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Oclumancia


Aailyah Sauda
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Tauro no era una experta leyendo los rostros de las personas, pero algo le decía que su débil intento de que la Arcana no sospechara acerca de la estrella relación que tenían las dos brujas, no había sido del todo exitosa. Sin embargo algo en la mirada de Sauda le transmitía paz, haciéndola creer que podía confiar en ella, que sus pensamientos estaban a salvo con la anciana y de creerlo pronto estaría abriendo su mente a una completa desconocida, simplemente porque sentía que estaba bien hacerlo. La otra bruja que la acompañaba, Sagitas, no las acompañó demasiado, pues de un momento a otro despareció junto con la Arcana en un abrir y cerrar de ojos a saber quién sabe donde. Tauro aprovechó ese breve instante para hablarle a Leah.

 

— Siento que ella lo sabe —pero no pudo decir nada más pues la Arcana ya estaba de regreso.

 

— Nos conocemos por haber sido compañeras de estudio en otras clases y una que otra vez hemos coincidido en el Ministerio —respondió rápidamente tratando de desviar la atención. ¿Qué tan peligroso podría ser que ella supiera la verdad? Lo único que sabía era que tener a alguien constantemente metido en la cabeza no era muy bonito y demasiado invasivo, de allí que decidiera aprender la habilidad, no quería a nadie tratando de hurgar su mente, descubriendo secretos que podrían ser peligrosos si llegaban a salir a la luz.

 

— Es... un desafío, como usted misma señala estamos acostumbradas a emplear nuestras varitas en absolutamente todo, nacimos dependiente de ellas —nuevamente Tauro fue la primera en hablar debido al nerviosismo y sólo de ese modo podía lograr que este se disipar —Eso que pasó hace un momento, antes de llegar aquí me refiero, ¿fue usted, no es cierto? Si existen más como usted, con ese poder que hace que las personas sean capaces de meterse en la mente de alguien más haciendo que dude de sí mismo, yo quiero evitarlo y para eso necesitaría adquirir la habilidad de la Oclumancia.

 

»Esta es mi segunda habilidad y la razón por la cual elegí esta por encima de las otras, es porque sencillamente no despiertan tanto el interés en mí como esta. La Oclumancia para mí es un reto, sé que son contados los magos o brujas poseedores de tan magnífica habilidad y yo quiero ser una de ellas.

 

Los ojos le brillaban a Tauro de la emoción, que nunca había tenido problemas para expresar abiertamente lo sedienta que estaba de conocimiento y poder pero a un nivel distinto. Sonrió al imaginar lo fuerte que saldría de allí si lograba pasar las pruebas de la Arcana, si lograba demostrarle que ella era merecedora de semejante poder.

 

— Pienso que tengo lo necesario y si no, me obligaré a tenerlo —dijo con determinación.

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No se atrevió a asentir, puesto que si lo hacía cabía la posibilidad de que Sauda llegara a notar que no sólo estaban compartiendo secretos, sino que el tema trataba específicamente de ella. Pero sí, ella también estaba segura de que la Arcana sabía que ocultaban algo sin necesidad de leer sus mentes. Tragó saliva al escuchar la respuesta inmediata de Tau y su cerebro empezó a maquinar, buscando las múltiples ocasiones en que se habían encontrado mucho antes de empezar a salir y, por mucho, ser prometidas. Halló la respuesta justa cuando Tau acabó de hablar, por lo que trató de mantener toda la calma posible cuando se dirigió a la mujer.

 

—Fue mi profesora de Pociones en mis tiempos de Academia Mágica —agregó, con una pequeña sonrisa—. Además, ambas fuimos Jefas de Casa de los Dragones de Lancashire, compartimos estas pequeñas cosas en común.

 

Entre otras tantas.

 

—Soy extremadamente dependiente de mi varita —admitió de inmediato, sintiendo cómo el arma vibraba ligeramente dentro de los pliegues de su túnica como un reclamo—. Pero estoy dispuesta a dejarla a un lado para aprender a no serlo. Será difícil y sé que estaré tentada a tomarla en cualquier momento, como lo estuve antes con las ganas irremediables de matar al pájaro, pero podré enfrentarlo. Quiero enfrentarlo. No me molesta que haya entrado en mi cabeza, es parte de mi enseñanza, pero deseo evitar que usted y cualquier pueda hacerlo en un futuro. Y para que eso pase, necesito de sus conocimientos, Arcana Sauda.

 

»He elegido esta habilidad porque me parece que es la más... personal. Soy muy reservada conmigo y con los míos, quisiera que se mantuviera así. Por eso la Oclumancia llamó mi atención, porque más que una habilidad que pueda exteriorizar es algo que puedo presumir en mi mente, usar con mi mente y mejorar sólo con mi mente, con práctica y dedicación. Me permite privacidad, ayudará a que pueda controlar mejor mis ideas e incluso podrá hacerme centrar, cualidad que pierdo con tantas cosas que tengo en la cabeza.

