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Nigromancia


Báleyr
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- ¿Quién es el hombre del ceño fruncido?

 

- Un amigo que lo acompaña en este viaje, parece miserable, ciertamente.

 

Se alzó en puntillas, afirmándose en el hombro de su hermana mayor, Olga. De alguna manera, la figura melancólica y ensombrecida de ese hombre que rozaba la treintena de años era fascinante. Entre todos los rostros de mejillas sonrosadas a causa de los bailes desenfrenados y el alcohol, de las sonrisas falsas y el constante rumor de las voces de fondo, él destacaba como una llamativa sombra que no lograba de ninguna manera diluirse en el cuadro alegre y pintoresco que componía el Baile de Primavera.

 

La música se detuvo en cuanto los invitados de honor llegaron. El rumor del baile y las conversaciones distendidas fue sustituido por las risitas de las jovencitas solteras que se agolpaban al frente para ver mejor al par de hombres solteros y que entre ambos reunían una incontable cantidad de títulos nobiliarios. Ella en cambio, los miraba divertida ante la pantomima de la galantería y la tradición más oxidada y esperpéntica. Todas estaban ansiosas por casarse, mientras ella ¿qué quería? este era su primer baile en el que ser soltera estaba incluido dentro de su carta de presentación.

 

Desde la lejanía observaba el baile, sin prestarle demasiada atención a los solteros adinerados que podrían sacarla de la pobreza. Sus padres estarían furiosos al finalizar la noche, pero ya se les pasaría en cuanto casaran a Olga. Los rizos dorados y los enormes ojos azules de su hermana conquistarían al mismísimo Zar si alguna vez bajara a ese pueblo olvidado del este; y no fallaron esa noche. Uno de los hombres, aquel de pelo rubio y porte regio, la miraba fijamente desde el otro extremo del salón y no tardó en cruzar el mar de gente para pedirle a Olga el siguiente baile.

 

Ambas rieron, Olga estaba evidentemente nerviosa. Eran perfectos el uno para el otro, pensó ella: guapos, algo inocentes y dispuestos a darse una oportunidad. Se quedó un rato sola mirando el baile, lamentando por unos segundos tener el cabello oscuro, los ojos marrones y estar demasiado delgada como para ser considerada agraciada. ¿Pelo oscuro? ¿Ojos marrones? Se llevó las manos a los mechones de cabello castaño que le caían por el rostro, estiró los perfectos rizos y los soltó pasmada. ¿No tenía el pelo blanco? ¿Blanco como un día de invierno, como la nieve recién caída? ¿y los ojos grises y deslavados como el cielo de invierno?. Dio un paso hacia atrás angustiada, tocándose la piel de un rostro que no parecía el de ella.

 

«Tienes que escuchar sus motivos y considerar si son válidos, y solamente si lo son... puedes considerar la posibilidad de devolverla al mundo de los vivos»

 

Dio un respingo y giró la cabeza para ver quién le hablaba. Pero estaba sola a un costado de la pista de baile, mientras los demás se divertían bailando y conversando temas triviales. La voz ronca del hombre mayor no se detuvo.

 

«Confía en ti y en tu poder, eres capaz de hacerlo, pero recuerda que todo tiene un costo.»

 

El eco de la voz no se apagaba por la música, parecía que resonaba en su cabeza con una claridad apabullante aunque no alcanzaba a comprender lo que decía del mundo de los vivos, ni en el coste de su poder y decisiones. Tomó la copa que le ofrecía un criado y se bebió de un golpe todo su dulce contenido, pero el calor no subió a sus mejillas ni sintió apagar su sed. Comenzó a sentirse fuera de lugar y mareada, confundida entre quién creía que era y lo que era. Miró su torso sin reconocer el vestido, ni su pies, ni su falda, ni su pecho. Miró a su hermana y la vio como a una extraña.

 

De pronto recordó el tacto firme y áspero de la varita entre los dedos. Estaba segura de tener una varita, una extensión de sí misma y una imagen de su poder ¿Dónde estaba? Comenzó a buscarla entre su ropa frenéticamente.

 

¿Una varita? Pero ¡¿Cómo iba a tener una varita?! Se estaba volviendo loca, tenía que salir a tomar el aire y dedicarse a bailar. O a tener conversaciones poco trascendentales con gente sosa. Se irguió resoplando los rizos castaños y se encaminó a la salida con decisión, mientras apartaba a su paso a la gente. Al cruzar la puerta vio la cuna.

 

Llevaba la manta colgando de los bazos débiles y el rostro humedecido por las lágrimas, la piel reseca y los ojos hinchados de tanto llorar. No conseguía dormir ni comer, por eso apenas podía alimentar a su pequeño que se debilitaba junto a ella. El dolor y la angustia los llevarían a la tumba si no lograba recomponerse, pero no sabía cómo una viuda pobre y desamparada podía vivir en ese mundo. Despacio y temiendo despertar al niño, se acercó a cobijarlo. Lo arropó dulcemente pero de su boca no salió ninguna canción esa noche. No habría más canciones para ellos. Simplemente no tenía fuerzas para cumplir su promesa.

