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Metamorfomagia


Amara Majlis
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La única manera de quitarme esa lengua doble era tranquilizarme, así que me quedé quietecita y calladita, escuchando a Juve y sus respuestas a las preguntas de la Arcana. Me mordí la lengua (metafóricamente, que duele y yo la tenía dividida en dos) y resistí hasta que hizo la pregunta que me afectaba personalmente.

 

-- ¿Dehhhh.... fodma... permanente? ¡Essssssssss ...pero que noooo! -- siseé, como una serpiente todavía. ¡No podía quedarme con la lengua bífida para siempre! Aspiré aire y sonó extraño, lo solté poco a poco por la nariz, para evitar seguir haciendo ruido. Esperaba que la Arcana contestara para tranquilizarme. ¡Tenía que conseguir relajarme de una vez!

 

Aunque, teniendo cerca a Heliké, eso es bastante imposible. Ella, como yo, no desperdiciaba un momento para meterse conmigo y eso es algo que yo no voy a permitir a nadie. ¿Dije calladita y quietecita? De eso nada, salté sobre mis pies y saqué mi lengua viperina contra mi sobrina, quien ya se disculpaba y peloteaba a la Arcana.

 

-- ¡Aprendí.... musssssho... de la Arcana Ssssssu.... suluk...! Sssssoy capazsssss.... de convertirme... en ca...shaaaaalote... sssssin pensssssarlo.... Pero cambiar.... la lengua me esssss....tá cosssstando un poqui....to mássssss...

 

Me crucé de brazos y estuve escuchando su presentación. Levanté la barbilla, con orgullo y murmuré, para que no se notara mucho mi seseo: "Toda tú eresssss una ofenssssssa, muxssssaxhaaaaa". Moví la cabeza en son de burla mientras ella le ofrecía su casa y volví a murmurar: "Yo no iría a ssssu casssssa a beber té, ssssseguro que acaba... envenenada".

 

Me senté de nuevo y, aún con los brazos cruzados, empecé a mover una pierna con impaciencia. No quería molestar a la Arcana pero es que Heliké conseguía sacarme de mis casillas. ¿Cómo iba así a tranquilizarme para conseguir transformarme y des-transformarme con normalidad?

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Escuchaba con atención lo expresado por Helike, aunque no entendía la disculpa ofrecida a la Arcana. Estaban ahí para aprender como modificar su aspecto fisco y rasgos de este, aquello no implicaba el suprimir el resto de las habilidades mágicas que poseían o ponerlas a raya de algún modo. Si algo aprendió de Báleyr era primero escuchar con atención y luego actuar. El ser descabezada y obcecada, no siempre le llevarla por la senda correcta y eso no tenia más que claro en esos momentos.

 

La Arcana parecía perdida en sus profundas cavilaciones, quizás tener un grupo tan diverso y condimentado con matices tan particulares era lo que menos se esperaba. Era una buena forma de cultivarse ambas partes, ellos aprendiendo de la sabiduría milenaria que tenia para ofrecer y ella enriquecerse con el puñado de actualizaciones en lo que respectaba a conocimientos poseía cada uno de sus pupilos. Ahí radicaba el misterio de todo, saber y no querer saber o tal vez, adornar las cosas de un modo provocativo y despertar el interés oscuro de cada jovencito y jovencita que permanecía en silencio.

 

Ella se mantenía con la vista fija en el mismo punto, recabando gestos y palabras que escaparan de los labios de los presentes. En su mano oculto un pequeño grimorio, aquel que le acompañaba a todas partes y le permitía moverse como pez dentro del agua. Si lograba mutar una parte muerta en otra, no dudaría en que estaba alcanzando el limite de la locuraYa no tengo motivo para mantener mi poca razón intacta.Siseaba sonando francamente despreocupada, mostrándose como un ser insensible y carente de sensación alguna en su cuerpo. ¿Estaba experimentando cambios interiormente o solo eran imaginaciones suyas?.

 

El haber matado algo en el otro mundo, parecía sin lugar a dudas causar estragos en Malfoy. La mirada inquisitiva de Amara se clavaba en las gemas lapislázulis de la Nigromante, analizaba cada pestañeo efectuado por la rubia londinense. Y esta ansiosa deseaba mostrarle el lado más oscuro, toxico y despiadado que poseía, si le ayudaba a mutarlo por algo mucho más siniestro le estaría eternamente agradecida sin lugar a dudas. Aquel gesto lóbrego alcanzaba con delicadeza parte de las mejillas de la joven, enmarcando aquel marmóreo rostro en una fotografía que permanecería intacta en la memoria de ambas féminas.

 

¿Qué tanto conocerá de nosotros?, ¿Ahondará en nuestras vidas desde que estás iniciaron o sólo buscará en las situaciones que consideremos que han marcado un antes y un después?cuestionaba con sumo interés la inquieta aprendiz. El volver a ser una pequeña niña, no le desgradaba del todo y quizás de esa forma le seria mucho más sencillo captar todo lo que necesitaba aprender de primera mano. El cambiar el color de sus ojos, oscurecer sus dorados cabellos o solo darle un toque un poco más grueso o suave a su voz. Diversas posibilidades se amontonaban en su cabeza, yendo y viniendo como ráfagas fugaces que no cesaban en su afán por captar la mirada gélida del ser oscuro que se mantenía apoyando contra la pared.

Cuando eres tan grandiosa como yo, es difícil ser humilde

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Básicamente ya eres la mitad de una maldición

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Aunque el cuerpo de Amara seguía allí, reunido con el grupo de alumnos que se había presentado en su vivienda londinense, su mente había volado muy lejos. Había tanta información en su cabeza, tantos recuerdos y vivencias... era difícil no caer en la tentación de evadirse de la realidad para soñar con lugares y momentos mejores en ciertos momentos. Casi se sobresaltó cuando las voces se acumularon a su alrededor y su mente reconectó con la realidad. Parpadeó varias veces, y tardó unos segundos en recordar con quiénes estaba y qué hacían. Tras el instante de confusión, centró su mirada en Athena, la alumna que más tiempo llevaba con ella respecto al grupo.

