero esperó con educación a que la Arcana de Oclumancia lo hiciera. En ciertas maneras, aún conservaba la caballerosidad de su juventud alocada. El Arcano de Nigromancia mencionó el anillo y asintió.

 

- No soy tan mayor, amigo. Apenas recuerdo cuando brilló con tanta intensidad pero... Es cierto, malos augurios se ciernen sobre la ciudad... Demasiados signos se han levantado últimamente en el cielo... El agua no está tranquila. Se mueve...

 

Sonrió porque el efecto de la vara de Báleyr había provocado ondas en el lago. Pero no se refería a ese movimiento. Era un movimiento intrínseco que anunciaba algo.

 

- No es malo. Ni es bueno. Ya sabéis... Ni bueno ni malo. Es.

 

A Sajag siempre le había gustado ser enigmático. Tal vez porque la Videncia era así, todo ambiguo y claro a la vez, para quienes sabían interpretar sus designios. Suspiró levemente. A Sauda también le gustaba el misterio y permanecía en silencio.

 

- Al resto le cuesta salir de sus zonas de confort. Demasiados Uzzas sueltos...

 

Era una broma. Aunque no tanto. Miró a los lados. Una bandada de pájaros se espantó por algo y alzó el vuelo. Las flores que estaban cerca se cerraban sobre sí mismas, como si fuera de noche. Pero no lo era... El sol iluminaba tenuemente y una serie de nubes luchaban por taparlo.

 

- Lloverá... - vaticinó. Su mirada se hizo blanca. - "Y sus huestes avanzarán por la Tierra, matando a todo aquel que mirara sus ojos".

 

Parpadeó, confuso. ¿Una profecía? ¿Ahora?

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  • 2 semanas más tarde...

Sonrió a Báleyr con un asentimiento de cabeza y se puso en pie, a su lado.

 

Sauda, querido. Mejor Sauda —le respondió de primeras. Tras escuchar sus palabras, se encogió de hombros con la sencillez que la caracterizaba—. Oh no, no, no es que hoy no quisiera salir. En realidad es que no me gusta entrar —añadió, con una risita risueña.

 

Y así era. Sauda era precisamente conocida por su conexión con la vida. Adoraba pasear por el bosque que colindaba con su sencillo hogar en aquella institución, y era más fácil verla rodeada de animales que de personas. Sajag la arrancó de aquella reflexión mencionando una de sus pertenencias más preciadas. Se llevó la mano a la muñeca, sonriente.

 

Siempre la llevo conmigo, Amigo Vidente. Basta con que saques algunos minutos de tu valioso tiempo para venir a visitarme.

 

Luego miró a Báleyr, que parecía inquieto.

 

Hace cien años yo no era arcana de la oclumancia aún, Báleyr —dijo entonces, sonriéndole con amabilidad—. Nunca había visto este brillo inusual en el anillo, pero sí he oído sobre la guerra de la que hablas. Por cierto, no sé dónde estarán los demás. Imagino que atareados con sus estudios. O protegidos en su zona de confort, como dice Sajag.

 

Miró a este cuando habló para ver qué tenía que decir, a parte de que iba a llover. Y vio que componía un gesto raro en su cara.

 

Querido compañero, ¿ocurre algo? ¿Has Visto algo? Ven, siéntate conmigo —lo tomó gentilmente del brazo y le invitó a sentarse tal y como había estado ella hasta un poco antes.

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  • 4 meses más tarde...

No hacía mucho tiempo que Black había regresado, circunstancialmente, a la universidad mágica. La especialización en Pociones lo estuvo seduciendo durante mucho tiempo y culminar el curso lo llenó de gratificación. Pero no se había detenido a pasar por el campus. A decir verdad, no le sobró tiempo en aquella ocasión para visitarlo. Su vida se ajustaba a viajes y más viajes, cumplir con tareas y alguna cosa más. Entre esas “cosa más”, pasear no siempre era una opción.

 

Allí estaba aquella tarde templada, con alguna nube amenazante sobre su cabeza, despeinada, de cabellos negros. Su mirada perla se perdía en la lejanía, contemplando con cierto aburrimiento el lago que se vislumbraba delante. Para sus adentros, nadar, se dijo, no era una opción. Así que empezó a caminar con lentitud pero dejando a entrever su porte casi aristocrático y noble, como si el resto del mundo debiese pedirle permiso de existir. Caminó y caminó, hasta que ya no pudo hacerlo más: el agua cristalina, de misterios ocultos, estaba a un palmo.

