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Nigromancia


Báleyr
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Báleyr hizo rodar el anillo de Nigromancia en su dedo, mientras contemplaba a su alumna. El halo negro que lo rodeaba se movió en el aire, alrededor de su mano, hasta que volvió a adoptar su forma original cuando el Arcano dejó de toquetearlo. << Está viniendo. Él, ÉL, está viniendo. >> Tuvo que usar mucho coraje para impedirse ir en busca de la Triviani. Su rostro pareció arrugarse mucho más ante lo que veía pero mantuvo la calma. Era algo que tendría que solucionar ella. Si intervenía, nunca podría demostrarse que servía para moverse entre el mundo de los muertos y resistir las trampas de los que viven en él.

 

Por ello, el semblante serio y misterioso de Báleyr siguió imperturbable ante el sufrimiento de Candela Triviani por lo que ella veía. Era de vital importancia que entendiera que el muerto que se acercaba, que le atormentaría, era real. El cuerpo que ocupara en su mente podría o no serlo pero la amenaza era real.

 

A pesar que parecía imposible, la respuesta de la mujer arrancó una leve sonrisa en la comisura de los labios del Arcano. ¿Filosofeaba con un muerto? Eso era sangre fría; o tal vez era controlar su miedo. Cualquiera que hiciera eso ante un muerto, se merecía su respeto; por valiente o por irreflexivo. Y para él, este segundo motivo era la explicación de que la alumna estuviera muriendo. La vio jadear, la vio ponerse azul, la vio perder el aliento vivo que se le escapaba y no volvía a sus pulmones. La vio morirse.

 

Sin embargo, aún no reaccionó. No, aún no. Ella aún podía salvar la situación sin que se viera obligado a intervenir. Candela Triviani debía hacerse cargo del odio de aquella figura muerte y retorcerlo hasta que le obedeciera. Alguien volvería a la vida en aquel lugar. A Báleyr no le importaba si era el espíritu enfadado o era la alumna que se estaba dejando matar sin utilizar todas las armas que tenía a su disposición. O dominaba a la Muerte o sufría la Muerte. El Arcano podría rehacer lo que sucediera. Pero dependía de ella.

 

Candela Triviani debía decidir si morir o dominar al muerto que la mataba. Si él le ayudaba ahora... ¿Cómo podría superar las pruebas del Portal que tendría que vencer sin ninguna ayuda cuando llegara a la Pirámide que le alojaba.

 

<<Piensa, muchacha, piensa... ¿Cómo puedes afrontarlo y dominarlo? >>

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  • 2 semanas más tarde...

Había perdido la cuenta de la cantidad de horas que estaba en aquel balcón viendo hacia los jardines. Mad se había empecinado en dormir al pie de un árbol toda esa semana, como si no tuviese su propia habitación dentro del castillo. Y es que esa fascinación suya por parecer un ermitaño era bastante perturbadora ya, aunque a Candela le gustara pasar tiempo con él, no podía evitar sentirse como pez fuera del agua cuando se sumergían en charlas más profundas, pues las discrepancias que tenían los llevaban a debatir y hasta crear grietas en esa relación tan extraña que habían forjado.

 

Las crisis por lo general desaparecían, al igual que los ceños fruncidos, al cabo de minutos o una hora como mucho. Pero la gitana tenía la impresión de estar alejándose de él cada vez con más fuerza. De cierto modo lo encontraba natural, toda persona evoluciona y va cambiando su entorno y acomodándose al nuevo. Aunque para Mad había sido distinto, él no cambió un entorno. Lo abandonó definitivamente.

 

Candela recordó entonces una antigua charla. Su primo le había hablado muchas veces de marcharse y hacer su vida fuera de Londres, allá, donde nadie lo conociera. Ella intentó muchas veces hacer lo mismo, pero quizás por las razones equivocadas. Ella no intentaba vivir su vida, sino que, viviendo, trataría de encontrar ese pedazo de alma que se le había escapado cuando él se marchó. Si bien, en el último tiempo en el que él estaba presente la relación se había deteriorado, el cariño aún permanecía. Y el que él se hubiese marchado sin despedirse, tal vez, contribuyó a que la salud mental -que de por sí, estaba dañada- empezara a dar señales de desgaste.

