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Nigromancia


Báleyr
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Su rostro no mostró ni un solo cambio de semblante mientras el Arcano sermoneaba a la otra persona presente a la cual no le había prestado atención a pesar de saber que estaba por allí. Sin embargo, por dentro sonreía. No tenía nada personal contra ella y, de hecho, no creía haberla conocido con anterioridad así que no tenía razones para odiarla pero si le molestaba su actitud con la clase. Anteriormente había aprendido mucho en compañía del arcano Sajag y esperaba hacer lo mismo con Báleyr por eso le molestaba -quizás más de lo necesario- su actitud tan ausente y distante con las enseñanzas del nigromante.

Luego de aquel momento algo incómodo mantuvo su atención únicamente a las palabras de su maestro. Sus palabras eran ciertas y no podía negarlo. A la humanidad le gustaba sentirse poderosa, demostrar ser mejor que el prójimo. Reírse de las desgracias ajenas y vanagloriarse de los éxitos. Sin embargos, ante la muerte todo aquello se volvía irrelevante. Nadie era tan rico como para sobornar a la muerte, ni nadie era tan pobre como para causarle lástima.


La materia no es buena ni mala , es inerte por esencia


Se encaminó en silencio hacia la habitación que le había indicado el mago. Al escuchar la petición de su maestro una sensación de inquietud se hizo presente. ¿Determinar los detalles que indican que una persona ha muerto? No parecía que fuese tan fácil como decir «No tiene pulso» pues el arcano había sido claro en señalar que era más de un detalle y que, precisamente, eran detalles. Se detuvo unos segundos al entrar en aquel nuevo escenario. Se había imaginado algo distinto y se alegró de haber errado en su imaginar.

La habitación se encontraba limpia, bien cuidada. A pesar de ser una mazmorra y el olor a humedad solía ser algo intrínseco, en aquel lugar no lo sentía. Además podía sentir el olor de un incienso que calmaba sus sentidos. Sabía que alguien, probablemente el mismo arcano, se había dedicado de mantener continuamente limpia la habitación quizás solo era para ayudar a mantener el cuerpo lo más intacto posible o, como él quería creer, era una señal de respeto para la persona que había ocupado aquel cuerpo en vida. Respetar a un muerto significaba respetar la vida.

Se acercó con algo de cautela al bulto que yacía sobre una mesa de piedra. No era asco sino más bien un respeto mal entendido. Tomó con delicadeza la sábana blanca que cubría al cuerpo. Temía ser demasiado brusco con el cadáver y, a la misma vez, temía ser demasiado sutil en la búsqueda de información. Para iniciar con su labor y, aunque fuera lo más básico y obvio, tomó el pulso del fallecido. Goderic sabía muy bien que a veces al buscar en los detalles se perdía la obviedad de la respuesta. Agradeció sus conocimientos de primeros auxilios ya que no le fue dificil encontrar los puntos óptimos para tomar el pulso.

No había pulso. Además con aquella simple prueba había descubierto algo más con su tacto: la temperatura corporal del cadáver. La punta de sus dedos aún podían sentir el frío. Un frío inerte. Con la misma mano un poco dubitativa tomó su varita y susurró un «Lumos». La luz que surgió en la varita dió algo de calidez a la yema de sus dedos. Movió su varita horizontalmente mientras que con su mano izquierda despegaba los párpados del ojo del fallecido. La pupila no mostró diferencia alguna, no se contraía ni dilataba solo estaba allí quieta, sin vida.

Los parpados no había opuesto resistencia pero se le notaban algo rígidos y no era de extrañar. Pues sabía que cuando el corazón dejaba de latir, la sangre dejaba de circular y, por lo tanto, se espesaba y se coagula. Al dejar de circular, comienza a acomodarse por el peso de la gravedad en un proceso conocido como livor mortis o lividez post mórtem. Sin circulación, el cuerpo comienza a perder temperatura y los músculos se endurecen, en un proceso conocido como rigor mortis.

El último detalle que le aseguraba la muerte del hombre era el descoloramiento del cuello y piel de la cabeza. Aquella piel tan pálida significaba que las células de su cuerpo morían por la falta de oxígeno. La sangre era fundamental para el correcto funcionamiento del cuerpo, llevaban oxígeno a las células y al cerebro que, a su vez, permiten el correcto funcionamiento de todos los sistemas. Al fallecer, poco a poco todo deja de funcionar como un engranaje perfecto y cada pieza empieza a destruirse lenta y sistemáticamente. La palidez de su piel significaba que sus células empezaban a morir y muy pronto empezaría a descomponerse por la falta de lucha contra bacterias y hongos.

Luego de estar seguro de haber realizado cada examen que su conocimiento previo y sentido común le indicaba cubrió de nuevo al cadáver y se dirigió donde el Arcano para comentar cada uno de los detalles que había descubierto. Su compañera, Beltis, no parecía haber dicho nada todavía pues no parecía interrumpir nada. Por lo mismo, no esperó el permiso de Báleyr y comentó todo lo que había descubierto.