 

Black la observó y una mueca, parecido a una sonrisa leve, le devolvió su reflejo en aquella superficie líquida. La camisa negra, los pantalones de tela oscura, también azabache, y unas botas a tono describían su atuendo. Tan parecido como los pensamientos que a veces lo abrazaban. Era un amante confeso de las artes oscuras, cuya elección por un camino alternativo lo había alejado del bando tenebroso.

 

Sumergido en sus idas y vueltas mentales, con la expectación generada por la adquisición de un nuevo negocio en el mundo mágico, se encontró bordeando el lago y contempló los tres aros de un extremo del estadio de su deporte favorito. Pensó en el tiempo pasado, subido en una escoba, con el viento acariciando su rostro que otrora se encontraba pálido y liso, sin muestras de los años transcurridos. Pensó en su clandestinidad, la cual ya no deseaba, al menos, no como la vivió entonces. Las marcas en sus brazos, los tatuajes de pactos oscuros, y las cicatrices de guerras añejas.

 

Cuando estaba preguntándose qué más podría hacer con aquellos tesoros de su mente, que lo hacían divagar cada vez más seguido, entendió que ya no se encontraba solo. Tal vez nunca lo había estado, ya que los estudiantes, a una distancia prudencial, siempre permanecían en los alrededores. Pero no se refería a eso, sino a un rostro que le resultaba familiar, un rostro que hacía mucho tiempo no había visto.

 

—Tauro —soltó entonces.

 

Black se olvidó, por un instante, del lago y el estadio de quidditch, y recordó un momento muy atrás en el tiempo, en un sitio parecido a aquel pero a la vez muy diferente.

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#7 Fontaine PP ~ #6 de Rune MM ~ #1 Ragnarsson KK

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Como estudiante de habilidades sus visitas al campus eran cada vez menos frecuentes, no había conocimientos por aprender, ni asignaciones que la obligaran a investigar la vida de los demás estudiantes para ver si había algún prospecto que pudiera ser un buen material para la Marca Tenebrosa. Esos días de reclutar se habían acabado y no podía estar más feliz con esa decisión. Su vida ahora consistía en seguir sus ideales personales y ambiciones, en descubrir una magia más allá de lo que un bando podía ofrecer y aprender de cada mago o bruja sin importarle de donde provenían. Su interés era único y para cumplir sus objetivos no le importaba tener que sacrificar algunas cosas en el camino.

 

Aquella tarde era perfecta para practicar los nuevos hechizos, a falta de voluntarios los muñecos de prueba cumplían un buen papel de reemplazo, aunque se tornaba medio aburrido cuando no había respuesta. Su más grande temor era estar fuera de práctica y con lo agitadas que estaban las cosas dentro del Ministerio en cualquier momento se avecinaba una guerra aun mayor y lo mejor era estar preparada. Pero el calor pronto la afectó, varias gotas de sudor le resbalaban. Miró hacia el cielo, con la esperanza de que el sol se ocultara. La última vez se vio forzada a darse un chapuzón en el lago, cuando nadie la veía, se fijó alrededor y de inmediato descartó la idea, el campo de Quidditch que no estaba muy lejos de allí auspiciaba un partido que estaba a punto de terminar y los jugadores y asistentes no tardarían en caminar de regreso a sus habitaciones, para eso tendrían que pasar justo por donde ella estaba.

 

«Una caminata será»

 

Aun tenía la ropa ligeramente pegada al cuerpo, aunque al menos la brisa la refrescaba. Pronto la idea de sumergirse en el lago dejó de parecerle atractiva, cuando vio que uno de los estudiantes, empujado por otro, había caído en él, empapándose todo. Los ignoró al pasar por su lado, dejándolos en una muy animada discusión donde el afectado prometía vengarse y el otro se retorcía en el suelo de la risa. Sonrió al pensar en la inocencia de sus días de estudiante, donde la vida era más fácil, cuando la única preocupación eran las bromas y sacar buenas notas. Suspiró. Había pasado tanto desde eso.

