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Oclumancia


Aailyah Sauda
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Hasta la muerte…

 

Lo había pensado, sobre todo en los momentos en que ponía en mayor riesgo su vida. No le molestaba morir si era luchando por sus ideales, por un futuro mejor para ella, para sus hijos y para todos los magos y los muggles; aunque una parte de ella rehuía a hacerse a la idea de ello, debido a un conflicto interno propio, el cual se enfocaba alrededor de sus hijos y el hecho de que ellos sólo disponían de ella como familia directa y sanguínea. La sola idea de abandonarlos de esa forma la carcomía, sabiendo perfectamente en carne propia el cómo se sentía la falta de un padre a temprana edad.

 

Fue entonces cuando llegó la segunda pregunta planteada, luego de oír atentamente las palabras que recitaba la Arcana. Disminuyó un poco el paso mientras pensaba. Aquel reto lo merecía realmente, había sido muy descuidada en ese aspecto y sólo por pura suerte podía decir que no se había cruzado con alguien que pudiese hacer uso de la legilimancia.

 

Supongo que me dejé seducir por otras habilidades antes, ― admitió, pensando en Nigromancia, aquella primera habilidad que tomó, la cual le parecía, aún a día de hoy, increíblemente atrayente ― además, anteriormente no creo que tuviera la fortaleza mental para afrontar este entrenamiento, ni mucho menos la prueba ― agregó, levantando la cabeza y observando a la mujer atentamente.

 

»No lo haré, Sauda ― respondió ante el expreso pedido de no utilizar aquello como un arma con la cual atacar.

 

Abrió grande los ojos al ver el repentino cambio que tuvo el aspecto de la mujer. Al final no había estado desacertada en pensar que la mujer debía ser ya anciana, pero ciertamente se había dejado engañar por la falsa imagen que había proyectado desde un primer momento.

 

De pronto, sin darle tiempo a formular algún pensamiento o pregunta más, experimentó la sensación más extraña de toda su vida. Lo supo, se estaba metiendo en su cabeza, y para nada se estaba conteniendo, lo hacía de forma brusca y notoria, dejando en claro su objetivo, forzarla, dañándola en el proceso.

 

Aquello le arrancó un grito, sujetándose fuerte pero inútilmente la cabeza entre sus manos. Le dolía, no sólo la rapidez con la que pasaban las imágenes a través de su mente, sino también la intrusión y el hecho de que estuviese en su mente de una manera tan fácil. Quería que la sacara, pero ¿cómo? No tenía idea de cómo hacerlo y comenzaba a frustrarse a medida que avanzaba más, y el dolor no hacía más que empeorar.

 

Trató, como pudo, de concentrarse, repitiendo una y otra vez, “vete”, casi como un mantra, pero nada sucedía. A pesar de que las imágenes pasaban tan rápido que ya ni las distinguía prácticamente, notó que iba cada vez adentrándose en una parte de sus recuerdos que eran privados. O eso había pensado antes.

 

«No, no te metas ahí, por favor…»

 

Por una fracción de segundo lo alcanzó a ver. Un recuerdo de su niñez, uno que por mucho tiempo había olvidado, no porque quisiera, sino a causa de magia. Lo vio, aquel hombre de cabello blanco, a unos metros de ella. Y su padre interponiéndose. El desconocido que no se trataba ni más ni menos que de su tío, levantando la varita en dirección a su padre.

 

¡LÁRGATE!

 

Repentinamente cayó de rodillas al suelo, casi estampando su cara contra la hierba. El dolor había cesado, a pesar de ello sentía su cuerpo entero temblar. Aquel viejo sentimiento de terror, dolor y culpa la invadía, casi como aquella vez en que ese recuerdo resurgió. Se abrazó a sí misma, tratando de controlar sus propios temblores, pero era inútil, incluso hasta lágrimas se habían escapado de sus ojos.

 

Había fracaso, lo sabía, no esperaba ser una alumna extraordinaria en la primera lección, pero tampoco había creído llegar a ese extremo.

