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Cuidado de Criaturas Mágicas IV


Nate Weasley
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Escuché atentamente las palabras que mi prima Sagitas decía al respecto. Aunque a decir verdad, no sabía si era el alcohol que aún la controlaba. Estaba seguro que no, porque seguía siendo ella pero más desanimada (o dolorida). Le dirigí una sonrisa y agradecí en silencio que no siguiera insistiendo sobre el certificado. Hasta que no tuviera un papel firmado explícitamente por el profesor diciendo que habían aprobado el curso, no podía hacer nada. Agradecía en parte aquella burocracia. Elaryan habló, aunque no se extendió demasiado como esperaba.

El profesor se mostraba algo formal. Tal vez era porque se trataba de su primera clase. O porque aquella realmente no era su clase. Pero era bueno que nos encaminara a lo que realmente importaba. Las cosas que comentaban al principio me sonaban extrañas pero de a poco podía verlo. Era una suerte que no estuviera en medio de una batalla entre miembros de los diferentes magos. Si observara como utilizaban y manipulaban a los animales como se les antojaba, seguramente que todo aquello se lo llevaría el viento. Y no sabía que tanto era sobre aquella clasificación. Incluso había podido sacar mi Kelpie de la reserva por haber adquirido magia para controlarlo.

"Tal vez sea que el animal sabe y reconoce el poder" Y eso me redirigía a lo que el profesor Merabet comentaba. Los miedos, la ansiedad y la alegría, como el enfado se veían reflejadas en las criaturas. Y era cierto. Desde aquella adquisición de nuevos poderes, me sentía capaz de relacionarme mejor con mis animales, de poder controlarlos. ¿O acaso el profesor desconocía de aquella magia Arcana que tenía como nombre Orbis Bestiarum? ¿Le molestaría si le mostraba el libro? Automáticamente, como si una descarga eléctrica me cayera en la cabeza, me hizo darme cuenta que tenía prohibido enseñar magia a las personas que no poseían esos mismos poderes.

Cuando volví a la clase, el profesor nos estaba ordenando que tomáramos la lapicera. Era una traslador y ya me parecía que no íbamos a quedarnos allí. Nos había dado la clasificación y las características. Ahora íbamos a lo práctico. Todos desaparecimos y toque tierra firme. La lapicera ya no estaba. ¿Dónde había caído? Escuché que el maestro nos indicaba que debíamos tomar un sendero cada uno. Aquella libertad me incentivaba. Estar encerrado entre cuatro paredes me incomodaba. Reaccioné al escuchar a mi prima, a pocos pasos de mí.

¡Vamos! Levántate... —le comenté mientras me aferraba a su muñeca con una mano y ayudaba a que no tuviera que levantar su propio peso. El profesor nos había dicho que empezáramos, asi que no podíamos retrasarnos tanto. Escuché que se había olvidado el agua, y por un segundo, a veces ocurría aquello, mi mente se puso en blanco y olvidé que era un adulto, olvidé que era el Director de la Universidad y que debía comportarme. Cuando ésta se pudo poner de pie, hice un movimiento con mi varita y un chorro de agua salió en dirección al rostro de Sagitas. Quedó empapada en gran parte—. Ahi tienes agua, prima. ¿Necesitas más? ¿O ahora estás mejor?

Le comenté entre risas. Necesitábamos, por el bien de todo el grupo, que Sagitas estuviera lo más sobria posible. Tal vez el resto no la conocía. Pero estaba seguro que si continuaba en aquel estado, terminaríamos siendo perseguidos por un dragón enfurecido. Si, no subestimaba a mi prima. ¿O no era ella que en medio de la clase de aquel libro había terminado casi en matrimonio con un miembro de la tribu? Sin contar que habíamos sido perseguidos por magos enojados, una ola enorme de agua, un basilisco y la salvación de Badru. Empecé a alejarme de a poco, eligiendo el sendero más alejado de allí, guiñándole un ojo a la joven y no pudiendo borrar mi sonrisa.

