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Nigromancia


Báleyr
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Mistify no tenía dudas de querer saber más. El conocer, su afán en busca de sabiduría, la había llevado a viajes interminables alrededor del mundo. Pero el mundo era demasiado pequeño, tenía que haber algo más. Y sabía que lo había. Sabía que en algún otro "mundo" tenían que residir las almas, otro lugar en la que los espíritus seguían su rutina, acumulando vivencias. Tenía claro que la vida no terminaba con la muerte del cuerpo, pero lo que más claridad tenía para la bruja de cabello rubio, era que no dejaría de luchar por encontrar lo que le pertenecía. Por restaurarlo, para mitigar la sed de sangre, de asesinato que la dominaba.

 

 

- No tengo dudas de querer saber - le dijo al Arcano, depositando su mirada esmeralda en el único ojo de su Maestro - No tengo dudas de que podré sacrificar lo necesario si así me lo piden - ¿Habría algo en ella que no sacrificaría? Si, si lo había. Su punto débil siempre había sido su hija, pero nadie tenía porqué saber aquello.

 

 

Las tres hechiceras esperaban frente al viejo mago. Tres mujeres demasiado diferentes y a las que sin embargo algo las unía. Estaban listas. O al menos decisión es lo que parecía reflejarse en sus respectivas miradas.

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Un nuevo golpe en el suelo con la vara de cristal. La mazmorra comenzó a vibrar ligeramente. Lo primero en desaparecer fue el cadáver. Los libreros, las mesas, y absolutamente todo lo demás dejaron de verse de forma clara. Se volvieron opacos en un comienzo y borrosos transcurridos un par de segundos. Aquello era producto de la magia que el Arcano estaba invocando. Magia muy antigua, una magia que haría ver color de rosas a los hechizos más perversos que usaban los mortífagos. Aunque claro, aquella magia no era para hacer daño (la mayor parte de las veces) sino para moverse de un sitio a otro de manera más cómoda. No era como desaparecer, en absoluto. Aquel conjuro, por el que había pagado un gran precio, le permitía mover junto a él a varias personas e incluso una habitación o casa completa. Pasaban por un ínfimo segundo por la dimensión a la que iban las almas. Si él así deseaba, podía dejar en aquel lugar a cualquiera de los viajeros y estos jamás volverían a ser vistos.

 

—Estamos justo ahora en un lugar que no existe. Los cuatro. Mientras estemos aquí no pasará el tiempo, nos tomará un segundo en nuestro mundo llegar a nuestro destino.

 

Eran solamente los cuatro en un vacío desagradable. Un vacío que hacía que incluso Báleyr sintiera como si la nada soplara en su nuca. Estaban en aquel mundo de los muertos, si, pero envueltos en el aura que el hechizo emitía. Aquella sensación extraña que seguramente las tres brujas también sentirían se debía a las almas tratando de romper la barrera que los protegía.

 

—Seguramente han oído hablar de los horrocruxes. Tom Riddle llegó a abusar de su alma a niveles nunca antes vistos. En vida la partió en varios recipientes conservando apenas un vestigio de su humanidad. Lo mismo pasa con la nigromancia. Cada persona tiene límites diferentes. Pero conforme le devuelves la vida a una persona su alma se va deteriorando y ese daño será menor cuanto mejor control sobre el alma tenga el nigromante.

 

Le gustaba nombrar a magos oscuros recientemente caídos. Riddle había sido el último y él personalmente se había encargado de destruir la casi inexistente alma de aquel mago oscuro. El consejo había decidido no intervenir mientras aquel mago vivía. Pero cuando muerto, él había sido seleccionado para desterrar los vestigios de humanidad que quedaban de Tom. No había costado mucho, se había gastado el alma en actos banales mientras vivía.

 

—Riddle, por ejemplo, jamás podría ser devuelto a la vida. Kingsley Shacklebolt fue listo y confió su cuerpo a un servidor. Pero he de decir que los Arcanos fuimos más listos que él. Para mi era casi seguro que lo que quedaba de su alma no sería suficiente para traerlo a la vida. La destrucción de los horrocruxes fue su final. Pero nadie en el mundo se quería arriesgar. Lo que quedaba de su alma fue destruida, su esencia dejó de existir.

 

Como si fuera el momento adecuado para hacer una pequeña demostración de su poder movió la vara de cristal y una pequeña abertura apareció en el manto que los protegía. Pasó una alma que había estado intentando llegar a ellos. Movió la vara con mucha agilidad, como si la juventud aún acompañara a su cuerpo. Aquella alma se quedó quieta, pues en aquella dimensión era visible sin utilizar ningún tipo de magia, y comenzó a evaporarse como si de un poco de agua se tratara.

 

—Esta es otra forma de evitar que alguien recite, Sagitas. Me lo preguntaste ayer pero no estaban listas para conocer aquel saber. Solo una persona conoce aquella magia, y solamente su muerte puede causar que esta sea transferida.

 

Poco a poco. La realidad comenzó a formarse nuevamente frente a sus ojos. Se podía ver lápidas y unos cuantos arbustos alimentados con los cuerpos de las personas que allí descansaban. Aún estaban atravesando la dimensión, con mucha lentitud tal cual el Arcano quería. Mientras menos tiempo perdieran hablando en la realidad más tiempo tendrían para atrapar una alma.

 

—Cuando las crea aptas para adquirir estos saberes tendrán que pasar una prueba. Aún no deben conocer los detalles. Pero si logran hacerse con este poder, se vincularán con magias tan poderosas y antiguas que será imposible que puedan enseñar la nigromancia a ninguna persona.

 

Él había utilizado, el día anterior, la palabra aprendiz en su explicación de las maldiciones imperdonables. Pero en realidad se trataba de dos nigromantes. Uno más hábil que el otro, el primero ayudando al segundo a mejorar el control en aquellas habilidades. Solo el anillo de un Arcano permitía la enseñanza.