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Sauda era inquebrantable, ineludible y su poder llenaba cada rincón de la mente de Mei como si fuera un virus informático, de esos inventos muggles que se meten en las computadoras y atacan los archivos. Esa era la forma de actuar de un oclumante experto y eso era a lo que una líder de bando se iba a enfrentar cuando saliera de allí... si es que lo hacía.

 

Su incursión comenzó por cosas tenues pero luego comenzó a penetrar más dentro de la mente de su nueva alumna, recavando información sobre su familia, sus amigos, sus ideales, sus lealtades hasta encontrarse con información que quizá Mei hubiera olvidado, ya fuera porque así lo quería o porque algo lo había bloqueado. También vio sus primeros pasos siendo niña, la primera vez que tocó una varita, su primer hechizo, el primer día en la escuela de magia, las risas con sus amigos, su primer beso. Las imágenes pasaban como ráfagas por la mente de Mei pero era una película que se detenía de momentos para Sauda, quien iba tomando fragmentos y los iba uniendo en una película más densa.

 

-Sácame- le ordenó, apretando los dientes.

 

Mei cayó de rodillas a la hierba y se le saltaron las lágrimas. A Sauda no se le habían pasado desapercibidas las palabras de la mujer, el deseo de sacarla de su propia mente ni los gritos agudos que habían hecho callar a las aves del bosque. La Arcana sintió un tirón en uno de sus tentáculos y lo siguió; había un hombre apuntándole con una varita a otro, detrás del cual se encontraba una niña... una Mei de pocos años de edad. Algo atacó al tentáculo y una sensación se escabulló de la mente de Delacour hasta Sauda: <<LÁRGATE>>. La orden era fuerte y, en un momento, los tentáculos mentales de Sauda se tensaron y comenzaron a desaparecer uno a uno, hasta que la Arcana se vio fuera de la cabeza de su pupila, parada junto a ella.

 

Se inclinó sobre Mei y le tomó el hombro.

 

-Vamos, niña- dijo, haciéndola desaparecer con ella y apareciendo dentro de su casa-. Siéntate- le ordenó, mientras la pava se colocaba sobre el fuego, que se había encendido por la magia y las tazas levitaban hasta colocarse sobre la mesa-. Necesitas relajar tu mente para aprender a retirar un ataque. No estabas lista, pero lo has hecho mejor de lo que esperaba- dio un resoplido y luego se volvió para colocar en la taza que era para Mei unas hierbas especiales-. Vamos a utilizar una técnica de mi amigo Sajag...

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Permaneció en aquella posición durante unos minutos, los cuales le resultaron eternos, hasta que sintió el toque de la Arcana sobre su hombro, sólo en ese momento dejó de temblar y levantó el torso. Justo alcanzó a ver las intenciones de la anciana al tenerla sujeta fuertemente aún, por lo que se preparó para lo que fue una desaparición conjunta.

 

Abrió nuevamente los ojos cuando sintió que la sensación característica de aquella forma de trasladarse había cesado. Notó entonces que se encontraba dentro de una casa, lo cual la desconcertó un poco, y en cuanto oyó la orden de Sauda, se puso en pie y se sentó en la silla más próxima que tenía.

 

Mientras el fuego se encendía y la pava volaba mágicamente para colocarse sobre éste, Mei los observó, aunque de forma ausente. Su temblor había cesado casi en su mayoría, y en su rostro podía notarse las marcas que las lágrimas habían dejado, pero no había nada más allí, sino una simple expresión pensativa. Aquel recuerdo no era algo que le agradara, había aprendido a aceptar lo que ello significaba, pero eso no le quitaba el peso que tenía siempre que lo revivía, de una u otra forma.

 

Entonces, Saka habló, a lo cual se sorprendió ante sus palabras. ¿Realmente lo había hecho “bien”?

 

La verdad… no tengo idea cómo relajar mi mente, es algo que siempre me costó, por lo menos el ser consciente de cómo puedo hacerlo ― admitió al fin, hablando luego de una larga pausa de su parte.

 

Notó que la anciana colocaba unas hierbas en una de las tazas, aunque no estaba segura de que se tratara de sencillas hebras de té.