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GOLDOR ♦ DEMONIUM MERIDIANUM

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Intenté enderezarme en la silla y me dio un dolor extraño en la parte baja de la espalda. Tosí, y presté atención a las palabras del profesor. Un traslador, pensé con sorna. Hacía mucho tiempo que no tenía que usar uno de aquellos artefactos, pero resistí cualquier reticencia al respecto y lo sostuve durante unos breves instantes entre mis dedos antes de sumir mi cuerpo en una espiral de locura sensacionalista. Me arrastró como conducido por un ínfimo tubo, a duras penas podía pasar mi cuerpo, comprimido hasta un punto en el cual yo mismo dejé de sentirlo como propio. Los ojos se salían de sus cuencas, el aire helado penetraba por mi nariz impidiéndome respirar, mientras mi yo giraba a una velocidad endiablada sobre sí mismo. Me veía, un reflejo, idas y venidas. El borde del caos se dibujó frente a mí, pero era difuso, como si lo viese a través de un cristal empañado por el vaho de la mañana. Y el rocío dinamitaba la expresión que deslizó por mi piel como un breve momento de felicidad.


Lo solté y busqué la manera más eficaz de frenar una dura caída. Agité mis piernas, moviéndolas en espasmos controlados a la vez que con los brazos hacía algo de contrapeso. No era mucho, pero era algo. Y tan pronto como empezó, acabó. Estaba agradecido por eso. Qué alivio, pensé. Caminé un par de pasos hasta que se pasó la sensación de mareo y observé como Sagitas y Elvis ya estaban allí, pero no les presté mucha atención, Mi cabeza aun daba vueltas y sentía una punzada en mi estómago que no parecía augurar nada bueno. Llevé mis manos con disimulo a mi abdomen y lo masajeé con cuidado.


―Esto, definitivamente, tampoco es lo mío –dije en voz baja.


Prefería aparecerme, pero aun no tenía la condenada licencia y no deseaba saltarme las leyes. Demasiadas normativas.


―Parece que os lleváis bien –indiqué dirigiéndome hacia Elvis y Sagitas.


Ex-Líder de la Orden del Fénix
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Churchill me citaba // Viva el CO2 // Tejonista y Tejounhista // Posible parodia

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-- ¡Mecagüénlalexedunicornio! -- grité en medio del glu-glu-glú de sentir el chorro de agua en la cara. Estaba enfadada y en un tris estuve de estirar la mano que me tendía Elvis para tirarlo al suelo. Pero después pensé que me lo merecía. Además, el agua fría y de sopetón había conseguido lo que no había conseguido la poción pimentónica extra que me había tomado en casa: me sentía mejor. Bueno, vamos, no iba a correr una maratón ni siquiera diez metros, pero ya, al menos, podía caminar de forma recta sin que pareciera que hacía eses. -- Esto... ¿Gracias?

 

Mi pregunta era algo sarcástica, pues de gracias nada. Sonreí ante la pregunta del alumno, (leñes, ¿cómo había dicho que se llamaba? Tenía una visión-recordatorio a medias de lo que había sucedido en la clase) y busqué mis gafas. Con la presión del Aguamenti habían saltado y no las encontraba, entre la maleza de la Reserva.

 

-- Sí, nos llevamos bien... Tanto que en la próxima reunión familiar le voy a diluir pastillas vomitivas en el té, sólo para "agradecerle" el agua que me ha prestado.

 

Sacudí las manos para quitar las gotas de agua que aún había adherida a ellas. Después pensé en usar un hechizo secador pero...

 

-- ¿Dónde me dejé la varita? ¿La he perdido junto a mis gafas? -- Elvis me había guiñado un ojo y se había ido por un sendero. Le grité, enfadada. -- ¡E L V I S G R I F F I N D O R! Te mato en cuanto te pille. En cuanto encuentre mi varita.... ¡¡Yo de ti me protegería el trasero!! -- grité aún más fuerte.

 

No había hecho falta que el profesor al mando me dijera que estábamos en la Reserva del tal Scamander. Ya la había visitado alguna vez (esto..., mejor que no lo sepan las autoridades que fui yo) y conocía por encima lo peligroso que era ese lugar si te salías de la ruta marcada. Me sacudí el pelo como había visto hacer a los crups y eso hizo que las gotas se fueran a los lados. Aún así, seguía mojada, y no me gustaba esa sensación.

