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Libro de las Auras


Runihura
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El ejército de fantasmas invocado anteriormente por Gryffindor aún continuaba haciendo de las suyas en contra de la horda nórdica que trataba de avanzar hacia ellos con todo su potencial; por lo que Elros aprovechó dicho instante de libertad para observar a su alrededor y así cerciorarse de que tanto Mei como Runihura estaban bien. <<Perfecto>> la palabra surgió en los pensamientos del muchacho en cuanto su mirada esmeralda contempló los efectos del poderoso y majestuoso hechizo Demon Hunter que Delacour utilizó tras llamar a su Vara de Cristal carmesí; provocando la cólera de los vikingos que se vieron imposibilitados de continuar con su vil marcha al estar atrapados de sus extremidades inferiores con suprema efectividad. -Eso me dolió hasta a mí- musitó luego de quitar la vista del soldado que fue interceptado por los filamentos llameantes de su líder, sintiendo (a la distancia) los gritos que verbalizaba al estar quemándose a lo bonzo sin poder apagarse; hasta que sus propios camaradas le auxiliaron con una serie de chorros de agua que brotaron de sus armas de forma involuntaria y a causa del aura convocada por la argentina, la que se manifestó como una neblina grisácea que envolvió sagazmente a los otros escandinavos.


-¿Qué sucede?- se preguntó el pelirrojo al percibir que una energía maligna se aproximaba en compañía de una gran sombra que oscureció el soleado firmamento; sin considerar mucho el fuerte viento manifestado en brutales ráfagas eólicas que azotaron su rostro y movieron sus cabellos con mayor rebeldía de lo habitual. Eran dos dragones muy bien montados por jinetes cubiertos de armaduras de plata enmalladas en sus terminaciones; suceso que alarmó aún más al paladín que no logró contener su emocionalidad que se expresó en un "¡Miren el cielo!" para que sus compañeras no fueran tomadas por sorpresa ante el salvajismo de temer de aquellas mágicas criaturas. -¡Aqueora!- vociferó con prontitud para cubrir a la Uzza de una llamarada que le atacó por la espalda; conformando una masa de agua que le sirvió a modo de escudo para absorber el aliento quemante del colacuerno que osó en enfrentarle cobardemente. -No hay que subestimarlos, maestra- expresó sonriéndole, justo en el instante preciso en que cogió con fuerza su propia Vara de Cristal zafírea para lanzar dos silenciosos conjuros (uno para cada dragón) que afectarían espontáneamente su visión (sin la mínima posibilidad de evitar las fallas ocasionadas por una Conjuntivitis).


-¡Aura de la LLama del Fénix!- fue la frase que salió desde los labios de Gryffindor luego de respirar profundo en un par de ocasiones con tal de recuperar el aliento; surgiendo una enorme luz espectral con la forma de aquel ave envuelta en fuego, que iluminó todo el campo de batalla como si de una aurora boreal se tratase. Luego, una fuente lumínica anaranjada abrazó a todos los enemigos de Thomas; poder que les impediría conjurar magia tenebrosa en las condiciones que normalmente la podrían utilizar. Tras manifestarse su deseo; el joven animago cayó de rodillas al suelo, afirmándose de su cayado azul que brillaba con menos intensidad ante la falta de energía que comenzaba a experimentar con una segunda aura en un intervalo corto de tiempo.

Editado por Thomas E. Gryffindor
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Justo después de ver la aparición y llegada de aquellos amenazantes criaturas aladas, una de ellas intentó atacar inmediatamente contra Runihura, quien se hallaba en ese momento cubriéndose del ataque de un atacante que le había ido de frente. Antes de que la mujer pudiese alcanzar a moverse, Thomas fue quien la cubrió con un Aqueora que logró evitar que la llamarada del dragón le diera y demás de repeler su atacante.

 

Luego de ello, Gryffindor siguió atacando, aunque esta vez a uno de los dragones, a quien realizó un conjuro no verbal para afectar su vista. Pero aún quedaba otro libre y que se disponía a atacar.

 

Maldición — murmuró, al ver de reojo que los vikingos que había logrado detener y despistar momentáneamente con el aura, comenzaban a librarse y volver en sí, dispuesto a volver a luchar — Es hora de hacer uso de algunas cosas aprendidas — volvió a decir por lo bajo, sintiendo que su vara de cristal perdía peso, indicándole que podía volver a usarla cuando quisiera.