 

Esbozó una ligera sonrisa, tentada a decirle a la mujer que la persona que tenía al lado era su vida y que la amaba más que a nada para demostrarle confianza. Pero se limitó a inclinar la cabeza ante ella.

 

—Confío en usted para que sea mi maestra.

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  • 3 semanas más tarde...

Conforme pasaban los segundos, Sauda iba teniendo más y más claro que aquella clase sería diferente a las demás. Normalmente los pupilos que aspiraban a adquirir un anillo de habilidad, fuera cual fuese, lo hacían en solitario, cada cual movido por sus propios intereses. Pero ahora en aquella clase cambiaría la cosa, pues aquella joven pareja cursarían su clase cada cual por su motivo... pero juntas, al fin y al cabo. Estaba segura de que ninguna de las dos había pensado en lo que aquello podría suponer para un arcano. Afortunadamente, el temperamento de Sauda era bondadoso. Así que no deberían temer... demasiado.

 

Tauro fue la primera en tomar la palabra para explicar porqué se conocían. Pacientemente, Saka fue asintiendo con la cabeza conforme la peliazul hablaba e incluso se permitió el dirigirle un par de sonrisas suaves de vez en cuando. En un momento concreto, cuando le preguntó si había más personas con la habilidad de meterse en las mentes ajenas, Sauda asintió. Por supuesto que los había, más de los que podían imaginar. Por eso no entendía porqué la comunidad mágica no apreciaba como debía el arte de la Oclumancia. La siguió Leah, explicando algunos motivos más de porqué se conocían y revelando luego los motivos que la habían llevado hasta aquel bosque.

 

Cuando ambas mujeres terminaron de hablar, Sauda guardó silencio durante unos instantes para, finalmente, soltar un suspiro y sonreirle a ambas. Estaba absolutamente sorprendida por el nerviosismo que había notado en la mente de ambas. ¿Tan importante era para ellas que no supiera de su relación? Cada vez se sentía más deseosa de usar aquella información.

 

Bien, gracias por sus respuestas. Sabed que, por ahora, estáis a mi merced... espero que comprendáis lo que eso significa. Por si acaso, es básicamente lo que decía Tauro: puedo entrar en vuestras mentes para confundiros, dominaros u obligaros a hacer lo que yo desee, entre otras cosas. O todo a la vez, si así lo deseo. Pero también quiero que sepáis que todo lo que hagamos en esta clase será meramente educativo, no usaré nada de lo que vea en vuestros recuerdos para haceros daño. Mi deber es enseñaros a defenderos... y os aseguro que así será cuando salgáis de aquí, rumbo al Portal. Eso si tenéis lo que hay que tener, por supuesto —les explicó, con tono neutro a pesar de la seriedad de sus palabras—. A continuación vamos a empezar a practicar. Pero no lo haremos sin que os explique antes en qué consiste crear una defensa mental. Atendedme, por favor.

 

Dicho aquello, se sentó en el suelo con sus largas piernas cruzadas, colocando sus ropajes bien para que la piel quedara cubierta. Luego las examinó con la mirada y les indicó con un gesto de cabeza que podían sentarse con ella si lo deseaban.

 

La oclumancia requiere, ante todo, concentración. No es una magia visible, de esas que requieren conocimientos y estudios. Esto es, básicamente, práctica... y concentración, como decía. Imaginad que alguien os lanza una piedra a la cabeza. ¿Cuál es vuestra reacción? —y acto seguido, subió ambos brazos para cubrirse la cabeza como si su frase se hubiera hecho realidad—. Es un acto reflejo cubrirse, ¿cierto? Pues la oclumancia tiene que ser algo similar. ¿Qué haríais si notáis que alguien hurga vuestra mente? ¿Que intenta cambiar vuestras convicciones por otras totalmente contrarias? —aguardó unos segundos, dejando que las mujeres pensaran en aquella pregunta—. Básicamente tenéis que hacer lo mismo, cubriros. Pero no con los brazos, claro está. Tenéis que hacerlo con un muro mental, el cual se forja con mucha fuerza de voluntad y absoluta concentración. Con el tiempo, aprenderéis a hacerlo sin tanto esfuerzo, pero primero vamos a centrarnos en que comprendáis cómo funciona la cosa. Concentraos, queridas. Sentid la naturaleza a vuestro alrededor, despejad vuestra mente de pensamientos negativos, de problemas... simplemente dejad la mente en blanco. Voy a introducirme en vuestras cabezas para adivinar de dónde sois cada una, es decir, dónde nacisteis. Para hacer la defensa, pronunciad "Oclumens" y concentraos en que mi mente no avance en la vuestra, en cerrar esa respuesta tras un muro que no tenga fisuras. ¿Creéis que podréis? Allá voy.