 

-- ¿Y nos vamos a mover sin guías de la Reserva? -- le pregunté al Profe. Por lo que sabía, eso estaba prohibido, aunque supongo que los de la Universidad debían de tener un permiso especial para hacerlo. Suspiré un poco y decidí usar un camino totalmente opuesto al de mi primo; mientras siguiera mojada y, por tanto, enfadada, era mejor que no me encontrara con Elvis o tendría que usar crema para quemaduras en las posaderas. -- Hale, a perseguir bichos.

 

Estaba enojada. Si ya conocía a todos los bichos habidos y por haber en el Magic Mall. Hasta tenía uno que estaba segura que el profe no conocía, ya que era el resultado de una experimentación en un país del Este, así que seguro que ni sabía de su existencia (aunque tampoco se lo iba a decir, pues me obligaría a confesar cómo lo había conseguido). Así que me fui por otro sendero, mascullando palabras muy feas.

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Quentin Merabet

 

El francés se quedó en silencio, con las manos cruzadas por detrás de la espalda y un semblante serio que analizaba la escena con parsimonia mientras sus estudiantes comenzaban poco a poco a desenvolverse dentro de la actividad que él les había preparado. Meditó por unos segundos, ante la presencia de su alumna aparentemente cada vez más sobria, cuán peligrosa era la tarea que les había encomendado, más rápidamente sopesó el asunto a su propio favor en la justificación de que debían hacerse valederos del conocimiento que les otorgaría.

 

- En efecto, señorita Ericen. - le contestó el mago, quitando su varita del bolsillo en el que la portaba - Es la experiencia la que le enseñará más que yo, y tengo el presentimiento de que le sacará más provecho si interactúa con criaturas en vez de estar sentada aquí mientras yo la aburro con zoología mágica teórica ¿no le parece?

 

Le sonrió levemente, algo muy inusual en él. Aquel gesto se veía sumamente descolocado en la apariencia general de su rostro; su cabello grisáceo abatido por los años y las situaciones de estrés que había afrontado y el resto de sus rasgos faciales que por costumbre estaban curvados en una expresión de severidad. Una larga cicatriz recorría su rostro desde el extremo de su heminariz iquierda hasta la carúncula del ojo homolateral.

 

- Los veré del otro lado. - dijo, y con eso se internó en el bosque. No por un sendero, si no plenamente entre los arbustos. - Si es que lo logran. - agregó, antes de desaparecer.

 

Minutos después se deslizaba por el bosque con suma agilidad, conocía aquella reserva mágica casi tan bien como la que estaba ubicada en Francia. En un principio la idea había sido llevar a los alumnos a la reserva de su país, más el departamento de Cooperación Mágica Internacional no se había mostrado demasiado colaborativo y Merabet se había tenido que contentar con aquellos lares.

 

Finalmente llegó a otro claro, muy alejado de aquel donde había estado minutos antes, este tenía una extensión de agua mucho mayor que el anterior además de una vegetación más frondosa y un césped más oscuro. No obstante, lo que verdaderamente llamaba la atención del lugar era el enorme dragón que aguardaba en el medio del claro, descansando con su mentón apoyado sobre sus cuartos delanteros.

 

- Tranquilo, Frwak. - le dijo una vez se hubo acercado, acariciándole las escamas rojizas que se encontraban por encima de sus ojos - Pronto llegarán un par de visitantes, trata de no atacarlos, ¿vale? - agregó, montándose en él - Creo que algunos de ellos tienen potencial.

 

Finalmente, se recostó por encima de la piel de su dragón, que inmediatamente le transmitió un calor familiar. Sólo los más valederos de sus alumnos lograrían llegar a aquel claro, que tenía el extremo final de los siete senderos que se habían abierto metros más al sur, en el espacio donde habían aparecido. Quentin cerró los ojos, y comenzó a hablar con su dragón.

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En mi rostro se dibujo una enorme sonrisa cuando mi prima gritó mi nombre. Estaba seguro y no subestimaba sus amenazas, pero sabía que más tarde me lo iba a agradecer. De hecho estaba regresando a ser la prima con la que siempre me encontraba. Avanzaba lentamente. Me preguntaba qué tipo de criaturas había allí, porque estaba seguro que además de ser el hogar de muchas criaturas que eran propiedad de magos de Ottery, también habría varias que seguro nacieron allí.

