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Nigromancia


Báleyr
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No perdió palabra de lo mencionado por el arcano. Cuando él atrajo hacia ellos las cabras, Cath se encontró observándolas, intentando recordar qué era lo que evocaban en ella. Se desplazó cuando fue necesario y negó con la cabeza cuando fue consultada de si tenía alguna duda. En su fuero interno, seguía pugnando por hallar la referencia pero no se le venía a la cabeza.

 

Entonces, le llegó la palabra: "scapegoat". Ese animal, le recordó enseguida a la pintura de William Holman Hunt, con todo lo que ella implicaba: el sacrifico, la expiación y otros tantos conceptos que él había explorado durante su vida errante en parajes poco poblados donde había experimentado el abandono y el hachís al visitar tierra santa. Sentimientos de pérdida, de derrota ante un ente superior. Su inspiración había sido la devoción pero también la aceptación de la pequeñez propia ante la extensión del universo. Era una mezcla de exaltación religiosa y deseo de condonación de los pecados.

 

Catherine recordaba de memoria una de las críticas favoritas que Richard le había mencionado sobre la pintura, cuando la vieran junto a Pandora en la galería Lady Lever: "Una terrible imagen del mundo como un páramo abandonado por los dioses, un montón de imágenes rotas donde late el sol". Los colores oscuros de la pintura original, los apagados tonos de la que había sido plasmada en un lienzo más grande, y el rojo coronando su cabeza, representando los pecados y el deseo, todo eso estaba vinculado a la concepción sobre la cual se basaba el ritual. La creencia de que el sacrificio de lo puro era la moneda para la consecución de lo impuro o lo concreto, ya fuera deseado o sólo realizado.

 

Así que cuando se acercó al animal que ella misma se designó, atravesando la entrada a la sala contigua y situándose ante las mesas de piedra, tomó el tumi aliviada de no requerir varita alguna por esa ocasión. Se acercó a la criatura con pasos firmes y levantó la cabeza del animal antes de tumbarlo. Sus manos lo manejaban con docilidad pero la desesperación era perenne en los ojos del sacrificio. Intuía su final y deseaba revelarse. El corte en el cuello cayó como un relámpago y la sangre comenzó a manar cuando la incisión alcanzó la mitad de su cuello. Sus ojos comenzaron a nublarse, a mirar sin ver en realidad. No alcanzó a hacer sonidos lastimeros.

 

Catherine se obligó a observar el acto, recordando el ritual del chivo expiatorio, cómo era una representación de la pasión del dios cristiano y su representación como precio de pago por aquello que fue y que sería luego de su partida. Cómo se había pagado así el pecado original. Cómo esa misma concepción era la representación del posible retorno del alma, la clase de transubstanciación que estaban buscando. Mas, a diferencia de la concepción judeo-cristiana, no se trataba de retornar en las condiciones límpidas y descontaminadas en que se inquiría el retorno de Jesús.

 

No, las condiciones de dicho retorno, las había fijado muy bien Báleyr, cuando les había dado la pluma, la balanza y el trabajo de sopesar ese corazón. La representación de la "resurrección" no era entendida como el retorno si no como la entrada al mundo de Osiris; así, el pago obtenido y presentado, no tenía que ver en realidad con el precio a pagar por el alma. No se trataba de un "sangre por sangre" y "vida con vida" en el sentido literal. La equivalencia entre ambas condiciones difería no porque la cabra tuviera menos valía que un humano, si no porque la vida se otorgaba a la muerte pero no se podía hacer al revés, otorgando muerte por vida, si no vida por vida. Le recordaba al tercer paralelismo de ese tipo de situación, a Dumuzid e Inana. La forma en que él, a diferencia de Gilgamesh, había amado a esa mujer y a cambio había recibido la permanencia partida de seis meses en el cielo y seis meses en el inframundo, en una existencia que podía entenderse como eterna aunque la mitad del tiempo estuviera muerto. Gilgamesh en cambio, había rechazado el amor de Inana, buscando tan sólo la inmortalidad. En el sentido metafórico de la narración, había rechazado aquello que buscaba. En la nigromancia le sucedería parecido, era lo que les habían advertido; los engaños, se transformarían en mentiras y serían asediados con peticiones por las que no deberían dejarse influenciar. La clave estaba en tomar las decisiones correctas.

 

Por eso, Cath se limitó a verter la sangre que le habían solicitado en el cuenco y, cuando ésta estuvo drenando por su cuenta sobre el recipiente, abrió al animal para analizar sus vísceras.

 

Lo que allí vio no lo dijo pero supo entonces que la muchacha sobre la mesa de trabajo volvería. Extraer de entre las entrañas, al coger un órgano al azar y atinarle al corazón, la pieza más valiosa, le dio la certeza que necesitaba y funcionó para ella en torno a la base de lo que podía considerarse como fe y precaución. Le ayudó a tener la seguridad de que estaba yendo por el camino correcto y eso le permitió concentrarse y no flaquear. Así, cuando la sangre hubo sido recolectada, no le extraño que aún cuando había desperdigado otro poco a través de la panza del animal para poder observar sus vísceras, el cuenco estaba lleno al tope específico. Su expresión no denotaba emoción alguna pero en su interior había algo más que pasividad. Había entendimiento.

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Aun hablaba, o discutía con el espíritu al cual pertenecía aquel corazón, cuando la luz volvió. Sentí un tremendo alivio al poder ver más allá de la balanza, y alcé la mirada hacia el arcano. Parecía que algo había cambiado en la forma en que el Arcano nos veía, como si en cierta manera hubiéramos superado aquella pequeña prueba.