 

Golpeó el suelo con la punta de la vara y la totalidad del manto que los cubría desapareció. Estaban en el cementerio de Hangleton. Riddle en aquel sitio había conseguido recuperar un cuerpo. Era un lugar especial en donde convergían el mundo de los muertos y el de los vivos. Aquella ruptura había aparecido precisamente cuando Pettigrew terminó de elaborar la poción que le dio un cuerpo nuevo a Tom.

 

—Espero que conozcan este lugar, las he traído aquí por un motivo. En todos los panteones del mundo las almas pueden cruzar. Pero en este precisamente habitan los espíritus de personas que ni siquiera han muerto cerca, y cuyos cuerpos están a muchos kilómetros de distancia. Aquí la barrera es más débil, pueden escapar con más facilidad.

 

Las brujas debían estar ya acostumbradas a ver su vara golpear contra el suelo y no escuchar palabra alguna. Así lo hizo. Tres cuerpos inertes aparecieron sobre camillas. Invocó además hechizos protectores, los muggles no se acercarían ni por asomo. Su valija se abrió, salieron flotando tres frascos. Uno con un polvo rojo: Sangre de unicornio deshidratada. Otro con un polvo negro: pelaje de thestral molido. Polvo blanco: huesos de hipogrifo triturado.

 

—Aprenderá un método para controlar las almas. Luego dependerá de ustedes pagar el precio de asimilar nuevos saberes. La Sangre de unicornio representa la pureza, de esta forma proteges tu propia alma. El pelaje de un Thestral representa a la muerte misma pues este se presente solo ante ella y la muerte se presenta solo ante él. Los huesos de un hipogrifo son la seña del orgullo que debe ser superado. Una persona que no le muestra respeto a la muerte será consumido por esta.

 

Destapó los frascos. La vara se encogió en sus manos dando paso a una varita de abeto. Dibujó, con la varita, un círculo de pelaje de Thestral en donde cabía sentado. Colocó dos montones de polvo: un rojo y un blanco delante de él y comenzó a recitar cánticos en egipcio antiguo. Las brujas sabrían como repetirlos. Los jeroglíficos que representaban a Anubis se dibujaron en una mezcla de aquellos polvos blancos y rojos.

 

—Los cuerpos están preparados por mi. Están en perfectas condiciones así que no deben repararlos. Sus almas viven en este cementerio. Siempre queda en un cuerpo una pizca del alma, elijan un cuerpo. Si estás listas podrán repetir el cántico a Anubis. Sigan el ritual. Cuando los jeroglíficos aparezcan delante de ustedes intenten -depende de ustedes el como- encontrar en primer lugar la esencia en el cuerpo muerto. Cuando lo hagan lo sabrán. Cuando así lo hagan aprenderán el nombre secreto de el humano. Así pues llamaran a su alma. Deben ser firmes, o esta las consumirá. Desdibujen los jeroglíficos si sienten que pierden la batalla. Yo las ayudaré si algo sale mal.

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Mistify había leído que todo lo que moría iba a parar al Límite, un lugar en donde nadie podía quedarse demasiado tiempo puesto que aquello podía acarrear la muerte. ¿Acaso era eso lo que habían presenciado? Se le puso la piel de gallina, era arriesgado, si algún alma los pillaba desprevenidos incluso podría arrastrarlos con ellos para toda la eternidad. Demasiado tiempo. Pensó la bruja.

 

No pudo vislumbrar mucho más, puesto que el manto de niebla se deshizo y estaban ahora en medio del viejo cementerio. ¿Un cliché? Enarcó una ceja observando al Arcano, para después escuchar su explicación, tenía sentido que fuera en aquel lugar, que el velo entre los muertos y los vivos estuviera rasgado, aquel era uno de los lugares más embrujados de Inglaterra, o al menos eso decían.

 

Báleyr prosiguió con sus enseñanzas. Si el día anterior todo le había parecido aburrido y que transcurría demasiado lento para su ritmo, hoy cambiaría de opinión. El viejo mago dibujó cosas, puso otras, cantó en idioma antiguo, hizo aparecer cuerpos y les pidió que le cantaran a Anubis, todo eso en cuestión de menos de una hora. ¿Estaría de broma? Si cualquiera de esas cosas le salía mal se perdería para siempre. Sin embargo concluyó con un "los ayudaré" que aunque a Mistify no le pareció muy esperanzador al menos le dejaba claro que si se equivocaba, el viejo le ayudaría. O eso quería creer.

 

Eligió uno de los cadáveres. ¿Porqué? Nada en particular, era el que estaba más próximo a la mortífaga. Una muchacha que no conocía, de cabello oscuro y la tez pálida que proporcionaba la muerte. Estaba tendida en la camilla, con una sábana blanca tendida sobre ella, dándole privacidad a su cuerpo que se adivinaba desnudo bajo ella.

 

Repitió el procedimiento dibujando el círculo en torno a una lápida rota que utilizó como banca. No iba a sentarse en el suelo. Apoyó la cabeza en una de las patas de metal y cerró los ojos, intentando concentrarse en el cántico y el resto de advertencias del Arcano. De repente se sintió llena de confianza en sí misma y las palabras que su Maestro había pronunciado eran perfectamente entendibles.

Anubis, Guardíán del Portal del Inframundo

revélame las puertas de lo invislble

que mis oídos y mis ojos sean los tuyos.

 

 

Las manos de Mistify se extendieron hacia adelante, como si estuviera corriendo una cortina invisible, un velo que solo ella podía ver.

 

Permanece conmigo mientras busco en tu reino.

Revélame el alma que perdió este cuerpo.

