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Metamorfomagia


Amara Majlis
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Amara Majlis

ARCANO DE METAMORFOMAGIA
____________________


Quién estaba sentada detrás del escritorio era Amara.

Tenía entre sus manos una pequeña pirámide que cambiaba constantemente de color, de plata a oro, de oro a azul, de azul a verde y otra vez plata. Sus manos se movían en torno a la figura mientras la mujer permanecía sumida en sus pensamientos. Echaba de menos Egipto y aquel aire de magia antigua que se respiraba por doquier, y aunque había tenido que ceder ante las argucias del Ministerio de Magia Inglés de que aquella era la mejor opción para la Universidad, no estaba convencida de que era una buena decisión. Y aunque en otras épocas había pensado que los magos no debían de inmiscuirse, esta vez era diferente, quizás hubiese sido mejor involucrarse en el conflicto, tenían el poder necesario para hacer volcar la balanza hacia el lado que consideraban justo, teniendo en cuenta que los Uzza ahora formaban parte del Consejo.

Los Uzza, otro punto en contra. ¿Podían fiarse de ellos? ¿Hasta qué punto? La Arcana había decidido que deberían ganarse su confianza y no era tarea fácil, teniendo en cuenta que la historia estaba en contra de estos guerreros, como se llamaban ellos. Quisiera ver a uno pasando las Pruebas del Portal.

La oruga gris que residía dentro de un amplio contenedor de vidrio en el que se simulaba un pequeño ecosistema comenzó a moverse para su comida diaria.

Alzó su mirada al frente. Tenía un rostro intemporal, con las facciones de una mujer madura, pero sus ojos denotaban demasiada sabiduría y revelaban que su existencia había sido mucho más prolongada que eso. La observó por detrás del escritorio, al notar el leve movimiento. Los destellos cambiantes de color se sucedían ahora con menor frecuencia. ¿Quién diría que aquel pequeño animal, viscoso, peludo y bastante feo, se convertiría en una bella mariposa? Todo podía cambiar, absolutamente todo. Pero ¿se podía adelantar este cambio de alguna manera? Y por sobre todo ¿podía ella llevarlo adelante?

Quizás se hubiese esperado más del despacho de la Arcana. Pero solo había un escritorio, el recipiente de vidrio que ocupaba casi toda la pared de enfrente y algunos retratos dispuestos sin ningún orden en particular colgados en las laterales. Eso si, el azul predominaba en todas sus gamas, el color tenía un especial significado para ella.

¿Sería posible? Nada era imposible. Al menos eso era lo que hacía una vida atrás le había enseñado su maestro. La metamorfomagia tenía muchas aplicaciones, no solo lucir joven y con cabello rizado o realizar algún truco básico de cambio de nariz para divertir a los comensales, como muchos parecían creer. Había más, mucho más. Después de todo la metamorfosis estaba presente en muchos aspectos de la naturaleza. Ella lo probaría.


*****


The National Portrait Gallery era uno de sus lugares favoritos en Londres, después de su hogar en la Universidad, por supuesto. Le agradaba el silencio y el poder observar a cada retrato adivinando la vida que habían llevado detrás de cada expresión. Más adelante quizás presentara alguna muestra con sus propias imágenes, al público le agradaría la colección de fotografías que adornaba el vestíbulo de su vivienda y si a eso le agregábamos que iba a poder organizar algún tipo de evento a beneficio, no había mucho más que pensar.

Estaba parada frente al retrato de una condesa. No era una fotografía, sino un dibujo realizado con lápiz. Arrugó el entrecejo, que por un momento pareció tener más arrugas de las que debería, la mirada clavada en las facciones de la mujer. Los muggles siempre lograban sorprenderla, tenía que reconocer que aquel trabajo era excelente, cada trazo parecía darle carácter a la expresión de la dama, mucho mejor que si se tratara de una fotografía. Tan concentraba estaba que no notó que alguien le hablaba.

