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Nigromancia


Báleyr
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No es la visión de la víscera, lo que afecta a Madeleine. Tampoco es la sangre. Se trata de una sensación que no recuerda haber experimentado jamás. A pesar de no haber entendido que lo que la diferenciaba de los muggles con los que vivía era la magia, cuando le fue revelado el secreto le pareció perfectamente natural, como si se tratase de la pieza perdida del rompecabezas, lo que necesitaba para que su vida tuviera sentido. Desde un principio, a pesar de lo maravillada que se sentía con aquel descubrimiento, todo lo que podía hacer con la magia le pareció correcto y natural. Pero ésto es completamente diferente. Se siente... antinatural. Inhumano. Incorrecto. «Oh, vamos —intenta convencerse—. Sólo es un trozo de carne. Tiene vida, pero no es un ser vivo. No es una persona». No duda que aquello sea cierto, pero es consciente de que debe comenzar a pensar en los límites que está dispuesta a cruzar —y cuáles no— para descubrir los secretos de la nigromancia, de la vida y la muerte. Y debe prepararse para expresarlo en voz alta, cuando sea necesario, sin sentirse débil por ello.

 

Poco a poco, a medida que merma la sensación de desfallecimiento, afloja los dedos del borde de la mesa. Se pregunta qué es lo que causó aquel estado de debilidad. ¿Fue energía que consumió la conjuración del hechizo, o acaso energía que sacrificó para darle un poco de vida a aquel corazón? ¿Son cuestiones diferentes o caras de la misma moneda? La verdad es que tiene sus dudas de si aquello tenga verdadera importancia o no. A veces presta atención a detalles que tienen poca importancia e ignora lo que debería preocuparla.

 

De cualquier forma, no se siente apresurada por hablar. Cierra los ojos y se concentra en respirar lenta y profundamente, pues desea recobrar la compostura y volver a construir su fachada de fortaleza. Aunque es consciente de sus debilidades y limitaciones, lo cierto no le gusta dejar ver sus debilidades, a pesar de que sean los mismos de cualquier humano, de cualquier bruja novata. Odia admitirlo, pero le gusta ser vista de cierta forma y se esfuerza por mantener aquella imagen.

 

Cuando el nigromante vuelve a hablar, Madeleine entreabre los ojos, sólo como un gesto de estar prestando atención.

 

«Tal vez, después de todo, sí tenga que tomar unas lecciones de biología y anatomía», dice para sus adentros.

 

Reconoce que se concentró en regenerarlo burdamente, sin estudiar verdaderamente el estado del corazón. Se pregunta si por eso su conjuro no tuvo efecto más que por un par de instantes, aunque sabe que existen nigromantes capaces de reanimar cuerpos en diferentes estados de deterioro, incluso mismísimos esqueletos. «Quizás más que del estado del cuerpo, se trate de nuestra voluntad para revivirlo. Debe ser más sencillo reanimar un corazón que no parece un trozo de carne podrida —razona para sus adentros—. Entonces, hay que estar muy mal para tener la voluntad de reanimar un cadáver descompuesto, lleno de gusanos, a punto de desmoronarse». Si acaso fuera capaz de darle vida a algo tan muerto, no cree que pudiera mantener el conjuro por mucho tiempo justo como acaba de pasar. Sería insoportable.

 

Pero aquella es una buena señal ¿no es así?

 

—¿Qué sentí...? —repite, con un hilo de voz.

 

Sus ojos se posan sobre la víscera inerte, aplastada sobre el mesón. En aquel estado, de repente, no le parece tan asquerosa. Le parece más tolerable, a decir verdad: verla latir en el aire, tuvo un efecto en ella mucho peor que el del olor a podrido. Sabía que estaba haciendo algo profano, algo que va en contra de la humanidad y la vida que se supone que defiende a toda costa. Sabía que era algo prohibido. Pensó que hacerlo se sentiría natural, como practicar cualquier otra magia, pero no es así. Su propio cuerpo rechazó el ritual: la glucosa bajó por los suelos y se sintió a punto de desfallecer. Está segura de que aquella fatiga no fue normal.

 

Pero ¿qué sintió exactamente? ¿Qué fue lo que experimentó su cuerpo?

 

—Por un momento, me sentí capaz de soplarle aliento de vida —musita, cerrando los ojos para concentrarse en el ya difuso recuerdo—. Pero recordé que no debía hacerlo. Es decir, que no puedo, que literalmente no tengo la habilidad de hacerlo por mucho que lo deseara. Recordé que sólo soy humana y que aquello sería antinatural, iría en contra de mis creencias. Así que, en lugar de pensar en darle vida, me limité a reanimarlo, como si sólo se tratara de una pieza mecánica, ¿sabe? Me concentré en hacer que latiera, que bombeara la sangre que todavía quedaba en las arterias. Me concentré en esa idea, mientras realicé el ritual.

 

»De inmediato comencé a sentirme débil, pero decidí ignorarlo. Estoy acostumbrada a ello, cuando estoy aprendiendo una nueva rama de la magia, así que lo tomé como algo normal. Pero ya no estoy segura de ello. Y sé que, por ese momento, latió al ritmo de mi propio corazón y no pude soportarlo. Más adelante, me puse a pensar si lo que usé para reanimarlo, fue mi propia energía... mi propia vitalidad, en verdad. No estoy segura de si es lo normal o si, simplemente, fue la forma en que pude hacerlo para que no me pareciera tan antinatural. De todas formas, cuando vi lo que había hecho, me asusté. ¡Agh! Me da escalofríos esa imagen mental. Tampoco estoy segura de si fue mi debilidad o mi temor lo que hizo que el conjuro se interrumpiera.

 

Lentamente, abre los ojos. No se siente mucho mejor, pero sí con un poco más de paz, como si poco a poco las cosas en su mente se ordenaran.

 

—Tengo una pregunta imprudente —se atreve a decir, luego de unos momentos—. Estuve pensando sobre esto, hace un rato. Me dijo que para lograr mejores resultados, antes de intentar reanimar un cuerpo humano debo arreglarlo lo mejor posible. Me parece razonable, sí. Pero me queda la duda... ¿por qué hay nigromantes capaces de reanimar cadáveres que no están, digamos, en muy buen estado? No es que es algo que sea una práctica que me llame la atención —añade con un gruñido—, pero esa idea me sigue perturbando un poco.

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

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Mucho antes de pasar a la habitación helada, quizás incluso mientras descendía por las escaleras hacia las mazmorras, Báleyr le hubo leído las intenciones. En primera instancia tenía razón, nadie —en su sano juicio— buscaría aprender acerca de la muerte y su "arte" por motu proprio. Ni siquiera los motivos que ambos dieron parecían lógicos, conocimiento, sabiduría, comprensión, quizás encause. Todo aquello girando sin parar dentro de la mente del Arcano, quien ciertamente lucía fatigado, mientras la bruja y el mago le observaban en silencio, habían dados sus declaraciones, tenidos sus cinco minutos de fama frente a un poderoso personaje, era el turno de esperar pacientemente el resultado. No sería la primera vez que un Arcano se negaba rotundamente a impartir una clase; dinero y tiempo perdido. Pero ellos eran intuitivos.

 

La propia Macnair se ensimismó entre sus pensamientos, tanto así que al captar aquel efímero gruñido gutural dio un respingo. La vista al frente, las manos algo sudadas, no era él, o la carencia de un ojo, tampoco la compañía de Elvis tras todo lo sucedido entre ambos, sino la misma Mazmorra, la puso mal desde un principio. Sentía que las paredes a su alrededor se cernían despacio, con calma, sobre ella, que el espacio se reducía, el aire faltaba, y aun así hacía frío. Cuando Báleyr habló, por segunda vez, intenta mostrarse receptiva pero más y más pensamientos acuden a su mente.

 

Quizás él busca hacerle recapacitar y que de media vuelta de regreso a su monótona vida, más no puede. Deseaba entender muchas cosas que le permitirían atar cabos y cerrar puertas de una buena vez, la página que intentaba pasar era pesada, más no imposible de voltear. Recordó, entonces, a Juv Croft, juntas emprendieron una búsqueda entrañable en las zonas bajas y prohibidas de Hogwarts, allí la bruja le enseñó un grimorio —aunque no fue con éstos su primer contacto— y le explicó lo mismo que el Arcano le explicaba ahora, toda magia requiere balance, algo te dan y algo te quitan.

 

Los recuerdos le estremecieron, ella había accedido entonces a entregar la vida de su bebé por más poder.

 

Precipitadamente se llevó una mano al vientre, no demasiado abultado aun, y giró levemente el rostro para divisar el pasadizo que le señalaba su mentor. Reconoció, más tarde, el haber titubeado cuando le indicó que debía bajar, pero en ese momento no lo dejó entrever. Se despidió de Gryffindor con un movimiento de cabeza y solo se detuvo cuando oyó la voz del Arcano irrumpir su determinación, casi como si le hubiese leído la mente una vez más —al pensar en Juv y en su bebé— aclarando que si descendía de una buena vez, era como firmar habiendo leyendo la letra chica, cualquier cosa podría pasar, y "cualquier cosa" tenía su precio.