 

 

Los ojos esmeraldas se abrieron de par en par, solo que ya no tenían ese color. Eras oscuros por completo. Las manos aún estaban extendidas, intentando atrapar algo que no podía ser capturado.

 

Que tus ojos sean los míos, que tus oídos sean los míos.

 

 

Se puso de pie. Mientras una de sus manos se hallaba estirada, la otra se posicionó sobre el cuerpo de la niña.

 

Parecía que la bruja se había vuelto loca, pero ella veía e intentaba comparar los rostros que desfilaban frente a ella, con el de la niña fallecida. ¿Dónde estás? Se preguntó. Se sentía etérea, casi como si pudiera volar. Sus ojos oscuros miraban sin ver la realidad. ¡Ven aquí! El rostro de la jovencita se escondía de ella y un centenar de almas en pena intentaban infructuosamente ser las elegidas.

 

A su alrededor los símbolos brillaban con nitidez.

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Báleyr, con su vara de cristal, era tan teatral como la misma Nigromancia. Y es que el hombre tenía material suficiente para hacerlo, cada cosa que veían era más impresionante que la anterior y nada, absolutamente nada, había pasado por su mente hasta que lo vivía. Recorrió con los ojos el limbo a donde las había llevado, sintiendo cómo el vacío amenazaba con llevarse sus almas como si quisiera hacerlas parte de su estructura fantasmal, si es que se le podía llamar así. Por un momento tuvo el pequeño temor de que lo lograra, no estaba muy segura de cómo podría librarse, aun teniendo el poder mágico que poseía.

Por suerte, todo acabó rápido, porque pronto regresaron a la realidad y estuvieron en un lugar que ella conocía particularmente bien, porque lo habían adoptado como una de sus zonas comunes dentro de la Marca. El cementerio de pequeño Hangleton era amplio en comparación al cuerpo mismo, cientos de lápidas adornaban de forma macabra el extenso terreno descolorido y abandonado, algunas con formas, otras casi al borde de la destrucción. Se había acostumbrado a mirarlas, sin darle demasiada importancia, pero después de haber presenciado las almas empezaba a ver todo desde una perspectiva un poco más espiritual.

Algo inquieta por la nueva tarea, escuchó con atención las palabras del Arcano, poniendo toda su concentración en lo que tenía que hacer. El cántico era en un idioma antiguo, lo reconocía sin necesidad de conocerlo, pero pronto empezó a hallarle más sentido. No era particularmente complicado, sólo necesitaba estar cargado de sentimiento, ganas de lograr el cometido. Además de eso, se enfocó también en los movimientos que hacía y cómo se iba acoplando a su melodía para hacer cada cosa. Desde su punto de vista, todo era importante, así que lo memorizó como una pequeña coreografía aprendida.

—Tomaré este —anunció sin demorarse, dando varias zancadas hasta ponerse frente al cuerpo de un hombre adulto.

Parecía estar en buen estado, como había asegurado Báleyr, cosa que sería de ayuda para que no perdiera el hilo de lo que había guardado en su memoria a corto plazo; no tendría que usar su tiempo para reparar la anatomía, sólo debía buscar su alma y eso ya era más complicado de por sí. Tomó aire, cada vez que iba tomando cada cosa que necesitaba para empezar el pequeño ritual que habían aprendido y al final, se desató del presente. No estaba en un cementerio, no estaba en una clase con maestro y compañeros, sólo era ella y el cuerpo que debía revivir, nadie más.

Con el polvo de Thestral, dibujó un círculo donde entraba sentada, más pequeño que el que él había usado antes. Tuvo mucho cuidado de no borrarlo mientras se ubicaba en su interior y cruzó las piernas en posición de indio, para poder tener una mejor visión tanto del cuerpo como de lo que debía hacer ahora. Un montículo de sangre de Unicornio deshidratada quedó en paralelo a uno de huesos de Hipogrifo, a unos treinta centímetros de sus rodillas, las que había usado como referencia para hacer una línea imaginaria perfecta entre ambos. Y entonces, venía lo difícil.

Cerró los ojos, recordando lo que había estado cantando el hombre y sus labios se separaron, imitando tanto su tono como la pronunciación. No había hablado egipcio nunca y era muy probable que lo utilizara pocas veces en su vida, pero las clases de idiomas habían surgido efecto en ella y era visible la facilidad que tenía para aprender, aunque fuera poco. Una a una, las palabras abandonaron su garganta como si estuvieran aglomeradas ahí desde hacía mucho, esperando salir. Y toda su concentración pasó a ser de su interior, de su propia alma mágica, hasta que lo único que la mantenía anclada en realidad eran los jeroglíficos y lo que significaban en la Nigromancia.

Frente a sus ojos los jeroglíficos se alzaron como si estuvieran siendo manipulados, provocando una fría sensación por todo su cuerpo y por un momento pensó que se había desviado de su objetivo principal, perdiendo el norte. Pero sus ojos seguían cerrados y todo lo que veía, en realidad, era un mundo en el que no había estado antes. La potencia de aquellos dibujos era muy grande, parecían aplastar su ser, pero aplicó más fuerza en sus pensamientos, más sentimiento en el cántico y éstos resplandecieron en respuesta, como si estuvieran agradados con la forma en la que estaba haciendo las cosas.

Como una pantalla opaca, el cementerio apareció tras de ellos como una sombra de lo que era el original, mostrando apenas siluetas reconocibles de cada cosa. Pero eso no era importante, lo que era importante en realidad era lo único que parecía estar brillando más que los propios símbolos de Anubis. La figura difuminada del hombre que debía revivir estaba detrás de una lápida, bastante lejos de su ubicación, flotando como si esperara a que alguien lo arrastrara por el lugar con un remolque.

Igor. Escuchó en el aire, un murmullo y comprendió qué era lo que significaba. Igor… Igor.