. ¿Káifa? -   preguntó sorprendida y el color de sus ojos mutó de amarronados a esmeraldas que no desentonaba para nada con el etéreo vestido de seda azul y bordados dorados que llevaba puesto según una costumbre arraigada durante demasiado tiempo en ella.

Williams, un vigilante de aspecto amable al que había visto ya varias veces en sus visitas, le avisaba que el horario al público ya había dado fin.

- Si, claro, es que estaba admirando el retrato y el tiempo pasó demasiado rápido. respondió cortésmente. El hombre esbozó una sonrisa amable que ella retribuyó. Hablaba en egipcio si la tomaban por sorpresa, aún no lograba acostumbrarse al cambio. ¿Tan pronto había transcurrido el horario de visita?

A unos kilómetros de ese lugar, la oruga dormitaba y su color grisáceo había desaparecido dejando lugar a un intenso verde esmeralda. Editado por Mackenzie Malfoy
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  • 1 mes más tarde...

Me sentía aturdida, un poco perdida quizás. Había estado esperando con ansias el momento en el cual pudiera tomar una habilidad, aprender de aquellos seres que eran conocidos como Arcanos, conocer más sobre su naturaleza, sus poderes, su forma de desenvolverse en el mundo. Había leído sobre aquellos temas, incluso escuchado las historias que Pippin contaba al respecto, pero todo aquello, ahora que me encontraba caminando lentamente hacia el despacho de Amara Majilis, me parecía insulso.

 

¿Qué sabía en realidad sobre aquella mujer? ¿Era una mujer? ¿Era humana?

 

No sabía nada de nada. Conocía sobre su magia, un poco. Sobre sus habilidades, sobre sus conocimientos. Pero lo que yo sabía no pasaba de lo escrito en un libro, de lo relatado por un hombre. En esencia, yo no sabía nada de nada. Ver las cosas desde el punto de alguien más no era ver las cosas por mí misma y me iba a engañar completamente si creía eso. Yo no la conocía, nunca me había cruzado con ella, no tenía idea de cómo lucía realmente, de su andar, del sonido de su voz. Quizás Pippin podía hablar maravillas de ella si la había conocido, pero yo no y creer que sí sólo era una mentira.

 

Había leído, sin embargo, sobre el desafío que era aprender con los Arcanos, sobre sus poderes que lograban llevarte hasta el límite de tus capacidades y sobre aquella prueba que se les imponía a quienes se creían lo suficientemente poderosos y astutos para tomar una de sus clases. Creía que era un mito. Pero también había creído que ciertas magias eran un mito y las había contemplado por mí misma, entonces no tenía derecho a juzgar nada de lo que viera de ahí en más.

 

Todos esos pensamientos se detuvieron tan pronto como me paré delante del despacho de Amara Majilis. ¿Por qué había ido? Sí, para decirle que quería aprender de ella, que podía con sus pruebas, que era fuerte, valiente y decidida. Pero ahora no me sentía tan segura. Sería difícil, seguramente requeriría de una gran fuerza física y mental imponerse a las magias de un arcano. Ahora ya no estaba tan segura pero dar un paso atrás no era algo que me había planteado alguna vez y no empezaría ahora.

 

Golpee un par de veces a la puerta. ¿O debería abrirla? No, seguramente entrometerse en la oficina de alguien no era algo bien visto, aunque esa persona, específicamente, no hubiera dicho que estaba prohibido. ¿Pero a quién le gustaba que un intruso se metiera en su oficina a pedirle que le enseñara una habilidad que había estado perfeccionando por quién sabe cuántos años? No, mejor ser amable, humilde. ¿Me servirían esas cualidades para agradarle a Amara, para que aprobara enseñarme? Iba a descubrirlo.

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Había aprovechado el poco tiempo que le quedaba para terminar de organizar su exposición en Londres. Como siempre las horas transcurrían mucho más rápido de lo que a ella le apetecía, pero estaba tranquila y se podía decir que era feliz a pesar de las circunstancias.

