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Biblioteca de Alejandría


Pik Macnair
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Le sorprendió el comentario en conjunto a los besos, aunque fue una sorpresa que no le desagradaba en absoluto, el cosquilleo que generaban sus labios se esparcía por todo su cuerpo como ondas expansivas de pequeñas explosiones. Cuando separó la tela de la túnica, dejó escapar una risita y miró la cámara como si fuese una extensión de él, tratando de conservar la expresión que tenía para no transmitir en ls fotografía que sabía que la estaban fotografiando. Sísifo le estaba dando vueltas a su cabeza de una forma que había experimentado solo una vez.

-Y tú a mí -lo esperó, viendo cómo se acercaba a gatas.

Por un momento, pensó en lo que hacía. Era un hombre y la estaba acorralando. ¿Le gustaba? Casi sin proponérselo se acomodó para recibirlo, dejando caer la espalda sobre el cálido suelo de la biblioteca y acercándolo para que cumpliera su cometido. Se descubrió a sí misma rodeándolo con las piernas para que su peso la mantuviera cautiva, a su merced. La melodía que resonaba por lo bajo, una de sus favoritas, parecía ir acorde al ritmo de sus bocas. Estaba ligeramente cansada de no poder tocarlo, así que poco a poco fue apartando la tela de su cuerpo, procurando tocar cada centímetro en el proceso.

Los músculos marcados inevitablemente en la espalda y los brazos, la carencia de gestos delicados, incluso su aroma. Todo en él era tan distinto a una mujer y aún así ahí estaba, besándolo como si fuera lo único que quería hacer de por vida. Un leve gruñido se escuchó en lo más profundo de su garganta de pronto, la presión a la altura del vientre le provocó ese gesto, tan natural en su propia raza que era raro que no lo hiciera más seguido. Lo miró. ¿Podía con eso también?

Sí, eso parecía.


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Sísifo:

 

 

 

 

Por primera vez sentí que Leah estaba algo nerviosa. Aquella era una faceta suya que desconocía, y no sabía a qué podía deberse, pero me enterneció y me liberó de mucha tensión. Me sentía más cómodo sabiendo que no era el único que se sentía vulnerable. Sus manos temblorosas apartaron mi ropa sin dificultad. La música se solapaba al murmullo de la tela.

 

––Siento como si no hubiera hecho esto nunca... ––Murmuré, riendo, sobre sus labios. Aquella repentina vuelta a mi primera vez me parecía un regalo de la historia. Allí, entre todos aquellos libros, con el olor melancólico de la tinta, la melodía de los cisnes...

 

Aunque inicialmente la naturaleza de mis deseos había sido fundamentalmente erótica, se había transformado en un impulso de estrujarla delicadamente. Me hubiera quedado simplemente abrazado a ella. Me bastaba. Pero nuestras manos fueron avanzando por nosotros, vacilantes en la penumbra, decididas a consumar su unión. A partir de ese momento pensaría en aquel encuentro como el decisivo, el inicial, aunque hubiese habido tantos otros antes. Era tan sencillo como sustituir recuerdos menos deliciosos. Me di cuenta de que quería a Leah intensamente, de una manera inexplicable, y que aquello sólo tenía sentido si de alguna forma nuestra conexión era más que casual.

 

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-Oh, te entiendo -se unió al pequeño coro de risas nerviosas, sin saber qué hacer de pronto.

Temía a las alturas, el vértigo que le provocaba la llevaba al irracional deseo de pedir ayuda, de solicitar a alguien que la bajara y la dejara a salvo en tierra firme. Con Sísifo se sentía así, al borde de un abismo del que, si nadie la bajaba, no podría escapar. Un abismo del cariño más puro, uno que no podía obviar y mucho menos olvidar. Quería bajarse a toda prisa, salir huyendo, porque lo quería demasiado y quererlo demasiado le apretaba el estómago, le hacía sudar las manos. Pero no lo soltó, no era capaz. Buscó su calor, reconfortarse en sus brazos, unirse con él era lo único que parecía poder ayudarla, aunque también la sentenciara.