 

Alzó la vara, aunque sin planear usarla todavía y, haciendo un movimiento especial con ella, invocó:

 

¡Corpus Patronus!

 

Inmediatamente un patronus enorme comenzó a formarse justo frente a ella, el cual se materializó justo a tiempo para interponerse entre ella y los hechizos que intentaron enviarle los escandinavos, los cuales no tuvieron efecto en tan dura piel como lo era la de un ridgeback noruego.

 

Bien hecho, pequeña. Llegó tu momento — le dijo, acariciando suavemente su escamosa pata que tenía próxima.

 

El animal la observó y lanzó un leve resoplido antes de girarse a mirar a los vikingos, quienes se encontraban sorprendidos y asustados ante el animal. Sin perder tiempo el rideback movió la cola, golpeando con ella todos y haciéndolos caer al suelo, e incluso a algunos otros lanzándolos contra los árboles o arbustos.

 

Ve, pequeño — le indicó para cuando dejó noqueados a gran parte de los atacantes, y sin más, el dragón desplegó sus alas y las batió fuertemente, generando un viento fuerte antes de echarse a volar y alejarse de la contienda.

 

Esta vez Mei se giró y levantó su varita, pero antes de que pudiese llevar a cabo su plan, vio justo en ese momento a Thomas invocar una segunda aura que lo dejó de rodillas en el suelo, aferrándose a su vara de cristal, pero resultaba inútil, pues comenzaba a deslizarse hacia abajo por la misma.

 

Maldición, ¡Thomas, eres idi***! — exclamó al verlo casi desmayado.

 

Corrió rápidamente hasta donde se hallaba para tratar de ayudarle a ponerse en pie, pero era inútil, casi había agotado su energía al todo, y sumado a ello, el dragón que había quedado libre de ataque, lanzó una enorme llamarada que iba contra el muchacho.

 

Apretó fuertemente la mandíbula, dando zancadas cada vez más grandes para intentar alcanzarlo. Llegó a tiempo, justo al momento de poder invocar su daga especial denominada Kansho, colocarse entre Thomas y el ataque, y por último interponer la daga entre ella y la llamarada a forma de escudo para luego hacer un movimiento como si de un revés de tenis se tratara, devolviendo el ataque al dragón y a su jinete.

 

El jinete, sorprendido pero preparado, sacó su varita, listo para defenderse de aquel ataque, pero fue entonces cuando Mei volvió a adelantarse:

 

¡Ahora! — bramó, pillando al jinete por sorpresa, el cual, tarde ya, notó que el ridgeback que Delacour había invocado se lanzaba en picada en dirección a él y el colacuerno.

 

Dos ataques por diferentes flancos, el cual uno fue detenido por el dragón con una llamarada que hizo explotar la otra, pero que no pudo evitar la mordida venenosa y posteriormente la poderosa embestida del ridgeback noruego que estrelló tanto al colacuerno como al jinete contra el suelo con tal fuerza que el terreno en su totalidad vibró. Uno menos.

 

Thomas, resiste, la batalla va bien, pero resiste, por amor a Merlín, no te desmayes aquí ¡o nos complicarás todo!

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Con la visión un tanto nublada; Gryffindor logró distinguir que solamente uno de los dragones había sido afectado por su hechizo, lo que le disgustó bastante (sensación que se plasmó en su agotado rostro) en el santiamén que sus piernas flaqueaban y sus manos se deslizaban por el cayado zafíreo; llevando su cuerpo hasta el suelo cuando una potente llamarada escarlata emergió de la boca de una de las aladas criaturas con el afán de carbonizarle. -Buen revés, Delacour- pronunció con dificultad, tratando de sonreír para no demostrarle debilidad ante la adversidad a su compañera y líder; pues el muchacho no era de aquellos que prefería que una mujer le salvase la vida sin hacer nada para remediar su ineptitud. -Tra... tranquila Mei, tengo algo por ahí... ¡Accio Vigorizante!- susurró apuntando con el extremo distal de su varita hacia la mochila que estaba tirada en el piso a unos metros de su actual ubicación; conjuro que hizo volar un frasco con un líquido verde resplandeciente que ágilmente destapó (luego de atraparlo) y se llevó a la boca, bebiendo todo el contenido de un único sorbo como si no hubiese ingerido en días.


