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Metamorfomagia


Amara Majlis
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Sus ojos se volvieron del color de la miel en cuanto observó el momento en el que se paralizó su pupila, quizás era ¿preocupación? Si es que era eso, comenzaba a convencerse de que existía una posibilidad de que obtuviera una fracción de sus conocimientos, aunque a decir verdad Amara era únicamente una guía, sí una guía, de todo lo que Cissy había visto y leído sobre la metamorfomagia.

—Sí, todo es posible… si eres lo suficientemente inteligente y consideras que eres capaz de lograrlo, todo está en tu mente y confianza. —respondió con amabilidad, antes de continuar con su camino por el pasillo.

Permaneció a la espera de que pasarán a la acción, la cual no tardó en acudir, porque el momento en que se le ocurrió algo a la Macnair, se había puesto a trabajar con su varita mágica y su mente, susurrando algunos maleficios. Eso estaba bien, pero no era lo que debía hacer, al menos no si deseaba aprender a dominar la metamorfomagia, así que negó lentamente y detuvo con un movimiento de su mano a la bruja, era necesario aclarar algunas cuantas cosas.

Acercándose un poco más a la embazada, le tomó una mano y sonrió con amabilidad, antes de susurrar unos cuantos hechizos que apaciguarían su dolor y mantendrían durante algunos minutos las heridas sin ningún avance de mejora o de aumento en el daño. Tras alejarse de la enferma, observó nuevamente a la bruja y sus ojos se transformaron en esmeralda en cuestión de segundos, mientras intentaba encontrar las palabras para expresar sus ideas sin resultar agresiva y más, porque el maleficio que había comenzado a poner en marcha la Macnair, estaba funcionando, pero no era lo que pretendía en esa clase, era el motivo por el cual la había detenido.

—Cissy, la metamofromagia no requiere del uso de hechizos o de pociones, es el arte de cambiar la apariencia mediante magia y nuestra mente —levantó su mano y fijó en ella su mirada, mientras permitía que se llenará de algunas arrugas y la piel envejeciera—. Como ves, es simplemente mental, ahora dime… ¿qué es lo que pretendes hacer para ayudar a la mujer? Recuerda que no puedes usar la varita mágica.

Su cuestionamiento era algo más que correcto para lo que se encontraban viviendo en ese momento, al mismo tiempo que pretendía que fuese una motivación para que ella intentará primero cambiar alguna parte de su propio ser, antes de intentarlo con el de la señora. Asimismo, comprendía que sería complicado alcanzar su objetivo, de demostrar que era mejor primero conocer lo que se tenía que hacer, antes de matar por accidente a una persona que merecía vivir y ver crecer al niño que llevaba en el vientre.

Por otra parte, era parte del inicio que tendría como prueba para saber si era digna de hacerse como poseedora del anillo que la vincularía a la metamorfomagia, y pronto, muy pronto le preguntaría si se creía capaz de realizar la prueba, mientras tanto necesitaba respuestas.
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Amara me detuvo y me la quedé mirando por un momento. Sus ojos eran color miel ahora, diferentes al esmeralda que era reflejo de los míos. Parecía que no le costaba esfuerzo alguno hacer eso. Bajé las manos y, con ellos, la varita, para observarla mientras calmaba a la mujer que yacía en la cama de San Mungo. Vale, no era eso lo que tenía que hacer, ¿entonces qué? No era tan sencillo como parecía y ella no me daba las respuestas, sólo me mostraba el libro correcto. ¿Acaso me había parecido que iba a ser sencillo? ¿Leer la respuesta y listo? No, estaba equivocada.

 

Guardé a Shember y me quedé mirando las heridas de la mujer, antes de volver mi mirada hacia Amara.

 

-Había pensado en alterar mi propio cuerpo para intentar traspasar la magia de mi a ella, pero no sé cómo funciona. Te vi hacerlo con la oruga y sin siquiera tener que estar en contacto con ella- respondí con honestidad, porque me sentía frustrada por todo el tema del aprendizaje.

