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| • El pozo de Amarna • |


Rory Despard
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La tarde transcurre tranquila, en salones, pasillos y patios del enorme edificio universitario. Cada parte de él parece cobrar vida gracias a la presencia de los alumnos quienes con sus deseos, sueños y aspiraciones alimentan la magia de aquel lugar milenario. Pero todo aquel que una universidad ha pisado, sabe que en ella no solo se alimenta las mentes, sino también las almas, y en los lugares más insospechados, en circunstancias siempre impredecibles y cambiantes, las relaciones de amor y amistad se construyen.

Y dondequiera que esos sentimientos aparezcan, se extiende entre los estudiantes como pólvora la leyenda acerca del Pozo de Amarna.

Cae la noche, y un buen grupo de chicos ingresantes terminan guiados hasta un pozo, gracias a un pequeño trozo de pergamino que enigmáticamente llegó hasta sus manos. Tímidos, apenas intercambian palabras entre ellos; muchos tienen la idea de regresar y sopesan la posibilidad, otros solo quieren satisfacer del todo su creciente curiosidad. Provienen de distintos lugares del planeta, de distintas familias, pero esa noche todos tienen un destino común.

Finalmente, cuando el reloj del recinto marca las 8 de la noche, la hora de la cita, la silueta de dos figuras se dibuja gracias a la luz de la luna. Ambos se cogen de la mano y entonces, dejan que sus voces resuenen hasta el último rincón.

La tierra de Amarna

era cálida bajo los brazos

de Nefertiti y Akhenatón

Amigos y amantes

gobernaron con lealtad y justicia

sembrando paradisíacos parajes

alrededor de su ávido reino

Un reino amado y odiado

que a sus habitantes dicha prometió

pero que sus barcas hundió

y sus glorietas y jardines destruyó

la sombra de la envidia a los inmortales

Akhenatón con su amada muerta en brazos

una poderosa y furibunda maldición lanzó

que todos aquellos que a ellos envidiaron

se hundirían en el pozo de su odio y desesperación

Pero Akhenatón de los mortales sinceros se apiadó

recogiendo de sus almas el ferviente deseo

de reunirse con ellos en su destierro.

Un hilo fino de plata hiló

plata lunar que bajo la bóveda estrellada brilló

y una hermosa melodía tarareó

y las aguas del pozo claras encontró

cuando la purificación sincera del amor

enfrentó a él sus almas desnudas

Y así con el tiempo se acostumbró

a transportar a esas selectas almas a Amarna

donde los perros conversan

y los valles cantan.

Y donde, desde su trono

la hermosa Nefertiti

libre de la maldición de la muerte

sonríe complacida del circundante resplandor

con el alma insuflada de dicha

ante aquellos que solo desean su purificación



Las voces se silencian y la oscuridad cae contundente. En cuanto a la fantasmal pareja, esta lentamente se pierda en las tinieblas del enorme pozo de piedra. Al asomarse al pozo, la profundidad parece tomar cuerpo y presencia propias, como si fuese una oscura criatura que estuviese a punto de salir. Las personas observan irremisiblemente atraídas hacia él aunque no llegan a comprender los alcances de dicha atracción. El pozo simplemente ha estado allí desde siempre, como una pieza inamovible en medio del jardín.

Es casi imposible no ceder a la tentación de echarle una larga ojeada. No algo rápido, como el primer vistazo, que hace sentir al pozo como un ente vivo, si no observarlo hasta el último detalle. Todos terminan de alguna manera, haciéndolo así y el resultado es que se sienten pronto absorbidos por el abismo.

El pozo parece no tener fin y ciertamente nadie suele probar el fondo antes de asomarse y quedarse prendado de su profundidad. Mas la caída aunque larga, no es infinita. Al fondo, espera al aventurero una sustancia de consistencia líquida, como agua que se desliza o seda alrededor del cuerpo, y que al hundirse en ella, permite experimentar una sensación de purificación pero sobre todo de unión, de conexión con el mundo. Porque así habían estado los amantes que habían recorrido Amarna: unidos hasta su día último.