 

—Lumos. Murmuró

 

Casi no podía ver, a pesar de estar siendo escoltada por débiles antorchas en su bajada. Prefería ver por donde pisaba para no caer, rozando las paredes de piedra irregular con la yema de los dedos, aferrada a su varita con la zurda —aunque era diestra— y entrecerrando los ojos con cautela. Agudizó todos sus sentidos, los mágicos y los no mágicos, seguía con la absurda idea de que ante el menor descuido un ínferi podría atacarla. Las escaleras por las que bajaba, para sus pies, parecían de caracol. Cuando por fin llegó a destino, podría decirse que se sentía mareada.

 

Se sentó unos segundos en el último peldaño, allí las llamas iluminaban con un poco más de intensidad. Guardó la varita con un simple Nox, e intentó hacer un reconocimiento de escenario. Contra las paredes había viejas estanterías plagadas de libros, y a pesar de la humedad, ninguno parecía erosionado. Sonrió, le agradaba estar rodeada de aventura en tinta e información. Más allá, en algún rincón del cielo raso, había una gotera que jugaba con su tolerancia a los ruidos constantes y repetitivos. Y en el centro del lugar un escritorio en perfectas condiciones, las antorchas parecían querer quemarlo pues sus llamas se reflejaban con más ahínco sobre éste.

 

Fijó sus verdes ojos en la encuadernación del Grimorio, estaba absorta. No se parecía en nada a los dos que había visto. La familia Macnair contaba con uno, aunque nadie sabía exactamente de quién fue heredado y del que no tenía demasiado conocimiento más allá de su existencia pues Sybilla lo cuidaba como perro rabioso. Cosa similar a su situación, cuando Allen, el exorcista, desapareció sin dejar más rastro que el propio Grimorio de sangre que le debía ser legado a ella, y del que no se despegaba por nada del mundo.

 

¿Pero un tomo repleto de muerte? aun no había visto nada similar.

 

Acarició con la punta de los dedos el relieve de sus letras y garabatos, era hermoso. En su mente las palabras del Arcano hicieron ruido "Hay algo que debe dar para que le sean revelados sus textos". Pensó en qué podría ser, no estaba dispuesta a seguir los pasos de su compañera de bando, se negaba completamente ¿Pero qué hacer? se llevó una mano a la garganta como si sintiera que ésta se le secaba y entonces supo que podría vivir con aquel sacrificio, si era lo que el Grimorio quería para abrirle las puertas hacia el conocimiento. Mordió su dedo con una violencia sobre humana, consciente en su idea de que todo pacto siempre debe ser sellado con sangre, y volvió a tocar el encuadernado del texto, aunque no estuviera segura de que funcionase así, repitiéndose para sí:

 

Te entrego mi palabra, mi defensa, mi herramienta, mi voz.

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  • 2 semanas más tarde...

Puso los ojos en blanco, se sentía como en los inicios entrando a Hogwarts para realizar sus primeros exámenes. Era una sensación extraña y sin embargo agradable, guardaba buenos recuerdos de su estancia en la institución mágica, a veces le gustaría volver a empezar. ¿Tomaría las mismas decisiones? ¿Acabaría en el mismo lugar?.

 

Su túnica negra rozó el piso y la serpiente se acomodo en los hombros del mago. Era negra, y tenia las escamas demasiado cuidadas para ser una serpiente cualquiera, eso sin tener en cuenta el tamaño considerable de sus ojos, rojos brillantes, que parecían penetrarlo, destilaban una inteligencia tal que no podía provenir de un animal.

 

Te he dicho que no me siguieras, Asmodeus.

 

La serpiente lo miró, entrecerró los ojos sacando su bífida lengua y giró su cabeza hacia delante. Él meneó la propia negativamente, no había forma de que ese reptil le hiciera caso.

 

Sus pasos firmes lo llevaron hasta una puerta de la que colgaba un cachivache ¿Un amuleto, quizás? Pensó el gitano. No se atrevió a entrar como lo hubiese hecho en cualquier otro lado, si no que se limitó a tocar y esperar a que respodiera el llamado. Acomodó una arruga inexistente en la manga derecha y llevó su mano al hombro, a la vez que le ordenaba por enésima, vez a Asmodeus que lo dejara solo. El reptil se limitó a sisear y bajarse por su espalda hacia una estatua de metal de algún mago antiguo sin dejar de mirarlo.

 

Él espero. ¿Cinco minutos? Volvió a tocar. El sonido de la madera se reprodujo a través del corredor que hacia poco tiempo había atravesado. Aguzó el oído, no escuchaba nada al otro lado. ¿Estaría el viejo presente en aquel lugar?

Editado por Matthew Triviani

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Para Elvis F. Gryffindor




Báleyr, que ha estado poniendo cuidadosa atención en el brujo que expone sus respuestas, no se da cuenta de que incluso se inclina con cierto interés sobre sus brazos para poder escucharlo mejor y, cuando lo hace, es por que se percata de que en realidad todo este tiempo se ha estado haciendo una idea diferente de lo que el mago Gryffindor busca en la nigromancia. Podría haber sido sólo la falta de concentración con la que el viejo arcano ha comenzado esta nueva sesión, pero, aunque aún es un poco disparatado, ahora cree que entiende mejor al muchacho, aun cuando no necesariamente le gusta lo que escucha. No obstante, fuera lo que fuera, y aunque no acierta a la primera sobre la impresión que el mago le da de buenas a primeras, Báleyr rescata, de entre todo lo poco que sabe de él hasta ahora, el hecho de que Gryffindor tiene un entusiasmo bastante singular sobre aprender de la magia de la sangre.


Tal vez el muchacho no ha escuchado bien a Báleyr antes, mientras daba una casi advertencia a Arya Macnair sobre los riesgos y consecuencias que hay dentro de este camino oscuro que es la nigromancia, o si lo ha hecho el arcano imagina que aun no lo ha sopesado lo suficiente y si lo hace también, como nigromante, se cuestiona sobre en que podría convertirse alguien como Elvis Gryffindor al final de esta larga enseñanza que les queda por delante. Por otra parte, y para terminar con las introducciones, el arcano considera que, junto a Arya, él ya les ha ofrecido explicaciones bastantes como para que, aquellos que verdaderamente no estaban preparados para esto, disciernen y esperen su mejor momento, y a pesar de eso, nada hasta ahora parece haber influido en la disposición del brujo por comenzar su aprendizaje, por lo que habrían de continuar sin más retraso.


Con una larga calada a su pipa, Báleyr se recostó una vez más sobre el respaldo de su asiento, desviando su mirada azul hasta el techo de la habitación nuevamente, pensativo en sí intentar adentrarse más en los motivos que inspiran las razones del brujo dentro de la nigromancia conseguiría alejarlo del objetivo (dominar la habilidad), o si mejor resultado tendría al volver con la bruja Arya para ojear juntos el grimorio y dejar que fuera la misma nigromancia la que decidiera por él la senda que debían explorar, ¿qué elección tomaría Elvis si Báleyr se lo propusiera? No duda de que la persona que tiene enfrente sea un mago con un alto control de sí mismo, y de su mente, sin embargo, la metáfora sobre el faro que Gryffindor intenta usar para explicarse mejor deja a Báleyr apenas con un grado de desconcierto y, ciertamente, si su rostro no se hubiese endurecido ya por agrios años, se hubiese mostrado inclusive sorprendido.


Debe seleccionar cuidadosamente las palabras para evitar confundir.


Verlo como un faro…-, medita solo un poco más de lo habitual la analogía del muchacho, despejando a sí mismo las dudas que tiene sobre el brujo Gryffindor, al que, aparentemente a pesar de todo, el arcano no ha sabido interpretar bien. —Los faros sirven para guiar a los navegantes perdidos por las noches más oscuras, cuando las tormentas o la niebla no dejan ver más allá de la visión humana y sobre el alta mar la esperanza de sus vidas cuelga solamente de ese escaso hilo de luz que a la distancia el faro ofrece -, Báleyr resopló una gran bocanada de humo espeso que ha estado conteniendo en su interior, y la nube que se forma, casi ahogando la habitación en un instante, se vuelve como una representación de sus palabras que, de apoco, hacen que la visión entre el arcano y el aprendiz sea cada vez más complicada.


En un parpadeo todo era humo blancuzco y grisáceo como nubes de lluvia a su alrededor.