 

Llevas mucha razón, no tienes porqué cambiar tu forma de ser a la hora de realizar un cambio físico. Y tampoco debes notar nada especial al hacerlo. Dime, ¿sientes algo especial cuando enciendes un fuego con tu varita? ¿Y cuando realizas cualquier encantamiento? La magia no debe sentirse como tal: debe fluir. Un buen mago debe tener esto presente —le explicó—. Y más presente aún debe tenerlo un metamorfomago. Si te tintas el pelo mediante magia, ¿te sientes distinta? No. Si lo haces a través de la metamorfomagia menos aún. Esta magia debe fluiros como nos fluye la sangre en las venas —alzó ambas manos en una especie de gesto místico para captar la atención de todos. Al fin y al cabo, a todos les vendría bien saber sobre aquello—. Así que bien, respuesta correcta. Pero permíteme un consejo antes de que vuelvas a intentarlo —comentó, mirando de reojo las raíces del pelo de Athena—. Para poder controlar lo que quieres cambiar y no, debes centrarte en esa parte del cuerpo. Por ejemplo, piensa en... las uñas de las manos —le indicó a la vez que estiraba sus manos para que la chica pudiera verlas—. Ahora piensa en cómo quieres que luzcan... las quiero azules—dijo. Y las uñas cambiaron al color indicado—. Espera, ahora verdes —y volvieron a cambiar—. O multicolor —y cada uña se tiñó de un tono distinto. Luego regresaron a la normalidad—. ¿Te das cuenta? Puedes controlarlo, es fácil si practicas. Has demostrado que puedes hacerlo, ahí tienes la prueba en tus ojos y tu pelo... pero debes aprender a controlar los cambios para que estos solo afecten a lo que tú desees.

 

Guardó silencio entonces durante un instante, esperando que Athena asimilara la información que acababa de darle. Además, quizás tuviera alguna pregunta. Tras unos instantes, retomó la charla.

 

Bien, probemos algo distinto. Quisiera que recuperaras el tono de tu ojos, el tuyo natural. Pero quiero que, a la vez, cambies tu tono de piel. Será mucho más sencillo, porque abarca mucho más en tu cuerpo que algo tan... pequeño como los ojos. ¿Crees que podrás lograrlo? Ya sabes, concentración... deja que la magia fluya por tu cuerpo —le indicó, sin apartar la mirada de sus ojos. Luego le dedicó una suave sonrisa—. Demuéstrame que eres capaz de hacerlo y... pasaremos a la última parte de tu práctica, creo que te falta poco para afrontarla.

 

Dicho aquello, dejó que Athena se concentrara en su trabajo para poder atender a los que aún no habían avanzado tanto en el estudio de la metamorfomagia. El primer en tomar la palabra había sido el chico, Nathan había dicho que se llamaba. No había prestado apenas atención al apellido, en aquel país había muchos nombres extraños para ella y no terminaba de acostumbrarse. Sí había escuchado su respuesta, y le había gustado que reconociera que no sabía demasiado sobre la habilidad que había ido a estudiar. Le miró y asintió en su dirección para indicarle que agradecía sus palabras. La siguió la más parlanchina del grupo, la había estado escuchando desde incluso antes de que tocaran a la puerta y, cuando se fijó en su cara, no pudo evitar que se le escapase un gritito de sorpresa.

 

¡Ay! ¡Ay, ay, ay! —exclamó, acercándose a Sagitas con las manos en la boca. Observó los cambios que había logrado la joven en su apariencia: eran muy avanzados. Demasiado teniendo en cuenta que aún había recibido pocas instrucciones al respecto. Se mordió el labio inferior y luego le sonrió, tranquilizadora. De acuerdo jovencita, ¿cómo has hecho esto? ¡Casi has logrado la parte más difícil de este don! Aunque en tu caso, al parecer, será controlar tu propio poder —comentó, más para ella que para el resto—. Concéntrate en tu apariencia habitual, vamos, me temo que tú sola has escogido tu primera tarea, que será volver a la normalidad. Si has conseguido transformarte... deberás des-transformarte, ¿me explico? Piensa en tu rostro y vuélvelo a proyectar en su lugar, quiero conocer a la auténtica Sagitas, no a su versión... ofidia. Deshaz tu magia, tienes que hacer lo mismo pero buscando tus verdaderas facciones.

 

Dicho aquello, regresó al lugar que había ocupado hasta entonces y miró de reojo a la chica, verdaderamente aquel cambio la había dejado sorprendida. Pronto desvió la mirada para posarla en Juv, que realizaba algunas preguntas cuyas respuestas podrían ser atractivas para el resto de presentes también. Pensó durante un momento la respuesta y luego le sonrió con amabilidad.

 

Lo que tengo para enseñaros... —repitió, pensativa—. La metamorfomagia es una magia cuya fuerza es distinta para cada mago y cada bruja. Piensa que tu poder no es igual al mío, ni el mío es igual all de ninguno de vosotros. Ni al de nadie de la comunidad mágica inglesa, ni de ninguna parte. Ni siquiera dos hermanos gemelos tendrán el mismo poder entre sí, por lo que la metamorfomagia serviría de una forma distinta para cada uno. En su base es lo mismo, pero la prolongación y uso dependerá del mago metamorfomago —le explicó pacientemente—. En cualquier caso sí, puedes cambiar de forma permanente algo de tu cuerpo. Pero piensa que la energía que usas para hacerlo... estará en uso constantemente. Si eres capaz de mantener el flujo que necesites para ello durante el resto de tu vida sin que se te agote la fuerza... podrás hacerlo. Si no, te aconsejo que descanses de tu transformación cuando estés sola —añadió con amabilidad. Y era así, porque aunque una persona fuera tan poderosa como lo eran ellos, los arcanos, siempre existía un límite; y era muy importante conocer el límite de uno mismo. Sagitas pareció alarmada con aquella idea y rápidamente Amara levantó una mano en su dirección con gesto tranquilizador—. No te agobies, trabaja en lo que te he dicho. No tiene porqué ser permanente. Además si no puedes regresar a tu aspecto original, yo misma te ayudaré.