A la sensación placentera que aportaba atravesar el portal, se le unía luego el sonido de agua en los oídos y el de la rueda de madera girando, por los que es fácil notar si se va de buena mañana. El sol solía pegar con intensidad iluminándolo todo alrededor. Bastaba con incorporarse y dejar atrás aquel viejo molino, con su mesa y sillas de madera, sus paredes blancas y desnudas y su pilar en medio.

Fuera, el campo prodigaba distintos aromas y fragancias exquisitas. Los colores parecían estallar en la retina, con blancos puros, rojos sangre, rosas intensos, delicados verdes y hasta imposibles azules entretejidos en una maraña lujuriosa y profusa, con alfombra de pasto mullido. Una geografía imposible, que evocaba días muy antiguos, protegida además por los poderes que allí se gestan de forma autónoma a cualquier ramo de la magia. Es una fuerza especial que hace que uno se deslice en medio de dicho espacio como en una nube hasta caer rendido. Ya fuera solo o acompañado, a descansar, a dormir, a escuchar el sonido de las abejas yendo de un lado al otro en reducido número o a los mosquitos que pasaban en hordas sin molestar a nadie, pronto los corazones se ven insuflados de vitalidad.

Porque todo Amarna destila vida y allí nada parece estar marchito. Quizá , luego de impresionarse con todo el paisaje, el distraído visitante note finalmente el estanque. Hermoso, de un azul profundo e irreal, que refleja la blancura de la luz del día y el brillo de las estrellas de noche, replicándolas en su superficie como un espejo. Y es el estanque efectivamente, la otra cara del portal de reducidas dimensiones mediante el cual, sumergiéndose en sus aguas, se retorna a la Universidad.

Amarna es el mundo invertido, el mundo de las ideas dotado de toda la belleza que muchas veces ya no posee la realidad. Una tierra que existe para ser amada. ¿Te arrojarás al pozo a cambio de este bendito paraíso?
Editado por Bel Evans McGonagall

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  • 2 semanas más tarde...

La luna llena se alzaba en el cielo nocturno y su luz lo ayudaba a descifrar un pergamino que llevaba en sus manos. Se encontraba sentado en una banqueta cercana al edificio principal de la universidad y observaba en silencio las personas que se retiraban a sus habitaciones; muchos acompañados, otros tan solos como él aquella y todas las noches.

 

Había pasado todo el día metido en la biblioteca leyendo sobre la ciudad universitaria. Estaba a punto de comenzar a ver su primera clase allí, por lo que sentía que era su deber saber todo lo que fuera posible sobre el lugar, como con todo con lo que se involucraba. Aquel pergamino había llegado a sus manos al encontrarlo guardado entre las páginas amarillentas de uno de los libros; tal vez perteneciese a alguien más, tal vez alguna persona lo había puesto ahí y este se encontrara esperando a su verdadero dueño, tal vez… Tal vez ese no fuera más que un pedazo de papel dentro de un libro, olvidado. Como él.

 

Cuando estuvo seguro que no quedaba nadie en los alrededores que pudiera seguirlo, se guardó el objeto en un bolsillo y sacó su varita del otro. «Un mapa», pensó. No necesitaba volver a verlo de nuevo, se había aprendido las indicaciones de memoria, sin embargo tampoco era capaz de deshacerse de él.

 

Se adentró en el jardín y caminó entre algunos árboles medianos para encontrarse con un tipo de estructura que sobresalía sobre todo lo demás por reflejar débilmente la luz de la luna. Musitó una palabra rápida y la punta de su varita adquirió un brillo como el que iluminaba al jardín; la escasa luz le permitió ver lo que parecía ser un pozo construido con piedras del color de la noche.