 

Un dolor punzante se le clavó en el pecho y gritó a causa del dolor. Como un agudo puñal de tristeza y soledad. Se rendía. Miró la mancha de sangre crecer en su pecho, tiñendo de rojo el uniforme torpemente remendado de oficial. Con dificultad llevó una mano al puñal decorado con gemas que brillaban especialmente hermosas esa tarde de sol. Abrió la boca para decirle algo a su amigo, al que había creído su amigo y que lo miraba con una sombra de celos e ira en sus ojos. Cayó de rodillas sobre la piedra de la calzada, agarrando con una mano la daga y con la otra aferrándose a las piernas de Charles. Era una preciosa tarde de verano y habían disfrutado del día en el río junto a Marie. ¡La sonrisa de Marie! ¡No había nada más hermoso! Estaba dispuesto a pasar el resto de la vida elaborando bromas, chistes e historias solo por verla sonreír. Aunque ahora Marie no sonreía, estaba pálida al otro lado de la calle, gritando con las manos en la boca horrorizada. Cerró los ojos para morir recordando su sonrisa.

 

«Confía en ti y en tu poder, eres capaz de hacerlo, pero recuerda que todo tiene un costo.»

 

¡Su varita! Su mente comenzó a aclararse. Le dolía el pecho y se sentía débil, como si estuviera a punto de expirar su último suspiro, como si hubiese perdido demasiadas vidas en poco tiempo. Estaba inmersa en una ilusión que estaba cobrando de forma peligrosa cada vez mayor realidad. Volvió a respirar con dificultad a la vez que trataba de recordar quién era y dónde estaba. Poco a poco, volvió en sí, concentrándose en pequeños detalles que la definían.

 

Abrió los ojos y se encontró rodeada de sombras. Tenía el pecho apretado y la cabeza a punto de explotar ante la oleada de sentimientos que estaba experimentando. Deseos de venganza, tristeza, celos, pasión, odio, ira; un abanico extenso de emociones que no lograba digerir incluso cuando los conocía tan bien. Era difícil desentrañar cada historia y recobrar el sentido completo bajo esas condiciones en la que cada uno había intentado atraparla en sus propios recuerdos para manipular su poder. Todos habían sufrido en vida por sus decisiones o por culpa de otros y sin embargo, ahí estaban, intentando apoderarse de algo que no era de ellos. Se apoyó en los muslos y se puso de pie haciendo acopio de fuerzas. Deslizó la varita entre los dedos.

 

- Si querían mi ayuda, han tomado la decisión incorrecta.

 

Ante sus ojos, las sombras comenzaron a definirse poco a poco, y mientras ocurría, sentía y veía lo que cada una de ellas había vivido. El dolor era tan real que ante las balas que atravesaron la carne del soldado pegó un salto de dolor y gimió apretando los dientes. Se llevó una mano a la garganta ante el suicida que se dejó caer al mar desde lo alto de un acantilado sintiendo que los pulmones se le llenaban de agua mientras desesperadamente se arrepentía intentando retener el aire en ellos. Respiró agitada cuando el primer puñetazo cruzó su rostro y le rompió el corazón, mientras que el resto de golpes no fueron tan dolorosos como ver a su marido borracho desquitarse con ella solo porque la cena estaba más salada que de costumbre.

 

Alzó la varita pero no pronunció hechizo alguno. No había ningún hechizo que pudiera apartarla ahora de todo lo que había vivido en tan pocos segundos. Necesitaría un pensadero y un baño tibio. Y una botella de vino.

 

- No depositen sus esperanzas de una vida nueva y mejor en mí. No soy yo quien puede resolver sus muertes ni darles descanso procurando las venganzas que tanto desean ni satisfaciendo el deseo de encontrar con vida a viejos amantes. No es en el mundo de los vivos donde encontrarán descanso, porque la muerte nos gana a todos, antes o después. No hay escapatoria. Solo les pudo ofrecer mi ayuda para resolver los tormentos que no han sido capaces de solucionar.

 

Bajó la varita con un nudo en la garganta.

 

- Tu me pediste ayuda para encontrar a tu hijo. Madre, ahí lo tienes -apuntó al soldado que se encontraba a su derecha, el que había muerto apuñalado-. Él es tu hijo.

 

Se aclaró la garganta y se giró hacia el acantilado que caía sobre un cielo cobrizo.

 

- Fulgura Nox.

 

Con la debida concentración y utilizando recursos anteriormente aprendidos fue capaz de abrir un portal hacia le mundo de los vivos. Cruzó la puerta suspendida en el vacío y al otro lado se encontró de frente con Báleyr.

