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Libro de los Ancestros


Khufu
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Se sentía decepcionada por el duelo, no le había ido mal, pero tampoco bien, era como que la hacía sentir incompleta. Reflexionaba eso luego de haber sido enviada mágicamente de regreso a su hogar. Seba la había consolado y le había preparado un té, que disfrutaba ahora en la cama, acurrucada entre sus brazos. Le había contado la experiencia y él le había dicho que no lo había hecho nada mal, pero ella tenía a veces esas manías perfeccionistas que la hacían sentir que no había dado todo su potencial.

 

—¿Qué es eso? —preguntó a su novio escuchando un suave golpeteo contra el vidrio de la ventana.

 

Seba se puso en pie y la abrió, para descubrir un ave que tras dejarle un pergamino sellado con su nombre y el símbolo que representaba al Uzza Khufu. —Es para ti, parece de la Universidad —dijo tendiéndoselo y ella lo tomó con nerviosismo, al abrirlo, abrió los ojos con un dejo de sorpresa, muy escueto, la indicación del lugar y la hora al día siguiente.

 

—Me espera mañana a las trece en el Sahara —casi puso los ojos en blanco y asintió mientras Seba le decía —¿Ves? No lo has hecho mal.

 

—Pero ¿por qué siempre en el desierto? —se preguntó, aunque debería saberlo, todos los guerreros venían de aquella tierra o sus cercanías.

 

~~o0o~~

 

Al día siguiente unos minutos antes de la hora señalada la Potter Black se encontraba lista, unos borcegos color beige, un pantalón cargo del mismo tono y una camisa blanca sobre una remera de tiritas del mismo color. Si no se ponía un sombrero para el sol era porque se hubiera sentido una niña ridícula, solamente recogió sus cabellos con una coleta, cargo en los bolsillos los frascos y pociones que podía necesitar, su varita, en sus dedos lucía los anillos hechizados para ocupar casi el mismo espacio uno y otro más una cadena con algunos dijes y amuletos de protección al cuello. Casi una pesada carga de viaje.

 

A la hora en punto desapareció de House of Books para aparecerse en el lugar indicado, una zona de las tantas del Sahara, llena de sol, de arena y… maldición… pensó la pelirroja al verse envuelta por un viento que arrastraba la arena del desierto, de inmediato lo supo al sentir el ardor en sus ojos, era arena mágica del desierto. Negó con la cabeza mientras entrecerraba sus ojos y pensaba en una Salvaguarda mágica, el efecto fue instantáneo, su cuerpo se volvió intangible, no solo contra los hechizos, sino que la materia sólida, como la arena, la atravesaba sin hacerle ningún daño.

 

Abrió los ojos y como pensaba había sido afectada por un brillo molesto que primero se convirtió en una visión doble, claro que no había mucho más que arena para ver doble, o ¿a unos metros de ella había un par de personas? Era borroso el par de figuras más adelante y suspiró mientras murmuraba.

 

—Vara de Cristal Edelweiss, su varita, había aparecido en su diestra y se había convertido en un bastón tornasolado, variando sus colores desde el azul de los dragones de hocicorto sueco hacia el castaño claro del aliso. La Potter Black la utilizó para guiar sus pasos, y no tropezar con alguna trampa mientras terminaba de recuperar su visión.

 

El bastón iba haciendo un suave surco tras el cual avanzaba lentamente, comenzando a distinguir las formas, no había rocas, solo arena a su alrededor, por lo cual le sorprendió al sentir que su varita chocaba contra un objeto que se deslizó un poco ante el empuje, un ángulo oscuro sobresalía de la arena. Con cuidado utilizó la vara para apartar la arena mientras se acuclillaba para descubrir las formas rectangulares de un objeto que no tenía ningún sentido en medio del desierto, aunque quizás si en la prueba.