 

Se volvió entonces hacia la última chica, la que constantemente reñía con Sagitas desde que habían llegado. Rio suavemente al escuchar lo que le decía a su compañera, mofándose de su transformación en serpiente. Al parecer, ambas brujas habían pasado ya por las manos de Suluk, la arcana de animagia. Asintió ante las palabras de la muchacha y agradeció que se mostrase humilde a pesar de sus aparentes conocimientos sobre el tema.

 

Muy bien, entonces ya sabéis un poco cómo funciona lo de alterar la apariencia, aunque la animagia no es exactamente eso. Pero es bueno partir con una base, y también lo es para mí saber que contáis con esos conocimientos. Y no te disculpes, no hay ofensa en veros probar vuestra magia —le contestó. Siguió escuchándola y luego asintió con la cabeza—. No necesitas llevar esta magia en la sangre, querida, puedes aprenderla con el tiempo. Pero sí, si hay antecedentes en tu familia... será mucho más fácil para ti. Y me alegra que no quieras usar este poder con fines malvados, espero que no me estés engañando —añadió, más como una broma que en serio. Evidentemente no podía saber en qué usarían sus poderes los alumnos que salían de allí: ni aquellos ni ningún otro grupo. Era algo que ellos no podían saber a ciencia cierta, aunque Sajag alguna vez les había advertido de las malas intenciones de algunos de ellos. En cualquier caso, si no contaban con pruebas, no negaban jamás su conocimiento a nadie.

 

Una nueva intervención de Juv la hizo regresar su mirada hacia ella y aguardó una vez más, pensativa, mientras componía una respuesta en su mente.

 

— ¿Acaso piensas que yo o cualquiera de mis compañeros arcanos no lo sabemos todo de aquellos que se acercan a aprender nuestros dones? —le respondió a modo de pregunta para hacerla reflexionar. Todos, para alcanzar aquel puesto que ostentaban, habían tenido que demostrar ser diestros en las siete habilidades que debían probarse en el Portal, aunque cada cual se especializara en una de ellas. Así que las mentes de aquellos jóvenes no eran nada para su sabia y poderosa magia. Pero odiaba presumir y a los que presumían, por lo que dejó el tema ahí—. Yo no ahondaré en nada, querida Juv, lo haréis vosotros para descubrir hasta dónde llega vuestro poder mágico. No soy nada para exponeros demasiado ni para ser demasiado permisiva: aquí cada uno pone sus límites. Así que lo que me contéis o mostréis dependerá enteramente de vosotros.

 

Ahí detuvo la charla, era suficiente por el momento. Con los ojos brillantes, les observó uno por uno.

 

Bien, ahora quiero saber quiénes de vosotros habéis experimentado antes alguna transformación física involuntaria en la que no hubiera varitas de por medio, ya fuera la propia o una ajena —les preguntó, acotando el tema de la magia. No hubiera sido la primera vez que algún pupilo había confundido las transformaciones derivadas de un hechizo con la que conllevaba la metamorfomagia—. Y no solo eso. Quiero que todos os concentréis en vuestro pelo y le cambiéis el color. Es una tarea sencilla: solo hay que concentrarse mucho en ello y visualizar lo que queréis cambiar, además de cómo queréis cambiarlo. En este caso, queremos pasar el color del cabello a otro. Así —indicó mientras su pelo cambiaba de un tono rubio a otro cobrizo—. Repito: concentración en lo que queremos cambiar así como a dónde queremos llegar. Excepto tú, querida —señaló a Sagitas, arqueando una ceja—. Tú tienes bastante deshaciendo tu problema. Si luego te sientes con fuerzas, puedes intentar esto también —añadió.

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Nathan oyó atentamente las palabras de la mujer, incluso en aquellos momentos donde no se estaba refiriendo a él sino que estaba aconsejando a todas las otras mujeres que lo acompañaban aquel día para tomar la clase. Algo en la forma de versar de la mujer no paraba de llamarle la atención: era una entusiasta mezcla de intelecto con verosimilitud, algo refrescante siendo que a veces muchos docentes perdían una u otra en el medio del proceso. El Weasley asentía a sus palabras, comprendiendo por experiencia propia muchas de las cosas que decía (¡la de veces que se había comparado con los miembros de su familia respecto de quién tenía más o menos poder mágico!), hasta que finalmente oyó su primera tarea. Nathan arqueó las cejas en sorpresa, más tampoco pudo ocultar su sonrisa que reflejaba el entusiasmo al respecto: aquello era la oportunidad perfecta para, como diría su abuela, mojarse los pies en el terreno.

 

Cerró los ojos y procuró invocar aquel estado de claridad mental que tanto había entrenado en sus anteriores clases de habilidades. Era su opinión personal que, independientemente de lo que cada Arcano pensase acerca de las clases que dictaban sus compañeros de claustro, la mayoría de las habilidades tenían una serie de herramientas y habilidades básicas en común. Procuró que su mente se vaciase de todo pensamiento, cerrando el flujo a cualquier influencia externa y dejando que cualquier idea que viniese del interior pasase desapercibida. Estuvo así unos cuarenta segundos, un poco más de tiempo de lo que normalmente le tomaba, hasta que finalmente sintió estar al borde de caer dormido.

