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Oclumancia


Aailyah Sauda
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Sauda notó enseguida cómo Mía se hacía con el control de la situación. En circunstancias normales, redoblaría su fuerza para vencerla pero era un clase y, por tanto, aquel no era el objetivo. En su lugar, examinó la formación de la defensa y comenzó a retirarse en cuanto comprobó que estaba muy bien preparada. Sonrió ante las palabras de la Black Lestrange.

 

Uy, claro que está bien. Pensé que tenías calor —bromeó la arcana, encogiéndose de hombros—. Bien hecho. Respecto a lo que me decías antes... sí, por supuesto, que noten el engaño no es sencillo si la defensa está bien hecha, sin fisuras. O si alguien ya tiene conocimiento de este tema, anterior a la búsqueda, pues quizás pueda determinar la vericidad o falsedad de los datos que se den. Pero sí, a grosso modo... es muy complicado notar el engaño. Solo un legilimántico muy capaz, o una defensa muy pobre, podría dar pie a algo así.

Hizo una pausa, más bien para plantearse cómo continuar con todo aquello. Tras unos segundos, volvió a mirarla.

 

De acuerdo, continuemos un poco con la práctica. Aunque tu manejo de la Oclumancia es bastante bueno —le indicó—. Pero no te confíes, Mía. Hay tantos poderes como personas en el mundo. Cada cual tiene el suyo, con sus debilidades y fortalezas. Eso significa que cualquiera, incluso quien menos te esperes, puede darte un susto por muy preparada que te sientas. La Oclumancia es una magia poderosa, sí, pero está tan viva como las personas que la dominan. Y eso significa que no es infalible, porque ninguno lo somos. ¿Me explico? Me gusta que estéis preparados para cualquier cosa... ven, acompáñame hacia ese árbol. El de la ardilla.

 

No tuvieron que caminar mucho para alcanzar el lugar señalado. En él, una ardila jugueteaba con una bellota girándola en sus manitas. Sauda la observó durante un momento y luego cambió la dirección de su mirada para fijarse en Mía.

 

La nueva práctica será parecida a la anterior... pero le subiremos la intensidad. Intentaré obligarte a realcionar una acción y tú debes evitarlo, ¿de acuerdo? No te hablé de la única norma que rige esta clase. Está prohibido atentar contra cualquier tipo de vida en mi presencia. Tenlo muy presente. Y ahora concéntrate... vamos allá.

 

Esta vez no fue tan suave a la hora de entrar en la mente de la Black Lestrange, sino que emuló la intensidad de alguien que penetra una mente ajena con ánimos de hacer daño, aunque no fue excesivamente brusca para evitar molestias en la mujer. Anuló su conciencia y comenzó a manipularla para que quitara la vida a esa ardilla y consiguiera esa bellota. ¿Podría resistir? Sauda estaba dispuesta a llegar hasta el final por comprobarlo, confiando en que no ocurriría ninguna desgracia. Y estaba preparada para intervenir si la Black Lestrange no podía resistir su ataque.

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  • 2 semanas más tarde...

La clase continuaba su curso, así que regalándole una sonrisa a la arcana aceptó sus palabras porque eran sabías y tenían mucha razón en todo lo que le decían y aunque la practica que estaba haciendo, no era la que más le gustaba sabía que debía continuar con ella para comprobar que era digna de vincularse completamente con la habilidad. Por lo que, escuchando la siguiente indicación, emprendió el camino hasta un pequeño árbol en donde una ardilla se encontraba comiendo una pequeña bellota.

 

No entendía la finalidad de la instructora, pero asintió en cuanto le dijo que harían una práctica más. Así que preparándose mentalmente para sentir como su influencia entraba en su mente, negó con lentitud, no se lo pondría nada fácil. En el instante, en que el poder de la bruja ingresó de manera aplastante a su mente, soltó un suspiró… comprobando que en esos segundos, sentía un deseo casi inhumano por asesinar a la pequeña criatura. Sin embargo, no sería tan sencillo… o no, porque sabía lidiar más que bien con aquellos instintos asesinos.