La música se detuvo y quiso ponerla de nuevo, a pesar de que no tenía idea de cómo funcionaba, como si de pronto fuese una melodía hecha solo para ellos. Pero descubrió que escucharlo era más relajante que cualquier otra cosa. La ronca risita que se le escapaba ocasionalmente, el sonido de su respiración lenta e interrumpida y el murmullo de la tela restante. Lo apartó un poco, con cuidado para que no creyera que lo rechazaba, quería verlo y hacer la foto de la que habían hablado antes. Buscó la cámara y lo miró a través de ella. Esa expresión, ese cabello... Oniria. El click se escuchó solo por un instante pero en su cabeza perduró por un largo rato, desde que dejó la cámara en su sitio y lo besó con renovada confianza.

-¿Qué es un instante en la eternidad? -creyó haberlo dicho en inglés pero no fue así, a veces su lengua materna se escapaba-. Todo, contigo.


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Sísifo:

 

 

 

 

Hizo aquella foto. Nunca había posado de aquella manera. Bueno, realmente no había tenido que posar. Me imaginé en mi laboratorio revelando aquellas láminas de piel blanca, borrosas, anónimas para el resto. Recibí el beso de Leah con la ternura de quien sabe que irremediablemente va a enamorarse de alguien. Koi No Yokan. Ese era el concepto que utilizaban los japoneses para describir ese fenómeno. La música había cesado pero se reproducía en mi cabeza, lenta y delicada.

 

En ese instante estuve seguro de que conocía a Leah. Recordé de súbito la conversación con Juv en el Caldero, Oniria... y todo cobró sentido en mi cabeza. Al principio me asusté, creyendo que mis sentimientos no eran más que una ficción, la proyección del corazón de otro. Pero volví a sentir aquel calor concentrado en mis mejillas, aquel temblor en los nervios... fuera cual fuese la causa, mi amor por Leah era tan real como aquellas paredes de libros viejos que nos amparaban. Me tranquilicé, cobrando una seguridad que hasta ese momento desconocía. Sonreí. Si mi conexión con Oniria había provocado aquel encuentro y su consecuente desenlace, no podía ser tan funesta.

 

Me coloqué en el espacio de sus piernas, con sumo cuidado. Parecía tan fina como una hoja atravesada por el sol. Me contagié de aquella unión completa, dejándome envolver por su olor. Mi mano en su mejilla intentaba asegurar la cohesión de aquel instante volátil. Me hundí en sus ojos.

 

––Cuando me gire entre la gente serás tú... ––Murmuré, a modo de confesión. Aquella canción se había incrustado en mi cabeza como un cáncer. Era mi forma romántica de comunicarle que estaba al tanto de casi todo. Recé porque aquel descubrimiento no la turbara.

 

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Se concentró en ese momento, en su rostro. Agradeció su calma, la contagió, logró apartar su mente de todas las dudas que la habían invadido momentos antes. Se lo demostró con un suspiro, asida a sus brazos como si fuese el pilar de su vida. Todo lo que sentía por él se multiplicó diez millones de veces, como si de pronto se encontrara dentro de sus ojos y estuviera rodeada de todos sus detalles, todo lo que le podía transmitir. Era hermoso. Y lo quería tanto que ya no había vuelta atrás, como había predicho. Pero sus palabras la paralizaron. Lo sabía. Él lo sabía.

-Sí, ya lo véras -respondió en voz baja.

No sabía en qué mundo o bajo qué probabilidades aquello era posible. Se había enamorado perdidamente de dos personas distintas, que en realidad eran como dos gotas de agua. No había uno mejor o peor, era solo que los quería tanto a los dos que no había distinción. Eran Oniria e Insomnia, andando por un cable que resultaba ser ella. Eran suyos y ella le pertenecía a los dos. Lo atrajo por el cuello a sus labios, le murmuró cuánto lo quería en todos los idiomas que manejaba y le pidió con un suspiro que siguiera.

Sísifo y Oniria, ¿quién lo diría?


