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Encantamientos


Ky.
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Alumnos:

 

Taurogirl Crouchs

Danyellus Triviani Malfoy

Rocío Malfoy

Mónica Mafoy Haughton

Leah A. Ivashkov

Un nuevo curso que impartir en la Universidad le hacía sentirse animada, había descansado tres meses después del último curso, agotador. Donde no solo había tenido problemas con los alumnos si no también con los Directores que acababan de llegar en ese mes. Por lo que había pensado en renunciar, no iba a dar clases en un lugar donde se encontraba a disgusto pero algo en las últimas instancias de su vida le hizo cambiar de parecer. Así que ahí se encontraba de nuevo, planeando una clase de Encantamientos para hasta donde tenia entendido, 5 alumnos, odiaba las clases en grupo y más los grupos grandes, ya que tenía que ir al ritmo de las mayorías, y de esa manera no podía dedicar más tiempo a un tema si así lo requería.

 

Por primera vez en todas las veces que había abierto el curso de Encantamientos había decidido hacerlo por la tarde noche, quería repetir el lugar donde había sido la primera clase. El estadio de Quidditch, ya que así no iba a tener que salir de su área de trabajo para dar la clase. Pero el día anterior al inicio de su clase había salido a dar un paseo por los salones de Hogwarts, buscando con la mirada un aula que le pudiera ayudar a dar su clase. No fue hasta que dio con los invernaderos donde se efectuaban las clases de Herbología. Así que el día de la clase salió primero a su lugar de trabajo, desde donde envió un memorándum a todos los involucrados.

 

Al llegar al aula, el invernadero II, lo miro minuciosamente, observaba cada esquina y cada uno de los elementos que ahí estaban, así como las diferentes plantas que en él se encontraban. Le encantaba aquel sitio, sólo que quizás el invernadero mas adecuado era el de junto, el invernadero III que se encontraba un poco peor de lo que estaba el II, por lo que en el ultimo minuto decidió usar aquel invernadero como aula. Unas cuantas macetas rotas, tierra por todo el suelo, al parecer también se encontraba un boggart en el lugar o un ghoul, realmente no tenía conocimiento de criaturas, por lo que esperaba fuera la primera y unos cuantos duendecillos de Cornualles que eran los causantes de semejantes destrozos. Ahí estaba su primer tarea, para sus alumnos, tendrían que encargarse de todo para poder tomar una clase tranquila, pero claro que las cosas iban a ir con cierta calma y ahí estaría la Malfoy auxiliandoles en lo que pudiera.

 

 

Al no querer enviar un nuevo memorándum para notificar el cambio de invernadero, se quedo entre ambos Invernaderos esperando a sus alumnos, a diferencia de los otros profesores, a ella no le interesaba saber el nombre de sus pupilos, pero si de lo que esperaban de su clase de Encantamientos, mientras esperaba dejo que el aire frió de la noche ondeara su capa, aquella clase había decidido usar un vestido negro y una capa de viaje en color piel que llegaba hasta el suelo, así que solo con el viento las personas se podían dar cuenta de las zapatillas negras a juego con el vestido.

 

--Bienvenido a Encantamientos, ¿qué es lo que esperan de este curso? --la Malfoy era de pocas palabras, así que antes de indicarles lo que iban a hacer en su clase y acoplarse de alguna manera a lo que ellos buscaban al querer tomar Encantamientos y no otra clase, se quedo con la mirada fija en uno de ellos.

Editado por Elvis F. Gryffindor

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—Sólo un minuto más, en serio.

 

Era el tercer minuto que pedía después de los cinco minutos que también había asegurado antes, sólo que ella parecía tenerle paciencia. Otra persona se habría ido, esperando verla más tarde en el sitio de encuentro, sólo que Tau parecía más divertida que estresada con la forma en que la rubia tardaba años en arreglarse. Era bien sabido por ambas que iban a una clase del Ateneo de Conocimientos y que eso siempre significaba dos cosas seguras: un desastre seguro del que ellos serían partícipes. No obstante, llevaba al menos media hora viendo que todo estuviera perfecto con su apariencia.