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La actitud de su alumna Malfoy le resultaba ya molesta; Báleyr era un hombre de significativa tolerancia más el desinterés por su asignatura y la falta de compromiso eran cosas que no soportaba. La mujer pasó unos cuantos minutos en silencio, los suficientes para que su otro alumno, Goderic (quien en cambio se mostraba significativamente más predispuesto a aprender de él y cuya forma de pensar le agradaba en demasía al Arcano) se marchase a hacer su tarea y volviese luego tras haberla realizado.

 

Báleyr controló con su ojo sano cuanto tiempo le había tomado y supo enseguida que no había sido lo suficientemente minucioso, sin embargo pocos eran aquellos que tenían su ojo lo suficientemente entrenado como para hacer suficientes observaciones que llegasen a satisfacer al anciano. Éste, sin embargo, se demostró impasivo y escuchó atentamente todos y cada uno de los comentarios del Slithering. Estos pecaban de superficialidad, más tiempo les sobraba y Báleyr estaba deseoso de expandir los campos de conocimiento del muchacho.

 

-Ven conmigo, Goderic. - le instó, dejando a la Malfoy a un lado y dirigiéndose a la habitación a donde se encontraba el cuerpo; la mujer podía sumárseles luego, si eso deseaba.

 

Finalmente llegaron frente al cuerpo. Báleyr se colocó de manera tal que cada uno quedó a un lado de la mesa donde se encontraba el cadáver, de manera que quedaron enfrentados. Con un simple gesto, convocó de la nada una profunda daga y la enterró en su hipocondrio izquierdo, justo por debajo del reborde costal, apuntando hacia arriba y a la izquierda. Su objetivo era claro, perforar el bazo y deplorarlo de la gran cantidad de sangre coagulada que este probablemente albergaba. En efecto, cuando el Arcano retiró el cuchillo, este salió impregnado de un líquido rojizo y espeso.

 

- Ahora - continuó el arcano, y se acercó el cuchillo a su boca para probar con su lengua la sangre - Quiero que pruebes la sangre y notes un detalle fundamental. Cuando pruebas sangre de una persona viva, notarás que esta tiene un gusto metálico propio del hierro que contiene la sangre, más en el caso de una persona muerta es perceptible un fuerte gusto ácido producto del metabolismo anaeróbico que antecede a la muerte celular.

 

Había más signos que le interesaba que su alumno conociese, más eso podía esperar, dado que quería también hacerle otras preguntas.

 

- Dime, Goderic, ¿cómo harías para diferenciar este cadáver de un inferi o de un vampiro durmiente?

 

@Goderic Slithering

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  • 2 semanas más tarde...

Goderic sintió un dejo de decepción en la actitud de su maestro. Quizás no lo mostraba ni con sus palabras ni su rostro pero él podía presentir que había fallado en su análisis o, más bien, no había sido lo suficientemente detallista como un nigromante debía serlo. Siguió a unos pocos pasos a su maestro con quien volvía a la sala en la que había estado minutos antes. Seguramente para explicarle los detalles que él no había sido capaz de descubrir ni analizar.

Sin embargo, cuando vió el actuar del nigromante no pudo evitar excusarse mentalmente por su falla. Él, quien había sido un profesor de primeros auxilios ¿cómo podría enterrar una daga a su paciente para diagnosticar si ya había muerto o no? Sabía que debía cambiar su pensamiento de primeros auxilios a nigromancia pero no necesariamente sería fácil, a pesar de que una herida fuese fácilmente curable con un episkey y una poción reabastecedora de sangre nunca se atrevería a dañar a un paciente solo por sospechas. Claramente había malinterpretado la pregunta de su maestro aunque, claramente, debía asumir que incluso así no se le habría cruzado por la mente aquel método tan distintivo.

Sabía a qué lugar estaba atacando aquella daga: el bazo. Tenía los suficientes conocimientos de anatomía como para deducir que al haber apuñalado en tal dirección y ubicación su objetivo era claro. Tomó con cuidado la daga que le ofrecía Báleyr y su lengua acarició el metal frío, el sabor realmente era distinto a la sangre normal -no es que Goderic bebiera sangre cotidianamente- y lo podía notar rápidamente. El gusto era más ácido tal y como lo había dicho el nigromante. Una duda cruzó por su dispersa mente no siendo capaz de decidir si la sangre normal o la de un muerto sabía mejor aunque, difícilmente, volvería a realizar un acto así como para alguna vez resolver su duda.

Escuchó la pregunta que le habían hecho y tardó unos segundos en responderle ¿cómo diferenciar a un muerto de un no-muerto durmiente? Su mente se vio cubierta de dudas insignificantes para la ocasión ¿los inferis o vampiros dormían? Lo cierto es que nunca se había puesto a investigar a profundidad sobre la anatomía o realidad de los vampiros. Sin embargo, entre tantas dudas e ideas que divagaban en su mente su boca se abrió para responder sin pensarlo a profundidad pues más que conocimientos puros ahora solo había aplicado la lógica.