 

Quiso acercarse y mirar por el enorme agujero del pozo como cualquiera hubiese hecho, pero se detuvo en seco; algo no se encontraba bien, era como si un ente dentro del pozo lo llamara por su nombre y lo embargara con la aterradora necesidad se sumergirse en su abrazo negro e infinito para acompañarlo en las profundidades. Sabía que tenía que correr, escapar, aunque no tuviera la certeza de qué o de quién debía huir.

 

Ya se había dado la vuelta para salir de allí cuando escuchó un ruido.

Editado por Bon Kure

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Con @@Bon Kurē

"Luna llena, me pregunto como estará..."

 

Regresaba de la clase de Astronomía, que había definitivamente de las más raras que me había tocado tener. Casi podía decirse que había perdido 1000 galeones dado que de la profesora no había aprendido nada, pero al menos la charla con mi prima había sido interesante.

 

Resultaba curioso que para el tiempo que llevaba enseñando en la universidad fueran tan pocas las ocasiones en que había permanecido en ella hasta la noche. En otras circunstancias, regresar a mi Castillo o quizá al negocio que tenía en Londres eran las mejores opciones, pero algo había en esa luna que me fascinaba y me invitaba a solo mantenerme allí en medio de la oscuridad contemplándola.

 

Las voces de los pocos estudiantes que abandonaban la biblioteca comenzaban a escucharse cada vez más y más lejanas, conforme iba internándome en un inmenso, aunque extrañamente lúgubre jardín. Haciendo el morral cargado de pergaminos a un lado, me apoyé un momento en un árbol de grueso tronco a contemplar el lugar.

 

No recordaba haber estado antes, pero por alguna razón la figura central, un enorme pozo de piedra que refulgía con la luz de aquella luna llena me atrajo y comencé a caminar directamente hacia ella. Fue entonces que los comentarios escuchados un par de semanas atrás de boca de mis alumnos de Introducción a la Magia emergieron:

 

"El pozo que trae felicidad, el pozo que ofrece el paraíso en la tierra"

 

Las leyendas estudiantiles eran un fenómeno interesante, y sin poder de dejar de pensar en ello, la tentación de lanzarme era muy grande. Sin embargo, al escuchar ruidos, me puse en guardia y de un par de zancadas volví a mi posición inicial junto al árbol de frondoso follaje. Esperé unos segundos por el misterioso intruso, hasta que lo vi.

 

No pude sino sorprenderme. Un chico flacucho, de cabello azabache y ojos café, o eso parecía, pues era difícil ver a través de sus gafas. En suma, alguien bastante inofensivo, y que al parecer había venido por el pozo también ¿o no? Lo vi acercarse pero detenerse a pocos pasos del pozo, cuasi petrificado.

 

Fue entonces que me animé a salir, justo cuando daba media vuelta para irse. El sonido de mis pisadas (suponía) lo había hecho detenerse ¿pero estaría también asustado?.

 

- Bonita luna ¿no?- fue lo primero que se me ocurrió decir mientras caminaba con pasos lentos y pasaba lentamente el dedo por el borde del pozo- También tu...¿también has venido por la leyenda sobre Amarna?

 

Ladeé la cabeza hacia un lado para observarlo un poco mejor y esperando realmente no resultar demasiado aterradora. Llevaba un par de días sin dormir lo que me había acentuado las ojeras y el pelirrojo cabello enmarañado como siempre, aunque confiaba en que el sencillo vestido de volantes manga larga que traía ayudase a no verme tan lamentable.

 

- Yo pienso lanzarme- dije de pronto en un arranque de sinceridad que no sabía ni de donde provenía- le he escuchado decir a unos alumnos míos que allí puedo encontrar acónito, y yo realmente hace mucho que ando en busca de hacerme con un poco de esa planta- mi expresión afable se ensombreció unos segundos- si algo conoces de pociones, supongo que sabrás con que fin... entonces ¿te animas a venir?