@@Oniria Editado por Leah Ivashkova

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Sísifo:

 

 

 

 

 

Fue como si aquella confesión permitiese el acceso a cientos de recuerdos ajenos. Comprendí que mi conexión con Oniria no era meramente física. Nuestras identidades dependían enteramente la una de la otra. Compartíamos emociones y pensamientos involuntariamente. No sabía qué significaba, salvo que mi vida no volvería a ser la misma. Leah me transmitió su afecto en múltiples idiomas, algunos que no reconocí. Yo respondí besándola, abrazándola. Su respiración se convertía en una hoguera cuando entraba por mi boca. Mis movimientos eran tan pausados que parecíamos dos plantas desenredándose.

 

Sabía que, vista desde fuera, sería una imagen bellísima. Nuestros cuerpos jóvenes balanceándose, dorados de luz. Pero vivido desde dentro, era simplemente perfecto. Dudaba de si había experimentado alguna vez una sensación parecida. Me sentía un fuego artificial estallando en miles de partículas. Me invadió el temor repentino de que Leah pudiera desaparecer. Si eso ocurriera, me sumiría en una profunda desdicha. Me era casi imposible no anticiparme a la pérdida. Era inherente a mi personalidad. Me esforcé todo lo posible por disfrutar del momento, y una espesa lágrima se concentró entre mis párpados. Contradiciendo al resplandor lloroso de mi mirada, sonreí.

 

––No te acabes... ––Balbuceé, desvelando mis miedos.

 

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Mentiría si se dijera a sí misma que estaba tranquila, porque todo en ella decía lo contrario. Temblaba y con más frecuencia de lo que acostumbraba tenía que ocultar el rostro en su pecho, buscando reconfortarse en su calor. Alzó la vista y vio sus ojos, las lágrimas que los hacían brillar como dos estrellas a una maravillosa distancia. Se estremeció con su tristeza y con el parecido que tenía escena con la que había tenido antes, con Oniria. No se iba a acabar, claro que no.

-Nunca -limpió sus lágrimas antes de que cayeran, con sumo cuidado, besó sus ojos, sus mejillas, sus labios-. Aquí estaré...

Quería explicarle todo lo que sentía, extenderse como un profesor enamorado de su cátedra, contarle las estrellas y tratar de detallar por qué todas ellas se asemejaban a sus ojos. Todas las sensaciones con él parecían hermosas. Podía imaginarse riendo, llorando, compartiendo con él más que simples momentos, sino una vida entera. Y el miedo que le provocaba no se comparaba a nada más. Pero no pudo decir nada de lo pensado, porque su voz se perdió como el lago de los cisnes en el reproductor y solo el rumor de su acento perduró un instante.

Antes había pensado en las supernovas, en cómo muchas de las estrellas que brillaban sobre ellos durante las noches habían muerto millones de años atrás pero su luz seguía brillando. Supo que se había convertido en una estrella y que pasarían millones de años desde el momento de su muerte, ahí, donde se esparció por el universo en pequeñas partículas, pero seguiría brillando. Por él.


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Sísifo:

 

 

 

 

 

La estreché, calmado. Algo en sus palabras me hacía creer en futuros tan extensos que me parecían místicos. "¿Tú conoces algo que dure para siempre", quise preguntarle, pero me mantuve en silencio, y la besé con los últimos rastros de mi melancolía.

 

La biblioteca, a nuestro alrededor, parecía ser cómplice de aquel amor tan extraño, salpicado por la infidelidad y los conflictos de identidad. La iluminación era tibia, cálida, como robada de un atardecer. De vez en cuando se oían los pasos lejanos de algún estudiante, pero afortunadamente nadie se acercaba a molestarnos. Sabía que Leah estaba nerviosa, por su forma de esconderse, de depositar toda la iniciativa en mí. Un pétalo amarillento zarandeado por un viento suave.

 

Me separé, me apoyé en una de las estanterías, sentado, y sonreí ampliamente. Su cuerpo salpicado de destellos cobrizos, las motas de polvo flotando. Aquel microcosmos. La contemplé. Mis pupilas se dilataron, pero mi sensación era que todo mi cuerpo se hacía diminuto, y rescaté un poema de la memoria.

 

<<Báilame el agua:

Úntame de amor y otras fragancias de tu jardín secreto.

Riégame de especias que dejen mi vida impregnada de tu olor.