 

Se puso de pie sosteniendo un libro forrado en piel de dragón, por su color negro debía ser de un colacuerno húngaro. En la tapa estaba repujada en sobre relieve y adornado con piedras preciosas un árbol del fuego cuyas raíces parecían surgir de un uroboro doble, donde dos serpientes, una blanco y otra negra estaban enredadas entre sí y mordiéndose la cola una a la otra, el centro de la misma parecía brillar al sol del mediodía.

 

Darla giró el libro y lo volvió a mirar sin atreverse a abrir el sello de serpientes, hasta que por un momento se le ocurrió una idea.

 

—Si no estás aquí ¿me puedes ver desde allí? —se había olvidado del mago y la otra figura que había visto a unos cuantos metros de ella y observaba con expresión curiosa el libro en sus manos, para una lectora ávida como ella era todo un tesoro, estaba segura que a su prometido también le encantaría semejante edición.

 

Se tomó unos momentos para analizar lo que había ocurrido hasta ahora, además de las arenas mágicas que antes la habían cegado, sospechaba que el Uzza había hecho uso de su anillo de presencia, estaba segura que era una gota de la esencia mágica que generaba en el dedo del mago el anillo la que brillara al sol del Sahara. Quizás no fuera necesaria su varita convertida en vara de cristal para lanzarle rayos convertidos en efectos, si él no estaba allí no habría más duelo, salvo que la hiciera enfrentarse al hombre cuya presencia acaba de recordar a algunos metros de ella.

Editado por Darla Potter Black
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- Excelente - Crazy y Darla habían logrado salir de los problemas en que Khufu los había metido con la arena. Denotaba que habían prestado atención a la lectura del libro y que sabían muy bien a lo que se enfrentaban. Sin embargo, quería ponerles retos mayores y el momento de continuar con la clase había llegado. Dennis y Beltis no se presentaban aún pero esperaba que lo hicieran lo más pronto posible o tendría que repetir la clase por completo.

 

Los dos magos empezaron su búsqueda del objeto a través del que Khufu los estaba observando. Habían logrado deducir que estaban siendo observados por el guerrero y eso era justamente lo que deseaba. Sin embargo, no sabía que les tenía una sorpresa más guardada. Tanto el reloj encontrado por Crazy como el libro encontrado por la mujer habían sido encantados previamente por Khufu para funcionar como trasladores y al momento de entrar en contacto con ellos serían llevados hasta otro lugar para continuar con el aprendizaje.

 

- Eso no se lo deben esperar - Sabía que los tomaría por sorpresa pero eso era justamente lo que necesitaba. Le agradaba que los alumnos esperaran lo inesperado pero tal vez eso era demasiado inesperado incluso para magos poderosos como sus dos alumnos. El objeto los transportaría hasta una bóveda trastero diferente cada uno ubicada en el Banco Mágico de Gringotts en donde serían recibidos por un cartel con las siguientes palabras ¨No intentes robar en el interior de este lugar, no podrás hacerlo¨.

 

Su tarea sería determinar por qué estaba el cartel en el lugar y si era o no creíble con base en sus hallazgos. Podría ser una completa mentira y solo una simple manera de espantar a los ladrones con menos experiencia, o también podría ser verdadera y tendrían que tener cuidado. Khufu se las había arreglado para llevarlos hasta allí sin permiso así que tendrían que moverse lo más pronto posible.

 

- Al finalizar su tarea tendrán que tocar el cartel - Decía en unas letras más pequeñas al final pero esperaba que solo lo hicieran al finalizar la tarea. Era un segundo traslador que esta vez llevaría a sus alumnos hasta su vivienda para terminar el aprendizaje y culminar con preguntas adicionales.

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Cinco minutos después, el elfo carraspeó y con un gesto del mentón le indicó el reloj que colgaba en la pared. La una menos cinco de la tarde, le quedaban cuatro minutos más para acabar de traducir -lo mejor que podía- un capítulo aburridísimo sobre alguna de sus últimas aficiones, que en opinión de su elfo, Mengo, podía convertirse en un importante descubrimiento. ¿Pero qué sabían los elfos? Especialmente aquel, que destilaba ingenuidad y demasiada curiosidad para su propio bienestar. Beltis bajó la vista otra vez al pergamino.