Miré de reojo y pude ver que el profesor había desaparecido y los demás habían tomado un camino diferente. Me volví y por mi cabeza, pasó un pensamiento que agradecí. ¿Qué conocimiento acerca de las criaturas, podía llegar a tener en ése instante? Sabía poco y nada de ellos. Y menos sobre la clasificación de éstos. Así que activé el anillo de amistad con las bestias. Desde que había empezado a sumergirme en el arte de las magias guerreras, mis manos estaban decoradas con anillos y mi cuello con extraños amuletos.

El profesor no había dado ninguna indicación que aquello estuviera mal. No iba a aprender nada nuevo, sino a descifrar algunas cosas que a simple vista no vería. El anillo me conectaba con las criaturas que querría y podría analizarlos más a fondo. Aunque realmente necesitara más conocimiento para saber sus categorías o diferentes datos. A mi derecha pasó volando un fénix. Aquello hizo que mirara maravillado aquella criatura, como si fuera una gran señal. El fénix era el símbolo primordial del bando al que pertenecía. Su canto resonó incluso hasta en lo más profundo de mi corazón.

Eso es maravilloso —murmuré para mi interior, aprovechando el poder de aquel anillo. Podía sentir la libertad que embargaba al fénix. La sabiduría incluso que poseía por los años que vivía. Mi cabeza me recordó la clasificación, porque cuando actuaba como Demon Hunter, podía invocar ésos animales las veces que quisiera. Podía curar graves heridas y hasta ordenarle que se teletransporte. Según el Ministerio era clasificación XXXX. Así que anoté aquellas cosas en un pergamino. Me detuve algunos segundos.

La brisa de la reserva era agradable. Movía la copa de los árboles ligeramente mientras a lo lejos se podía escuchar el agua de algún río o lago, no estaba seguro. Pero mi atención se vió dirigida hacia un pequeño grupito de bolas de colores, peludas, que se movían rápidamente entre ellos, como pequeños ratoncitos. No pude evitar no acercarme y reconocí a los Micropuff al instante, ésa era la razón por mi atrevimiento. Estaba claro que si hubiera sido algo más peligroso, mi camino sería totalmente opuesto.

Activé una vez más el anillo, aunque no hacía falta. Su felicidad era pura y rápidamente tres de éstos se acercaron a mi mano que había estirado hacia ellos. Uno rosado, otro turquesa y uno anaranjado, se acercaron y permitieron hasta que los acaricie. Eran suavecitos y automáticamente empezaron a ronronear. Aproveché a anotar aquello, eran tan dóciles que la comunidad mágica los consideraba los favoritos. Por eso llevaba la menor clasificación que había, hasta era la mascota de los más pequeños. Me levanté y regresé al sendero, para continuar aquel camino. Estaba seguro que necesitaba un largo rato aún.

Mientras los metros y los minutos avanzaban, el césped se volvía más oscuro. Los árboles más pegados y los ruidos de los animales más fuertes. Mi varita se encontraba en mi mano, claramente que no la usaría pero no dudaría en materializar algún animal por si aparecía algún Quintaped o ésas criaturas peligrosas como eran los Nundú, pero hasta el momento, había tranquilidad. Algo me suponía que si había senderos por allí, estaban encantados de alguna manera. Activé mi anillo, hacia algunos minutos que no encontraba alguna criatura para analizar. Y seguí el aleteo de algunos pequeños pájaros, o eso suponía.

Había un gran árbol verde, con muchas ramas que se dirigían a diferentes direcciones. En su base tenía arbustos frondosos con flores de diferentes colores. Y el aleteo provenía de una docena de Jobberknoll. Reconocí el ave porque tenía uno en la mansión Gryffindor y entendí porqué no cantaban o piaban alrededor. Aquellos animales no reproducían sonido alguno, salvo en el momento que estaban por morir. Eran bellos a simple vista pero el Ministerio los catalogaba con dos equis. Tal vez se refería por el uso de sus plumas o por eso que reproducía un único y fuerte sonido al morir. Tomé nota de aquello y regresé al camino. A continuar el recorrido.

