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Oclumancia


Aailyah Sauda
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Recorrió cada uno de sus recuerdos, intentando conocer cada detalle de la mujer. Sentía cómo ella los rechazaba y reprimía, sin lograr superarlos simplemente. Los duelos no resueltos eran malos aliados. Darla debería lograr realmente superar cada uno de esos momentos si quería lograr le habilidad que quería adquirir.

 

Toda persona se constituye no solo por el desarrollo de aquello que tiene en su interior, sino en la aceptación de las situaciones y vivencias. El rechazar quienes somos, qué vivimos, qué nos ha pasado para que estemos en el lugar en que estamos, solo conduce a no ser auténticos. Ella debería aprender a aceptar antes de poder ocultar su mente a los demás. Solo podría ocultar lo que acepte, y no lo que intente rechazar de sí misma.

 

La joven volteó para mirarla y se acercó hacia ella hasta pararse a pocos centímetros de su ubicación. Su expresión había cambiado, ahora en su rostro solo se reflejaba la comprensión y un intento de hacer “las paces”. Alzó una mano con timidez y le recorrió la mejilla. Estaba ya conforme con la paga recibida, era tiempo de enfocarse en que aquello de buenos frutos.

-Volvamos a tu juventud- dijo Saka frente a ella, mirándola fijamente. - Déjame acompañarte a ese momento- su voz era suave, reflejando una dulzura sabia.

 

Esta vez solo entraría en sus pensamientos si ella le daba permiso de hacerlo, no porque no pudiera hacerlo, sino porque prefería solo inmiscuirse con su consentimiento.

Bajó las manos lentamente hasta tomar las de ella, intentaba darle confianza y quitarle cualquier atisbo de duda. Solo si ella se mostraba tal cual era, Saka iba a permitirle conocerla también. Solo si lograba quererse aún con sus dudas y malos momentos del pasado, Darla podría lograr la habilidad que estaba buscando. Había muchas opciones, muchos caminos y resultados diversos, y solo ella podría decidir cuál tomar.

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La Potter Black se sorprendió con el gesto de su compañera de clase, Saka se acercó a ella, con un gesto reconciliador que impidió que la vampiresa se pusiera a la defensiva. Algo en su interior le decía que era un gesto sincero. Sus ojos se abrieron aún más, reflejando su asombro, no solía aceptar gestos afectuosos de nadie, pero lo que veía en los ojos de la morena era algo que la hizo mantenerse quieta. No se podía decir que fuera que aceptaba con agrado la caricia, pero si la aceptaba, intentando entender la situación.

 

--¿Tú? --fué lo único que atinó a preguntar antes de que la joven le dijera de volver a su juventud. Darla abrió los labios y los volvió a cerrar, aún intentando encajar cada pieza en su lugar.

 

--¿Sauda? --su voz, suave y su mirada tierna la sorprendieron, bajó la mirada para ver sus manos unidas y luego volvió a levantar la mirada, encontrándose con los ojos profundos y cálidos de la arcana. La pelirroja asintió y su mente viajó a su pasado.

 

Era de sus primeras estancias en la Potter Black ¿por qué había empezado con ese recuerdo? Estaban charlando con su padre Niko y su tío Alfie, él acariciaba su cancerbero y ella los escuchaba con curiosidad, conociendo las anécdotas familiares. Había habido un ataque, se estremeció al recordar que había sido del bando mortífago . Luego recordó el gesto de Alfie, tras el pedido de Niko, la orden al cancerbero fue clara y ella fue arrastrada por él fuera del lugar, buscando su protección.

Una sonrisa bailoteaba por los labios de la pelirroja, recordaba siempre aquel día, había protestado a su padre y a su tío cuando todo había acabado pero había terminado por aceptar aquellas muestras de cariño casi diaria por los ataques en la Mansión. Su mente voló una vez más hacia el pasado.

 

Las dos directoras se encontraban al frente del Gran Salón esperando pacientemente a que todos los alumnos estuvieran finalmente allí y se dispusiesen a escucharlas.

El ambiente era festivo. Las graduaciones finalmente habían llegado y el grupo de magos y brujas que comenzaba a congresarse no podían dejar de hablar anticipando pronósticos acerca de quienes serían los beneficiados. La Líder Mortífaga alzó finalmente sus manos silenciandolos.

- Finalmente el tan esperado momento ha llegado – la voz de la bruja de cabellera castaña se alzó clara y fuerte - Muchos de ustedes llevan un buen tiempo esperando y les pedimos claras disculpas por eso –

Ambas brujas se enfrentaron. Misty apretó su puño derecho haciendo que una larga y oscura varita se materializara entre sus dedos apuntándola luego hacia su eterna enemiga. El silencio fue abrumador en ese momento, tal parecía que los alumnos esperaban que aquellas mujeres finalmente cedieran a sus instintos y lucharan entre ellas.

Antara imitó el movimiento de Misty y fue entonces que de la punta de ambas varitas surgió un luminoso haz púrpura conectándose entre sí.

- Pero el tiempo ha llegado a su fin. Cada uno de ustedes ha crecido junto a nosotros y no son aquellos magos y brujas inexpertos que llegaron hace un tiempo – ahora era Antara quien hablaba con aquella melodiosa voz que la caracterizaba.

Ambas mujeres se voltearon al frente y el rayo unido viajó por el salón, dividiéndose y tocando a varios alumnos, que inmediatamente sintieron una extraña fuerza poderosa que los llenaba.