 

Eran parte de su día a día, en especial desde que Rusalka había dominado por completo su alma. Así que respirando profundamente, cerró unos segundos los ojos y se concentró en su alrededor, llegando de esa manera a su interior, sitio en el que comenzó a separar sus deseos a los de Sauda. Quería conseguir la bellota, ese era el deseo original y el que tendría que alcanzar y existían ciertas maneras de conseguirlo sin matar a la pequeña ardilla gris con café.

 

—Hola pequeña… —soltó acercándose lentamente, mientras la observaba sentía como mentalmente continuaba siendo influenciada o intentando hacerlo.

 

Sus barreras eran fuertes, porque no había flaqueado en esos momentos. Concentrada en eso, se acercó hasta la criaturas y sacando su varita mágica usó un sencillo <Imperius> esto apuntando a la criatura, consiguiendo de esa manera que esta se acercara lentamente hasta ella y le entregará la bellota. Había alcanzado su fin, sin dañar a la pequeña pero revelando al parecer el dominio de magia poderosa que solo ciertos grupos dominaban.

 

Sin inmutarse por ello, se acercó de regreso a la arcana y le mostró su reciente adquisición.

 

—Lo conseguí y no iba a matar a la ardilla… el deseo de matar a alguien, es solamente eso deseo, pero hacerlo implica una decisión personal. —soltó con tranquilidad.

 

Quería dejar en claro, que podía tener deseos pero iba a depender de su parte racional el realizar o no determinadas acciones, usando de esa manera la oclumancia como una defensa y apoyo para mantenerse siempre lo más neutral y lógica que fuese posible. No iba a permitir que nadie dominará su mente y eso era algo por lo cual, había estado practicando la habilidad desde hacía algunos años, y con el tiempo, poco a poco se había vuelto mucho más sencillo usarla.

 

—¿Faltará mucho para mi prueba arcana? —se atrevió a preguntar con curiosidad, porque no sabía qué más tenía preparado para ella.

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  • 2 semanas más tarde...

La experiencia en la anterior prueba que le había puesto Sauda, había sido una experiencia nueva y diferente que no se hubiese imaginado tener en la enseñanza de la habilidad. Sin embargo, sabía que era situación que podría presentarse en su vida cotidiana como Directora de Gringotts, tenía que cuidar su mente y más porque había ciertos diplomáticos de diversos países y de la Banca Mundial, que querían manipular sus decisiones o leerlas, con la intención de obtener alguna ventaja para sí mismos o para sus gobiernos. Pero ella sin saberlo, desde hacía algunos años había tenido la habilidad de usar la oclumancia sin estar totalmente consciente.

 

Con una sonrisa en los labios, observó a la arcana y a la ardilla, ¿podría intentar manipular la mente de la ardilla? Podría, pero no era legilimancia, así que sería mejor continuar manteniendo la defensa de su mente, siendo capaz de tomar sus propias decisiones. Eso era lo único que importaba en ese momento, que su mente no fuese influenciada por la mujer que fungía como su mentora, porque en caso de bajar la guardia, podía sentir como el deseo de matar a esa pequeña e insignificante criatura sería suyo y no solamente algo que estaba viendo como desde otra perspectiva.

 

—¿Es posible sentir cómo alguien intenta hacerte hacer algo en contra de tu voluntad? —preguntó con sincera curiosidad.

 

Su pregunta tenía fundamento, en que podía sentir como la magia de Sauda, intentaba llegar hasta ella, pero sus barreras continuaban arriba así que sentía de esa manera cómo una barrera protegía su mente, pero la arcana continuaba buscando un pequeño atisbo de duda o de bajada de concentración para conseguir ingresar. No iba a matar, porque si bien antes lo había hecho, esto siempre había sido su decisión, y cuando no lo fuese no lo haría era algo que tenía totalmente claro en su interior.

 

—Las decisión de que hacer o no, es personal. —añadió, acercándose a la ardilla y mirando como esta continuaba con ganas de comer la bellota que continuaba entre sus manos.