Veo si reacciona. Un muerto aunque lo queme no se moverá, mientras que un inferi le teme al fuego ya que es su debilidad. Si le acerco una antorcha o simplemente le lanzo fuego encima reaccionará. Lo mismo con un vampiro. Simplemente buscaría que demostrasen la cualidad principal que los diferencian: la vida.

No sabía si ese era el estilo de respuesta que esperaba el mago sin embargo era lo más sencillo y lógico para hacer además que fácilmente se podía hacer a la distancia y así evitaba el riesgo de acercarse a un posible enemigo que solo actuaba como un cadáver. Ya que había pasado cientos de horas en batalla sabía muy bien cómo acabar con inferis además de siempre ser precavido y nunca se acercaría a un cuerpo por muy inerte que parezca sin estar en estado de alerta. Esperó que su maestro juzgara su respuesta, no estaba del todo seguro si esta vez había o no satisfecho sus expectativas.

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Ojiplática, miró al Arcano como si de un viejo chocho se tratara. Por primera vez lo veía con todos sus años, arrugas y pelos blancos torciéndose en una barba que le caía hasta la barriga; humano y terriblemente cansado. Hizo un gran esfuerzo para no enarcar una ceja y mantener una postura relajada ante aquel exabrupto impropio de un Arcano tan espetado como él. Había pasado gran parte de su vida oyendo grandes y terribles historias acerca de la Universidad y las clases de habilidades que impartían, pero ninguna de ellas le habían prevenido sobre un anciano como aquel, tan voluble y que en nada se parecía a la imagen que tenía de Báleyr. Lamentó profundamente haber despositado alguna esperanza en él tuerto.

- Me asombra que un Arcano como usted esté tan pendiente de los apellidos de sus alumnos y de las familias a las que pertenecen. No solo está juzgando un apellido, además está juzgando a varios magos solo por haber nacido en el seno de una familia en particular. Es algo muy digno de un académico de renombre, de un hombre entregado a la sabiduría y al conocimiento; hace usted un gran favor a esta noble institución y al resto de sus compañeros Arcanos. Pero por favor, no se limite a decirme altanera, prosiga con la sarta de prejuicios que se asocian a los Malfoy. Porque es a lo que he venido aquí, a que me reproche por mi familia, de la cual, por cierto, estoy orgullosa.

 

Se había vuelto sin inmutarse y se encaminó hacia Báleyr tratando de decidir si era la vejez la que lo hacía expresarse en esos términos o es que de pronto se había vuelto loco. ¿Un Nigromante sacando en cara familias como si estuviera suscrito a las revistas del corazón, como si la sociedad londinense fuera de importancia dentro del ámbito académico? Podía entenderlo de magos menos instruidos, con menos experiencia, menos sabios ¿Pero de él? Se había equivocado al asumir que aquella clase sería diferente.

 

- Si no se ha fijado, acabo de llegar y no me voy a entrometer mientras el nuevo alumno responde lo que sea que le haya preguntado en mi ausencia. He escuchado todo lo que ha dicho desde que llegué, pero todavía no adquiero el poder para leer mentes ni viajar atrás en el tiempo -suspiró-. Pero sí, quiero aprender, para eso he venido y por eso me he dedicado a escuchar.

Sostuvo la mirada del viejo Arcano, quien con su ojo azul parecía querer fulminarla. Pero con aquel comportamiento y desatino había perdido todo el respeto que Beltis había sentido por él. Ahora solo quedaba aprender lo que pudiera para vérselas en la prueba a sabiendas que estaba en manos de un profesor lo bastante simple como para atender a cosas tan superficiales como los apellidos o para ni siquiera estar pendiente de su un alumno estaba o no presente. A pesar de la decepción la clase continuaba y todavía tenía que responder a la pregunta del anciano.

 

- Primero, creo que es algo natural e inevitable, parte de la propia vida -probablemente el Arcano no estuviera complacido con nada que ella pudiera decir, así que tampoco iba a responder para impresionarlo. Y poco le importaba, la verdad-. ¿Qué es? Le hemos otorgado un significado para que tenga sentido vivir y morir: algunos lo ven como un paso, como otro camino e incluso como el comienzo de otra vida. Como seres mortales necesitamos que tenga un valor y un propósito, ¿pero de verdad lo tiene? ¿O simplemente es, sucede y acaba con nosotros?

 

- Dudo mucho que logre dominar la muerte como un amo domina a su mascota, al menos no todavía ni en un futuro cercano. Y no estoy segura de que sea lo que realmente quiero. Si por dominarla se entiende comprenderla, entonces, sí. Quiero entender sus entresijos y estudiar todas sus formas porque eso me va a llevar a tener un conocimiento más acabado de la vida y de la magia que habita y rige este mundo. Y la nigromancia es una habilidad que me podría dotar de aquellos conocimientos y herramientas para expandir mis horizontes.

 

Los siguió a regañadientes sabiendo que no la querían ahí, pero lamentablemente tendrían que sufrirla.