 

Reflexioné sobre lo que había aprendido, más bien, la conclusión qeu había sacado. La nigromancia no se basaba en la moralidad, al menos, no en la moral de una sociedad, sino más bien, en la moral propia o en mis fines. Que alguien fuera mejor o peor en vida no impediría que pudiera volver, sino más bien, influiría en mi a la hora de decidir si realmente actuaba o no.

 

Desconocía la situación de mis compañeras y las almas que habían encontrado, pero al menos, yo no había conectado con el mio, sino más bien al contrario. Aquel joven se parecía poco o nada a mi y mi forma de ser, asi qeu en realidad, me había malhumorado.

 

Aunque al menos tenía claro el motivo por el que intentaría traerlo a la vida.

 

Observé los gestos que nuestro mentor hacía, abriendo un portal por el cual las cabras accedieron a la estancia. parecían ajenas a nosotros, y solo parecían querer mordisquear lo qeu tuvieran a su alcance. Caminamos tras el Arcano para escuchar nuestra siguiente tarea. Deberíamos recoger la sangre de aquellos animales. Sangre por sangre, una vida por otra. Esas palabras me eran ciertamente familiares, como el hecho de que adentrarse en aquel camino hacia la oscuridad abriría puertas y atraería energías no del todo buenas...no me era desconocido, y no me asustaba.

 

Sabía que animal quería escoger para mi tarea. Había visto una cabra algo más mayor que las demás, que seguramente ya habría dado a luz al menos en dos o tres ocasiones. La busqué con calma para no asustarlas, hasta que di con el animal, entretenido en mordisquear la pata de un taburete.

 

Me arrodillé a su lado y le acaricié el lomo. Parecía dócil, aunqeu me vigilaba. La sujeté y la llevé hasta la mesa de la pequeña sala donde debíamos obtener la sangre. La dejé sobre una de las camas, y seguí acariciándola. Había escogido la que parecía más mayor porque su sangre le transmitiría esa madurez que le faltaba. Rasqué tras las orejas al animal, calmándolo. No me costaría trabajo matarla, no me daba miedo la sangre. Había hecho cosas mucho peores.

 

No murmuré palabras ni oraciones. Jack me había enseñado, siendo niño, que las oraciones no eran necesarias. Se basaba en el convencimiento, se basaba en la conversación. "Di lo que quieres. Diles que necesitas. Y si Ellos lo creen conveniente, lo tendrás"

 

"Que la sangre de este ser vivo traiga a la vida el alma de ese chico. QUe la madurez que ha vivido ayude a que su corazón gane fortaleza y que encuentre el carácter para aprender que la vida es algo más que el placer egoista. "

 

Tomé el cuchillo con la mano derecha, sin vacilar. Había colocado el cuenco debajo, y la cabra se dejaba acariciar, tranquila, con los ojos cerrados. Eso era bueno. Si estuviera asustada o nerviosa, su sangre hubiera tenido otras cualidades qeu tal vez no huberan sido buenas.

"Permitid que esta cabra regrese a un momento mejor, y agradecedle qeu sirva para este propósito.[/b]"

 

Si mi madre me hubiera visto cortarle el cuello con aquella precisión, sin pestañear, y sujetarla tranquilamente mientras escuchaba la sangre derramarse sobre el recipiente manchándome las manos, seguramente hubiera dado un grito y luego, me habría dado una colleja.

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La pregunta de Báleyr le pareció más retórica que otra cosa, sobretodo porque él no esperó por respuesta alguna y tras mirarlos fugazmente siguió en lo suyo. Nasha se preguntaba si el hombre no tendría la capacidad de leer mentes, y por eso sabía del cambio que había operado en ella tras estar sumergida en esa oscuridad desesperante.


Las palabras que el arcano pronuncia después no la espantan. Todo lo que su vida ha sido hasta ahora la han preparado para entender a la perfección lo que significa crear un puente permanente entre vivos y muertos, una puerta que no podrá ser cerrada nunca. Y es que las creencias podían variar mucho entre lo que creían los occidentales y el mundo en el que ella se había criado, uno en donde el contacto con la naturaleza debía ser permanente, aceptando además que en ella vivos y muertos existen uno al lado del otro, siendo los loas, los dioses mensajeros capaces de mediar entre unos y otros.


¿Qué era lo siguiente que vendría? Con expectativa sus grandes ojos café digirieron la mirada al portal abierto en mitad de la mazmorra, y apenas entreabrió la boca para soltar un silbido cuando comenzaron a salir de él cabras, de distintas edades y tipos, bulliciosas con esas pezuñas golpeteando el suelo, sus balidos interminables y el repiquetear de las campanas en sus cuellos.


Sacrificios. Alguno de aquellos animales debía prestar su preciosa sangre para que el ritual que habíamos iniciado continuara. Nasha sabía bien a lo que se refería el arcano con los ritos de sacrificio, y los animales como pieza fundamental en los mismos. Todo cambio y alteración requería de un derramamiento de sangre, porque en la tradición vudú el poder en la sangre era el único capaz de apaciguar a los dioses para orar favores de ellos, y lo mismo dar las gracias ante los favores concedidos.


Luego de en silencio seguir a Báleyr hasta otra sala, tras habituar los ojos, distinguió las mesas de piedra e instintivamente se colocó en frente de una de ellas. Negó con la cabeza cuando el hombre les consultó si tenían alguna pregunta y en su lugar con la sagacidad de quien ya tiene práctica en el asunto, no tardó en coger a una de las cabras, de la misma manera que cuando sacaba los pollos del gallinero, y cogiendo uno de los cuchillos dejados sobre la mesa de piedra, destajó de un solo corte limpio la mitad del cuello, de manera que la sangre comenzó rápidamente a llenar el cuenco.