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Entre tanto ir y venir iba a acabar mareado. Me moví dos pasos hacia adelante, uno a la izquierda y un par más hacia atrás. No me gustaba nada lo que veía, el viento daba la sensación de anteceder a una fuerte tormenta, pues era caliente y húmedo. Incluso pegajoso, como si me encontrase perdido en una jungla del sureste asiático. Claro que, no escuchaba gente gritando en idiomas desconocidos o chillando porque sus niños se habían escapado de la aldea. Me hizo suponer que no debía de estar tan lejos de casa, era simplemente el ambiente que no me gustaba en demasía.


Miré a todos lados, mis piernas iban solas, guiadas por una difusa fuerza que arremetía con oleajes tremebundos mi corazón. En algún momento incluso llegué a sentir pesar, pero se disipó rápidamente al ver unos diez gusarajos recostados sobre un tronco. Se movían de manera sinuosa, apelotonados como si esperasen algo. No eran criaturas demasiado agradables a la vista, pero recordaba haberlos estudiado muchos años atrás.


―Todo muy normal –susurré mientras le daba una patada a una hoja seca.


El sol se escondía cada sesenta segundos, más o menos, mientras caminaba y los árboles con sus copiosas copas tapaban su luz. Me molestaba, pero no tardé en llegar a una arboleda copiosamente cubierta que hizo de aquel escondite un juego casi eterno. Me sumí en las sombras, a la vez que continué avanzando. Internándome en las entrañas de aquel lugar. Pensé en sacar la varita, pero no tenía demasiada razón de ser. A fin de cuentas, fuesen o no criaturas, no dejaban de ser animales.


Deberías ser precavido.


Y tú deberías callarte, pero aun no sé por qué, te dejo hablarme.


Escuché una especie de zumbido y creí ver revoloteando entre las ramas a un glumbumble, pero no estuve muy seguro.


¿Qué es eso?


Yo también lo había oído, bueno… él y yo. Me puse alerta y viré la vista hacia la derecha. Las hojas crujían bajo sus pies, se escondía y volvía a quedarse a la vista, pero no se había fijado en mí todavía. Entorné mis ojos para fijarme mejor en aquella criatura que si no recordaba mal, era clasificación XXXX, un graphorn. Tiempo atrás tuve el control de varios de aquellos animales, incluso dragones fueron domados a mi voluntad en multitud de ocasiones. En esos días, claro, no era capaz siquiera de tomar el control siquiera de un micropuff. Así estaba mi nivel, me costaría volver a ser quien era.


Volví sobre mis pasos, avanzando y meditando. Iba tomando nota de todo mentalmente, o más bien refrescaba mi mente añeja. Lo necesitaba. A lo lejos divisé algo, no estaba muy seguro de si se trataba de un claro, o tierra quemada.


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¿Por qué estaba enfadada? Al fin y al cabo, el calor que hacía en aquella isla donde se situaba la Reserva había acabado por secar mi pelo y mi ropa. Pero seguía avanzando a pasos agigantados, sin importarme el ruido que hacía al pisar en aquel lugar. Se me había olvidado que aquel lugar era el refugio de muchos animales de poderes muy elevados.

 

El profesor me había llamado Ericen. ¿Eso me había molestado? Supongo que sí, hacia tiempo que no me llamaban con ese nombre, aunque la culpa era mía. ¿Por qué aún mantenía la E. de mi nombre prohibido? Supongo que sólo por orgullo. Pero sentirlo en los labios de aquel profesor me hizo sentirme más irritada todavía que por el hechizo que había usado contra mí Elvis, para reírse un rato. En otro momento, me hubiera divertido contraatacando con un Tarantallegra a mi primo pero ahora...

 

No sé... Sólo estaba irritada. Yo sólo quería el papelito que demostrara que sí, que sabía de animales, para que los del Ministerio dejaran de meterse con mis supuestas habilidades para controlar o no a las criaturas del Circo. Y ahora me tocaba un profe sarcástico que seguro que me obligaba a currarme la clase con todo lo que yo tenía que hacer en casa (como dormir la siesta en la nueva tumbona que me había comprado para la zona del estanque).