-Ahora me siento un poco mejor; aunque creo que no podré usar otra aura o terminaré en San Mungo o peor... en el cementerio del Valle de Godric- aclaró mientras se apoyaba de su aliada para recuperar la posición bípeda que le permitió alzar la vista hacia el horizonte y ver que la batalla aún continuaba sin un claro vencedor. Su Vara de Cristal ya no le acompañaba; y el colacuerno que restaba pronto se recuperaría de los efectos de la Conjuntivitis; había que actuar pronto o la contienda la perderían.


-Runihura necesita ayuda, Delacour... ¡Ve con ella! Yo me encargo del otro dragón- le expuso a la argentina, no sin antes despegarse de ella; aunque su cuerpo tambaleó sutilmente por la pérdida de equilibrio que experimentó al no tener más el pilar de apoyo que Mei le brindó por breves instantes. Alejándose de su amiga, y tras percibir que el jinete retomaba el control sobre la criatura; Thomas emprendió una carrera mortal con su varita firmemente aferrada en su diestra. Al ver que su enemigo descendió a ras de piso con tal de interceptarle de frente; esperó una prudente distancia menor a siete metros en línea recta e invocó "Fuego Púrpura" antes de lanzarse hacia la derecha en un sagaz movimiento corporal que impidió que el "inconsciente dragón" lo dañase por la colisión. Una nube de polvo inundó la zona próxima al impacto; y luego de un efectivo "Desmaius" sobre el jinete, Elros pronunció "Kiorke" para hacer surgir un látigo color azul neón que se enrolló en el cuello del colacuerno sumergido en un breve letargo en los brazos de Morfeo. ¿Cómo estaba Mei? ¿Cuándo la Uzza los regresaría a su época? Nadie lo sabía...

Editado por Thomas E. Gryffindor
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  • 1 mes más tarde...

Era la segunda vez que tomaba aquel camino para cursar la clase que, si todo iba bien, la vincularía al libro de las auras. «Ese en el que me dejé buena parte de mis ahorros», pensó, con evidente fastidio. Acompañó aquella reflexión con un chasquido con la lengua que evidenciaba lo poco que le gustaba gastar el dinero. Pero claro, lo compensaba todo lo que aprendería junto a la guerrera uzza.

 

La anterior vez que había visitado las inmediaciones de la vivienda de Runihura, había tenido que abandonar la clase para atender su trabajo en el Ministerio. En aquella ocasión, sin embargo, no pensaba permitir que nada ni nadie la hiciera perder la oportunidad de aprender junto a aquella mujer.

 

Mientras caminaba en dirección a la imitación del Monta Catalina que ya había conocido un par de meses antes, extrajo de su mochila una botella de cristal transparente que contenía agua fresca. Bebió un largo trago y luego volvió a guardarla sin parar de caminar. Se sentía acalorada a pesar de que la temperatura era bastante fría en aquel día. «La edad no perdona», se dijo, sintiéndose de repente más cansada de lo habitual.

 

Llevaba unas semanas de trabajo muy duras, viajando constantemente y ocupándose de algunas tareas ministeriales delicadas. Había tenido que descuidar nuevamente sus negocios, y también su castillo. Ni siquiera sabía nada de sus hijos y hermanos. A pesar de todo, se sentía en un buen momento de su vida, por lo que no estaba dispuesta a desaprovechar ni un solo día para descansar. Disimuló las oscuras ojeras que decoraban su pálida piel gracias a la metamorfomagia, y también acortó su pelo y lo volvió de color azul eléctrico. Tenía un aspecto verdaderamente estrafalario junto con los pantalones vaqueros desgastados y la capa negra remendada por varios sitios.

 

Se detuvo en el mismo sitio donde había encontrado a la guerrera la última vez. ¿Acudiría a buscarla, o tendría que ir a algún sitio? Decidió esperar.

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¡Aura de la llama del Fénix!

