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Oclumancia


Aailyah Sauda
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Aailyah Sauda abrió los ojos. Había estado concentrado durante unos instantes en los movimientos de Cye y de Bodrik en su prueba particular de Vinculación con el Anillo pero ahora tenía otro deber. Ellas parecían seguir vivas por el momento, no necesitaban de su atención momentánea. Es por eso que sonrió y su rostro africano transmitió una paz en sus mejillas oscuras hacia la alumna que aún estaban con ella.

 

Anne estaba y la Arcana echó de menos el té que había bebido antes. Tal vez, en el futuro, sentada delante del fuego, gozaría de otra taza mientras recordaba la melodía que aquella muchacha había usado momentos antes, deliciosa, suave, bien modalizada en su pensamiento. Se sentía orgullosa porque había materializado una barrera muy palpable para no dejarse violar la mente. Su sonrisa permaneció mientras contemplaba a su pupila.

 

- No lo intentes. Hazlo o no lo hagas. Los intentos no sirven ante un mago poderoso, querida. Debes creer que lo conseguirás, muchacha.

 

La voz de la arcana no salió de sus labios sino que se enrocó como una liana floreciente en torno a la idea que ella había expuesto y se había formado en su cabeza. No hacía falta hablar y, por tanto, aquello no era sonido; pero su voz era agradable y paciente. Anne lo había intentado varias veces y, estaba segura, ahora podría acabar, por fin, su aprendizaje y dar el paso para la Gran Prueba. Pero, para ello, debía forzarla. Cuando se encontrara ante el Portal, éste no demostraría piedad ninguna.

 

- ¿Mami es tu barrera? - le preguntó, con un leve sarcasmo que escondió tras su sonrisa.

 

Sauda caminó junto a ella, sólo esperando el momento para soplar sobre su mano y deshacer aquella endeble barrera que Anne se empeñaba en crear para evitar que entrara. Cuando cambió y mostró a alguien leyendo, se paró y sonrió más abiertamente. Era un truco burdo, así que esperó mientras su pupila seguía creando recuerdos que la pararan. Pero no lo iba a conseguir. Ella era la Arcana de la Oclumancia. Extendió la mano y tocó la muralla. Una puerta se materializó en ella. Anne no tenía ninguna posibilidad de evitar que ella se infiltrara en sus pensamientos. La abrió.

 

La sonrisa desapareció de la cara de la Arcana. Era una puerta tapiada con un muro. Enarcó una ceja ante la sorpresa. Estaba segura que podría derrumbarla si quisiera pero... La sonrisa, esta vez totalmente serena, volvió a aparecer en el rostro de la mujer africana. Estaba viendo su pueblo bantú, muy lejano en su memoria, reflejado en aquella pared. Asintió levemente y sopló para borrar esa imagen de la cabeza de la muchacha.

 

- Estás preparada, querida. Has hecho un excelente trabajo y, casi, me pillaste de sorpresa - confesó con cierta humildad. Era una Arcana justa. - Es mi deber preguntarte, a estas alturas, si quieres pasar la Gran Prueba de la Pirámide. Supongo que sabes que antes deberás pasar por una serie de obstáculos con los que probarás tu valía como persona y como futura Oclumante. ¿Quieres realmente pasar por todo eso para vincularte con el Anillo de Madera? No responda aún, señorita Gaunt. Tiene toda la noche para pensárselo y si, al levantarse, después de un almuerzo nutritivo, piensa que sí, acuda a mi encuentro ante el lago de la Universidad, en el lado oeste de la isla que protege la Gran Pirámide. Y ahora... Temo que debo disculparme. Otra pupila viene a sustituirla.