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Con cada camada de alumnos que pasaba bajo su tutela, le resultaba menos y menos difícil centrar su atención en varios alumnos a la vez. Su cerebro parecía volverse cada vez más adepto a la compartimentalización de los influjos que llegaban a su mente de parte de sus alumnas y eso hacía significativamente más sencillo el proceso de evaluación y el seguimiento de su progreso a lo largo de la clase. Beltis y Candela eran dos mujeres completamente distintas, por más que inicialmente pudiesen darle a uno una impresión similar, más conforme avanzaban en la clase ambas dejaban ver más y más rasgos de sus personalidades diferenciándose tajantemente la una de la otra.

 

Seguía con cautela cada uno de los movimientos y vivencias de la Malfoy en lo que parecía ser su último retazo de la fase preparativa de la clase: si todo culminaba de manera satisfactoria, estaba dispuesto a ofrecerle la entrada a la prueba. De ahí en más, todo quedaría claramente librado a la capacidad de la muchacha, siendo que el Arcano tenía poca inferencia sobre lo que el portal decidía hacer con ella. Mientras tanto, se degustaba al descubrir una faceta de la personalidad de Beltis que hasta entonces solo había raspado: una determinación inamovible que parecía ser capaz de llevarla hasta el fin del mundo si de ello se tratase.

 

Silenciosamente, y sin que ella lo notase, la instó a avanzar y a tomar las decisiones que ella considerase oportunas. La vió flaquear momentáneamente y no pudo sino esbozar una media sonrisa (que más que tranquilizar, atemorizaría a cualquiera) al verla avanzar prudente y correctamente. Contrario de lo que muchos pensaban, el dudar y el verse intimidado por la adversidad no era sino lo más natural y propio del ser humano; la valía no estaba en no temer, sino en actuar a pesar de los temores y saber cómo salir victorioso independientemente de las presiones externas.

 

Por otra parte, y concentrándose en la escena que la Triviani tenía delante de si, esperó pacientemente a que realizará algún movimiento, más al verla tan quieta e inmutada no pudo sino negar con lentitud. Esperaba que no fuese demasiado para ella, y dudó momentáneamente respecto de si sería prudente interrumpirla para tratar de asesorarla en busca de una salida de la situación en la que se encontraba. Finalmente decidió en contra de ello, a sabiendas de que sería mejor forzarla a valerse por sus propios medios desde un principio, tal cual el portal lo haría al final (si llegaba a ello). No quería interrumpir su aprendizaje, y mucho menos interferir en sus pensamientos.

 

Poco tiempo pudo centrarse en su alumna más novata, dado que percibió un portal fulgura nox aparecer delante de él. La luz que el portal expedía lo cegó momentáneamente, iluminando sus toscos rasgos faciales y la cicatriz que se adivinaba en su rostro. Beltis se materializó en medio de su arquitectura: había conseguido satisfactoriamente volver hasta él, algo que verdaderamente pocos lograban. En efecto, era hora. El anciano utilizó su báculo para ponerse de pie, y con su dedo índice la instó a seguirlo mientras avanzaba hacia la punta del claro.

 

¿Cómo es que tomaste la decisión de no ayudar a traer del otro mundo al hijo de la mujer? —preguntó primeramente mientras avanzaban en dirección a la lune, necesitaba que la bruja estuviera tranquila— Cuéntame, ¿cómo te sentiste?

 

Para cuando la bruja había terminado de hablar, ya habían llegado al borde del claro que se abría a un inmenso abismo en el fondo del cual había un quieto río cuyas aguas oscilaban hacia un destino incierto. Incluso desde la altura podía percibir la luna reflejada en la superficie del líquido. Báleyr asintió ante las palabras de la joven y, tras pensárselo una última vez, continuó.

 

¿Te encuentras lista para realizar la prueba? Piénsalo bien. —la respuesta de la Warlock no sólo sería definitiva sino que además tendría serias repercusiones: una vez comenzada la prueba, y de fallar, la mujer no podría devenir una nigromante nunca jamás.

 

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Era una sensación extraña el que manos huesudas pasasen a través de su cuerpo, intentando desgarrarla. Candela se había quedado quieta, con la esperanza de que se cansarían en algún momento; mas, por el contrario, lo que había hecho la bruja parecía haberlos enfurecido aún más. Se habían amontonado alrededor de ella, pero al cabo de unos momentos, se dispersaron. El último de ellos desapareció entre los arbustos, con los ojos de la bruja clavados en su espalda; y siguió su camino, tal como la voz del Arcano le solicitaba.

 

Habría querido responderle, sin duda, pero estaba segura de que podía leerle los pensamientos, ¿o no? Quiso creer que así era, así que se dedicó a concentrarse en las ideas que iba teniendo mientras seguía por el sendero. Por ejemplo, ¿quién era? ¿Estaba muy lejos de ella? ¿Qué eran esos muertos que la atacaron sin tregua? Aseguraba haber visto esas cosas nada más que con mortífagos, pero dudaba que él usase la misma magia. Porque era distinta, ¿verdad?