 

La invocación surtió efecto rápidamente, justo después de que uno de los atacantes, aquel que parecía ser el más poderoso, realizara un poderoso hechizo que correspondía a una magia tan antigua como oscura en dirección a la Tiferim, el cual fue bloqueado por una defensa que el mismo Thomas le había proporcionado momentos antes. El mago intentó realizar un ataque nuevamente en su dirección, pero nada salió de su varita.

 

Fue en ese momento donde la Vara de Cristal de Runihura brilló, como si la misma se cargara completamente de un poder enorme, el cual no dudó en utilizar contra los escandinavos.

 

A pesar de Thomas haber agotado casi del todo sus energías, tanto Mei como ella combatieron, ayudados de vez en cuando también por el muchacho, y al cabo de unos minutos lograron neutralizar a gran parte de los asaltantes, dejando que algunos otros escaparan, pero asegurándose de no dejar escapar a los magos infiltrados allí.

 

Había sido una forma muy efectiva de llevar a cabo la magia que habían aprendido y estaba, por primera vez, orgullosa de sus alumnos.

 

Los días pasaron luego de ello, volviendo a la normalidad de su vida en el Ateneo, dando vueltas por el monte a forma de patrulla y como forma de entrenamiento, hasta que al fin tuvo nuevas noticias.

 

Ciertamente esperaba que tarde o temprano volviera, tenía el presentimiento que aquella mujer no se rendiría tan fácilmente. Aquella mañana ya había dado una vuelta por los alrededores, pero por el momento se encontraba en su vivienda, haciendo tiempo hasta que llegara el momento de reunirse con su pupila, la cual tendría oportunidad de conocer en profundo ahora.

 

De pronto, sintió un graznido proveniente de la ventana, lo cual la hizo girarse y observar un animal poco común. No se trataba de una lechuza, sino de otro tipo de ave, una bastante característica de la región de la cual ella misma provenía.

 

Sonrió, reconociendo al animal y se acercó al mismo, el cual le entregó un mensaje. Lo abrió y leyó rápidamente. Sonrió ampliamente, esta vez con una chispa de real felicidad en sus ojos y sus labios. Hacía tanto tiempo que no recibía un mensaje como aquel… aprovecharía la oportunidad.

 

Guardó el papel entre sus ropajes, tomó su varita y un pequeño bolsito que, a pesar de ser diminuto, contenía más cosas de las esperadas, y salió al encuentro de la nueva alumna. No tardó demasiado en llegar, por lo que sonrió amable e inocentemente, interpretando lo mejor posible el papel que su apariencia le otorgaba.

 

―Una nueva aprendiz. Tantas mujeres, eso es bueno ― comentó de pasada, asintiendo con la cabeza ―. Bien, esta vez espero que te encuentres realmente preparada para enfrentar lo que será tu entrenamiento para adquirir los conocimientos de este nuevo libro. No será fácil, nunca lo es, pero ahora incluso más. Dime tu nombre, y respóndeme, ¿crees ser merecedora de aprender un nuevo tipo de magia Uzza? ¿Por qué?

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En cuanto pasaron un par de minutos, Anne se echó al suelo y se sentó con las piernas encogidas y cruzadas. Apoyó las manos tras la espalda, adoptando una postura cómoda que le permitía observar el entorno mientras esperaba a la Guerrera. Era un paraje acogedor a pesar de que no muchas personas pasaban por allí a menudo. De hecho, no habían sido muchos los magos que habitaban en Ottery que habían cursado aquel libro.

 

Enseguida detectó otra presencia un poco antes de que pudiera vislumbrarla gracias a su olfato lupino, y alzó la cabeza conociendo de antemano la identidad de quien se acercaba hasta donde estaba. En cuanto lo hizo, se topó de frente con la Guerrera Uzza Runihura, cuya apariencia física era cuanto menos llamativa. Hasta donde sabía, debía ser una joven adulta pero aparentaba ser una joven adolescente, casi una niña. A pesar de saberlo, Anne parpadeó varias veces a causa de la confusión intentando que aquellos pensamientos no se vislumbraran en sus facciones.

 

Realizó una pequeña inclinación de cabeza cuando se dirigió a ella verbalmente y la miró con gesto neutro, esperando alguna pregunta o instrucción. Cuando hizo referencia a su preparación para la clase después del abandono del primer intento, sintió un nudo en el estómago.