 

¿Cómo haría para diferenciar ese cadáver de un inferi o de un vampiro durmiente? La pregunta le comenzó a dar vueltas mientras no despegaba los ojos del cuerpo que tenía frente a ella, aunque fuese dirigida a Goderic. ínferi o Vampiro, tendrían que reaccionar a estímulos, y entre ellos habría detalles que a simple vista deberían diferenciarlos. Probablemente a ambos la luz les molestara, pero no era suficiente como para saber a ciencia cierta, porque un inferi bajo órdenes podía soportar la luz, porque no era otra cosa que una creación de magia oscura bajo las órdenes de un mago.


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  • 2 semanas más tarde...

¿Qué les pasa a los niños de hoy? pensó, contemplando a su alumna. Finalmente y tras un largo silencio, la mujer se había dignado a responder las preguntas del Arcano quien, lejos de entender su comportamiento hasta ahora, no podía sino intentar adivinar qué pasaba dentro de la cabeza de aquella muchacha. La fulminó con el ojo que le quedaba, más recurrió a todas sus fuerzas para mantener la calma y se esforzó por acompasar su respiración a un ritmo que le proveyese tranquilidad. Meditó incluso, por unos segundos, excusarlos y hacerlos volver al otro día.

 

- No le permitiré que me falte el respeto, señorita. Es una mujer adulta, si no tiene la decencia de hacerse cargo de sus actos, al menos tenga la del respeto. Merlín sabe que ustedes - y lo dijo haciendo referencia no a su familia, sino a todos sus congéneres magos - han sido criados sin él, pero no toleraré la falta de respeto. - quizá podría haberle respondido contándole sobre los familiares de su misma familia que habían pasado antes por su templo, quizá podría haberle dicho unas cuantas otras cosas más. Se limitó, sin embargo, a cerrar los ojos por un momento y a invitarla con un gesto a que se colocase al lado de su compañera.

 

Báleyr alzó sus manos y, con una serie de movimientos bien coordinados, generó que el cadáver sobre la mesa se alzase en el aire y rotase sobre su eje longitudinal, de modo que cuando volvió a apoyarse lo hizo boca abajo. Todavía quedaba mucho para enseñarles a sus alumnos: era preciso que fuesen capaces de recabar evidencia sobre la muerte en cuantos aspectos fuese posible. La muerte nunca era silenciosa, contrario de lo que muchos pensaban, siempre dejaba rastros detrás de sí para aquel que fuese lo suficientemente observador y supiese donde mirar.

 

- En efecto le será muy difícil dominar, per se, la muerte. Su carácter ingobernable es algo de lo que más nos llama a aquellos que nos dedicamos a estudiarla. Sin embargo, ha venido al lugar correcto si lo que quiere es entenderla. - contestó a su alumna tras haberla escuchado, sin olvidar que todavía le debía una respuesta a Goderic. Báleyr tomó la daga y realizó un corte sobre el eje longitudinal de la espalda del cadáver, justo a un lado de donde se encontraban las apófisis de las vértebras subyacentes.

 

Apoyó el dedo sobre una de las vértebras y, con un simple encantamiento, la hizo desaparecer. Había escogido un lugar de la columna vertebral hasta el cual la médula espinal no se extendía. Lo que veían, por el contrario, era una cubierta de color blanquecino hinchada por la gran cantidad de líquido que tenía dentro. Volvió a tomar la doga y presionó con su punta contra aquella cubierta, generando que un líquido purulento y algo decaído se asomara hacia la superficie e impresionase sus sentidos.

 

- Este hombre falleció producto de, entre otras cosas, una infección en su sistema nervioso. Este tipo de líquido es la prueba de ello. - comentó, enseñándole la daga llena de pus a sus alumnos.

 

Depositó la daga a un lado del cuerpo y le instruyó a sus alumnos que lo siguieran. A paso lento y algo complicado por su dolor de espalda, Báleyr los escoltó fuera de su mazmorra, subiendo las escaleras y hacia el jardín que rodeaba su vivienda. La noche se alzaba impertérrita en el cielo, acompañada de una temperatura lo suficientemente fría como para obligarlos a mantenerse en movimiento. Caminaron por algo menos de un minuto hacia una parcela de tierra oculta entre varios árboles.

 

- Retomaremos eso que me has dicho sobre inferis y vampiros en tan solo un momento, Goderic. - dijo, mirando a ambos alumnos, su ojo sano reflejándose con la luz de la luna- Ahora, por ser su primera vez, haré yo los honores y os convocaré a dos personas desde el inframundo. Quiero que converséis con ellos, y que veáis que tienen para deciros, que averigüéis que los trae por aquí, ademas de esta clase, por supuesto.

 

Dicho esto, golpeó el suelo con su báculo y, detrás suyo, dos montículos de tierra comenzaron a surgir desde las profundidades.

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Se mantuvo derecho y en silencio mientras el Arcano y Beltis discutían. Sabía que el mago podía defenderse fácilmente de las palabras de la mujer, por lo que no se convirtió en un intruso en aquella conversación y solo se quedó allí, como un mero adorno de la habitación. El Arcano estaba en su derecho de manifestar su malestar por el actuar distante de la bruja la cual estaba a la defensiva más de lo necesario. Sin embargo, su rostro y actuar se mantuvieron neutrales como si nada estuviese sucediendo a su alrededor después de todo ¿quién era él para entrometerse?.