 

 

 

En el exterior, una niña africana, con un vestido corto de una tela terriblemente colorida, sollozaba en el suelo de tierra, en medio de aquel bosque creado alrededor de la vivienda de la Arcana. Se sujetaba un tobillo. De unos 12 años, contempló la llegada de aquella mujer alta. Parecía perdida en sus pensamientos. Por dentro, la Arcana sonrió al ver sus múltiples pensamientos cruzar de forma rauda de un lado a otro, rebotando y creando bucles. Parecía una mujer atormentada. Debería trabajar mucho con ella si es que quería alcanzar el nivel necesario para intentar siquiera llegar hasta el Portal de la Pirámide. En su figura de jovencita, Aailyah Sauda se secó las lágrimas y la llamó:

 

-- Perdí una mariposa azul y me torcí el pie. ¿Puede ayudarme?

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Sauda se hizo de rogar aquella vez. Había sentido durante unos instantes cómo se movía por su mente, cómo probaba cada uno de los hilos de su barrera. Sintió cómo ésta aguantaba, aunque estaba segura de que podría desarmarla psicológicamente en cualquier momento. No obstante, no lo hizo. De hecho, más bien parecía contenta con su progreso. Anne se sintió orgullosa durante un instante, pero enseguida abandonó aquella sensación para seguir atenta a lo que ocurriera a continuación. Y cuando la anciana le habló, la tensión aumentó en su interior.

 

La palabra "preparada" comenzó a rebotar por su mente como si se tratase de una pelota de goma lanzada con fuerza en una habitación cerrada, pero no dejó que aquella sensación se manifestara en su rostro. Seguía mirando fijamente a Sauda, absorbiendo cada palabra que pronunciaba. Una vez terminó de hablar, alzó una mano para llamarla.

 

¡Un minuto, arcana Sauda! —le dijo, antes de que se marchara. Dio un paso en su dirección, aunque se detuvo como recapacitando al respecto—. No voy a darle una respuesta, está bien, seguiré su orden. Pero no se marche sin que... —vaciló un instante, no estaba acostumbrada a aquel tipo de acciones—... yo... bueno, gracias por su paciencia, maestra. Gracias por sus enseñanzas —murmuró. Instintivamente, se inclinó hacia adelante y se mantuvo así durante unos segundos imitando el gesto que tantas veces había visto realizar a su padre adoptivo. Incluso recordaba que la había obligado a usarlo también cuando era joven. Más tarde se había cansado de decirle que era preciso y correcto en la vida ser agradecidos, pero en aquel momento la Gaunt sentía una enorme gratitud hacia aquella mujer que ya se alejaba.

 

Ella también dio la espalda a la arcana y comenzó a caminar para dirigirse hacia el Ateneo y, mientras avanzaba, fue dándole vueltas a la idea de presentarse ante la Gran Pirámide para realizar la prueba de la habilidad. ¿Realmente estaba preparada? Se rascó la cabeza con gesto dubitativo, Sauda parecía creer que sí. ¿Por qué habría ella de negarlo? También había sentido dudas las otras dos veces que había pisado aquel lugar y, unas horas más tarde, lo había abandonado con un anillo de habilidad en la mano. No tenía porqué ser distinto en aquella ocasión. Sin embargo, se sentía un poco vacía: no había aceptado realizar la prueba, Sauda le había dicho que se lo pensara y, si se sentía preparada, que se presentara en el lugar. Mientras se seguía alejando, aún podía sentir algunos hilos que conectaban su mente a la de la arcana y, casi sin pensarlo, se despidió de su anciana maestra hasta el día siguiente.

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  • 3 semanas más tarde...

A pesar de que aquella parece ser una fresca mañana de primavera, tan diferente al clima templado y otoñal de Devon, Madeleine permanece embutida en un sobretodo de algodón gris, que usa sobre un holgado vestido negro de apariencia vieja, largo hasta las rodillas. Su espeso cabello castaño está recogido en un moño tras su nuca, y su rostro apunta hacia abajo, pues tiene la vista clavada en el suelo. Cualquiera que la conozca sabe que está arreglada. Sin embargo, no es por vanidad; intenta no llamar la atención. No sólo está caminando por un lugar completamente desconocido, alejado del ajetreo de Londres y la comunidad mágica de la que es parte, sino que conocerá a una persona nueva. Una persona que, con mucha suerte, no lee El Profeta. Una persona que sólo verá cicatrices, no las marcas de una terrorista. Una persona que no la juzgará... una persona que la ayudará.