 

Cuente con ello, maestra.

 

Terminó de escuchar lo que tenía que decirle y, tras hacerle un par de preguntas a modo de inicio, tragó saliva y se dispuso a contestar.

 

Soy Anne Gaunt Malfoy y no puedo responder a esa pregunta en realidad porque no sé si merezco aprender un nuevo tipo de magia uzza, la única que tiene potestad para responder a eso es usted. Posiblemente ahora mismo no, o mejor dicho sé que aún no. Pero lo que sí sé es que soy capaz de hacerlo, estoy segura, y daré lo mejor de mí misma hasta que usted me crea merecedora del honor que supone aprender este tipo de magia.

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  • 2 semanas más tarde...

Asintió una, dos, tres y cuatro veces con la cabeza a las respuestas que le daba la muchacha, quien había decidido retomar la enseñanza del libro, al cual anteriormente no había tenido siquiera oportunidad de empezar.

 

No hizo comentario alguno respecto a su respuesta, pues no tenía demasiado por agregar, con su gesto había dicho todo.

 

—Bien. Esta vez tendremos una clase diferente, aprenderás todo a medida que cumplo una misión.

 

Probablemente era demasiado imprudente al revelar aquello, pero tarde o temprano ella se daría cuenta de lo que estaba sucediendo. Ciertamente, tanto Runihura como el resto de sus hermanos Uzza estaban atados por el contrato a enseñar la magia que tanto protegían de otros, pero la verdad es que sólo los ataba a ello, y tanto ella como su Nahm-Uzza lo sabían. En aquella ocasión, mientras entrenaba a su nueva pupila, llevaría a cabo un trabajo que le habían pedido a cambio de un pago, evidentemente.

 

Abriendo un portal lo suficientemente grande como para que entraran dos personas, le hizo señas a Anne para que entrara primero, y sólo después de que ésta lo atravesó, la Tiferim lo hizo también. Tras de sí desapareció el portal y un nuevo paraje las deslumbró. Desierto total, pero diferente, muy diferente al del Ateneo, pues éste era natural.

 

―Vamos ― le ordenó, comenzando a caminar por entre las dunas de arena, aproximándose a un oasis pequeño, pero bello a su manera.

 

No tardaron demasiado en llegar y ser rápidamente recibidas por un grupo numeroso de personas, los cuales comenzaron a dirigirse inmediatamente en una lengua muy particular que Runihura entendía sin problema. A pesar de que Anne no entendiese nada –o tal vez sí-, podía notarse que una de las personas, la que hablaba más e iba más cerca de la Uzza, tenía un tono de desesperación en su voz que incluso un niño comprendería que algo estaba sucediendo.

 

Fue entonces cuando entraron a una morada, la que parecía funcionar de lugar común de reunión para los habitantes de aquel oasis. Sentadas, una al lado de la otra, las dos mujeres observaron al hombre, un mago sin lugar a dudas, quien habló rápidamente con la Tiferim. Ella, por su parte, se limitaba a oír, haciendo preguntas en algunos momentos. Hasta que al cabo de unos diez minutos, se puso en pie repentinamente y salió, esperando que su alumna la siguiera todo el tiempo.

 

Comenzaron a alejarse entonces del oasis, dirigiéndose hacia las calientes dunas.

 

―Será la primera vez que impartiré una clase en medio de una situación así, pero estoy segura de que funcionará perfectamente ― le habló al fin, sonriendo de lado cual niña que realiza una travesura en secreto ―. Como Guerrera Uzza de las Auras es mi deber que entiendan el cómo funcionan éstas, pues son totalmente diferentes al resto de la magia que han visto hasta ahora. No sólo por su forma de invocarlas, sino por su efecto, cada una es única en su clase y, además, afecta a un gran número de personas, dando un sinfín de posibilidades a quien aprenda este poder y lo utilice.

 

»Pero, tal como estás ahora, te resultaría imposible invocar alguna de ellas, por lo que debemos preparar tu cuerpo y mente.

 

Y sin esperar una respuesta de la muchacha, Runihura inesperadamente dio un salto y comenzó a correr a gran velocidad, dejando rápidamente atrás a su alumna.

