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La Taberna del Loro Tartamudo


Beltis
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En el centro de esa ciudad construida con bloques de tosco barro rojizo, al finalizar una de las angostas callejuelas, se encuentra un edificio que destaca entre los demás por sus ladrillos cocidos de tono marrón y sus pilares de madera enmohecida por la humedad. Una taberna inglesa común en medio de la más típica arquitectura egipcia.

Pequeña y antigua, algo torcida por los años y el explosivo ajetreo estudiantil. Verdes plantas salen de entre el tejado y los huecos de las paredes, con ventanitas pequeñas de marcos verdes y contraventanas para aislar el frío y la luz. El edificio de una planta con una bodega subterránea no es muy amplio ni recargado. Su interior es sencillo, con una barra de madera que se extiende al fondo, por toda la pared, que es el epicentro del lugar. El resto está repleto de mesas y taburetes. Su decoración es basta: destacan algunos cuadros de viejos navíos, retratos de personajes siniestros y mensajes que los estudiantes suelen dejar tallados en las superficies de madera.

Para la mayoría aquel edificio preparado para soportar días y semanas de lluvias, viento y nieve, está fuera de lugar en medio de un paraje desértico y seco como el de la Universidad. Pero no para Mauricio.

Mauricio, el tabernero, había sido criado en otros tiempos, con otras costumbres. Había sido parte de la "vieja escuela", por lo que no aceptaba bien los cambios; así lo habían comprobado todos los que golpearon su puerta para intentar convencerlo de aceptar un nuevo local, y se llevaron más de alguna jarra voladora por la cabeza como respuesta, mientras gritaba que a él lo sacaban "con los pies por delate". Había lidiado toda su vida con mortífagos y estudiantes borrachos, de modo que los magos burócratas no fueron un enemigo digno para él. El tabernero tiene el aspecto de un hombre mayor, entrado en canas, bajito y rechoncho, con un bigote que no logra esconder sus muecas de disgusto. Todo lo que tiene de ancho lo tiene también de mal genio y tozudo.

Al final la Triada y la Directora mortífaga cumplieron su deseo y trasladaron completamente su anticuada taberna al centro de la ciudad universitaria. Todo, desde los cimientos hasta la inútil chimenea.

La Taberna del Loro Tartamudo es públicamente conocida por su gran variedad de cerveza de calidad, sus licores fuertes (especiales para olvidar las malas calificaciones, los amores no correspondidos y los profesores insufribles) y por su ambiente. Pero también era reconocida por otro tipo de "servicios" como ser el centro de apuestas de la universidad, o el lugar de reuniones clandestinas de grupos peligrosos. Pero eran rumores, o eso decían los profesores y directores.

Sea como sea, es la taberna preferida (o más bien la única) de la Universidad.

 

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Cualquier persona es bien recibida, mientras pague su copa y no enfurezca a Mauricio.

Editado por Beltis

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Pocos eran los motivos que la impulsaban a incursionar en lugares como aquel al que estaba a punto de entrar, ni siquiera la taberna instalada dentro de la Fortaleza Oscura llamaba su atención, pero iba de vez en cuando solo para atender reuniones que no podían llevarse a cabo en ningún otro lado o simplemente para escuchar lo que Don Pascual tenía que decirle sobre los Mortífagos que diariamente visitaban su taberna.

El motivo de esa noche, era olvidar las penas, casi se sentía ridícula con ese pensamiento enterrado en su cabeza, pero la verdad es que no había otro modo de llamar a eso que seguía hundiéndose como puñal en el hueco donde solía tener un corazón.

—Sírvame lo más fuerte que tenga —dijo a Mauricio, el tabernero, que se apresuró a buscar un vaso limpio sobre el que dejó caer el contenido de una botella que sostenía en su mano derecha. El líquido era como el de la cerveza o eso le pareció, la verdad es que poca atención le había prestado, solo quería sentir algo más fuerte que su dolor.

Tomó el vaso y de un solo trago bebió el licor. Tal como lo esperaba, el líquido hizo estragos en su garganta y en su estómago, como si la quemara por dentro.

—Otro —dijo seca.

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El Ryddleturn esperaba que los rumores fueran ciertos de verdad que lo esperaba. La verdad era que en una situación diferente nunca hubiera buscado aquella reunión, pero en aquel momento lo necesitaba. Necesitaba disculparse, necesitaba un par de frases hirientes dirigidas hacía él o algo por el estilo.