 

- La nota dice que...

 

- Que nos espera a la una en el desierto. Puedo leer, para tu sorpresa y la de muchos -dijo la bruja con suma calma. Dejó el pergamino sobre un escritorio completamente abarrotado y desordenado, y se quitó el monóculo- ¿No tienes algo que limpiar?

 

- Tiene que apresurarse ¿Cuando regrese me deja leer el libro?

 

Beltis lo miró con lástima mientras agarraba una pequeña bolsa de terciopelo donde llevaba todos los anillos y amuletos de los libros cursados, menos el amuleto de la curación que iba en su cuello. Como sabía de antemano que tendría que ir a un desierto, se visitó acorde, con una túnica y un velo de algodón azul.

 

- Aunque quiera, no puedes leer los libros uzza. Tienes que buscar alguna otra cosa que leer, seguro Crazy tiene algún libro interesante en su habitación.

 

Tomó su varita y dibujó en el aire un círculo plateado que se fue abriendo hasta formar un portal. El viento sacudió los papeles del escritorio y comenzó a llenarse de arena la habitación. Mengo gritó algo sobre tener que volver a barrer y que no podía ver. Beltis se cubrió con el velo los ojos y la boca antes de saltar hacia la tormenta del desierto. Con ambos pies en las dunas y con el azote del viento en la cara se dio cuenta que su vista -la poca que conservaba- había quedado inutilizada.

 

- Cantar del eleboro -murmuró bajo el pañuelo, el que no impedía que la arena hiciera efecto.

 

Se cubrió adicionalmente con obsistens para prevenir más daños. Si había entendido bien el libro de los Ancestros y acertaba al pensar que aquella tormenta era mágica, en concreto de arena mágica. El cantar del eleboro fue suficiente para restablecer su vista por completo.

 

El vendaval no amainaba. Beltis resopló acalorada e incómoda. Pateó el desierto, los pocos metros que avanzaba bajo la rabiosa tormenta pero no vio al guerrero. Solo vio una bola de cristal con una cabeza dentro desaparecer con un reloj. Un reloj en medio del desierto y un casco burbuja. Recordó el libro y comprendió lo que estaba ocurriendo.

 

El anillo. Buscó entre la arena con cara de malas pulgas y desesperación. Varios minutos después, lo que consideró una eternidad, vio algo brillar. Se arrojó de cabeza y en cuanto tocó el objeto de plata, desapareció envuelta en un torbellino de luz que se fue apagando hasta que el suelo se volvió a materializar bajo sus pies. La petaca tenía un hechizo traslasor que la había llevado hasta una especie de armario.

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Sostenía el libro y había desviado la mirada hacia el hombre que acaba de recordar estaba a unos metros de ella, pero un suave zumbido y un brillo azulado la hizo volver la vista hacia el objeto en su mano. Maldición, alcanzó a susurrar mientras apretaba con más firmeza el objeto en su zurda y sentía el tirón del traslador.

 

El viaje era inesperado, la llevaba en un vuelo rápido atravesando desiertos y ciudades y finalmente el mar, más campos y ciudades y más mar, cuando nuevamente alcanzó a distinguir las ciudades reconoció que llegaba a Londres. Se sostuvo con más fuerza preguntándose por qué el Uzza les había llevado al Sahara para luego regresarlos a Inglaterra. Pero no tuvo mucho tiempo para pensar en ello antes de sentir que todo se oscurecía y luego la luz volvió, apagada, apenas unas antorchas iluminaban el lugar.

 

¿Cómo había logrado trasladarla hasta aquel lugar? Dio un par de patadas en el aire al notar que estaba a punto de tocar el suelo y se aseguró que nada hubiera bajo ella, conocía demasiado las maldiciones que podían encerrar algunas de aquellas construcciones. Trabajaba allí ya hacía más de un año, y salvo la de ella y la de su prometido, Seba, no había visitado ninguna de las otras bóvedas trasteros del lugar. Frunció el ceño. Por más empleada acreditada que fuera de Gringotts estaba en un lugar que casi era prohibido.