Sácame de quicio.

Llévame a pasear atado con una correa que apriete demasiado.

Hazme sufrir.

Aviva las ascuas.

Ponme a secar como un trapo mojado.

No desates las cuerdas hasta que sea tarde.

Sírveme un vaso de agua ardiente y bendita que me queme por dentro,

que no sea tuya ni mía, que sea de todos.

Líbrame de mi estigma.

Llámame tonto.

Sacrifica tu aureola.

Perdóname.

Olvida todo lo que haya podido decir hasta ahora.

No me arrastres.

No me asustes.

Vete lejos.

Pero no sueltes mi mano.

Empecemos de nuevo.

Sangra mi labio con sanguijuelas de colores.

Fuma un cigarro para mí.

Traga el humo.

Arréglalo y que no vuelva a estropearse.

Échalo fuera.

Crúzate conmigo en una autopista a cien por hora.

Sueña retorcido.

Sueña feliz, que yo me encargaré de tus enemigos.

Dame la llave de tus oídos.

Toca mis ojos abiertos.

Nota la textura del calor.

Hasta reventar.

Sé yo mismo y no te arrepentirás.

¿Por cuánto te vendes?

Regálame a tus ídolos.

Yo te enviaré a los míos.

Píllate los dedos.

Los lameré hasta que no sepan a miel.

Hasta que no dejen de ser miel.

Sal, niega todo y después vuelve.

Te invito a un café.

Caliente claro.

Y sin azúcar. Sin aliento.>>

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Editado por Oniria

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Se quedó tendida en el suelo, en una calma tan potente que el sueńo llegó a ella sin avisar. Su respiración se redujo hasta no ser más que un rumor y no fue hasta que Sísifo habló, con una voz que había empezado a amar, que salió de un sueño corto que había tenido. Había visto una costa, un mar precioso del Mediterráneo que se le parecía a España. Lo había visto a él en ella, sonriendo como lo hacía cuando abrió los ojos. Con lentitud, se sentó y lo observó. ¿Cómo una persona podía dedicarle una poesía de semejante belleza y lucir tan maravilloso a la vez?

Todo él era un poema. Con su sonrisa fácil y la comodidad que había encontrado en la biblioteca, con el cabello alborotado y su actitud pacífica. Descubrió en ese momento que había entendido mejor que nadie lo que le había explicado sobre la fotografía, porque quería inmortalizarlo. Meterlo en una botella con la luz, el sonido y el aroma a tinta, pergamino y humedad que los envolvía. Pero como también quería verlo en todas sus facetas y aquella acción era imposible, se limitó a extender la mano, tomar la cámara y volver a fotografiarlo.

-Sabes que aunque me vaya, podrás encontrame siempre que me busques, ¿verdad?

Parecía una pregunta casual, pero la suavidad en su voz y la amabilidad en su expresión delataban una verdadera preocupación. Temía que se sintiera mal en el momento en que tuvieran que separarse. Pronto, si no le fallaba la cuenta. Tenía que trabajar y no podía ignorar al resto de los Warlocks, sobre todo cuando una de ellas resultaba ser nada menos que la líder del bando. Gateó hasta él y lo besó, apenas un roce.

-Ha sido la mejor cita que he tenido nunca, por no decir la única. Pero quiero que me prometas que estarás bien y que sabes que no te he mentido, en nada de lo que he dicho -acarició su rostro, brillaba sutilmente ante la escasa luz como si hubiese caído del cielo para hacerla feliz.

El espiral en el que había quedado envuelta era una sutil muestra de cuánto podían complicarse las cosas. Pero no albergaba espacio en su corazón para preocupaciones. De pronto eran ellos, ocupándolo por completo, y no había de qué preocuparse. Se levantó lentamente, desacostumbrada por completo a la sensación y rió por lo bajo, juraría que alguien acababa de ver una cabeza flotante entre las estanterías.

-¿Nos vamos? -lo miró desde arriba, a medida que hablaba la tela volvía a su sitio, vistiéndola con parsimonia.

No quería irse, pero debía hacerlo.


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  • 3 semanas más tarde...