Dime entonces muchacho, ¿te sientes de ese modo?-, la voz se escuchó desde todas las direcciones de la habitación, como si hubiese cambiado de sitio sin que Gryffindor lo notara y fuera difícil de saber de donde se origina. —No considero para nada loco verlo como un faro, un poco inusual si, tal vez, pero es que señor, tenga en mente siempre esto, que en los senderos de la magia de la sangre, eso que nubla su visión ahora, que no lo deja encontrar aquello que desea comprender, con el enfoque de la nigromancia, podría siempre espesarse aun más y, mientras más profundice, la luz verdadera que busca podría estar cada vez más lejos-, el gas comenzó a sentirse un poco más sólido tras cada palabra que Báleyr pronunciaba, una tras otra, alrededor de Gryffindor se sentían como largos brazos que lo envolvían y lo jalaban hacia abajo, y que dejaban al cuerpo la sensación de estarse hundiendo hasta lo más oscuro, lo más profundo, de un frío estanque. —Incierta, la nigromancia verdaderamente podría guiarte, sin embargo ¿hacia dónde es que te llevaría?-, las ultimas palabras del arcano apenas pueden escucharse entre aquella casi desesperante sensación.


Aquel ejercicio es el de una visión, mezcla de la magia oscura del nigromante y lo demás del aprendiz. De esto, el arcano quiere conocer un poco más sobre el brujo y si es que hay un acercamientos previo antes de su encuentro con Báleyr hoy que más lo han llevado a estar entre ese estrecho espacio que existe de la vida y la muerte. Aquello que se refleje desde la espesa humedad que envuelve al mago es lo que hay dentro del alma, mente y cuerpo del brujo que a la oscuridad tanto atrae, que intentaría atacar una y otra vez con insistencia para cobrarle al mago una y otra vez cada cuota de su hechicería maldita. ¿Qué cosa seria? ¿Que haría que Gryffindor, en pleno uso de sus facultades, físicas y mentales, lo hiciera arrastrarse como último recurso hasta lo más oscuro de sí mismo? Por supuesto que esto no es una visión del futuro, si no una representación, del interior del mago, y de aquello que es capaz de ofrecer a cambio del conocimiento de la nigromancia.


Aquel ejercicio es el de una visión, mezcla de la magia oscura del nigromante y lo demás del aprendiz. De todo esto, el arcano quiere ahondar un poco más sobre el brujo, quiere saber si es que hay un acercamiento previo, antes de su encuentro con Báleyr hoy, que lo ha llevado a sufrir en ese estrecho espacio que existe entre la vida y la muerte. Aquello que se refleje desde la espesa humedad que envuelve al mago, revelará lo que hay dentro del alma, mente y cuerpo del brujo que a la oscuridad tanto atrae, y que intentaría atacar una y otra vez, con insistencia, para cobrarle al mago cada cuota de su hechicería maldita. ¿Qué cosa sería? ¿Que haría que Gryffindor, en pleno uso de sus facultades, físicas y mentales, se arrastrase como último recurso hasta lo más oscuro de sí mismo? Por supuesto que esto no es una visión del futuro, si no una representación, del interior del mago, y de aquello que es capaz de ofrecer a cambio del conocimiento de la nigromancia.





Para Madeline Moody






Báleyr le da vueltas a las palabras de Madeleine, poniendo mucha más atención en las conjeturas que ella ha hecho rápidamente por cuenta propia tras aquel primer intento con la reanimación de carne muerta. Ella es una bruja de mente ágil, sin duda, pero aún con eso, tras ella haber realizado tal hilo de ideas tan correctas, no ha sido capaz de poner en orden su mente y sus emociones, por lo que no consigue mantener el órgano vivo por más tiempo. El arcano se imagina entonces que no existirá acción en esta vida suya que ella no piense dos veces antes de realizar, aun cuando sea un reflejo de supervivencia. Es eso, de alguna manera, algo de admirar, sin embargo, y aunque el nigromante considera que es muy sensato de su parte el ir con cuidado tratando de adentrarse por las sendas de la magia de la sangre, el viejo brujo razona también que eso mismo es lo que la está llevando a retroceder cada vez que ella decide avanzar hacia adelante.


[...]Pero recordé que no debía hacerlo [...] que no puedo, que literalmente no tengo la habilidad de hacerlo por mucho que lo deseara [...]


Por otro lado, Madeleine Moody debe poner de su parte y entender que, si finalmente ha llegado hasta este punto en su historia, después de haber aprendido la magia de otros arcanos e, inclusive, haberse fortificado con la magia de esos guerreros Uzza, ella posee ya el conocimiento, el poder, la fuerza y el control suficiente sobre sí misma y la magia que es capaz de realizar como para conseguir dominar la habilidad de la nigromancia con la cautela y dedicación que ella decida, y no podría ser de otro modo. A no ser que ella así lo quisiera, y aun así, los límites que ella ponía seguían siendo su decisión. La nigromancia podría ser capaz de destruir a las personas, pero aun dentro de esa imagen, generalmente perturbadora, deja también en claro cual siempre sería el punto de inflexión para cada persona y, si se sobrepasaba, aun no siendo conscientes de ello, esa habría sido su verdadera voluntad.


Báleyr le devolvió a la bruja una mirada mucho menos dura tras su pregunta, y con un suave suspiro se preparó para responder.


Se necesita algo más que un hechizo proporcionado de un libro maldecido y una varita mágica para hacer un conjuro de reanimación como este-, comenzó la explicación con tranquilidad, mientras nuevamente se inclina sobre el escritorio para observar lo que queda de aquel corazón. —Tan solo piensa en las clases de encantamientos o pócimas que has llevado anteriormente, en la particularidad que hay en algunos de ellos para poder realizarles. Algo parecido ocurre con las artes oscuras; el usuario que ejecuta tiene que sentirlo, el desearlo verdaderamente, y para ello necesitas el valor para hacerlo real-, Báleyr guardó su varita por unos instantes para volver a las caladas que consumían una mezcla de hierbas secas. —Se requiere de una alta voluntad y de una amplia visión de lo que quieres alcanzar para poder completar el hechizo. La cuestión es que, al ser magia tan oscura, siempre exigirá algo de ti que pueda obtener a cambio, algo que común mente no estarías dispuesto a ofrecerle a cualquiera, y es por eso que cuesta solo un poco más cuando la moral del usuario es tan férrea, indispuesta a ceder.


Finalmente el arcano abandonó la pipa atrapada entre sus dientes, la dejó arrumbada también en algún lugar de la sucia mesa mientras que con ambas manos recogía el podrido órgano nuevamente sin vida. Ante la visión de ellos, y cómo si el hechizo de Moody para regenerarlo hubiese caducado, la carne volvió de apoco a su estado natural de pudrición, cambió de color, de textura, el aroma descompuesto de nuevo se intensificó en la habitación, pero a Báleyr nada de eso parecía molestarlo. Y lo hizo palpitar, una, dos, tres veces hasta que la falta de líquido le impedía continuar bombeando, y aun así, el músculo se contrae sin fuerza, una y otra vez, como si luchara por no detenerse, aun cuando es casi imposible que lo haga. Desde luego que no es esa una visión agradable, pero siendo realistas, la nigromancia era esto, ¿por qué habrían de decir que un brujo nigromante se atrevía a menospreciar la vida, cuando también era inclusive capaz de devolverle, de algún modo, a algo tan descompuesto, tan olvidado por el tiempo, tan maltratado por la naturaleza, la oportunidad de estar nuevamente funcionando para existir? Claro que, para muchos, entre existir y vivir el significado podría ser demasiado remoto.


Debe ser la longeva vida que ha llevado, que incluso ideas como esa, tienen un buen sentido en la cabeza para el viejo Báleyr.


Sobre la mesa lo dejó descansar finalmente, el órgano desgastado pareció exhalar un último intento por funcionar luego de ser abandonado por el tacto del nigromante.


Se dice que el mago nigromante puede llegar cada vez más a tomar la apariencia de sus propias creaciones. A eso solo considero que falta aclarar que no necesariamente se trata de algo físico-, Báleyr se llevó la punta de un sucio dedo índice hacia la cabeza y lentamente la bajó hasta la altura de su pecho, siendo claras su referencia, hablando de la mente y corazón (o la interpretación de un alma). —Esos nigromantes capaces de reanimar cadáveres que no están en mejor estado son aquellos con la suficiencia de sobre llevar los sentidos perturbados que la simple visión de dichas creaciones pudieran provocar. Son personas con atracción o desinterés por aquellas cosas que pueden resultar desagradables, crueles, prohibidas o que van contra la moral establecida, o simplemente son personas que, por así decirlo, se han habituado ya a convivir más tiempo con los muertos que entre los vivos, cosa que, eventualmente, ha hecho que su sentimiento de repulsión y desprecio sea sustituido por algo más...usual, y es por eso que para ellos, la reanimación del cuerpo descompuesto, se vuelve algo tan normal, tan natural como la vida misma.


Con un gesto rígido el arcano señaló nuevamente lo que queda del corazón inerte sobre la mesa, casi ordenando con esto a que Madeleine pusiera toda su atención en el órgano.