La voz era pesada, densa como la bruma y aun así resultaba entendible, al menos para ella. No sabía si estaba habilitada para dejar de cantar, si aquello afectaría el rendimiento de la magia que estaba aplicando, pero siguió el instinto y cerró la boca, esperando regresar al cementerio real junto a Báleyr. Sólo que esto no sucedió, en cambio, pudo abrir los ojos y encontrarse en el mismo lugar, rodeada de cosas intangibles que podía encontrar tangibles en la dimensión de la que acababa de salir. Vio con los ojos abiertos el alma y logró hacer la última parte de la tarea.

—Igor —pronunció ella ésta vez, mirando fijamente a la azulada figura masculina—. Igor. acércate, no voy a hacerte daño. ¿Igor?

Esperó por segundos que se volvieron pocos minutos, largos desde su perspectiva, hasta que la esencia de aquél humano empezó a acercarse. Tuvo la creencia de que caminaría, como si se tratara de un fantasma algo más corpóreo, pero con cada pestañeo no hacía más que aparecer más cerca de donde ella estaba. Y con ello, empezaba a sentir que la tarea se hacía más complicada, agotándola con el paso del tiempo. No sabía si ella estaba ahí de verdad o si era su cuerpo, en el otro lado, el que empezaba a reclamarle, pero aguardó con paciencia hasta que Igor estuvo cerca.

—Entra —pidió, con autoridad—. Es tu cuerpo, entra.

Nada. Entrecerró los ojos.

—Adentro, Igor, ahora —exigió, ésta vez como una orden que podría haberle dado a alguno de los subordinados que tenía en el bando como Líder Mortífaga: sin derecho a reclamos, sin nada más que hacer que simplemente hacerlo—. Ahora —remarcó.

Y entonces sus ojos se abrieron, ahí donde todo había comenzado, haciendo que los colores volvieran a aparecer. La apagada visión de pequeño Hangleton la recibió con calidez, que notó de inmediato que había perdido aquello en su momento de trance, y supo que había regresado a estar junto a Báleyr. Algo temblorosa y confundida, con la piel perlada por una pequeña capa de sudor helado, giró la cabeza hasta dar con el Arcano, esperando alguna reprimenda o algún consejo de su parte, pero algo frente a ella se movía y tuvo que mirarlo.

¿Había sido la mano del cadáver? En ese caso, ya no era un cadáver.

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No habían rituales iguales. Habían rituales que usaban los mismos ingredientes, los mismo conjuros e inclusive los mismos símbolos eran dibujados. Pero en aquella similitud es en donde radicaba la diferencia. El cántico que Báleyr había entonado estaba lejos de ser inmutable. Si una persona estaba lista para comprender la muerte, si había sido instruida en los peligros y en todas las bondades que jugar con la dimensión de las almas en pena podrían entender e imitar el sonido. Sin embargo, lo que ellas escucharían -en su lengua materna- sería completamente al significado original de las palabras.

 

Báleyr estaba demasiado obsesionado con el saber. Había explorado el mundo de formas que pocos (incluso otros Arcanos) habían logrado en el pasado. El mismo sonido surgía de sus labios siempre que acudía a lo que él llamaba Nigromancia Egipcia. Pero nunca su cerebro traducía un mismo significado. En ocasiones eran frases mediante las cuales se debilitaba el manto de los dos mundos. Aveces los muertos eran los que usaban sus labios para recitar el cántico y le transmitían antiguos y poderosos secretos sobre el mundo. Otras simplemente su cerebro refrescaba el sonido original del cántico. No estaba documentando, ni siquiera en el Grimorio, el significado real de aquel cántico egipcio.

 

-Ten cuidado - habló únicamente en la mente de Mistify -. Tu camino ha sido el de la lucha. Deberás encontrarla forma de burlar todos los obstáculos para llegar al alma del cuerpo que elegiste. Recuperé este cuerpo de una barbarie muggle, un tiroteo. Todas esas almas son las que murieron aquel día -agregó.

 

Se proyectó en un nuevo lugar. Taurogirl. La bruja estaba siendo engañada por el alma que debía traer al mundo de los vivos.

 

-Tu camino es el de los engaños y las trampas. Igor era tramposo, usaba su magia para crear ilusiones. Busca en la realidad que te ha mostrado algo ilógico, algo que te haga comprender que todo es una farsa. Recuerda que una alma es localizada de formar distintas a la que es colocada -habló en la mente de Taurogirl

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Las palabras de advertencia del Arcano resonaron en la mente de Mistify como si fueran producto de una ensoñación, como si no fueran reales y lo único que importara ahora fuera el rostro de esa pequeña niña que se escondía una y otra vez, alejándose de la bruja. ¿ Qué había querido decir con un tiroteo? ¿Qué era eso exactamente? ¿Debía de tirar de algo para alcanzar el alma que quería?

 

- ¡Ven! - trató de que su voz sonara firme y decidida, pero fue solo un susurro. Su aliento se condensó en el aire formando un vaho de vapor, como si estuviera respirando aire helado. - Te llevaré con tu madre -

 

 

Cuando extendió la mano algo más la aferró. Sintió que el frío tomaba sin permiso su cuerpo y que comenzaba a elevarse sin razón.

 

- ¡No! - gritó, o eso pensó que hacía. Retiró la mano abruptamente y su mirada se detuvo en sí misma, tenía la misma apariencia etérea que el resto de las almas. Giró para ver a su alrededor y retrocedió al verse sentada sobre la lápida, los ojos mirando sin ver y la mano extendida como queriendo atrapar algo que era inalcanzable. Su corazón se aceleró. ¿Tenía corazón? Al menos era la sensación.

 

- ...recuerda los obstáculos - la voz de Báleyr la acompañaba.

 

- ¿Has visto a mi mamá? - la voz de la niña la sobresaltó aún más. Estaba frente a ella y la miraba con esos ojos enormes que conocía tan bien.