 

Quizás había sido tonto de mi parte el creer, por un momento, que Amara iba a mostrarme todas las respuestas. Era más que obvio que esas no eran sus intenciones, ella quería que yo misma las encontrara. Que buscara, hurgara y desmenuzara el conocimiento que poseía sobre la metamorfomagia hasta alcanzar el poder que ella había estado perfeccionando por años.

 

Si las maldiciones y la medicina conocida por los medimagos de San Mungo no podían con las heridas de la mujer embarazada, ¿qué me hacía pensar que yo si? Sin varita me sentía desahuciada, pero debía intentarlo a costa de todo.

 

Cerré los ojos y visualicé mi cuerpo tal como lo conocía, tal como lo había visto una y mil veces en el espejo. Alguna vez había recibido daños por hechizos, pero ninguno tan fatal como ese Fuego Maldito, así que no podía saber lo que se sentía. Pero sí lo había invocado, una vez al menos. El aire caliente alrededor, el ardor en las fosas nasales, la densidad del ambiente, de las cosas que tocaba, la forma en la que dejaba la tierra chamuscada. Podía recordar eso, también el final fatal que causaba en sus víctimas.

 

Sentí un leve cosquilleo en los dedos, como si pequeñas hormigas estuvieran caminando por mi piel. Me imaginé mis dedos largos, como de pianista. Las uñas prolijamente cortadas y pintadas, las líneas de mis huellas digitales, las arrugas y pliegues que poseía en las falangas, en la palma, incluso los lunares y marcas que tenía en ellas. Pensé en mis brazos, largos y atléticos, de piel delgada y suave. Luego pasé a visualizar mis hombros, la forma en la que el hueso de la clavícula se marcaba debajo de mi cuello largo y cómo el cabello negro caía alrededor. Pensé en la forma de mis pechos, el estómago plano con un ombligo alargado. Mi cintura que se hacía más fina y luego se ensanchaba en las caderas, donde el hueso ilíaco también se marcaba. Cada parte de mi cuerpo acudió a mi mente y la visualicé como si estuviera frente a mi.

 

El cosquilleo se extendió desde mis manos y subió por mis brazos y cabeza hasta situarse en la coronilla. Picaba, como si ahora las hormigas estuvieran allí. Apreté los ojos, podía sentir un pequeño calor y luego un picor y, de improviso, abrí los ojos. Las puntas de mi cabello oscuro habían clareado y ahora estaban un poco naranjas, pues era el color que había visualizado: el color del fuego.

 

-No creo que esto sea de mucha ayuda- dije, frustrada, mirando a Amara mientras tomaba mechones de mi pelo entro los dedos.

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Meditando un poco la situación, supo que quizás el expediente de la Macnair fuese poco claro y le decía poco de ella como persona, pero lo que había visto a lo largo de las últimas horas que habían pasado juntas, le demostraban que sentía empatía por el sufrimiento de los demás, y el reflejó que obtenía de sus ojos, al menos le demostraba que realmente deseaba aprender, por lo que le ayudaría un poco.

—La respuesta precisamente es a la que llegaste, pero no es necesario que utilices la varita —comenzó su explicación con una sonrisa amable—. Lo que necesitas es buscar la magia que hay en el interior de la persona o los animales, y conectarla con la tuya, sé que suena complicado, pero no lo es, es cuestión de confianza y habilidad mental y sé que posees ambas cualidades, así que intenta hacerlo, primero si quieres con esta mariposa.

Con un movimiento de su mano, hizo aparecer una mariposa azul, que volaba alegremente sobre el cuerpo de la enferma. Intentando darle ánimos, se acercó un poco más a ella y señaló la mariposa y esperó unos segundos, cuando ella cerró los ojos e intentó concentrarse primero en intentar algún cambio en ella misma y después influir en la mariposa, estaba orgullosa de ello, porque era mejor probar en uno mismo, antes de dañar a un ser inocente, por lo que esperó un poco más y ensanchó la sonrisa de sus labios dando pequeñas palmadas.