 

Tomé una profunda bocanada de aire, y echando una última mirada al cielo, trepé al borde del pozo que solo mostraba una negrura infinita en su interior y ningún rastro que permitiera saber su profundidad.

 

- Por cierto me llamo Bel- me giré hacia él mientras el viento agitaba levemente mi vestido y le tendí la mano- ¿tu nombre es?

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Contuvo la respiración por un momento, pero logró soltar una exhalación de alivio al ver que se trataba de una persona de carne y hueso y que no pretendía hacerle daño. Sin embargo no pudo evitar percatarse de que la bruja cuyo cabello rojizo adquiría un matiz extraño a la luz de la luna, no dejaba de observarlo. Se llevó instintivamente un dedo hacia las gruesas gafas para disimular su inseguridad; a veces olvidaba por completo que sin ellas no podría siquiera distinguir la palma de su mano, por lo que agradeció sin saber por qué haberlas llevado esa extraña noche.

 

Reprimió el deseo de levantar su varita hacia su cara para poder examinarla él también, sin embargo logró notar que tenía rasgos casi infantiles que contradecían las ligeras arrugas que se le formaban alrededor de los párpados al sonreír. «¿Quién rayos es esta?» Se vio obligado a pensar. No habría podido decir si se trataba de una estudiante o de una profesora, pero lo que más lo preocupaba era la seguridad con la que se refería al tenebroso pozo que tenía al lado.

 

-Perdona, creo que ha sido un error –volvió a llevarse un dedo entre los ojos para acomodarse los lentes -, me encontré con esto en la biblioteca y no pude evitar seguir el camino que señala –al tiempo que hablaba, de su bolsillo sacaba el pergamino arrugado que había llevado consigo. Se lo tendió inseguro para que lo viera –. No conozco tal leyenda, lo siento.

 

La bruja no dejaba de examinarlo con aquella cara de curiosidad que le recordaba a la de una niña. Tuvo que mirar al suelo y buscar algo interesante que observar en la hierba para evitar hacer contacto visual con aquellos ojos que no se despegaban de él. La incomodidad que sentía casi lo había obligado a tornarse una vez más para volver a la seguridad su habitación donde nadie lo miraba, pero algo que dijo la chica captó de inmediato su atención.

 

-¿A-acónito? –No podía ser posible. Era como si la mujer-niña supiera exactamente lo que le interesaba al muchacho y podía ver en su rostro que así era (o eso creía). Sin embargo aquello que proponía la bruja era ilegal o al menos lo era la creación de pociones que necesitaban de aquel ingrediente tan raro. «¿Lo sabrá?» dudó, «Sí, lo sabe, pero no le importa»- ¿Estás segura? –fue lo único que logró articular.

 

Sin responder a sus interrogantes, la mujer-niña se volvió para subirse al enorme borde pedregoso del pozo. En el interior del chico se debatían sensaciones combinadas: sentía un miedo que le provocaba escalofríos por todo el cuerpo al considerar siquiera adentrarse en aquel agujero negro, aunque su ambición casi obsesiva por las pociones lograba por momentos interponerse a su temor y lo obligaba a dar un paso en dirección al pozo. «Esto es una locura», no paraba de repetirse, «una total y rotunda locura».

 

Antes de poder arrepentirse, ya estaba tomando la mano que la chica le había ofrecido y se disponía a lanzarse a la oscuridad con vida propia que se extendía bajo sus pies.

 

-Mi nombre es Bon –fue lo último que logró decir.

Editado por Bon Kure

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Recibí el trozo de pergamino que el joven me alcanzaba, y aun con la mano tendida hacia él lo vi sentirse preso de sus propias dudas sobre si venir o no conmigo. No había sido para nada planeado, pero al parecer algo de interés en las pociones debía de tener, pues de todo lo que le había dicho había retenido más que bien mi mención del acónito.

 

- Bueno, será la primera vez que vaya allí, pero no creo que ellos tuvieran motivos para mentirme- le contesté con soltura mientras me preguntaba cuanto más esperaría por una decisión de su parte.