Nasha se cuidó de reservar un poco de ella para esparcirla alrededor de su mesa mientras recitabas oraciones a los loas, especialmente a Mamam Brigitte que era a la que ella servía, luego sacando de sus ropajes la pequeña botella de ron que siempre traía consigo virtió allí el contenido restante de la sangre y se bebió aquella mezcla de un solo trago.


El líquido quemó su garganta y enrojeció sus mejillas. No había espacio para tambores ni danzas. Pero el ritual estaba completo. La sangre en el cuenco, y en ella, y su poder sagrado para conseguir lo que se pudiese.

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Los animales no se resistieron, tampoco sus alumnos. Cada uno tomó la vida de una manera diferente, sin embargo no dudaron al levantar el cuchillo ni al verter la sangre en los cuencos. Después de todo, solo eran cabras, animales criados para morir. Criados por su leche, por su carne, por su cuero. Nacían con el propósito de servir a sus dueños como comida o moneda de cambio. A veces, incluso, valían tanto como el suelo que pisaban y podían ser la diferencia entre la vida y la muerte para toda una familia. Ellos, en cambio, no podían darse el lujo de considerar todos esos aspectos. La vida de esos animales tenía valor en cuanto servía para el ritual, equivalía al propósito al que servían aquellos magos.

 

Recordaría para siempre la primera vez que tomó una vida. Fue una liebre cuando apenas era un crío. Tampoco olvidaba la primera vez que realizó el ritual en serio y tomó una vida humana. Sangre por sangre; vida por vida. Esa mirada aterrada, el último aliento que escapaba de un cuerpo que dejaba de luchar contra lo inevitable. Una muerte con propósitos egoístas, solo para cumplir los oscuros caprichos de un nigromante. Su maestro nunca dejó que se engañara a sí mismo, nunca dejó que justificara de manera altruista, romántica o por el bien común lo que era magia oscura y asesinato. La nigromancia no dejaba de ser magia negra, un medio por el cual el mago quedaba eternamente condenado.

 

- Tomad los corazones y los cuencos con la sangre.

 

Ayudado por el bastón, los guió nuevamente hasta los cuerpos.

 

- Vais a poner los corazones en su sitio, coser y verter la sangre tibia sobre los cuerpos. Tenéis que ser rápidos y precisos, no dejar que la sangre enfríe.

 

No les iba a dar más instrucciones, tendrían que resolver el ritual solos. La muerte era algo natural que todo ser vivo conocía, conocía el paso de los días, la vejez, el otoño y los oscuros inviernos, conocía la primavera, el renacer de la vida y del mundo, conocía las arrugas, la enfermedad y la violencia. Desde ahora verían y entenderían. Alzó el bastón y lo convirtió en la varita de cristal que desprendía destellos de una luz rojiza. En el aire comenzaron a aparecer varias runas, un listado de todas ellas suspendidas sobre los cuerpos.

 

- Haréis el llamado del alma dibujando las runas con la sangre sobre los cuerpos. El llamado a la muerte es diferente según el propósito y la vida que vayan a recobrar. El pago: la sangre y algo vuestro.

 

Bajó los brazos y volvió a apoyarse en el bastón.

 

- Estáis solos desde ahora en adelante, solos frente a la muerte. Los rituales no dejan de ser un intercambio que siempre va a exigir algo vuestro. Si no logran traer algo de vida a estos cuerpos, al menos un soplo o un atisbo de luz, jamás os convertiréis en nigromantes. Si eso sucede, no volverán a poner un pie en mis clases.

 

Quería que hicieran por ellos mismos el descubrimiento, encontrar las palabras y negociar. Los libros tampoco lo explicaban, no pasaban del ritual y los tecnicismos de éste, pero no se adentraban más allá del negro velo que ocultaba las almas.

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Catherine entendió, que había tenido suerte. Quizá, incluso, si conseguía volverse una nigromante, sería por una cuestión del azar y no de su propia habilidad de cuando había pisado el lugar por primera vez. El entendimiento no le trajo sosiego, si no más bien un sentimiento pesado, de resignación, que en su fuero interno le costó admitir que tendría que llevar consigo. Porque, cuando llegara a las mazmorras de Báleyr, no se había dado cuenta de qué era aquello que buscaba. Ahora, que se encontraba frente al cuerpo de un alma que por cosa del azar (pues ahora se daba cuenta que su problema había sido creer y reverenciar lo que consideraba el destino) era tan afín a ella, supo -entonces y sólo entonces- que ese caso era sui generis. Lo más probable era que semejante afinidad con el espíritu de un muerto jamás volviera a replicarse; había tenido suerte pues de otro modo jamás habría podido entenderse con esa alma o intentar arrebatársela a la muerte. Así que su perspectiva tenía que cambiar antes de realizar el ritual. Tenía que calcularlo y eso no le gustaba, pues no se puede calcular algo que no se conoce. Tendría que luchar a oscuras, avanzar a ciegas y definitivamente, ensuciar su mente y su propia alma. Sólo así, saldría de allí con aquello que había venido a buscar. Sólo así, sería capaz de comprender y replicar el ritual en futuras ocasiones y alcanzaría a abarcar aquello que representaría la muerte en tales menesteres.

 

Se apartó del cuerpo de la cabra con una sensación de vacío nueva y se aproximó al cadáver que había dejado tendido sobre la mesa de piedra. La muchacha no lucía ya como el trozo de carne que ella había encontrado y tampoco con la belleza sonrosada de la vida en sus recuerdos, si no algo distinto y anormal. A pesar de ello, las instrucciones de Báleyr habían sido bastante específicas y no podía permitir que la sangre en su cuenco se enfriara. Tomó el corazón que parecía tratarse de alguna especie de criatura con vida propia, antes de colocárselo. Con la aguja demoró todavía menos pero tuvo mucho cuidado al momento de verter la sangre y emular el trazo y la forma de la runa que brillaba sobre ella con dedos firmes a pesar de sus temores. La niebla de sus pensamientos ayudó.