 

Podría regresársela y hacer de ese modo que desayunara, pero no lo haría al menos de momento. Primero quería saber cuál sería el siguiente movimiento o rumbo de su clase, antes de siquiera enfrascarse mentalmente en alguna cuestión que la distraería. Que no estaba siendo difícil mantenerse serena y en control de sus emociones y mente, algo que le sorprendió, porque le dejaba en claro que la habilidad estaba siendo dominada por ella.

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La defensa de Mía en aquella nueva actividad fue muy buena, haciendo que Sauda se sintiera satisfecha. Pero, en algún punto que no supo determinar, la Black Lestrange consiguió zafarse del ataque y, de forma plenamente consciente, utilizó una magia negra poderosa y prohibida para arrebatarle la bellota a la ardilla. La anciana apretó los labios con tanta fuerza que estos formaron una línea en su oscuro rostro. Tenía la mirada fija en la ardilla quien, obediente, entregó su preciada bellota. Con gesto vencido, la arcana cerró los ojos pensando en las múltiples veces que había visto a magos oscuros utilizando aquel tipo de magia. Ella se sentía incapaz de poder ni siquiera hablar de algo así.

 

No supo cuánto tiempo estuvo absorta en aquellos pensamientos pero le pareció recordar que Mía le había hablado, preguntando por su prueba. Ahora le preguntaba algo, y abrió los ojos de golpe para mirarla fijamente.

 

Sí, es posible si el atacante no es cuidadoso con lo que toca. O si te quiere obligar a hacer algo incoherente con tu propia forma de ser —deslizó la mirada hacia la bellota, que tenía Mía en sus manos—. A mí no me convencerían jamás de quitarle algo a alguien, por ejemplo.

 

Suspiró con pesar. No podía culparla. Cada uno tenía su propia forma de ser y ella no era quién para juzgar a la Black Lestrange, ni a nadie más.

 

Mañana por la mañana deberás presentarte en el lago de la Universidad, el que rodea la isla donde está el Portal. Allí deberás recorrer el camino hacia el interior de la pirámide, como ya has hecho en otras ocasiones, y dentro me encontrarás. Descansa por hoy, y prepárate. Ya sabes que las pruebas nunca son fáciles. Hasta mañana, Mía.

 

Realizó una reverencia en su dirección y le sonrió.

 

Y devuélvele la bellota a nuestra pequeña amiga, por favor. Nosotras no la necesitamos para nada.

 

Y se giró para terminar de preparar su viaje. Japón la esperaba, en cuanto acabara con la prueba de aquella última alumna.

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¿Arcana? —largó un sonido ronco, cansado.

 

Acababa de llegar a ese rincón de Japón a través de un portal. No obstante, no era su primer intento, llevaba varios ya fallidos. Primero porque se obligó a usar un traslador en el primer viaje, uno que le hizo aterrizar en las ruinas en medio de un desierto. Lo segundo parecían pruebas de un experimento no planeado, apariciones, todas un fiasco. Incluso, sufrió la despartición en muchas. Para cuando pudo usar, por fin, el Haz de la Noche -y digo "pudo" porque se trataba de un permiso, que de haber sido por ella lo hubiese usado desde un principio- ya tenía la piel cuarteada de tantas heridas, curadas, pero que aún dolían.

 

Aplicó el penúltimo Episkey en el brazo izquierdo y en el abdomen. Tendría que ocuparse de reparar las rasgaduras del vestido también, y de la capa de viaje negra que había tirado apenas pisó suelo seguro. Le fastidiaba haberse mostrado tan vulnerable en una situación de esas, y le molestaba más aún el que su voz le haya traicionado al llamar a la que sería su maestra entonces. No habría podido evitarlo, eso está claro, y por eso estaba allí, para aprender de una habilidad que le sería útil en una batalla interna.

 

Repasó los hechos. Hacía varias semanas que tenía visiones que no debería tener, eran ajenas incluso a su propia historia. Recuerdos que se mezclaban con los suyos, descontrolando incluso sus impulsos. Lo que nos lleva a las emociones que tampoco debería tener. O, más bien, emociones que dejaba salir cada vez con más fuerza y que desencadenaba los efectos primeros. Todo eso, que tenía graves repercusiones en sus impulsos, en su mente. Ah... la mente atormentada de un demonio.