 

Había ignorado los típicos comentarios de "Te ves bien", puesto que ya tenía suficientes semanas demostrando que hasta que ella misma no considerara perfecta no se movía. Pero volviendo al punto inicial, Tau no mostraba nunca una actitud adversa, en realidad parecía hacerle gracia tanta cosa inservible. Acabó por fin, al minuto como había prometido —creyendo fervientemente que era puntual— y se giró para encontrar a su novia en el borde de la cama, lista hacía horas, mirándola como si esperara que volviera a girarse hacia el espejo.

 

—¿Ves? Un minuto —se inclinó un poco para plantar un beso en sus labios y casi al mismo tiempo, una voluta de humo las envolvió.

 

Llegara la Universidad se había vuelto un hábito. Todos los meses se presentaba en una clase diferente y en esta ocasión sería turno de Encantamientos, un conocimiento que había ignorado sin motivo alguno hasta el momento. Ahora parecía más atractiva, con tanta cosa nueva en el mundo mágico y en compañía de la líder sería mucho mejor. La túnica esmeralda, como sus ojos, ondeaba al viento al igual que su rubio cabello y aunque iban ligeramente tarde, no apuró el paso mientras guiaba a la peli-azul hacia el invernadero tres.

 

—Oh, mira quién nos toca —le comentó, enarcando una ceja al recordar la pequeña batalla al cursar el libro de la sangre.

 

Se acomodó junto a la Crouchs, ladeando la cabeza a la expectativa y se sorprendió al ver que no iba a pedirle una presentación, como el resto de los profesores.

 

—Aprender algo nuevo —le respondió a Shalyit, con todo el corazón, puesto que a aquellas alturas creía saber casi todo lo que se pudiera.

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Si le pagaran por cada vez que la escuchaba decir «Un minuto más» a estas alturas ya se habría comprado dos criaturas de clasificación ''XXXXX'' en el Magic Mall, pero como no le incomodaba, a la Crouchs no le importaba que ese minuto terminara convirtiéndose en una hora, además de que la que parecía estresarse más por la espera era la misma Leah, quién prefería ignorar cada halago proveniente de su novia. Una vez más, a Tauro no le molestaba, por el contrario disfrutaba tanto con aquellas escenas en las que ella simplemente reía divirtiéndose con la situación, porque sabía que al final, dijera lo que dijera, eso no la haría detenerse.

Desde que habían empezado a salir eran pocas las cosas que no hacían juntas, pero siempre intentaban, por ejemplo, tomar las mismas clases y ahora que no tendrían la presión de que alguien las intentara matar cada cinco minutos, podía disfrutar más de su compañía mientras aprendía, o eso quería pensar. Finalmente Leah se sintió a gusto con su incomparable perfección y decidió que era momento de irse.

— Nunca lo dudé, mi vida —respondió recibiendo su beso al tiempo que ambas desaparecían.

Era la primera vez que veía encantamientos, pero también era su tercer intento por tomar una clase que hasta el momento le resultaba poco indispensable. El motivo por el cual se había vuelto a anotar era bastante obvio, necesitaba un papel que certificara su curso a pesar de que seguía con el firme pensamiento de que podía aprender más por su cuenta y por otro lado, nada podía ser peor que su fallida clase de Idiomas. A veces pecaba de ser soberbia y con justa razón, pero aún así estaba abierta hacia cualquier conocimiento extra que pudiera adquirir, viniera de quién viniera.

— Elizabeth Malfoy —murmuró al verla a unos pocos metros de ellas —Dime por favor que no tienes asuntos pendientes con ella —dijo en un tono que pretendía sonar preocupado, aunque desconocía cómo había terminado su último encuentro en la clase de los Libros, de ser así, cabía la posibilidad de que por ''accidente'' a Leah se le escapara algún hechizo. La miró seria ahora sí por un momento y cuando tuvo la seguridad de que no, siguió caminando hacia el invernadero. Aun no sabía con seguridad quiénes más las acompañarían ese día, pero en caso de estar en presencia de algún indeseable lo mejor era prevenir las sospechas hacia ellas, las cuales cada día se hacían más fuertes.

No hubo el típico saludo o la palabrería barata, irían directamente al asunto.

— Ídem —dijo sin alzar mucho la voz.

— Que sí, que también quiero aprender algo nuevo —agregó.