 

Así que avancé tan rápido que ni cuenta me di que estaba todo en silencio. Demasiado silencio pero... ¿cómo escuchar silencio cuando yo parecía un elefante destrozando media selva con mi paso acelerado? Así, que cuando noté que algo iba mal, sencillamente ya lo tenía encima.

 

Primero tropecé con unas ramas que estaban chafadas, lo cual fue un alivio, pues me clavé la punta de la varita en salvasealaparte, con lo que me acordé que la tenía en el bolsillo de atrás. Después me di cuenta que aquello era un sendero de un animal que se arrastraba. Al instante reconocí el rastro que dejaba mi Basilisco en el Circo.

 

-- ¿Dorotea?

 

Sí, bueno, vale... No tengo mucha imaginación en bautizar a mis mascotas.

 

Fue entonces cuando sentí el siseo, el ruido especial que hacía mi basilisco, pero éste venía con mala leche. Tea era super amable y siempre se acercaba a mí con los ojos cerrados, esperando un mimo, le gustaba que le rascase bajo el cuello con un cepillo de púas. Pero este Basilisco no era Dorotea, de eso estaba segura. ¿Quién demonios tenía un Basilisco y no podía tenerlo en casa, o se lo habían quitado y lo habían llevado a la Reserva?

 

-- Obscuro

 

A tiempo, una venda le tapó los ojos. A mala hora había dejado mis gafas de sol en la clase. No estaba segura que eso me hubiera evitado quedarme petrificada. Aunque ahora tenía un problema más grande. Aquel bicho era... ¿De cinco Equis? Eso por lo menos, seguro que hasta tenía más. ¿Y cómo dominar a un basilisco enfurecido que le han tapado los ojos y brama con cabreo porque no ve a su pieza comestible?

 

Permanecí lo más quieta posible e intenté no respirar. Los Basiliscos, además de mala leche con su mirada, tienen la capacidad de oír un mosquito y guiarse por el sonido. Así que me tapé la boca con la mano libre e intenté que mi corazón dejara de latir a cien. Se me ocurría el "Desmaius" pero necesitaba al menos dos o tres personas para conseguir que el Basilisco se noqueara con ese hechizo. ¿Qué más podía hacer excepto moverme? A ver... Le tenían miedo a las gallinas, ¿o era a los sapos?

 

-- Esto... ¿Kikiriquí? -- ¿es que no puedo estarme callada ni un segundo?

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Escuchó las palabras de le peli-violeta sin poder evitar extrañarse, apenas había sido un susurro o ¿No? Incluso su otro compañero la había escuchado y seguramente el profesor también. Se acomodó en su sitio algo incomoda mientras Sagitas bebía el agua que le había dado, el otro mago decía no saber las respuestas a las preguntas del profesor y Elvis empezaba a hacer preguntas > pensó la bruja quien empezaba a lamentar no haber prestado atención a Bastian cuando este se emocionaba hablando de todo tipo de criaturas e intentaba enseñarle, quizá si lo hubiese escuchado no estaría tan perdida en aquella clase.

Permaneció en silencio escuchando lo que sus compañeros decían, le resultaba entretenido y además se enteraba de cosas que por sus diversas ocupaciones siempre pasaba por alto, por ejemplo no sabía de la existencia del Circo del que su compañera era la propietaria y tampoco tenía idea de que tenían dragones > se dijo a sí misma > siguió pensando con amargura.

La voz del profesor regañando a la Potter Blue la trajo de regreso a la clase volviendo a prestar a tención a lo que decía. Siempre había pensado que esa categorización estaba mal, habían criaturas que merecían tener un mayor número de X’s y otras quizá menos o mejor que deberían variar, después de todo no es lo mismo lidiar con un animal enojado sea de las X’s que sean. > aquella palabra se le quedo rondando en la cabeza por un rato, a los vampiros y licántropos se los llamaba muchas de las veces seres de la noche o similares, pero no aparecían en la lista, quizá más adelante le preguntara algo al respecto.

—Porque trasladores… —Se quejó apenas el profesor colocó un lapicero frente a ella, si había un medio de transporte mágico que odiaba ese era sin duda alguna el Traslador.