 

Sus ojos no habían tardado a habituarse, a donde estaba, buscó en su bolsillo y sacó un bolso de piel de moke, tenía un hechizo extensible y pensó en colocar allí el libro del Uzza, aunque quizás no fuera tan buena idea quitarle la vista de lo que ocurría en el lugar. Sin atreverse a dar aún ni un paso observó a su alrededor, sintiendo como el calor comenzaba a invadir su cuerpo, lo cual no era muy habitual.

 

Su mirada se detuvo sobre un cartel con un claro mensaje de que no debía robar nada de allí. Frunció el ceño, robar… por supuesto, a su mente vino el recuerdo de un amuleto antirrobo, por lo cual enseguida miró a su alrededor, buscando esta vez algo específico, una estatua de porcelana de Hermes. Si el dios griego estaba allí con su casco alado el cartel le estaría diciendo la verdad, no podría robar ningún objeto del lugar ya que se lo utilizaba para proteger no solo mansiones ni negocios, sino en especial bóvedas trasteros, claro que ese no era su objetivo, lo que le interesaba era salir de allí.

 

No veía la estatuilla por ningún lado, claro que tampoco estaba segura de cuál era su tarea, aparte de salir de allí antes de que la alarma mágica llevar a los duendes y equipo de seguridad hacia la bóveda trastero en que estaba encerrada. Acomodó el libro traslador en su bolso, lamentaba que el Uzza se perdiera el espectác.ulo pero ella necesitaba tener ambas manos disponibles.

 

Efectivamente segundos después había dado un paso hacia el cartel y sin pretenderlo había empujado el borde de una antigua marmita de oro y la había tocado para que no cayera al suelo. Por causa de ello había tenido que detener un rayo verde que salió desde una estatuilla semi oculta tras una bandeja de plata apoyada contra la pared. Maldita sea, si no había intentado robar nada, ¿qué le pasaba a esa cosa?

 

Kansho, pensó por instinto mientras movía la daga de acero que había aparecido en su siniestra y ésta absorbía el rayo y lo devolvía hacia la estatuilla de Hermes que lo había lanzado, el rayo no le haría mucho daño cuando el sectusempra le impactara, pero debía intentarlo.

 

Fulgura Nox —murmuró la Potter Black, no podía arriesgarse a tropezar con algún otro objeto oculto entre las pilas de tesoros que había allí.

 

El portal la ayudó a atravesar los cinco metros que la separaban del cartel de madera tallada con los dos mensajes, el primero, la advertencia que había tenido su razón de ser, aunque ella no había intentado robar nada pero al tocar la marmita el amuleto anti robo había reaccionado. Con rapidez, antes que ocurriera algo más, se apresuró a apoyar su mano sobre el tallado mensaje que la mandaba a tocar el cartel.

 

—¡Maldición! —gruñó cuando un nuevo tirón desde la cintura la arrastró con cartel incluído hacia un nuevo viaje hacia solo Merlín sabría dónde. Aunque más que Merlín, debía ser Khufu el causante de esos ataques, la arena mágica primero, la esencia del anillo de presencia, luego el traslador, el amuleto antirrobo ¿qué faltaba? Y Mientras se dirigía hacia su nuevo destino sintió un estremecimiento, ella había invocado la daga y la vara de cristal ¿serían suficiente defensa para la próxima sorpresa? Mantenía los tres objetos con fuerza entre sus manos mientras era arrastrada hacia lo que parecía una tienda o carpa cercana a un lago, que le pareció reconocer como el de la vieja Universidad. Era hora de averiguar qué seguía.