Había perdido su puesto en el Ministerio, había perdido a su familia y seguro que poco tiempo le quedaba en la universidad y el bando, aunque lo último tampoco era que le importara demasiado; no había pasado tanto tiempo dentro como para sentirlo algo bueno. Suspiró, caminaba rápidamente hacia la taberna, no quería perderla.

El clima dentro de la universidad siempre era un tanto inestable, pero aquella noche no era ni frío ni caluroso. Atravesó la puerta un par de segundos después de haber llegado y fue entonces cuando la vio, estaba justo en la barra, buscando algo más de beber. Se acercó un tanto temeroso, sabiendo que seguro ya se había percatado de su presencia.

- Tanto tiempo, querida -murmuró apenas llegar a sus espaldas-. ¿No me invitas un trago?

No se podía decir que fueran del agrado del uno del otro, no, eso nunca. Pero Cillian sentía que tenía algo que lo unía a ella más que a nadie y que aunque se odiaran sin más, siempre estarían el uno para el otro.

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Mauricio se estaba tardando más de lo normal en llenar su tercer vaso, quizás porque ya notaba que el licor le empezaba a hacer efecto o solo fuese porque aún seguía molesto por el traslado de lugar de la Taberna, de todos modos Tauro se estaba impacientando y si su vaso no era llenado en los próximos dos minutos, él lo lamentaría. Mientras eso ocurría la puerta se abrió nuevamente y un rostro familiar se asomó. Tauro sonrió con disimulo sin siquiera moverse de su asiento o girarse para ver de quién se trataba.

Las palabras del ex-Mortífago le llegaron de golpe como gruesas gotas de agua helada, punzantes y peligrosas. La Crouchs no hizo el más mínimo esfuerzo por mirarlo, aunque por dentro estaba deseosa de ver su rostro nuevamente.

—Que sean dos, Mauricio —dijo sin preguntarle qué quería beber. Ambos tomarían de lo mismo.

 

—No creí que ibas a venir, quizás hubiese sido lo mejor —soltó de repente —, pero ya veremos si este encuentro ocasional deja algo bueno.

 

—¿Por qué estás aquí exactamente? —esta vez Tauro lo miró directo a los ojos, manteniendo esa mirada fría y distante que tanto la caracterizaba, pero que al mismo tiempo podía revelar sus más sentimientos, y ¿qué sentía teniéndolo ahí? Todavía no lo sabía, aún tenía demasiado licor en el organismo como para pensar claramente, aunque su aparición la despertó un poco.

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- No lo sé... -Mentía, sabía bien el porqué estaba ahí pero simplemente no sabía por dónde comenzar.

Dejó escapar un resoplido lleno de rabia, recepción y demás; lo estaba perdiendo todo y lo que no, tenía que dejarlo por voluntad propia. Se acercó hasta el asiento contiguo al de la bruja y se dejó caer en él, acto seguido alargó su mano hasta el vaso que el dependiente acababa de dejar frente a él.

- Quiero volver -susurró sin definir exactamente a donde, sabiendo que Tauro lo entendería.

Pero también sabía que no era el momento, aún seguía perteneciendo al otro lado y ni siquiera había tenido la oportunidad de probarlo un poco. Sí lograba volver antes de lo que echaran, sabía bien que tenía que darle por lo menos una oportunidad. Llevó el vaso hasta sus labios y dio un pequeño sorbo, aquella noche no tenía intención de beber de más.

- Necesito de tus consejos -soltó un par de segundos después-. Sé que no eres exactamente una amiga, pero no sabía a quién más acudir. He perdido Criaturas... He perdido la Ryddleturn -no quería creerlo, pero sabía bien que era una realidad y hasta que no pudiera volver de lleno lo seguiría siendo.

¿Consejos? Quizá no era la palabra adecuada, quizá debió haber utilizado alguna como misericordia.

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  • 1 mes más tarde...

El rugido de la moto hizo notar su llegada, como si quisiera hacerse notar. La realidad es que a Goshi no le importaba ser el centro de atención, sino todo lo contrario. Amaba pasar desapercibida y deambular sigilosa sin que nadie percatara de su presencia, pero aquella era una buena oportunidad para probar su nueva adquisición: un viaje corto, día nublado, pero no tormentoso, con una leve ventisca que hacía aumentar la adrenalina a medida que aumentaba la velocidad del vehículo.

 

Al principio sintió un poco de vértigo, sobretodo al despegar las ruedas del suelo. Pero luego, ya cuando se hubo estabilizado y recobrado el equilibrio sintió que había nacido para ello. Viajar en su nueva moto voladora fue lo más hermoso que había experimentado desde aquel día que le había robado la escoba a su padre a sus 8 años.