Inténtalo de nuevo ¿quieres? Haz que exista. No pienses en si es correcto o no, lo único que debe importarte, en tu mente, es lo que tienes aquí ahora, lo que quieres que haga y el para que de eso. Se consciente de que, no importa si lo haces bien o lo haces mal, cada elemento que fabrica este conjuro cobrará su parte y tú debes ser siempre la que obtenga el beneficio mayor, la que se imponga ante esta magia que querrá hacerlo antes, que te querrá consumir. Hazlo sin que te alcance, antes de que penetre en tus sentidos más sensibles y te haga doblar las manos y rodillas nuevamente, demuestra el coraje de tu voluntad para sobreponerte y subyugar-, de las manos se sacudió el líquido que aún escurría de lo que resta de aquel corazón y, con mucha más serenidad con la que le ha dicho todo esto a Moody, vuelve por su pipa para rellenarla de algo más en su interior. —Hazlo entonces, y hazlo preferentemente bien, porque si esto es ahora solo con un pedazo de carne podrida, ¿qué va a ser de ti cuando camines entre las almas de los muertos?





Para Arya Macnair






Tardó en hacer efecto, pero funcionó.


Como si tuviese voluntad propia, el libro no considera que el de ella ha sido un gran sacrificio, pero aún así la dura portada del libro maldito cedió finalmente, y sus páginas, con el mismo hilo de sangre de la bruja, de apoco revelan una a una las líneas con conocimiento sobre la nigromancia en ellas. Lentamente los escritos se van pintando sobre las viejas hojas de papel, con el mismo cuidado con el que Arya ofrece al grimorio algo tan importante para ella como lo podría llegar a ser el sonido de su voz. Es un reflejo de lo que hay dentro de ella, el libro la pone a prueba entonces; él no le diría nada más de lo que ella sea capaz de ofrecerle y, de ese modo, solo le dejará ver lo que considere que tenga el mismo o mayor valor. Es una forma de atraparla entre sus textos, de conseguir más de ella antes de que Macnair pueda notarlo siquiera, y para antes de que ella termine de leer la última página, habría sido consumida por aquel ejemplar maldecido.


El carraspeo de Báleyr se escuchó entonces provenir de un oscuro rincón de aquella habitación, es como si hubiese estado ahí desde antes de que Arya perturbara el espacio con su presencia, pero ¿habría sido tal vez solo un gesto para distraer a la bruja?, pues en realidad el arcano no hace más que eso y, cruzado de brazos, se queda solo apartado, sentado sobre el borde de un viejo escritorio, al margen de la situación. Por otro lado, como si la presencia del arcano molestara, las páginas del libro se alborotaron violentamente con una fuerte corriente de viento que parecía provenir del mismo libro, y así se mantuvo por algunos segundos hasta que se detuvo casi al llegar al capítulo final. En ese punto, la hoja se encuentra en blanco, no hay nada escrito ahí y, por el contrario, de su interior parece provenir un susurro, inentendible y algo escalofriante.


De apoco, las palabras van tomando forma en un idioma distinto, es un lenguaje antiguo o quizá prohibido, pues casi lastiman a los oídos humanos aun cuando no son pronunciadas con fuerza sino más bien cómo susurros secretos. Estos también provocan una fuerte sensación de desequilibrio en el cuerpo que, por breves instantes, hacían sentir a cualquiera en esa habitación atrapado en sí mismo, con intensas punzadas en las sienes de la cabeza, náuseas y visión borrosa. Pero los síntomas solo duraría lo que aquellos siseos, pues apenas cesaron lo hicieron también aquellos malestares. Era como si se tratase del efecto de algún maleficio exclamado por el grimorio abierto, y que se hacía mas intenso ante el dolor que él mismo iba provocando a su paso.


Cuando Macnair finalmente se sintiera recuperada de todo eso, entonces lo vería; la alta figura casi cristalina de una mujer esbelta frente al grimorio, que irradia una luz clara intensa, pero que no es capaz tampoco de iluminar más allá de sus narices. Toda ella es de un color blancuzco; lo es su cabello, sus iris, su piel, casi parece un frágil manto que ha tomado la forma de una bella mujer, pero que a mitad de la metamorfosis ha quedado atrapada entre una y otra cosa. La forna en la que ella tampoco parece tocar el suelo con sus pies da la impresión de estar ante la presencia de un ser divino, pero, aun con todo eso, estar cerca de ella se siente tan real, tan humano, como lo es Arya o Báleyr en esa habitación. Para rematar, sus gestos son suaves en comparación a su mirada clavada ahora en el rostro de Macnair, es esa visión como la de un fantasma que ha salido del libro para interactuar personalmente con su pactadora.


Finalmente un maestro viene a mi-, la voz era como la de la bruja Arya, tan idéntica que podría decirse que es Macnair la que habla y no aquel ente que se a manifestado. —Y qué regalo tan maravilloso has de ofrecerme-, ella rió con picardía en sus elegantes gestos. —Déjame presentarme, maestra Arya. Yo soy Cirse, señora de la brujería y hechicería por toda una eternidad, he permanecido cuidando de estos textos antiguos durante tantos años que ya ni siquiera puedo recordarlo, y lo he hecho para que no cualquiera pueda aprender de mi magia sus talentos. Sin embargo, hoy me has ofrecido esta simple, pero singular ofrenda para que te hable ¿sobre que? ah sí, ya veo, las sendas de la sangre, muy bien. Por cierto, tienes una voz hermosa, ¿lo sabes?-, la criatura se movió con soltura en la habitación, como si realmente disfrutara de ello.


La vida se conoce y se forma con la unión de tres elementos más que conocidos, ni uno más importante que otro, aunque se piense lo contrario. El cuerpo, la mente y el alma son la unión de ese todo que se conoce como la vida, y juntas funcionan de maravilla, aunque ¿sabes? si los separas, cada uno de ellos lo hará igual, funcionará, aun que lo hará de diferente manera y quizá, para los ojos de muchos, no esta bien que sea de esa manera. Contradictoriamente, a lo largo de los años, el hombre, tanto mágico como aquel que no lo es, se ha esforzado por profundizar en cada uno de estos tres elementos, que ha hecho de todo esto un tema tabú-, asintió, está casi segura de que Arya entenderá de qué es lo que habla. —Dentro de los conocimientos que puedo por ahora ofrecerte, debes saber que para cada una de estas partes o elementos existen tres sendas; la senda del sepulcro, la senda de las cenizas y la senda del osario, ¿has oído hablar de ellas alguna vez? estoy segura de que si.


Aquella representación de Cirse se plantó frente a Arya hasta el punto de ver reflejado su pálido rostro en los ojos de ella.


¿Que más me puedes decir, bella criatura, de estos tres conocimientos? Aportame algo bueno, y te mostraré.





Para Matthew Triviani






La tarde era casi noche cuando Báleyr está por regresar a las mazmorras, no parece apurado en llegar a pesar de que sabe que ha tenido mucho trabajo por parte de la universidad estos días, ¿qué cosa traía a los jóvenes magos en estos tiempos hasta su mazmorra? Está seguro de qué es lo que buscan ellos, sin embargo, no puede evitar preguntarse si hay algo más que justifique el repentino número de aprendices nigromantes, algo, quizá relacionado con la crisis en la Inglaterra mágica (y posiblemente en la no mágica también) en la que se encontraba envuelta. Pero a pesar de que Báleyr apremia de alguna manera u otra a cada brujo que busca fortalecerse ante las circunstancias, el viejo arcano también sopesa la realidad de que, tal vez la nigromancia no era garantía de algo bueno para el desenlace de esta guerra, por que es bien sabido que el juicio de los buenos, de los justos, de los sensatos, se nubla también ante tanta oscuridad.


De igual manera, todo podría ser solo coincidencia.


Asmodeus es un nombre algo inusual para un ofidio como este, ¿se lo has puesto tu?-, el rostro de Báleyr es rígido, severo de mas, pero su voz es mucho más tranquila, quizá le quita mérito a todas esas cosas malas que se hablan de él por los campus universitarios. —No quise hacerte esperar, pasa y la serpiente puede acompañarte si quieres, aunque yo tampoco recomendaría hacerlo-, solo cruzó brevemente su mirada con el muchacho antes de pasarlo para poder abrir la puerta que da al interior de su helada mazmorra. Mientras el muchacho termina por decidirse si entrar o no, si hacerlo solo o en compañía, el viejo brujo encendió un puñado de inciensos alrededor del amplio espacio pero, aunque ahúman rápidamente la sala, no hacen desaparecer el aroma penetrante a humedad.