 

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La Delacour había terminado salido lo mejor librada posible de aquel duelo que había tenido contra Khufu por su aprendizaje del libro de los ancestros, eso era algo que la tenía feliz ya que sabía lo poderosos que podían llegar a ser los Uzza cuando se lo proponían, así que él hecho de no haber tenido que usar su amuleto de resurrección era algo que la tenía más que feliz.

 

Después de haber dado aquel encuentro por terminado había salido del país debido a asuntos del ministerio más específicamente del cuartel auror. Aquel trabajo que esperaba demorará un par de días se había alargado más de la cuenta, motivo por el cual recién venía regresando a la mansión Delacour para encontrarse con una nota del uzza donde la citaba en el desierto del Sahara a la una de la tarde. Rayos y centellas penso al ver la hora y notar que ya llevaba más de una hora de retraso, de seguro eso le iba a costar caro al final. Sin cambiarse uso de inmediato un fulgura nox para llegar al lugar indicado. Su vestimenta no era apropiada para un desierto, vestía pantalón negro, camisa blanca manga larga y la túnica de auror. Apenas llegó al lugar su vista comenzó a molestar hasta dificultarle la visión.

 

Claro no podía ser otra cosa que arena màgica del desierto, del bolsillo de su pantalón sacó el pequeño frasco que se supone debía contener esa arena pero que estaba vacío, al pasar los segundos su vista sintió alivio, - curación - pensó cuando ya se sentía mejor y su vista volvió por completo.

 

El calor era insoportable, por lo que optó por quitarse la túnica y arremangar su camisa, acto seguido lleno de arena el frasco que estaba vacío y comenzó a caminar. Alrededor no veía más que arena y rocas dispuestas en el desierto. Sabía que Khufu estaría pendiente de cualquier paso a seguir que diera y tenía una ligera idea de cómo lo estaría llevando a cabo. Sin duda alguna había usado de seguro el anillo de presencia, pero sobre que lo había hecho. Aquel desierto era un lugar inmenso, pasarían días antes de cruzarse con alguien o ver algú fuera de lugar, pero de todos modos debía intentarlo.

 

Comenzó a caminar por aquel árido terreno cuando su vista divisó a lo lejos lo que parecía un casco de esas armaduras antiguas de guerreros, se acercó hasta llegar a aquel objeto, sentía una energía alrededor de él. De seguro el uzza había dejado su esencia en aquel objeto. Cuando lo tuvo frente a sus ojos se dedico a observarlo con calma a la espera de saber que podía averiguar de aquel casco, que secretos escondía ese objeto en cuya superficie el uzza había depositado aquella magia para estar al tanto de todo lo que pasaba.

 

Tal vez en ese casco estaba los próximos pasos a seguir, se acercó para tomar aquel objeto que Lucía reluciente a pesar de estar en aquel territorio ta desolado. Con cuidado fue a levantarlo del piso cuando de pronto sintió aquella sensación de jalón en su estómago, eso sólo podía significar algo y de seguro en cualquier momento estaría en un terreno diferente lejos de aquel desierto, eso o ya se le había olvidado como los trasladores la hacían sentir. No era algo grato pero al fin de cuentas era una manera rápida de viajar.

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Alumbró con la varita la pequeña habitación, sin ponerse de pie, todavía hincada en el suelo con la petaca en una mano. El cuarto no era más grande que un armario de escobas y no había ninguna puerta a la vista. Las paredes estaban cubiertas de estanterías, todas ellas repletas de libros en cuyos lomos de cuero desgastado los títulos eran apenas legibles.

 

Vislumbró en la parte superior de una estantería un cartel, como única instrucción, que amenazaba a aquellos que intentaran robar algo. Hermes la observaba desde la otra esquina, junto a unos tomos de cuero rojo.

 

- No pretendo robar -susurró mirando a la estatuilla del dios griego- Solo quiero leer antes de salir de aquí.