 

Sumida en sus pensamientos terminó bordeando el campo de Quidditch, su distracción la había llevado a un punto en el que parecía ser parte del gentío que celebraba o se quejaba a los gritos, siempre alegando que el otro equipo, de alguna manera, no había ganado limpiamente en encuentros anteriores; ese tipo de riñas nunca terminaban. Pero hubo algo, o más bien alguien, que captó su atención e hizo que se detuviera en seco.

 

Tauro tuvo que alejarse de la multitud, no daba crédito a lo que estaba viendo. Un mago de cabello negro, despeinado le recordaba a alguien a quién hacía muchísimo tiempo no veía y con el cual había logrado establecer una estrecha relación, de ser él sería demasiada coincidencia. Lo contempló por varios minutos, olvidándose por completo de que debía parecer una loca y se sobresaltó cuando el mago se percató de su presencia.

 

— ¿Martin? —articuló en casi un susurro —Martin, ¿realmente eres tú? —dijo acercándose todavía más. Ahora que lo veía de cerca, estaba segura de que se trataba de él. Sin esperar respuesta se lanzó rodeando el cuello con sus brazos, el Black era de las pocas personas que la habían conocido en una época muy diferente de su vida.

 

@@Martin N Roses

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Podía haber pasado mucho tiempo desde la última vez que la había visto, pero el tono de su voz era inconfundible. Se trataba de Tauro, la bruja de cabellos celestes cuya memoria se remontaba a sus tiempos en la Academia de Magia y Hechicería. Mucha agua había corrido por los ríos desde aquel entonces, pero a juzgar por la emoción, nada había cambiado.

 

Black respondió el abrazo, apoyando con sus manos la espalda de la bruja.

 

—Pensé que nunca más íbamos a vernos, pero mira… —contempló el lugar que los rodeaba—. Aquí estamos.

 

Recordó un fragmento de su pasado, en una de sus últimas charlas. Tauro ya había egresado de la Academia de Magia y Hechicería, que ya no existía más como tal, y no le permitieron ingresar a la sala común. Black había ansiado aquellos minutos que le fueron arrebatados por orden del director de la época, y tras aquel infortunio, la vida de ambos, con matices en común como el bando oscuro, había tomado senderos casi paralelos. En la clandestinidad, portando una máscara para no ser descubierto, y acatando órdenes de superiores en diferentes estamentos, Black apenas había sabido de ella. Con su exilio, perdió contacto de forma total con todos los miembros del lado oscuro. Ella no fue la excepción.

 

En su enésimo regreso, en cambio, y acto de una fortuita casualidad, acababa de encontrarla.

 

—Veo que has estado entrenando… Por un momento pensé que estabas por entrar al lago, ¿cambiaste de idea? —La mirada perla del mago galés se detuvo en la celeste de la bruja; sus facciones no habían sufrido cambios, lucía tal cual la recordaba. Le pareció increíble. En cambio, en su caso, la palidez de su rostro, tal vez menos notoria, se ocultaba detrás una barba de pocos días, algo que no era del todo reciente pero claramente novedoso si alguien lo observaba tras muchos años sin verlo.

 

—Nos arrebataron aquellos jardines mágicos —pensó con nostalgia, recordando aquel espacio verde, lleno de árboles, que se extendía entre los alrededores de la antigua academia—. Tendremos que inventarnos otros. —Sonrió.

 

Black recordaba el amor de la bruja por las pociones y los animales. De hecho, lo último que había sabido de Tauro se trataba de sus ocupaciones dentro del Ministerio de Magia británico, lugar que él no pisaba de hacía más tiempo todavía. En sus regresos a Inglaterra, el mago solía parar algunos días en el castillo Black y poco más. Sus investigaciones, generalmente fuera de la región, no le permitían volver a tener un trabajo formal como los ofrecidos en aquel organismo mágico.

 

Depositó un tierno beso en una de sus mejillas, aferrándose, en aquel momento, a un mundo que pareció haber muerto tiempo atrás. Pero no, Tauro era la muestra elocuente de que no estaba en lo cierto. Internamente, se lo agradeció.

 

—Es agradable volver a encontrarte. —Tomó una de sus manos y le dio un leve apretón, como intentando convencerse a sí mismo que aquello efectivamente era real.

 

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