Después de eso, busca acomodarse en alguna silla, y parece demasiado cansado cuando finalmente se recuesta dejando descansar su espalda en el respaldo del asiento. Báleyr es un mago mucho más viejo de lo que son muchas de las cosas que guarda en esa mazmorra, incluyendo aquellos volúmenes de herbología, anatomía y artes oscuras que se acomodan entre los estantes que hay alrededor, aun así, algunas veces, no ha de aparentar ni los cien años cuando se siente particularmente interesado en algún nuevo texto, pareciera incluso tan joven cómo aquellos años en los que empleó la nigromancia por primera vez. Buscó relajarse solo un poco más con ayuda de su pipa, Báleyr dio un par de caladas antes de volver el ojo azul hasta donde el muchacho se encontraba y, solo entonces, se dedicó a inspeccionar un poco mejor.


¿Qué es lo que haces aquí joven persona? y ¿cómo es que Báleyr puede ayudarte?-, si lo juzgase por su apariencia, tan pulcramente elegante bajo esos oscuros colores, el nigromante cree saber por adelantado la respuesta del brujo, el muchacho no le dirá algo que como arcano no ha escuchado antes, y por su puesto, Báleyr tendría que redoblar esfuerzos para intentar adentrarse en ello. Por otro lado, si lo hacía por lo impuro de sus ojos, si se deja encantar por esa fría mirada clara, entonces tal vez encontraría algo más interesante, algo quizá envidiable para muchos otros que han pasado por aquí, algo que refrescara la enseñanza que el arcano puede alcanzar a ofrecerle. Pero eso nada sabría hasta que el muchacho finalmente hablara.

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Mi corazón latía. Muy fuerte. No era adrenalina. Tampoco miedo. Pero podía oírlo claramente retumbar en toda ésa habitación. ¿El Arcano lo sentiría? No estaba seguro. De lo que si era que sentía como si fuera a descubrir un gran secreto. Como ver a ésa persona que hace años que no ves y luego te reencuentras. Como una vieja amiga.

De lo que quiero que sepa, Arcano Báleyr, es que soy consciente de los riesgos que tomo. Como también soy consciente que mi vida me pertenece y tengo plena posesión de ella. De mi vida o de mi muerte —me quedé pensativo durante unos segundos. Algo me decía que el Arcano quería otra respuesta. Era lo que sentía ¿Por qué conformarlo con la respuesta? —. Siento que el quiebre en mi vida provocó esto pero que es momento ahora para estudiar, comprender y utilizar el arte de la sangre. Claro, si usted me enseña.

Las palabras del arcano me envolvieron. Y lo hicieron de alguna manera que fue casi imperceptible. Me llevaban a muchos rincones de mi mente, como la brisa fresca de verano que recorría los rincones de Ottery St. Catchpole. Mi intuición me decía que me dejara llevar y eso hice. Ya lo había hecho con cuatro Arcanos. Algo latía fuerte. Y empecé a sentir esa presión en el pecho. Había información en mi cabeza que necesitaba salir, que necesitaba ser encontrada, igual que algunas respuestas.

¿Había llegado el momento? Apareció el faro frente a mí. Y me hacía sentir bien. Veía a la Nigromancia como un bote de salvavidas, como mi faro en altamar.

“Era el relleno de aquel agujero que me habían provocado. Era a lo que recurría para convertirse en el Elvis que necesitaba.”

El humo invadió todo por completo de la misma manera. Era un humo tan espeso que parecía algodón. Pero no era tan blanco puro como eso, sino gris, oscuro, como todo lo que había allí. Algunas representaciones empezaban a visualizarse enfrente de mí, todo parte de lo mismo. ¿Por qué el Arcano Báleyr pensaba que me daba miedo aquello? ¡No! Ver dónde me llevaría la Nigromancia me daba fuerzas necesarias para continuar.

¿Qué precio tuve que pagar? ¿Ésa era la pregunta que tenía que contestar? ¿Por qué se había refugiado aquellas cuestiones dentro de mi mente y habían surgido en aquel momento? No lo sabía ni siquiera el Arcano, que en aquel entonces no estaba en lo que estaba mirando, sintiendo y/o presenciando. O todo junto. Mi mente no se callaba ni por un segundo:

El haber sentido que perdía el alma y utilizar aquello como pago de entrega para la nigromancia, podía ser útil a la hora de navegar entre la vida y la muerte. El pago era el sacrificio a perderlo todo, sin temor, a cambio de más tiempo para recuperarlo. Nigromancia como faro. Era llenar un hueco negro con más oscuridad, para desbordar el vaso y encontrar la superficie, al fin de cuentas. Era como meterse dentro de un tempano congelado y profundo pero saber que la soga se aferraba a tu cintura para la guía de regreso.

¿Estaba visualizando todo eso? Eran como los hilos que un titeretero utilizaba, o las simples ideas de lo que tenía como Nigromancia. Pero aquella fuga en mi mente (o en la del Arcano) y las nubes que nos habían cubierto, me mostraban absolutamente todo. Aunque tenía que admitir que no encontraba el faro. No iba a dar mi brazo a torcer. Tenía que demostrarle lo que sentía, tal vez asi podía verlo como yo. Pero algo me detuvo. Y tuve que mirar detenidamente. Abrí mis ojos lo más grande que pude. Era yo, sin aquella herida horrible en mi pecho.

Era como ver las imágenes completas. Durante muchos años había visto solo imágenes fugaces, que centellaban y me mostraban siempre lo mismo. Podía ver la Estrella del Atardecer. Y la Gran Espada. Era una historia que podía contarla a generación tras generación. Pero toda ésa aventura quedaba atrás, porque lo que importaba era ésa escena en específico. Había partes que no recordaba, era como si lo estuviera viendo por primera vez.

Era un lugar de noche y frío. Frío el aire, frío las manos que se acercaban a mi cuerpo desnudo. Frío estaba tendido en el suelo pero sin aquella horrenda cicatriz que me dolía todo el tiempo y que por momentos me sangraba. Me había congelado al ver aquello. Mis ojos estaban cerrados, tal vez por eso no me acordaba. Había unas figuras irreconocibles alrededor pero miraban aquel ritual, porque era uno con todas sus letras.

Se escuchaban palabras extrañas pero no las entendía. Y eran lejanas. Y frías también. La figura que dirigía todo aquello hizo aparecer una daga negra con una piedra tan roja como el fuego empuñado en su mango. De un tajo para nada parejo, cortó mi cuerpo y me recorrió un escalofrío. No quería mirar. No quería saber la respuesta. El aire estaba tenso. Las débiles luces que irradiaban aquellas antorchas parecían no desprender nada de calor. Al igual que la luz de la luna o las ramas de los árboles que cubrían todo aquello. Una onda invisible recorría el lugar. De la misma manera que lo hacía una sombra. Sombras que se había materializado en una sustancia parecida a un humo denso y líquido. Tan negro como aquella misma noche.

Todo pasó rápido: palabras raras, aquella sombra se movió al centro de mi pecho, y no se escuchó nada más, solo un pitido muy lejano. Y una respiración muy profunda, cortó el aire, como cuando estabas mucho tiempo debajo del agua y salías a la superficie antes que tus pulmones empezaran a colapsar. ¿Había colapsado? No me acordaba. Mi mente parecía que la hubieran golpeado miles de veces con una masa enorme.

Cerraron ésa herida. Pero la marca rojiza estaba tan radiante como la actualidad. Y sangraba. Sangraba como siempre. Salvo en ése momento. No sabía dónde, ni porqué. ¿Era necesario? No quería saberlo. Pero entendí una cosa


Mientras todo volvía a ser aquella espesa nube grisácea tan espesa, con la voz quebrada, me dirigí a Baleyr, aunque no lo viera.

Ése fue el precio que pagué. Ahora lo entiendo, maestro. Yo soy el faro. Esté donde esté, siempre me parecerá una luz lejana, pero debo recurrir a ella cada vez que lo necesite —estaba cien por ciento seguro que posiblemente no me entendería. Esa escena tal vez podían observarla pero empezaba a entender lo de la herida, la opresión en mi pecho, la magia con la que habían tratado la maldición. Si, estaba maldito, en cualquiera de las lenguas con lo que lo digas, era una maldición. ¿En qué me había convertido? ¿Por qué estaba vivo? Mi herida actual emanó un poco de sangre. Ni me molesté en quitarla—. ¿Por qué tendría miedo a seguir pagando?

Le cuestioné al maestro. A veces los magos y brujas (y todo tipo de seres) cuestionaban a otros por lo que querían alcanzar. A veces creían que ésa persona no era suficiente o no era capaz o no era para esa persona. Subestimaban. Si alguien iba a cuestionarse mis propios ideales era yo mismo, no iba a permitir que otro lo hiciera, por más Arcano que fuera. Pero sin dudar su conocimiento y poder, me predisponía para que me enseñara. Estaba seguro que sería el destinado a mostrarme qué tipo de magia era aquella y qué había pasado. ¿Después de eso qué no iba a pagar? Ya le había demostrado de qué había sido capaz. Y había dejado de ser un Elvis para transformarme en otro. Y ahora estaba en camino de uno nuevo. Era un precio justo y era consciente de ello.