 

Y así, las imágenes de sus malas decisiones y de los errores cometidos en el pasado, empezaron a parecerle las cosas más normales del mundo en comparación con lo que estaba pasando en ese momento. Candela probablemente había perdido la conciencia y estaba "soñando" todo ese mar de imágenes que la abordaron una vez más. Pero es que había algo en todas ellas que le estaban queriendo decir algo y aún no determinaba qué.

 

El tiempo se agotaba.

 

Candela no había llegado hasta donde estaba por someterse a un poder mucho mayor. No había cometido todos los actos cometidos porque alguien se lo hubiese ordenado, no asesinó a su propio hijo o abandonó a otros por el bien de ellos mismo -aunque era claro que ella así se mentía-, su única preocupación fue siempre el bienestar propio. Pero, además de eso, Candela estaba con los dos pies bien parados por el simple hecho de no darse por vencida. De no rendirse a la primera caída. ¿Cuántas veces se había tropezado, incluso con la misma piedra, y se había levantado? No. No sería aquella la primera vez en la que se dejase caer.

 

Abrió los ojos. Estaba acostada en el suelo con el muerto sobre ella, con ambas manos en su cuello. Intentó safarse, pero la fuerza que ejercía sobre ella aquel ente era poderosa. Miró por el rabillo del ojo al fantasma que estaba observando todo desde detrás de un tronco caído y pudo darse cuenta de que no obtendría ningún tipo de ayuda por parte del desquiciado falto de madre.

 

― No... ―quiso hablar, pero las brasas que sentía en la garganta le impedían formular palabra. Ah, sí, cosa curiosa que ya no era helado― ¡Bas... BASTA!

 

Imagino que debe ser la primera vez en la que la Triviani agradecía ser una bruja y, sobretodo, no olvidar que era una. Casi siempre hacía las cosas muy a lo "muggle" y olvidaba que era dueña de una varita y que podía hacer magia. Es que esa búsqueda del poder suya, aveces le dejaba más retazos sueltos que unidos y se le iban quedando cosas colgadas en el camino.

 

― ¡Te atreves... !

 

― ¡Me atrevo, sí! ―lo interrumpió ella, aún acostada y con la varita clavada en el ser que la mantenía en el suelo.

 

Candela se arrastró debajo de aquella aberrante criatura hasta quedar en un espacio libre, en donde aprovechó para levantarse, sin quitarle los ojos de encima a su victimario -¡JÁ! que era la primera vez que se sentía víctima esta muchacha y resultaba hilarante- y, por supuesto, sin dejar de apuntarle con la varita.

 

― No he venido aquí a morir sino a devolver a los muertos a donde pertenecen. ―sentenció guardando una prudencial distancia― No es mi caso. ¡Es que yo volví de la muerte ya! Y no pienso, ni por asomo, ceder mi lugar tan fácilmente. Así que, anda, ¿qué quieres? ¿Qué eres? ¿Qué buscas?

 

Tenía miedo, sí, pero trataba de no demostrarlo. Es que esto de enfrentarse a algo así, llevaba años que no le tocaba.

 

― Tu lugar no es con los vivos. ―finalizó su frase.― Y el tuyo tampoco... ―esta vez se dirigió al alma que la había acompañado hasta ese momento.

 

Recordó entonces la mención de un portal.

 

― Ah, sí. ―habló para sí misma. Pero, ¿cómo rayos se abre uno?

 

Concentración. Confianza en su poder.

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~ Mosquito ~          Ianello 

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El Arcano de Nigromancia permanecía sentado, impasible, observando sus manos de persona mayor, observando aquella piel ajada que había pasado por muchas experiencias. Esperando... Esperando a que la pupila reaccionara. O muriera... Lo que ella decidiera... La creía preparada pero ella tenía que estar convencida. Tenía que saber que podía superar lo que pudiera ocurrir en el Mundo de la Nigromancia, tenía que creer en su propio poder.

Por ello, impasible, contemplaba su lucha contra el ser que la asfixiaba. Parecía absorto en sus manos y las historias que escondían pero su ojo (el que le quedaba) vigilaba lo que sucedía en el lugar en que Candela Triviani estaba muriendo. Apenas parpadeó cuando ella se zafó de las garras que la mataban ni apretó los labios cuando la escuchó librarse de la Muerte.