El cambio que había logrado la pelinegra en su cabello era un gran paso, pero lo estaba subestimado, por lo que simplemente negó lentamente y se acercó a ella, antes señalando su mente, después su pecho y al final sus manos. Le indicó que le tomará de las manos, para intentar demostrarle como era que tenía que conectarse con su magia interior, antes siquiera de hacer esfuerzos en vano, que únicamente le causarían cansancio mental.

—Dame las manos, e intenta cambiar nuevamente el tono de tu cabello. —ordenó, esperando que lo hiciera.

Tras tomarse de las manos, al sentir el pequeño cosquilleo correr por todo el cuerpo de su pupila, sonrió ligeramente y aumentó el mismo, guiándolo lentamente por todo su cuerpo, hasta que lograron concentrarlo en el cabello, que comenzó a mutar a color naranja. Le soltó las manos, y se alejó un poco de ella, no se veía nada mal con ese tono de cabellera, pero debía reconocer que el logro había sido que reconociera el poder interior que tenía.

—El cosquilleo que sientes, es el poder que tienes y como lo sentiste, hay que guiarlo hasta el lugar donde quieres el cambio, concentrarte en la sensación del cambio y disfrutar del mismo, no verlo como un reto, ni como un logro, sino como algo natural, intenta cambiar el color de un ala de la mariposa. Recuerda primero, identificar la magia dentro de ella, y después, comenzar a trabajar con eso… aunque, quizás quieras regresar primero el color a tu cabello. —intentó bromear un poco con ella, y darle la seguridad, de que ella podría.
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La Arcana no parecía tan desilusionada de mi intento como yo y eso me animó un poco, pero sentía que lo que había hecho no era ni una minúscula parte de lo que me estaba pidiendo que hiciera luego con la enferma. Tampoco comprendía cómo podía ayudar que yo cambiara mi cuerpo y ver que el de la chica en la cama lo hacía, porque no entendía cómo esa magia fluía a mi alrededor. Ella no quería que me desanimara, así que había hecho aparecer una mariposa para que intentara primero cambiarla a ella, sin dañar a la mujer.

 

Había estado en contacto con la magia primigenia, las primeras fuentes de poder del mundo, pero aún no sabía nada de ellas y había dejado de estudiarlas por miedo a perder la cordura. Ahora, años más tarde, Amara me pedía que, en cierta forma, volviera a contectarme con esas magias primigenias que vivían en mi interior y las canalizara para conseguir un cambio positivo que no sólo me afectase a mi, sino que afectara a la mujer que estaba a punto de morir por horribles heridas de quemadura.

 

-Está bien- musité, cuando ella me dijo que tomara sus manos.

 

Eran suaves y gentiles, pero podía sentir el peso de los años en ellas. Amara aparentaba ser joven en todo su aspecto físico, pero cuando hablaba o, en aquel momento, cuando había tomado mis manos, sentía lo anciana que era. Los años y la magia que pasaba por su cuerpo habían hecho de ella una mujer fuerte pero, al mismo tiempo, un alma vieja. Se notaba que la Metamorfomagia jamás cambiaría ciertas cosas de la mujer.

 

Volví a cerrar los ojos, aunque no sabía si eso era necesario, al menos me ayudaba a concentrarme. De nuevo sentí el cosquilleo en mis dedos y el calor que emanaba de ellos y volvió a subir... No, volví a hacerlo subir hasta que se detuvo en mi coronilla nuevamente. Pero esta vez no se quedó ahí. Visualicé el cosquilleo como miles de hilos que se deslizaban por cada fibra de mi cabello y se extendían hasta abarcarlo por completo. Sentí calor de nuevo, pero esta vez como si un chorro de agua cayera desde una ducha, suave y agradable en un fría noche. El calor se extendió, se intensificó y, de improviso, se detuvo.