 

La sangre se sentía todavía tibia cuando hubo terminado pero eso no era suficiente. Quedaba aquello que era suyo y ella sabía qué era lo único de verdadero significado que podía dar. Quizá en un futuro, no requeriría dar algo de semejante valor personal ni algo tan expresivo, algo que realmente representaba la conexión que había establecido con dicha alma. Quizá fuera así para futuros casos pero ahora no tenía forma de saberlo y tenía que asegurarse de completar el ritual de manera adecuada, no por las amenazas de Báleyr si no porque eso tenía un valor para ella que no había previsto al llegar. Deseaba conseguirlo por alguna clase de meta personal que no era capaz de definir del todo todavía.

 

Así que tomó la sortija que llevaba en el dedo anular y hizo presión con la mano para sacársela. Ésta no sólo se negaba a salir, si no que le hacía sentir un dolor terrible, por lo que se obligó a apretar los dientes. Sus manos tiraron una y otra vez pero no parecía funcionar. Temía dejar que la sangre se enfriara; su decisión se tornó más desesperada y determinante y por un instante creyó que había fallado. Entonces, consideró cortarse el dedo y al fin, la sortija cedió dejándola con el eco de una voz apagada en la mente y ella la vio ante ella bajo la luz, antes de morder su propio dedo y bañarla con su sangre, dejándola para que complementara el sello, que no manchó ni cambió su forma.

 

Esa sortija, representaba el daño, su propia vida siendo apagada por el odio. Representaba también el lamento de una criatura antigua, que la había rescatado en sus fauces cuando Káiser intentara matarla por primera vez, tirándola de lo alto de una torre luego de obtener gracias a ella y Andry Cat, un nuevo cuerpo al cual poseer. Una boda fastuosa, plagada de magos de otro tiempo ya retirados o caras que en su mente se veían borrosas. Luego, un viaje demasiado largo alrededor del mundo sólo ellos dos y finalmente, la voz apagada que le había hablado desde el anillo. La magia de Káiser, su influencia, su odio y su lazo con él, rotos. La sensación de pérdida fue ineludible pero no era su intención evitarla. Dejó que la poseyera, pues no había otra forma de hacerlo.

 

Había dejado ir a Káiser y con ello una parte de sí misma porque lo había amado de verdad por más retorcido que eso hubiera resultado y también, de esa forma, se dio cuenta finalmente de cuánta porción de sí misma eso había representado y cuánto de él conocía y apreciaba a pesar de ser una criatura maldita. Su mente, libre de las brumas de la locura y la oscuridad, se vio plagada de oscuridad nueva, de ideas determinantes que nacieron sobre esa mesa de piedra. Porque, lastimosamente, el ser quebrado que había sido Catherine tenía ahora una perspectiva y un motivo para vivir nuevos, no muertos pero ligados de forma ineludible a aquello que representaba para ella la muerte.

 

Él también viviría. Al igual que la muchacha que, segundos después de que la luz irradiada dañara los ojos de Catherine, se sentó en la mesa y posó sus ojos vacíos en ella. Catherine no pudo verlo, todo lo que oyó, fue un solitario latido, aislado, que le recordaba su pérdida, seguido después de otros muchos, creando una cadencia, una vez que ella fue capaz de moverse. Entonces, pudo restregarse los ojos para ver bien y vio que había tenido éxito. No estaba segura de si había completado el rito o las exigencias de Báleyr pero en definitiva no era la misma y no lo sería en días venideros y eso representaba también el tipo de cambio que se había llevado a cabo sobre la mesa de piedra.

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Es pesado, observar el cuenco y saber en el fondo de su corazón que cada uno de los actos sucesivos que va cumpliendo, la llevan un paso más adelante en la condena a sí misma. En su tierra natal, había combatido a los bokores, deshaciendo durante incontables noches en toda clase de cementerios sus hechizos y despreciado el empleo de la magia mala hacia esos humanos. Solo para años después estar allí, determinada a convertirse en lo que los occidentales pomposamente denominan nigromante.


Pero ella es ante todo una persona práctica, y como tal, tomada la decisión no ve razón de porqué gastar tiempo y energía que no tiene en evaluar si lo que ha decidido hacer es lo mejor o no. Entonces, obedece a Báleyr, y tomando el cuenco y el corazón los depositó al lado del cadáver. El órgano, entre sus manos pequeñas, parecía más grande de lo normal, pero no fue difícil colocarlo en su posición y luego coser la abertura que el niño lucía en el pecho.


Mientras lo hacía, puntada a puntada, se sentía como en la fabricación de sus toscos muñecos, con los cuales gustaba de amenazar y gastar bromas pesadas desde su adolescencia. Esos muñecos que normalmente siempre cargaban alguna prenda de sangre, uñas o cabello de los infortunados que habían tenido la pésima idea de meterse con ella. Y es que Nasha siempre se había dado su lugar ¿qué lugar? uno ostentoso, y profundamente orgulloso de su color de piel y de las raíces de su magia, dos cosas que podían hacerla profundamente detestada a partes iguales por los blancos, fueran estos magos de élite o muggles adinerados.


Tras observar el remiendo perfectamente trabajado en la piel (que reconocía para sí misma como su mejor trabajo en mucho tiempo), llegaba la parte difícil. Sumergida en aquella oscuridad, ella había entendido que aquel niño había padecido hambre, frío y privaciones, de hecho la desnutrición había sido el detonante para que la enfermedad se lo llevara rápidamente, pero se había negado a huir, y prácticamente esa voluntad lo había sostenido en vida. ¿Eran motivos buenos o malos los que se escondían tras esa fortaleza? Nasha no tenía idea pero sabía ya de sobra por las enseñanzas anteriores que no importaba en absoluto.