 

El concepto de Madeleine sobre la Oclumancia es muy simple y básico: protección, la palabra favorita de todo Moody. Sin embargo, durante el camino (¿de quince minutos? ¿de una hora?), se atrevió a añadir otra como concepto personal: control. Aunque sólo tiene una vaga idea de cómo los Oclumagos hacen lo que hacen, piensa que necesitan tener control de su mente para protegerla. Control de sus sentimientos. Y, últimamente, piensa que es justo lo que necesita...

 

Claro, quiere mantener sus pensamientos y secretos a salvo de las intrusiones de los posibles Legilimagos que tengan en su poder el Ministerio de Magia, y los mortífagos. Pero también quiere protegerse de los otros ataques... ¿Será posible, que la Oclumancia lo haga a uno más fuerte, emocionalmente? ¿Que nos proteja de dejar nuestras emociones en manos de otras personas? A medida que avanza, se da cuenta de que más que interesarle dominar la habilidad, es la propia conversación con la que debe ser una experta lo que la motiva. Una experta que no la conoce, y con la que podrá hablar tranquilamente pues jamás volverá a verla, después de ese día.

 

No sabe cuánto tiempo pasa divagando. "Despierta" de su ensimismamiento cuando se da cuenta de que le duelen los pies, enfundados en botas de combate, y de que tiene sed, y todavía no ha encontrado... bueno, nada.

 

¿No deberían haber indicaciones por aquí?

Editado por Madeleine.

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<<Las hay si sabes buscarlas>>

 

La respuesta llegó en una nube de pensamiento distante, como un suspiro en la parte posterior de la cabeza o una leve caricia de una mano al pasar. Sauda estaba sola en su residencia una vez que todos sus pupilos habían ido a realizar la prueba. Ella también estaba allá, por supuesto, pero estaba en su casa para recibir pupilos nuevos si es que los había y los pensamientos de una joven habían volado hasta ella como mariposas en primavera.

 

Movió su mano derecha y una pava con agua caliente flotó en el aire y llenó una taza donde descansaba unas cuantas hierbas dentro de una pequeña bola metálica depositada en el fondo del recipiente. Hierbas naturales, té natural.

 

<<¿Son indicaciones lo que buscas o más bien una guía, Madeleine?>> encontró el nombre de la chica en un retazo de pensamiento. No calaba profundo al principio, no era así como trabajaba pero sí necesitaba inspeccionar a la persona que estaba llegando y si bien no la veía físicamente delante de ella, Aailyah ya tenía una imagen de cómo era le señorita Moody o, al menos, la forma en la que ella se percibía cuando miraba su reflejo. <<¿Puedes intentar seguir mi voz o intentar llegar hasta mi simplemente escuchando lo que te digo?>> aventuró.

 

Una prueba, por supuesto, como todas las que planeaba siempre para sus pupilos. Todo allí era una prueba. Tomar un poco de té, conversar sobre uno mismo, juntar margaritas en el jardín, hacer una sopa... Todo era una prueba, siempre, porque Sauda necesitaba saber cómo reaccionaban sus pupilos mientras eran escrutados y cómo respondían a la escrutación, de esa forma encontraba sus barreras y también encontraba la forma de vencerlas y de enseñarles a levantarlas. Un trabajo agotador pero, al final, daba sus buenos frutos.

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Está acostumbrada a mantener discusiones mentales consigo misma, y por lo tanto sabe que aquel pensamiento no es suyo, que esa voz es algo más. ¿Cómo está tan segura, si es la primera que percibe aquel tipo de intrusión? Por el simple hecho de que es una voz que puede percibir, como si la escuchara con sus oídos; no es la voz irreconocible (¡pero tan familiar!) de sus monólogos internos, sino una que bien podría ser de una persona. Es más, es de una mujer, aunque intentar adivinar su edad sería complicado, pues hay "algo" que le falta a la voz para asignarle la edad (¿la inflexión de la voz cuando sale de la garganta, quizás?). O quizás sólo estás loca.