 

¿Sagaj? ¿El Arcano de la Videncia? ― inquirió, sintiendo que no había entendido por dónde deseaba que se dirigieran en aquella ocasión la Arcana.

 

Sabía que no se trataba nada respecto a ver el futuro, pues su objetivo era otro, pero una interrogante rondaba por su mente, ¿qué harían a continuación? ¿Y con qué finalidad?

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  • 2 semanas más tarde...

Aquel era el principal problema de todos sus pupilos: casi ninguno sabía relajar la mente y caían en la parte más fácil. Pues bien cierto era que la muchacha había conseguido frenar sus impulsos como tentácul0s que habían conseguido enseñarle un pasado del que ella habría intentando no enseñar nunca a nadie. Volvió a repetir la última frase que le había dicho, antes de contestarle.


- Vamos, niña... Aprenderás... No estabas lista y, sin embargo, me ordenaste irme. Casi lo consigues tú sola. -Siguió echando hierbas mientras el agua hervía y el aroma se extendía por la habitación. - Sí, ese Sajag, el Arcano de Videncia. Es un Arcano amable. ¿Le conoces?

Era una pregunta a la que no necesitaba respuesta. La mujer africana sabía que no tenía la habilidad de la Videncia. Todos los Arcanos tenían, en mayor o menor grado, todas las habilidades y, aunque con la suya había sido suficiente para saber que no tenía esa capacidad de Abrir el Ojo Interior, pues había indagado en su interior, Mei Delacour no había mostrado ningún signo de entender qué estaba haciendo. Le señaló la silla para que no se levantara.

- Después del esfuerzo que has realizado, necesitas tomar una tisana de hierbas vigorizantes. Esto es lo que Sajag me enseñó. Es un maestro en la mezcla de hojas de las hierbas para conseguir efectos sedantes y curativos. Esto es lo que vamos a probar ahora, a relajar tu mente con la ayuda de esta tisana.

De forma mágica, las dos tazas se rellenaron del agua tintada ahora de un verde trasparente. Ofreció a Mei para que tomara su taza y bebiera de ella.

- Voy a hacer lo mismo que antes. La intrusión en tu mente será dolorosa, veré tus secretos más oscuros de nuevo, sabré nombres, direcciones, familiares de la gente que te importa, a los que confían en ti para que nunca les delaltes. Voy a romper tu barrera y tú tendrás que bloquearme, crear tu escudo para impedirlo.

La Arcana no tenía necesidad de beber el líquido de la taza, que era exclusivamente para ella, para hacerla sentir más tranquila frente a lo que le esperaba.

- Ten en cuenta que, en situaciones reales, no tendrás el ayuda de estas hierbas relajantes. O, por el contrario, tu enemigo las usará para burlar tus defensas. He aquí otro truco de mi querido Sajag: piensa en algo que te mantenga firme, no una gran frase, no un gran concepto, no un... lema... Algo sencillo, pequeño, a lo que puedas recurrir para iniciar tu escudo: piedra, fuego, hoja... Piensa en la palabra, en sus letras que la conforman, en la imagen... Y cuando la tengas agarrada, frena mi ataque.

Sauda esperó a que bebiera y, sin un solo signo de piedad, volvió a extender sus zarcillos para conocer los pensamientos más recónditos de Mei Black Delacour.

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No disimuló en lo absoluto que las palabras de la Arcana le levantaron un poco la moral, pues sí, si estaba allí era porque realmente deseaba aprender aquella magia tan poderosa e importante para ella en aquel momento. Por algo la había elegido antes de, tal vez, Legilimancia, pues primero debía fortalecerse ella misma y su mente, de otra forma dudaba soportar los pensamientos ajenos.

 

No, no le conozco, aunque me gustaría, le tengo algo de curiosidad ― respondió. La verdad es que no podía tener filtros con Sauda, pues, por ahora, por más que lo intentara, ella sabría que algo ocultaba o que mentía, en el peor de los casos ―. Dicen que es un Vidente extraordinario, y eso no es poca cosa, aunque da un poco de temor.