 

Al llegar al campus, vio un trecho verde muy viable para aterrizar con semejante artefacto. Frunció el entrecejo, apretó los dientes, acomodó sus lentes de vuelo con una mano mientras mantenía el equilibrio con la otra y finalmente decidió iniciar el descenso. Sostuvo el manubrio con fuerza, mientras una gota gorda de sudor le recorría la frente hasta posarse sobre la punta de su nariz. La moto enfiló hacia el suelo, el viento le voló la capucha de su chaqueta y algunos magos jóvenes corrieron a refugiarse.

 

Cuando la rueda delantera rozó el pasto, el cuerpo de Goshi pegó un salto sobre el asiento de la moto, haciendo que la misma diera un giro de 180° sobre su eje y haciendo volar a la Malfoy por los aires. La moto cayó de costado, arrastrándose hasta colisionar contra una roca. Goshi cayó unos cuantos metros hacia en lado contrario ligando algunos raspones. Al abrir los ojos, vio el humo del motor del vehículo y maldijo para sus adentros.

 

Se levantó del suelo, quitándose los lentes de vuelo y se sacudió la ropa mientras se acercaba a la moto. Sacó la varita de su bolsillo y apuntó hacia el motor del carromato.

 

- Reparo...

 

El humo se desvaneció y la moto volvía a ser de un color rojo reluciente, tal como la había comprado. La levantó del suelo, dejándola estacionada junto a otra roca y se dirigió derecho hacia la taberna. El viaje le habría dado un poco de sed.

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La Taberna del Loro Tartamudo nunca había sido uno de esos lugares que solía frecuentar estando en la vieja Academia, ni tampoco una vez consolidada la Universidad. Pero ahora que se trataba de una Hogwarts renacida, de otros tiempos que había contemplado de pequeña, la idea de pasar un rato en aquel espacio histórico se estaba volviendo una necesidad. Mis propios compañeros de bando solían hablar de la Taberna como uno de los lugares que más añoraban de cuando estudiaban y yo no podía seguirles el hilo de la conversación, ya que desconocía aquel lugar. Así que, quizás más por el deseo de conocerlos mejor, decidí hacer una pequeña incursión a aquel lugar.

 

Pensaba que quizás se hubiera visto diferente en otro lugar, en otro tiempo... ¿o es que siempre había sido una taberna poco lujosa y destartalada? Estaba comenzando a pensar que, a pesar de las riquezas que rodeaban a las familias de los Mortífagos, no nos molestábamos en invertir demasiado en poseer lujosos lugares de encuentro, más allá de la mansión Riddle. Incluso El Caldero Envenenado tenía un aspecto dejado, lúgubre, no era difícil imaginar por qué los odefos eran atraídos a investigar si allí se cocían artes oscuras.

 

Despojándome de aquellos pensamientos, entré en la taberna con intención de beber algo y encontrarme con algunos conocidos. Nunca era un desperdicio intercambiar novedades sobre lo que estaba ocurriendo en el mundo mágico, sobre todo desde que varios compañeros habíamos conseguido inmiscuirnos en lugares convenientemente poderosos dentro del Ministerio de la Magia, Gringotts y el Concilio de Mercaderes. Teníamos nuestros informantes, algunos fieles que querían nuestro favor y a cambio nos vendían secretos jugosos. Y aquel, entre otros lugares, era donde los intercambiaban.

 

Sonreí mientras todo aquello pasaba por mi mente y me dirigí hacia el tabernero, saludándolo con una inclinación de cabeza.

 

-Buenas tardes. Comenzaré con algo suave... Cerveza de mantequilla, por favor- pedí, mientras echaba un vistazo alrededor.

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Empujé la puerta de la Taberna con el codo, mientras me frotaba uno de los raspones que había cobrado sobre mi brazo izquierdo. El lugar, en su interior parecía bastante deshabitado, de no ser por un par de personas ubicadas alrededor de la barra. Era la primera vez que lo pisaba, motivo por el cual sus ojos se perdieron recorriendo cada detalle sin dar mucha importancia a las personas que se cruzaba.

 

De afuera parecía mucho más grande de lo que era por dentro. Un interior muy cálido, opaco, que denotaba en sus paredes años y años de historia. Las mesas que se extendían sobre lo ancho y lo largo no parecían tener un orden lógico, uno que se dispusieron por casualidad donde lograron caer o hacia donde fueron arrastradas por los tantos alumnos que habrían pasado por allí.