Siguió con la mirada a su maestro cuando comenzaba a realizar el corte en la espalda del cadáver. Goderic ya se había acostumbrado al olor de la sangre, además que nunca había sido especialmente intolerante a ésta. Si bien no podía categorizar sus conocimientos en anatomía como pobres o nulos, debía reconocer que no sabía el dato que su maestro le estaba enseñando. Sus ojos brillaron sutilmente ante el hecho de aprender algo nuevo, lo cual era una de las actividades preferidas del mago quien consideraba que el conocimiento y la información era una de las cosas más valiosas y poderosas en la vida.

Al recibir la instrucción de seguir al Arcano, Goderic lo hizo en silencio. Si bien suele caminar rápido y estresarse en demasía cuando alguien más lento le obstruye el paso, esta vez se mantuvo tranquilo e, incluso, disfrutando del caminar; deseando alguna vez ir al lado del Arcano como su igual y no detrás de él como un aprendiz título que, aunque le enorgullecía, esperaba que algún día sobrepasar para convertirse en su par. No esperaba avanzar por ego, sino por el deseo de cualquier aprendiz o discípulo: que su maestro lo considerara apto para continuar sin su guía contínua.

Asintió sutilmente para demostrar que no le preocupaba el posponer el tema de inferis y vampiros, al fin y al cabo el Arcano debía tener sus razones para reorganizar o no los temas en discusión. El frío de la noche caló lenta y sorpresivamente sus huesos. No había tiempo ni recursos para cubrir su cuerpo del frío por lo que sólo podía depender de su fortaleza mental para soportar las bajas temperaturas que la oscuridad de la noche les ofrecía. El camino se hizo corto pero ya casi no podía sentir sus brazos. Movió sus manos para causar fricción con sus brazos y generar un poco de calor, el cual se esfumó en cosas de segundos. Lamentó no haber sido lo suficientemente preparado para haber llegado algún método para entrar en calor.

Con el simple movimiento de su báculo unos entes comenzaron a surgir de unos montículos de tierra. Le sorprendió la facilidad para invocar muertos que poseía el Arcano, sospechaba que para realizar lo mismo él tendría que recitar unas decenas de hechizos además de complicadas florituras que simbolizaban distintas runas mágicas o algo por el estilo. Sin embargo, sabía que no debía sorprenderse pues los Arcanos no eran hombres simples y poseían gran fuerza mágica pero sobretodo sabiduría, por lo que sus habilidades se encontraban en la cúspide.

Observó unos segundos al ente recién formado, antes de comenzar una conversación.

Buenas noches señor. ¿Me permitiría el honor de saber cómo debo llamarle?― comentó con tono respetuoso que incluso muchos pensarían que no era de aquella época. Goderic sospechaba que su interlocutor no lo sería por eso decidió utilizar aquel lenguaje.

¿Mi nombre? No lo recuerdo, han pasado tantos años de la última vez que alguien lo utilizó para llamarme.

No se sorprendió en absoluto ante su respuesta, después de todo sospechaba que habían pasado decenas de años en completa soledad olvidando cada día una parte de sí mismo para acercarse cada vez más en un alma sin raciocinio. Le entregó una mirada algo triste pero se recompuso rápidamente.

¿Qué le parece si me concede el honor de entregarle un nombre entonces?.― ante la falta de negativa del no muerto, el mago continuó― No sé si le parece adecuado pero ¿qué tal el nombre de Wiliam?

El ente sonrió en respuesta por su recién nombramiento. El cuerpo del mago temblaba un poco ante la falta de calor, por lo mismo movió su varita para que un par de ramas secas que se encontraban en el suelo levitaran hasta quedar frente a él, las cuales comenzaron a arder gracias a la magia del hombre. No quería acabar con hipotermia o algo parecido, además que podía jurar que la temperatura ambiente disminuyó un par de grados con la aparición del no muerto. Quizás solo era un efecto psicosomático pero no por ello era menos real.

¿No te molesta que haya prendido fuego?

Si bien el ser no parecía ni molesto ni incómodo, aún así no se acercó a la fogata lo cual manifestaba que no se encontraba del todo confortable al rededor de una llama. Goderic no sabía cómo comenzar a preguntarle sobre su pasado o la razón por la cual seguir en este mundo. Podía fácilmente obtenerlo a la fuerza, utilizar la magia para doblegarlo y dominarlo pero ese no era su estilo; él no quería dominar y doblegar a la muerte, él quería ser reconocido por ésta. Obtener sus favores y conocimientos por mérito y no por la fuerza.

Disculpame por ser descortés pero ¿por qué sigues en este mundo?

El silencio inundó brevemente el lugar. No fue uno incómodo sino más bien uno reflexivo. Uno donde se luchaba contra el paso del tiempo para traer al presente lo que había sucedido en el pasado. Un pasado muy lejano.