 

Pero no pasó mucho rato, después de haber abandonado a los no-vivos, que una serie de tenues luces empezaron a salir de todos lados; eran diez de ellas, diez almas cuyos rostros carecían de nitidez y que, sin embargo, no lo apartaban de la bruja que tenían en frente. Avanzaron hacia ella con total parsimonia, quizás unos más que otros. Los que no se acercaban lento, tenían el gesto grave mezclado con la súplica; otros se mostraban nerviosos, se frotaban las manos, o lo que parecían ser manos.

 

Candela se detuvo una vez más, con la varita preparada por si tendría que usarla. Pero escuchó la voz del Arcano, nuevamente, en su cabeza. El siguiente paso a dar, ayudar a un alma a volver al plano de los vivos, escuchar sus razones, validar una y rechazar las demás y que, además, tuviese un significado para ella. ¿En qué cabeza cabía que alguno de esos entes podría valer algo para la Triviani? Teniendo en cuenta claro, su personalidad, su historia y sus decisiones de vida.

 

— Dicen, —empezó a cortar el silencio una de las ánimas— que tienes el poder para ayudarnos...

 

>, preguntó.

 

— Dicen, —dijo otra voz— que vas a recuperar nuestros cuerpos...

 

— "Dicen", ¿quiénes dicen? —inquirió Candela aferrada a su varita, con la mirada fija en el grupo que tenía frente a sí.— Debe ser mentira, a mí nadie me conoce.

 

— Ella, la que todo lo ve. —la respuesta que le dio una niña llamó su atención.

 

Pero entre todo el grupo, y todos los pares de ojos que la observaban, había un joven que le huía la mirada. No, no le huía. No quería mirarla.

 

— ¿Por qué estás aquí? —quiso saber la Triviani, sintiéndose menos importante con él. Mientras todos los demás hablaban sobre unos y otros y elevaban la voz para ser escuchados.

 

El muchacho no respondió, tenía la cabeza ladeada con el gesto pensativo, y los ojos fijos en un punto inexistente entre un alma y otra. Candela dio un paso hacia él, con la alarma encendida, con el aviso que le decía que debía dar marcha atrás. Ignoraba si la advertencia se la estaba dando el Arcano o era producto de su intuición, pero continuó. Otro paso más.

 

— La que todo lo ve... —dijo el joven haciendo eco de las palabras de la niña— Te espera.

 

La gitana se paró en seco. Tuvo, entonces, una ligera idea de a quién se referían cuando le dijeron "Dicen". Pero no estaba del todo segura.

 

>, formuló la pregunta en su cabeza, olvidándose por completo de que el Arcano podría leerle los pensamientos. Pero si él no lo hacía, el alma del joven le había entendido; Candela cerró ambas manos en puños al ver la sonrisa que le dedicó el chico y que le puso la piel de gallina.

 

— Sígueme. —le ordenó al joven. Le dio la espalda al resto de almas, que todavía debatían sobre quién tenía que hablar primero, y retomó el sendero que había abandonado unos momentos atrás. Caminó en silencio, girándose de tanto en tanto para ver si el muchacho aún la seguía. Éste seguía evadiendo la mirada, pero seguía los pasos de la bruja.

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~ Mosquito ~          Ianello 

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Candela avanzaba a paso lento pero decidido, ratificando su compromiso con el aprendizaje de aquella noble arte. Báleyr, a pesar de estar presencialmente junto a la Malfoy, no le quitó el pensamiento de encima en ningún momento y, por el contrario, evaluó escrupulosamente su accionar prestando especial atención a la forma en que procesaba las pruebas que aquel místico bosque decidía ponerle en frente: la magia que habitaba entre aquellos árboles era centenaria y constituía un parámetro inequívoco de la capacidad de sus aprendices. Báleyr podía permitirles, e incluso esperaba, cierta duda y vacilación respecto de las implicancias de aquella arte, siempre y cuando esas dudas no llevasen a la incapacidad de actuar.

 

La observó enfrentarse valerosamente contra aquellas almas inquietas que, ansiosas por tener otra persona viva en sus terrenos, habían escapado de sus escondites terrestres para salir a su caza. Por supuesto, no todos ellos recibirían la bendición de ser potencialmente salvados por un aprendiz, más bajo las órdenes del arcano volverían a descansar una vez que la noche menguase y diese tregua al día: era allí cuando la magia del bosque se agotaba. Inconscientemente arqueó una ceja al ver el alma que eligió ayudar la mujer: todavía recordaba el día que aquel muchacho había llegado a sus aposentos y, aún con mayor nitidez, podía retro-traer a su consciente la razón por la cual todavía no descansaba en paz. Candela había hecho, sin saberlo, una decisión muy importante.