 

Y sin previo aviso, tal y como solía hacer, cerró los ojos y se concentró en penetrar en la mente de ambas pupilas. Sería complicado, no se podía cotillear dos cabezas con comodidad... pero no le importaba, porque en aquel momento lo que necesitaba era que aprendieran a crear una defensa, por pequeña que fuera. Ya aprenderían a fortalecerla más adelante.

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Escuchar a esa Arcana era particularmente relajante, como si hablara con algo más que la voz. Y eso era preocupante. Los oclumantes solían ser calmados, pacíficos, porque habían aprendido a usar una parte muy importante de su cerebro. El hecho de que ella fuera así era una muestra verídica de que su poder, más allá del título que ostentaba, era más grande de lo que parecía. No admitiría nunca cuánto le aterraba, tanto la anciana como la propia habilidad, pero se podía ver en su postura que empezaba a dudar si confiaba o no en la mujer sólo por las ganas de cuidar sus pensamientos.

 

Sin embargo, demostrando una valentía que en muchas ocasiones pecaba de no poseer, tomó asiento cuando ella lo indicó y cruzó las piernas con elegancia, encontrando rápidamente la posición más cómoda para escuchar toda la explicación de Sauda. Era una bruja fascinante, de esas que pocas veces encontrabas en la actualidad. Hablaba con tanta propiedad de la Oclumancia que ella podría haber sido la primera en descubrir la habilidad entre los magos, patentando la habilidad como conocimiento desde entonces. Pero en realidad parecía haber nacido simplemente con el muro mental puesto, impenetrable.

 

Y cuando llegó al final de su explicación, tuvo que reprimir a la mitad de su ejecución un movimiento involuntario de su brazo. Había intentado tomar la mano de su novia, buscando soporte y estabilidad, pero aún seguían en el papel de no ser poco más que un par de amigas. Lentamente empezó a hundir los dedos en el césped, preocupada por lo que pasaría a continuación y se concentró en el rostro de su maestra, tratando por todos los medios de no mirar a Tauro. Si lo hacía se notaría lo mucho que la necesitaba para mantener la calma y Sauda, si es que no lo sabía ya, hallaría en ellas la primera mentira de la contienda. Se movió algo incómoda.

 

—¿Sólo debemos decir...?

 

Pero la frase quedó a medias.

 

De golpe, sintió su cabeza irse hacia atrás, como si alguien la hubiera empujado con fuerza y pronto la imagen de un hospital antiguo y algo deteriorado por la guerra apareció ante sus ojos. El pensamiento le pertenecía, pero ella no recordaba haberlo buscado en su memoria a largo plazo, alguien más lo estaba haciendo. Apretó la mandíbula, tratando de detenerla a la fuerza, lo único que sabía hacer pero era en vano. A medida que el lugar se hacía más visible, se hacía más difícil parar la intromisión de Sauda; las paredes blancas habían sido manchadas por el paso de los años y pese a que no lo estaba viendo como una bebé recién nacida, se apreciaba cada rincón que ella misma había recorrido, ya mayor, en busca de información. Iba desde la habitación que había sido la de su madre y la camilla metálica ya oxidada, hasta la puerta. El pasillo...

 

Se veía a sí misma indefensa, sintiendo cómo la anciana violaba su mente pese a que intentaba detenerla. En su cabeza, pensaba que daba golpes y patadas, tratando de sacarla y no dejarla mirar, pero en la realidad estaba completamente inmóvil y tan tensa como la cuerda de una guitarra. Las ruinas, los papeles regados por doquier, los muebles destruidos o inexistentes. Si llegaba afuera, lograría ver la única placa manchada y... No. Si pensaba en ello le adelantaría el proceso. Su piel se perló en ese momento de sudor, del esfuerzo físico que pensaba que estaba haciendo y su única vía de escape fue ponerse a pensar en otras cosas. Pero, ¿qué cosas? Rojo, su color favorito. El archivo donde había sacado una carpeta de muchas otras en mal estado. Dragones, el tatuaje en su espalda. La carpeta, el nombre de pila de su madre, la zona del apellido arrancada por ella misma. Nieve, rodeando el edificio, el cartel...

 

Oclumens —dijo de pronto—. Oclumens, Oclu... ¡Oclumens!

 

Sin esperar que funcionara la tercera vez, ya presa de la desesperación, la imagen del hospital se desvaneció. Sus ojos volvieron a enfocar a Sauda, aunque ahora parecía borrosa, y sintió frío por primera vez en mucho tiempo. La barrera, aunque pequeña, había frenado a la Arcana casi al borde del fracaso. No había visto el nombre, había obtenido algo más de información cuando no tuvo que haberlo hecho, pero no había logrado su misión principal. La Atkins bajó la mirada, notando lo flácidos que habían quedado sus músculos después de hacer tanta fuerza y miró cómo la tierra y el césped habían sido arrancados por sus puños, adornados por unos blancos nudillos adoloridos.