Las directoras bajaron sus varitas y fué Mistify quien rompió el silencio

Los que han sido tocados por el rayo de la sabiduría, son aquellos que se graduarán, formando parte de la primera generación de la Academia de Neutrales.

Por un instante pensó que no había oído bien, ó que quizás el rayo se había confundido, debía estar soñando, discretamente pellizcó su brazo por debajo de la manga de la blusa color verde y el dolor que sintió le hizo dar cuenta de que no, estaba despierta, entonces…

-Estoy graduada

Pensó como en un sueño y unas lágrimas se vertieron por sus mejillas, con un rápido movimiento se las sequé antes de que alguien se diera cuenta.

En medio de la emoción pudo escuchar las palabras de Antara.

-Aquellos que deseen ingresar a las filas de la orden del fénix, deberán colocarse de mi lado.

Todo el que desee pertenecer a la marca tenebrosa colóquese del lado de Mistify.

Los que opten por permanecer neutrales, por favor colóquense en medio.

En ese momento se dio cuenta que debía pasar al frente y llevaba unos jeans negros y una remera tejida verde, por lo cual discretamente sacó su varita del bolsillo y moviendo rápidamente a Edelweiss, se vistió más acorde para la ocasión.

A medida que nombraban a los graduados su ansiedad aumentaba, pero no tuvo que esperar mucho, solo algunos nombres antes de que el suyo la convenciera de que realmente estaba graduada. Sin dudarlo un momento se puse de pie y se dirigió hacia el frente. Luego de recibir un reconocimiento de ambas líderes, hizo una inclinación de respeto ante Mistify y se dirigió resuelta al lado de su bisabue Antara, a la cual dedicó una amplia sonrisa llena de emoción… iba a ser auror como su padre y su abue Antara, no cabía en sí de la emoción…

No podía negar que aquel momento era uno de los que más la habían marcado, como cada momento que había pasado en la Academia. Aún podía ver a Maheba acariciando a su esposo Joe Kuhr, era gracioso, no lograba recordar cuál era la otra pareja de profesores que había tenido en aquella ocasión. Si recordaba a Gatiux y la charla que habían tenido con Fantine y Sagitas por su ingreso y el de la pelivioleta a la Academia. En aquel salón de Hufflepuff donde las tres brujas se habían sincerado y prometían que nada cambiaría entre los tejones, jamás. Un dejo de dolor recorrió su cuerpo, si había cambiado todo, lo había olvidado por completo pero si, nada era lo que había sido cuando los tejones habían invadido el mundo mágico. Ni siquiera era ella más un tejón.

 

La Potter Black miró la arcana mientras aún bailoteaban en su mente las escenas de una fiesta en la tejonera, una Sagitas con un vestido de globos de colores, Phanser con su Brujis charlando románticamente, Fantine y Piro contándose su día y el lobo del grupo, Xtrada charlando con la pequeña Jo. Ella se veía como desde afuera, recordando las peripecias que habían tenido que pasar luchando contra Kutzy o ¿cómo era el nombre del mortífago que los había atacado aquella vez?

 

--¿Crees que es suficiente o quieres ver más? --inclinó la cabeza con un gesto de sorpresa pero esta vez por si misma y una media sonrisa en sus labios --esos suelen ser los recuerdos que vienen primero a mi mente cuando recuerdo mi juventud.

Editado por Darla Potter Black
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  • 3 semanas más tarde...
Darla no estaba aún lista para que supiera su identidad, por lo que no respondió cuando ella creyó adivinar. Se dejó llevar hacia los recuerdos que quiso mostrarle, siendo estos sorprendentemente distintos a los que acababa de presenciar. No. No era aquello lo que necesitaba para superar la clase, sino de verdad enfrentarse a esos recuerdos que con ansias espantaba de su mente. Debía regresar a sus momentos desagradables y la acompañaría.


No obstante era bueno atravesar esos nuevos recuerdos para lograr conocer mejor a la Nigromante. La vio en la que supuso que era su mansión desde pequeña, mirando con calma a aquellos sujetos que de seguro eran familiares. Podía notarles rasgos o gestos comunes. Uno de los hombres acariciaba un gran cancerbero y ninguno parecía alterarse por la presencia del animal.


La conversación giraba en torno a un ataque vivido, aparentemente causado por mortífagos. No se sorprendió al recordar que Darla era ahora miembro de ese grupo, pues las circunstancias que cada quien atraviesa en la vida termina generando reacciones así. Se preguntó si la mujer se atrevería a mostrarle más sobre esa elección que iba tan en contra de sus “valores de cuna”, pero no dijo palabra pues ella era quien estaba escogiendo a dónde llevarla.


Las cosas cambiaron y vio a Darla un poco mayor, sentada entre muchos estudiantes. La pudo reconocer pues estaba cercana a su ubicación en el recuerdo, mirando con ansiedad a dos mujeres que imponían respeto. Las mujeres hicieron lo que creyó “un gran show”, causando una lluvia de rayos hacia los muchachos que las miraban entre ansiosos y sorprendidos. Sí, era una graduación, se lo confirmaron las palabras que las anfitrionas les dirigieron.


En vista del recuerdo anterior, no dudó que la mujer se dirigiría hacia la mujer que representaba allí a la Orden del Fénix, solo acrecentando la necesidad de la Arcana por conocer el quiebre de esa tendencia. ¿Algo tan malo había sucedido como para espantarla del bando por el que fue formada? Era probable.