 

<< ¿A dónde lo llevas? >> le inquirió el Arcano a la mujer, asegurándose de que ella podría oírlo. No quería verdaderamente una respuesta, sino que la mujer tuviese por seguro la manera en que quería lidiar con aquella alma inquieta. Si la mujer optaba por devolverlo al mundo de los muertos y tratar de resolver su conflicto allí, debería aprender a abrir un portal hacia el mundo de los muertos pero, antes de hacerlo, tendría que aprender un poco más sobre el chico y su historia para así entender sus motivaciones y hacerse una idea de como ayudarlo.

 

Después de todo, la muerte no le permitía la entrada a cualquiera.

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Permanecían en silencio, ninguno de los dos había querido hablar primero y el muchacho parecía disfrutarlo. Candela, en un principio, se había negado a ser la iniciadora de la charla y prefirió morderse la lengua antes que empezar con las pericias de por qué estaba el chico allí. Que se moría de ganas de preguntar, sin duda, pero creyó prudente esperar un poco; por lo menos hasta que estuviesen frente al hombre al que tenían que ver, si es que alguna vez llegaban a donde él estaba.

 

La voz del Arcano, una vez más en su cabeza, la desconcertó. ¿Estaba de broma? ¿Acaso no tenía que ir a donde él estaba? ¿O es que había entendido las cosas como quería?. Miró hacia atrás para corroborar que estuviese siendo seguida por el alma, pero al girarse sólo se encontró con su propia sombra. ¿Dónde se había metido?

 

— ¿Qué edad crees que tengo? —la voz gutural del fantasma frente a ella la sobresaltó— Ha pasado mucho, desde que he visitado el mundo de los vivos.

 

Candela no contestó. Se quedó mirándolo como si hubiese descubierto alguna familiaridad en él, pero no decidía qué. Quiso responderle, sí, mas optó por un minuto más de silencio, mientras intentaba estudiar los pocos rasgos faciales que se le marcaban. Tenía un rostro, seguro, pero, por momentos, a la Triviani le parecía estar viendo a través del cuerpo etéreo de su acompañante y no a él precisamente.

 

— Uhm... ¿Veinti - pico? —trató de adivinar y enarcó una ceja al ver la reacción del chico.

 

La risa que emitió el ánima, más que hacerle gracia, la desconcertó.

 

— Para un muerto, el pasar del tiempo es muy distinto a cómo transcurre en el mundo de los vivos. —Candela sintió la necesidad de callarlo, pero dejó que siguiese hablando— Este verano podría haber cumplido seis años.

 

— Creí que, una vez muerto, el tiempo simplemente no pasaba. —el tono en el que lo dijo sacó a flote la incredulidad con la que lo escuchaba.

 

— Oh, sí, es verdad. Pero para algunos, como yo, pasa... A una velocidad que no te haces idea. —por una milésima de segundo, se había permitido girar el rostro para ver a la bruja, pero al encontrarse con la mirada fija de ésta, volvió a apartarlos.

 

Sólo entonces, Candela tuvo la ligera impresión de haber olvidado algo.

 

>, quiso saber.

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~ Mosquito ~          Ianello 

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La conversación entre la Triviani y el joven pecaba de superficialidad y era, cuanto menos, inútil. Báleyr negó levemente con la cabeza mientras trataba de mantener la calma y rebuscaba un repertorio de palabras que lo ayudasen a guiar a su alumna hacia su cometido; a veces se le olvidaba que, para la mente novata en aquella disciplina, el objetivo y los propósitos de la Nigromancia no eran tan claros. Suspiró, ansioso, mientras una terebrante impaciencia le llevaba a preguntarse qué demonios sucedía con la Malfoy, quién se había pasado la mayor parte de la clase ansiosa por acceder a la prueba y ahora se rehusaba a responderle la pregunta más importante.

 

<< Candela. Tu rol como Nigromante, si algún día llegas a serlo, será muy claro. Tu objetivo será servir de nexo entre la muerte y cualquiera que quiera entrar en contacto con ella. En este caso, te has encontrado con un joven que por alguna razón no puede soltar el mundo de los vivos. Hay algo de su esencia o de su historia que lo ata a nuestro mundo y que él se niega a soltar.>> Meditó si aquello era suficiente, o si de por sí ya estaba dándole a la mujer demasiadas pistas respecto de cómo debía ser su accionar. Pausó unos segundos. << Debes indagar en la historia de este muchacho y luego negociar con la muerte a ver si le permite el acceso al mundo de los muertos; es tu responsabilidad entrar en contacto con ella. >>

 

Decidió ser más justo con su nueva alumna, y tras recordar que la Malfoy había recibido el mismo tipo de asistencia de su parte, se apresuró a agregar:

 

<< Cuando llegues el momento, y te consideres lo suficientemente preparada, cierra tus ojos. Bloquea tu mente a cualquier influjo externo, y nada más deja la puerta abierta para que la muerte se acerque a ti. Una vez que sientas su presencia, hazle saber la razón por la cual decidiste contactarlo, preséntale el caso de este muchacho y media para que le otorgue la entrada al mundo de los muerto. Entonces, será tu responsabilidad que sea capaz de descansar allí por el resto de su existencia.>> Carraspeó, algo inaudible para la Triviani, quien solo percibiría una pausa. << Mucha suerte. >>

 

 

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- No era necesario - respondió -. No necesitaba mi ayuda, volver a la vida no hubiera resuelto sus problemas ni habría podido realizar su tan ansiada venganza.