 

El lugar era un pequeño archivo secreto, una especie de bóveda de libros. Y los libros parecían lo suficientemente viejos como para esconder conocimiento peligroso y debidamente olvidado. Beltis se subió a una escalerilla y comenzó a revisar los títulos, sacando uno y otro texto, abriendo sus páginas y leyendo un capítulo aquí y otro por allá. Miraba de refilón a Hermes para comprobar que todo estaba bien. Los libros como objeto no se moverían de la peculiar bóveda, solo se haría con el conocimiento sin robar.

 

Pasó el rato. Los minutos se sucedieron sin que la bruja se percatara del tiempo que estaba dedicando a una simple tarea. Se había olvidado por completo de que su principal objetivo era salir de ahí para encontrarse con el uzza. Acabó sacando una pluma y pergamino de su pequeño bolso de terciopelo para hacer anotaciones, esquemas y dibujos. Hizo varios apuntes y transcribió más de algún párrafo. Se manchó de tinta el dorso de la mano y dejó sendos goterones en las amarillentas páginas.

 

Cuando hubo llenado varios pergaminos se detuvo a ver la hora. ¡Se había despistado y había pasado ahí casi dos horas! Maldijo entre dientes y se bajó de un salto de la escalera. Guardó la pluma como pudo y sacó el amuleto para defensas carcelarias. Dudó. Miró el cartel, el amuleto y la varita. Podía salir de ahí por tres vías. Finalmente de un salto llegó al cartel y lo descolgó. En cuanto lo sostuvo entre las manos un espiral de colores la rodeó y la soltó con violencia frente al uzza.

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La arena seguía rugiendo a su alrededor, formando remolinos en torno a su figura y convirtiendo en imposible ver algo más allá de unos pocos pasos. Sin saber muy bien qué hacer se concentró en en reloj que tenía a sus pies, que era lo único que podía vislumbrar en aquel paraje desolador. Para su sorpresa, las manecillas continuaban moviéndose rítmicamente a pesar de haber estado enterrado en la arena. Quizás se moviera mediante medios mágicos, lo que explicaría su resistencia en aquel medio.

 

- Khufu, sé que me estás viendo - dijo -

 

No estuvo muy seguro de que lo hubiera escuchado, el casco burbuja amortiguaría el sonido. El enorme reloj comenzaba a llenarse de arena poco a poco, preocupado porque eso dificultara la visión del Uzza alargó una mano para sacudirle la arena y en cuanto lo tocó sintió el familiar tirón de la traslación.

 

- Soy un auténtico cenutrio - dijo mientras desaparecía -

 

Apareció en una bóveda de lo que, supuso, sería Gringotts. Era bastante pequeña, estaba iluminada por una antorcha de fuego eterno que bañaba la habitación con un resplandor esmeralda que dotaba a la escena de cierto aire de irrealidad. Le sorprendió haber aparecido en un lugar así, ¿Cómo había logrado el guerrero soslayar los impresionantes hechizos antiaparición del banco? ¿Tenían los Uzza fulguramagos entre sus filas?

 

Un cartel colgado en la pared avisaba del peligro a los dragones. Comprendió que aquella prueba debía versar sobre aquel amuleto antiaparición que mencionaba el libro. Recordó que se trataba de una figura de porcelana del dios griego Hermes, de forma que observó detenidamente los objetos de la bóveda buscando algo similar.

 

El mobiliario se reducía a una pequeña mesa, situada en el centro, que contenía un montón de papeles. No había ni rastro de la estatua, de forma que se sintió seguro y se acercó a inspeccionar los pergaminos. El primero era un aburrido testamento, había también varios títulos de propiedad y una juvenil e impetuosa carta de amor ya ajada por el tiempo.

 

- El resumen de una vida - susurró con tristeza -

 

Decidió que allí no había nada que robar y se acercó entonces a inspeccionar el cartel, que era el otro único objeto en la sala. En cuanto lo tocó, volvió el tirón.

 

- ¿Pero cuántas veces voy a picar en este maldito truco? - exclamó irritado mientras desaparecía -

Sapere Aude - Mansión Malfoy - Sic Parvis Magna

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