 

¿Arcana? —llamó una vez más— Agradecería un poco de agua. —añadió cuando escuchó unos pasos.

 

Candela se preguntaba si no habría llegado demasiado pronto, pues sabía que la mudanza de los Arcanos había sido reciente. Pero entonces, ¿a quién había escuchado? Respiró hondo, temía estar perdiendo la cordura más de la cuenta. Últimamente parecía estar luchando constantemente con un ente que no existía.

 

Levantó del piso la capa y se la colocó encima para cubrir las cicatrices que le marcaban la pálida piel, unió con magia los retazos del vestido roto a la altura del estómago y se dejó caer en el suelo. Se sentó en posición de loto, cruzando los pies descalzos, con la falda cubriéndola por completo.

Editado por Candela Triviani

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~ Mosquito ~          Ianello 

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  • 2 semanas más tarde...

Aquella voz infundida en curiosidad interrumpió la serenidad en la que Aailyah se había sumergido gracias al imprescindible arte milenario de la meditación, en la que era versada dados sus conocimientos arcanos. Hasta aquel instante había permanecido con los ojos cerrados, la mente en blanco, la respiración casi cronometrada y la yema de sus dedos acariciando los fríos zafiros que conformaban la pulsera mágica que llevaba como un legado familiar y un recuerdo que la ataba perpetuamente a sus raíces africanas. Su alzamiento como Arcana de la Oclumancia tras superar la Prueba de la Tabla Esmeralda había significado un obligado distanciamiento de sus orígenes, avocada exclusivamente a transmitir sus conocimientos en el claustro.

 

Apoyó sus manos sobre la alfombra de tejido indio, donde florecían en todo su esplendor colores cálidos que se cruzaban en anchas franjas, y dejó atrás su posición de loto. Antes de salir de la habitación se dedicó unos segundos a contemplar su imponente reflejo en un espejo que colgaba de la pared, sostenido en un irregular marco de madera elaborado por la improvisación maestra de los dedicados artesanos pueblerinos que había conocido en su paso por el mundo. Recorrió el contorno de su delgado rostro de un semblante que aparentaba severo, el brillo natural de su piel oscura y finalizó el trayecto de su mirada en el pañuelo de color verde lima que se cruzaba incontables veces en su cabeza formando un turbante. Sus facciones no delataban su verdadera edad, siendo esto parte de los efectos del anillo arcano que portaba en su dedo anular derecho.

 

Abandonó la habitación y entró en una sala que denotaba la austeridad que ella llevaba como estilo de vida, pues era lo único que había conocido y conformaba parte de su esencia como Arcana. Había rechazado, siempre con una apacible sonrisa y palabras humildes, todos los intentos de las autoridades de Mahoutokoro de que aceptara mover sus pertenencias a un recinto más lujoso y digno de una “eminencia como ella”. Sauda consideraba que el lujo era vulgaridad, estando su comodidad y su sentido de pertenencia ligados al uso de bienes materiales a medida de sus necesidades básicas. Solo había requerido, casi sintiendo vergüenza, una residencia alejada del resto de los espacios comunes de la escuela mágica para evitar las molestias naturales de un alumnado tan joven. El antiguo mobiliario de madera de pino, la austera cocina incorporada al salón cuyo aspecto impoluto denotaba lo reciente de la mudanza y la decoración sostenida únicamente en la colocación de diversas plantas eran una expresión irreprochable del modo de vida que se había impuesto.

 

Fue en ese momento que notó la silueta de una mujer a la que reconoció, con el simple uso de su innata intuición, como Candela Triviani. No escapó a su percepción el aspecto casi enfermo de la mujer que le había rogado un poco de agua. <Aparición> razonó la arcana en su impenetrable fuero interno, mientras le respondía al encuentro con un amable gesto de bienvenida al inclinar la cabeza. Sauda tenía enormes expectativas con aquella bruja, que había atravesado las pruebas de las Puertas con anterioridad, según le habían informado sus colegas en una de sus charlas previas al recibimiento de nuevos alumnos. Le llamaba poderosamente la atención que la Triviani no hubiese aprendido primero la poderosa habilidad de la Legilimancia, ya que era natural en los de su clase que el interés por la Oclumancia despertase al aprender los alcances de la magia que contrarrestaba.