 

Amara me soltó las manos y abrí los ojos. Pude ver, en el reflejo de su mirada, que mi cabello tenía otra tonalidad. Todo mi cabello.

 

-Vaya...- dije, asombrada, mirando mi cabello.

 

Volví la vista hacia Amara y asentí. Ahora que podía ver que el cambio sí era algo que podía lograr, no era momento de rendirme.

 

Extendí una mano y tomé la mariposa, que aleteó delicadamente y se posó en uno de mis dedos, para luego caminar hasta el centro de la palma de mi mano. No parecía temerle a las personas por lo que imaginé que la mariposa era sensible a ciertas cosas, como sucedía con animales como los gatos y los perros; ella sentía la magia.

 

Con la mariposa en la palma de la mano izquierda, coloqué la derecha sobre ella pero sin aplastar al insecto, no quería dañarla. Cerré de nuevo los ojos y centré la imagen de ella en mi mente. Conocía esa especie de mariposa. Sus alas eran completamente azules excepto en sus bordes, donde una fina línea negra las recorría y poseía estrías del mismo color que iban desde el cuerpo hasta la punta de las alas en diferentes direcciones. La mariposa, para mi sorpresa, emanaba un calor semejante al que había sentido en la punta de mis dedos y era como una luz celeste que podía ver a través de mis párpados. Sentí la magia de la mariposa o, mejor dicho, su poder. Podía sentir cómo algo tan pequeño era tan importante para la vida en general y cómo, si no existiera, cambiaría el mundo para siempre.

 

Volví a sentir el cosquilleo, pero ésta vez en la palma de mi mano, donde la mariposa se encontraba. No sabía si el cosquilleo provenía de ella o de mi, pero no se extendió por mi cuerpo como la vez anterior, sino que se centró debajo de la mariposa y, en mi fuero interno, sentí que la calidez que me había invadido, ahora la cubría como un suave manto a ella. El calor se intensificó como un chorro de agua tibia y luego cesó.

 

Abrí los ojos de nuevo y, con ello, las manos. En la palma de mi mano, limpiándose como si nada hubiera sucedido, la mariposa presentaba un ala de color naranja como mi cabello (que no había cambiado aún) y la otra totalmente azul con sus estrías negras.

 

-Sorprendente- dije, porque no me imaginaba que iba a poder conseguir hacer eso tan fácilmente.

 

Había hecho lo que ella sentía. Visualizar el cambio en mi mente, pasarlo a mi pecho y hacerlo fluir a través de mi cuerpo hasta centrarlo en donde quería. Mi propio poder y el de las cosas que deseaban cambiar estaban en sintonía. Así sucedía el cambio, al menos como lo había comprendido yo.

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Ansioso, como cosa rara. Ese era el sentimiento que predominaba en el interior de Zack. Casi no podía creer que tenía la experiencia mágica suficiente como para cursar una habilidad en la Universidad. Diría que una vez que se apuntó, estaba dudoso de cuál elegir, pero estaría mintiendo. Desde hacía mucho tiempo le indicaron que podría llegar a ser un buen metamorfomago, uno de los mejores si se lo proponía. Aquella palabra quedó marcada en su memoria para siempre, y desde que llegaron los Arcanos a Ottery estuvo pendiente de alcanzar su objetivo.


No es que tuviese mucha experiencia con la metamorfomagia, solo le causaba gran interés desde la primera vez que la presenció. Pero si de algo estaba seguro, es que una vez profundizara en el tema, no había marcha atrás, se convertiría en uno de los mejores, y con suerte superaría a su maestra.


—Amara Majlis—Pensó tratando de rebuscar en su mente el nombre, nunca antes lo había escuchado. Se encogió de hombros dejando caer sobre la cama el papel que indicaba su aceptación en los adiestramientos de la habilidad. Se levantó encaminándose a la ducha, desnudándose en el camino. No tuvo muchas prendas que quitar aparte del short y bóxer que lo cubrían. Una vez dentro, su piel desnuda entró en contacto con el agua tibia, relajando sus músculos, y dejándose llevar por la placentera sensación con los ojos cerrados.