Aquel lugar se estaba convirtiendo en uno de los más recurrentes para el brujo, se le puede encontrar ahí más tiempo incluso que su casa, o en cualquier otra biblioteca, ya sea en Hogwarts después de clases, o en algún rincón dentro de los terrenos de la Orden del Fénix, en realidad, lejos de muchas cosas, quizá porque después de todo, a pesar de que es consciente de que ha tenido un cambio en su personalidad, el muchacho aun no terminaba nunca de acostumbrarse a una rutina, él simplemente no podía ir y venir haciendo siempre lo mismo, por más interesante que pudiera resultar un nuevo virus en C.C.U. o por más misterioso que podía ser un caso en Baker, nunca podía durar mucho largo tiempo en una misma cosa.

 

Asi que la biblioteca de Alejandría es como un lugar de alivio, con sus distintas salas de estudio, y sus montones de temas y volúmenes que van de todo tipo de ideas. Es este un lugar a menudo muy solitario, poca gente la frecuenta desde hace un tiempo, y aunque no es precisamente por esto que él lo frecuenta, Garry no encuentra tampoco incomodo el hecho de que así sea. De hecho, cree haber escuchado hace algunos días a un par de magos merodeando por estos aparentemente infinitos pasillos, aunque claro, él no se detiene a averiguar de qué se trata, no mucho, después de la última vez que trató de hacer compañía a alguien.

 

Con un par de tomos bajo el brazo, Garry aún se encuentra caminando por un largo pasillo donde hay temas referentes a la nigromancia. Desde donde está, con esos pasos lentos, observa los volúmenes con ojos interesados en sus títulos, aunque en apariencia, no pretende querer tomar alguno de ellos, más bien, por el modo en el que camina con tanta calma, con las manos dentro de los bolcillos, se le puede ver como si hubiera caído en ese pasillo por puro accidente. Descuidadamente, sus pasos lo llevan hacia adelante sin apuro, como si no tuviera nunca la intención de dejar aquel sitio, hoy, con ese traje de tres piezas, algo desalineado y en descolorido color plomo, el muchacho parece aún más apagado que otros días.

 

Aun asi, el agudo oído lo previene de pasos muchos más animados que los suyos, rondando cerca. Ya aprendido sobre “molestar” a otros usuarios dentro de la biblioteca, aun asi, se lo piensa poco para apurar sus pasos hasta el final de los libreros, y asomarse, tímidamente, por una de las esquinas, como si de un espía se tratara. A distancia, el cuerpo de una muchacha se mueve, y aunque no le puede reconocer desde esa perspectiva, hay algo en toda su esencia que la delata ante sus ojos, como alguien que resulta muy familiar, una idea que rápidamente en la cabeza del licántropo se recuerda como imposible, desde su regreso a Ottery, todo había sido como comenzar de nuevo, como si nunca hubiera pisado ese pueblo mágico.

 

Por lo tanto, la familiaridad en los ademanes de esa mujer, resultan desconcertantes.

 

Aun colgado en una esquina, observa su reloj de muñeca, aquella pieza que a remplazado a su viejo y perdido reloj de bolsillo, dándose cuenta de que es mas tarde de lo que pensaba y que solo en unas horas más la noche caería sobre la ciudad, aunque estando en Alejandría, no tiene realmente de que preocuparse. Movido solo por la espina que aquella fina silueta ha dejado en su conciencia, el mago se encamina, del modo más casual, en dirección a donde se encuentra ella, aun con el par de libros bajo el brazo y las manos dentro de los bolcillos de su pantalón. No sabe si ella se ha dado cuenta de su presencia, tampoco pretende asustarla, asi que cuando está a tan solo un metro de distancia, hace un ruido discreto, para llamar su atención.

 

¿Eliah? -, el nombre se le escapa con dificultad de su boca, un poco más sorprendido de lo que le hubiera gustado, pero al mismo tiempo con mucha naturalidad, como algo que ha recordado por accidente justo al ver a aquella muchacha. Y es que algo asi ha pasado, justo en el instante en él que sus heterocromos pasean por aquel rostro de ella, se da cuenta de que algo conoce de ella también, aunque le cuesta recordarlo todo.

 

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