 

Casi pegado al fondo se ubicaba la barra, hacia donde me dirigí esquivando algunas sillas. Apenas a unos metros de ella, pude reconocer a Cissy pidiendo una cerveza de mantequilla. El tabernero tenía un estilo parecido a Pascual, sin embargo le faltaba ese tinte cascarrabias que tanto me divertía de aquel viejo.

 

- Buenas tardes, Cissy. - Me senté a su lado apoyándome sobre la barra.- No esperaba verte tan temprano.

 

Sonreí a la Macnair y miré a mi alrededor nuevamente.

 

- Por lo visto somos pocos. - Me giré nuevamente hacia Cissy.

 

A Cissy la había conocido muchos años atrás, aunque no recordaba específicamente en qué momento. Supongo que el alcohol que solía ingerir en aquellos años me provocaron cierta amnesia selectiva, pero no lo podría jurar tampoco. Compartía con ella el mismo color de ojos, pero llevaba el cabello un poco más corto y oscuro. Quien nos viera por primera vez podría jurar que seríamos parientes, más todo lo contrario. Lo único que compartían era a su padre adoptivo, pero no contaban con ningún lazo de sangre que las uniera.

 

Cuando el tabernero volvió con la cerveza que había pedido, le sugerí traer otra para compartir con ella. No estaba segura de cómo terminaría aquel día, pero lo cierto es que teníamos mucho de qué hablar.

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  • 4 semanas más tarde...

-¿Qué hay Mauricio?- comenté al rechoncho tabernero mientras me sentaba en uno de los taburetes, una mueca y un gruñido fueron sus respuestas. -¿Vas a tomar algo o no?- dijo finalmente.

 

-Deme una cerveza tan fría como el alma de mi ex... - esbozó una pequeña sonrisa, al menos era algo nuevo en la cara de Mauricio en los años que tenía de conocerle. Dejé unas monedas en la barra y al cabo de unos segundos regresó cargando la pinta de cerveza.

 

Encendí un cigarrillo y comencé a disfrutar de mi cerveza mientras me sumergía en mis pensamientos, cada vez más profundos y largos de desentrañar. El ambiente del local me invitaba a reflexionar, no había mucha gente a esa hora del día, por lo general comenzaban a llegar luego de las cinco de la tarde y apenas eran las tres.

 

Zanjando los pensamientos de mis acciones pasadas, comencé a meditar sobre mi vestimenta, era entre verme mejor y sentirme poco cómodo o seguir cómodo y bastante informal, si se le puede decir así a llevar una camisa blanca y unos jeans negros con botas altas que era mi atuendo más usual y el que llevaba ahora, tal vez una jacket de cuero me combinara mejor.

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Cada día desde su llegada era deambular por las calles de Ottery buscando que hacer o simplemente tomar aire. No tenía que hacer, ya no tenía trabajo y sus amigos pasaban haciendo cosas en las horas eternas de libertad que Alba tenía. No le queda de otra que buscar que hacer por ella misma.

 

Entre su paseo, encontró en una callejuela un lugar que nunca había visto o por lo menos había pasado desapercibido para ella. Se quedó parada a unos metros del lugar, mirando de qué se trataba. No se veía un lugar de muy buen aspecto, tampoco es que fuese de mala muerte, era un tanto viejo. Le gusto el aspecto, y después de pensarlo un momento, comenzó su caminata hasta la puerta.

 

Al entrar, se podía ver la gran barra. Se quedó en la entrada mirando en donde se podría ubicar. No había muchos magos, por lo que lo mejor era ir a la barra. Al acercarse, había un tipo de pelo medianamente largo, que le acababan de llevar una cerveza eso se apreciaba ya que estaba casi por completo.

 

Lo mismo que él – ordenó al tabernero apuntando al vaso del hombre que tenía sentado al lado – buena elección para una tarde temprana. No era bueno que pidiera lo que tenía en mente – mostró levemente sus dientes en su sonrisa. Por su mente pasaba aquel vodka que quería, pero al ver al mago tomando cerveza y recordando lo temprano que era, lo mejor fue pedir aquello.

 

Se terminó sentando junto al mago, acomodando su chaleco de hilo blanco que dejaba al descubierto uno de sus hombros, acompañado de unos jeans y unos tacos negros.

 

 

@

Te quise tanto que me equivoqué... aprenderé a cerrar el libro de una vez


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