La pastilla de jabón acabó por recorrerle el cuerpo entero, dejándolo más blanco aún de lo que en realidad era. El aroma de la avena lo abrazó de forma intensa hasta apaciguarse una vez que el agua lo limpió todo. Cerró la ducha pasando una mano por su cabello, cortando así el conducto del líquido por todo su rostro. Tomó la toalla y tras secarse rápidamente volvió a quedar desnudo frente a su armario.


Tomó unos boxers para cubrir su sexo y a continuación la parte baja de una camisa azul marino de mangas largas quedó bajo el pantalón oscuro que sostuvo en su cintura con una correa del mismo color, cuya hebilla plateada destellaba. Al finalizar, unos calcetines cubrieron sus pies y más adelante lo hicieron sus zapatos oscuros perfectamente pulidos gracias al cuidado que sus elfos le daban.


Resonó la suela de su calzado italiano por todo el piso hasta llegar a su mesa de noche, donde lo esperaba la varita de ébano. La tomó haciéndola desaparecer en el bolsillo mágico de su pantalón, y luego abandonó la habitación girando sobre sí mismo.


Cuando sus pies tocaron tierra firme de nuevo, ya se encontraba frente a una puerta que lucía antigua pero a la vez en perfectas condiciones. Ni siquiera sabía dónde se encontraba, solo siguió las indicaciones de la nota que le pedían acudir al despacho de Amara. Sin mirar atrás y sin ganas de vacilar, tocó antes de girar el picaporte y atravesar el umbral. Ahí dentro podía encontrarse con una fémina implacable al momento del aprendizaje, o con alguien lo suficientemente agradable como para hacer ameno el encuentro.


Solo esperaba que sus datos de profesor de libros de hechizos no fueran de manipulación para aquella Arcana, pues ellos no se llevaban muy bien con los Uzza, guerreros que habían adiestrado al Ángel Caído tan solo días atrás.

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La visita a San Mungo, estaba durando más de lo que se había planteado en un inicio, pero al menos, podría conocer un poco más de la Macnair con los progresos que esta estaba realizando. ¿Sería apta para conseguir cambios más grandes? era algo que iba a averiguar dentro de poco tiempo, y más aún, iba a seguir poniendo a prueba sus aptitudes y actitudes que en cuestión de segundos podían demostrar que sus primeras sospechas sobre si era apta para aprender o no eran ciertas. Por lo que esbozando una sonrisa amable, se giró hacía ella.

 

—Lograste entender la parte fundamental de la metamorfomagia, ¿crees poder ayudar a la mujer? —la curiosidad no pudo ocultarse en sus palabras.

 

Era parte de lo fundamental, aceptar si estabas lista para algo o no, y tener confianza en el poder interno de cada mago o bruja, eso era algo que había aprendido a lo largo de los años, saber si podría o no hacer lo que se proponía todo estaba en su mente. Por lo que sin siquiera dudarlo, la miró fijamente, hasta que con un suave movimiento de su mano, hizo aparecer su varita mágica y logró que la mujer despertará del sueño al que la había inducido.

 

En el instante en que abrió los ojos, comenzó a llorar y gritar por la sensación de quemazón sobre su piel, así como por las pequeñas contracciones que iniciaban el trabajo de parto. Sabía que la situación en la que estaban, no era la mejor, pero era momento de ayudar o aceptar que no podrías con el peso de esa responsabilidad; era lo único que sabía Amara. Esperando la respuesta de Cissy, negó lentamente. podía sentir que alguien había llegado a su vivienda.

 

—Tengo que irme... sé que podrás esperarme unos minutos. —anunció a la bruja antes de desaparecer.