 

Se concentró intensamente en su tarea a seguir: procuró imaginarse primero su cabello actualmente (no más de cinco centímetros de longitud, de color azabache y orientado de forma que la mayor parte de ellos se disponía oblicuamente formando una cresta longitudinal a lo largo de su cráneo) para luego hacerse una idea de qué era lo que quería lograr. Estuvo unos cuantos segundos imaginándoselo, hasta que de a poco fue trasladando el producto final hasta su propia imagen física y comenzó a imaginarse a sí mismo con ese atuendo. Vertió toda su concentración en el proceso, intentando canalizar su energía en aquel proceso también, hasta que finalmente sintió un leve hormigueo en su vértex craneano que le llamó la atención y lo sacó de su ensimismamiento.

 

Abrió los ojos subitamente. Miró hacia un costado de la habitación, donde encontró su reflejo en un espejo, un reflejo que le enseñaba como el extremo superior de su cresta longitudinal estaba teñida de un azul eléctrico que, estaba seguro, no había estado allí cuando había llegado a la casa de la mujer. Dirigió su mirada hacia la Arcana, esperando que ésta conectase sus ojos con él para ver el resultado de su primer intento.

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La voz de la Arcana me sorprendió mientras siseaba cual vil serpiente. Parpadeé y, ¡oh, milagro!, permanecí en silencio mientras ella hablaba con Athena. Era igual que no fuera para mí. Siempre se puede aprender de las palabras de un Sabio, vayan dirigidas o no hacia mi personal.

 

-- La magia fluye como la sangre en las venas...

 

Lo repetí mentalmente puesto que no quería que se oyera tantas eses que importunaran mi aprendizaje.

 

-- Para controlar lo que hay que cambiar, hay que centrarse en esa parte del cuerpo... -- Otra vez pensé en eso y me di cuenta que todas las transformaciones que yo había conseguido, habían salido solas, sin pensarlas. Tal vez por eso me costara tanto deshacerlas después. -- Practicar...

 

La cara de la Arcana me sorprendió a un paso de mí y casi salté sobre mis pies, sorprendida. Al estar pensando en lo que decía ni me había dado cuenta que se acercaba a nosotros. Volví a poner la mano, esta vez sólo una de ella, en la boca. ¿Casi la parte más difícil? ¡Por los dioses? Pero si me había quedado en la parte peor, la de no saber retroceder al momento anterior.

 

-- ¿Dessss- hac...eeeer.... la magia...? Esssoooo eesssss lo que llev....vo intentando... desssssde hac...sssse un rato...

 

Volví a apretar los labios con fuerza. Hasta a mí me molestaba seguir seseando. Así que debía pensar en mi rostro cotidiano, en la Sagitas del día a día...

 

-- Hum... -- murmuré. Era una tarea difícil. Por desgracia, yo solía usar muchas más máscaras de las que me gustaba confesar a los demás. Cada día, usaba mi cara de payasa, estuviera o no pintada, para tratar con la gente. Me incomodaba la multitud y, sin embargo, hacía actuaciones en el Circo a diario. Una máscara. No me gustaba usar las chimeneas en el Atrio y chocar contra el montón de magos y hechiceras que las usaban, amontonándome en el Atrio con todos los que, día cada día, iban a su trabajo. Otra máscara. Estar en un despacho y hablar con mis compañeros, sonriendo, para que no pensara que no me tomaba en serio mi nuevo trabajo. Otra máscara. Más máscaras en casa, con la familia y sus problemas, con mi sobrina y futura nuera Heliké, con mi niño pequeño, con mis hermanas de la Luz, con mis hermanos y hermanas de Avalon. Máscaras y más máscaras...

 

¿Cómo era yo en realidad? ¿Cómo era Sagitas cuando no había máscaras? Intenté concentrarme y sólo encontré una imagen ante un espejo. Me apreté los labios (y me mordí la lengua bífida, por cierto). El pinchazo de dolor hizo que cerrara los ojos. Aproveché para recordarme: pelo violeta, ojos marrones, nariz de aletas gruesas, la cicatriz triple en la mejilla que, inexplicablemente desaparecía de mi rostro... Levanté la mano y reseguí con la punta de los dedos aquellas tres heridas infantiles que perdurarían siempre. ¿Cómo es que a veces estaban y otras no?

 

Mis verdaderas facciones...

 

La Arcana hablaba y pedía un ejercicio para cambiar el pelo. Yo, sin embargo, me quedé sentada en la silla y miré enfrente de mí. No vi a ninguno de mis compañeros o compañeras. Sonreí ante un espejo imaginario y tomé unos algodones que no estaban ahí; empecé a quitarme el maquillaje de payasa dentro de mi carromato, tras una sesión dura de entrenamiento. En el aire se escuchaban los sonidos de las trompetillas y algún tambor. La banda debía de estar ensayando aún. Un ulular de lechuzas, algún animal que se resistía a entrar en su jaula. Seguí moviendo el algodón por mi cara, quitándome la pintura blanca y la roja. Empecé a tararear una canción. Me relajaba. Cuando acabé, contemplé a la Sagitas limpia, sin nada de pintura ni de ataduras sociales que me hicieran ocultarme en máscaras ficticias.

 

Mis ojos eran tristes. Una pequeña arruga surcaba la frente, las tres cicatrices afeaban mi mejilla y mis labios guardaban un rictus de desánimo que no reconocía. Abrí la boca para protestar. Mi lengua era normal y saqué sólo un poco entre los dientes para comprobar su tono rosado. Era yo. Estaba callada. No me había costado nada. Estaba cansada. Pero no más que el cansancio de cada día al irme a la cama.