Haciéndose un corte en el brazo dejó que de ella manara un poco de su sangre sobre el cuenco, para luego, con extremo cuidado y precisión, comenzar a dibujar la runa sobre el pequeño cuerpo, imprimiéndole la fuerza suficiente a cada trazo, recordando la enseñanza de que la fuerza de los movimientos influía en la solidez del mismísimo pacto, de la magia en sí, fluyendo por esa sangre que se había arrancado a un ser vivo para que otorgara vida a alguien más. La corta existencia del niño le había imposibilitado de obtener mayor conocimiento y sabiduría, cosa que ella a través de esa marca de sangre le impregnaba ahora.


Y cuando finalizó el trazo en el cuerpo de él, comenzó con el suyo. Como sacerdotiza, como mediadora, entendía perfectamente que ningún trato estaría cerrado si ella no daba algo a cambio. Su sangre, reforzaba el poder de la runa escogida, pero eso no bastaba, pues el propósito egoísta que la empujaba a invocar esa alma desde el mundo de los muertos requería aceptar que tomasen de ella lo que fuese necesario para garantizar su objetivo. De manera que quitándose las ropas, se marcó también y solo entonces elevó las plegarias secretas en ese idioma transmitido de padres a hijos que su abuela le había enseñado, bajo la promesa de que jamás los utilizaría.


Y la música de los tambores esta vez resonó en su mente, combinada con la visión de Papá Legba dejándole finalmente acceder a Guinee. Sumida en aquel estado de ensoñación típico de los rituales vudú en donde la realidad parecía distorsionarse, Nasha danzó y cantó, olvidando a los compañeros o el propio arcano presente en la mazmorra, con su atención centrada en la mesa de piedra y el cuerpo colocado sobre la misma, hasta que finalmente, al ver el pecho del niño expandiéndose y contrayéndose al respirar (o volver a respirar) se detuvo.


Y luego él abrió los ojos, unos ojos grises que la observaron de forma inquietante, en el momento justo que un profundo dolor en el abdomen, como si su estómago se retorciese, la hizo doblarse y apenas ahogar un gemido. Con la sensación inequívoca que el intercambio se acababa de llevar en todos sus extremos, aunque sin saber que órgano podría haberse visto afectado, lanzó entonces, una última mirada al niño que con lentitud había conseguido sentarse sobre la mesa, antes de que el comezón de tener algo atorado en la garganta la obligase a toser y escupir...


Sangre.

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Miró de soslayo a Catherine dar punzadas al corazón con deliciosa atención. Dejó caer el peso de sus años sobre el bastón escondiendo una sonrisa detrás de la espesa barba. El recuerdo cruzó su memoria como una luz cegadora; en otra época había entrado en su mazmorra un joven con la misma disposición, con esa misma inocencia de quien puede identificarse y perderse fácilmente en los pequeños reflejos de otras almas. Era fácil, para un viejo como él que había visto demasiado en ese mundo, leer su mirada y desvelar una peligrosa conexión. Sintió lástima y borró la sonrisa de sus finos labios. ¿Qué había pasado con ese alumno? Casi lo había olvidado, había sido uno de sus primeros alumnos cientos de años atrás.

 

Cerró el ojo mientras sus alumnas realizaban el ritual; una con un anillo, otra bailando. El tercer alumno ni siquiera había alcanzado la nueva fase, se había quedado con la sangre en las manos en la otra sala. Uno menos, pensó mientras indagaba en sus más profundas memorias qué había sido de uno de sus primeros estudiantes. Recordaba que ese caso había causado algo -poco- revuelo entre sus colegas, lo suficiente para que Suluk lo cuestionara ante el resto. No solían entrometerse en las clases de unos y otros, menos en aquella época en la que los métodos de enseñanza eran más bárbaros, y también, mejores. Llegar a la pirámide era un evento excepcional y no la norma como en la actualidad bajo la tutela del Ministerio de Magia. Habían sido mejores tiempos para todos, cualquier arcano estaría de acuerdo. Pero ¿qué había pasado con él? Lo puso a prueba antes de llevarlo a la pirámide, durante la última clase. Entró en un portal hacia el inframundo pero no soportó el viaje, su mente perdió toda conexión con lo real y regresó con un cuerpo habitado por múltiples almas. Terminó matando a uno de sus compañeros de residencia y se ahorcó en su habitación.

 

Abrió el ojo y lo clavó en sus alumnas. Catherine contemplaba al cadáver de la chica incorporarse en la mesa y Nasha estaba junto al cadáver del niño que comenzaba a respirar. Báleyr no se movió ni hizo ningún gesto con su rostro, todavía no era momento de intervenir. De pronto, Nasha ahogó un grito de dolor y escupió sangre. El niño comenzó a respirar de manera agitada y a gritar con una fuerza descomunal. Se llevó las manos huesudas al estómago abultado y luego a las costillas sobresalientes mientras tiraba de la piel con evidente angustia. Sus gritos agudos resonaban en toda la sala, terribles y desoladores. Se incrustaba los dedos en su lívida piel, tratando de arrancarse trozos de carne.

 

Otro grito agudo se unió al niño. La joven sentada sobre la mesa junto a Catherine se llevó las manos al rostro entre gemidos de dolor.

 

- ¿¡Qué me has hecho!? ¿¡QUÉ ME HAS HECHO!?

 

El ruido era ensordecedor, siempre lo era en esa etapa. Báleyr se acercó a las mesas con suma calma. Sus alumnas experimentarían el mismo dolor que los cadáveres mientras volvían a ser consumidos por la muerte. Mientras más fuerte fuese la conexión con esa alma, peor sería para ellas. No podía, aunque quisiera, dejarlas morir, sin embargo, tampoco podía intervenir hasta que aprendieran algo que no podían conocer de otra manera.