 

Mas esta llegó en ese preciso instante, en que sentí el suave roce de sus dedos al tomar mi mano ligeramente entumecida a causa de la baja temperatura. Le dediqué una sonrisa entonces, intentando romper la tensión entre los dos, y me sorprendió su nombre, uno que era la primera vez que escuchaba en toda mi vida.

 

- ¡1...2...3!

 

Sin pensarlo más salté, con él al a mi lado, sin mucha idea de que me encontraría del otro lado ¿qué aspecto tendría Amarna? Una cosa era la ciudad de Egipto que recordaba vagamente de mis clases en la escuela muggle, y otra el lugar al que ahora iríamos. Abrí los ojos, que de forma instintiva había cerrado al lanzarme. Aun no se distinguía fondo alguno, solo una inmensa oscuridad y algo parecido al murmullo del agua subterránea.

 

- ¿Llevas mucho tiempo en Ottery? No soy mucho de salir pero es curioso encontrarse gente nueva en este lugar tan pequeño, donde a cada paso pareces encontrar nuevos parientes- las palabras salieron apresuradas pero confiaba en que él pudiera entenderme- de seguro te estarás quedando en casa de algún pariente o algo así ¿no? es lo que usualmente los magos de aquí hacen.

 

De pronto la velocidad infernal con la que íbamos cayendo aminoró al entrar en contacto con agua, aunque por alguna razón se podía "respirar" en ella ¿que podía ser entonces esa sustancia? Me giré hacia Bon, con expresión sorprendida y apreté insconscientemente con mayor fuerza su mano que aun mantenía unida a la mía. Hasta antes de partir una serie de preocupaciones ocupaban mi mente pero ahora estas parecían haberse ido lejos, y me sentía incapaz incluso de recordarlas.

 

Conforme el sonido de agua discurriendo se hacía más clara y se le unían otros sonidos que no distinguía, divisé por fin el fondo. Y en cuanto nuestros pies se pusieron en contacto con aquella superficie, la sustancia que nos envolvía desapareció. Frente a nosotros, a través de un enorme agujero semejante a un portal se distinguía una agradable estancia de austero mobiliario consistente en una mesa larga de madera (roble si la vista no me fallaba) y unas cuantas sillas de gruesas patas y respaldar alrededor.

 

Y allí todavía el sol no se había ocultado, parecía ser que era recién media tarde.

 

- Bueno, sobrevivimos- dije riendo para luego soltar su mano por fin y adentrarme en aquel lugar que no tardé en reconocer como un molino- había algo que me dejó pensando y mejor te lo confieso ahora ¿te gustan las pociones? Es que aunque no sea un secreto...no muchas personas se interesarían por una excursión para recoger hierbas.

 

Me giré hacia él, pero desvié la mirada rápidamente a un punto indeterminado de la estancia, no fuera a intimidarlo en demasía con tanta observación a su persona. No era muy buena para entablar nuevas relaciones , pero no quería asustar al muchacho que parecía en verdad una muy buena persona.

 

- Aunque he de decirte que en mi caso debe ser de las mejores formas en que podría pasarme minutos, horas y hasta días enteros.

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  • 1 mes más tarde...

En la Universidad Mágica corrían rumores sobre mitos y leyendas, una de ellas había logrado captar su atención. Era sobre el Pozo de Amarna, la única que podía transmitir un significado puro del amor y la amistad, a la perfección. Quién diría que dentro de un receptáculo podría encontrarse un mundo inimaginable, pocas veces visitado por los seres humanos. Sin embargo, por más vueltas que le daba al asunto, jamás sería capaz de resolverlo si no se atrevía a tenerlo enfrente de ella, escudriñarlo y evaluar las posibilidades que tenía para caer dentro de forma imprevista porque creía que era la única manera que ella podría adentrarse.