 

 

Los retratos del salón le seguían los pasos con la mirada. Tendría que arreglar eso, por más que le gustara, no podía dar a conocer esa faceta suya en la sociedad londinense. Claro que no era por exponer el secreto de los magos, sino mas bien porque pensarían que era demasiado extravagante. Se sorprendió a sí misma al descubrir que aún le interesaba lo que pensaba la gente de ella. Naturaleza humana, asumió.

 

 

Los Directores de la Academia le habían dejado hace unos días el expediente de la muchacha que aspiraba a adquirir poderes de metamorfomagia. Lo había leído a conciencia, pero nunca se acababa de conocer a una persona hasta que la mirabas a la cara. La forma en que entornan los ojos al hablar, las arrugas del rostro o las cejas alzadas, cada cosa significaba algo diferente para Amara. Jamás se equivocaba. Por eso había optado por empezar las clases en su casa, como siempre. Un ambiente más relajado siempre ayudaba a comprender mejor a sus alumnos.

 

 

Las hojas se encontraban desparramadas sobre el escritorio, justo donde las había dejado horas atrás. Giró hacia el vidrio que contenía aquel ecosistema que tanto cuidaba. Alzó las cejas sorprendida al notar el color de la oruga, el mismo que ahora lucían sus ojos. Esmeraldas intensos. Pero cambiaron, eran azules otra vez y al mismo tiempo, la oruga volvió a su color marrón.

 

Golpearon la puerta. No esperaba a nadie mas que a la muchacha.

 

- ¡Pasa! ¡Está abierto! -

 

¿Y porqué no? Nadie iba a atreverse a irrumpir en la zona de los Arcanos sin autorización. No había ocurrido jamás durante todo el tiempo que dio clases en Egipto, dudaba mucho que pasara aquí, donde la magia casi no podía respirarse y estabas lejos de la Fuente Verdadera.

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Una voz femenina tras la puerta me dio el paso y, aunque todavía dudaba, empujé con suavidad la madera y penetré en lo que parecía ser una modesta oficina. Mi primera impresión fue de claustrofobia. Estaba repleta de cuadros en las paredes, lo que me causó la horrible sensación de estar siendo observada. Claro que, no era una sensación nada más, porque, de hecho, los cuadros habían girado casi todos al mismo tiempo para ver quién había irrumpido en la oficina de Amara Majilis. Si la intención había sido que me sintiera intimidada, ciertamente lo había conseguido, porque ahora sentía que mis manos temblaban y las apreté, juntas, para evitar que se notara demasiado mi nerviosismo.

 

-Buenas tardes, mi nombre es Castalia- saludé, intentando ser lo más tranquila que mi cerebro me permitía.

 

La mujer se encontraba delante de mi pero dándole la espalda a la puerta, quizás porque su mirada estaba puesta en una especie de "pecera" donde había alguna especie de ecosistema, o eso me parecía. Plantas, quizás hasta animales o insectos, no lograba ver bien desde allí y no era mi intención inmiscuirme en los objetos que había en aquel lugar, a pesar de que me intrigaba mucho el espacio donde la Arcana solía pasar su tiempo.

 

No sabía qué más decir. ¿Esperaría ella que me quedara allí parada? ¿Tendría alguna evaluación para proponerme? ¿Acaso me daría una tarea? Me temía que las cosas no iban a ser sencillas allí. Al menos la mujer parecía agradable, con un gusto casi morboso por el color azul, algo que compartía yo también. Los cuadros aún no habían apartado la vista de mi, podía sentirlos penetrándome por la nuca, como si pudieran ver en mi interior.

 

-No sé si los directores ya le han dicho, pero me presenté para aprender de usted, sobre la Metamorfomagia- agregué.

 

Las manos me sudaban, las podía sentir pegajosas y mojadas, apretadas aún para evitar que temblaran. ¿Hacía calor allí dentro o era yo?

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- Acércate -

 

Amara hizo señas a la joven bruja para que se acercara al cristal.

 

- ¿No es bella? – solo intentaba que se relajara, notaba que cada músculo estaba tensionado y las gotas de sudor debido al nerviosismo. Señaló la oruga. – Existe y a pesar de ser minúscula, a su manera es importante ¿No crees? – deslizó un dedo sobre el cristal siguiendo el recorrido del pequeño animal – La vida es un don precioso que cada uno recibe, un insignificante fragmento de tiempo para el universo, pero que tiene un valor incalculable.