 

- Sangre animal para un cuerpo humano -su voz ronca parecía atravesar los gritos-, no es un sacrificio suficiente. Sobre todo cuando todavía no se tiene el poder para doblegar la muerte.

 

Sí, el sacrificio debía ser humano. El dolor seguía, estaban cerca de morir nuevamente y esa vez para siempre.

 

- Humano por humano, mago por mago. Amante por ser amado. Sus cuerpos se convertirán en ceniza pero antes experimentaran un gran dolor, tanto vosotras como ellos. Podéis acabar con eso antes, si así lo preferís.

 

Ambas estaban a las puertas de su última prueba antes de pasar o no a la pirámide. Abrió un portal al inframundo.

 

- Cuando acabéis, atravesad este portal al inframundo y buscadme al otro lado. Allí os diré si pasáis a la prueba de la pirámide.

 

Dio media vuelta y desapareció.

Editado por Báleyr
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"No estabas equivocada... nunca lo estuviste".


Una voz baja, tenue. La voz de Káiser que la abandona. Catherine alza de forma insconsciente una mano ante sí, cuando el dolor la golpea nublándole la visión. La mujer ante ella grita. Cuando gira en torno a sí, puede observar la figura borrosa del arcano pero no puede dilucidar nada de su expresión pues los colores y formas se tornan cada vez más desdibujados. Siente un dolor terrible en el pecho pero no se compara en nada con el dolor que se extiende alrededor de su cuello, como si los gritos surgieran de su propia garganta. Tira del choker una y otra vez, en medio de un frenesí que hace que sus ojos empiecen a desorbitarse. Puede sentir manos ajenas en torno a su cuello: es la muerte, que se la lleva, que la arrastra, que le arrebata sus últimas bocanadas de aire y la sume en las tinieblas.


En su memoria, la figura de un hombre alto y pelirrojo se entrecruza con la del muchacho de cabello negro tinta pero Catherine sabe que es sólo una ilusión. Ella sacrificó su maldición, ella puso a disposición su propio ser en ese ritual: Káiser ya no está más a su lado, lo ha perdido para siempre y, sin embargo, en su memoria el recuerdo de sus manos en torno a su cuello quema, casi como sus dedos estuvieran todavía allí, tirando del choker y haciendo que ella se quede cada vez más inmóvil.


La mujer en la mesa ha dejado de gritar pues el aire escapa también de sus pulmones. Catherine cae y se arrastra con denodados esfuerzos por escapar de ese dolor, sin ser capaz realmente de terminarlo de forma definitiva. El ahogo se prolonga, haciendo que Catherine yazca cada vez más y más inmóvil. En su memoria, el hombre pelirrojo grita maldiciones y otros improperios mientras la nieve va coronando su cabello al caer con copos que se deslizan en un ritmo pausado. Todo a su alrededor es blanco y tenue. La ventisca hace que todo luzca adormecido y su mirada periférica poco a poco va dirigiéndose hacia arriba, sus lágrimas enfriándose al borde de sus cuencas oculares. Algo rojo y vívido parece arrancar retazos de color y Catherine se da cuenta de que es su propio cabello, regado en la nieve. Las estrellas no se notan, pues todo tiene el mismo tono pálido, incluso el cielo. Al final, escucha algo en pársel, algo que Dianne nunca alcanzó a comprender.


>>Bad blood<<. y otra voz se le superpone, aunque ya no en la lengua de las serpientes >>amante por ser amado<<.


Entonces llega la muerte.


Las visiones de Catherine sobre Káiser no llegan al punto álgido final: Káiser jamás la mató, Káiser sólo la torturaba en un lento proceso al que ambos accedían en igual medida. Así que cuando se incorpora luego de la muerte, luego de un túnel en donde no era capaz de dilucidar realidad de fantasía o recuerdos, está temblando. Ni siquiera está segura de que ese sea realmente su cuerpo, que ella ha sobrevivido de verdad el entero proceso que no es capaz de calcular. El vacío en su interior, su cercanía y conocimiento personal de la muerte ahora, no pueden compararse con nada que haya experimentado con anterioridad: no importa cuál sea la sensación que vaya a percibir a partir de ahora, tampoco despertará en ella los mismos deseos y pasiones humanas de antaño. Ahora que su proximidad con los muertos es notoria, puede ver claramente la figura de Dianne ante ella, extendiendo la mano ante un portal de tamaño devastador, cuyo fondo es similar al de un par de cortinas verde oscuro tornasoladas. Así que trastabilla primero y luego se da cuenta de que le arde la mejilla allí donde tiene un arañazo y que sus manos siguen temblando pero alcanza la figura de Dianne. No está segura de si fue ella la que gestó todo eso o si fue el arcano o quizá incluso Montpellier. Tampoco nota la textura que parece haber nacido sobre sus ojos, tornándolos más claros y vidriosos, como si una película de laca hubiera sido posada sobre ellos. Todo lo que sabe es que ahora ve cosas que antes no veía. Empezando por Dianne.


Cuando se adentra en las sombras, oye una voz clara que la alerta contra eso pero no es más que su imaginación. En el fondo, sabe lo que tiene que hacer. Avanza por ese pasillo en sombras, oyendo más voces: algunas suplican perdón, otras sosiego y otras se oyen perdidas, como si no supieran qué es lo que hay a su alrededor. En un lugar lejano se tañen unas campanas y Dianne camina junto a ella todo el tiempo, sin pestañear ni decir nada. Catherine se pregunta si en realidad es capaz de decir algo. Camina, hasta que sus pies empiezan a dolerle y su consistencia a tornarse menos real, hasta que llama con voz tenue.