La verdad, no lo sé. Al principio pensé era para obtener venganza pero cuando la obtuve me mantuve aquí. Luego pensé que seguía atado a este mundo para enmendar mis pecados pero por más que traté de resolver todas mis fallas hasta la más minúscula aún así debía vagar sin rumbo como un espíritu como un mero espectador incluso después de que todos los que había conocido habían muerto. Así que si me preguntas el por qué sigo acá no sabría decirte...

Con cada palabra que decía sentía como si un puñal se clavase en su cerebro. Podía ver imágenes difusas y pequeñas escenas en su mente de una vida que no era la suya. La habilidad de la videncia no solo le permitía ver hacia el futuro sino también hacia el pasado. Sabía que estaba viendo inconscientemente fragmentos de la vida de William. Podía sentir la sangre brotando de su cuello cuando un guardia real le había rebanado su cuello por la espalda sin darle margen de defensa. Podía ver como cada día atormentaba como fantasma al aristócrata que había decidido su muerte solo por haber robado ¿acaso era aquel un castigo equivalente? Podía sentir sus lágrimas abstractas al mirar desde la lejanía a sus seres queridos llorar su pérdida y hacer todo lo posible para aliviar su corazón.

Sí, lo que le había dicho todo era verdad. Él buscaba un motivo para seguir acá ya cansado de seguir viviendo en aquel estado que estaba, irónicamente, muy distante de la vida. ¿Qué le ataba? Ya no tenía a quién odiar, a quien cuidar ni menos a quién perdonar ¿entonces qué le hacía seguir en este mundo? Podía sentir la impotencia de la ignorancia tanto la suya como la de William que había luchado decenas o cientos de años para resolver aquella interrogante.

Si todo con lo que te relacionabas ha desaparecido ¿quizás la respuesta está en ti? Quizás quien falta que perdone tus errores eres tú. A veces es más fácil ser perdonado que perdonarte a ti mismo. Tú te atas porque sientes que vagar es el castigo por lo que hiciste. Por abandonar a los que querías.

No sabía si estaba en lo cierto pero quizás, solo quizás, había ayudado a encontrar su camino. Estudiar la muerte era eso, utilizar conocimiento y sabiduría para lograr un cambio en el alma. Traer un alma al mundo era tan maravilloso como liberar a una atada. No sabía si lo había conseguido, probablemente no, pero quizás podría haberle entregado una pista para buscar en lo más profundo de su ser y encontrar el camino que en algún momento perdió. La nigromancia era precisamente aquello, buscar en lo más profundo de los seres para echar un vistazo a la muerte y a los cautivantes secretos que yacen en lo profundo de las almas.

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No le sorprendió en lo absoluto ver que fue Goderic quien, tras escuchar sus instrucciones, fue el primero en poner sus manos a la obra. Acercándose con cautela al no-vivo recientemente convocado, entabló con éste una conversación de manera tan natural que Báleyr no pudo sino mirar asombrado preguntándose si en aquel joven de humilde apariencia y personalidad tan escuetamente sencilla podía haber verdaderamente potencial para la Nigromancia.

 

El rostro del anciano se iluminó a la luz de la fogata conjurada por Goderic, enseñando sus poco placenteras facciones, entra las cuales resaltaban su ojo tuerto y su enorme cicatriz en la mejilla, cubierta por un ungüento grisáceo que le recordaba su presencia por un fuerte picor al cual había dado por acostumbrase. Báleyr se acomodó y se sentó sobre una roca cercana a donde estaba, resposando su báculo contra su falda. Desvió unos segundos la mirada hacia su otra alumna, quien permanecía en su lugar, más no emitió comentario al respecto recordando el carácter prepotente de la joven.

 

A pesar de sus varios años de edad y de la distancia que los separaba, el Arcano podía escuchar con toda claridad la conversación entre Goderic y no-vivos. Ciertamente este último se comportaba como la mayoría: apático, severamente indiferente y algo distraído (la muerte tenía un efecto tan obnubilante que verdaderamente pocos de aquellos que eran traídos desde la muerte eran capaces de tener un contenido de la consciencia lo suficientemente lúcido.

 

- Eso es, en efecto, imposible. - le respondió el hombre, a quien Goderic había bautizado como William - Verás, incluso cuando mueres, es menester tener algo que te ate a quien eras anteriormente. La muerte te llevará, sin otra vía posible, a perder todo o casi todo sobre tu anterior vida, te despojará de lo bueno y de lo malo, pero hay algo que debes entender. La muerte quiere que recuerdes que estés muerto, y para hacerlo, tienes que seguir siendo tú, en cierta forma. Hay partes de la cruz que cargo que son imposibles de soltar pero... creo que tú puedes ayudarme.

 

William hizo silencio por unos segundos. Y luego ofreció:

 

- ¿Puedes llevarme al inframundo?

 

En ese momento, y por arte de magia conjurada por Báleyr, quien permanecía atento a la conversación, aparecieron diversos elementos en el suelo al costado de la fogata: un caldero, un hueso y una daga. Todavía no había dado por enseñarle a su pupilo un ritual de envío ni como abrirle un portal hacia el Inframundo, pero quizá esta situación sería lo suficientemente desafiante como para poner verdaderamente a prueba sus dotes naturales.