Editado por Elvis F. Gryffindor

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GOLDOR ♦ DEMONIUM MERIDIANUM

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Una corriente de aire hizo sonar un junco ahuecado que colgaba de uno de sus armarios. Sonó grave y débilmente, como una voz profunda que hablaba en susurros. La mazmorra no tenía ventanas y la puerta estaba cerrada, pero de igual manera había sombras que oscilaban en las paredes de forma acompasada, como si una ligera brisa agitase las llamas de las velas o las cuentas de los amuletos que caían del techo. Matthew esperaba que Báleyr apareciera, lo cual no tardo en suceder... Su voz era tranquila, a diferencia de su apariencia y la fama que lo precedía.

Realmente no, cuando lo encontré, se presentó con ese nombre y por respeto se lo permití. respondió mientras acariciaba la cabeza del reptil.

Mientras se adentraba con el Arcano, la oscuridad se cernía sobre él. Escuchó y comenzó a mover los labios, le ordenó a Asmodeus -mientras pasaba su mano sobre la cabeza del reptil- que se quedase fuera, o simplemente desapareciera a visitar al viejo Lawan al bosque, el gitano tardo lo que pareció siglos en averiguar como funcionaba el complicado sistema que abría la puerta, pero en cuanto el picaporte se movió, la habitación se vio inundada por los inciensos, con la intención de hacer desaparecer el penetrante hedor a humedad, pero aquel permaneció intacto.

En cuanto aquella voz cavernosa resonó en la habitación, Báleyr camino hasta su sillón de madera tosca, ayudado con su bastón y descanso sobre él mientras calaba su pipa. De no ser por el humo que salia de ella, diría que este Arcano estaba tan muerto como los libros que atesoraba. Al escuchar la incógnita del Arcano, Matthew figuro una sonrisa lóbrega en la comisura de sus labios, sus ojos azabaches se adentraron en el interior de la habitación, observando las estanterías que contenían frascos con contenidos extraños y misteriosos, algunos se encontraban repletos de fluidos goteados por sus lados, hiervas juntas por hilos y pedazos de fibras que se dejaban a libre interpretación.

La mesa donde se encontraba el nigromante, estaba adornada con veladoras negras, y libros con runas antiguas, extrañas y que Matthew estaba seguro de haber visto en las estanterías de la biblioteca personal de su madre. Jamás comprendió aquel lenguaje y ahora estaba ahí, frente al gran brujo nigromántico; Espero ser aprendiz de su Habilidad, Báleyr. respondió con tranquilidad, la realidad es que tenia metas poco propias de una persona pura, no buscaba hacer daño a otros, pero si encontrar beneficios personales a través del arte oscuro.

 

Creo que usted puede ayudarme a cumplir mi meta de ser un portador del anillo, y entender los misterios que la Nigromancia entraña. ¿Esta dispuesto a ayudarme? y prometo comprometerme a seguir sus pasos.

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Tras formular la pregunta, Madeleine mantiene la mirada fija sobre Báleyr durante unos momentos. A medida que el silencio se prolonga, comienza a sentir, cada vez con más crudeza, la necesidad de saber qué es lo que sucede tras su único ojo. Necesita saber qué es lo que está pensando y, todavía más importante, qué es lo que piensa acerca de ella como aprendiz. A pesar de que se trata de un viaje bastante personal, si fuera capaz de realizarlo por sí sola no estaría ahora en la mazmorra del arcano. Odia admitirlo incluso en su fuero interno, pero de verdad le importa qué es lo que piensa el arcano acerca de ella y qué consejo tiene para ella. Sin embargo, no piensa rogar. Cruza los brazos sobre el pecho y desvía la mirada del nigromante, mientras este se mantiene ensimismado en sus pensamientos. «No puedes culparlo —se dice a sí misma—. Imagínate intentar poner en orden la sarta de incoherencias que sueltas cuando estás divagando en voz alta...».

 

Al escuchar el suspiro del nigromante, vuelve a alzar la mirada y se da cuenta de que la está observando. Él tiene una imagen bastante dura, pero por lo menos Madeleine no tiene la sensación de que la golpeará con su vara de cristal. Se tiene que llenar de valentía para mantener la mandíbula en alto mientras lo escucha. No está acostumbrada a ese nivel de exposición, pero es un camino que debe recorrer.

 

«...Es por eso que cuesta solo un poco más cuando la moral del usuario es tan férrea, indispuesta a ceder». Al escuchar aquellas palabras, frunce ligeramente el ceño. A pesar de que para Madeleine la firmeza con la que mantiene sus ideales suele ser motivo de orgullo, en aquel momento se siente avergonzada. Lo que puede concluir de aquellas palabras es: eres muy cabezota para las Artes Oscuras. Pero, por supuesto, es algo que tuvo que haber sabido antes. Ya antes había estudiado, aunque de forma superficial, aquella rama de la magia y éso fue lo primero que mencionó la maestra: tienen que desearlo. Nunca ha sido capaz si de verdad desea hacer tanto daño como para usar una maldición imperdonable. «Y ahora me estoy frenando para no ir muy lejos —razona, observando al nigromante sacarse la pipa de la boca—. No quiero saber de qué sería capaz. Porque quizás, en el fondo, sí desearía...».

 

Presta atención a los movimientos de Báleyr, cuando con su magia manipula el corazón con el que Madeleine estuvo ensayando. En él parece algo natural, que quizás hace sin prestar mucha atención por la costumbre y la familiaridad que siente. En cualquier rama de la magia, aquello es envidiable. Tras aquella breve demostración, el nigromante finalmente responde a su pregunta y, quizás por la información que le ha estado proporcionando, la contestación no la sorprende. Es como si de alguna forma se hubiera tratado de algo sumamente evidente.

 

«Si terminaré convirtiéndome en una nigromante, espero no ser uno de ésos», se dice con determinación. No le importa si es una limitación de sus capacidades.

 

Pero de cualquier forma, el gesto del arcano le indica que la práctica no ha terminado. Su demostración no fue suficiente para convencerlo. No sólo quiere que practique el ritual, quiere que lo haga de verdad. Eso significa, abrirse por completo a esta magia de sangre. ¡Entregarse! Si bien no le está pidiendo que reanime a una persona, se siente recelosa... y, sí, tiene miedo. No es porque tema dañar a alguien, sino porque teme lo que pueda suceder en su fuero interno con aquella práctica. Teme dejar de lado la moralidad y el idealismo, entregarse a los instintos más bajos. Y es que no duda de la fuerza que sea capaz de ejercer, sino que es justo por esto que tiene temor. Si le gana a esa magia, ¿no significaría que ella es peor?

 

«También podría significar que no puede hacerme daño —se dice—. Los miedos y las dudas pueden quedarse atrás. Quizás termine siendo menos poderosa que otros nigromantes, pero podría ser más fuerte, de verdad. La humanidad derrotando el lado salvaje de la magia, ja...».

 

—¿...Qué va a ser de ti cuando camines entre las almas de los muertos?

 

—¡Está bien, está bien! —masculla Madeleine, para entonces exhalar un suspiro de cansancio. No hay nada que pueda motivarla más que uno de esos discursos acerca de demostrar su verdadera fuerza y todo ese tema; ella tiene permitido mencionar sus propias debilidades, pero odia que alguien más lo sugiera. Es algo que no puede permitir— Ya verá...

 

Una vez más, su varita mágica dibuja el pentagrama invertido inscrito en la circunferencia que le permitirá manipular el flujo de energía sobre el corazón. Báleyr pudo hacerlo existir sin tantos pasos, pero claro, él ya es un nigromante consagrado. Quizás podría intentarlo, pero si quiere hacerlo bien lo mejor será que se tome aquellas molestias. Deja la varita mágica frente a ella y, en cambio, coloca las manos sobre la mesa y cierra los ojos. Lo que no hará esta vez, será leer el grimorio. Todavía tiene el encantamiento en la mente, así que no debería tener problemas recitándolo. Y, con los ojos cerrados, es más fácil concentrarse. Con los ojos cerrados puede olvidar y dejarse llevar...

 

Aprovecha su entrenamiento en oclumancia para vaciar su mente de lo que no es importante. Aunque duela, aparta los pensamientos que comienzan a arremolinarse: aparta sus miedos relacionados con la magia de sangre, la culpa de sentir que juega con la vida y la muerte, incluso sus conceptos del bien y el mal. Aparta las imágenes horrorosas que ha visto en las misiones de la Orden Oscura, el dolor y el daño en el alma de hacer un pacto de sangre e incluso el deseo de complacer a Báleyr. Olvida el olor a carne podrida, las nociones de primeros auxilios y el grimorio de nigromancia. Sólo hay una idea iluminada: el maldito corazón va a latir y será ella la que hará que lata.