 

Giró sus ojos azules hacia la muchacha. Sabía lo que era. Sabía que Londres parecía estar dividido en tres trozos: aquellos que no tomaban partido por nada siendo por tanto de alguna manera cómplices, aquellos que hacían de la muerte de otros un estilo de vida y, el resto, que a pesar de querer defender aquellas muertes no hacían sino profundizarlas. ¿Cómo usaría aquella muchacha el Conocimiento que quería aprender? Tenía que conocerla.

 

Rodeó el escritorio y se sentó dejando el mueble entre ambas.

 

- Supongo que habrás notado mi colección de retratos ¿verdad? – sonrió. Intentaba que se relajara por completo – En unos días presentaré una muestra en un conocido museo de aquí, de Londres, quizás podrías ayudarme a catalogarlos siendo que conoces mucho mejor que yo esta sociedad – señaló uno – Además habrá que quitarles temporalmente sus cualidades mágicas, no creo que a ningún turista londinense le agrade que un retrato lo mire de pies a cabeza cantándole sus defectos ¿No crees?

 

Por un segundo la sonrisa se borró de su rostro, pero el tono de voz seguía siendo cordial.

 

- Solo tengo una pregunta antes de empezar – cruzó ambos brazos bajo el pecho y dirigió aquel rostro atemporal, que tanto había visto, hacia la bruja .- ¿Porqué quieres aprender?

 

Bien sabía ella que saber era poder, pero el poder en manos equivocadas había causado catástrofes en otras épocas y no sería ella quien cargara con el peso de las culpas si algo así volviese a suceder.

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No sabía si aquello era un pedido amable o una orden, pero aún así la seguí. Amara me dijo que me acercara y eso hice, así que quedé frente a aquella pecera donde un ecosistema entero vivía. Cuando mis ojos estuvieron un poco más centrados en su interior fue cuando vi a lo que se refería mientras hablaba. Había una oruga amarronada dentro de la pecera, que en aquel momento se movía encima de una ramita de color similar, entre hojas verdes en su mayoría.

 

Fruncí el ceño tan pronto mencionó lo de la vida y clavé mis ojos en ella a pesar de que creía que ella no estaba viéndome. Me di cuenta de que parecía rozar la cuarentena, quizás un poco más, pero la forma que tenía de moverse, de hablar sobre lo que estaba hablando, la cadencia de su voz y las leves ojeras debajo de sus ojos me decían que había algo más sobre aquella mujer. Parecía de otra época.

 

No me di cuenta cuando ella giró hacia mi y sus ojos azules se encontraron con mis esmeraldas. Me sobresalté y quité la vista de inmediato, volviéndola hacia la oruga que nada tenía de interesante para mi. No me parecía maravillosa ni la gran cosa. Bien sabía que luego se convertiría en una mariposa con alas multicolores, pero ciertamente no podía entender a qué se refería Amara.

 

Por el rabillo del ojo la vi alejarse de mi y rodear el escritorio, así que me giré para no darle la espalda. No tenía idea de dónde provenía aquella mujer y no quería ofenderla de ninguna forma. Intenté relajar mis músculos y me acerqué.

 

-Sí, son preciosos- respondí cuando preguntó sobre los retratos. Los había visto al entrar y me había parecido que me miraba recelosos. Ahora que los estudiaba con detenimiento, no era algo que a mí me había parecido, era algo que hacían y Amara me lo confirmó. Aquellos cuadros me estaban estudiando-. Increíble. ¿Cómo ha hecho eso?- pregunté, acercándome a uno, que no dejaba de clavar sus ojos pintados en mi-. Claro, le ayudaré- volví mi vista hacia ella. No tenía idea de que le gustara tanto el arte, sino que más bien había pensado que aquella colección de cuadros quizás sería simplemente alguna especie de decoración.