 

Calló entonces para oír lo que tenía por decirle, el objetivo de que bebiera aquel té. Asintió con un movimiento de cabeza, agradecida de tener un poco de ayuda, aunque fuera sólo por aquella ocasión. Observó con atención el brebaje, y lo olfateó. Tenía un aroma tan suave que el efecto relajante llegó a ella casi de inmediato.

 

Volvió a aspirar, sin dejar de prestar atención a su vez a las palabras de la arcana. No sabía si estaba preparada para afrontar una nueva intromisión, pero tampoco tenía alternativa, a fin de cuentas ella se estaba exponiendo a ella, y se obligaba a permanecer.

 

Sí, sé que debo aprender, incluso de mí misma para poder despejar mi mente cuando sea necesario ― dijo, para luego beber un buen sorbo del té caliente ―. Algo pequeño… ― repitió de forma pensativa, cerrando los ojos un momento.

 

Pero, ¿qué podía ser esa palabra? Tal vez proteger… pero no le resultaba suficientemente fuerte como para lograrlo. Otra cosa, tal vez.

 

Abrió los ojos, y entonces, ya no se hallaba en la vivienda de Sauda, sino en otro sitio. La tranquilidad de la casa había cambiado y ahora se encontraba en un jardín, en plena noche, con una luna menguante que apenas dejaba divisar el ruin paisaje: hechizos yendo y viniendo, gritos a viva voz, creación, destrucción. El olor a sangre era casi palpable. Parecían ir a cámara lenta en aquel enfrentamiento, o así lo percibía ella.

 

Piensa, piensa. Algo pequeño para comenzar, pero que fuera firme, por lo menos para ella. Pero, ¿el qué? Su fuerza era más física y mágica, su mente era frágil si sabían dónde remover un poco. Se miró las manos, sintiendo que comenzaba a desesperar lentamente, sobre todo al ver caer frente a ella un cuerpo bañado en sangre y totalmente inerte. Alcanzó a vislumbrarlo, asomándose por la manga. Un tatuaje de un pequeño martillo justo en la parte interna de su muñeca, por debajo su dedo pulgar. Esa era su fuerza representada en un símbolo.

 

«Fuerza. ¡Fuerza!»

 

El panorama cambió, la batalla seguía, pero esta vez dentro de un lugar ruin, plagado de magia oscura y lleno de celdas entre las cuales ella se hallaba dentro de una. Oía, como si fueran gritos reales, los conjuros y dolores de todos aquellos que se aproximaban hasta donde estaba.

 

«Tierra. Tierra.» Repitió la palabra, imaginando como si con sus manos fuera capaz de crear un escudo con ella que poco a poco iba aumentando su tamaño.

 

«―¡Mei, amore!»

 

Por un momento dejó de pensar, y en un acto reflejo giró un escaso milímetro la cabeza, en busca de aquella voz. Pero se detuvo repentinamente. Hacía mucho tiempo no la escuchaba, pero no podía dejar de sentirse sorprendida con la claridad con la que podía llegar a recordarla. Cerró los ojos. No, no quería caer de nuevo.

 

«Rayo.» El rayo era parte de ella, la representaba. Fue entonces cuando sintió el efecto vigorizante del té, o eso supuso, pues repentinamente se sentía con más fuerza, aunque no sabría explicar de qué forma. Movió las manos, aunque más lo pensó e imaginó, como si su propia energía natural pudiese convertirse en un escudo, poco a poco, protegido por el rayo.

 

Crecía, esta vez más rápido, a pesar de que podía oír aquella vez y juraba que hasta lo sintió, pero no, no quería. No sabía exactamente si lo que hacía estaba bien, pero era lo que sentía que la ayudaría. Fue entonces cuando sintió, cómo algo chocaba repentinamente con la barrera de energía, como si algo intentara traspasarla, pero fue repelida en un principio. Por un momento recuperó algo de lucidez, pero entonces, aquello que iba contra la barrera arremetió nuevamente, una y otra vez, cada vez con mayor fuerza. Podía verse los pequeños rayos saltar en el lugar exacto donde el golpe impactaba, y trataba, inútilmente, de reforzar la barrera.