 

Entendí, entonces, que cada día me transformaba sin darme cuenta. Cada día mis ojos marrones sonreían al mundo y mi boca se abría contínuamente en chistes y majaderías que me caracterizaban. Mi mejilla era casi lisa y no se percibían apenas las cicatrices y mi frente era lisa como si nunca hubiera tenido un problema en mi vida. Por inercia, tomé un pincel y comencé a pintarme de nuevo, moviendo la mano en el aire y adecuando a la Sagitas que todo el mundo conocía. Un pincel imaginario pintó los cuadrados blancos en los ojos y los labios se cubrieron de pintura roja. Me pinté la nariz del mismo color y sonreí. No lo vería nadie pero allá estaba, la máscara de payasa puesta. Ante todos. Ante mis compañeros de bando. Ante mi nuera. Dudaba que funcionara ante la Arcana pero allá estaba la Sagitas feliz y jovial que todo el mundo esperaba encontrar en el día a día. Nadie conocía de verdad como era la auténtica Sagitas que vivía sin esas máscaras imaginarias con las que disfrazaba mi semblante.

 

Me había dado cuenta que, sin saberlo, ya usaba la metamorfomagia en mi vida cotidiana. Me di cuenta que, sin haberlo buscado, mi pelo era tan rojizo como mi nariz y estallé en una carcajada. Hice el ademán de ponerme un sombrerito y me palmeé los muslos.

 

-- Pues no fue nada difícil, Señora Arcana. -- ¿Nos había dicho el nombre? Tenía una memoria pez. -- Mi lengua es normal y mi pelo es rojo, aunque no me gusta nada. -- Le sonreí y después fruncí el ceño. -- ¿Me llamó jovencita? Ya soy abuela... -- dije, en un falso tono enfadado.

Editado por Sagitas E. Potter Blue

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-Ehm, si. Creo que puedo...

 

Si se sentía capaz de conseguirlo, solo que con bastante practica de por medio. Parpadeó un par de veces seguidas mientras se miraba las manos. Amara lo hizo lucir demasiado fácil, tanto como respirar, algo por inercia.

 

Le tomó tiempo conseguir los cambios anteriores, y esos fueron "pequeños". No tenía ningún don con ese tipo de magia, así que solo quedaba el camino díficil. Antes de haber entrado al hogar de la arcana ya sabía que sería así. La paciencia de un aprendizaje y los deseos de hacerlo bien si era una de sus virtudes.

 

Otro bache se añadía: ahora debía lograrlo con todos allí mirando, aprendiendo de la arcana o escuchando de sus enseñanzas tal cual hizo ella instantes atrás.

 

Iba a ir por parte; primero regresar a la normalidad y luego comenzar con la parte más extensa y complicada. ¡Ah! Y esta vez sin cerrar los ojos para armar el proceso, debía ser más natural.

 

-Que solo fluya... -Murmuró para no interrumpir lo que hablaban los demás.

 

Sacudió los brazos y luego cada pierna, caminó hasta un rinconcito y allí se puso a la tarea.

 

Aisló los ruidos externos para prestar atención a los internos, esos donde de recordaba como un lienzo en blanco en donde ella era la artista que distribuía los colores, las formas y los espacios. Se imaginó sentada frente a si misma mientras se coloreaba los ojos del mismo tono azul oscuro que siempre habían sido.

 

Como no tenía donde verse (el espejo lo olvidó cerca de los cojines), tuvo que confiar en que estaba haciéndolo bien. Ahora venía el cabello...

 

-Rubio, rubio dorado... ehm... ¿Amarillo? Aish, esto de la definición de colores es engorronosa... Rubio, yo sé que rubio es...

 

¿Lo estaba pensando o lo estaba diciendo?

 

Como fuese, notó que los mechones que caían por uno de los hombros estaba en la misma tonalidad de siempre. Si funcionó con eso seguro también hasta el cuero cabelludo. Intentó seguir una hebra de pelo y efectivamente había funcionado ¡Bingo!

 

-Yujuuu, ya le pillo la técnica, creo... A ver... -Se quedó en silencio.

 

Se pensó más morena y con el pelo castaño y liso. Con la contextura física un poco más ancha y los dedos de las manos más largos. También añadió una cicatriz en el hombro derecho. Cruzó los dedos para que resultara.

 

El cambio fue lento pero fue sucediendo tal cual lo pensaba. Solo un detalle no quedó como lo esperaba. El cabello estaba ondulado, al menos ya no eran los bucles de siempre.

 

-Esto del cambio es medio sofocante, creo que necesito algo de agua. -Se abanicó el rostro con la mano.- ¡Creo que lo he conseguido! ¿Siempre se siente una agotada cuando cambiande apariencia? ¡Dioses! Es como correr una maratón con la mente.

 

Tal vez era la sensación de ser novata solamente.

 

-Tengo una duda. Como mencioné hace un rato, cuando era niña conocí a una metamorfomaga bastante ilustre en el tema, pero recuerdo que hubo algo que no pudo cambiar y era su timbre de voz. ¿Hay más cosas de la apariencia que no puedan o deban ser alteradas? ¿Algún limite que no deba cruzar?

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  • 2 semanas más tarde...

Amara, a pesar de los años que tenía vividos y los que le faltaban por vivir, aún conservaba aquella facilidad de asombro, la cual era característico de su inocencia. Y era aquella característica la que individuo tras individuo le hacía querer aprender a un más sobre la metamorfomagia, ya que cada chico que conocía le hacía cuestionarse de todo lo que sabía. El grupo que la acompañaba en su morada era variado, en su mayoría mujeres, así que decidió por única ocasión prestar un poco más de atención en cada detalle que el único caballero presente llevaba a cabo.

Al parecer su discurso sobre enfocarse en la parte del cuerpo donde uno deseaba hacer el cambio, estaba funcionando. Podía ver como Nathan pasaba de una mata de cabello castaño a un mohicano azabache a uno en azul eléctrico. Se acercó a él y aplaudió tan fuerte al ver su logró, que esperaba sacar de concentración a los otros con la idea de que la magia debía fluir al igual que sus sentimientos.