La fiesta posterior a la graduación se fue desvaneciendo y ambas permanecieron allí. No, no estaban en el bosque, alrededor poco se veía realmente. Aún en su apariencia joven, Zaka observó a Darla con un gesto divertido. Estaba empezando a conocer a la mujer y no quería meterse en un rol de malvada, pero debía hacerlo.


-Legeremens- dijo en modo imponente, llevando a Darla a su recuerdo más íntimo con el objetivo de que quisiese espantarla de allí. Ese apenas sería su primer intento, el cual podría costar, por ello quería un recuerdo molesto para su alumna, inmiscuirse en todo lo que hasta el momento había preferido apartar.
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Era como si el ambiente se hubiera oscurecido, la Potter Black comenzaba a sentir una sensación que no lograba del todo definir. El haber revelado parte de su vida, así como si nada le había traído sensaciones olvidadas. Por un momento sintió enojo, había entendido la partida de su tía Ginn, hasta podría haber entendido la partida de su padre, si se hubiera dignado a decirle el por qué. Pero una mezcla de bronca y dolor se arremolinó en su mente o en su corazón al recordar las peleas con Lucas Dumbledore, las palabras que habían vuelto a cruzar justo antes de su inesperada muerte. Orgullo.

 

Mordió su labio y sacudió la cabeza, la partida de Saya y Heishiro la hicieron respirar profundo, él se había ido más calmadamente pero ella. Recordó al demonio que había dejado en su lugar. No era que se le pudiese catalogar a Instinto exactamente así. Si con Saya había tenido una relación de contrapunto, casi divertida, como si se complementaran la una a la otra en la ironía y las burlas, con Instinto había sido un total Blanco y Negro. Respiró o más bien lanzó un bufido. Él también se había ido antes y luego había tenido el tupé de reclamarle por qué ella se había ido sin decir nada.

 

Movió la cabeza y alcanzó a ver a Zaka frente a ella, su propia diestra bajó y se obligó a respirar, intentando poner en blanco su mente. Gruñó, eran una extraña sucesión de imágenes y recordó perfectamente la voz de Zaka frente a ella, movió su diestra con rapidez a la vez que con la zurda hacía un suave arco.

 

--Oclumens... Protego... --jadeó mientras la imagen de Zaka se volvía más clara frente a ella y las de Instinto en la Peverell se diluían.

 

Un profundo dolor de cabeza comenzaba a surgir en algún punto entre las sienes y la nuca de la vampiresa Era extraño, como si alguien le estrujara el cerebro. Jadeó y una rápida pero breve sucesión de imágenes se cruzaron frente a sus ojos obligándola a retroceder.

 

Frente a ella había una niña africana, acercándose a un río, no sabía por qué sabía que era el Río Congo, la vio viviendo en un ambiente sencillo, rodeada de magia pero en un ambiente en el que parecía reinar la normalidad y la paz. La vio ya más mayor, como de nueve años, creando una pócima que le daba a beber a un hombre con fiebre que parecía aliviarse tras beber el brebaje. Una mujer rubia hablaba ahora ante la familia y todos parecían sentir un gran alivio ante sus palabras y luego el miedo y exitación ante una demostración de la bruja con su varita. Sintió la primer rebelión de Saka ante un intento de utilizar legilimancia con ella.

 

Darla retrocedió un paso más cuando las lunas se sucedieron, Saka era mayor, incluso aparentaba más edad que Darla en ese momento y se enfrentaba en una lucha sin cuartel con su mentora. Sintió la paz de la lucha contra la locura de su rival y supo cuando reinó la oscuridad quién había vencido. Si es que a eso se le podía llamar victoria.

 

Un sonido de algo resquebrajándose la hizo alterar y reaccionar, viendo a Saka de pie frente a ella. Había caído sentada sobre un montón de ramas secas y éstas se habían terminado de quebrar, ya muertas desde hacía tiempo atrás bajo su peso.

 

--¿Quién eres? --preguntó la Potter Black mientras se ponía en pie de un salto. No había visto demasiado pero si lo suficiente para saber que la joven frente a ella no era una simple estudiante. Lo sentía, lo había ¿vivido? --¿qué eres? --agregó casi sin darse cuenta y olvidando el terrible dolor de cabeza que le taladraba.

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  • 3 semanas más tarde...
Nuevamente veía los recuerdos de su alumna. Aquellos dolorosos momentos que la habían tirado abajo tiempo atrás, pero que la habían llevado a ser quien era en ese momento. La compasión pudo reflejarse en el semblante de la Arcana. No por pena ante lo que veía, sino por el hecho de que Darla aún no lograba aceptar su propia historia por completo. No la sacaba de su mente para evitar que viese más, sino para evitarse a sí misma el recordar tantas situaciones…


Así no habría una llegada a buen puerto, aunque ya estaba ciertamente muy cerca. Para intentar vulnerar el ambiente, bajó su propia guardia. Voluntariamente, permitió que la mujer lograse entrar en sus propios recuerdos para que conociese un poco más, dándole así una pista de quién era. No respondería ante sus preguntas, no confirmaría sus sospechas, pero abriría así una puerta hacia secretos que solo estando preparada lograría descubrir.