Pero no lo había conseguido. No del todo. La alumna estaba muy preparada para pasar la prueba pero... Debía regresar del mundo de los Muertos y, para ello, debía recordar sus palabras, las palabras con las que el propio Arcano le había hablado antes de entrar en él:

<< Bloquea tu mente a cualquier influjo externo... >>

Báleyr se levantó y extendió su mano hacia adelante, hacia un punto inexacto de la realidad presente en la que él se encontraba. Cualquiera que le viera entendería que era una persona mayor que hablaba al aire. Sin embargo, nadie creería que el Arcano hacía algo fuera de lo normal, entendiendo la Habilidad que dominaba. Daba su mano a alguien, a quien quisiera cruzar los dos mundos, quien quisiera estar vivo en éste. Báleyr no corría riesgos, sabía quien agarraría su mano.

<< Ven. Estás preparada para cruzar. Pero hazlo sola o tendré que mataros a ambos. >>

El Arcano estaba más que dispuesto a cumplir su amenaza. En estos días de líneas frágiles que se quebraban con facilidad, cuando la celebración de Halloween se acercaba, no podía dejar entrar a nadie que no perteneciera a este Mundo. Debía mantener el Equilibrio, aunque tuviera que justificar ante el Ministerio la muerte de una alumna.

De ella dependía, entonces, seguir con vida. No le ayudaría en ello.

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― Yo... DEBO ir contigo.

 

El alma del joven que la acompañaba se adelantó a cualquier designio y protestó a la sentencia de la bruja. Candela, que en ese momento se encontraba debatiendo en qué lado del espacio abrir un portal -ah, es que ella se preocupaba hasta por las cosas que no debía-, se quedó de piedra cuando se giró a mirarlo.

 

Al principio, la confusión se le dibujó en el rostro con un tinte de temor. Pero lo sustituyó por la firmeza con la que pronunció sus palabras anteriores y respiró profundamente. Aquella ánima estaba loca si creía que la Triviani le dejaría paso al mundo de los vivos y estaba completamente segura de que no podría ser de otra forma, ya que tendría que justificar un acto que, en sí, no tenía argumento suficiente para ser aceptado.

 

No voy a entrar en discusión sobre lo que crees que debes hacer o no. NO vendrás conmigo y no hay manera de que cambie de opinión. ¿Vale? ―le habló tranquila, con la certeza de quien actúa de forma justa― No espero que lo entiendas, realmente no me interesa.

 

Y en ese momento se dedicó a concentrarse en todo lo que le rodeaba, tenía su varita preparada para hacer lo que el Arcano le había encomendado cuando hubo empezado, y empezó la trabajosa tarea de poner en blanco su propia mente. ¿Cómo lograrlo? Tenía demasiadas cosas en la cabeza, salir viva de allí era una de esas; llegar a tiempo para hacer los trámites que debía en Londres y todo el sinfín de cuestiones emocionales que había vivido momentos atrás.

 

Cometió un fatídico error entonces y debía reparar el daño generado en el avance de su aprendizaje. No se arrepentía, por supuesto, si no hubiese sido por ese desliz no habría caído en la cuenta de quién era realmente ella y todo lo que había tenido que pasar para llegar a donde estaba. De cierto modo, se sentía una idi***, pero una idi*** bastante ambiciosa y con los ideales y la voluntad bien marcados como para cumplir su cometido.

 

Nada.

 

Pero cuando se fijó mejor en lo que tenía ante sus ojos, notó un quiebre en el espacio. No era muy grande, era claro que se debía a la poca concentración de la gitana, pero fue expandiéndose poco a poco, segundo a segundo. Su piel comenzó a sentir leves pinchaduras que fueron acrecentándose mientras el portal iba adquiriendo tamaño. Candela imaginó, por un momento, que se debía al poder que debía experimentar en ese entonces, mas cuando desvió la mirada hacia el origen del dolor que ya empezaba a sentir, abrió los ojos con sorpresa.

 

El mundo de los muertos juegan muy malas pasadas y su procedimiento es poco convencional, definitivamente quería a la Triviani entre ellos y no la dejarían ir tan fácilmente; la maraña de espinas que se había adherido a las extremidades inferiores de su cuerpo le daban un claro indicio de ello. Sintió la presión en sus piernas y la sangre manchando el deteriorado vestido, y lanzó un gemido que mezcló el dolor con la impotencia. Ésta última debido a que logró avistar la mano del Arcano y escuchó la voz de éste advirtiéndole de una mala sucesión de actos.