 

- Yo soy tu mamá - Mistify se puso en cuclillas, para quedar a la altura de la jovencita.

 

La niña sonrió.

 

- ¿Papá también está acá? -

 

- Papá está en el Ministerio, ya sabes... ser Ministro de Magia le lleva mucho tiempo - ¿Qué estaba diciendo?

 

Ella extendió su mano, pequeña y de dedos alargados. Era su Mackenzie. ¿Mack? Pero si ella no estaba muerta ¿Porqué estaba allí? Se llevó las manos al rostro, cubriendo los ojos. Eso no era real. Esto no es real.

 

- ¿Mami? - sin embargo lo era. ¿Qué sucedía? ¿Ella estaba muerta? No podía ser posible. - ¿Ya no me quieres? - el rostro de congoja de la pequeña Mackenzie era demasiado para Mistify - ¿Por eso siempre se van tan lejos? ¿Hice algo mal, mami?

 

La bruja retrocedió.

 

- No eres ella -

 

Se volvió hacia su cuerpo tangible, las lágrimas cubrían aquel rostro.

 

- Siempre me dejan - las palabras cubiertas de reproche.

 

- Eso no es cierto, cariño - se puso de pie. - Y tú no eres ella - movió ambos brazos como intentando disipar la aparición, que se disolvió.

 

- Ella es mala - la voz provenía ahora de la niña que había estado buscando - Se lleva a los visitantes.

 

Mistify asintió.

 

- ¿Cómo te llamas? - le preguntó.

 

- Sophie - respondió

 

- ¿Echas de menos a tu madre?

 

- Ajá - era solo una niña. Su mirada se volteó al piso. - ¿Crees que pueda encontrarla?

 

¿Tenía que mentirle? Ella era solo una niña muggle. No iba a ayudarla a encontrar a su madre, lo único que quería era sacarla de allí, necesitaba aprender el arte de revivir a los muertos.

 

- Por supuesto - mintió tomándola de la mano.

 

Retrocedió hacia donde estaba su cuerpo, lentamente. Tras las dos figuras etéreas el velo que dividía el mundo de los vivos del de los muertos comenzaba a cerrarse.

 

- Solo tienes que entrar a tu cuerpo mortal, Sophie, acompáñame -

 

Y Mistify hizo lo suyo. Su ser incorpóreo se sentó en el mismo lugar que su cuerpo y la bruja de cabello rubio abrió los ojos. A su lado, sobre la camilla, un par de ojos marrones parpadearon presa del terror.

 

- ¡Noooooooo! - el grito de la niña erizó la piel de la mortífaga - ¡Déjenme morir! - volvió a gritar - ¡Nooooo! - el pequeño cuerpo se retorcía presa del dolor. ¿No había dicho el nigromante que había curado las heridas y que estaba en condiciones? ¿Qué sucedía entonces?

 

La hechicera se puso de pie. ¿Tanto era el dolor que preferían seguir muertos a enfrentar la vida? Buscó con la mirada al viejo Arcano, no tenía idea de qué hacer.

 

 

 

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Tuve un ataque de miedo. Creo que es respetable, sabiendo el paso límite que iba a cruzar. Y yo que había creído que había superado todos mis miedos y que mi decisión era firme. Al segundo golpe del Arcano con su bastón sentí subir un hormigueo desde los pies a la cabeza. Un temblor empezó a retorcerme las tripas por dentro y, de repente, me cuestioné, muy seriamente, mi deseo de estar allá. Era lo que yo llamaba "mi campanita", lo que se ponía en funcionamiento cuando algo iba mal, o al menos cuando algo no iba del todo bien como debiera. Era mi sentido de la Realidad Sacerdotisal, la que me avisaba que (tal vez) estaba pisando un terreno vedado.

 

Permanecí quieta. Mi agitación coincidió con un cambio de paisaje muy brusco. Desaparecieron los libros, muebles (incluido el cadáver) y todo quedó oscuro, inhabitado, vacío. Sentí la ausencia de Esencia en aquel lugar, de Vida, aunque pronto noté-sentí-percibí con los sentidos internos de mi forma sacerdotisa que no estaba sola. Supongo que aquello fue lo que me hizo sentir nauseas. Estaba entrando en un terreno vedado, ¿por qué insistía en permanecer allá?

 

-- Un lugar que no existe -- repetí las palabras del Maestro, con un temblor demasiado claro en mi susurro.

 

Temía aquel lugar, temía aquella habilidad y, por primera vez, temía Saber más que el Deseo de Saber. Tuve que respirar quedamente un par de veces para recuperar el ritmo cardíaco y dejar de sentir el frío de la Nada que me rodeaba. Por eso, me mantuve al margen de lo que hablaban mis compañeros y el Maese Báleyr. A pesar de cerrar los ojos, "veía" y "sentía" lo que me rodeaba. Golpes que desataban una lluvia de chispas de rabia surgían a nuestro alrededor, como sí algo-alguien-nodeterminado-noesbuenosaber estuviera atacando el hechizo que nos envolvía y nos había situado en aquel lugar que no existía.

 

El miedo creció en mi interior, ¿mis compañeras verían lo mismo que yo o sólo lo notaría por ser sacerdotisa y tener un vínculo especial con los muertos? ¿Notarían que estábamos siendo atacadas por tal vez almas enrabiadas que deseaban entrar en el espacio que había tejido el Arcano? Valoré como algo imposible de imitar aquel hechizo. Ni en mil vidas podría yo alcanzar la sabiduría que encerraba mi maestro, ¿Cómo había soñado si quiera llegar a ser su pupila?