 

Había salido recién del portal cuando el Arcano la atrapó en sus preguntas.

 

- Hay que aceptar la muerte, aunque a veces nos parezca injusta o precipitada es algo inevitable. Antes o temprano nos alcanza a uno y otros sin importar la vida que hubiésemos llevado; buenos, malos, justos o no nuestra vida acaba. ¿Por qué tengo que darle una segunda oportunidad a los que me lo pidan? No creo que sea la labor de un nigromante juzgar los motivos de los muertos para regresar al mundo sensible. No todos lo merecen, y aunque lo merezcan ¿Por qué han de regresar si ya están muertos?

 

Caminó junto al Arcano.

 

- Tiene que existir algo más que justifique esa resurrección. Y ese algo pasa por otros motivos, mucho más egoístas tal vez, pero más realistas. ¿Qué es si no la nigromancia? No creo que se haya fundado en el altruismo y en el sacrificio propio para ayudar de manera desinteresada a alguien que ha muerto solo porque sus motivos sean justos o buenos. Es un gran poder, terrible y oscuro, que juega con los límites de la magia. Ritos de muerte y sacrificio que demandan más que unas palabras bonitas y unas rimas bien recitadas. ¿Por qué iba a servir para traer a alguien así como así a la vida? Si solo tener buenos motivos bastara, tendría que revivir cada niño muerto...

 

A lo lejos se veía el agua de un río.

 

- Puede que no sea lo que quiera escuchar, pero esta disciplina hunde sus raíces en principios oscuros y muchas veces malditos. Horrocruxes para alargar la vida, ejércitos de inferis, alteración de los sentidos y de la propia vida mediante actos espantosos que otros magos sancionarían sin pensarlo dos veces. Los que estamos dispuestos a perder tanto-miró la cuenca vacía del ojo de Báleyr-, lo hacemos por algo diferente y mayor. Malo o bueno, casi siempre egoísta.

- ¿Te encuentras lista para realizar la prueba? Piénsalo bien.

 

No se detuvo a pensar, esa decisión la había tomado tiempo atrás.

 

- Sí, estoy lista.

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  • 2 semanas más tarde...

Nexo. De todo lo que había escuchado de la voz del Arcano, aquello era lo único que le quedó claro. El resto eran preguntas y más preguntas pero, por lo menos en ese momento, sabía que tenía que sacarle información al chico del que, ni sabía el nombre, ni sabía la historia. Tan sólo sabía que podría haber cumplido seis años y que su muerte fue a temprana edad; bueno, la edad a la que había muerto tampoco la sabía, pero ya muriendo antes de los seis, se consideraba temprana, ¿o no?

 

Candela detuvo el paso y fijó la mirada gris en el suelo. Observó sus pies descalzos y, utilizando su propia lógica, supuso que aquel alma debía tener una razón que lo mantuviese con los vivos. Así como que ella no use calzado, que tenía también sus razones -la incomodidad de los zapatos cerrados, por ejemplo, y le valía que le dijeran que las sandalias no eran cerradas- el chico tenía un por qué.

 

— ¿Por qué estás aquí? —quiso ir por la forma más directa.

 

La Triviani tenía la sensación de que no había sido la mejor idea que hubiera tenido, pero por algo tenía que empezar. Ignorante, así como era, en esas artes, le era difícil comprender qué rayos necesitaba hacer. ¿Y si realmente se había equivocado de habilidad? Intentó concentrarse en las palabras del Arcano, en lo poco que había logrado entender de lo que se le había dicho y la presencia que la acompañaba, de la cual aún esperaba una respuesta.

 

El muchacho le sonrió.

 

Sintió una opresión en el pecho que trató de no evidenciar. Allí, en el pecho, en donde muchas veces ella misma se negaba a decir que había un corazón. A su mente llegó la idea que había perdido al inicio del camino, algo que había olvidado y que, por algún motivo, tuvo la impresión de que estaba relacionada con él. ¿Por qué? ¿Quién era? ¿Cuál era su nombre?

 

— Mi madre... —lo dijo en un murmullo, con la voz semi apagada.

 

¿Por qué, de todos los motivos, tenía que ser precisamente esa palabra la que lo moviera?

 

El joven tenía los ojos fijos en los pies de la bruja y, al elevarlos, se clavó en la mirada contrariada de la Triviani. Mientras ésta pensaba en tantos asuntos predictivos, y otras banalidades, advirtió una vez más la familiaridad que encontraba en él. Su cabello de un azabache apagado, sus ojos del mismísimo color de la miel, le dieron un vago indicio hacia una ruta de la que ella misma se había desviado mucho, pero mucho, tiempo atrás.