Saka mostró un poco de sí misma siendo una niña y como el correr de los tiempos la modificaba. Estaba más que claro el hecho de que nunca la defensa de su pupila habría llegado a penetrar por sí sola en su mente, pues ni los más diestros en el arte de la Legilimancia lo habían logrado jamás. Pero notó que Darla empezó a intentar explorar más de la cuenta y eso la obligó a detenerla. Sin dificultad, la expulsó de sus recuerdos generando tal impulso que la vio caer hacia atrás.


-¿Quién soy yo? ¿Quién eres tú? ¿Cuál es tu objetivo al intentar dominar esta habilidad? ¿Te crees digna?- inquirió con un tono mucho más temerario.


No soportaba atrevimientos como aquel, más aún siendo que su alumna ya sospechaba respecto a su identidad.


-Dame una buena respuesta y te dejaré presentarte a la prueba…- agregó, por fin dando a conocer su identidad, permitiendo que sus verdaderos rasgos apareciesen frente a quien la enfrentaba.
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--¿El objeto? Guardar los secretos propios y ajenos, a nadie debería permitírsele saber más allá de lo que realmente le corresponde saber de los demás --pasó la mano por sus cabellos, como acomodándolos, sin darse cuenta de ello.

 

--Si me creo digna, quizás mis conocimientos no sean tan profundo como los de la arcana que imparte ésta habilidad pero hace seis años y medios que tengo la capacidad de practicar la oclumancia, quizás no con la más perfecta habilidad, pero creo que jamás la he utilizado para nada que no fuera protección, quizás propia, pero también de aquellos a quienes debía proteger de un conocimiento o de aquellos cuyos secretos debía si o si guardar.

 

La pelirroja clavó sus ojos en los de Saka e inclinó levemente la cabeza, como evaluándola.

 

--Soy una horcrux, soy un vampiro, soy una novia, soy una amante, soy un guardián, soy una ex auror e inquisidor pero sobre todo soy una bruja que sabe que si ha llegado a donde ha llegado es por sus propias capacidades y vivencias. ¿Y tú? ¿Estás realmente segura de quién eres y por qué?

 

Respiró profundo y esperó, esta vez si podía sentir el terrible martilleo en su nuca, un terrible dolor de cabeza. Jamás sabría si era normal de todos los vampiros o si era por lo que ella realmente era. La revelación de la mujer le había dejado en parte sorprendida y en parte confirmaba lo que ya sospechaba y que ahora en su mente Scarlet le reafirmaba. Bonito, se enfrentaba a quien tras horas, días, o lo que fuera que hubieran transcurrido decidía con un solo movimiento de dedo si le permitían mantener lo que era suyo desde hacía tantos años y que gracias a los caprichos ministeriales debía ahora revalidar. Deseó gruñir, o más bien rugir pero se contuvo, intentando no demostrar más su molestia y cerrando lo más posible su mente a la arcana frente a ella. Estaba cansada, muy cansada.

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  • 3 semanas más tarde...

La nota que había recibido era simple, como la primera vez. Decía que me pasara por la clase del Arcano de Oclumancia. Sencilla. Sin Adornos. Sin indicaciones. Pero esta vez iba preparada. La primera vez, cuando decidí hacer Nigromancia, había acudido con alegría, determinación, con una ingenuidad para aprender algo que creía merecer. No había vuelto igual. Ahora era más callada, los recuerdos de las pruebas aún me despertaban en la bruma de la noche. Casi deseaba no haber pasado por todo aquello. Pero después miraba el brillo de mi anillo, un sencillo Aro de la Habilidad de Nigromancia comparado con el que llevaba el Arcano Báleyr, y admitía que, a pesar de todo lo pagado y de lo que había conseguido, la experiencia había sido positiva.

 

Vale que es difícil de entender esta dicotomía de pensamientos. Pensaba que había sido positivo aprender este conocimiento porque me había indicado algo de mí misma que no conocía o que, al menos, no sabía que me podía afectar tanto: tenía muchos secretos que no podían salir a la luz. Es por ello que, en cuanto pude apuntarme a la Habilidad de Oclumancia, decidí que era lo mejor y más necesario en aquel momento.

 

No me sentía con fuerzas, aún no, para pasar por pruebas tan duras como las que había tenido que sufrir en Nigromancia, pero era necesario. Necesitaba tener la mente cerrada, necesitaba conocer y poseer la fuerza de cerrar mi mente a otras personas que pudieran leer mis secretos. Necesitaba ser hermética.

 

Por ello accedí a cursar otra habilidad tan cerca de la primera, aún cansada física y mentalmente por lo que había sucedido en el curso del estudio y adquisición de la Habilidad de Nigromancia. Mis pasos me llevaron al lugar donde sabía que estaban las viviendas de los Arcanos. Intenté adivinar entre todos aquellos alojamientos cual sería el del Arcano de Oclumancia. Así que paré a un personaje que pasaba cerca y le pregunté, con respeto.

 

-- Perdona, ¿sabes dónde vive el Arcano Oclumante? -- acababa de darme cuenta que no sabía su nombre. ¡Pues qué mal informada iba a clase! Sonreí levemente, para disimular mi torpeza. -- O dónde enseña, es que voy algo perdida por esta zona de la Universidad que apenas conozco...

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Habían pasado ya unos días desde que su última alumna había salido de su particular escenario de clases para presentar su Prueba. Aun cuando sus ojos seguían mostrando melancolía, un tenue brillo de orgullo cruzaba por ellos cuando recordaba el rato que había pasado con la joven, pues había resultado ser muy interesante para la ávida mente de Sauda, quien la había puesto a prueba innumerables veces para comprobar que realmente merecía poseer el don de la Oclumancia.