Si bien, el clima estaba en condiciones para iniciar una caminata por las instalaciones, los últimos rayos de sol mermaban en el horizonte y la temperatura invernal aún era soportable. Luego de una jornada laboral cansina lo más apropiado sería regresar a su hogar, pero no podía abstenerse a completar sus teorías. Aunque aún seguía debatiendo el dilema. Aquel tema le había permanecido en su mente por más de veinticuatro horas y ya no era una simple curiosidad su descubrimiento, sino que pasaba a ser una necesidad.

Una de las cuestiones que se había planteado, durante sus reflexiones vespertinas, fue si aquel lugar se trataba del inigualable País de las Maravillas, pero era imposible siendo que éste sólo vivía en el mundo literario y muggle, y en las fantasías de quien alguna vez había sido, y seguirá siendo, uno de escritores más valorados por ella. Se desconocía dónde podía estar con exactitud la madriguera del conejo blanco, pero se decía que dentro de Londres. Sacudió su cabeza de manera que aquella ilusión se desvaneciera, más que nada de sus ilusiones, ya que por más pruebas que hubiera no podría ser posible esa casualidad.

«Concéntrate en algo más» pero aquella petición no llegaría a concentrarse ya que estaba siendo expectante del maravilloso paisaje que aquel pozo, constituido por piedras y de estructura simple, producía. Por más que en el mundo hubiera millones de fuentes más lindas y encantadoras que esa, no podía disimular su admiración ante tal. Sus pies la habían transportado hacía allí de forma autómata, aunque tampoco era algo a lo que se negaría. Se aproximó para observarla de cerca con la intención de estudiarla mejor.

— Lumus —conjuró, al percatarse que ya había oscurecido y no se ofrecía ninguna luz que pudiera acompañarla. De la punta de su varita saldría un destello capaz de iluminar todo su alrededor.

Todo el exterior se notaba común y corriente, ¿aquello le contaría a Blondie? La pobre elfa se dormiría por su triste historia y el aburrimiento sería el principal sospechoso. Debía ir más allá, posiblemente lo mejor sería atreverse a iluminar el fondo del lugar adentrando su brazo. Pero fue en vano, no había rastro de nada, sólo de oscuridad. Cuando sumergió más su extremidad hacía la cavidad para encontrar al menos un rastro de luz, su cuerpo se precipitó y cayó en el pozo.

Sentía como una terrible sensación de temor la invadía provocando que cerrara con fuerza sus ojos. Y, los abrió antes de conjurar el hechizo correspondiente ante esos casos, ya que se encontró con los pies firmes en el suelo e ilesa. El olor a jazmines y rosas eran magníficos desde esa perspectiva y, sin ninguna duda, era un panorama único y jamás visto por ella. El lugar estaba desolado por lo que los únicos sonidos eran los que producían las aves que habitaban en los arboles más alejados de donde se hallaba.


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El ser humano, por naturaleza, era débil. A pesar de que el organismo que sus almas habitaban era una obra de arte creada por un ser superior del cual ellos no tenían conocimiento verdadero, eran naturalmente proclives a manifestar su debilidad. De la misma manera, tendían a ocultar esa debilidad para que los demás no la percibieran, y fue entonces que nacieron múltiples relatos, fábulas, leyendas, mitos y profecías: todas y cada una de ellas cumplían el cometido de darle a la persona algo a lo que abstenerse, de hacerle olvidar momentáneamente de lo prescindible de su existencia.

 

No obstante, algunas fábulas y mitos tenían cierto rastro de verdad, sobre todo aquellas que eran transferidas de generación en generación mágica. El Pozo de Amarna era una de esas historias; un portal mágico que daba acceso a un mundo mejor, un mundo, por el momento, libre de la corrupción que el ser humano ejercía sobre la naturaleza sin ser consciente de sus verdaderas consecuencias. Pocos tenían la dicha de oír sobre aquella fábula, y aún menos eran aquellos los que se atrevían a comprobar su veracidad.