 

—L-Lo siento —se apresuró a colocar la tierra en su lugar, sin mucho avance puesto que tenía la visión duplicada.

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—Oclumens —repitió Tauro, asintiendo para sí misma.

No podía ser tan complicado, parecía un hechizo sencillo, pero no conocía su ejecución. En otro momento, habría practicado, pero le daba un poco de vergüenza preguntarle a Sauda qué era lo que debía esperar de ese conjuro. Quizás que su mente quedara sellada o... cualquier cosa que la detuviera. Nunca pensó en una barrera y tampoco le dio tiempo de ello, porque cuando estaba pensando que tal vez debía preguntar después de todo, la bruja se metió en su cabeza con una intensidad que no esperaba y perdió la noción del tiempo y el espacio.

La oscuridad la recibió como un manto, abrumándola más que todo. No reconocía las calles, tampoco el lugar, aunque se le hacía ligeramente conocido gracias a la escasa iluminación de las farolas viejas y algo estropeadas. Y por más que estuviera mirando, como la pantalla de una película muggle colocada directamente frente a sus ojos, no quería ver. Lo que estaba viendo no era un pensamiento natural, ni un recuerdo arbitrario, era algo que ella no deseaba observar y que alguien estaba buscando sin su permiso.

El dolor de cabeza apareció con la misma brutalidad de la intromisión y atornillaba su sienes con violencia, queriendo arrancarle el cerebro o algo similar. Pero la verdad era que su mente se negaba a dejar a la Arcana mirar, sin mucho esfuerzo. La peli-azul se había olvidado de la enseñanza y empezaba a dejarse llevar no sólo por la desesperación de no poder hacer nada, sino por la curiosidad de saber dónde había nacido. La falta de conocimiento la hacía más débil y Sauda avanzaba con rapidez.

Su indecisión la llevaría a perder la prueba mucho antes de que hubieran empezado a hacer cosas profundas, lo sabía y le aterraba sentirse ligeramente bien con eso. Quiso estirar la mano y dar con Leah, saber que seguía con ella en algún lugar del Ateneo de Conocimientos y Habilidades, pero no podía moverse sin avanzar un poco más en sus turbios recuerdos. A diferencia de su novia, aunque no podría saberlo, no estaba dentro del lugar avanzando hacia afuera, en realidad parecía buscarlo.

Cada callejón se hacía más iluminado con el paso del tiempo y cada puerta mostraba el número de la vivienda, demostrando no sólo que estaban en Londres, sino que estaban cerca. En ese momento, Tauro recuperó un poco la compostura. En realidad no quería saber. Tenía que pararla, pronto, ya que estaba cómoda con la poca información que manejaba de su pasado... o al menos eso era lo que se decía a sí misma. Pensó una y otra vez cómo detenerla y de pronto la palabra cobró sentido en su cabeza.

—Oclumens.

Siguió repitiéndolo en silencio una y otra vez, hasta que por fin la visión se detuvo por una especie de muralla de niebla que tapó tanto a Sauda como a sí misma. La bruma se hizo más y más espesa y pronto pudo abrir los ojos otra vez, encontrando su entorno, a Leah y a la Arcana de carne y hueso, observando su progreso. Estaba agitada y tenía una expresión difícil de interpretar, tan rara que pudo sentir los ojos verdes de su prometida clavados en su costado.

—¿Puedo beber agua? —preguntó, evitando a toda costa hablar del tema.

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No oponían resistencia. O al menos, es lo primero que sintió Sauda cuando comenzó a explorar las mentes de ambas jóvenes. ¿De veras lo iban a poner tan fácil? Había percibido mucha determinación en ambas mujeres, demasiada como para que ahora los primeros resultados fuesen tan flojitos. ¿O acaso les pasaría como a Sagitas, que no había encontrado la forma de crear la barrera hasta que estuvo al límite del fracaso? Como una respuesta muda a aquellos pensamientos, Leah se tensó y comenzó a intentar bloquearla desesperadamente, aunque sin mucho éxito al principio. Sauda aumentó ligeramente su ataque y sintió cómo ésta prácticamente se dejó vencer. Hasta que, de repente, sacó fuerzas a saber de dónde y creó un frágil muro que repelió su avance.