>>Pandora<<.


Y de pronto, ella está allí. Los ojos de un tono violeta por la mezcla del azul natural y el escarlata de la sangre, el rostro pálido, el cabello desordenado. Está descalza, con su túnica favorita, oscura y vieja. Sus ojos se posan en Dianne, así que ella se repliega unos pasos mientras Stark se adelanta hacia Catherine. Ella la observa, intentando encontrar en ella los reclamos humanos del pasado, la furia, la frustración, la tristeza, pero todo lo que sale de su boca es:


—Estoy feliz de estar viva.


Pandora sonríe con aspecto nostálgico y Catherine de pronto se pregunta si existirá en ese lugar tal cosa como el castigo, para aquellos que decidieron suicidarse. Si de verdad tiene eso alguna importancia, cuando todo alrededor está muerto de todas formas. Pandora no dice nada y ambas se estrechan en un mutuo abrazo, que a Catherine le recuerda la ocasión en que forzaron a su alma de vuelta al mundo de los vivos a través de la magia de Richard. Catherine está segura de que eso jamás volverá a ocurrir. Nada puede alcanzarla ya. Ella señala con el dedo hacia el final de ese pasillo y Catherine observa con curiosidad hacia el punto que ella advierte. Dianne no la sigue ya cuando ella se adelanta hacia la figura que se encuentra al final de ese pasillo. Huele a incontables muertes, aunque no está segura porque quizá en realidad ella no tiene nariz y está imaginándolo todo. Cuando el anciano mago vuelve la vista, sin embargo, Catherine sólo distingue un único ojo humano devolviéndole la mirada y el dolor agudo y atroz vuelve a replicarse en su pecho y cuello. Sin embargo, no se detiene y lo alcanza, cuando ya creía que sería tragada por las sombras.


En su cabeza, la única voz que resuena, es la suya, de cuando llegara allí: "Necesito revivir a alguien que ya no tiene un cuerpo al qué volver". Que est****a había sido.

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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Ardía. "Una herida abierta" pensó. El precio que debía ser cobrado. El ritual había tomando tanto de ella, que ahora le resultaba menos importante su integridad que el hecho de indagar más profundamente en los secretos de la muerte que comenzaban a revelársele.


Una nueva oleada de dolor la sacudió, violentamente. Frente a ella el niño, ese cuyo cuerpo se había esforzado tanto en remendar, comenzó a gritar y tirarse de la piel dispuesto a arrancársela. No había palabras, solo aquellos alaridos desgarradores, y Nasha no podía entender si era porque no las sabía decir o porque simplemente no existía lenguaje que articulara todo ese dolor y espanto, similar al que ella experimentaba y que la hizo escupir más y más sangre.


Se arrodilló entonces, incapaz de seguir viendo todos esos gestos grotescos en el rostro que apenas segundos atrás era bello y parecía dispuesto a tener una segunda oportunidad sobre la tierra, presa de arcadas más y más poderosas. Poco a poco los contornos de lo que tenía a su alrededor se difuminaban, creyó ver a Báleyr cerca de ella, pero era tan borroso, casi como manchas, que no podía asegurarlo. Estaba experimentando una sensación junto a alguien más, que no era otro que el infeliz postrado sobre la mesa, pero se sentía más sola que nunca, en el límite del mundo y de la cordura.


Nasha había creído estar lista para maldecirse a sí misma y traicionar el legado de sus antepasados. Pero entendía, mientras se ponía de pie, aferrándose a la mesa con tal fuerza que acentuaba las venas en el dorso de sus manos, que el paso final todavía no lo había dado: presenciar la muerte de una vida humana, mirarla y además aprobarla para que realmente pudiesen considerarla apta para la nigromancia. Así que tenía que de una vez por todas, de la peor manera posible, dejar de sentir consideración por la vida de esos pocos que podían llegar hasta su corazón.


Permaneció quieta entonces, escuchando esa sinfonía imposible de gritos y reclamos provenientes de la mujer que Catherine había llamado y los del niño a quien comenzaba a aquejarlo la inanición que se había cobrado antes su vida. Paralizada de la debilidad, ni siquiera un gemido era capaz de salir de su boca, su piel iba perdiendo elasticidad, y su cuerpo calor, y poco a poco sentía el pulso más y más lento.


"Esto significa morir" pensó "es tan simple, y podría ser más rápida pero no lo será para mí". Y no estaba equivocada. Necesitaba una lenta agonía, sentir ese agotamiento y la insuficiencia respiratoria, despojarse de su capacidad de sentir miedo y con ella de su humanidad. Así que aunque las palabras del arcano llegaron hasta ella, no hizo nada por acelerar el proceso y dejó que este siguiera su curso natural, en un masoquista ejercicio que era a la vez una prueba para sí misma.


Y es que si su cuerpo no sobrevivía al proceso era porque no estaba lista. Y si no estaba listo ahora que lo había dado todo, dudaba que pudiera estarlo algún otro día del resto de vida que le quedase.


Nuevamente sumergida en la oscuridad, los sonidos cambiaron a su alrededor y se vio en medio de un sendero de tierra. Era capaz de sentir a su alrededor la presencia de incontables almas, que susurraban todas a la vez toda clase de pedidos: Llantos, reclamos por venganza, confesiones llevadas a la tumba. Cada cosa que experimentaba era como un nuevo cataclismo y avanzando a tientas, sin más guía que el escapar de todas aquellas voces, Nasha siguió por esa senda, un tiempo que sintió que eran horas aunque lo mismo podían haber sido minutos. Caminó y caminó hasta que en el cúmulo de voces reconoció una de repente.