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Le extrañó que el conocimiento de Encantamientos fuese a acreditarse en Hogwarts y no en la Universidad pero, ya que hacía mucho, mucho tiempo el demonio no visitaba los terrenos del vetusto castillo, no le molestó en absoluto el cambio. Recordaba como entre brumas la primera vez que había visitado el lugar: Forzado por el antiguo Consejo de Magos de Alba, su padre, Ranvel mac Gorm lo había envíado a aquella extraña escuela, que por aquel entonces celebraba su primer centuria, sólo para que se le permitiera ser entrenado en casa. Allí, el jovencísimo Danyel había sido evaluado y había obtenido el permiso.

 

No volvería a pisar aquel lugar sino hasta ocho siglos después, siendo de nuevo un adolescente y obligado por Alyssa Triviani.

 

Con la cabeza llena de recuerdos, el mortífago hizo todo el camino desde Hogsmeade hasta el castillo, enteramente vestido de negro y plata, y enfundado en una capa del mismo color con un mullido cuello de piel. Una vez en los terrenos, se encaminó a los invernaderos donde dió con tres figuras bien conocidas por él: Tau, Leah y Elizabeth. Las miró de a una en una, haciendo una ligerísima reverencia con la cabeza a cada una de ellas antes de saludar.

 

— Buena noche a las tres.

 

La mirada con Leah fue un poco más intensa que con las tras dos pero, al cabo, le sonrió apenas perceptiblemente. La chica parecia feliz. Un momento después, Elizabeth, la mujer que haría las veces de instructora, se dirigió a ellos sin saludar ni presentarse aunque, estaba claro, no era necesario.

 

— Necesito el certificado de Conocimiento respondió Danyellus sin dar rodeos. Era el único motivo por el que estaba tomando la mayoría de aquellas clases. Acreditar Conocimientos para cumplir con las ridículas disposiciones burocráticas que el Ministerio de Magia venía implementando desde hacía algún tiempo. Tal como había hecho el Consejo con su padre hacía tantos, tantos, siglos.

Patriarca Triviani |

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Mientras escuchaba la respuesta de las únicas dos chicas presentes, se giró dándoles la espalda, puso los ojos en blanco por unos segundos, un tanto fastidiada de la respuesta que le habían dado. Al parecer no solo tendría que encontrarse con ellas en sus cursos del libro, sino que también habían elegido tomar el conocimiento juntas, en ese momento se llegó a preguntar si hacían algo por separado, pero era algo que si bien no le importaba y mucho menos le quitaba el sueño por lo que siguió con su clase.

 

¡Que interesante! ironizo. Elizabeth saco su varita del abrigo y abrió la puerta del invernadero III, sin mirarlas se dirigió a ellas en un tono de voz más neutral Como su interés es por aprender cosas nuevas. Quiero que me demuestren que saben hacer, adelante diviértanse.

 

Tras aquellas palabras la morena dio un paso de costado para que la parejita entrara al invernadero indicado, esperaba que le demostraran todo lo que sabían usar y mientras eso pasaba, apareció un pergamino y una pluma con tinta para tomar todos los datos que necesitaba para poder seguir dando una clase que disfrutaran.

 

Esto iba a ser un trabajo sencillo para 5 personas, pero confió en que ustedes juntas pueden dejar este invernadero como si en este lugar no hubiera pasado nada. sentenció y se quedó fuera del salón de clases, en espera de que alguno de los otros chicos inscritos hiciera acto de presencia. Por un momento había olvidado que aquellas personas no eran personas normales, por lo que estaba pensando que un salón de clases no los iba a contener.

 

Y mientras sus ojos azules se quedaron mirando lo grande de la luna reflejada en uno de los cristales del invernadero, una sonrisa traviesa apareció en su rostro, al parecer todo indicaba que tenía la idea perfecta en la que, por lo individual debían demostrarle sus conocimientos en encantamientos y aparte de todo se iba a divertir con ello. Se encontraba tan inmersa en sus pensamientos que no se había dado cuenta que el único hombre del grupo acababa de hablar y después de escuchar su respuesta le dedico una sonrisa.

 

Por un momento creí que nunca ibas a hablar, ayuda a tus compañeras, después empezaremos la clase.