 

Puede sentir la energía fluyendo por sus dedos y la circunferencia iluminada. Puede sentir los tejidos del corazón uniéndose, los músculos haciéndose fuerza para poder palpitar, como si algo bombeara por sus conductos. Nuevamente, el malestar intenta apoderarse de ella. Antes, había asociado aquella debilidad con consumir sus propias energías para reavivar el corazón. Todavía no lo comprende por completo, pero por lo que dijo Báleyr, se trató mas bien de una lucha de voluntades. Una lucha que ahora debe ganar. Sus dedos presionan con más fuerza la mesa de madera y sus músculos se tensan, mientras intenta mantenerse firme contra aquella fuerza invisible. Dejarse dominar no significaría sólo el fracaso, sino que las Artes Oscuras pueden doblegarla y tener poder sobre ella. ¿Y no es eso contra lo que ha luchado toda su vida? Ha perdido muchas batallas y tiene muchas cicatrices para probarlo, pero la guerra no ha terminado. Si puede sobreponerse, sólo una vez, sería suficiente.

 

Se mantiene de pie, erguida cuan alta es, con la mandíbula ligeramente levantada al frente y recita el conjuro con determinación. La magia no viene del grimorio, sino de ella misma. ¿Por qué pudo pensar que no podía manejarla si es suya? Aunque no puede verlo, percibe los latidos del corazón, latiendo al ritmo del de ella pero sin dejar que sean sus energías las que se consuman. Pasan los segundos, y sigue latiendo... La voz de Madeleine se hace cada vez más baja, hasta que se queda en silencio, y sus manos se relajan ligeramente aunque su postura no cene. Y sigue latiendo... y sigue latiendo...

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

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El encuadernado tomó bajo mis palmas un calor agradable. Rápidamente se abre como un capullo en plena primavera y absorbe el carmesí de la sangre que finamente manaba de mi índice, es con éste que comenzó a teñir sus páginas, nutriéndose de la ofrenda, dejándome entrever algunas de sus palabras, conocimientos e historias. Pero todo parece convulsionarse de un segundo a otro. Volteo, presa de la curiosidad, algo molesta ¿qué más podía hacer? era consciente de que ya no podía hablar, maldecir o cuestionar, más lo único que pude apreciar fue una sombra que perturbó la tranquilidad del Grimorio. Báleyr estaría por allí, el carraspeo me sonó familiar; y aun sin estar totalmente segura de que me hubiesen quitado el habla, psicológicamente sentí la privación.

 

Inquirí frunciendo el ceño. Mis labios no se movieron

 

Las páginas del enorme libro se pasaban con tal violencia que un leve viento hacía ondear mi cabello rojizo. Centré la atención en éste, tarde o temprano debía detenerse y prono lo hizo. Retuve las hojas entre las manos, haciendo cierta fuerza, con los ojos pegados a lo que allí no se veía, todo estaba completamente en blanco. Frustrada volví a mirar hacia el Arcano pero rápidamente me giré ¿Qué oía, qué era eso? acerqué el rostro al Grimorio, lo torcí un poco casi sintiendo que las hojas acariciaban mi oreja izquierda. Un susurro ininteligible se coló en mi sistema auditivo, alterando por completa al sistema nervioso. Era como si una mano fantasmagórica me hubiese tomado por la solapa del abrigo y me mantuviera cerca, cautiva, respirando el vaho que le salía por la boca al hablar.

 

Sentí mareo, las palmas se cerraron en presionados puños reflejando la molestia que aquejaba mi cabeza. Todo aquello no duró más de unos pocos segundos. Cuando creí que caería al suelo y vomitaría frente a un Hechicero legendario, el martirio acabó.

 

Parpadeé, intenté incorporarme un poco mientras el aire oxigenaba músculos, sangre y cerebro hasta que logré sentirme totalmente entera. Entonces ante mi un cegador halo de luz se contorneó como una perfecta mujer. Parecía bañada en leche, era un haz de luz de luna ¿Se trataría de una piedra preciosa, una perla quizás? La miré maravillada. Ella se presentó como Cirse, allí mi interés olvidó por completo a Báleyr, era la fémina la de las respuestas. Aunque... Cirse continuó hablando, llamándome maestra ¿Qué era esa sensación? las cuerdas vocales me vibraron en la garganta sin haber yo hablado, me hormigueaban.

 

¡Era mi voz!

 

La impresión hizo que empalideciera y tuviera que volver a sostenerme del Grimorio, como si éste fuese mi escudo frente a la inminente batalla. Pero Circe no buscaba hacerme daño alguno, más bien enseñarme. Pensé un momento sus palabras, asintiendo a la pregunta sobre si conocía las sendas, ciertamente algo había leído ¿Pero cómo sería capaz de responderle al eco de mi voz y su existencia se debía a la ofrenda hecha rato atrás?

 

—Las sendas...— Dije para mis adentros y para sorpresa lo que en mi mente resonó, también lo hizo en la oscura mazmorra —...son eslabones del aprendizaje. Su orden importa, al principio. O mejor dicho, para poder adquirirlas todas primero se debe tener total conocimiento sobre la Senda del Sepulcro

 

Aguardé a que las palabras se perdieran un poco proseguí.

 

—La Senda del Osario se ocupa principalmente de los cadáveres y de los métodos por los que las almas muertas pueden regresar al mundo de los vivos, temporal o permanentemente. Y La Senda de las Cenizas permite a los nigromantes observar las tierras de los muertos e incluso afectar a los objetos y criaturas que las habitan. Ésta última se considera ciertamente más peligrosa, pues cuanto más contacto tiene un Nigromante con la tierra de los muertos más vulnerable se torna a los entes como fantasmas, entre otros.

 

Una segunda pausa, Circe parecía curiosa frente a mi conocimiento, yo por otro lado, aun estaba pasmada por no mover los labios y poder hablar a través de ¿qué, la mente? aquello era verdadera magia antigua.

 

—Pero como bien dije, éstas dos no servirían de nada o nadie tendría acceso a ellas sin tener vasto conocimiento sobre la primera. La senda del sepulcro permite ver, invocar y dar órdenes a los espíritus de los muertos.

 

Guardé simbólico silencio, quizás la mujer se apiadase de mi ofrenda y me devolviese la voz, aunque eso significase pedir otra cosa a cambio. Cosa que estaría dispuesta a dar ahora que había tenido una pizca a modo de prueba.

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Las suaves palabras de la niña fueron escuchadas por los oídos de la calva, mientras llenaba imaginariamente la taza de té que sostenía entre sus dedos. La presencia del rubio hacía a la bruja querer concentrarse en él, pero no podía, no debía perder el progreso que había tenido en estos cortos minutos dentro de la mazmorra del tuerto arcano. Relamió sus labios cuando los ojos de Amelia conectaron con los suyos, ojos que aunque se observaban apagados ocultaban una gran suspicacia.

 

El misterio tras la sonrisa de la menor causó un escalofrío en la columna de la Triviani, que bebió lentamente de aquel té inexistente. El suave susurro de la niña se sintió dentro de la cabeza de la bruja, como si hubiese sido usada la habilidad de la Legilimancia. Pero, la situación se giró de una forma donde la calva no esperaba.

 

El fantasma se esfumó, Zoella se levantó rápidamente, arrastrando con sus piernas la silla hacía atrás. Observó toda la estancia, buscando el origen del eco que resonaba entre las cuatro paredes. Sus ojos repararon en su hermano, quien parecía crispar la actitud de la pequeña niña fantasmal que se escondía de los ojos de ambos brujos.

 

La bruja intentaba recordar cualquier cosa que hubiera leído sobre la autoridad frente a espectros fantasmales. Pero su mente no lograba enfocar una idea concreta, los vellos del brazo se le eirazon y seguía buscando con sus ojos a Amelia, quien no se mostraba aún a los ojos de ambos. No sabía si la tarea puesta por el tuerto era sencilla o no, pero parecía que la infante se la pondría difícil, maldijo por lo bajo segundos antes de escuchar la voz nuevamente desde un rincón.

 

Se giró en esa dirección, aun en silencio, escuchando atentamente cada palabra que la niña pronunciaba. El susurro que se escuchó en sus oídos le helo cada partícula de su cuerpo, quiso temblar pero se contuvo. La niña apareció frente a ella nuevamente, con una sonrisa de más espeluznante, junto a una muñeca colgando de su mano y una pequeña estaca en la otra. Zoella extrajo su varita y frunció el ceño ante sus últimas palabras.

 

Tragó en seco, y decidió contestar.

 

- No, te dije que sólo compartiría una tasa de té contigo a cambio de un consejo y un secreto. Puedo intercambiar incluso un secreto por un secreto ¿Te parece? - pronunció firme, sin moverse ni un centímetro - Pero jurar por mi alma, no lo haré. Puedo quedarme un rato, pero no podrá ser más del tiempo del que quizás él se quede - pronunció, señalando al rubio de su hermano.

 

Esperó contestación de la niña, rezando porque sus palabras hubiesen sido lo suficientemente autoritarias como para que la niña obedeciera. Observó lo que en sus manos sostenía y se mantuvo alerta, cualquier movimiento en vano podría perjudicar tanto a ella como a Jeremy.