 

— Tu madre. —repitió Candela como una autómata.

 

>, preguntó. Con la esperanza de una respuesta.

 

Su corazón dio un salto frenético.

 

— ¡MI MADRE! —el grito que pegó el muchacho la sobresaltó.

 

Dio un paso hacia atrás pero fue demasiado tarde. Sintió dos gélidas manos sobre su rostro y un aliento tan frío que tuvo la sensación de huesos congelados. Y quizás era así, literal, estaba petrificada. No podía, o no quería, moverse.

 

— ¡MI MADRE! —volvió a gritar él y ella tenía la impresión de tener los tímpanos destruidos.

 

Se negó a escuchar. Tan sólo escuchaba un pequeño tintineo en los oídos, aturdida. También se negó a ver. Esas imágenes que salieron a flote en su nube oscura de recuerdos no podían ser suyos. No eran los suyos, no debían pertenecerle.

 

Sus pies descalzos pasearon sobre el montículo de huesos de forma pesarosa, quería alargar el tiempo para no tener que marcharse, y su "ama" no se lo permitía. No había llegado allí por medios propios, había sido arrastrada a una turbulenta decisión que cambió, a un extremo, su propia vida. Su ama le había pedido un sacrificio, y las razones de por qué tenía que ser precisamente Byron eran válidas: Cargaría con la maldición familiar y ella no quería eso.

 

Porque no lo quería, ¿verdad?

 

Otro cúmulo de imágenes.

 

Las camillas de un hospital. Enfermeras que alentaban, las fuerzas que abandonaban su cuerpo. El grito de ella misma, el dolor en el vientre -uno protuberante-, y ese ver sin ver que la llevó a la muerte, tras el llanto de un niño que acababa de nacer.

 

La imagen del patriarca de una prestigiosa familia mágica, que se había puesto de rodillas y pedía la mano de alguien que, como siempre, negaba ser ella.

 

Todas las escenas iban y venían, en retroceso y en avance. Una y otra vez. Mientras el chico, que no le quitaba las manos de la cara a la bruja, reiteraba "MI MADRE" sin cesar ni un segundo.

 

Candela no quiso ver más, cerró los ojos con fuerza y notó su rostro caliente y humedecido.

 

>, insistió en su pregunta.

 

No quería llorar, pero sentía que las lágrimas caían una a una y traicionaban su voluntad. Apoyó ambas manos en las que le sostenían brutalmente, pero se encontró con una ligera corriente eléctrica que le advirtió del nulo contacto que debían tener. Sí, había olvidado que, incluso, se prohibió a sí misma tener un mínimo roce con Byron. Además, era parte de la especie de ritual que había realizado. Un pecado. Sin más.

 

>

Editado por Candela Triviani

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  • 2 semanas más tarde...

No habían sido sus acertadas respuestas, ni el hecho de que con tan pocas palabras y una semejante templanza le había mostrado que tenía una faceta de su personalidad muy distinta a la que inicialmente mostraba, lo que le había hecho sonreír de manera pícara al final de sus contestaciones. Había sido la determinación con la que había aceptado la prueba, como si no fuese más que un sencillo trámite a pesar de ser probablemente uno de los desafíos más difíciles que le tocaría atravesar en su vida mágica. Asintió levemente y, tras concretar una fecha y hora para su prueba de Habilidad, la observó desaparecer para luego concentrarse en su alumna remanente. Si los astros se alineaban, podría descansar luego de esto: trataba de ignorarlo, pero el dolor de espalda era cada vez más fuerte y se hacía cada vez más difícil pasarlo por alto.

 

En un principio, le costó entender con claridad a donde llevaba todo esto: veía las imágenes en la misma secuencia que la Triviani pero, de alguna manera, la mujer era capaz de extraer conjeturas a partir de ellas a las cuales el Arcano no tenía acceso. Era válido decir que, como todo en el mundo de la magia, había ciertas fronteras que su poder no había cruzar y que, para serse franco, tampoco deseaba hacerlo. En ocasiones, su labor como docente implicaba infiltrar en demasía la mente de sus aprendices, una actividad que a veces se volvía no sólo tediosa sino incómoda. Sin embargo, y a medida que la mujer fue uniendo todas las ideas y que las cosas comenzaban a caer por su propio peso, la historia se puso cada vez más interesante.

 

El muchacho no dejaba de implorar por su madre y su alumna era víctima de aquel influjo de emociones que parecía haberla desestabilizado temporalmente. << Concéntrate, Candela. >> le instó, con una voz un tanto más seria de lo intencional. No podría avanzar hasta que supiese dominar sus emociones. Báleyr necesitaba de ella que fuese más templada, incapaz de exaltarse ante las vicisitudes del comportamiento humano independientemente de lo que en verdad sintiese. La escena era un caos, y los gritos del muchacho bregaban por atraer a los no-muertos rezagados unos cuantos metros detrás de ellos. Repitió la orden a la muchacha, esta vez con un poco más de seriedad, instándola a retomar la calma.