 

Aunque sabe que es vano, pues siente que la voz está más bien dentro de su cabeza, mira a sus alrededores. En lugar de encontrar a alguien, sólo se da cuenta de lo mucho que se adentró en el bosque. Bien podría usar el encantamiento brújula, pero ¿de qué le serviría saber cuál es el norte, si de todas formas no conoce aquel lugar? Tampoco tiene su escoba voladora, y no es que sea precisamente buena trepando árboles.

 

¿Puedes intentar seguir mi voz o intentar llegar hasta mi simplemente escuchando lo que te digo?

 

Bien, ¿qué otra opción tiene? Quizás aquel es una especie de "encantamiento de guía" que le permita encontrar a la arcana.

 

Pero... ¿cómo seguir una voz que no produce ecos, que no parece sonar más lejana ni más cercana? Si está dentro de su cabeza, siempre sonará igual, ¿no? Exasperada, golpea el suelo con las botas y maldice por lo bajo. Esto es una locura. ¿Qué demonios estoy haciendo? Seguir una voz dentro de mi cabeza... por todos los cielos... Sin embargo, recuerda que no es la primera vez que lo hace. A veces, navegando durante la inconsciencia provocada por un grave estado físico, la voz de Catherine la guió; a la oscuridad, al principio, y luego a la luz. Claro, pensando con lógica aquello fue una combinación de las últimas cosas que escuchó antes de desvanecerse, seguida de una mezcla de pociones y brebajes para sanarla y reanimarla. Pero a veces, en sueños, lo hace de nuevo. No escucha la voz con sus oídos, sino (ah, qué ilusa y est****a eres) con el corazón. No la escuchaba, la sentía en su interior. Pero para eso...

 

Madeleine respira lenta y pesadamente. Es una fortuna que esté sola (o algo así), porque se siente como una idi***. Ella es buena para desarmar, aturdir, cualquier cosa que tenga que ver con reaccionar en lugar de pensar. Pero para ese tipo de magia introspectiva, es una novata. Sin embargo, de repente, más que querer dominar la Oclumancia, siente que lo necesita. Y necesita poder encontrar a la arcana, para hablar con ella. Así que agita la varita mágica, y de su extremo sale una cinta negra que se ata firmemente sobre sus ojos. No se cubre los oídos, sin embargo, pues el único sonido exterior es el de la armonía del bosque.

 

Ehm... esto... ¿puedes seguir hablando?

 

No se atreve a separar los labios, pues no quiere desconcentrarse con su propia voz.

 

Cuando de nuevo percibe esa voz, se da cuenta de que es tranquilizadora. Escucharla en la oscuridad, con sólo el susurro el bosque tras ella, es relajante, incluso placentero. Así que comienza a caminar, sin saber a qué dirección (aunque manteniendo las manos al frente, para no golpearse con ningún árbol). Sólo espera que aquella locura no la haga perderse en el bosque, pues no tiene nada de comer encima y ya se acerca la hora de la merienda.

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Sauda se rió ante el barullo que ocasionaron los pensamientos alborotados de su nueva pupila y luego colocó un manto sobre ellos, un pensamiento suave y calmo para internar apciguar la marea de las dudas de Madeleine.

 

<<¿Acaso no sigues voces en tu cabeza cuando te dicen "No hagas esto" o "Haz aquello"?>> preguntó la Arcana, totalmente concentrada en la tarea que estaba llevando a cabo mientras guiaba a la joven hacia su vivienda.

 

Era normal que sus pupilos se perdieran o se adentraran tanto en el bosque que perdieran la noción de hacia dónde debían ir. Había pensado, alguna vez, en señalizar el camino directo hasta su residencia, ¿pero qué tenía de divertido eso? Al fin y al cabo, aquella era su barrera personal para evitar que cualquiera llegara a su casa. Ella podía elegir a qué pupilos enseñar, si bien tenía que ceder ante los deseos del Ministerio de Magia inglés y estar allí. No le disgustaba tanto como a otros Arcanos o como a los Guerreros Uzza el tener que vivir entre gente que no conocía.