 

Tras aquella joven, habían pasado varios días en los que tan solo los animales y el soplo de la brisa meciendo las ramas de los árboles habían interrumpido el silencio que rodeaba su hogar. Así era como a ella le gustaba pasar el tiempo, en paz con la naturaleza y consigo misma. Estaba sentada en el suelo, acariciando la hierba con la yema de los dedos suavemente. La roce le hacía cosquillas en la piel, e incluso se había permitido el lujo de soltar alguna risita al sentirlo, como si estuviera jugueteando con el entorno. No necesitaba mirar para saber qué había a su alrededor, su poderosa mente podía verlo todo. Era gratificante, pues aquel lugar era feliz: quizás no totalmente, pero sí en gran medida. Se levantó lentamente con cuidado de no pisar ninguna de las flores de diversos colores repartidas por el suelo y, al hacerlo, un arbusto se estremeció. Al parecer, un par de animalitos curiosos la habían observado desde la protección de éste y se habían sobresaltado cuando la arcana había decidido cambiar su ubicación. Sauda no podía reprochárselo, aunque lamentaba haberles infortunado.

 

Aunque no le hubiera importado pasar más tiempo en aquel lugar, era el momento de pasar por su vivienda. Quizás leería, o quizás volvería a aquel lugar tras comprobar que no tenía nada que hacer allí. En cualquier caso, encaminó sus pasos en aquella dirección. No tardó mucho en toparse con una mujer que parecía buscar algo. Su aura era misteriosa y triste, ¿por qué estaría en aquel estado? No necesitó esforzarse demasiado para ver ciertas cosas que la hicieron fruncir los labios. Suspiró, así que la buscaba a ella. Se dejaría encontrar, por supuesto... pero no de la forma en que un profesor se presenta ante sus alumnos; lo haría sin que ella se diera cuenta, haciéndose pasar por una alumna más. ¿Qué mejor forma había de explorar su mente y ayudarla a impedirle hacerlo que fingiendo ser una más?

 

Su poderosa mente se encargó de que su apariencia luciera con decenas de años menos que los que realmente tenía. A pesar de su ancianidad, la joven del cabello malva la vería como una joven africana alta y delgada, de negros ojos expresivos y ropajes coloridos, muy al estilo del que vestían en su tierra. Un vivo retrato de lo que Sauda había sido en su juventud. Se acercó hacia la joven, fingiendo no haberla visto y, en cuanto escuchó la voz de ésta llamándole la atención, no pudo evitar sonreír para sí misma.

 

¿El arcano oclumante, dices? ¿Te refieres a la sabia Aailyah Sauda? ¡Vaya, también yo la estaba buscando! —exclamó, convincentemente—. Pero no es aquí donde ella suele recibir a sus alumnos. Yo me dirigía hacia allí, puedes acompañarme si lo deseas. Por cierto, puedes llamarme Saka. ¿Cuál es tu nombre?

 

Tras aquella pregunta cuya respuesta ya conocía tras haber ahondado en la mente de la mujer, echó a caminar en dirección al bosque que había visitado tan solo unos minutos antes y se introdujo en su verdor sin dudar ni un instante. No tuvo que avanzar mucho, le bastaba aquel lugar para iniciar su juego de aprendizaje.

 

«Bienvenidas, futuras oclumantes. Soy Aailyah Sauda, vuestra mentora, y os guiaré con mi voz en la primera etapa de vuestro aprendizaje si es que sois capaces de seguir el ritmo que impondremos. Si tenéis alguna pregunta o duda que os atenace, ya estáis tardando en consultarlo porque una vez comencemos esta clase, solo podréis seguir hacia adelante o dar un paso al lado, dejando escapar la oportunidad de dominar una habilidad de la que todavía no sabéis absolutamente nada. Escuchadme, seguid mi voz y hallaréis la forma de establecer alrededor de vuestra mente una muralla inquebrantable».

 

La voz de Sauda, en su tono anciano y sabio, había resonado por el bosque como si se diluyera en el aire y fuera una parte más del entorno que rodeaba a ambas mujeres. Saka, la imagen que Sauda había proyectado sobre sí misma para confundir a Sagitas, fingió sorprenderse para no levantar sospechas en su joven pupila.

 

«El primer paso que debéis dar en esta clase será conectar con la naturaleza que os rodea, de forma que ésta os acepte como un elemento más de su ser y no como un intruso que pretender perturbar su paz. La vida es lo más grande que existe en este mundo, y la mayor demostración de ésta que podéis encontrar es la naturaleza que habita nuestro planeta. Si no la sabéis respetar, sabed que no tendréis sitio en mi clase y, por tanto, yo no moveré un dedo para enseñaros absolutamente nada... o encontraré la forma de que la respetéis, aun cuando en vuestra naturaleza no haya nada que os incite a hacerlo».

 

Una vez más, la imagen joven de Sauda fingió sorprenderse e incluso movió la cabeza como si estuviera amedrentada tras las últimas palabras que ella misma había hecho resonar en la mente de Sagitas.