 

El sonido de una enorme rama al resquebrajarse reverberó a unos cuantos metros de donde estaba la Trivani y su supuesto hijo y, de pronto, una tenebrosa música comandada por un violín comenzó a resonar en las inmediaciones del bosque. El Arcano no estaba del todo seguro de qué se trataba todo aquello: una jugarreta de la magia de aquel lugar, eso estaba claro, pero la naturaleza de la conexión entre aquel bosque y el Inframundo nunca había sido del todo clara para él y, de tanto en tanto, lo sorprendía de la nada con elementos como aquel. Un último sonido se agregó a la música, un tanto más fuerte para asegurarse de ser audible a pesar de la suave trompeta que se había sumado a la orquesta. El mensaje era claro, tan claro que a Báleyr llegó a ponerle los pelos de punta y tuvo que contenerse para no salir corriendo en busca de su alumna.

 

No. Tendría que apañárselas sola.

 

El mensaje era claro.

 

<< Está viniendo. Él, ÉL, está viniendo. >> la voz no era más que un susurro, pero era un susurro tan grave que a cualquiera le haría flaquear las rodillas. << Está viniendo. Él, ÉL, está viniendo. >>

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La voz del Arcano, que la instaba a calmarse, fue el hilo a la realidad que estaba necesitando. Bueno, no sé qué tanta "realidad" existía en el hecho de que alguien te hablase en la cabeza -eran momentos en los que la Triviani se debatía en si estaba soñando o no-, pero le sirvió por lo menos para despabilarse y cortar con las lágrimas que amenazaban con escapársele nuevamente de los ojos. No, Candela no solía llorar, pero debía aceptar que esa situación se le había ido de las manos y que tendría que empezar a pensar en frío si su meta era la de pasar esa parte de la enseñanza; definitivamente estaba yendo en picada.

 

Haciendo uso, nuevamente, de una Salvaguarda Mágica, se quitó de encima la presión que el chico realizaba sobre su rostro. Le costó re acomodar la quijada y tuvo que aplicarse unos ligeros masajes para que la sensación tan bruta se le pasara. A él le dedicó una mirada envenenada. Era su hijo, estaba segura. Pero es que eso de sentir compasión o pena por un muerto era un tren que hacía mucho había partido. Sentía añoranza, eso sí. Quizás, de haber poseído más fortaleza en el pasado, su hijo estaría entre los vivos, con casi seis años de edad.

 

― ¡Yo no... ! ―se interrumpió al escuchar lo que siguió en el ambiente.

 

Estaba a punto de decirle que ella no era su madre, no podía serlo. Su hijo había muerto hacía muchos años y, aunque quizás él se veía reflejado en ese neonato, era imposible reconocerse a sí misma como la mujer que lo había traído al mundo. Se le estrujó el corazón, eso seguro, pero pensar en frío para ella significaba actuar como un tercero. De otro modo le afectaría más de la cuenta y no era esa la idea ni la intención. Le prestó especial atención a ese susurro, que más que susurro era un aclamación, que vaticinaba la llegada de un "Él".

 

Candela avanzó un par de pasos para tratar de seguir al coro de voces que seguían canturreando, con un fondo de trompetas y violines, y descubrió que era en vano hacerlo. Las voces parecían alejarse aún más en lugar de procurar cercanía y, a pesar del esfuerzo en reconocer el árbol que se había resquebrajado, no lograba visualizar cuál de todos los que tenía alrededor era. Por el contrario, el joven que la acompañaba había retrocedido, más pálido dentro de lo que era posible.

 

Le bastó un segundo de distracción a causa de su acompañante, para perderse el origen de una sombra que se acercaba con sigilo hacia su posición. Se deslizaba hacia ellos en medio de una danza envolvente, gracias a la música que, lentamente, iba apagándose. La Triviani dudó un minuto.

 

― ¿Qué eres? ―preguntó, siendo traicionada por su voz, una vez que la sombra llegó a estar frente a ellos.

 

Pensó que podría tratarse de un lethifold, pero algo tan simple como una criatura no podía hacer que su seguridad flaquease.

 

― Creo que sabes quién soy. ―su voz, grave y profunda, erizó la piel de la bruja. Aunque no entendía la razón.

 

― ¿Crees? Eso no es estar al cien por ciento seguro. Bien puedo no saber qué o quién eres y librarme de la culpa gracias a mi ignorancia. ―¿Viste cuando empiezas a decir cosas por decir, sólo porque estás nerviosa y quizás lo que sale de tu boca no es muy inteligente? Bueno, así estaba la gitana.

 

No tuvo tiempo de arrepentirse. Su vista se nubló al instante y la gelidez que sentía en medio de la garganta eran como cien cuchillas que impedían que emitiese sonido alguno.

 

Pues eso, era la muerte.

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~ Mosquito ~          Ianello 

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