 

Aailyah se daba cuenta que a su nueva pupila le molestaba que su voz no tuviera eco, que fuera algo plano. Eso le llamó la atención porque no siempre se fijaba en esas cosas, así que buscó el eco de su voz y lo reprodujo dentro de la mente de Madeleine como si estuvieran hablando en su propia cocina.

 

<<¿Temes que te esté llevando a una trampa?>> le preguntó, en total parsimonia. <<Creí que habías venido a aprender a que eso no ocurriera. Desde aquí puedo sentir tus miedos, Maddie y es algo que te enseñaré a ocultar de "miradas" indiscretas. Pero primero, deberás encontrarme>> Sauda se sirvió el té y se sentó a la mesa de su pequeña y acogedora cocina, dentro de su casita en el bosque. Movió su cabeza a un lado y la ilusión de juventud dejó de existir y se mostró tal y como era: de algunos cientos de años. Piel arrugada, canas en el cabello y una mirada algo cansada pero fiera. Así la vería Madeleine a su debido tiempo.

 

Vio a la joven tapar sus ojos y estirar sus manos por delante para seguir sólo el sonido de su voz e hizo una mueca preguntándose si aquello no era demasiado. Los estudiantes que iban a verla tenían motivaciones similares: todos deseaban cerrar su mente de escrutinio perverso, ya fuera del bando contrario, de personas cercanas o... de cualquiera. Pero Madeleine... Ella quería aprender la habilidad pero la dejaba entrar en su mente con tanta facilidad que Sauda, de haber sido menos benevolente, hubiera podido destruir parte de su ser y ella jamás lo notaría.

 

Sauda se proyectó a sí misma dentro de la mente de Madeleine tal y como se la veía: una anciana morena. Sus manos, finas y delicadas de dedos largos, acariciaron la mente de la joven con gentileza.

 

<<No tienes ninguna barrera, jovencita. ¿Cuáles son tus motivaciones para venir hacia mi?>> quiso saber.

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Sonrojada, se detiene súbitamente.

 

—B-bueno, es que... —suelta, sin poder contenerse. No quería hablar en voz alta, pero el ver aquella imagen en su cabeza le hace sentir como si tuviera a una persona frente a ella. Esa mujer es, probablemente, la mujer más anciana que ha visto jamás. ¿Quizás tenga noventa y tantos? Generalmente, sin quererlo, Madeleine asocia la vejez con incapacidad, y por lo tanto con inocencia, con necesidad de protección. Pero en aquella ocasión, es diferente; tiene la súbita certeza de que no sólo no podría ayudar en nada a esa mujer, sino que es ella misma la que la necesitará. Porque ella es la arcana de la Oclumancia, Aaliyah Sauda. ¿Quién más podría ser?

 

Bueno, se supone que estoy siguiendo tu voz. Si pusiera alguna barrera, no podría encontrarte... ¡Tú fuiste la que me puso esta tarea!

 

O, quizás, era una especie de prueba trampa. Madeleine odia ese tipo de puzzles, porque, en el fondo, sabe que es "mentalmente limitada". Ahora se le ocurre que quizás la verdadera prueba era intentar huir de la voz, callarla, y ella lo que hizo fue abrazarla. Sin embargo, también se le ocurre que, de haberlo intentado, no hubiera podido, pues hay algo en aquella voz que la cautiva. No es que tenga un efecto hipnotizante, sino que la hace sentir tanta calma, tanta tranquilidad y seguridad, que no puede pensar en ella como una amenaza... y eso que ella es tan buena encontrado peligro y amenazadas en la cosa más simple. Sí, ésa también puede ser otra prueba. Quizás me conoce.