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  • 4 semanas más tarde...
Para Madeleine Moody ( @@Ellie Moody )


Una fila de perlados dientes afloró por entre aquella poblada barba canosa. Báleyre metió un dedo en el cinturón que le recogía las nobles ropas y dejó que su huesuda mano colgaste sin más, satisfecho. Después de varios intentos, de palabras duras y fuerte presión su pupila por fin había logrado dominar el ritual. Los latidos de aquel corazón retumbaban por toda la mazmorra, hacían temblar la humedad de las paredes. Pero todo eso que demoró una eternidad para Moody, con un chasquido de sus dedos. Como por arte de magia absolutamente todo lo que tuviera que ver con la Nigromancia desapareció, el lugar relucía como incluso antes no lo hizo, estaba pulcro, impoluto.


—Si considera, señorita Moody, que puede repetir éste accionar sin vomitar y no sólo en corazones, le recomiendo que regrese a su casa a descansar pues la veré al atardecer en las orillas del lago.


Demostró entereza y eso era, al fin y al cabo, lo que verdaderamente se necesitaba para dominar ceremonias y rituales. Debería enseñarle durante la marcha cómo funcionaba la purificación entrelazada, cuerpo, alma y mente para poder cruzar las puertas del mundo de los muertos, pero podía hacerse sobre la marcha.


Por lo que no le dió mucho margen de respuesta. La abandonó pues había otra alumna que aguardaba en una situación más compleja su presencia y conocimientos.


***




Cuando Zoella se negó a su pedido la niña se echó a llorar, y lejos de ser su llanto un quejido lastimero e insoportable como el de todo niño caprichoso, resultó ser deprimente, triste, penetrante. Cualquier alma capaz de oír llorar a Amelia sentiría dolor, rabia, confusión. Más éste cesó tan rápido como una estrella fugaz surca el cielo nocturno, luego de oír el nuevo trato que le proponían. Sus ojitos brillaron de una forma algo diabólica y una blanca sonrisa afloró a su rostro juvenil, sonrisa que Triviani desearía olvidar por siempre.


—¿Un secreto por un secreto? Me gustan los secretos


Garabateó las palabras de manera infantil recostando la muñeca de trapo sobre su falda y colocando las manos a la vista, al igual que la estaca. El rubio con que compartían espacio vital comenzó a esfumarse, como si se tratase de un mal drama romántico, de esos que les encanta ver a las jovencitas en el cine, cuan fantasma. Quizás fuera porque la mente de Jeremy estaba conectada a otro sitio, tal vez, a ciencia cierta Amelia no lo sabría y tampoco le importaba pues había logrado una efímera conexión con la calva, aún ésta no juraba por toda la eternidad pero tarde o temprano lo haría.


—Tú primero.


Y volvió a sonreír. Cada vez que lo hacía sus labios se torcían de manera espantosa.


***


Para @


Báleyr miró sus manos, específicamente la que portaba el anillo y regresó la vista al joven que le hablaba. No hacía demasiado tiempo envió a una muchacha con similares convicciones escaleras abajo entre oscuridad y pasadizos. Pero Triviani se presentaba ante él pulcro por demás, sin buscar respuestas o con alguna inquietud en mente, solo queriendo ser su pupilo, abiertamente aceptando la idea de adoptar la Nigromancia como una forma de vida, y eso, de manera desinteresada, era algo peligroso.


—Veamos.


El Arcano dió una profunda calada a su pipa y desvío la atención hacia su interminable biblioteca.


—Usted sólo quiere de mi conocimiento, palabras que le sirvan en la práctica. Sin más ni menos. Y por cómo se plantea dicha situación en mis manos está aceptar o no ¿Existe reciprocidad en ello?


Volvió a mirarlo mientras terminaba la frase y luego señaló los lomos de los libros que no estaban muy lejos de donde descansaban sus piernas. Con un movimiento de sus largos dedos, como ahuyentando el aire viciado, lo invitó a qué tomase uno, cualquiera, el que más le llamase la atención. Lo que Matthew desconocía es que éstos tenían un aura especial que les confería algo de consciencia viva, por lo tanto, el primero que llevase frente a Báleyr sería el que hablase desde lo más profundo de su ser, entre demonios, fantasmas y secretos. Aquel que le dijese al Arcano con quién estaba tratando y cómo proseguir con la clase.


La habitación olía a humo de hierbas. Fuera una serpiente siseaba, pero allí dentro, en la mazmorra era donde la verdad arañaba por salir, siempre. Y Báleyr aguardó con paciencia su llegada.


****


Para @


—¿Miedo a pagar?


La neblina se disipó tan pronto como el mago hiló ideas. De la misma forma en que inundó la habitación húmeda formando un halo de meditación, regresó todo a su estado natural. El silencio luego de la pregunta del Arcano fue duro. Con su ojo bueno miró a Elvis, tenía la ceja fruncida en muestra de descontento pero no expresó nada más sino hasta que golpeó ligeramente su pipa con el apoya brazos del asiento.


—Déjeme decirle señor Gryffindor que no existe herida suficientemente profunda o duradera, amor propio o entereza mental que no tiemble ante el precio que la Nigromancia se cobra, así usted crea que es pequeño, algún día notará el vacío. No se trata de tener miedo o no, se trata de saber cuándo parar, pues el día que no lo sepa su vida y su muerte habrán dejado de ser suyas…


La puerta interrumpió sus palabras. Alguien más aguardaba, Matthew Triviani, por lo que debería ser franco con quién le oía entonces. Separarlo de la mujer no había sido del todo buena idea pues con pensamientos diferentes conseguían armonizar un accionar. La joven Macnair podría parecer osada allí abajo, frente a Cirse y sus cuestionamientos, pedidos y acertijos pero carecía de lo que Elvis poseía de sobra, autocontrol. Aún así, dicho control sobre sí mismo como él lo planteaba no se traducía a límites, pues estaba demasiado seguro de ellos. Entonces, Arya sería capaz de perderse para siempre en el mundo de los muertos ya que estos presentirían sus debilidades, y por otro lado, el hombre podría hacer estragos pagando precios demasiado altos o trayendo consigo algo que jamás debió cruzar el umbral.


Sus alumnos curiosamente se complementaban.



—Ahora, hágame un favor. No me gustaría perder una alumna el día de hoy, así que será el encargado de guíar nuevamente a la señorita Macnair de regreso aquí puesto que...— hizo una pausa para rellenar su pipa con y contar los segundos —...en éste preciso instante la misma acaba de cruzar el umbral entre los vivos y los muertos con nada más que los conocimientos de un libro que una envidiosa alma en pena le brindó.


La puerta camuflada por dónde la pelirroja hubo desaparecido momentos atrás volvió a abrirse enseñando toda su oscuridad al mago que debería tomar la decisión de descender o de seguir debatiendo con Báleyr de qué era capaz para adquirir la vinculación con la habilidad.


****




Cirse asintió lentamente mientras la bruja hablaba sin mover los labios. Le encantaba aquel tono de voz resonando en toda la zona subterránea hasta perderse en la negrura de los pasillos. Pero la pequeña ofrenda que ésta le hizo no era suficiente, bien sabía que si quería lograr su cometido debía hacerle creer lo contrario. La mujer sonrió y con un ademán hizo que el grimorio brillara de manera cegadora, luego su tono, el que hubo adquirido por sacrificio, respondió a Macnair sin que ésta preguntase.


—En efecto, señorita, debe usted dominar las sendas de manera ordenada si desea obtener un completo control de la mancia ¿Pero quién soy yo para impedirle ponerlas en práctica con una ojeada al libro de los muertos? Ven, no tengas miedo, yo te guiaré.


Poco a poco su luminoso cuerpo blanco se fue expandiendo hasta completar un círculo a centímetros del piso, desde el otro lado poco podía verse pero la propia voz de la muchacha era quien la llamaba. O mejor dicho, Cirse. Arya podría echar un vistazo sin restricciones al grimorio que aún vibraba y luego zambullirse en el fino umbral que aquel ente había abierto especialmente para ella.


El otro extremo resultaba frío y gris. A cada lado de un fino río que fluía en una única dirección se alzaban árboles sin hojas, nubes negras, una luna gélida y la carencia de animales. El silencio lo llenaba todo y un delicado aroma a menta prestaba a confusión. Antiguamente se decía que las hojas de menta se utilizaban para tapar el hedor de los cuerpos en comienzos de descomposición, pero que fuese lo que predominaba el escenario resultaba peculiar.


No sería fácil dar con algún personaje, bueno o malo. Las ánimas solían vigilarlo todo, las sombras custodiaban la gran puerta y quienes iban camino a ésta lo hacían mediante una delgada balsa de madera roja. Cirse solo debía acompañar desde las penumbras a su maestra hasta que la misma se topase con algo que le debilitase, pues su aura exhudaba tristeza.

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