 

Hasta que cayó, haciéndose añicos, cayendo nuevamente en una espiral de recuerdos y pensamientos violados, hasta que abrió los ojos y aspiró aire de forma agitada.

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Una sonrisa de satisfacción surcó el rostro de la anciana mujer. Sauda sentía que el orgullo crecía en su interior. Aquella mujer era excepcional. Sin apenas pautas para combatir un ataque, había conseguido blindar su mente durante unos instantes. Se frotó la mejilla y sus dedos arrugados toquetearon el lugar imaginario en el que las chispas al intentar reprimirla.

 

- Prometo que no vi nada fuera de lo normal, querida - le dijo a la mujer, mientras le acercaba un vaso de agua.

 

Volvían a estar en el mismo lugar de antes, en la vivienda de la Arcana. Aquella visión de Mei había sido producida por su mente. El escenario había sido curioso y había mostrado más de la mujer de lo que seguro que ella hubiera querido. Sin embargo, los Arcanos en general y Sauda en particular, habían visto demasiadas guerrras como para involucrarse en las batallas particulares que parecían darse en aquella ciudad de Ottery. Ellos permanecían al margen y sólo veían lo necesario para impartir sus habilidades, nunca tomaban partido. Sin embargo, los logros de la muchacha la maravillaban y eso hizo que le diera un par de palmaditas para enfatizar su aprobación.

 

- Has estado genial, has conseguido frenarme durante unos segundos, has resistido mis envites una y otra vez hasta que el muro ha cedido. Aquí es donde has de practicar un poco más. Veamos, según tu experiencia... ¿Te ha sido más fácil relajarte con la tisana? ¿Has encontrado el objeto a lo que aferrarte?

 

La Arcana sabía las respuestas pero, aún así, esperó a que Mei se recuperara y pudiera hablar. Permaneció en silencio, respetando el momento que ella necesitaba para normalizar la respiración.

 

- Usted puede. Está más que preparada, aunque aún no lo sabe. Voy a entrar de nuevo, ¿se siente capaz de retenerme o necesita un poco más de tiempo? En cuanto usted lo diga, entro.

 

La Arcana esperó un momento, otra vez en silencio. Tocó el borde de la taza y después sonrió y su cara adquirió un tono entre divertido y juguetón, de alguien a quien ha sido pillado haciendo una travesura.

 

- He de confesarte algo. En esta taza - tomó la suya y bebió un poco; dejó de lado el trato de usted que le había hecho antes y volvió a hablar como con una amiga -- sólo hay menta y una gotas anisadas. No hay nada que te ayudara a relajarte. Lo hiciste tú sola. Por eso sé que estás preparada para conseguirlo. Ahora quiero que intentes otra cosa: toma ese objeto, su imagen, su tacto, tómalo y forma no un muro sino dos, tres... Los que puedas. Consigue que si el enemigo entra en tu mente se encuentre uno tras otros, minando su fuerza, agotándolo. Tu puedes... Si lo consigues, estarás preparada para pasar la Prueba del Portal.

 

Y no esperó, a pesar de lo que había dicho, pues quien quisiera violar la mente de Mei Black Delacour, no le daría facilidades. Y muchas almas pendían de un hilo si ella flaqueaba.

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Se frotó de forma inconsciente la cabeza, aunque era un gesto inútil. Su dolor no provenía del exterior, sino más bien desde el interior, en cuanto había vuelto a la realidad y al lugar donde se encontraban sintió algunas punzadas, aunque de seguro debido a su propio esfuerzo. Pero a medida que pasaban los minutos iba cesando el dolor, mientras ella oía atentamente a la Arcana.

 

Pero entonces dejó de centrarse en eso en cuanto sintió las palmaditas de aprobación, lo cual la tomó por sorpresa, seguida de las palabras siguientes de Sauda, lo que la hizo sonrojarse levemente. Por lo general no acostumbraba a recibir cumplidos de otras personas, lo cual la llevaba a tener aquella reacción natural, aunque sonrió, agradecida por el gesto.

 

Sí, me resultó mucho más fácil el relajarme. Y sí, creo que al fin encontré eso que puede llegar a ayudarme a bloquear a los intrusos que deseen meterse en mi mente.