 

Me volví hacia mi anfitriona cuando la vi cambiar de posición. Allí estaba, intentando descifrarme. No había podido preveer eso y no había pensado en alguna respuesta estructurada, algo que pudiera saber que iba a ser aceptable para ella. ¿Pero habría algo que ella considerara un motivo aceptable para enseñar? Estuve a punto de suspirar pero no lo hice, no quería demostrarle que estaba pensando profundamente en una respuesta.

 

-El conocimiento es igual a la libertad para mi. Mientras más conocimiento posea, más libre seré también, en cierta forma. Una persona ignorante realmente es un esclavo- respondí, recordando por qué había estudiado Leyes Mágicas hacía unos años atrás.

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Ciertamente no era la respuesta que esperaba, pero casi nunca se quedaba con la primera impresión, a menos que fuera demasiado mala. La chica tenía algo, podía verse, pero sin embargo la notaba ¿escurridiza? Habría tiempo para catalogarla.

 

Se sonrió, como si le hiciera gracia lo que había dicho la joven bruja, pero en realidad fue que estaba pensando en ella como si fuera una especie de libro que necesitaba ser estudiado y verificado para conocer su procedencia y de qué se trataba y de esa manera colocarlo en el anaquel correcto.

 

 

- Es un encantamiento simple, si lo conoces – le contestó, haciendo como si el último comentario de Castalia no hubiera sido nunca pronunciado. – Ya te enseñaré si lo deseas, pero no creo que hayas venido hasta aquí para aprender hechizos rutinarios ¿verdad?

 

 

Sus ojos volvieron a cambiar, de azules a esmeraldas. La oruga mutó de color otra vez.

 

 

- Dime ¿Qué ha cambiado? – sonrió amablemente. Se notaba que su alumna comenzaba a ponerse cómoda con el transcurso del tiempo – Y no estoy hablando de mi color de ojos, por supuesto, es demasiado evidente.

 

 

¿Era una muchacha observadora? Ahí iba de nuevo, catalogándola. Si observadora, si escurridiza… ¿Qué pasaba que le costaba tanto empezar con las clases en este lugar? La falta de magia antigua, quizás. Se contestó.

 

 

Se puso de pie sin esperar a que respondiera.

 

- Tengo algo importante qué hacer. – le dijo abruptamente - ¿Quieres acompañarme? Me han dicho que en su Hospital Mágico hay varios pacientes “incurables” con magia. – Hizo hincapié en la palabra, porque a su entender todo tenía solución, incluso la muerte, ya Baélyr lo había dejado claro más de una vez. – Uno en particular ha sido afectado con un maleficio oscuro, creo que aquí le llaman Fuego Maldito. Sus heridas vuelven a surgir cada vez que creen haberlo curado, está viviendo un infierno.

 

Se dirigió hacia la puerta.

 

- Quizás aunque no sepas nada de Primeros Auxilios, según tu currículum, puedas ayudarlo de alguna manera ¿no?

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Me di cuenta la forma en la que me miraba y volví a sentir que las manos me sudaban. Intenté relajarme, contando hasta diez en mi fuero interno mientras seguía la dirección de su vista. Estaba estudiándome, podía sentirlo, aunque quería demostrarme que no yo era lo suficientemente perceptiva como para darme cuenta alguien quería descifrarme. Era algo que me había guardado muy adentro, intentando no tener los sentimientos a flor de piel, algo que había optado por imponer en mi persona cuando había decidido hacerme seguidora de la Marca Tenebrosa. No podía dejar que mis pensamientos ni mis sentimientos me dominaran, aunque parte de eso venía desde antes, desde que había cometido cierta imprudencia en Nepal.

 

-Los hechizos rutinarios no son algo que me parezca tonto o una pérdida de tiempo- comenté, porque ella me había respondido sobre los cuadros. Pero de inmediato me pregunté si decir "pérdida de tiempo" era la frase correcta, quizás tendría que haberle dicho que los hechizos rutinarios eran parte de la magia elemental y que era necesario conocerlos para poder aprender luego cosas más complejas. Aunque seguramente mi larga explicación se perdería en alguna parte de nuestra conversación. Ya ni valía la pena corregirme.