 

―¿Alguna vez escuchaste decir que la magia no requería esfuerzo físico? ¡Te mintieron! ¡Anda, alcánzame! ¡Ah, y cuidado con las arenas movedizas! ― le gritó cada vez más fuerte, ya que cada vez se iba alejando más y más.

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  • 3 semanas más tarde...

Arqueó una ceja con la breve respuesta de la guerrera, que acababa de afirmarle que la clase se llevaría a cabo mientras ella cumplía una misión. ¿En serio? «No creo que la misión que tiene que realizar esta mujer sea cualquier recadito... ya empezamos», pensó, ligeramente incómoda. Recordaba las anteriores clases de poderes muy vívida, casi como si hubieran sucedido hacía pocas semanas, y es que todas se habían caracterizado por ser intensas y peligrosas, aunque muy provechosas también. No necesitó muchas instrucciones en cuanto vio que creaba un portal, y se dirigió a él con gesto cauto.

 

Aparecieron juntas en un desierto donde la temperatura subió ligeramente respecto al paraje anterior. Siguió en silencio a la guerrera a través de las dunas y pronto vio un oasis en el que fueron recibidas por una multitud que parloteaba en una lengua que, a pesar del amplio conocimiento de idiomas que poseía la Gaunt, le resultaba totalmente desconocido. Con incomodidad, se mantuvo cerca de Runihura a la espera de alguna indicación o explicación por su parte.

 

A pesar de ello, aprovechó el momento para poder observar un poco mejor lo que las rodeaba. Mientras las dirigían a una edificación que, al parecer, servía de punto de reunión para aquellas gentes, Anne se percató del tono y gesto urgente de quien hablaba con la uzza; evidentemente, existía algún problema y le reclamaban ayuda o consejo. Tomó asiento cuando vio que Runihura lo hacía también y tuvo diez minutos para seguir observando el entorno mientras un mago del lugar intercambiaba preguntas y respuestas con su maestra. La impaciencia comenzaba a hacer mella en el saber estar de la Gaunt, que comenzó a removerse en su asiento con incomodidad. Se revolvió el pelo varias veces mientras notaba que algunas personas clavaban los ojos en ella, aunque intentó no fijarse en nadie concreto por lo que pudiera pasar.

 

De repente, la guerrera se puso en pie y Anne se levantó como un resorte para seguirla. Prestó atención a sus palabras, asintiendo de vez en cuando con la cabeza. Y entonces, sin previo aviso, salió corriendo.

 

¡Eh, EH! —exclamó la warlock, sobresaltada. Ver a la mujer en su apariencia infantil corriendo a aquella velocidad era de lo más perturbador, pero enseguida se repuso de la sorpresa y comenzó a correr tras ella. A pesar de que había pronunciado las palabras ya a la carrera, el agudo oído de la licántropo había captado la advertencia sobre las arenas movedizas por lo que iba atenta al suelo. Mientras corría, se percató de que sujetaba algo en la mano izquierda. Al mirar, se dio cuenta de que se trataba de su varita, la cual no recordaba haberse sacado del bolsillo. Decidió que lo más sensato era mantenerla ahí, por si acaso.

 

Correr en la arena resultaba de lo más agotador: no tenía muy claro si lo peor era el calor o la consistencia del suelo. Las botas le resultaban pesadas a cada paso que daba, y la arena que levantaba a cada paso se le adhería a la piel incomodándole el avance. Sin embargo, tuvo la fortuna de no toparse con arenas movedizas. «¿Cuándo parará de correr?», se preguntó notando que su aguante ya no era el mismo que años atrás. Odiaba tener que admitir que había descuidado su físico. Y ni qué decir del hecho de cumplir años.

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Si bien en un principio aprovechó a tomar toda la velocidad de la que fuera capaz, al cabo de unos buenos minutos bajó el ritmo hasta sencillamente tomar un paso constante de trote. De vez en cuando echaba curiosas miradas por sobre su hombro, notando que su alumna la seguía por detrás, aunque con un ritmo que dejaba ver que no se encontraba precisamente en forma. No le molestaba, por lo general los magos y brujas de aquel continente se habían vuelto demasiado sedentarios.