 

De forma disimulada había llevado su mano izquierda a la zona de la muñeca de la mano derecha, apretándose aquella zona suavemente, allí donde el discreto tatuaje se hallaba. Sí, el poder de su clan se basaba el algo físico, o eso había creído en un principio. Aquellos guerreros y justicieros a los que respetaba no tenían una fortaleza física únicamente, sino mental también. Ser un verdadero paladín involucraba mucho más que el uso apropiado de la magia y los ideales, era crecer internamente también, enfrentarse a toda la adversidad para poder forjarse a uno mismo y lograr sus objetivos. Por eso ahora sabía que su propia naturaleza le ayudaría a fortalecerse nuevamente, una vez más, pero de una forma totalmente diferente.

 

Sí estoy preparada… Espera, ¿qué? ― se interrumpió a media frase en cuanto oyó lo que la anciana admitía. Su boca quedó levemente abierta. Había sido engañada como a una niña ― Yo… bueno, no sé qué decir. No esperaba eso.

 

Abrió un poco más la boca, dispuesta a agregar algo más, pero entonces volvió a cerrarla, esta vez por completo. En realidad no tenía mucho por decir más que la pregunta que rondaba por su mente, si había sido una broma, ¿entonces cómo había logrado relajarse realmente por ella sola? ¿Sugestión? Tal vez…

 

Bien, entiendo. Haré mi mejor esfuerzo.

 

Apenas tuvo tiempo de terminar de hablar, pues Sauda irrumpió en su mente con ligereza.

 

Esta vez trató de actuar lo más rápidamente posible, sabiendo qué era eso en lo que basar su barrera. Cerró los ojos realmente, aunque más en un gesto personal para tratar de concentrarse al todo y evitar distraerse. Lo imaginó, la energía que emanaba de ella, uniéndola para darle forma de un rayo, el cual sujetó imaginariamente entre sus manos.

 

En aquella ocasión sabía el cómo crear las barreras, y poco a poco fue moldeándolas, una, dos, tres. Las primeras con capas delgadas, pues la rapidez era algo esencial, y poco a poco fue haciéndolas cada vez más gruesas a medida que seguía creando más y más.

 

Fue entonces cuando sintió el impacto de Saka, intentando penetrar en su mente. La primera capa había aguantado el impacto, pero dudaba que durara demasiado.

 

«Vamos, tú puedes»

 

Esta vez una cuarta capa mucho más gruesa, aunque le tomó demasiado tiempo, tanto que la Arcana había logrado deshacerse de la primera barrera con un poco de insistencia. Frunció el entrecejo, centrándose más. Esta vez no sólo imaginó el rayo creado a partir de ella, sino que utilizó el segundo elemento característico. La tierra, apenas rozándola comenzó a formar la quinta y última barrera. No tan gruesa como la anterior, pero con una característica única.

 

Una tras otra fue derribando sus barreras. Tenía puesta su última esperanza en aquella. Que en cuanto Sauda intentara echar abajo, en un principio se toparía con algo similar a las anteriores, pero en cuanto hiciera las primeras insistencias se descubriría la peculiaridad: la barrera adquiriría un brillo característico y tomando la forma de un enorme espejo que reflejaría a la Arcana, lo cual significaba que podría llegar a devolverle el ataque que ella misma enviaba.

 

No estaba segura de si realmente funcionaría, pero lo único que podía hacer por el momento era tratar de mantenerla lo más posible y prepararse por si fallaba para crear más muros.

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La Arcana había entrado en la mente de Mei. Al principio fue como dar un paseo, una ductilidad de su mente que le dejaba el camino abierto. El primer muro apareció y apenas se dio cuenta que lo había saltado tras detenerse un momento delante de ella. La mujer ya había dispuesto otra barrera. Sauda se sintió orgullosa al ver que le había hecho caso. O mejor dicho, al ver que había podido seguir su consejo y crear varias, dispuestas una tras otras, con la que frenarla.