Muy bien, jovencito. —le dedicó una de sus sonrisas cálidas que generaba confianza, pero sin dejar de prestar atención en las otras cuatro personas que tenía en casa. —¿Cree usted que hubo un cambió en usted, más allá de lo físico? ¿Qué tan listo se sentiría si debiera cambiar su aspecto bajo presión?

» Es necesario recordarles que la metamorfomagia, se debería dar de forma natural, es igual que dejar de fluir la sangre en sus venas. Les noto muy concentrados en lograr un cambio en su cuerpo y no debería tomarles mucho tiempo en lograrlo.

Ella era consciente de que, para muchos de ellos, el transformar alguna parte de su cuerpo era el primer cambio que estaban realizando. Por lo que esperó escuchar la respuesta del Weasley mientras caminaba observando el avance de las féminas del lugar. Pero como en todo grupo siempre había alguien que resaltaba. Y en aquel grupo tan peculiar, la transformación que estaba pasando Sagitas era muy distinta a cualquier otra.

No hizo ningún comentario, al fin y al cabo, ella no era nadie para juzgar a una persona si era que deseaba usar siempre una máscara en lugar de enfrentarse a la vida. En su lugar, simplemente palmeó su hombro en señal de que estaba con ella y que no diría nada con respecto a su apariencia real.

Es bueno saber que al final del día, demostrar que dominas una habilidad es tarea sencilla, más cuando se ve tan joven como para ser abuela. —le guiño un ojo, era claro que la arcana no hablaba del aspecto que mostraba ante toda la gente que la conocía en aquella comunidad, Amara se refería al aspecto real de la Potter Black.

Y le pregunto lo mismo que a su compañero, ¿Qué tan preparada se siente como para cambiar su aspecto en una situación bajo presión?

No, aun no los iba a mandar a realizar la prueba para vincularse, sólo deseaba sacarlos de su zona de confort, y antes de conocer la respuesta de la mujer de cabellos rojizos, la voz de Athena le hizo girar a verla, era la primera vez que escuchaba ese tipo de pregunta. Por lo que se quedó en silencio meditando su respuesta.

Recordaba desde sus primeros magos Londinenses que habían llegado a su vivienda con un hambre de poder conectarse con su habilidad, hasta los más recientes y entonces recordó lo que les había dicho en su momento a cada uno.

Lo más importante es saber que existen mujeres hermosas por todo el mundo capaz de cambiar su apariencia para engañar, hombres que estafan a las personas fingiendo ser otras. El derroche de magia en seres banales acaba por conducirlos a un sendero de desquicio y soledad. Un día despertarán y al ver su verdadera forma al espejo no serán capaz de reconocerse.

» Cada persona, es libre de poner un límite que no desean cruzar, sólo recuerden que al final del día lo importante es cuantas obras de buena fe haz hecho y no que tan bonita luzcas ante la mirada inquisidora del otro. ¿Me explico?

El tiempo estaba transcurriendo más rápido de lo que deseaba, por lo que apareció su vara de cristal que se transformó en un bastón mientras ella cambiaba su aspecto a un ser infantil, no tenía más que seis años, les llegaba a las caderas a la mayoría de los jóvenes en el lugar. Los mechones de su cabellera rubia rebotaban en sus hombros mientras caminaba brincando de forma alegre.

Bien chicos, los mandaré a realizar una prueba en la que logren dominar mejor su habilidad. Es cosa sencilla —el timbre de su voz había cambiado, esta vez sonaba dulce al igual que la voz de un niño de la edad que ella aparentaba. Golpeó el suelo de su hogar con su bastón y transportó a Nathan, Sagitas y Athena a tres lugares diferentes.

Al primero lo había mandado a las costas de África, él debía logras hacer llegar alimento a los lugares donde estaban pasando hambre, a la Warlock en cambio la trasladó a las costas de Corea, ahí debía lograr que una familia que había sido separada por la división de Corea se reuniera sin problema alguno. Por último, a Athena la envió a un lugar más cercano, y de los cuales era su favorito, las costas mexicanas del pacífico justo en las inmediaciones de la Selva Lacandona, su tarea era la más fácil, debía evitar a toda costa que las grandes empresas destruyeran aquel paraíso verde.

No había podido acompañarlos, ya que aún esperaba que ocurriera algo con las dos jóvenes que se encontraban frente a ellas, aun concentradas en cambiar un aspecto de ellas.

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No pude evitar sentirme colorada ante las palabras de la arcana. Creía que era mejor mostrar mi humildad que arrogancia y así la clase fluiría mucho mejor de lo esperado.

 

- ¡Claro que no! - medio protesté entre dientes al ver cómo la arcana sugería que podía usar ese don con fines malvados. Bueno, en parte era verdad, pero tampoco lo diría a los cuatro vientos. Ya había hecho partícipe de cierta información dada a Sagitas en el Caldero Evenenado y casi casi, nos habíamos liado a tortas. Ella tenía sus ideas y yo las mías creo que en eso, no cambiaríamos. Cada una tenía sus puntos de vista en temas de la magia y en la pureza de sangre...

 

Hablando de sangre, me había dicho que sería más fácil si en la familia había ese don y no pude evitar sonreír orgullosa. Sí, esperaba que fuese mucho más fácil para mí cómo lo fue para obtener el anillo de la animagia aunque fuesen dos cosas muy diferentes...

 

Me reí por lo bajo al ver cómo Sagitas parecía tener ciertos problemas para cambiar su apariencia. Yo ya la había cambiado sin ninguna dificultad aunque por supuesto no fuese el animal que había escogido en la habilidad de animagia.

 

Negué con la cabeza. Gran bruja era Sagitas pero a veces un poco torpe.