 

Me pudo el desasosiego y la certeza de que no era apta para tales conocimientos. Retrocedí un paso. El Arcano hablaba de Horrocruxes y, para mi sorpresa, eso no me daba miedo. Más bien me sentía negada, me sentía incapaz, me sentía no merecedora del honor de estar allá. ¿Dónde estaba la Sagitas que había llegado a la clase con la cabeza alta, dispuesta a enfrentarse a Tau, a Mistify, a quien fuera, con tal de saber la doctrina más profunda de la Nigromancia?

 

-- "Lo que quedaba de su alma fue destruida..."

 

Las palabras del Arcano me hicieron respingar. ¿Qué me había pasado? ¿Qué había hecho que tuviera esa falta de fe en mí misma? Sonreí levemente mientras seguía escuchando las palabras de Báleyr, sabiendo que había cruzado el Umbral, ese límite que las sacerdotisas notamos entre este mundo y el de los muertos. Había sido una prueba, mi propia prueba. Tal vez ni siquiera mis compañeras lo hubieran notado. Tal vez el Maestro sólo hubiera notado silencio y apatía en mis gestos; o tal vez se hubiera dado cuenta de todo. Fuera como fuera, había pasado. Respiré con fuerza y sonreí, reconociendo por primera vez el lugar en el que nos encontrábamos.

 

Si aquella había sido una autoprueba, la había superado, aunque me quedaba la sensación que no había hecho más que empezar, que aún tendría que superar muchas. Pero me sentía capaz. Era como si hubiera tenido un dementor encima y, sin saber cómo, hubiera invocado un Patronus que lo había alejado. Tan segura estaba de mí misma en aquel momento que, ante el movimiento de la vara del Arcano, se rajó parte de nuestro escudo y entró un Alma, permanecí quieta y callada, contemplando el hacer del Maestro. Sonreí ante su explicación. Era Buena. Era Dura. Era mucho Poder en las manos (o en la vara) y asentí con la cabeza. Podría conseguir destruir un Alma para que no volviera a ocupar su cuerpo. Sonreí. Me bastaba, de momento, con saber hacer eso.

 

Volví a respirar con fuerza, esta vez orgullosa; había tenido un momento de temor y lo había superado. Estaba preparada para pasar la prueba que el Arcano considerara necesaria. Y para que él me considerara preparada para hacerla, tenía que superar ahora este reto.

 

Observé a mis compañeras, con curiosidad. No reconocí el cementerio, para mí todos eran iguales y me gustaba pasear por ellos para valorar la inquietud artística de los que pagaban por esculturas que explicasen sus actos en vida. No gustaba de visitar los nichos en altas torres verticales sin más adornos que una placa de mármol y un nombre. Para mí, las sepulturas y las criptas eran verdaderas obras de arte que merecían la pena visitar, mientras disfrutabas de la calma de la Muerte.

 

Sin embargo, aquel en el que estábamos no había calma. No sé si Tau o Misty sabían donde estábamos. Yo sólo reconocía los nombres que Báleyr mencionaba, lo que no era grato, pero tal vez el mejor ejemplo para practicar esta nueva Habilidad. Fuera donde fuera el lugar en el que estábamos, era un sitio donde la línea entre los dos mundos era tan sensible que podía sentirle con la punta de los dedos. Es un decir, no eran tan visible ni tan palpables, pero sí podía sentirlas.

 

Al instante, tres cuerpos, tres cuencos, oraciones sacras... Intenté memorizar todas ellas y permanecí en silencio casi sepulcral (valga la redundancia por el lugar en el que nos hallábamos) para saber hacerlo. "Controlar las almas..." Este Báleyr no sabía como "controlaba" al fantasma de Jack, mi marido. Aunque no dije nada, sólo para evitar más palabras sarcásticas sobre mi matrimonio. Aquello era privado y, sobre todo, no le importaba a nadie lo que había tenido que hacer para conseguirlo.

 

Así que observé, atenta. Misty fue la primera en decidir qué cuerpo se quedaba, algo que agradecí puesto que si me hubiera tocado aquella joven hubiera sentido cierta empatía, algo que tendría que luchar por anular al completo. No se puede sentir compasión por las almas. Báleyr había sido claro, había que ser firme para no ser consumidas por ellas.

 

-- Estoy lista.

 

Creo que mi voz sonó demasiado ronca, demasiado sonora, demasiado intensa en el silencio de aquel cementerio. Misty y Tauro ya habían dado paso al ejercicio así que me acerqué al muerto que quedaba. Contemplé su rostro e intenté imaginar qué habría sentido al saber que se moría, porque estaba claro que aquel hombre había esperado su muerte. De expresión fiera, restos de sangre en la mejilla indicaban que había participado en una lucha. Retiré la sábana y la pelea se hizo más patente en los moratones post mortem de su cuerpo. Báleyr había reparado lo sucedido pero aún eran visibles los golpes que había sufrido aquel hombre antes de morir. Sin embargo, no sentí piedad, no sentí pena. Los rasgos duros y la boca semi abierta en un grito invisible me invitaban a creer que no había sido tan víctima como pudiera parecer en un primer instante.

 

De todas maneras, no estaba allá para juzgar su vida ni su pasado sino para aprender. Encontrar su alma en aquel lugar debería ser difícil. Hasta mí llegaban las palabras musitadas y sin sentido de Misty. Ella ya estaba absorbida por la Búsqueda. Puse las manos en el pecho del hombre. No estaba tan frío como suponía, tal vez porque el ambiente del cementerio también tenía la misma temperatura.

 

Repetí los gestos del Maestro lo mejor que supe. No eran difíciles para alguien que está acostumbrada a los rituales, aunque sí estaba más tensa. El polvo blanco y el rojo parecían mezclarse y crear siluetas fantasmales que plasmaban unos jeroglíficos antiquísimos. No sé ni cómo sabía repetirlos, pero creo que lo hice bien y protegí mi propia alma antes de atreverme a cruzar en la Búsqueda. Sólo esperaba que la Sangre de Unicornio preservara mi alma de forma eficaz; durante mi aprendizaje de sacerdotisa había visto demasiadas posesiones como para desear pasar por esa experiencia.