 

«Tenéis hambre, ¿cierto?», y aunque la Potter Black no lo supiera, su mente mandaría en aquel instante una orden a su estómago que le indicaría que necesitaba alimentarse, como si no hubiera tomado nada en horas. «Cerca de aquí hay un claro con gran diversidad de criaturas y frutos. Tomad lo que deseéis... y mucho cuidado con cómo lo hacéis». Aquellas últimas palabras resonaron con algo más de gravedad que las anteriores, como si hubiera una amenaza tácita en sus sílabas. Y así era, pues Sauda lo que quería era comprobar cuál era la disposición que su nueva pupila mostraba ante sus indicaciones. En cierto modo, esto determinaría cómo llevarían la clase.

 

Lo mejor será separarnos, ¿no crees? Ha dicho que tenemos que conectar con la naturaleza... creo que necesito intimidad para esto. Voy por aquí, nos vemos en el claro —dijo entonces la joven Saka, o mejor dicho la apariencia joven de la arcana. Señaló con un dedo la dirección que seguiría y luego se alejó, a sabiendas de que Sagitas no podría contradecir sus palabras puesto que ella dominaría su mente para que realizara aquel pequeño camino por su cuenta. Sauda la observaría entre los árboles, atenta a sus movimientos y a cómo actuaba. Había muchas cosas en su mente que no lograba comprender... y, de esto estaba segura, también mucho que descubrir aún sobre ella.

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Aquella chica era curiosa. Tal vez no me explico, no que ella fuera curiosa de que intentara curiosear sino que... recibía señales contradictorias. Agradable, simpática, colaboradora, joven... Por un momento me pareció que se parecía muchísimo a alguna de las mujeres de Babila, el recepcionista de Uganda de la tercera planta, con el mismo color tostado y la ropa colorida. Me cayó muy bien al instante, algo que bajó todo rastro de defensa que traía. Bajó mi nivel de alerta y me dejé llevar, tal vez por los nervios, puede que por el cansancio, muy seguro que influida por el aura afable que desprendía.

 

Y aquí era a lo que me refiero de señales contradictorias, porque era una gran muchacha que también venía a adquirir aquella Habilidad como yo, que hacía fácil el acercarse a ella y a abrirse. Sin embargo, su aura era intensa, algo que sólo acostumbraba a encontrar en hechiceras de gran edad y sabiduría, en aquellas que tenían mucha vida y experiencia y, sobre todo, gran poder. Así que por ello pensé que era una chica curiosa. Mi calidad de Suma Sacerdotisa me daba más información de la que recibían los demás humanos o seres.

 

Sin embargo, eso no me alertó para nada sino que ocurrió todo lo contrario. Contacté con ella y con su don de palabra al instante y me abrí, tal vez demasiado. Cuando me relajo suelo ser muy lenguaya, como dicen en mi país, una charlatana empedernida.

 

-- ¿A...A...Laida... Sau... Sauda...? Vaya nombre más raro... Así que es mujer.... Mejor, me llevo mejor con las féminas. Si supieras lo mal que lo pasé con el anterior Arcano... No porque fuera hombre, no, no es eso. Es que... Pufff... Tengo síndrome de post-habilidad, fue super duro. Con una mujer seguro que tiene más consideración y no me obliga a enfrentarme a la Muerte.

 

Y a otras cosas que me callé, para no asustar a la muchacha africana. Porque a mí me había dejado muy traumatizada, aunque orgullosa a la vez. Lo había conseguido, pagando mucho a cambio. Un precio que era terrible: el conocer mi interior de una manera brusca, dura y sin disfraces, sin máscaras que enmascararan mi carácter que reflejaba al resto de la gente. Suspiré y la seguí. Ella parecía saber dónde iba. Se ve que le habían dado mejores instrucciones que a mí para encontrar a la Arcana.

 

-- ¿La has visto? ¿Cómo es? De ella no tengo ninguna referencia. Nunca había oído hablar del Arcano oclumante. Perdón, de la Arcana de Oclumancia. ¿Tú crees que será fácil conseguir el Aro de la habilidad?

 

Muchas preguntas, demasiadas tal vez. Pero es que realmente estaba nerviosa. Nigromancia había sido muy duro y muy largo en su aprendizaje, pero al menos conocía la fama de aquel Arcano. De ésta no sabía nada, ni la más mínima referencia, algo que podía encontrar lógico si su especialidad era el camuflaje de todo y permanecer oculta.

 

Pero conmigo no podría, estaba segura. Iba a ser la mejor Oclumante del mundo mundial. Apreté un poco el paso porque la muchacha era ágil, muy ágil. Qué envidia que fuera tan joven, aunque no mucho más que yo, leñes; no debería estar soplando por la carrerita.

 

-- Hey, Saka, espera... ¿Estás segura que vamos bien? El Bosque suele ser... peligroso...

 

Vaya... Una mujer que acababa de luchar con la Muerte, devuelto a la vida a unos niños y haber matado a un indeseable... ¿Tenía miedo del Bosque? No. No era eso; sólo era precaución. A saber qué trastada nos esperaba cuando viera a la Arcana. ¿Cuántos años tendría? Decían que todos los Arcanos eran viejos. Sólo conocía a Báleyr, el Nigromante, pero lo era, mucho, y además le faltaba un ojo.

 

Pegué un bote al sentir la voz femenina. Di una vuelta sobre mis pies, sólo viendo el paisaje boscoso que nos rodeaba, antes de darme cuenta que no había nadie y que las palabras sonaban en todas partes, como si flotara en el aire.