 

Pero presté atención a la arcana... ¿Cambiar el pelo? Bueno sería una tarea sencilla de hacer, algo que me gustaba porque no pedía nada demasiado complicado...

 

Puse mi mente en blanco y visualicé lo que quería además de ello, dejar que la magia fluyera por todo mi cuerpo y luego redirigirla hasta la zona que quería. ¿Cómo lo quería? Bueno, no me gustaba el tener que hacerlo pero era algo práctico y quería enseñarle a la profesora que podía hacerlo gracias a los genes de mis antepasados. Si ellos podían, ¿porqué yo no?

 

Desvié todas las dudas y problemas que tenía en mi vida diaria para centrarme realmente en lo que quería. Escuché las palabras de la mujer que nos estaba dando las pautas y sentí cómo si flotara, por decirlo de alguna forma. Cerré los ojos y me imaginé que tenía el pelo de diferentes colores, más concretamente cómo los colores del arcoíris, rojo, verde, azul, amarillo, violeta... además de eso la forma... lo pensé nuevamente y no pude evitar sonreír con cierta malicia... Para cuando abrí los ojos, notaba cómo me pesaba el pelo, lo toqué y vi que tenía rastas de los colores que me había imaginado. Sentí cómo volvía a desaparecer la magia y que por el momento aún se mantenía lo que había cambiado...

 

Me sorprendió al ver cómo había usado su magia para mover a los chicos de lugar, y en el lugar de la arcana parecía que había ¿un niño?

 

Con voz preocupada y algo infantil pregunté, temerosa de su respuesta...

 

- ¿y... yo? -no sabía dónde meterme porque me había quedado sola, mientras los demás habían desaparecido para realizar sus pruebas...

 

- ¿Tiene algo especial, preparado para mí? - volví a susurrar por temor a molestar al silencio que había dentro de la habitación de la arcana.

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El confesar que era abuela no me hizo sonrojar. Amaba a mis nietos y a mis biznietos y, aún así, conservarme joven (¿tendría algo que ver la Metamorfomagia en eso o sólo era que la edad se lleva por dentro y por fuera, los cosméticos mágicos hacen milagros?) La voz de Athena me hizo salir de mis pensamientos para fijarme en sus esfuerzos. Era muy loable lo que acababa de conseguir. ¿Ella también se agotaba? Yo lo había notado, aunque no en exceso, comparado con otros ejercicios mentales con algunos arcanos en otras Habilidades. Tal vez fuera porque acababa de empezar. Esperaba que, a medida que las dificultades crecieran, no sufriera también más cansancio, que ya lo estaba demasiado con el ritmo diario de vivir en Ottery.

 

-- ¿Cambiar la voz? -- ese era un dato en el que no había pensado nunca. Bueno, no me lo había planteado porque yo no suelo hablar mucho (que noooo, que no soy nada charlatana) así que no había pensado en los funcionarios que, por su trabajo, necesitan de esta habilidad para pasar desapercibidos. -- Curiosa pregunta.

 

Di un salto al sentir unos aplausos muy fuertes. No me había dado cuenta que la Arcana apreciaba el cambio que había conseguido efectuar Nathan. Me gustaba ese azul... Puede que algún día me pusiera ese color en el pelo, si llegaba a dominar esta habilidad.

 

Me desconcertaba que dijera que la Metamorfomagia se debiera dar como algo natural, como el fluir de la sangre por las venas. Eso creo que me sería difícil de conseguir porque nunca estaba quieta, siempre parecía ir de un lado a otro, corriendo de una actividad a otra, así que, tal vez, para mí la naturalidad fuera no ser natural y estar en tensión continuada para cubrir todos los espacios que visitaba en un día.

 

Por eso, cuando ella me hizo la pregunta, la respuesta salió de mis labios casi sin pensarla:

 

-- ¿Bajo presión? Es lo que mejor se me da. Creo que es lo contrario lo que me falla, el hacerlo en un medio tranquilo, de relax. Yo soy nervio puro y me obligo a contestar y resolver en milésimas de segundo y sin un giratiempos cualquier situación sorpresa que se me presente. Así que no tengo la menor duda que, en situaciones bajo presión me saldría casi sin pensar, como eso que ha dicho de fluir de forma natural.

 

Justo mientras yo contestaba, ella también contestó a Athena y su respuesta me desconcertó. ¿Obras de buena fe al final del día? Ah, no... No tenía claro para qué necesitaba esta habilidad pero lo que era seguro que no para obras de buena fe. Soy una Warlock con negocios, me considero una buena comerciante y eso implica que no soy nada filantrópica. ¿O era Filarmónica? Bueno, que yo no regalo nada y lo que consigo es a base de esfuerzos propios. También sabía que no iba a usar mal este don con el que había nacido y ahora estaba aprendiendo a dominar pero vamos, tanto como para buenas obras...

 

-- Hum... -- fue la única contestación que hice ante la posibilidad de que la Arcana se atreviera a pedirme un donativo para los actos benéficos en los que sabía (porque la voz siempre se corre en un pueblo tan pequeño y familiar como Ottery) que ella gustaba de participar.

 

Estaba buscando una excusas para salir del paso para no dar nada, ni un knut, a lo que pidiera cuando, de repente, apareció una niña chiquita. Miré a los lados, buscando a Amara, pensando que sería una sobrina que estuviera pasando unos días con ella, aunque no se pareciera en nada, hasta que la oí y me di cuenta que era ella misma.

 

-- ¡Demonios desdentados! -- exclame toda perpleja ante la capacidad de cambiar todo su cuerpo y mermarlo. -- ¡Dioses! Si me hizo daño cambiarme un pie... ¿Cuánto debe doler eso?

 

No sé si me contestó. Sentí un golpe en el suelo, provocado por el Bastón Arcanal (es decir, de la arcana) que todos ellos tenían y, de repente, me vi en un paisaje totalmente diferente al interior de la casa. Tras el mareo inicial, breve pero intenso, de la Aparición, gruñí.