 

Junté las manos, cerré los ojos, incliné la cabeza hacia el muerto, tal vez en un gesto de respeto que no estaba segura que él se mereciese sino la misma Muerte era a la que saludaba y le pedía permiso para entrar en su reino. Después, sencillamente... Me dejé llevar por la oleada de viento intenso que removía el mundo espiritual.

 

Lo había hecho más de una vez, para hablar con los Muertos, sólo que ellos venían hacia mí, nunca había ido yo en busca de uno concreto. Este sería un gran reto para mí.

 

Entonces...

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Todas, absolutamente todos habían hecho avances que le sorprendieron mucho a Báleyr. Habían sido sus mejores pupilas en mucho tiempo. Las tres habían logrado hacer en un par de días lo que otros lograban en una semana. Eso era todo lo que hacía falta, al menos por el momento. Se puso de pie en cuanto observó, y sintió, el dolor que aquella niña estaba sintiendo. Habías heridas que no se podían curar, roturas imposibles de arreglar.

 

-Todas las heridas causadas por su muerte o que causaron su muerte han desaparecido. Pero el tiempo, aunque congeles un cuerpo, lo daña a nivel celular. Imposible ver sin los instrumentos adecuados y sin forma de que se reparen sin la ayuda de la propia alma.

 

Movió la varita mágica para mitigar el dolor de la chica aunque eso significara sentir el mismo parte de ese dolor. ¿Acaso el paso del tiempo no le había enseñado que algunas cosas no se debían hacer? Si no fuese por el anillo de arcano Báleyr hubiera muerto hacía muchos años a causa de hechizos que él mismo se había prohibido. Era imposible, por su puesto, que siempre cumpliera sus propias órdenes.

 

-Haremos esto todas las noches hasta que estén listas para que no tenga que guiar consciente o inconscientemente sus actos. Hoy han recibido ayuda, los siguientes días será menor y en algún momento lo harán de forma independiente.

 

Entre sus dedos la varita mágica se convirtió nuevamente una vara de cristal. La golpeó contra el suelo.

 

-Yo las observaré desde la ausencia. Tienen que buscar los medios para llegar a este sitio. Siempre encontrarán tres cuerpos en los que practicar y materiales por utilizar. Serán personas que murieron antes de tiempo, personas que aún tienen cosas pendientes. Hagan un buen trabajo.

 

Golpeó el suelo y todos atravesaron la dimensión de los muertos. Las aspirantes a nigromantes regresaron al mundo de los vivos de forma individual. Cada una en sitios cercanos a donde se suponía que vivían. Los reanimados, porque al final los tres estaban vivos, tomaron forma junto al Arcano en las Mazmorras. Habían varias cosas por reparar.

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Tauro se sentía triunfal, que había llevado a la perfección la tarea y eso era precisamente lo que la habría tenido que hacer desconfiar desde el principio, pero la Mortífaga necesitaba sentirse poderosa y que era capaz de lograrlo en el primer intento, como una forma de demostrarse a sí misma y al Arcano que ella era la mejor; sí, su soberbia le había ganado y con ella el engaño de Igor, sin embargo, aun se encontraba inmersa en ese mundo de ilusión al que la tramposa alma la había llevado y debía encontrar un modo de regresar, pero primero debía estar consciente de lo que sucedía y ese era el gran reto a enfrentar.

Podía ver y escuchar al Arcano, pero en lugar de las advertencias parecía que este la felicitaba por su gran trabajo dejando en ridículo a las otras dos mujeres, diciéndoles que no eran aptas y nunca lo serían, que desde ahora Taurogirl sería su única aprendiz y todo su saber y conocimiento moriría con ella. Muy dentro de sí la Crouchs no podía negar que aquello además de alimentar su ego, la hacía sentirse superior, pero entonces un pensamiento que a medida que se lo repetía mentalmente adquiría más fuerza, la hizo dudar.

«No»

Empezó a sudar frío.

«Ya te dije que no. Tienes que parar»

La lucha interna había empezado y no se trataba de una doble personalidad, era su propia mente que furiosa por lo que estaba ocurriendo quería hacerla entrar en razón a la fuerza y para ello no encontró mejor forma que decirle todo lo que odiaba escuchar.

«¿En serio creíste que lo conseguirías tan fácil? ¿No te das cuenta de que esto va más allá de tus capacidades?»

Estaba jugando con fuego y cualquier diría que estaba sufriendo un ataque de esquizofrenia, pero el método no estaba funcionando, tenía que cambiar de estrategia.

«Piénsalo, de haberlo conseguido rápidamente ¿qué sentido habría tenido venir hasta aquí? Tú lo sabes, es más grande tu hambre de conocimiento que cualquier otra cosa y al final te habrías decepcionado.»

Eso era lo que necesitaba. Las palabras del Arcano ahora cobraban sentido, ahora sí entendía lo que este había tratado de decirle y sintió un profundo desprecio por el que la había engañado, pero más que eso sintió rabia consigo misma por haberlo subestimado; se había olvidado que las almas tenían un pasado y todo lo que fueron lo seguirían siendo aun después de muertos (el cuerpo), en su caso le había tocado un tramposo. Al final la ilusión se rompió y Taurogirl pudo distinguir lo que sucedía en realidad.

— Yo... —no sabía ni qué decir, se sentía avergonzada. La buena noticia es que lo podrían volver a intentar, por los días que quisieran, el reto se encontraba en cómo llegar hasta ese lugar, pero ya lo averiguaría, por lo pronto necesitaba descansar tanto su mente como su cuerpo. Suspiró.