Ella, a diferencia de sus compañeros, no pretendía traer a alguien en específico. Podía decirse que eran motivos un tanto más egoístas los que la tenían allí. Entonces, escuchar de repente esa voz, que solo la había visitado en sueños o en fuertes sesiones de posesión la hizo detener su paso, y girarse a un lado, para buscar en medio de las plantaciones y la pantanosa tierra a su poseedora. No tardó en encontrarla. Una mujer de cabellos rizados, gesto ausente y mirada dolida, que la contempló con un rictus amargo en la boca que era apenas una línea de expresión.


Su madre.


Nasha había sido demasiado pequeña para recordar el estado de su cadáver, pero la imagen frente a ella no presentaba síntomas de trauma alguno o heridas. Su ropa de un aspecto que su abuela calificaría de "excesivamente occidental" era pulcra y tenía aspecto de nueva, y posiblemente por eso, contrastaba con el apagado tono de su piel.


— Estaba segura que te volvería a ver Nasha, todos sabíamos de tu condenado destino, que ni mi madre iba poder torcer a su favor.


Escucharla era bueno, era maravilloso, era ponerle voz a ese rostro que solo había visto en viejas fotografías y vagos sueños. Era confrontar esa parte de su pasado que estaba rota, y en realidad, le daba bastante igual si todo lo que tuviera que oírle fueran quejas, improperios y maldiciones. ¿En parte no merecía esas palabras? Después de todo lo que había hecho a lo largo de esas lecciones, y de su deseo más firme que nunca de desentrañar los misterios de la muerte, en realidad las palabras de su madre tenían toda la razón del mundo.


Así que no se inmutó, e incluso algo similar al orgullo floreció en su pecho. De saber que la tenía al frente, solo por la monstruosidad de haber reducida a ceniza a esa pobre criatura para pagar el precio del humano por humano, una monstruosidad que su madre también percibía y que era la razón por cual la veía como una cosa abyecta desprovista de cualquier rasgo de humanidad.


Había triunfado, a costa de perderlo todo. Justo como Báleyr lo había sentenciado con amargura al empezar sus enseñanzas. De manera que, luego de rozar con los dedos la mejilla de su madre y depositar un beso sobre su frente, Nasha giró y distinguió la figura del arcano y se sintió lista para ir a su encuentro.


¿Qué era lo que había dicho él? Que cuando "acabaran" lo siguieran y buscaran "al otro lado". ¿Qué significaba para él acabar? ¿Despojarse de todo lo que alguna vez había tenido importancia como ella acababa de hacer ahora? No podía asegurarlo, pero mientras escuchaba más y más insultos de boca de su madre, siguió andando con paso firme hasta colocarse frente a él.


Se había encargado de labrar su propio camino, en medio de la sangre, los lamentos y la superación de las pocas cosas que la habían hecho sentirse alguna vez una buena persona. Entonces, con esa creciente conciencia de que había acabado con todo eso que la hacía persona, y que incluía su propio cuerpo lleno de magulladuras, esperó por el juicio de Báleyr, quien a fin de cuentas tenía la última palabra.

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  • 3 semanas más tarde...

Seguí a mis compañeras y al Arcano Baelyr hacia la sala donde los cuerpos reposaban, ya limpios. Llevaba el cuenco con la sangre tibia en la mano derecha, mientras que el corazón lo sostenía con la izquierda. Escuché las palabras con tranquilidad. Que miedo podría darme el hecho de reponer un corazón y utilizar un ritual para que el cuerpo volviera a la vida?

 

No me asustaba, como no me asustaría el hecho de que "deberíamos dar algo nuestro"

 

Asi que me olvidé de lo que me rodeaba y me concentré en el cuerpo entre manos. La sangre no podía enfriarse demasiado, o no funcionaría. Ya tenía parte del camino hecho, pues el corte en Y con el que había extraido el corazón al inicio de aquella clase, asi que tomé el órgano y con precisión, volví a colocarlo para que otorgara la vida al cuerpo. para que el alma de aquel chico malcriado pudiera regresar y aprender que la vida era algo más que pensar en si mismo.

 

Pero debía otorgar algo más. "La sangre de un animal bastará?" No... no. Jack decía que los Antiguos Dioses requerían sacrificios, y a veces, pedían sangre a cambio.

 

Primero vertí una parte de la sangre sobre el corazón, bañándolo, y seguidamente, me hice un pequeño corte en la mano izquierda, dejando que las gotas tocaran el corazón.

Sangre por sangre, vida por vida pensé.

 

ME dispuse a reconstruir huesos, curar y cerrar los cortes del pecho. Una vez cerrado y sin heridas, puesto qeu también había sanado la puñalada que había resultado mortal en un primer momento, escribí las runas que el arcano nos había mostrado sobre su torso, ocupando todo el tronco y utilizando el resto de la sangre.

- Vuelve de la oscuridad de los muertos. - murmuré.

 

Esperé un poco, aunque siendo sincero no sabía bien que debía esperar. De pronto noté una punzada en el hombro, aguda, como hacía tiempo que no sentía, tanto, que sentí que la mano se me dormía. De forma casi imperceptible, pegué el brazo al cuerpo, apretándolo con la mano con derecha. Que...no lo entendía...Había sido tan repentino que casi parecía casualidad. El dolor era intenso, y mientras pensaba en el hormigueo de mi mano izquierda, creí ver que los ojos del cadáver se movían, y que el pecho se agitaba. Había empezado a delirar?

 

Observé aquel portal que el Arcano había abierto. las chicas habían pasado a su interior, habían terminado su tarea. Era mi hora, mi turno. Debía avanzar y enfrentar lo qeu quedase. Asi que, aguantando el dolor, y realizando pequeños movimientos en los que abría y cerraba la mano, avancé hacia la oscuridad desconocida, atravesándola.

Editado por Matt Blackner

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