 

― ¡YO DEBO IR! ―insistió la muerte y empezó a avanzar hacia el portal.

 

― ¡Evanesco! ―exclamó para desaparecer la enredadera, pero ésta aún permanecía rasgando la piel de la bruja.

 

Con sus propias manos, entonces, empezó a quitárselas de encima. Sus manos se llenaron de sangre, tanto de las espinas que había lastimado sus piernas como de sus manos que también presentaban heridas. No le fue fácil, rasgar su propia piel a voluntad era la única opción que tenía, pues no sería una alternativa el quedarse allí, en un lugar ajeno a su naturaleza. Candela tenía que regresar.

 

Cuando las ramas espinadas terminaron de caer, la Triviani dio un primer paso y se sintió reducida por las heridas; así que, haciendo uso del amuleto de curación, sanó parcialmente sus heridas, de modo que le permitiese continuar hasta llegar al portal y detener al aborrecedor ente que trataría de cruzar antes que ella. Agilizó los pies, empezó a correr y, cuando hubo llegado a una distancia prudente, se lanzó al agarre de la mano del maestro.

 

Al cruzar el portal, sólo pudo ver unos segundos atrás y escuchar el grito horroroso de quien era dejado atrás. Hasta que se cerró.

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~ Mosquito ~          Ianello 

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Baléyr la observó impasible, mientras soltaba su mano y acomodaba de forma innecesaria su anillo. Tenía la certeza de haber tomado una decisión respecto a su alumna y, aunque era primordial pasar ese pequeño obstáculo, creyó conveniente que ya estaba preparada para una prueba mayor. Se puso entonces su sombrero y le dio la espalda para iniciar una marcha de regreso a su mazmorra.

 

― Ven conmigo.

 

Iba arrastrando su túnica de forma casi imperceptible, nadie lo hubiese notado de no ser porque provocaba un ligero ruido por las hojas secas al andar. Cuando estaban cerca del árbol en el que solía tomarse un descanso, se giró para encarar a la joven bruja y mirarla con el único ojo bueno que tenía.

 

― Considero que tu aprendizaje debe ser puesto a prueba. ―sentenció con calma.― ¿Crees, tú, que estás lista para darla?

 

El Arcano esperaba que dijese que sí, sería una pena que en el momento justo se echase para atrás. Tanto esfuerzo y peligro de muerte por nada. Pero también esperaba un poco de sensatez por parte de su alumna, después de todo, no tenía nada de malo en temerle a la muerte. De hecho, era un sentir hasta sabio el hacerlo.

 

Así pues, aguardó su respuesta.

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Candela se sacudió la tierra del vestido y le ardieron las piernas rasguñadas. Se tomó un momento para terminar de curarse las heridas antes de seguir a Baléyr, aunque a éste parecía no haberle importado ni un poco el aspecto de su alumna, la Triviani hizo la vista gorda y aplicó los hechizos necesarios para desaparecer las vestigios que le dejaron el pequeño encontrón con el alma anteriormente.

 

Cuando el Arcano le pidió seguirle, la Triviani le hizo caso, aunque no tenía mucha idea de adónde más debían ir. Tenía la impresión de que éste podía seguir un poco el hilo de sus pensamientos, así que trató de vaciar un poco su mente y llenarlas de las cosas que acababa de vivir. Es que, aveces el inconsciente puede traicionarle a uno y hacer ver algo de lo que no tenemos intención.

 

― Considero que tu aprendizaje debe ser puesto a prueba. ¿Crees, tú, que estás lista para darla?

 

La gitana suspiró. ¿Realmente le estaba haciendo esa pregunta? ¿Acaso no era lo más normal del mundo llegar con las dudas y los temores normales de quien se involucra en unas artes como aquella? Seguramente el Arcano estaba más que acostumbrado a toparse con magos y brujas, por demás, soberbios y muy sabiondos de magia; aquellos que decían no temerle ni tener reservas con nada, ni con la muerte.

 

Candela era todo lo contrario, no era miedo, pero sí respeto. Respeto por un poder superior al suyo y que, si hubiese querido, la hubiese matado en el instante primero en el que se adentró más a ese mundo.