 

Aquella sensación, como si alguien la estuviera acariciando, se siente tan real que el vello de los brazos se le eriza. Todo aquello la desconcentra. Así que cierra los ojos con fuerza, pues la imagen de la anciana se interpone en aquella caminata, que sólo puede hacer en completa oscuridad. Ella sabe muy bien lo difícil que es dejar de pensar en algo, pues los intentos parecieran grabar a fuego lo que quiere evitar en su mente, pero tiene que intentarlo. Ya está comenzando a hacer frío, y el frío le dan ganas de orinar, algo que no piensa hacer en el bosque... ni tampoco con, aparentemente, alguien dentro de su cabeza. Pero lo logra. La imagen de la anciana morena desaparece, y así puede seguir caminando.

 

Quiero encontrarte, pero, de verdad. Ya sabes, en persona. Porque me dijiste que te encontrara para comenzar mi entrenamiento de Oclumancia. Yo... yo quiero ser una Oclumaga. Intenté aprender Legilimancia, pero... no funcionó, supongo. No quiero ser una intrusa, ya estoy cansada de eso. Más allá de ocultarme, quiero protegerme. Yo pensé que quizás, así como la Oclumancia protege tus pensamientos y secretos, también tus sentimientos. ¿Es eso posible, o...?

 

Cuando todo se queda en silencio por unos momentos, sus manos encuentran algo con lo que seguramente se hubiese golpeado de no ser por sus precauciones. Sin embargo, aquella no es la textura de un tronco, sino una más suave, más llana. Es un muro. Expectante, con un nudo en el estómago y la garganta, Madeleine se quita el vendaje. Al abrir los ojos, los sonidos del bosque parecieran intensificarse, así como los olores. Por encima del olor a tierra húmeda y vegetación, percibe un olor a té, familiar y desagradable al mismo tiempo.

 

Es aquí, ¿no?

Editado por Madeleine.

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<<No te asustes>> pidió la Arcana.

 

No era que Madeleine se hubiera retraído de inmediato, pero en su mente ella había sentido miedo al ver a la Arcana. Al principio era entendimiento, luego preocupación por la mujer y, más tarde, la sensación de estar encontrándose frente a un ser tan poderoso que le causaba temor. Quizá no consciente, pero allí estaba y la Arcana podía percibirlo.

 

<<Ya me has encontrado Maddie. O, mejor dicho, yo te he encontrado a ti>> Sauda sintió una pulsación en su propia mente y luego una barrera se alzó frente a ella y quedó atrapada en un lugar oscuro de la mente de Madeleine. Era su salida, supuso, así que retiró su imagen física de la mente de la joven estudiante pero siguió escuchándola.

 

La barrera era débil, ella podría haberla destrozado con gran facilidad, pero quería mostrarle a su nueva pupila que con deseo y acción las cosas podían hacerse y aquel era uno de los primeros pasos para ser una Oclumante.

 

<<Aprender Oclumancia no dista de aprender Legilimancia, aunque debo admitir que Rosália puede ser difícil de tratar>> sonrió para sí misma. Entre ella y la Arcana de Legilimancia siempre había habido una disputa formal, más que nada. Creía que si alguna vez llegaban a pelear de verdad no sería con varitas y hechizos, sino más bien una pelea a puertas cerradas, con sus mentes o, más bien, dentro de sus mentes. Era una batalla que Madeleine también tendría que desatar contra ella, porque la única forma de aprender a defenderse y usar la Oclumancia era utilizando Legilimancia.

 

<<¿De qué es la barrera que me has puesto antes?>> quiso saber, mientras la observaba avanzar.

 

Entonces, la joven Maddie llegó hasta su casa y Sauda sonrió.

 

<<Entra>> la invitó.

 

De inmediato movió una mano para que otra taza volara hacia su mesa y la tetera sirvió sin siquiera tener que levantar un dedo. Iban a tener una charla interesante, diferente al resto de sus clases. Le gustaba cambiar sus métodos de vez en vez, aunque enseñara lo mismo. Se aburría con facilidad, luego de tantos años de vivir y enseñar a diferentes personas.