Sin muchas ganas cogió su cartera y esperó que les indicara cuando tocar la pluma. > apenas escuchó esas palabras la Karkarov tomó la pluma y un destello azul la absorbió, sintió unas fuertes punzadas en el estómago y todo a su alrededor le daba vueltas, aquello no duro mucho tiempo y pronto el suelo estaba a tan solo unos centímetros de ella, apenas pudo poner las manos para no estamparse de frente sobre el césped, la cartera de la bruja fue a parar varios metros lejos de ella.

—Odio los trasladores… —murmuraba poniéndose en pie para ir a buscar sus cosas, algunas partes de las indicaciones del profesor llegaron hasta ella pero su sonido era apagados o amortiguados por los gritos de su compañero y las risas de Elvis. Cuando al fin metió todo en la bolsa se dispuso a seguirlos pero estos ya estaban un poco lejos —Heyyyy no me dejen aquí sola… —gritó mientras empezaba a correr.

—Por Morgana… —dijo deteniendo la marcha, a pocos metros de ella se encontraba un Basilisco haciendo destrozos, visiblemente enfadado por una hechizo que le cubría los ojos —¿Pero qué hace? —se preguntó al ver y escuchar a Sagitas.

Se quedó paralizada por un momento, intentando recordar algo que hubiese leído o escuchado sobre los Basiliscos > recordó de pronto. Sacó la varita de inmediato y buscó con la mirada algo que hechizar.

—Sagitas es un gallo… un gallo… no una gallina—movió su arma mágica y dijo apuntando a un pequeño tronco seco —Morphos¬— este se transformó en un gallo no muy grande al que la castaña ordenó —Vamos amiguito, canta… canta —Esperaba que eso fuera suficiente para ahuyentar a tan enorme y peligroso animal.

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Había grandes rocas que dificultaban mi vista. Las colinas que empezaban a ascender desde allí, estaban rodeadas por árboles. Los arbustos y ramas bajas casi llegaban a los límites del ancho sendero, el cual estaba formado por tierra y millones de pequeñas piedritas que amortiguaban el paso. El clima totalmente cálido y el ambiente natural hacía ganas de quedarse allí y de tenderse sobre el césped, aunque claramente era peligroso.

Un par de metros más adelante, pude ver que éstas piedritas se desparramaban como si algo grande y pesado las hubiera aplastado y por ende, abierto en un agujero un poco más grande que mi pie. Había una especie rastro de baba que en los sitios donde tocaba el césped, se encontraban totalmente quemado, como si hubiera sido efecto de un encantamiento. Había algunas partes de las rocas quemadas con rastros negros, y algunos arbustos secos, torcidos y sin ninguna hoja. Tuve que esperar medio minuto para ver a dos caracoles de colores brillantes. Uno de tonos azulados y el otro, violáceos.

Un Streeler —murmuré para mi mismo. Era la primera vez que veía aquellos ejemplares tan cerca. Siempre los veía en cuentos o en libros de estudio pero nunca había visto como quemaban todo a su paso. La desconcentración me había llevado a olvidarme de todo mi entorno. Y al parecer, algo había hecho mal, porque de un salto y un insulto, me di cuenta que me había topado con un cangrejo de fuego. Lanzó una llamarada que rozó mi mano donde llevaba el pergamino. Ardía demasiado.Tiré el pergamino al suelo y lo pise varias veces para apagarlo. Solamente se había quemado la mitad.

 

Lo tomé y me alejé un poco. Aunque si no me hubiera atacado de aquella forma, seguramente me habría detenido a admirar el caparazón lleno de piedras preciosas. Muchos magos y brujas los utilizaban para calderos de lujo, los había podido ver que los vendían en el callejón Diagon aunque no era de mi agrado .La mano me seguía ardiendo pero mantuve mi varita por si necesitaba utilizarla. ¿Qué me diría el profesor si haría aquello? Estaba seguro que se enfadaría por lo que nos había dicho. Así que al parecer, no tuve que hacerlo porque al alejarme del cangrejo y de los enormes caracoles había alcanzado.