 

-- ¡De... monios!

 

Saka parecía estar tan sorprendida como yo. Me pregunté si un Sonorus hubiera sonado igual pero no; tenía experiencia en los gritos, soy muy gritona, y aquel nivel no era producido por un hechizo común. Me hizo asentir ante lo que decía. La arcana Alaidasauda debía ser poderosa para conseguir eso. Yo, como sacerdotisa, sabía lo difícil que era dominar un espacio natural como en el que nos encontrábamos y que la voz sonara en todas partes.

 

-- ¡Guau! -- exclamé, espectacularmente asombrada por lo que veía, o mejor dicho, por lo que oía. -- ¿Has visto esto? ¡Es fabuloso!

 

Ahora que ella mencionaba su nombre con una voz calmada, entendí mejor que se llamaba:

 

-- Aailyah Sauda, nuestra mentora -- repetí, encandilada. Me gustaba mejor el nombre de mentora que no el de Maese, que era el que había utilizado con el Arcano Nigromante, aunque los dos significaran realmente lo mismo. -- Yo tengo una pregunta, ¿dejará verse o es un misterio?

 

Estaba maravillada por lo que apenas acababa de suceder, aún antes de empezar toda la teoría y/o práctica de la Habilidad. ¡Claro que quería conseguir el milagro de crear una frontera infranqueable alrededor de mi mente! Aquella voz clara de una mujer sabia me había alejado todo el pesimismo con el que había entrado en la Universidad y me había llenado de animosidad positiva.

 

Todo lo que dijo de la Naturaleza me pareció chupado. Además, tenía razón. Ahora que lo decía, tenía un hambre enorme y me comería un caballo. ¡Qué digo un caballo! ¡Una manada entera! Me pasé la mano por la barriga, en círculos, sintiendo un hambre atroz. Por ello, me pilló desprevenida la salida de mi compañera.

 

-- ¡Hey, no, espera! Yo te puedo ser de ayuda...

 

Sí... Toda humilde ofreciéndole mis servicios.

 

-- Soy Sacerdotisa -- dije al aire, pues la muchacha había desaparecido en un plis-plas. -- Bueno, vale, nos vemos en el claro...

 

Metí las manos en mis bolsillos. Rectifico. Lo intenté pero me di cuenta que llevaba un vestido sencillo de cuerpo entero, casi hasta los tobillos, con unas zapatillas planas. En conjunto, casi parecía vestir el hábito de una sacerdotisa, aunque no hubiera sido mi intención cuando salí de casa.

 

Me encogí de hombros. El hambre era acuciante, tanto que había olvidado si había almorzado antes de salir de casa. Suponía que sí, puesto que era lo habitual en mí antes de abandonar la "Ojo Loco" pero ahora no podía asegurarlo, con el rugido de tripas que se había desatado en los intestinos.

 

Caminé adelante, pues es normal que no siguiera a la muchachita. Parecía querer soledad. Aspiré el aire y sonreí. La Naturaleza... ¡Qué prueba más fácil! Soy sacerdotisa y mi poder es hacer crecer las plantas y revivir las que se están muriendo... ¿Qué podía fallar?

 

El hambre fue creciendo a medida que me alejaba del lugar. El claro no parecía llegar nunca, hasta que vi una zona en la que crecían unos árboles reconocibles, con hierba abundante a su alrededor, con animales pastando y matorrales abundantes. Cerca, el ruido de agua en movimiento. Sonreí y avancé hacia el lugar. Pero debí hacer demasiado ruido porque los ciervos corriendo alejándose de mí, los conejos se escondieron en su madriguera, los pájaros se alzaron en vuelo hacia sus nidos entre los árboles... Gruñí con algo de desesperación, intentando encontrar una víctima con la que saciar mi hambre cuando la vi.

 

Allá, cerca de una roca, había un gazapo, no muy pequeño, no muy grande, con una pata torcida, que intentaba zafarse de mi presencia pero no podía apoyarse en ella. Sonreí. No era mucho, no era casi nada, pero seguro que mi hambre quedaría saciada momentáneamente.

 

Me acerqué a él con rapidez y entonces me miró. Aquellos dos ojos redondos brillaban de miedo ante la figura enorme que era yo mientras me agachaba a cogerlo. Lo tomé con delicadeza y le acaricié entre las orejas. Temblaba en mi manos. Sentí ternura...

 

Sentí hambre...

 

Me agaché y me senté en el suelo, apoyando la espalda en el tronco de un árbol. Puse el conejito en mi regazo y tomé varias briznas de hierbas. Las trituré entre dos piedras y mojé el dedo en el líquido verdoso. Se lo pasé por los labios y el gazapo me lo chupó. Me puse a reír. Instintivamente, tomé unos frutos rojos que colgaban de un matorral que rodeaba al árbol y me los fui comiendo, de uno en uno, mientras seguí mojando el dedo en el jugo machacado de la hierba y se lo iba pasando al conejito, hasta que lo solté y le dejé lamer las dos piedras con las que había machacado el césped. No era tan grande para masticar, pero parecía dispuesto a confiar en mí y comer de mi mano. Después saqué mi varita y dudé.

 

Dudé...

 

La carne de conejo es tierna. Muy tierna; no hay nada más sabroso que chuperretear un hueso de conejo, mordisquear los cartílagos tiernos y saborear aquella grasilla que queda...

 

Dudé...