 

Tomó un cuenco de arcilla y lo sumergió en una fuente adherida a la pared, que a vista de cualquier mago podía ser confundido con un pensadero pero que estaba muy lejos de ello. La cristalina pureza del agua de su interior poseía propiedades mágicas, originadas en ocultos manantiales de la China más profunda, que permitían equilibrar el líquido en el organismo con apenas unos pocos sorbos, acabando con cualquier rastro de sed o deshidratación. Lo cargó con ambas manos hasta entregárselo a Candela, quién había adoptado una posición de loto muy similar a la suya. Sin dudas, aquella pupila sabía a quién se dirigía y cuál era la habilidad que tenía por objetivo aprender durante aquella “clase”; sonrió ante tan agradable hecho.

 

-- Beba tranquila, señorita Triviani, que nos espera una actividad extenuante para la mente ¡Ah, la mente! Es lo primero que estudiaremos, porque es en vano intentar proteger algo de lo que en realidad conocemos poco y nada. Cuando esté lista…- la invitó a levantarse con un gesto dinámico de su mano, arrastrándola en el aire hacia una de las paredes de la sala.

 

Aquel reducido espacio al que señalaba la Arcana lucía disonante con el resto de los muros del lugar, cubiertos todos por lustrosas placas de madera que pertenecían a la elegante estructura original de Mahoutokoro; otrora esa sala había sido una pequeña biblioteca repleta de bibliografía europea. La renegrida y porosa piedra volcánica sobre la que se alzaban los cimientos de la escuela mágica llegaba hasta el techo, formando una pared que interrumpía forzosamente la armonía de la decoración interior, de exquisito estilo japonés. Sauda alzó su mano con firmeza en el aire y bastó un instante para que su vara de cristal rojiza se materializara entre sus delgados dedos. Golpeó dos veces el suelo con la base de aquel imponente arma mágica y la atmósfera serena se interrumpió abruptamente. Las tablas de madera que conformaban el piso comenzaron a vibrar a medida que el muro de piedra descendía con lentitud, expulsando a su paso una lluvia de polvo a ambos lados de su grisáceo cuerpo. El estruendo chirreó en los oídos de ambas mujeres, que solo encontraron alivio una vez el rocoso pasillo que escondía aquella puerta secreta se dejó ver bañado por la tenue luz de la residencia de Aailyah.

 

-- Haremos un descenso hasta unas cuevas subterráneas y descubriremos como está conformada nuestra mente, para incorporar a nuestros conocimientos qué es lo que un mago oscuro puede obtener si usa Legilimancia sobre nosotros.

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Se permitió espiarla mientras bebía del cuenco, al tiempo que disfrutaba de lo refrescante que le resultaba al cuerpo el agua que le ofreció la Arcana. Lamentaba no haberse presentado la primera vez que solicitó ser su aprendiz, hace ya varios meses, pensaba que quizás no tendría que estar sufriendo las alteraciones en su conciencia -o en su memoria- de haber ido con ella, con anterioridad. Tragó un par de veces más y se secó con los bordes de la capa oscura. Al ponerse de pie, dejó el cuenco de arcilla en su lugar.

 

La Triviani creía que Sauda se equivocaba. Quizás no conocía su propia mente, pero había algo dentro de ella que parecía conocerlo a la perfección y lo utilizaba en su contra. Quizás, pensaba, para poder conocerse, debía aceptarse y aceptar todo lo que llevaba negando y evitando desde hacía muchos años. Al sólo pensamiento, cambió su postura, inquieta, mientras seguía en silencio a su maestra y, posteriormente, contemplaba la transformación de la pared dejando ver el oscuro pasillo.

 

- Digamos que nuestro enemigo, ¿está bien usar esa palabra?, es uno mismo. Quiero decir... -miró por el pasillo con desconfianza- Que no se trata de una amenaza externa, sino interna. ¿Es posible...? -dudó y negó ligeramente. Al fin y al cabo, ¿qué importaba si otro Arcano creía que estaba demente?- ¿Es posible protegerse de uno mismo?