 

Estaba completamente concentrada mirándola, mientras aquellas cosas daban vueltas en mi cabeza, que apenas noté el cambio de sus ojos. En cambio, el de la oruga fue más evidente y me quedé observándola antes de responder.

 

-La oruga ahora es verde- dije sin pensarlo.

 

De nuevo sentía que mis palabras eran vacías. No, ella no hablaba de eso, no hablaba de la oruga o de sus ojos, a los que ahora estaba dirigiéndome de nuevo. Ella hablaba de otro tipo de cambios... ¿Pero de qué cambios? De los menos evidentes, eso era seguro.

 

Por poco di un salto atrás cuando Amara se puso de pie. La silla en la que estaba sentada no había hecho ruido, así que me había tomado por sorpresa. Asentí. Claro que quería acompañarla, la seguiría a donde fuera con al de aprender de ella. Yo no sabía nada de Primero Auxilios, era evidente que ella también lo sabía por su comentario, así que como no tenía idea para qué me quería, simplemente esperé que no me pidiera que sostuviera al afligido mientras ella utilizaba magia en él. Al mismo tiempo surgía una duda dentro de mí: ¿qué podría hacer la metamorfomagia por el enfermo? Seguramente era algo que iba a averiguar.

 

-Siempre se puede ayudar a alguien aunque no se tenga idea de cómo. Basta con estar predispuesto a hacerlo- respondí.

 

En parte me recordaba a la enferma que me había atendido tan atentamente cuando había estado en el nosocomio muggle. Era el único ser vivo que se acercaba a mi sin temer y yo le había pagado con la muerte. Claro que me seguía repitiendo a mi misma que había sido accidental, pues no había sido mi intención hacerle mal alguno, no a ella al menos.

 

Seguí a Amara hacia la puerta, preguntándome en que iríamos hasta San Mungo.

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  • 2 semanas más tarde...

Necesitaba conocer a fondo la esencia de la Macnair para ponerse en marcha y comenzar con sus enseñanzas y la última respuesta que le dio, le llamó un poco la atención. ¿En realidad no sabía de qué estaba hablando? A su parecer sí podría tener al menos una vaga idea, y más al vivir en Londres, donde cada dos por tres mansiones y negocios eran asediados por grupos de vándalos, según la información que había recibido a su llegada a la universidad.

—Entonces vamos, no hay tiempo que perder. —le tendió una mano, esperando a que la tomará.

Usarían el Haz de la Noche, era el método más rápido de trasladarse, además de la aparición. Tras abrir el portal, invitó a Cissy a que lo atravesará a su lado, al aparecer en una de las plantas del Hospital Mágico, sonrió amablemente a una de las sanadoras, y esta le señaló una puerta en el fondo, en donde se encontraba la mujer embarazada que poseía las heridas del fuego maldito.

— ¿Cómo crees que la metamorfomagia podría ayudarla? O mejor dime, ¿qué harías para ayudarla? —su mirada se fijó en la puerta que las separaba de la enferma, mientras en su mente comenzaban a correr imágenes de las posibles soluciones—. No quiero dañar al bebé.

Sus palabras eran totalmente lógicas, porque no iba a dañar a uno por salvar al otro, no esa no era su naturaleza.

Abrió la puerta, y sus ojos ahora esmeraldas se fijaron en los marrones de la embarazada, mientras una mueca maternal aparecía en sus labios, se acercaba hasta ella para tenderle una mano y tranquilizarla.

—La señorita Macnair, viene porque cree que tiene la solución para curarla —su voz inesperadamente se había transformado en tierna y estaba llena de preocupación—, ¿confía en nosotros? —era meramente retórica la pregunta, porque era obvio que lo hacía.
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Atravesé el portal junto a Amara y nos encontramos directamente en una de las plantas de San Mungo. Miré detrás de mi mientras el portal se cerraba y estiré la mano para tocar el lugar en el que había estado, totalmente maravillada con él. No tenía idea de dónde había salido esa magia o siquiera si era posible, porque en realidad todo parecía sacado de algún extraño cuento de Beedle. Mis ojos se volvieron hacia Amara, que no se detenía a ver lo que yo hacía o dejaba de hacer. Por un momento me preocupé, porque no quería perderme en San Mungo, pues a pesar de conocerlo me sentía aprisionada entre sus paredes.