 

― Considero... ―empezó Candela con la mirada fija en el ojo bueno de Baléyr― que sí, por supuesto que estoy lista. Es decir, evidentemente tengo un poco de ¿recelo? No, no sé si sería recelo. Pero sí. Mejor digamos que es respeto, respeto por la muerte. Pero lo haré de todos modos, ―esta vez sonó un poco más convencida― porque necesito hacerlo. Es una prueba para mi propia magia también.

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~ Mosquito ~          Ianello 

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  • 4 semanas más tarde...

Gritos, disparos, órdenes de asalto de artillería, pólvora, humo, olor nauseabundo a carne quemada y podedumbre. Aromas infernales en batallas, ataques, muertes por doquier y compañeros muertos por unas causas o por otras. Dolor, gritos desgarradores y luego, el silencio. El silencio que todo lo devora y que no presagia nada bueno... ¿A dónde irían las almas de los mortales, al morir?

 

***

Desperté, por decirlo de algún modo, desorientada. No sabía qué había pasado pero parecía cómo si ese recuerdo lejano viniese en ese momento a mi mente y de forma muy vívida. Además de confusa, tensa. No recordaba exactamente en dónde se había producido o si en tal caso hubiera sido algo real, pero lo parecía, demasiado. Quizás mi mente me daba ciertos avisos, o quizás que la Videncia de un pasado remoto venía a mí en momentos que me sobresaltaban, haciendo que, abriese los ojos de par en par, como en esos momentos.

 

Miré a mi alrededor y vi mi cama con dosel, las cortinas de color rojo pasión, estaban puestas de modo que, no se vislumbrara nada de lo que pasara en la cama. Giré mi cabeza y vi el minutero del reloj. Era todavía temprano. Puse las dos manos en el colchón y me apoyé en él para subir y poner la espalda recta en el cabecero. Bajé de nuevo la vista y ahí estaba. Era un tomo poco común de no lectura fácil, precisamente. Éste tenía una runa que, no entendía en absoluto pero que había escogido de la biblioteca por mera curiosidad.

 

Tapas oscuras, runas antiguas de Escandinavia en la portada y las hojas de color negro salvo por las letras, que eran de color plateado y que tenían ciertos dibujos un tanto inquietantes. ¿Porqué lo había escogido? Para prepararme en la habilidad de la nigromancia. Después del otro intento, no supe porqué pero dejé llevar mi instinto para anotarme en esa habilidad. Suspiré, cansada. Cierto que los vampiros no dormimos, ni mucho menos, pero esa Visión de antaño, había dejado mi cuerpo traspuesto, cómo si hubiese dormido más de veinte horas.

 

Me levanté con cuidado y fui a prepararme. El día anterior, mi elfina me había avisado que una lechuza traía la contestación de la Universidad sobre mi anotación en ese "curso" por decirlo de alguna forma y que me habían aceptado. Después de darle vueltas a la cabeza mientras intentaba darme un baño relajante, salí al oscuro dormitorio. A lo lejos, gracias a las puertas que daban a mi terraza privada, podía ver cómo los primeros rayos del amanecer iban asomando poco a poco.

 

Quería llegar puntual y unos días antes me había informado de la situación en dónde impartía las clases el Arcano, porque sabía que era un hombre. El tener ciertos contactos en la Universidad y un buen puñado de galeones, me daban toda la información que necesitaba. Aún así, estaba inquieta por esa "visión" o recuerdo del subconsciente que venía a mí de una manera tan rara. ¿Me indicaba algo? Ya había pasado la prueba de Videncia hacía tiempo y no entendía porqué venía ahora eso. Saqué el anillo de esa habilidad y lo guardé en el morral de cuero.

 

Seguramente fuese porque el libro que había escogido y ese anillo tan particular habían hecho una especie de "contacto". Pronto lo sabría. Terminé de arreglarme y me puse lo más elegante posible. Quería causar buena impresión; camisa blanca perla, traje pantalón chaqueta y unas botas finas de aguja. Até el pelo en una cola de caballo alta y volviendo a lanzar otro suspiro, recogí las cosas que no sabía si necesitaría o me los permitiría el viejo sabio. Guardé todo lo necesario en el monedero de piel de moke y tomé la varita.