 

Apareciendo en el umbral de su vivienda, esbozó una sonrisa amable y visualizó al mago que tenía delante de ella, tenía porte arrogante y un poco desconfiado, no le sorprendió, porque por el expediente que le proporcionaron del Ivashkov, sabía que había sido elegido para ser entrenado por los Guerreros Uzza para enseñar la magia más básica de ese pueblo, por lo que era normal que dudará de estar allí.

 

—Bienvenido, ¿quién eres? y lo más importante... ¿qué deseas de mi? —preguntó con voz amable.

 

Espero unos segundos la respuesta del mago y antes siquiera de tenerla, lo tomó del brazo, recordando como tenía que volver a San Mungo, porque había dejado a la Macnair sola en el hospital, con la mujer a punto de dar a luz y las quemaduras incrementándose por todo su cuerpo.

 

— ¿Sabes atender un parto? —al momento de aparecerse en la habitación, fue lo que preguntó— Porque la mujer necesita ayuda y Cissy esta aquí para ayudarla... y tu ¿por qué estás aquí?—regresó su atención al mago.

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Volví a cerrar la mano en torno a la mariposa y no hizo falta que cerrara mis ojos con fuerza como las tres veces anteriores. Ahora sabía cómo debía canalizar la energía de las cosas que quería cambiar y eso no tenía nada que ver con un ritual que requiriera que no lo viera. Además, me sentía más segura si podía visualizar el cambio por mi misma. Sentí la magia fluir y concentrarse primero en la mariposa, para luego pasar a mi cabeza y a mi cabello, de modo que al abrir la mano, la mariposa volvía a ser azul y mi cabello era inmaculadamente negro azabache.

 

-Creo que intentarlo no le hará más daño del que ya está sufriendo- dije con total seguridad, mientras tomaba mi varita de las manos de Amara y veía a la mujer despertar de su sueño inducido.

 

No podía negar que a pesar de que nadie más allá de mi misma o mi familia me importase, aquella mujer me conmovía tanto como lo había hecho Arya cuando había tenido que asistir su caótico parto en aquel bar. Los gritos desesperados de la mujer eran en parte igual por el trabajo de parto que por sus heridas, así que tendría que actuar rápido. Pero nunca me hubiera imaginado que Amara iba a dejarme sola en aquel momento, pues, pidiendo disculpas, dijo que debía ausentarse unos minutos pero que luego regresaría. Me di cuenta, por la mirada desesperada de la mujer, que ella pensaba que yo no iba a lograrlo y mis fuerzas flaquearon un momento.

 

<<No, tú puedes>> me dije a mí misma, esperando que así algo de coraje volviera a mi ser.

 

Amara me abandonó y yo guardé la varita, no me era útil en aquel momento. Sabía que faltaba poco para que naciera el bebé, así que debía actuar cuanto antes. Coloqué una mano sobre el pecho de la mujer y otra sobre su panza, donde podía sentir cada pocos minutos que las contracciones se intensificaban. Ella no aguantaría el parto con esas heridas, así que era el momento indicado para actuar. Hice exactamente lo mismo que con la mariposa: centré la energía en mis manos, en las zonas que estaban tocando. Tenía que desear y promover el cambio, sanar las quemaduras.

 

Escuché un sonido a mis espaldas que me hizo perder la concentración y me encontré con que Amara había llevado a alguien más a San Mungo, seguramente otro estudiante. Grande fue mi sorpresa al ver a Zack ahí, pero no dije nada. Debía volver a mi labor. Mi energía volvió a fluir y la centré en la de la mujer, que ahora estaba debajo de manos, en sintonía. Debía lograr que su magia y la mía fueran una sola, de ese modo provocaría un cambio, como con la mariposa. Desearlo no bastaba, no era suficiente.

 

Poco a poco visualicé el cuerpo de la mujer sin marcas, sin quemaduras, sin heridas. Centímetro a centímetro me concentré en que ella estaba sana, su piel regenerada y aunque el cambio era lento y, al parecer, doloroso para ella, era lo mejor que podía hacerlo. Cambiar de color el ala de una mariposa no se comparaba con cambiar heridas de magia negra en alguien más.