 

No sabía si era correcto adelantarse a Sauda o esperar su guía, por lo que prefirió hacer lo segundo.

 

- La sigo, Arcana. Temo que, aunque me jacto de saberlo todo de esta vida, y de las anteriores, aún me causa repelús cuando se trata de la mente. Ya me he perdido muchas veces, una más disolvería la poca cordura que me queda.

 

Sabía que los arcanos se caracterizaban por su discreción. Era lo que más apreciaba de ellos. Le había tocado vivirlo con Baléyr, quién sabía perfectamente lo que había supuesto la prueba para obtener la habilidad de Nigromancia para la Triviani y, aún así, no mencionó ni una sola palabra cuando ésta salió de la pirámide. La gitana sospechaba que, aunque hubiese sido testigo de todo, prefería callar pues habían temas que era preferible no tocar.

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~ Mosquito ~          Ianello 

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-- Parece una contradicción lo que voy a decirle pero al mismo tiempo que nuestra mente es infinita, ésta puede limitarnos.- respondió sin perder de vista sus ojos, tratando de entablar una relación de confianza.- Le advierto, señorita Triviani, que sin embargo no hay que descartar que una persona o un ser encuentre regocijo en jugar con su mente y usted lo interprete como una voz interna.

 

Ante la respuesta afirmativa de su alumna, Sauda se permitió a si misma devolverle una sonrisa. Le gustaba de vez en cuando romper con el manto de solemnidad con la que el resto de los arcanos impartían sus clases; al fin y al cabo, el completo manejo de la Oclumancia y tener en su dedo anular el anillo arcano no la suponía superior a quienes llegaban a instruirse en las habilidad mágicas más destacadas. Inclinó ligeramente su cabeza y tomó la delantera en el trayecto hacia el oscuro pasillo a sabiendas de que Candela la seguiría de cerca.

 

Cuando la oscura sombra que cubría en el lugar las abrazó por completo, la vara de la Arcana se iluminó con un invasivo color rojizo que emanaba su opaco cristal. A medida que ambas atravesaban el lugar, el espacio entre las paredes que las encerraban comenzaba a estrecharse. El único sonido que se atrevía a interrumpir el silencio reinante en aquel espacio era el de un repetitivo goteo cuyo eco se replicaba con fuerza. Lejos de ser uniforme, el irregular suelo sobre el que caminaban alteraba su relieve a cada paso y en su extensión se encontraban variedad de piedras, bordes de amenazante filo y gruesas estalagmitas. La misma Sauda, que solo había explorado aquel camino contadas veces, temió tropezar en varias oportunidades.

 

Luego de unos minutos, cuando ya todo se había sumido en un incómodo silencio, comenzó a divisarse a lo lejos una luz; eran varias luces. Bastó caminar unos pasos más para que la Arcana y su alumna se encontrasen con una cámara de altas paredes de piedra que superaba con creces el espacio del pasillo que acababan de abandonar. Era un lugar amplio e iluminado por antorchas ubicadas estratégicamente para que la luz de la perpetua llama alcanzara cada mínimo rincón. Tanto la llanura del suelo y los muros como la presencia de macetas con coloridas flores hacían fácil percibir que en aquel recinto, a diferencia del túnel que lo precedía, la mano del hombre había hecho su trabajo. Pese a ser de difícil acceso, el lugar infundía una sensación amena y de pulcritud.

 

-- Tranquila, no te haré regar las plantas. - se permitió bromear, acercándose a una de las paredes laterales en cuyas esquinas se ubicaban las macetas. - Aunque es remarcable como flores silvestres traídas del otro lado del mundo sobreviven sin ver la luz del sol. Aquí nos trae otra cuestión…

 

Aailyah señaló con sus delgados un punto, consciente de la sorpresa de su alumna pues había que tener el ojo muy entrenado – o estar advertido – para notar el pequeño detalle que delante de ellas se alzaba. Un arco de piedra se fundía casi imperceptible con la negra roca de la pared, aunque el espacio que encerraba no presentaba ninguna puerta o abertura. Alguien avezado en historia del arte describiría aquello como de estilo medieval teniendo en cuenta la patente reminiscencia a las amplias entradas de los castillos de Medioevo. Sin embargo, era tal vez lo que más llamaba la atención la escritura en japonés antiguo tallada cuidadosamente en la piedra y que acompañaba la pronunciada curva del arco. Sauda decidió guardar la explicación para el final.