 

Podía seguir, por supuesto. Pero no todos los alumnos eran capaces de crear una defensa en su primer intento, y eso es lo que ella valoraba. Sonrió suavemente con satisfacción. Todavía estaba en la mente de Tauro, poniéndola a prueba tal y como acababa de hacer con su novia. Al contrario que la Ivashkov, se lo puso fácil al principio, casi como si la condujera hasta la información que quería averiguar. Y, de repente, comenzó a resistirse. Primero casi con timidez y luego... luego comenzó a hacer con mucha intensidad. Cuando consiguió repelerla, igual que Leah, abrió los ojos y sonrió a ambas mujeres, que se veían de verdad agotadas.

 

Por supuesto que puedes beber agua. Tomad ambas, os vendrá bien —le respondió a la Crouchs. Un movimiento de su mano sirvió para que la vara de cristal apareciese entre sus dedos y luego, con un suave movimiento de ésta, aparecieron un par de vasos de cristal delante de las mujeres, llenos de agua. Soltó la vara a su lado mientras esperaba por si querían saciar su sed y luego miró a la Ivashkov—. No pidas perdón, la tierra no se imagina el esfuerzo que supone dominar la mente para impedir que alguien pueda navegar por la información que ésta alberga. Pero yo sí lo sé, así que no voy a reñirte por ello... al menos por ahora. Porque, obviamente, lo que pretendo es que ninguna de las dos os alteréis tanto para tener que crear una defensa. Tiene que ser algo natural, debéis enseñar a vuestra mente a crear un muro opaco sin necesidad de perder el control sobre el resto de vuestro cuerpo o vuestros actos. Ambas habéis recurrido al mismo recurso: esperar a que casi llegue a mi objetivo para reaccionar. ¿Por qué, chicas? Necesitáis más concentración, así no iréis a ninguna parte.

 

Guardó silencio entonces, a la vez que se ponía en pie y caminaba algunos pasos, rodeando lentamente a las dos jóvenes. Una idea extraña comenzaba a rondarle la mente, la misma que ya había tenido un rato antes, cuando había descubierto el fuerte vínculo que unía a sus pupilas. ¿Era momento de empezar a usarlo contra ellas? No, quizás aún deberían practicar un poco más. Aunque por otro lado...

 

Veamos, dejemos claro un punto. Las palabras que debéis pronunciar, o pensar, son solo una especie de trámite para realizar correctamente vuestra defensa, pero no será igual que cuando tomáis las varitas y pronunciáis un hechizo. Es muy distinto, no requiere más que concentración y dominio mental. Sé que ahora mismo puede sonar difícil, pero comprenderéis con la práctica que es tan sencillo como parpadear para humedecer los ojos o retirarse el pelo de la cara cuando te estorba. Y para dominar vuestra mente, lo primero que debéis hacer es dejar de tener miedo. Yo no os voy a hacer daño... y para cuando alguien intente leeros la mente, sabréis defenderos lo suficientemente bien como para no tener que temer. Así que concentraos, porque vamos a seguir practicando de un momento a otro.

 

Esperaba que así les fuera más fácil entender cómo debían proceder. Mientras las dejaba meditar sobre sus palabras, caminó hacia uno de los árboles que había cerca de donde se encontraban. Apoyó la palma de la mano derecha sobre su superficie mientras sujetaba su vara de cristal con la izquierda. Cerró los ojos, sentía la paz del bosque a través de la piel. Los abrió justo cuando de una rama se desprendían dos frutos, los cuales tomó con un movimiento rápido de la mano con la que había estado acariciando la corteza del árbol. Se giró entonces hacia sus alumnas, y sonrió con gesto soñador.

 

¿Queréis probarlos? Ese árbol nos ha cedido dos de sus frutos por voluntad propia, no es algo que suela verse a menudo... ni que ningún ser humano suela esperar a recibir, pues suelen tomarlos por su propia mano, sin pedir permiso. Adelante, probadlos, son deliciosos. Y estad atentas, porque vamos a continuar ya.

 

Y sin perder ni un instante, volvió al ataque con ambas jóvenes. Se introdujo en sus mentes con la misma firmeza que un clavo se introduce en la madera cuando lo golpeas con un martillo, implacable. Pero no iba a buscar información en sus memorias, sino que haría que ambas quisieran tomar el fruto que fuera a tomar la otra, como dos niños que tienen dos juguetes idénticos pero siempre desean el del otro. Sería interesante ver cómo reaccionarían ambas mujeres cuando se dieran cuenta de que se disputaban algo que deseaban por culpa de Sauda y, sobre todo, ver qué hacían para poder defenderse.

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—Sí, Arcana... —dijo en voz baja, terminando de acomodar la tierra bajo sus manos y se quedó mirando a Tauro con cierta preocupación—. ¿Estás bien?