 

Diez, quince, veinte, y hasta treinta minutos manteniendo el ritmo, y bajándolo un poquito más cada vez en un intento de que su pupila no se le perdiera de vista y también de que la alcanzara. No sabía cuánto tiempo más podría mantenerse en aquel trotar, pero si algo sabía era que tarde o temprano necesitaría detenerse a recuperar aire.

 

Su trote mutó cada vez más hasta que sencillamente comenzó a caminar en círculos, mirando de un lado al otro.

 

―A veces la vida de las personas no es tan fácil como en otros lugares ― comentó en cuanto la oyó llegar ―. Esa gente que viste, ese pequeño pueblo en medio de un oasis consiste su mayoría en magos dedicados enteramente a la supervivencia del día a día. Son pacíficos, por lo que no tienen idea de hechizos combativos como ustedes o nosotros conocemos, y al final, terminan sufriendo por ello.

 

Al cabo de dar varias vueltas se detuvo al fin, mirando al horizonte. En aquella parte donde habían llegado las dunas chocaban de frente con algunas elevaciones de roca sólida que, al tener un color muy similar a la arena, prácticamente no se le veía a lo lejos. Con cuidado tomó el discreto y oculto bolsito y metió la mano, más allá de donde los límites parecían estar, y con cuidado sacó una cantimplora repleta de agua, la cual se la lanzó a la mujer, para luego sacar otra para ella.

 

―Hidrátate, aún no hemos terminado con este ejercicio físico ― explicó, para luego hacer una breve pausa que ocupó para beber agua ―. En este lugar se encuentra el principal problema que aterroriza al pueblo. Desde hace meses avistaron a una mantícora por los alrededores. Lo dejaron pasar en un primer momento, pero al cabo de un mes más comenzaron a ser atacados. Primero una, luego dos, y cada vez más. A día de hoy no tienen real idea de cuántas hay, pero ya se han cobrado muchas vidas.

 

Hizo un momentáneo silencio luego de beber otro largo sorbo de agua.

 

―La persona que vio a la primer mantícora asegura haberla visto meterse en algún pozo en la base de este lugar, pero no pudo precisar el lugar exacto, por lo que toca buscarlo. Y bajar por él, sin utilizar ni un ápice de magia, ¿entendido? ― agregó, señalándola con un dedo ― Es peligroso, pero estoy segura que no sucederá nada en el descenso, más que tal vez resbalar un poco, pero nada que una buena acción a tiempo no pueda solucionar. De todas formas iré tras de ti por si algo sucede.

 

Lo último que quería era que alguno de sus alumnos muriera en el medio de una de sus clases, o peor aún, luego llevarla a dar una inesperada vuelta. No por temor a lo que ello significaba, había enfrentado la muerte cara a cara ya muchas veces, sino para evitar cualquier tipo de problema que pudiese traer a los suyos por sus propias acciones.

Editado por Runihura
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Llegó un momento en que aquella actividad se convirtió en una auténtica tortura. Parecía que toda su resistencia física estaba al límite, y a veces sentía que se le doblarían las rodillas y tendría que dejar de seguir a la guerrera. Pero cuando parecía a punto de tirar la toalla, apretaba los dientes y se obligaba a continuar. Advirtió que, de vez en cuando, Runihura bajaba el ritmo para esperarla lo cual agradeció interiormente. Se prometió a sí misma que volvería a entrenar su físico diariamente, compaginándolo así con sus investigaciones.

 

El ritmo fue bajando hasta que la Uzza simplemente caminaba examinando el lugar y, en cuanto la Gaunt se puso a su altura, comenzó a hablarle. Anne admiró que pudiera hacerlo sin jadear. Caminó con su maestra mientras la escuchaba y, de vez en cuando, echaba vistazos hacia el lugar del que habían venido pensando en lo que ella le explicaba. ¿En serio no conocían hechizos de combate? ¿Se dedicaban solo a sobrevivir? Aquello le pareció una idea casi aterradora, pero se guardó sus pensamientos para sí sabiendo que había costumbres y tradiciones muy distintas a las que ella había aprendido de pequeña.

 

Por fin terminaron de moverse y Anne siguió la mirada de Runihura para intentar ver qué observaba ella. Agarró la cantimplora que le lanzó y le dirigió una inclinación de cabeza.