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El recibimiento no fue el que Zack hubiera deseado o esperado. La puerta se abrió a escasos segundos del contacto con sus nudillos, dejando ver la figura de una mujer que emanaba sabiduría por sus poros, hasta se podía percibir en el ambiente la esencia de conocimiento y experiencia, sin dudas debía ser alguien sumamente preparada para estar en ese lugar. Pero fue la primera interrogante que lo dejó pensativo. En cierta forma se sintió incómodo, antes de concluir que debía ser parte del protocolo personal de la anciana.

 

-Vengo por los adiestramientos en Metamorfomagia- anunció sin más procurando que eso fuera suficiente para dar a entender el motivo de su presencia. Pensó desde el inicio que lo estarían esperando, por lo que no entendió la necesidad de explicar el motivo de su presencia. Aclaró su garganta al ver que la bruja no apartó la mirada de él, y volvió a hablar. -Soy Zack Ivashkov, por cierto- en cuanto calló, su nueva maestra lo tomó del brazo para desvanecerse juntos.

 

Se materializaron en lo que parecía ser una habitación de San Mungo, cuya única camilla se encontraba ocupada por una fémina herida y con severasd quemaduras, además de un enorme bulto en el abdomen que indicaba su embarazo. Junto a ella estaba otra mujer, a quien pudo reconocer una vez se volteó para mirarles. Cissy parecía tener la difícil tarea de atender a la paciente. Lo que Zack no entendía es cómo podría hacer tal cosa y por qué estando en un lugar repleto de sanadores que se harían cargo sin vacilar.

 

-Yo no...- miró a todos lados un poco nervioso -No puedo atender este tipo de situaciones- ya el olor se estaba intensificando en sus fosas nasales. La sangre invadía la estancia con su embriagante aroma despertando los sentidos del inmortal, que llevaba días sin alimentarse bien. Retrocedió mientras notaba que su jefa en el Concilio de Mercaderes lograba controlar los daños físicos de la mujer a punto de dar a luz. Frunció el ceño preguntándose cómo pudo hacer tal cosa mediante la Metamorfomagia, desde siempre creyó que sólo era aplicable a uno mismo.

 

-Éstas cosas me descontrolan- agregó sin más quedándose en la pared del fondo. A pesar de que ya no hubiera heridas en la mujer sobre la camilla, todavía faltaba que trajera al mundo ese niño que llevaba dentro. En ese proceso se derramaba suficiente sangre como para que un vampiro se dejara llevar por sus instintos. Si bien Zack había aprendido a controlar esas situaciones cuando estuvo trabajando en el mismo hospital, siempre procuró deshacerse de la sangre lo más pronto posible, o al menos controlar las heridas de inmediato. Ahí no se podía hacer tal cosa, no era todo tan rápido.

 

-Ya le he dicho para qué vine. Lo que deseo es que me enseñe a controlar la Metamorfomagia- esa vez trató de no elevar el tono de voz. Ya le había hecho una pregunta similar, no entendía por qué soltaba ese tipo de interrogantes teniendo ella conocimiento de sus intensiones. De momento el Mortífago se quedaría ahí en su lugar, ignorando en lo posible el líquido ámbar distribuido por casi todos lados.

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- No puede ser...

 

Apenas abrí la puerta de aquella habitación y vi la figura de Zack, y más al fondo de Cissy, suponía que la otra bruja era quien me ayudaría a aprender la metamorfomagia que, de familia, tenía la facilidad para ese tipo de magia. No era que me desagradaran los presentes, pero el último encuentro que había tenido con ambos había resultado... de lo más interesante.

 

Cerré la puerta detrás de mi sin saber exactamente que hacer o qué decir, me encontraba ante una situación poco común. Caminé hasta una silla que se encontraba vacía, lejos de ellos, y tomé asiento mientras los veía de manera analítica. Sí, era mejor ser un observador, después modificaría mi comportamiento conforme a las indicaciones que me mandaran.