 

Pero ella era la Arcana de la Oclumancia, era imposible que nadie pudiera impedir su avance, si así lo pretendía. Se sentía poderosa y mostraba a la señorita Black Delacour su poder para derrumbar los escudos que esgrimiera. Así, atravesó el segundo, mostrándose como una figura poderosa, de una niña traviesa que logra su fin. Se reía. La gran Oclumante se sentía feliz, como si fuera una diosa que puede destrozar a su enemigo sin apenas sentir ninguna oposición. Era una buena persona y, por ello, no hacía daño a Mei aunque sabía que ninguno de los que intentaran hacer lo mismo que ella sentirían piedad por la muchacha y atacarían hasta desquiciarla, volverla loca, incluso matarla si pudieran... A veces no sólo les movían conseguir recuerdos ajenos sino también martirizar y violentar hasta la muerte.

 

Tuvo un leve momento de desagrado. Ella era una mujer pacífica que no usaba su Habilidad para ese fin y esperaba que sus alumnos tampoco lo hicieran, aunque ella no podría evitarlo. Tenía que dejar a sus pupilos crecer y desarrollarse. Después, se repuso y atacó, derrumbando la tercera barrera.

 

<< Muy bien hecho>> le dijo, con un tono de satisfacción. Delante, un cuarto muro endeble que voló al ser soplado con su propio ímpetu. Ya estaba hecho, la mente de Mei era suya. Ojeó por encima y apenas vio nada porque un quinto muro se alzaba para bloquearla. Sauda se maravilló de la potencia de la joven guerrera. <<¿Un quinto escudo? ¡Excelente!>>

 

Lo atacó de pleno, algo cansada de tanta espera y sonrió de nuevo. Era una Arcana feliz...

 

Era una niña dolorida...

 

"Aailyah sollozaba en el suelo; era aún pequeña, jovenzuela, delgada y largirucha. Los niños del poblado se burlaban de ella y la llamaban zancuda, como las grandes aves de patas larguísimas del riachuelo cercano. Saka intentaba recoger el agua que se había escapado de un odre. Miró, enfadada, a uno de los niños, quien había sido el primero en empujarla, y deseó que se cayera al suelo. Uno de los árboles que estaba a su lado, vibró levemente y dejó caer sobre él los frutos de sus ramas. El muchacho, sorprendido, besó la tierra húmeda cubriéndose la cabeza con sus manos..."

 

La Arcana permaneció unos instantes con la mirada perdida. Después parpadeó un par de veces y contempló el rostro de Mei Black Delacour. Volvían a estar la una frente a la otra, en el interior de su vivienda. Le sonrío.

 

- Había olvidado aquello... Hace años que sucedió... Muchos años... Me siento sorprendida. Complacida. Orgullosa... Has demostrado valor y osadía. Y has tenido un premio. Pocos pueden decir que han visto dentro de mi cabeza... A veces nosotros mismos somos nuestra mayor debilidad... Me olvidé de ser humilde y me sentí poderosa; me bajaste a mi sitio... ¿Quieres pasar la prueba? Te creo preparada.

 

La Arcana alejó el cuerpo y se recostó en la silla, poniendo una mínima distancia entre las dos, para no presionarla.

 

- Creo que puedes pasarla, por eso te pido que me contestes de forma sincera. ¿Quieres estar mañana a las once de la mañana a orillas del gran lago que rodea la isla de la Pirámide? Estoy segura que podrá cruzar el Portal y ser una nueva Oclumante. Si quieres vincularte con el anillo de esta habilidad, nos vemos mañana allá. Ahora descansa. Ha sido un día agotador...

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  • 5 semanas más tarde...

Era increíble la facilidad con la que tiraba abajo sus propias defensas por más que se había esforzado en reforzar cada vez más la nueva barrera que creaba para evitar la entrada de Sauda en su mente. Los Arcanos eran, sin duda alguna, unos magos sumamente poderosos y nunca dejaba de asombrarse al descubrir el poder que cada uno de ellos poseía, a pesar de haber tratado apenas con tres de ellos.