 

Le daba igual si se notaba o no que no era una de sus prioridades, nunca podría ocultar cuánto le importaba aquella mujer. Sin embargo, no insistió más de lo debido y tampoco se opuso a que bebiera agua, le tendió el cuenco antes de tomar el propio y se dedicó a beber mientras observaba el césped, esperando alguna nueva indicación. ¿Habría sido una buena idea tomar esa habilidad después de todo? Siempre acababa cuestionándose lo mismo cuando veía un ápice de complicaciones en el rostro de su novia. Había mil factores en ella que la hacían más fuerte de lo que lograría ser en años de aprendizaje y aún así temía por ella como un infante.

 

Siguió masticando el agua, murmurando cosas de forma silenciosa sin siquiera notarlo, hasta que la voz de Sauda volvió a entrar a su sistema auditivo. Alzó la vista sin mucho interés y observó los frutos que tenía en la mano, pensando en cuál sería la extraña relación que tenía la bruja con la naturaleza. Era estrecha y especial, casi tan mágica como su propia sangre, pero aún así no le veía lo maravilloso. Quizás porque nunca había estado en el bosque el tiempo suficiente como para apreciar el gesto. O porque había adquirido una repentina y defensiva aversión a la Arcana sólo por creerse en peligro.

 

Empezó a negar con la cabeza para decir que no tenía hambre cuando unas ganas enormes de tomar el fruto que estaba en la mano contraria, el de Tauro, la invadió. ¿Por qué el suyo era más pequeño? Incluso se veía descolorido en comparación. No parecía jugoso, como el que estaba destinado a su novia y mucho menos apetitoso. El otro brillaba a la luz como si hubiera sido lustrado por el mismo árbol y seguramente sería más dulce, agradable al paladar. Alzó la mano hacia ese, muy despacio, mientras que una parte de su mente se hacía una única pregunta.

 

¿Por qué demonios le importaba algo así?

 

Pestañeó. En ese momento de pura confusión, logró ver un cambio en la imagen que tenía delante. Pequeño, rápido y casi efímero con el escaso tiempo que tuvo para apreciarlo. Los frutos eran exactamente iguales, sin nada que los diferenciara o atributos especiales para uno en comparación al otro. Luego las mismas ansias de tomar lo que no le pertenecía volvieron a ella, aunque esta vez con menos intensidad que antes, como si hubiera derribado la primera barrera sólo con caer en cuenta de que era algo que no pensaría... por sí misma. Reaccionó en ese momento, dándose cuenta de qué era lo que ocurría y con la idea de la barrera metida entre ceja y ceja repitió lo que había hecho antes.

 

—Oclumens.

 

Esta vez no lo gritó, ni esperó a que las cosas llegaran lejos. Mientras lo decía en algún lugar recóndito de su mente, bajó la mano hasta volver a ponerla entorno al cuenco y en cuanto el último de los dedos tocó el material, estaba viendo otra vez como era debido. Pestañeó, confirmó que todo estuviera en orden y alzó la mano, esta vez hacia el fruto correcto, no sin lanzarle una mirada a Sauda.

 

—No tengo hambre, pero lo agradezco. A usted y al árbol —lo último había sido una cortesía necesaria, aunque no la creyera del todo.

 

Dejó el fruto a un lado de su cuenco con agua, que tampoco había vaciado a falta de sed y empezó a aplicar una nueva ley: nunca parar de decir Oclumens en presencia de la Arcana. Arrugó el ceño entonces. Ella sabía que Sauda tenía el poder para leer las mentes, ¿cómo lo sabría con los demás?

 

—Cabe la posibilidad de que nos encontremos con más de un Legilimago en Londres y que no lo sepamos. Podríamos contar con las listas, claro, pero —ordenó sus ideas— en caso de que no sepamos, ¿hay alguna forma de mantener un muro permanente o de detectar el mínimo intento de entrar a nuestras mentes?

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Leah fue la primera en reaccionar ante aquella práctica. Al principio, se dejó llevar por la magia de la arcana y comenzó a ceder a sus órdenes, pero enseguida se percató de que todo aquello no era más que un truco y terminó por tomar consciencia de que debía protegerse. El muro había sido pequeño al principio, casi débil. Pero se había fortalecido en cuestión de segundos y había domindo su mente a pesar de la presión que ejercía Sauda contra ella, quien se esforzaba por poner a prueba a la Ivashkov. Cuando la vio alzar la mano para tomar el fruto que le correspondía, no el de Tauro, no pudo evitar sonreírle.