 

Me mordí la lengua y lancé el hechizo entre dientes:

 

-- ¡Episkey!-- la pierna del gazapo se enderezó y se puso recta de golpe. Esto asustó al conejillo, quien saltó y huyó al instante, metiéndose en una madriguera medio escondida tras el matorral. Sonreí. Tomé otro puñado de bayas o lo que fuera aquello y me puse la varita en el pelo.

 

Caminé sin rumbo.

 

¿Dónde demonios estaría aquel claro del que había hablado la Arcana?

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Aquella mujer era mucho más enigmática de lo que Sauda había alcanzado a adivinar en un principio. Se lo demostró enseguida, cuando no reaccionó como solían reaccionar los jóvenes magos que se anotaban a las clases de habilidad que impartían ella y el resto de arcanos. Todos se mostraban enérgicos, incluso altaneros en muchos casos y siempre ansiosos por avanzar en la materia y por probar sus poderes para demostrar que eran merecedores de adquirir el Aro de la Habilidad. Pero ella no; ella era parlanchina, sí, sencilla y bastante ingenua. Sauda había conectado con ella de inmediato, y había podido notar que era sacerdotisa, por lo que compartían el amor por la naturaleza y la vida. Aquel conocimiento de su alumna la hizo estar aún más ansiosa por ver cómo se desenvolvía en aquella primera prueba, pues para ella también sería un reto manejarla a su antojo e intentar que cayera en su trampa. Por el momento, la mente de Sagitas era como un libro abierto para Sauda, y tenía que hacerle ver que debía luchar contra aquello cuanto antes si quería aprender oclumancia. Pero lo primero, básicamente, era que detectara el hecho de que en su cabeza no estaba solamente su mente, sino también la de la arcana.

 

No tuvo que alejarse más de unos metros para observar cómo la pelimalva comenzaba avanzar sin rumbo fijo, aparentemente perdida. Y aquello no era demasiado lógico, a no ser que sus sentidos estuvieran prácticamente anulados tras el ansia que estaba sintiendo por comer. No estaba protegiendo su mente, o al menos no de forma visible. Tampoco era de extrañar, pues no sabía que debía protegerse de nada. Ahora se dirigía hacia un gazapo herido. Sauda hubiera palidecido si no fuera por su tono oscuro de piel, pero no pudo evitar aguantar la respiración durante unos segundos cuando vio a su alumna agarrarlo para después observarlo. ¿Sería capaz de dañarlo?

 

Conforme pasaban los segundos, aquella idea cada vez se fue difuminando más en la mente de la arcana. Ahora la mujer se había sentado y no solo no tenía intención de hacerle daño al gazapo, sino que comenzó a alimentarlo. Sauda sonrió. Lo soltó y le dejó lamer la piedra donde había machacado unas hojas y, de repente, Sagitas sacó su varita. Sauda volvió a tensarse. ¿Al final sucumbiría al hambre?

 

Pero no fue así. Las intenciones de la sacerdotisa fueron precisamente las de sanar la lesión del animalito, que huyó despavorido sin entender del todo lo que había sucedido. Sin embargo, aún cuando el gazapo correteaba alejándose del lugar, sintió cómo en su cabecita sentía agradecimiento por poder correr de nuevo con normalidad, sin ningún dolor extraño en su extremedidad. Cuando la sensación de hambre de Sagitas disminuyó, Sauda dejó de sentir las sensaciones del conejo para centrarse de nuevo en las de su alumna, aún escondida tras un arbusto de grandes dimensiones. Estaba comiendo algún tipo de fruto. No era la solución que ella había buscado desde el principio, pero reconocía que la joven había sido hábil para superar la prueba. Una nueva sonrisa asomó en sus carnosos labios.

 

Al verla caminar sin rumbo fijo, si dio cuenta de que necesitaba una ayuda para poder alcanzar el claro. ¿Qué sería más útil? ¿Presentarse como alumna de nuevo o hacerlo a través de su mente, haciéndole ver que llevaba en su interior desde que había iniciado aquella aventura? Sí, eso era lo que necesitaba.

 

«No llevas la dirección correcta, joven Potter Blue. Gira a tu izquierda... y continúa recto», resonó en la cabeza de Sagitas la voz de Sauda, profunda y ancestral. La intención era sobresaltarla, por supuesto, aunque esperaba que no tanto como para impedirle seguir sus instrucciones. Desde el cobijo de la arboleda, la arcana en su apariencia de juventud la seguía de cerca, y le saldría al paso un poco más adelante cuando terminase de hurgar un poco más en la mente de la sacerdotisa.

 

Dejó que caminara unos metros más mientras visitaba distintas partes de la mente de Sagitas. Vio cosas buenas, y también recuerdos malos; infinidad de rostros que generaban diversos sentimientos en la pelimalva, y una enorme cantidad de recuerdos que habían sido determinantes para la mujer en distintos puntos de su vida. Algo en concreto captó su atención, y decidió empezar por ahí para ver si así era consciente de que había alguien invadiendo la intimidad de sus recuerdos. «¿Quién es Antara Black? ¿Está bien custodiada "Excalibur" en la mansión Potter Black?», preguntó entonces en la mente de Sagitas, interrumpiendo así el silencio que había reinado durante unos minutos.

 

Esperó un poco más, muy atenta a lo que hiciera la sacerdotisa. No tardaría en volvérsele a presentar como Saka, pero quería ver cómo reaccionaba su pupila.

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