 

Una, dos, tres y cuatro, todas y cada una de ellas cayó tan fácilmente como si se trataran de castillos de arena azotados por un mar embravecido y lleno de poder, de esos que nada los detenía. Titubeó un momento, y de no haberse tratado únicamente de una “lucha” mental, Mei habría retrocedido sin dudarlo. Pero aún tenía la última barrera frente a ella y la cual no parecía haber visto la Arcana. Su cuerpo real aspiró más aire de lo normal.

 

Fue entonces cuando se lanzó. Sintió el golpe, aquella sacudida mental que casi la desestabiliza, pero entonces chocó contra la barrera, pero esta vez la misma no se desmoronó, sino que resistió e incluso hizo rebotar la magia.

 

Cerró los ojos un momento y al siguiente, cuando volvió a abrirlos, vio que no se hallaba en la casa de Sauda, sino en un lugar exterior, y lejano, muy lejano. Allí, a su lado, una niña se hallaba en el piso mientras que otros niños se reían de forma burlesca de ella. La niña tenía aspecto triste, pero a la vez enfadado, y en cuanto le lanzó una mirada al niño autor del empujón, un fruto bastante grande cayó justo sobre su cabeza, haciendo que, además, se estrellara su rostro contra el suelo.

 

No creía que hubiese pasado siquiera un minuto, cuando notó que se hallaba nuevamente en la vivienda de Saka. Abrió grande los ojos, notando que aún tenía la taza de té en la mano. Sabía lo que había visto, lo cual la hacía sentir realmente sorprendida, pues no había esperado que aquel muro funcionara mejor de lo que había planeado incluso.

 

Salió de su ensimismamiento únicamente cuando la Arcana habló al fin.

 

Sonrió, aunque un poco avergonzada por las palabras que la anciana le dedicaba. Ciertamente se alegraba de obtener la aprobación de ella, pero a pesar de todo, no estaba acostumbrada a recibir cumplidos, eso por lo general la hacía sonrojarse aunque fuera un poco, y aquella ocasión no era la excepción.

 

Gracias, Sauda ― respondió al fin, sonriendo esta vez a forma de agradecimiento ―. Quiero dar la prueba, a pesar que siento que me falta por practicar un poco más, en realidad es algo mío y mi quisquillosa forma de perfeccionar las cosas. Pero si crees que estoy capacitada para darla, la daré. Confío en tu criterio, y esta vez confiaré un poco más en mí.

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  • 1 mes más tarde...

La prueba de su última pupila había concluido, dejando a Sauda con una sensación agridulce. Dulce por el hecho de ver cómo sus aprendices se vinculaban al anillo de oclumancia, cada uno a su ritmo y con una desenvoltura en aquel arte de lo más notable. Pero agria a la vez por verse ahora en la puerta de su hogar, sola, sin alumnos a los cuales atender.

 

Llevaban normalmente un ritmo tan frenético en aquel trabajo para el que se habían comprometido que se sorprendía de que hubiera etapas en las que no tuviera alumnos aspirantes a oclumantes. Posiblemente porque no le daban la importancia necesaria a aquella habilidad, aunque algún día comprenderían lo útil que podía resultar.

 

Con aquel sentimiento en su interior, entró en su casa y dejó que la magia que la hacía parecer joven desapareciera para mostrar su auténtica apariencia aprovechando que nadie la vería en aquel momento. A pesar de conservar su altura y su figura espigada, las arrugas surcaban el rostro de Saka y el resto de su cuerpo, aunque éste iba cubierto por una especie de túnica de varios colores vivos. Se sentó en un sillón y se recostó, adoptando una cómoda postura para pasar el resto del día allí, meditando. Un movimiento de su vara sirvió para que la tetera, que reposaba sobre la mesa, se elevara en el aire y viajara hasta el fuego de la chimenea, a poca distancia. Tras unos segundos, cuando empezó a silbar, la tetera regresó junto a Sauda y ella la tomó para servirse una taza. Luego volvió a ponerla en la mesa y ésta quedó inmóvil, desprovista ya de la magia que la había poseído un instante antes.

 

Sorbió de la taza y cerró los ojos, dejándose llevar por el placer del silencio de la estancia y el calor del té bajando por su garganta. Después de todo, un descanso tampoco le venía mal a una mente tan activa y trabajada como la suya.

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