 

Me aparecí cerca de los terrenos de la Universidad y sin prisa pero sin pausa, fui hasta la vivienda de Báleyr. No lo conocía así que no tenía ni idea de cómo se enfrentaría a su intromisión dentro de su casa, aunque fuese una vivienda dispuesta por el organismo educativo. Negué con la cabeza y dirigí para allá mis pasos. Vi enseguida el gran portón que me habían indicado y toqué tres veces la puerta antes de entrar al interior...

 

- ¿Hola? ¿Se puede? - para relajarme saqué el anillo de la habilidad y lo puse en el dedo corazón, empecé a cariciarlo con suavidad y eso pareció que tranquilizaba mis nervios. Revisé que el monedero estuviese en el bolsillo derecho y eso consiguió calmarme una vez más, sin falta de poción de paz o algo por el estilo. Pasé al interior de la vivienda del hombre.

 

Mientras esperaba me fijé en el lugar. No es que fuera muy amplio pero era acogedor. Cómo a mí me gustaba. Montones de libros, sillones para ponerse cómodos, un escalofrío recorrió mi espalda al ver cómo las paredes tenían un tono rojizo y que parecía sangre. Era absurdo, porque yo tomaba alguna vez y cuando me veía en aprietos, ese líquido vital en los humanos. La habitación, no sabía porqué, me recordaba mucho a una especie de biblioteca seria y rígida, que además, no invitaba a la charla, sólo al silencio de la lectura.

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Después de que la alumna se hubiese marchado, Baléyr permaneció en silencio sentado al pie de un árbol atrás de su cabaña. Estaba disfrutando de la tranquilidad y aprovechó para meditar en muchas de las cuestiones que le daban vuelta a la cabeza. El primero de ellos había sido la confesión que le hicieran a la señorita Malfoy, aquellas almas, en su prueba. Naturalmente, todo lo que se decía en ese mundo podía ser tomado con pinzas, pero no por eso podía uno bajar la guardia. Ya en la segunda cuestión se detuvo.

 

El Arcano se apoyó en su bastón y caminó hacia la entrada trasera que tenía su cabaña, ya estaba viejo para tener que dar la vuelta entera e ingresar por la entrada principal. En sus años de juventud, hasta saltaba por la ventana. Tantos años habían pasado ya de eso, le parecía todo muy lejano. Llegó a su cabaña y esperó, sabía que en cualquier momento recibiría una visita.

 

Baléyr acarició su canosa barba cuando vio a la chica entrar, la observó, deteniéndose en los detalles que la hacían peculiar. Pero no era el aspecto físico de la mujer lo que captó la atención del viejo Arcano, sino la esencia que ésta traía consigo. Era distinta a la que había sentido con sus dos últimas alumnas, eso era obvio. Y era más alta también que la muchacha Triviani.

 

-- Sea bienvenida, señorita Rambaldi. Tengo entendido que ésta no es su primera habilidad, así que imagino que no nos será tan dificultoso. --acarició el anillo en uno de sus gordos dedos y entrecerró los ojos-- Claro que la Nigromancia es distinta, como todas las habilidades entre sí. Veremos qué tal nos va.

 

Se dio media vuelta para buscar uno de sus libros, mientras que, en el centro del lugar, aparecía una mesa con un cadáver sobre ella.

 

-- Oh, sí, acá está. --agarró un tomo de "Mil formas de morir bien muertos", y le echó una ojeada.

 

El cuerpo sobre la mesa apenas despedía un mínimo hedor, pero se sentía. Tenían que apresura un poco esa parte para poder deshacerse del cadáver.

 

-- Dígame qué ve y qué encuentra en este, nuestro querido amigo, muerto.

 

La muchacha tendría que hacer uso de, absolutamente, todos sus sentidos, para ver si había alguna anomalía con el cadáver que le presentaba. O simplemente para decirle lo que todo el mundo podía decirle.

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- c*** -susurré sin poder evitar soltar el exabrupto. Parecía que el arcano se había materializado en la habitación sin darme cuenta, o tan sólo que tan absorta estaría viendo los volúmenes que estaban en los estantes, que no había escuchado la entrada del sabio anciano. Me giré y asentí con la cabeza en señal de respeto, lo que me sorprendió, fue que conociese mi apellido. Enarqué una ceja, mirándolo con cierta curiosidad. El cómo sabía el nombre de mi casa, lo desconocía pero enseguida deduje que algo de la inscripción tenía que ver. Fácil solución.