 

Gracias —le dijo simplemente. Bebió un largo trago y suspiró, con un hilillo cayéndole por la comisura de la boca. Se lo secó con el dorso de la manga y luego continuó prestando atención a la mujer, aunque no le hizo mucha gracias saber que el ejercicio físico no había hecho más que empezar. Tanto así que se planteó si debería haber esperado para matricularse en aquella clase a un momento mejor. Sacudió la cabeza para apartar aquellas ideas de su mente y se concentró en lo que Runihura le explicaba—. ¿Mantícoras? ¿Más de una?

 

No fue una pregunta real, sino más bien un comentario para sí misma. Aquella información la emocionaba y aterraba a partes iguales. Y la sensación no hizo más que intensificarse en cuanto escuchó que debían buscarlas para intentar a ayudar a los habitantes de aquella tierra. Miró a la guerrera con el ceño fruncido.

 

¿Por qué sin magia? —preguntó, aunque enseguida cerró los ojos un momento y levantó las manos en señal de comprensión—. Da igual, da igual, es que no estoy acostumbrada a hacer muchas cosas sin magia —se excusó. Tras un breve instante de vacilación, se guardó la varita en el bolsillo trasero del pantalón y volvió a echar un vistazo a Runihura, que parecía ya inmersa en la tarea que debían acometer. Comenzó a caminar alejándose un poco de la Uzza, aunque sin perderla de vista. Temía perderse en la arena, y también que una mantícora la encontrase con la guardia baja—. Tengo una pregunta, guerrera Runihura —dijo entonces, sin dejar de mirar en varias direcciones—. ¿Qué se supone que vamos a hacer cuando encontremos a una de esas criaturas? O, peor aún, ¿y si encontramos varias? Mire que no me asusto fácilmente... pero debo reconocer que me inquieta un poco pensar en qué pasaría en esas circunstancias.

 

Guardó silencio entonces cuando le pareció ver algo distinto más allá de la duna por la que estaba caminando. Algo que rompía la armonía de la arena. Anduvo en aquella dirección y comprobó que era una especie de pozo de piedra con una estructura precaria de madera de la que colgaba una cuerda, aunque no parecía en muy buenas condiciones.

 

¡He encontrado algo! —exclamó, alzando un brazo para captar la atención de la Guerrera Uzza. Se dirigió entonces hacia el lugar y, conforme lo hacía, se sintió más y más inquieta. A pesar de que la arena ya casi había cubierto el rastro, alrededor del pozo había huellas y un surco mayor, como si hubieran arrastrado algo hasta el interior del pozo—. Esto... este podría ser el lugar del que hablabas, ¿no crees?

 

Se inclinó hacia adelante, asomándose al interior de la cavidad. De ella salía un olor extraño, rancio, aunque no demasiado húmedo, así que supuso que, aunque hubiera agua, no era lo que predominaba totalmente en su interior. Arrugó la nariz y observó de nuevo a su maestra. Recordaba sus instrucciones, había dicho que debían bajar por allí y que, además, debían hacerlo sin magia. Así que no tenía porqué preguntarle de nuevo.

 

Tomó la cuerda que colgaba de la estrutura de madera que había sobre el pozo y tiró de ella. El travesaño de madera crujió levemente, pero no hizo además de moverse. Volvió a tirar con más fuerza y ocurrió lo mismo. Parecía relativamente seguro, aunque quería comprobar algo antes de aventurarse a su interior. Con la mano libre, tomó una piedra del suelo que había, parcialmente enterrada en la arena, y la lanzó al interior. Escuchó el golpe tras varios segundos, así que calculó que era bastante profundo como para hacerse mucho daño si caía sin control. Tras echar un último vistazo a Runihura, Anne se sentó en el borde del pozo y, sin soltar la cuerda, apoyó los pies en la piedra que hacía de pared enfrente de donde esstaba y comenzó a descender con mucho cuidado. Enseguida notó que se le cargaban los músculos de los brazos, pero no aflojó la sujeción en ningún momento pues, por mucho que miraba hacia abajo de vez en cuando, no conseguía ver lo que había en el fondo a pesar de saber que cada vez estaba más cerca de él. Supuso que Runihura no tardaría en seguirla.

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