 

Excelente, Leah, buen trabajo. El árbol te agradece la cortesía, y yo el esfuerzo —la felicitó, dedicándole un asentimiento de cabeza. Vio cómo la chica arrugaba entonces el ceño y ella misma perdió suavemente la sonrisa, aunque su gesto seguía siendo apacible. Se quedó pensativa unos instantes hasta que finalmente asintió—. Muy buena pregunta, querida, aunque siento que aún no eres consciente de que dominar la mente es algo muy especial, mucho más que cualquier otra arte mágica. Para yo poderte responder, primero contéstame tú a una pregunta. Cuando vas por la calle, ¿cómo distingues a los magos de aquellos que no poseen el don de la magia? —guardó entonces silencio para que la mujer pudiera plantearse la cuestión—. En cualquier caso, no tiene porqué ser determinante. Un mago oclumante practica con su mente a cada instante, pues ésta nunca descansa, por lo que en algún momento de tu aprendizaje comprobarás que mantener una protección se hace tan fácil y común como taparse los ojos instintivamente ante un fogonazo de luz repentino. ¿Cómo sentirás si alguien quiere leer tu cabeza? Bueno, para hacerlo deben "tocar" tu mente. No físicamente, por supuesto, pero han de hacerlo mediante la magia de la Legilimancia. Y tú, como oclumante que serás, tendrás el suficiente adiestramiento como para detectar este tipo de actividad. En otras palabras, lo sentirás cuando aprendas a dominar la habilidad de la Oclumancia. Muchos consideran mi especialidad como algo poco útil, un arte superfluo... me gustaría ver sus caras si descubrieran lo mucho que se aprende al comprender el poder de la mente, en una u otra dirección —le explicó. Aquel tema siempre le había resultado chocante, cómo el mundo solía infravalorar ese tipo de magia.

 

Guardó silencio entonces, dejando que Leah meditara sobre sus palabras y expusiera cualquier duda que pudiera surgirle a raiz de su explicación. Mientras tanto, ella fraguaba en su cabeza cómo continuar con el aprendizaje de Leah, que cada vez se acercaba más a su fin. La chica era muy receptiva.

 

¿Estás lista para continuar, Leah? Quiero que compruebes lo que te he explicado antes, así que necesito que empieces a contar números en voz alta, de dos en dos empezando por el que desees. De esa forma, tendrás la cabeza ocupada pensando en eso... y en mi ataque, que no sabrás cuándo llegará. Así podrás experimentar qué se siente cuando alguien intenta vulnerar la mente de un mago oclumante, aunque éste sea solo un aprendiz aún —le propuso, guiñándole un ojo tras las últimas palabras. Dadas las instrucciones, esperó a que la joven cumpliera con la misión y, cuando habían pasado apróximadamente treinta segundos, lanzó su ataque con fuerza. En aquella ocasión no buscaría recuerdos o detalles de la vida de Leah, sino que la haría actuar en contra de su voluntad. ¿Y cómo podía ponerla a prueba para que ella usara toda su fuerza y descubriera cómo realizar una defensa perfecta? «No hay nada como el deseo de proteger a un ser querido», pensó, sin poder evitar que una sonrisa traviesa asomara en la comisura de sus labios. Y es que lo que Sauda acaba de hacer era poseerla a través de la mente, haciéndola actuar según lo que ella decidiera que debía hacer. En ese momento, lo que debía hacer era dañar a Tauro, que estaba ocupada con la anterior tarea. ¿Conseguiría Leah resistirse al ataque de la arcana? Sólo ella tenía la respuesta mientras Sauda las observaba a ambas, sabiendo lo poderosas que eran y la capacidad de mejora que aún albergaban en su interior.

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—Sí, sí, estoy bien —no era del todo cierto, pero logró mostrarle una pequeña sonrisa a Leah antes de tomar el cuenco y beber agua. Vaya, tenía la boca muy seca.

La mente de Tauro estaba aún ocupada por lo que acababa de ver, sosteniendo que en realidad no quería saberlo. ¿Para qué? Le bastaba con saber quién era y quién era su madre, con la que aún no había establecido una relación maternal como tal pero que seguía queriendo a su manera. No necesitaba ni la dirección ni los detalles de su nacimiento, era pasado y podía vivir con ello. Volvió a beber, tan concentrada en su tarea que casi no notó lo que pasaba con la Arcana y el árbol.

A diferencia de Leah, ella sí encontró un gusto bastante evidente por la fruta que le ofrecía Sauda. Quizás era el color lo que llamaba su atención. Asintió agradecida cuando la mujer le tendió una y pese a que quería tomar la suya, pronto sus ojos azules hallaron la de Leah, viendo que esta era más llamativa. No sabía por qué en realidad, pero el fruto era todo lo que ella quería. Su estómago rugió y su mano cambió de dirección.

Pero, ¿por qué no podía tomar la suya?

Ésta vez, lo que cambió en su mente fue su propia terquedad. Ella no quería la de Leah, ella tenía una propia. Bajó la mano. Sauda seguía insistiendo en su cabeza para que la tomara y ella se negaba, con los ojos puestos en el fruto de su novia, pero con la fuerte convicción de que ella tenía una y no tenía que tomar otra, por mejor que se viera. Poco a poco, logró poner los ojos de vuelta en su fruta particular y su visión tuvo un cambio.