 

- Así es, señor - volví a afirmar con la cabeza- no es la primera vez, desde luego... Pues, esperemos que, con sus sabias enseñanzas lleguen a buen puerto -le dije con una amable sonrisa -perdone que si soy algo pedante, pero el arte de nigromancia es algo que le tengo bastante respeto. No miedo -aclaré- respeto. No se pueden traer a los muertos así cómo así, sin pagar las consecuencias. Al menos sino se hace con la debida consideración y no hacerlo con las prácticas adecuadas... Bueno, disculpe -dije con una risilla - a veces me lío yo sóla a la hora de hablar...

 

Me sonrojé un poco y cabeceé. Si es que, ya podía callarme algunas veces. Y esa era una de ellas. No cuestionaba para nada las habilidades que los arcanos estaban para enseñarnos, sino para respetarlas y yo tampoco pretendía ofenderlos. La nigromancia bueno, en mi familia no es que precisamente tuviésemos faltos de algo. Por lo que pude averigüar, mis ancestros, anteriores a los Sforza y Rambaldi, parecía que le daban a esos temas... Bien podían dárselas al arte, o a cosas por el estilo...

 

Dejé de tener esas divagaciones mentales y me centré en lo que el hombre quería mostrarme. Yo sólo quería probar si realmente tenía el poder cómo a mí me parecía. Había dones que se saltaban claramente varias generaciones y la nigromancia, no sería una excepción. No todos podían practicarla sin sufrir los efectos de la locura, o de otras cosas. O al menos, estar preparados mentalmente para efectuarlas sin temor a enfadar a los que estuviesen en el otro lado...

 

Me fijé en cómo además, se dirigía a uno de sus libros y había abierto uno. En ese instante, no pude evitarlo. Lancé un grito. Debería de estar más que acostumbrada y me llevé la mano al pecho, para tranquilizarme. No era la primera vez que mataba ni la primera muerte que veía y mucho menos el de observar un cadáver. Pero el verlo aparecer tan súbitamente bueno, esperaba que la primera clase fuese teórica, algo que parecía no ser así... Miré al arcano sin saber qué decir, pero no supe cómo pero parecía que estuviera en otro tiempo...

 

Veía objetos y cosas, además de diferentes olores. No sé si fue por instinto o porque el anillo de la Videncia estaba jugándome de nuevo, una mala pasada. Tendría que sacármelo para realizar las pruebas que me requiriesen y la concentración era lo esencial. Llevé una de mis manos al monedero de piel de moke y saqué una pequeña cajita de pociones, un caldero, una balanza de plata y varias hierbas. Cuando paré, me los quedé observando, sin entender...

 

- Vaya, ésto es la primera vez que me pasa... -¿Sería que, tendríamos que recuperar la esencia de ese cuerpo ahí tendido? O lo que los muggles vulgarmente llaman alma? No lo sabía pero, parecía que el maestro estaba esperando algo más de mí, de lo que en principio había actuado, sacando esos objetos- bueno, de parranda no está, precisamente - dije en cierto tono cómico para que al menos, se cortara la tensión que se había formado al mostrarse el cuerpo- un baño no le vendría nada mal -dije de nuevo, frunciendo la nariz a causa del hedor que desprendía...

 

- No sé qué querrá hacer con él, pero... No lleva muerto más de doce horas al menos, un día como máximo -dije yo, observándolo. No es que me hiciera mucha gracia pero tendría que seguir- está pálido y no porqué esté tieso como una vela. Ha perdido mucha sangre. Puede que fuese a causa de una puñalada. No hay signos en el cuello así que, o ha sido en el corazón o en el estómago. Ahí en lo segundo, la hemorragia, dando en una vena principal del cuerpo, tardaría pocos minutos en morir... Tampoco hay marcas en las muñecas, así que, o ha sido una muerte con un veneno tan tóxico para provocarle un desangramiento interno, o han hecho alguna especie de maleficio con él.

 

<< Se ve que sufrimiento en su mirada. Fíjese en las ojeras que tiene. A pesar de que no tiene marcas de desangramiento en las articulaciones de los brazos. Yo diría que estuvo maniatado con unas cuerdas gruesas. Mire - me acerqué al muerto y le levanté el brazo izquierdo- ¿Ve esas señales? No me extrañaría que sufriera bastante y si le sacamos la ropa, fijo que tendrá alguna luxación en el codo - sí, el ser enfermera en la clínica Santos Mangos, algo había aprendido, la verdad y ahí sacaba algo de ventaja, veía de casi todo.