 

Báleyr chasqueó la lengua entretenido, carraspeó, y se dedicó a observar la situación.

 

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  • 2 semanas más tarde...

¿Por dónde empezar?

 

Primero aclaremos el hecho de que Candela creía que todos podían llegar a dominar aquella habilidad sin necesidad de tanta cháchara con un tipo sabio, cuyo mayor defecto eran los celos. Había escuchado muchos rumores acerca de que los Arcanos se negaban rotundamente a enseñar las artes en las que estaban especializados a menos que se tratase de alguien capacitado, en su totalidad, por ellos mismos. ¿Qué de cierto había en todos esos comentarios? Tendría que averiguarlo por sí misma, mucho más ahora que había decidido dar inicio al aprendizaje (o especialización) de un poder demasiado complejo.

 

La Triviani conocía sus limitaciones, sobre todo, estaba al tanto de se le escapaban de las manos ciertos aspectos de la magia con los que ni habría soñado tener contacto. Era de su conocimiento, además, su propio carácter. El haber dejado pasar un par de días, largos, para decidirse asistir, era señal de que había repensado la situación y su decisión de continuar o no con los planes primarios. Su impulsividad mal encaminada muchas veces le jugaba en contra, y allí no podía actuar explosivamente sin antes pensar en sus actos y las consecuencias de éstos.

 

Sin embargo, y por esa sed de poder de dominio sobre la magia, incluso desconocido, se encontraba frente a la puerta de madera, que era lo único que la separaba de su ignorancia, y constante fracaso en la Nigromancia (pues en muchas ocasiones había intentado ese tipo de prácticas sin éxito alguno), y el sabio que la encaminaría correctamente. Se daba clara cuenta, muy a pesar de su necia cabeza, de que su idea de auto aprendizaje era errónea. No podía dominar algo para lo que no estaba totalmente cualificada.

 

Tocó dos veces la puerta y aguardó.

 

¿Por qué esa habilidad y no otra? Ya lo mencionamos antes, no toleraba los fracasos, no estaba dispuesta a seguir perdiendo tiempo revolviendo tripas de animales y que éstos no le cuenten absolutamente nada. Ella debía estar allí.

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~ Mosquito ~          Ianello 

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A pesar de la oscuridad prácticamente impenetrable de la noche, algo llamó su atención por el rabillo del ojo: un movimiento. En efecto, una figura humana caminaba por el tramo final del sendero que daba paso a su humilde morada. Le llamó atención el peculiar horario en el que la mujer había decidido acudir, más le generaba aún más curiosidad cual era el motivo de su visita. Difícilmente se tratase de una simple visitante: verdaderamente pocos eran aquellos los que se dignaban a visitarlo sin otro propósito más que el conversar (muchos menos eran aquellos a los que efectivamente invitaba dentro de su vivienda) y ninguno de ellos había acudido alguna vez a estas horas de la noche.

 

La mujer no pareció advertir su presencia a tan sólo unos metros de la cabaña, dado que llamó a la puerta y aguardó inútilmente a que alguien le abriese. Báleyr mantuvo la mirada en la mujer, esperando que ésta notase la presencia del Arcano, más se vio obligado a sacudir el báculo levemente para producir un haz fugaz de luz blanquecina para convocar a la muchacha. Se puso de pie desde el pedestal en el cual se había acercado y comenzó a caminar, a paso lento para evitar que sus rodillas se quejasen demasiado, en dirección a la muchacha. No quería que ésta interrumpiese la actividad en que la Malfoy y Goderic se encontraban inmersos. La muerte nunca debía ser interrumpida.

 

- Buenas noches, señorita. - dijo Báleyr en cuanto llegó junto a ella, tratando de no pensar en la imagen que debía tener de él: aquella enorme cicatriz que cruzaba gran parte de su rostro y el ungüento grisáceo que relucía a la luz de la luna, su mirada opacada por aquel enorme parche y su ojo sano que la miraba fijamente sin pestañar. - ¿Puedo ayudarla en algo?

 

@@Candela Triviani

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  • 4 semanas más tarde...

Repasó las palabras del Arcano y finalmente decidió, como si fuera una derrota personal, no prestar atención a sus exabruptos y a la falta de cordura que imperaba en su discurso totalmente fuera de lugar y sin sentido del viejo profesor. Si se quería sentir insultado porque Beltis le dijera algunas cosas que podían resultarle chocantes, que lo hiciera. Ella había venido a aprender nigromancia, no a perder el tiempo con nimiedades. Podría sentirse frustrada ante la poca capacidad del Nigromante para llevar una clase o el trato totalmente desigual entre alumnos solamente por prejuicios de apellidos, como si él fuese la reencarnación de la bondad y del amor, o podría volver a intentarlo y sufrir al cambiante Báleyr una última vez.