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Ella tiene un aspecto desvalido pero Catherine tarda aún en reaccionar. No es que no se conmueva si no que sus pensamientos se desdibujan, reflejando el desorden en el interior y su cuerpo corresponde a la par, con movimientos mecánicos que se ven casi antinaturales hasta que finalmente, extiende la mano. Sin embargo, la retira con presteza, antes de que ella pueda tomarla. En su lugar, susurra un encantamiento, recordando su varita, para que así el tobillo vuelva a estar en perfecto estado y pueda ella levantarse o desenvolverse por su cuenta. Luego, se incorpora sin tocarla.

 

En un rincón de su mente queda la imagen de una mariposa azul cualquiera, preguntándose a medias a qué se refería en realidad y cómo es que se torció el tobillo. O quién es y qué hace allí. No puede ser una coincidencia y ¿no se supone que el lugar se encuentra protegido y resguardado? ¿O tiene la arcana una hija que vaga sin rumbo fijo trayendo consigo a los visitantes y futuros pupilos?

 

—¿Quién eres? —pregunta entonces.

 

Su voz no está impregnada de sentimiento alguno. Es vacía, serena y regular. No se trata de una persona con dominio sobre sí misma si no más bien un cuerpo sobre el que no hay sobre qué ejercer dominio. En un inicio, se había encontrado mucho más concentrada pero todo el incidente hace que pierda la hilación y que las barreras entre realidad, fantasía y pesadilla empiecen a allanarse. No es algo que quiera que otros aprecien y de momento no lo exterioriza pero sus ojos se desenfocan por momentos y no agrega nada más, intentando no perderse en ella misma.

 

No considera ni por un momento que aquella criatura pueda tratarse de la arcana misma.

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Demisit lacrimas dulcique adfatus amore est 

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La imagen de la niña en el suelo aún siguió presente para Catherine mientras la Arcana continuaba sentada en su vivienda, esperando la llegada de Madeleine. Sauda vió a Catherine estirar una mano para ofrecerle ayuda a la niña pero terminó retirándola y, en cambio, sacó la varita y realizó una floritura con la misma. La pequeña se estremeció al ver la varita en manos de la bruja y se achicó un poco ante la mirada de la adulta, intentando retroceder pero sin lograrlo, haciendo una mueca de dolor ante su tobillo aparentemente torcido.

 

La Arcana miró a través de sus tantas puertas y ventanas en la mente a una de sus dos pupilas. Sí, en efecto, notó que Catherine pareció perturbada ante la visión de la niña o quizá, ante la visión de ella misma en el bosque. Tendría que descubrirlo y aquello le tomaría trabajo, más quizá que el trabajar con Madeleine, quien parecía no poseer barreras en absoluto.

 

-Mi nombre es Saka- expresó, temerosa, la pre adolescente, poniéndose en pie con dificultad y mirando alrededor-. ¿No ha visto mi mariposa azul? ¿Podría ayudarme a encontrarla?- preguntó, estirando una mano hacia Catherine, queriendo fomentar un vínculo de confianza.

 

La imagen de su joven figura es una de sus favoritas. Sauda prefiere siempre tomar formas jóvenes en vez de mostrarse como la anciana que es, excepto para Madeleine, quien no sabe que es una de las pocas pupilas que la ha visto natural. Y Catherine, quien aún desconoce que todo lo que está viendo de la niña pasa, en realidad, dentro de su mente, tiene un largo camino por delante para poder aprender sobre la habilidad.

 

-¿Qué hace usted en el bosque?- preguntó la niña, inclinando la cabeza de costado-. ¿No sabe, acaso, que este bosque es peligroso para los extranjeros? Los Arcanos han construido sus viviendas rodeadas de magia para su protección... sólo sus pupilos pueden penetrar y sólo si son invitados por el Arcano para aprender sus habilidades- comentó, mirando con sus penetrantes ojos directo a Catherine.

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