 

Ese día, más temprano, había recibido la lechuza de parte de la universidad mágica para que me presentara con Amara Majlis, la arcana que me compartiría su sabiduría, a quien tendría que convencer que podía controlar ese antiguo poder y proseguir con mi crecimiento espiritual. Intenté arreglarme para la ocasión, con un atuendo formal, elegante, pero nada exagerado, al final de cuentas seguía siendo una clase, ella una profesora y yo un alumno, a pesar de los títulos.

 

El recinto me parecía muy diferente, no solo por lo que alcanzaba a ver, sino por lo que sentía a cada paso que daba. Sí, era demasiado sensible, pero era algo bueno en algunas circunstancias. Anteriormente no había tenido el gusto de toparme con ningún mago arcano, otra de las razones por las que me tomaba el tiempo de llegar, tendría que quitar de mi mente cualquier prejuicio que se formaba, eso impediría un avance favorable, correcto. No, ya no estaba para esos pensamientos.

 

- Disculpen, - me atrevía a hablar por fin - ¿esto es parte de la magia? Para poder imitar los movimientos o, no sé, ¿tomar nota? Desconozco el procedimiento... ¡Ishaya Tonks! ¡Soy Ishaya Tonks y me aceptaron para el curso... clase... para el aprendizaje!

 

Claro, primero habla y después preséntate. Comenzamos bien.

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Zack no parecía tan feliz de estar allí. De hecho, su reacción fue de repugnancia hacia la mujer que yo intentaba sanar y por un momento mis fuerzas flaquearon, totalmente desconcentrada por su forma de actuar. ¿Qué era lo que le pasaba? Sabía que a él no le importaban mucho otras personas, pero si quería aprender iba a tener que seguirle la corriente a Amara, pues ella sabía lo que hacía. En cambio, el Ángel Caído se retiró hacia el fondo de la habitación, recostándose contra la pared como si aquello le doliese y, entonces, comprendí algo que antes no había notado: había sangre en la habitación.

 

-Siempre has podido controlarte- susurré, aunque no sabía si él iba a escucharme o si Amara iba a decir algo al respecto. Me daba cuenta que lo que le molestaba a mi viejo compañero de bando era el olor a sangre y carne que emanaba de aquella mujer. Desde luego, como licántropo que yo era, podía sentirlo a la perfección, pero no me afectaba como lo hacía con él, que era un vampiro.

 

Las heridas de la mujer estaban casi completamente curadas y, al menos, no volvían a expandirse por su cuerpo. Aún fluía energía de mí y se mezclaba con la de ella, cambiándola poco a poco. Pero un grito desgarrador me indicó que había tenido una de sus peores contracciones. Fue cuando algunas enfermeras de San Mungo se adelantaron, dejándome espacio para que continuara con mis actividades pero posicionándose para recibir al berreante chiquillo que ahora comenzaba a abrirse paso a través de la mujer.

 

-Vale, señorita, un poco más- dije, notando que la magia oscura hacía fuerza para volver a cubrir su carne de quemaduras.

 

No, no iba a dejar que eso pasara. Pero estaba agotándome lentamente.

 

Fue por eso, quizás, que no noté que alguien más había entrado en la habitación y nos observaba casi con morbosidad. Rompió el silencio, dirigiéndose a Amara y me pregunté si había notado lo delicado de la situación. Claro que mi atención sobre él duró poco, porque la criatura estaba saliendo de su madre y, la misma, parecía que iba a desmayarse.

 

-Resista, por favor. Ya casi terminamos. Está haciendo un excelente trabajo- intenté sonreírle, pero yo también estaba cansada.

 

Entonces, el bebé nació y emitió un gran llanto, justo cuando el cuerpo de la mujer se relajaba de nuevo sobre la cama y la última de sus heridas desaparecía por completo. Me temblaron las piernas y las manos y tuve que tomarme del borde de la cama para no caer al suelo. La magia era agotadora.

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