 

Tendría que tolerarlo como se tolera a un mal menor para conseguir algo, aunque estaba claro que el pobre desvariaba, ya fuese por la edad o por otras razones que tuvieran que ver con su violento y famoso pasado. Por eso era que estaba siendo más suave, hasta sentía un poco de lástima por él. Le parecía extraño el cambio radical del Arcano, que después de haberle hecho avanzar en sus estudios, le dijera que todo eso no valía para nada y la tratara como si fuera una molestia simplemente por llevar un apellido en particular. Si fuera posible, diría que eran dos personas distintas en un mismo cuerpo.

 

Los siguió bajo la oscuridad de la noche y sin demasiado entusiasmo hasta un pequeño sitio rodeado de árboles, en medio del desierto en el que se encontraba la Universidad. Decidió dejar a Goderic y a Báleyr entenderse un rato mientras ella se aventuraba a entrar en las sombras que los rodeaban siguiendo la figura apenas visible que entonaba una vieja canción que apenas se escuchaba. Caminó lentamente, como si el ruido de las pisadas pudieran ahuyentar la voz dulce que arrullaba la noche, temiendo que cualquier movimiento por delicado que fuera interrumpiera la melodía. Olvidó a Báleyr y a su compañero, su mente se llenó de recuerdos y poemas, de sonidos, del olor a la madera y al tabaco, a la carne asada y a las manzanas dulces. Esas palabras eran como un himno a sus más íntimos recuerdos.

 

Se aclaró la garganta y recitó, sin lograr imitar aquella dulce voz, las frases de la canción folclórica. No era más que una antigua melodía finlandesa que hablaba de un par de trolls y un caballo blanco mágico. Beltis se fue acercando más al ver que la otra voz no cesaba. A cada paso que daba, la figura iba tomando la forma de una mujer que cantaba mirando la luna.

 

- ¿Conoces la canción?

 

La bruja se detuvo y asintió. La mujer vestía los restos de un delantal y un vestido amplio, con el bajo embarrado y remendado. Ropas que no se veían hace cientos de años.

 

- La escuché hace muchos años, cuando era una niña.

 

No mentía. Había escuchado a los niños cantar ese tipo de melodías y a su padre alguna vez, pero no para ella.

 

- ¿Una niña? -dijo sorprendida la mujer sin bajar la vista del cielo, un poco ausente- Sí, niños. Pequeños, revoltosos, sucios, de risa fácil y transparente. Niños que juegan en los prados, bajo el sol. Niños...

 

¿Cómo abordaría a la mujer sin espantarla?

 

- Es una canción que cantan los padres para acunar a sus hijos.

 

Tal vez eso despertara alguna memoria más y arrojara luz sobre los recuerdos de la mujer.

 

- Yo tuve un hijo ¿verdad? un niño que se reía. Reía cada vez que me veía y cuando le cantaba. Se reía mucho ¿verdad?.

 

- Tal vez estaba feliz de estar contigo.

 

- ¿Lo estaba?

 

La mujer volvió el rostro lentamente a Beltis, un rostro desprovisto de vida.

 

- ¿Lo era? ¿Era feliz?¿Lo conoces? ¿Dónde está? ¿Era feliz?

 

Beltis dio un paso más para acercarse.

 

- Cuéntame más de él.

 

- ¿Me quería? Yo...le cantaba. Tenía rizos y yo...yo le hice una promesa.

 

La mujer bajó el rostro ensombrecido.

 

- ¿Qué promesa?

 

- Éramos nosotros dos, solos, yo le hice una promesa pero luego todo se volvió diferente y oscuro. Me perdí hasta ahora ¿esa es la luna? Siempre me gustó la luna.

 

La voz de la mujer era difícil de descifrar, a veces dulce y llena de sentimiento como si de vez en cuando los restos de una vida se apoderaran de ella; la mayoría de las veces era apagada y fría.

 

- Tienes suerte, hoy la luna está estupenda. Pero, dime, ¿qué le prometiste a tu hijo pequeño?

 

- No...no lo sé. No pude cumplir porque no lo volví a ver más, me perdí hasta ahora que al fin puedo ver la luna.

 

Beltis dedujo que se refería a su muerte ¿Era la promesa incumplida lo que la mantenía ahí? ¿eran los retazos de recuerdos que guardaba de su hijo? Se sentó en el suelo y se tumbó boca arriba para mirar el cielo, invitó a su extraña compañía para que se acercara.

 

- Desde mi casa no se veía un cielo tan claro como este. Todo era frío, nubes y tormentas de nieve. La primavera duraba lo que duraba un suspiro y el verano menos todavía. En cambio, el fuego crepitaba en las casas y allí era donde pasábamos más tiempo junto a nuestras madres.

 

- Todo era frío. Sí. Frente a la chimenea cantaba para que él se durmiera al calor de las brasas. Era pequeño y débil, un niño enfermizo en un mundo duro e inclemente. Pero me tenía a mí. Siempre me tendría a mí para cuidarlo. Eso le prometí. Pero no cumplí.

 

Tal vez era promesa la que la ataba. Su hijo a esta altura debía estar muerto también, por la ropa que llevaba, el niño tendría cientos de años, aunque fuese mago.

 

 

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