Ahora lo entendía, era un truco de la anciana. Oclumens. El pensamiento surgió tan profundo en su mente, que no recordaba siquiera haberlo pensado, simplemente pasó. El muro se formó con más velocidad que antes, estableciendo una barrera entre su deseo y lo que Sauda quería que hiciera, planteando dos realidades diferentes y una de ellas era la que le pertenecía. Estiró la mano y tomó su propia fruta.

—Claro, será como un peto que portemos siempre —comentó, dando una mordida a su fruta, después de escuchar lo que la Arcana le explicaba a su prometida. —Podríamos no ver quién nos intenta leer la mente, pero tendremos el muro ahí interpuesto y lo fortaleceremos en el momento.

Sus ojos dieron con el árbol y le agradeció en silencio, pensando que él sabría que estaba complacida con su regalo. Aunque notó un ligero cambio en Leah.

—¿Se puede ayudar a alguien a fortalecer ese muro? Quiero decir, obviamente usted está controlando a Leah ahora, pero... ¿podría hacer o decir algo que la ayude a darse cuenta de lo que está pasando? No voy a interferir, claro está, pero me ha surgido esa duda.
Editado por Taurogirl Crouchs

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—Estoy lista, sí.

 

Aunque lo cierto era que no estaba muy segura de cómo se suponía que tenía que prepararse. Se acomodó en su asiento, evitando mirar a Tau para no preocuparse por la tardanza y dejó las manos extendidas sobre sus piernas cruzadas, aguardando. Luego recordó que tenía que contar. Por un momento estuvo tentada a no hacerlo, para darse a sí misma una ventaja sobre lo que Sauda pretendía hacer —lo que sea que fuera—, pero pronto su sentido de la responsabilidad la hizo olvidarse de esa idea y pensar en un número. ¿Debía ser en voz alta? Inhaló, exhaló y empezó a contar con los ojos cerrados.

 

—Siete, nueve, once, trece —sonrió con ese número y prosiguió—, quince, diecisiete, diecinueve, veintiuno...

 

Su mente tuvo una sacudida y sabía que había empezado lo bueno.

 

—Veintitres, veinticinco, veintisiete, veinti... veinti —se detuvo de forma abrupta.

 

De pronto, las ganas de saltar en contra de Tauro la hicieron abrir los ojos de golpe, fijando de inmediato la figura de su prometida a su izquierda. Quería hacerle daño, herirla de alguna forma. Podría haber usado la varita, pero lo cierto era que quería usar sus propias manos para lastimarla. No la miraba con el mismo amor de siempre. Se imaginó pasando los dedos por su cuello, presionando, acortando su vida por la fuerza. Sin embargo, no se movió. Su cabeza le mostraba la satisfacción de dañarla y aún así su cuerpo no se movió un centímetro, ni siquiera intentó alcanzarla como había pasado con el fruto.

 

Había algo más poderoso que Sauda y era el amor que le tenía a esa mujer. Podía meterse en su mente con todas sus fuerzas y aún así no lograría siquiera que le alzara un dedo a Tauro. Como había pasado antes, su cuello volvió a la posición original y sus músculos dejaron de estar tensos. Oclumens. Sauda sabía sus debilidades y era evidente que ya sabía lo importante que era la peli-azul para ella, pero creería que no había medido el poder que tenía la misma Tauro sobre ella. Había pensado en dañarla y aún así no había hecho nada al respecto, aún bajo la influencia de la Arcana, sólo había formado un muro mucho más fuerte y estable que antes, con el instinto de protección activado.

 

—Esto es ligeramente agotador —murmuró, en cuanto regresó a la normalidad y retomó la idea del fruto, llevándolo a su boca de inmediato. Al morderlo, se sintió más viva que antes y tuvo que admitir que necesitaba comer.

 

Regresó la mirada a su novia y se le quedó mirando por un largo rato. La simple idea de tocarla con esa intención la aterrorizaba. Se pegó a ella como un niño pequeño, acoplándose a su costado y se quedó mirando hacia abajo.

 

—Lo cierto es —como si no acabara de revelar que habían mentido con respecto a su relación, le habló a la Arcana sin apartar los ojos del césped—, ¿cómo alguien podría pensar que esta habilidad es floja? Aprender a controlar la mente debe ser el paso más amplio a la grandeza que un mago podría dar. Es fácil hacer magia, teniendo la sangre adecuada, pero aprender a controlar la mente y el cuerpo a la par debe ser lo que necesita todo el mundo para llegar a ser impresionantes. Como usted, se mete a nuestra cabeza sin usar la varita y no todo el mundo tiene esa capacidad. Es una habilidad magnífica. Atemorizante, sí, pero magnífica.

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