 

El sonido de su estilizada vara al golpear dos veces el suelo volvió a resonar en los oídos de la Triviani. Una diminuta esfera de blanca y pura luz se desprendió de la curvada punta del artefacto mágico y levitó hasta tocar el centro exacto del arco. La forma esférica de aquella invocación se perdió al extenderse y formar sobre la piedra un portal que lucía el mismo brillo blancuzco; había algo en él en demasía hipnotizante, como si implícitamente te llamase a cruzarlo. Cuando la blanca luz se reflejó en su amarronada piel, Sauda retrocedió un paso y realizó con marcado gesto con su mano libre para convencer a Candela de sumarse a su lado.

 

-- Esta no es la prueba. - advirtió, consciente del parecido con el desafío que los alumnos debían enfrentar para ganarse el anillo de habilidad.- No existe peligro alguno. Nos adentraremos a descubrir cómo funciona la mente y como un legilimente puede trabajar con ella para hacernos daño. No podemos proteger lo que no conocemos, es una premisa. Espera.

 

Aailyah encerró su palma en sus estilizados dedos, mantuvo su puño cerrado por unos momentos y luego volvió a estirarlos. El uso de la magia había sido imperceptible, pero las pruebas de su uso eran irreprochables: allí, en su mano, se había materializado un pequeño anillo de un material cristalino que permitía gran transparencia. Alguien con experiencia en las pruebas Arcanas, como era Candela Triviani, lo reconocería al instante: aquel era el anillo de los aspirantes, objeto que se entregaba en la instancia final de la instrucción en habilidades mágicas. Se lo extendió a su alumna con un gesto amable, invitándola a tomarlo.

 

-- No se permite, pero contigo haré una excepción. Vamos. - le indicó, retomando su corta caminata hacia el portal.

 

El tenue calor que emanaban las llamas de las antorchas se esfumó al segundo que sus cuerpos se vieron envueltos por un halo de blanca luz tan intenso que obligó a ambas a cerrar los ojos para proteger la salud de sus corneas. Fueron tres segundos los que bastaron para que todo pareciera acomodarse a su alrededor; para que el cegador resplandor apaciguara su rabia y dejara de amenazar su visión. Las dos mujeres abrieron sus ojos casi al unísono, observando el espectacular recinto que tenían en frente: tanto el suelo, como los muros y el techo estaban conformados por placas completamente blancas que simulaban extenderse hasta el infinito, infundiendo en el lugar una sensación de pureza y de simultaneo vacío.

 

Solo un detalle contrastaba con la armoniosa uniformidad del lugar: a unos pasos de donde Sauda había aparecido, elevado unos metros sobre el suelo, se encontraba un cerebro de proporciones bestiales, que superaba exponencialmente el tamaño de uno real. El rojizo órgano flotaba allí, inerte, recorrido por pequeños rayos de luz que se encontraban una y otra vez emitiendo reducidos chispazos. Aquel cerebro parecía tener vida, contoneándose de una forma casi imperceptible. Cada tanto, pequeñas gotas de sangre caían al suelo, desintegrándose y dejando a su paso pequeños rastros de humo.

 

-- Dime ¿Qué partes de la mente conoces?¿Cuales son las puertas de entrada de un intruso a tu cabeza?

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  • 1 mes más tarde...

Alessandra estaba acostada en su cama cuando una lechuza de la universidad llegó a su ventana, como un rayo se lanzó a donde la esperaba la criatura apoyada que apenas la vio soltó la carta y salio volando.

 

Al fin su aceptación a Oclumancia, era una habilidad que dudaba mucho en estudiarla, había mandado su solicitud muchas veces para cancelarlo a las horas pero ahora estaba a decidida a hacerla y si es posible aprobarla en poco tiempo. Le había costado mucho lograr crear pequeños laberintos en su mente para despistar a su esposa. La práctica le había dejado agotada que dormía durante al menos día y medio para recuperarse pero ahora que estudiaria con la Arcana Sauda esperaba poder mejorar y asi proteger mejor su mente.