 

La figura del Weasley se materializó de la nada misma, en medio de la oscuridad que caía sin perdonar sobre las inmediaciones de la Universidad Mágica. A unos tantos metros de él, podía observarse dicha edificación: su fachada se alzaba imponente sobre la noche estrellada, con algunas de sus ventanas iluminadas por una luz interior, contrastando con lo oscuro de la noche. Era una noche con un clima soportable, lo cual era una sorpresa luego del frío que había acontecido en los días pasados. Tanteó su túnica de viaje en busca de su varita, y para su sorpresa se encontró con su mano cubierta de sudor.

 

- Lumos - dijo unos segundos después, y el sonido de su voz logró disminuir un poco su ansiedad.

 

La punta de su varita mágica despidió una luz blanquecina, que le sirvió de guía y compañía mientras se acercaba firme pero temblorosamente hacia el pozo del cual hablaba la fábula. Nathan creyó percibir un leve sonido, como si fuera una voz femenina entonando una melodía angelical, pero cuando a los pocos segundos este sonido cesó, sacudió levemente su cabeza y lo tomó como una traición de sus propios sentidos ante la ansiedad que la situación le provocaba.

 

Finalmente llegó hasta el pozo, y un rápido movimiento con su varita le dijo que no seria capaz de ver el fin por medio de la magia. Ya indiferente a lo que podía pasar, deseoso de comprobar la veracidad de la fábula y asegurándose de que un simple encantamiento podría sacarlo de allí en caso de que todo fuera una falacia, dejo que su cuerpo se balanceara hacia adelante y se precipitara en la oscuridad.

 

A los pocos segundos, mientras un fuerte viento agitaba su cabello y provocaba un sonido agudo en sus oídos, sintió pánico; la caída no parecía tener fin, el cielo estrellado había desaparecido segundos después de caer y la oscuridad misma lo rodeaba dado que la luz de su varita se había apagado..

 

- Aresto momentum! - dijo, presa del pánico, buscando minimizar los daños si fuese a golpear contra el fondo del pozo, más supo que su encantamiento no había tenido utilidad alguna cuando sus pies aterrizaron sobre una superficie suave, sus ojos cerrados percibieron una claridad extraña, y sus narinas fueron deleitadas con el olor de la naturaleza. Cuando abrió los ojos, se encontró con que había alguien más allí - ¿Sherlyn? ¿Qué haces aquí? ¿Cómo estás? ¡Tanto tiempo! ¿Puedes creerlo? ¡La fábula es cierta!

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  • 2 meses más tarde...

La Magia no tiene explicación sino deja de ser Magia, el pelinegro trataba de aferrarse a la afirmación para detener el torrente de dudas que se arremolinaban en su cabeza desde que llegó a Londres. A veces era mejor dejarse llevar sin preguntar y una semana con su nueva familia se lo demostró.

 

Por eso avanzaba por los irreales jardines de la Universidad Mágica tranquilamente, aferrando un viejo trozo de pergamino que en teoría lo llevaría a un antiguo paraíso oculto a los ojos de los impuros, todo muy rutinario, muy normal.

 

Las palmeras de los jardines protegían a los estudiantes de las altas temperaturas del desierto de arenas rojas que rodeaba la escuela, tal como un oasis. Y era un alivio, se respiraba un ambiente perezoso y relajante, el aire tenia aroma a dátiles y arroyo totalmente opuesto al desierto del otro lado.

 

Unos metros delante de el se topó con lo que buscaba, a simple vista no era mas que un viejo pozo de barro cocido en los lindes del terreno pero según el pergamino en su mano era la entrada a un pequeño paraíso.

 

Edward se acercó hasta el borde del mismo y hecho una mirada hacia el interior, nada más que una perfecta oscuridad silenciosa que se extendía a donde llegara la vista. El ojiazul guardó silencio y observó con mas detención, esperando.