El golpe de la vara contra el suelo la aturdió más de lo usual y sorprendemente se sintió aliviada al ver en donde se encontraba. Ni el Arcano, ni Sagitas, ni Mistify se encontraban allí, una vez más era ella sola en algún lugar de la Fortaleza Oscura.

— Mañana —dijo empuñando su mano derecha —Mañana será el día —se repitió. Su voz sonaba decidida. Al día siguiente lograría llegar hasta el cementerio aunque ahora tuviera la mente en blanco y no pudiera pensar en nada lo suficientemente elaborado, pero no tenía caso seguirla forzando, no después de lo que había pasado, por ahora se obligaría a descansar y al amanecer pensaría en algún plan.

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Era algo que no me esperaba. O tal vez sí, aunque no de esa manera.

 

Mi contacto con el mundo espiritual siempre había sido... como si caminara entre ellos de una forma ajena, en otro plano, mirándoles, mirándome, sin poder interactuar entre nosotros. El único fantasma al que había podido tocar era a mi marido y... no quería pensar en cómo había sucedido eso. Sabía que Maese Báleyr nos seguía atentamente en aquel plano y que puede que pudiera leer en mi mente como un libro abierto. Y no quería enseñarle las tramas de sacerdotisa que habían influido en aquel logro. No sé si la comunidad mágica se había preguntado algo sobre mi marido ni cómo era que compartíamos una eternidad absoluta para él y perecedera para mí pero... Mi vida privada había conseguido que permaneciera al margen y, si había habido algún comentario o intento de desentrañar algún misterio, lo había desviado para impedir injerencias externas.

 

Pero no estaba segura ahora de si Báleyr estaría al tanto de cómo pudo suceder. Al fin y al cabo, era un Arcano, un Sabio entre los Sabios del mundo de la Muerte. Y lo notaba muy atento a mis compañeras y a mí misma, no podía permitirme que sospechara que todo aquello no me era del todo nuevo.

 

Los fantasmas se acercaban, curioseaban mi figura, desaparecían algunos, otros me seguían mientras caminaban. Algunos gritaban, otros intentaban tocarme. Me sentía protegida, no sólo por los escudos que había hecho, imitando los gestos del Arcano y sus sellos de colores. Era cierto que no los conocía pero yo tenía mis propias maneras de pasar por aquel mundo, como ya había hecho más de una vez. Pero esta vez era diferente. Esta vez fue diferente y pude detectar enseguida la sutil pero muy marcada disimilitud de mis otras experiencias.

 

Tal vez el tener un objetivo era lo que notaba. El resto de almas parecían atacar, chocar, disminuir y desaparecer, como si estuvieran protegiendo el alma que yo buscaba. Normalmente, pasaba sin dejar rastro pero ahora... Ahora estaban enfadadas. ¡Oh, sí, notaba el odio, la rabia que había en aquel lugar! ¿Sería el cementerio? ¿Es que aquel cementerio era especial? ¿Qué es lo que había dicho Maese Báleyr sobre el sitio en el que nos encontrábamos...?

 

Aspiré aire, un decir, pues allá me sentía tan oprimida que no podía casi avanzar. Pero había una que brillaba, un alma que me atraía, o tal vez que se sentía atraída por mi presencia. Los ataques contra el escudo se sucedieron de forma más rápida, pero yo había localizad A Quien Yo Buscaba. Y Él me vio a mí.

 

Y se lanzó contra mí.

 

No era la primera vez que un alma notaba mi presencia; como he dicho antes, algunas veces me ignoraban, otras me seguían un rato y después desaparecían. Pero nunca, nunca nunca nunca, me habían atacado. Levanté el brazo en un gesto instintivo de defensa, aún sabiendo que era imposible que hubiera un contacto.

 

¿Imposible?

 

Improbable.

 

¿Improbable? Seguro que no podría. Pero aquel alma era guerrera. Eso lo había podido notar en su cuerpo muerto. Aquel hombre había muerto luchando y, aún muerte, seguía haciéndolo.

 

-- No te tengo miedo -- dije (¿susurré?, ¿grité?) a pesar que seguía con el brazo levantado, protegiendo mi rostro. Maese Báleyr había dicho que no podíamos bajar la guardia y yo, est****A sacerdotisa engreída que pensaba que esto ya lo había hecho y no era nada nuevo, había entrado con una seguridad falsa que había resultado insuficiente. -- No tengo miedo.

 

Esta vez lo repetí con más fuerza y convicción. Al instante, la voz de nuestro maestro interrumpió la situación agresiva y volví a estar a su lado. Las tres estábamos con él. Permanecí en silencio mientras él nos dijo que volveríamos una y otra vez hasta controlarlo. Asentí, habría que encontrar la manera de volver al lugar. Sentí un retortijón en la boca del estómago y cuando parpadeé, estaba en la entrada de la Potter Blue.

 

El aire de la noche era frío. Crucé la verja y entré por la puerta trasera de la cocina, sorprendiendo a varios elfos que estaban haciendo algún tipo de pastel. Pasé de largo sin saludar, subí los escalones que me separaban de mi cuarto, me desnudé y metí toda la ropa en el fondo del cesto, con la firme idea de quemar aquella ropa y abrí el agua caliente hasta que el vapor inundó el cuarto de baño. En el brazo derecho, cinco pequeños hematomas indicaban que alguien me había agarrado con una gran fuerza para producirme aquellas marcas.

 

Sólo entonces, invadida por el calor de la nube cálida, me permití llorar en silencio, con las manos agarradas firmemente al mármol blanco de la pica de lavarse las manos. Cuando elevé la mirada y vi mi rostro en el cristal, grité, un chillido largo y angustiante. El espejo me devolvía algo que era impensable. Debía volver mañana, sin lugar a dudas, y saber... Conocer si algo había venido conmigo desde el otro mundo a pesar de los escudos.

 

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