 

Alessandra corrió a su ropero y se vistió con unos pantalones sueltos color beige y una camisa color crema para dejar todos sus anillos de libros y otras habilidades siendo que dudaba usar, una vez con su varita en mano desapareció donde la carta de la universidad le había indicado.

 

Cuando sus pies tocaron el suelo, la Delacour infló sus pulmones de aire, tenia entendido que Sauda no iba a las aulas dadas por la Universidad sino a otro lugar con mucha vegetación y árboles por lo que al llegar ahí comenzó a buscar a la Arcana.

 

-Hola, Arcana Sauda?- llamó esperando estar en el lugar correcto.

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  • 1 mes más tarde...

El viento acariciaba su piel morena con una delicadeza que solo la naturaleza podía imprimir a su paso. Sus parpados permanecían cerrados para facilitar su conexión mental y espiritual con todo aquello que la rodeaba. El silencio solo combatido por el dulce cantar de las aves, el césped meciéndose de un lado al otro y la soledad en el claro de aquel reducido le permitía mantener su mente en blanco. Sauda se había desprendido de todas sus dudas, sus preocupaciones y sus más arraigados pensamientos para vaciar momentáneamente su cabeza y fortalecer las defensas que resguardaban los secretos que no deseaba que saliesen a la luz.

 

El cuerpo de Sauda había adoptado una armónica posición de loto. En aquella jornada de reflexión y meditación, la arcana había seleccionado de su amplia y variada colección un gorro de tonalidades anaranjadas dentro del cual ocultaba su cabello. Su delgadez era ocultada por un largo vestido que complementaba con su vívido color haciendo gala de la tela kanga, que se extendía hasta el suelo sin ceñirse en ningún momento a su figura. Las mangas cubrían sus alargados brazos para protegerla del frío invernal que en aquel momento cubría los terrenos de Mahoutokoro, donde ahora moraban los Arcanos. Iba, como siempre desde sus orígenes, completamente descalza para que su conexión con la tierra no se viese interrumpida.

 

La espera por su siguiente pupila, por más que se hubiese alargado en el tiempo, no le generaba algo similar a la impaciencia ni nada parecido. Ella permanecía inmutable, como si el hambre y la sed que incipientes comenzaban a llamarla no la afectasen en absoluto. La filosofía de Sauda en cuanto al tiempo y su uso era laxa, para beneficio de quienes querían recibir de ella todo el conocimiento de la Oclumancia. Todo sucedería cuando tenía que suceder. La meditación le permitía sobrellevar con gloriosa tranquilidad el paso de largos periodos de tiempo sin que su organismo sintiese las consecuencias de ello. La fuerza magna de la naturaleza le proveía todo lo que necesitaba para mantener su estado de equilibrio espiritual.

 

La llegada de Isabelle, cuyo nombre le habían sido informado días atrás desde la Dirección, fue advertida en un instante por su excelsa habilidad mental. Fue entonces, cuando la ventisca trajo consigo el casi imperceptible sonido de sus pasos sobre el césped, que los oscuros ojos de la Arcana se dejaron ver. Apoyó su mano izquierda, donde onyx de su anillo de la Oclumancia centelleaba, en el suelo y con un impulso se incorporó. Estilizó su postura y caminó unos pocos pasos por aquel claro en busca de la joven. Cuando sus destinos se encontraron separados apenas por unos metros, Aailyah contempló unos momentos a Isabelle antes de romper con el incómodo silencio que situaciones como esas generaban naturalmente. Su manera simple de vestir agradó a una Sauda que gustaba de prescindir de lo material y el innecesario lujo.

 

- Buena jornada, pupila.- la saludó con la solemnidad que el encuentro merecía.- Mi nombre es Aailyah Sauda y soy la Arcana de la Oclumancia dentro de esta institución. Antes de comenzar con las prácticas para que de sus primeros pasos y luego gane confianza, tengo dos preguntas para usted: ¿Por qué elegir esta habilidad? ¿Qué es la mente?

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