 

- Como moratones o el hueso salido del cuerpo, pero no es así. Ha estado poco tiempo en cautiverio sino, tendría los labios escarchados y señales de deshidratación por toda la zona, hasta en los ojos. Gusanos no tiene así que, la descomposición todavía no se ha producido... De momento y no del todo - aclaré.

 

- Sir, ¿quiere que siga? Porque la verdad parezco un forense - le comenté alzando las cejas y mirándolo un tanto divertida- si quiere devolverlo a la vida, eso es más complicado. La sangre podía servir... Mire, yo, digamos he aprendido ciertas técnicas - obvio no iba a hablarle de las clases de Artes Oscuras, ahí fue, por dónde me decanté por la magia oscura y todo lo demás- no son infalibles, pero le advierto que puede que no vuelva cómo una persona normal. No digo un zombie, pero estaría como una concha vacía. Cómo si un dementor absorviera su alma.

 

- Ahora bien, para revivirlo entonces usted tendría que enseñarme sus técnicas... Y además estoy aquí como alumna suya para digamos, ver si realmente tengo el don de mis ancestros familiares. Sé que mi abuela sabía de nigromancia pero nunca me enseñó nada. Decía que podía darme pesadillas... Pero más terrible es vivir así en ésta vida como vampira, sin avanzar hacia adelante - susurré ésto último. Lo que menos quería, era darle información de más al viejo de lo que le había dado, con respecto al cadáver que teníamos encima de la mesa.

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Baléyr observaba a la muchacha sin perderse ningún detalle en sus movimientos, ni alguna palabra de lo que ésta decía. Sí, era normal ver actuar como forenses a los magos y brujas, mas el Arcano esperaba otro tipo de estudio respecto al cuerpo. Le parecía que algo tan básico podía hacerlo cualquiera, pero bueno, no le dijo nada a la bruja en cuanto a ese tema y sólo se limitó a asentir a alguna de sus palabras y hacer un gesto curioso en otras.

 

-- Es de sabios sentir respeto por la muerte. --coincidió el anciano mientras se paseaba alrededor del cuerpo tendido en la mesa-- Los hombres temen a la muerte, por encima de todas las cosas. Algunos se aseguran de tener una prolífica descendencia para que su linaje continúe; en el pasado, reyes, emperadores y faraones, erigían gigantescos monumentos, para que las generaciones siguientes los recordaran aún después de muertos.

 

Se detuvo a la altura del pecho del cadáver y, con una fina daga de plata, abrió el abdomen de éste.

 

-- Otros, sin embargo, se ocupan de asegurar su presencia al paso del tiempo, con el oscuro arte de la Nigromancia. --sonrió de lado, muy imperceptiblemente-- No es el objetivo hoy en día. Pero le sorprendería saber la necesidad de "control" sobre la muerte, que tienen unos cuantos. --pasó un dedo por el corte y lo saboreó-- La Nigromancia, señorita Rambaldi, no es sólo devolverle la vida a un muerto. Créame, sé perfectamente lo que puede llegar a pasar si lo hago. También es comunicarnos con los espíritus, con nuestros antepasados...

 

Mostró prudencia. Tal vez, a su alumna no le hiciera mucha gracia saber todo lo que Baléyr sabía y podía hacer y se sorprendería si descubriese que el Arcano percibía ciertas cosas y veía también. Pero, ¿qué podía hacer? Ya estaba viejo para andar ocultando su cara.

 

-- Ahora, siguiendo con el examen físico de nuestro amigo. --señalo con su derecha al muerto-- Dígame, por favor, las diferencias -además de las notorias- entre nuestro amigo "bien muerto" y usted.

 

Ladeó la cabeza y la miró con curiosidad. Había pasado mucho tiempo desde que el Arcano se parara frente a un vampiro. Se había topado con demonios, las dos últimas lo habían sido y, evidentemente, la experiencia que se vivía de paso del mundo de los muertos a este, difería bastante de la experiencia que podría llegar a tener la Rambaldi.

 

-- Oh, y también me gustaría que me explique la relación de horas que hace al decir "no más de doce horas, al menos" y "un día como máximo" --sonrisa.

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