 

-- ¡Odio las Apariciones súbitas! ¿No podía haberme avisado con tiempo para no vomitar en mis zapatos?

 

Entonces la vi. Era una mujer. Otra vez me sentía sorprendida. ¿Pero a dónde demonios me había enviado aquella arcana? Era china. O Japonesa. O vietnamita, o coreana o vete a saber de qué país de esos que tienen la piel pálida y los ojos rasgados. ¡Puede que estuviera en el Barrio Chino de Brooklyn! Por si acaso, saludé con la mano, algo que es un idioma universal, digo yo, porque de chino, japonés, vietnamita o coreano, yo ni papa. Como mucho, lo que había oído alguna vez a mi hermana Amya (hermanastra para quien no lo sepa, que la mujer que tenía enfrente mío era clavadita a ella aunque un poquito más baja y un poquito más rellena, que mi hermana es una patas-palillo).

 

-- Yo... -- y me golpeé varias veces la mano en el pecho para enfatizar el "yo" -- ... Yo soy Saguitas-San. ¿Tú... quién... eres...?

 

La mujer, algo mayor y de vestimentas de esas que se veían en la peli de "Mulán", de campesina que recoge arroz (mera suposición, no tenía ni idea de si era campesina o si sembraban o no arroz allá donde estuviera), se puso a llorar.

 

-- ¡Demonios, Arcana! ¿Para hacer llorar a una vieja me ha mandado a este lugar perdido del mundo? -- protesté, airado, sin saber si acercarme para consolarla o alejarme. Si otra cosa he aprendido de la peli de "Mulan" es que te sacan una katana y te parten en dos antes de que te dé tiempo de murmurar un "Haz de Luz" y desaparecer. --Oiga, devuévame a casa, prefiero pelearme con Heliké. Es más divertido.

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El aplauso de la arcana lo sacó del ensimismamiento en que él mismo se había metido. Alzó la vista encorvando el cuello en dirección a la mujer quien lo observaba con una mirada de apremio acompañada de una cálida sonrisa: casi podía verse reflejado en el resplandor de aquellos orbes. Sintió un extraño deseo de ponerse de pie y abrazar a la mujer, mas se contuvo sonrojándose y bajando la mirada, disimulando su pudor simulando pensar en una respuesta a la pregunta de la mujer. De verdad que no había sentido algo dentro de sí cambiar, pero para serse franco tampoco había prestado demasiada atención a sus emociones durante el proceso. Sin embargo, sí podía decirse que el hecho de haberlo logrado a la primera le había reportado una gran satisfacción.

 

- No estoy seguro de si es precisamente un cambio dentro de mí, pero a decir verdad ahora me siento más... versátil, o lábil, como usted lo prefiera. Es extraño, y difícil de describir, pero siento como si hubiese una dimensión de mí que carece de límites, como un océano. - en verdad se le complicaba explicar aquel sentimiento "océanico", aquella mella de infitismo que lo hacía sentir pequeño en comparación - Siempre funciono mejor bajo presión, Arcana. Estoy deseoso de probarme en tales circunstancias. - por alguna razón, la adversidad siempre había constituido un estímulo extra para su psiquismo, quien tomaba una nueva capacidad bajo los efectos de la adrenalina.

 

Escuchó atentamente las palabras de la mujer, preguntándose cuánto tiempo le tomaría alcanzar aquel estado de naturalidad con la Metamorfomagia. Con el resto de las habilidades, aquello había ocurrido tras meses y meses de práctica, sobre todo con la Animagia (su primera habilidad). Sin embargo, era consciente de que tarde o temprano sería capaz de cambiar su morfología sin esfuerzo, si así se lo proponía y todo marchaba bien. Las reflexiones de la Arcana resonaban en su mente, y el Weasley casi que deseaba parar el tiempo para poder indagar sobre cada una de ellas por separado. ¿A qué se refería con los límites? ¿Quería decir que uno podía medir la intensidad de cada cambio y que era posible que las cosas se saliesen de control?

 

No tuvo demasiado tiempo para pensar en ello. De un momento a otro, y tras haberse distraído un poco de las instrucciones de la Arcana, sintió su cuerpo flotar en un vacío intangible por unos cuantos segundos. La mismísima oscuridad lo acompañó en aquel trayecto, invariable por más de que intentase en vano abrir los ojos, hasta que finalmente sintió como sus pies volvían a tomar contacto con la tierra. Sabía donde estaba porque la Arcana se lo había dicho momentos atrás: una ciudad en las costas de África.

 

Por lo que podía apreciar, la ciudad no era muy grande. La observaba desde una colina ubicada a apenas unos kilómetros del barrio más periférico de la ciudad, más la distancia era suficiente para observar cómo estaba sectorizada y dividida netamente en dos barrios. Uno de ellos resaltaba por su avance y prosperidad en desarrollo estructural: grandes edificios de no más de tres pisos se alzaban cada un par de metros, y se podía ver la luz de un par de negocios resplandecer en el cielo cuasi-nocturno.

 

Más lejanamente, pero a tan solo unos cientos de metros del otro barrio, se encontraba una pequeña franja de terreno que contenía hogares en estado de miseria. Pocas y casi ninguna luz podían verse encendidas y, a diferencia del otro barrio, no se veían autos transitar por las calles, que tenían un aspecto terroso en contraste con el asfalto de los más ricos. Su misión era clara, algo dentro de sí le decía que aquella noche tenía que ayudar a los más necesitados. ¿Cómo lo haría? No estaba seguro. ¿Qué tenía que ver aquello con la Metamorfomagia? Mucho menos.

 

Ya lo descubriré. >> pensó mientras emprendía la marcha hacia el pueblo.

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