 

Me di cuenta que la bruja se había detenido en medio del corredor y me señalaba una puerta al final del mismo; de no haberlo hecho probablemente hubiera chocado con ella. ¿De qué forma podría ayudarla? Recordé parte de lo que me había dicho en su estudio: ¿Qué ha cambiado? Creía saber que la respuesta iba por ese lado. Yo no conocía nada sobre la metamorfomagia más de lo que había leído en libros de texto y eso era nada comparado con alguien que hacía años y años que la empleaba de diferentes formas. Era evidente que la respuesta no sólo no era sencilla, sino que probablemente una respuesta inadecuada no haría más que terminar empeorando la situación de la mujer que se encontraba esperando nuestra ayuda. <<Mi ayuda>> me recordé, porque Amara había dicho que yo la ayudaría.

 

-¿Es posible... cambiar de alguna forma la magia que está afectado su recuperación?- aventuré.

 

Si lo que la había quemado era un Fuego Maldito que mutaba volviendo a extenderse por el cuerpo de la mujer, quizás era posible cambiar en parte las propiedades del hechizo que estaban haciendo tal atrocidad. ¿Acaso podría servir la metamorfomagia de aquella manera? Sólo sabía que podías cambiar una parte de tu cuerpo o todas las que quisieras para adaptarlas y parecer alguien más, incluso animales. Pero antes, en el estudio, le había visto hacer algo maravilloso a la Arcana: la había visto mutar sus ojos y, con ello, el color de la oruga.

 

-¿Si yo realizara una modificación en la magia que afecta a la mujer, podría quitarle las heridas o al menos lograr que no se reprodujeran?- pregunté.

 

Pero Amara comenzó a caminar hacia la puerta y la atravesó, clavando sus ojos en los de la desesperada mujer. De repente me paralicé. ¿Cómo es que yo la iba a ayudar? Apenas sabía algo de hechizos curativos, sin contar con que jamás había cursado primeros auxilios. ¿Cómo esperaba Amara que yo utilizara magia para curar algo que ni los más expertos medimagos podían curar? Le dirigí una mirada alarmada pero al momento la suavicé, porque la mujer embarazada me estaba mirando casi suplicante.

 

-Muy bien- susurré, sacando mi varita.

 

Ya no sabía si aquel pedazo de madera iba a serme útil en aquella ocasión. La Arcana me había dicho que las heridas volvían a formarse, como si el fuego volviera a quemar. Eso quería decir que alguien había alterado el Fuego Maldito para "perpetuarlo" en el cuerpo de la mujer o de cualquier víctima. Si los hechizos convencionales no funcionaban en ella, quizás algunos más antiguos lo hicieran. Había cursado transformaciones hacía poco, por lo que sabía trasmutar ciertas cosas, pero me era impensable trasmutar un hechizo.

 

Agité levemente la varita pensando en la forma del fuego maldito, en su calor, en las heridas que normalmente provocaba, en el tiempo que tardaba en formarse el hechizo y en la magia que consumía. Pensé en la magia de sanación de conocía, en la forma en la que Amara había cambiado su color de ojos para cambiar el de la oruga. Allí había una relación, algo que tenía que ver con la alteración de las cosas alrededor. Entonces, como si la idea hubiera estado allí y sólo necesitara que alguien la "pensara", apunté a uno de mis brazos y comencé a susurrar un complicado contramaleficio que curaría varias heridas conocidas por maldiciones. Mi idea era poder transmitir esa magia desde mi piel sana hasta la de la mujer afectada, de forma que, de alguna forma, ella tomara la cura a través de mí, tal como la oruga se había vuelto verde esmeralda.

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