 

Uy... ésto arde —me comenté a mi mismo para convencerme de que no sucedía nada malo. Mi piel se había puesto bastante roja y en algunas largas marcas, se había achicharrado la piel. Necesitaba hacer algo. Iba a mover mi varita, pero nuevamente vi uno de mis anillos. Aquello era mejor de lo que esperaba, en los últimos minutos, me había servido demasiado. Había entendido el aburrimiento de los caracoles y por eso, había logrado esquivar bastante al cangrejo, ya que al parecer, cerca se encontraba su nido y para ellos era un intruso. Activé el amuleto que tenía entre mis ropas. Con una simple imposición de la otra mano, toda la quemadura desapareció, levantando la piel muerta como si fueran hojas secas, y reapareciendo una nueva.

 

Ahora más aliviado. Sacudí la hoja que llevaba y anoté los dos casos que encontré. Ambas habían mostrado el porqué tenían tres cruces en su categoría, porque una servía demasiado para pociones, sus caparazones eran multicolores y quemaba todo a su paso. No podía ser parte de un hogar con niños. Y la otra, prácticamente lanzaba llamas por su parte trasera, aunque estaba seguro que alguna familia podría tenerlo si era bien cuidado, ya que así no se sentiría amenazada. Continué caminando. Estaba seguro que por allí se encontraba el profesor. Pero sobre el cielo, una sombra cubrió el sol por dos segundos.

 

Y pude ver. Era una criatura enorme, de grandes alas que se traslucían por los rayos del sol. Era de un color tan verde como los árboles que me rodeaban y me mantuve quieto, debajo de aquellas ramas esperando que el dragón conocido como Galés Verde Común, no me hubiera visto. ¿Me habría atacado? Esperaba que no porque sinceramente no estaba seguro si podría controlarlo. No necesitaba estar al frente para saber aquellos datos y anotarlo. Sus cinco equis estaban bien marcadas. Y una vez que terminé, avancé directo al profesor Merabet, esperando que ése sendero me llevara directamente a él.

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Quentin Merabet

Si bien tenía sus ojos cerrados, tenía la completa certeza de qué era lo que estaba pasando. Su escucha era casi tan buena como su vista, había aprendido a entrenar sus oídos para detectar los sonidos más minuciosos e incluso para discernir unos de otros cuando viniesen desde la distancia. Escuchó su sisear aterrador que para él no tenía significado alguno, pudo sentir, aunque quizás era producto de su imaginación, el vibrar del suelo cuando su cuerpo se deslizaba sobre el mismo. No podía creer lo que estaba pasando, siempre pensó que se mantendrían por el sendero o bien que ella se mantendría lejos de aquellos lares.

 

- Comment est-ce qu'on peut être tellement... - soltó el francés en un tono brusco, y le dio una palmada a su dragón que inmediatamente se irguió y comenzó a batir sus alas para elevarse en el aire.

 

La criatura comenzó a sobrevolar los terrenos en dirección a los senderos, logró ver a Elvis, quien no estaba muy lejos de llegar al claro... esperaba que tuviese la prudencia de esperar su regreso. Solo le tomó un par de segundos encontrar lo que estaba buscando, incluso a varios metros de altura podía contemplar como la situación se desarrollaba: Sagitas estaba a punto de ser atacada por un basilisco y otra de sus alumnas, cuyo nombre no podía recordar en aquel momento, había conjurado un gallo a partir de un tronco seco en vistas de salvarla.

 

- ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOOON!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! - dejó salir esta vez, a la vez que sin pensarlo saltaba de su dragón para rápidamente descender en picada en dirección a los árboles. Un simple hechizo frenó su caida, ralentizando la velocidad con la que su cuerpo descendía y permitiéndole aterrizar en una simple maniobra.

 

Su grito había atraído la atención del basilisco, por lo cual Quentin instintivamente cerró los ojos y se escondió detrás de un arbusto. Procuró que su voz no reflejase el miedo que estaba sintiendo:

 

- Señorita Karkarov - dijo, logrando recordar al menos su apellido - Le pido por favor que deshaga aquel encantamiento, no debemos incurrir en tal barbarie para poder salir de esta situación ilesos. Hágalo - agregó en voz de comando - Y le enseñaré algo que nunca olvidará.

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