 

Lentamente y como en un sueño la oscuridad comenzó agitarse como si fuera agua negra y una sensación se apoderó de la mente de Edward, una que lo mantuvo aferrado al borde del pozo sin poder moverse. Y como si fuera una pluma lo levantaron y lo sumergieron en la oscuridad.

 

Sensaciones y una perdida total del tiempo fue lo que sucedió en la larga caía, pero dela nada sus pies tocaron tierra y un hermoso paisaje se manifestó delante de el.

 

Era una pradera del mas puro verde con plantas y dulces aromas embriagantes por doquier, solo estaba el y un mago - Buenos dias - saludó con educación ¿Seria un visitante como el o un habitante permanente de aquel paraíso?

 

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Aquella era una de las extensiones de tierra más bellas que Nathan había visto jamás, y fue tal el agrado que causó a sus impresiones que Nathan sintió que podría pasar mucho tiempo allí. El cielo se encontraba despejado de toda nube y el sol radiaba reinante en lo más alto, mientras que una suave y ligeramente cálida brisa soplaba continuamente para alborotar sus cabellos y causar una plácida sensación al impactar contra su rostro. Todo a su alrededor estaba ocupado por un césped no muy largo y tampoco muy corto, que le acariciaba sus pies ahora descalzos mientras Nathan se dirigía paso a paso hacia la orilla.

 

La extensión marítima continuaba indefinidamente y se perdía en una delgada línea en el horizonte con un leve movimiento ondulante a causa del propio oleaje marítimo cuyo sonido al romper en la orilla se mezclaba oportunamente con un olor a sal que sosegaba sus sentidos. Decidió sentarse en la orilla y dejar que el agua del mar bañase sus pies mientras contemplaba con calma el horizonte, y no supo cuanto tiempo estuvo allí hasta que algo lo interrumpió. Supuso que sería Sherlyn, dado que ella había estado allí horas atrás más había desaparecido extrañamente, pero levantó la vista para encontrarse con un completo desconocido.

 

- Buenos días. - respondió Nathan, extendiendo ligeramente su mano hacia el joven para que este la estrechase.

 

Esperaba que el mago se sentara a su lado; si bien no lo conocía estaba seguro de que si había llegado al paraíso detrás del Pozo de Amarna sus intenciones debían ser buenas. Además, nunca había sido muy fanático de la soledad, especialmente desde los incidentes que habían tomado lugar en su vida en los últimos meses. Una vez más alzó la vista para mirar al joven, e hizo con su mano un gesto para que tomase lugar junto a él.

 

- ¿Es tu primera vez aquí? - inquirió, curioso, mientras hundía sus pies descalzos en la húmeda arena.

 

@@Syrius McGonagall

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  • 2 semanas más tarde...

No estaba solo, al parecer no era el único curioso que siguió las indicaciones de aquella leyenda milenaria y se lo pensaba un poco no era para nada anormal. Si tan solo llevaba tres días en Londres y logro llegar hasta ella era seguro que los londinenses estaban mas que familiarizados y probablemente el hombre que tenía enfrente estuviera por segunda vez en aquel peculiar pozo. El sol brillaba alto en el cielo pero no hacia calor, la temperatura era agradable y el aire del mar vitalizaba el ambiente.

 

Contadas veces estuvo en el mar, vivir en el centro del país lejos de cualquier costa hacia que las ocasiones que viajaba hasta el océano sean muy especiales y recordadas. Estrechó la mano que el mago le ofrecía y entendió aquello como una invitación para charlar, necesitaba hacerlo con alguien desde su llegada poco y nada tuvo de tiempo para conocer personas y aquel lugar era para relajarse y tomar la vida con mas calma.

 

El pelinegro se descalzó y dejo sus zapatillas a un lado mientras tomaba asiento, observó el horizonte azul a lo lejos y mojó sus pies en el agua fresca – Primera vez aquí, de hecho primera vez en Londres. ¿Y tu? Eres de los que viene seguido a este lugar? - comenzó la conversación.

 

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