Editado por Shalyit Malfoy Karkarov

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Cuando Elizabeth por fin se dignó a dirigirle la palabra, el demonio ya tenía una ceja levantada y una mueca burlona de desconcierto en el rostro pero al fin dejó que la varita de madera oscura y pesado mango de plata engastada se formara entre sus manos, a partir de una voluta de humo negro. Acto seguido fue tras Tau y a Leah hacía el Invernadero III, dedicándole una mirad siniestra a la instructora, para encontrarse con que el lugar estaba hecho un asco.

 

Vidrios y macetas rotas, tierra regada por todas partes y convertida en lodo allí donde había encontrado agua (que no era precisamente lo que faltaba en un invernadero), un armario que se sacudía violentamente, había una infestación de medio centenar duendecillos de cornualles y pixies y en una esquina, también una planta, que bien podía ser una tentácula venenosa hiperdesarrollada a causa del abandono o una clase extraña de snargaluff gigante. Danyellus incluso vio lo que parecían cadáveres de mandrágora y, por sobre todo ello, un nauseabundo olor a fertilizante podrido y gusarajos muertos.

 

Tuvo que dar un paso hacía atrás, incapaz de resistir el olor. Quedaba claro a qué se había referido la Malfoy con "Quiero que me demuestren que saben hacer, adelante diviértanse". Por un momento, pensó en hacerle un Avada Kedavra por la espalda a la mujer pero decidió calmarse. Si estaban en clase de encantamientos, a ello tendrían que recurrir... pero ella no había dicho cómo, y una sonrisita lupina le transformó el gesto.

 

El fregotego tendrían que dejarlo para el final, cuando hubiesen limpiado así que, determinado a disfrutar lo que pudiera ofrecerle la clase, el Triviani entró en el lugar, subió de un salto al largo mesón central alrededor del que solían ubicarse los estudiantes en las clases de herbología de la escuela, y agarró a un único duendecillo en el aire con la mano desnuda. El bicho, de un desagradable color azul eléctrico, empezó a retorcerse y a intentar morderlo hasta cuando él, poniéndole la punta de la varita sobre la cabeza, murmuró «Bombarda». El interior de la cabeza de la criatura fue a dar en todas direcciones. Los demás duendecillos se cabrearon y empezaron a emitir un sonido amenazante.

 

-Oppugno- la mitad de los duendecillos se volvieron contra sus iguales, empezando de aquel modo una guerra civil en miniatura ante la que Danyellus empezó a carcajearse. Hacía demasiado tiempo que no tenía oportunidad de dar vía libre a su sadismo así que, sin notarlo mientras se reía, su cabello empezó a tornarse de un gris opaco y uno de sus ojos se empezó a volver de un color cada vez más y más oscuro hasta fundirse, iris, pupila y esclerótica, en un hoyo negro.

 

- ¡Incendio! - Formuló el mago entonces, fomentando el desorden y la locura que había generado entre duendecillos y pixies, cuando un montón de llamas verdosas aparecieron sobre la enorme planta de la esquina que, fuera lo que fuera, empezó a emitir un chillido extraño y a retorcer sus apéndices, prendiendo fuego a una mesa llena de macetas rotas y a un mohoso armario de herramientas de jardinería.

 

El caos se hizo mayor, por supuesto. Era lo que él había buscado. Y mientras se reía, dejó que sus compañeras de clase enarbolaran también las varitas y se unieran a la limpieza. Ambas sabían bien que él no era precisamente un ejemplo de cordura así que no estarían amilanadas al respecto pero, ahora que había provocado semejante desbarajuste, ellas también tendrían que lidiar con las consecuencias.

Patriarca Triviani |

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Siempre era divertido ver la aversión que tenía la gente a una pareja, sobre todo a una como la de ellas dos. Si su sonrisa había sido arrogante hasta el momento, ésta creció a límites insospechados en cuanto vio la renuencia de Elizabeth ante su aparición. Pero, como era de esperarse, no todo podía ser perfecto. Tan sólo sentir que alguien se acercaba supo de quien se trataba, su presencia era algo a lo que se había acostumbrado, aunque ya hubieran pasado años de esos doce meses que estuvo bajo su doctrina; Danyellus. Inconscientemente, giró el torso para enfrentar al hombre blancos cabellos y estudiar lo que sea que estuviera pensando.

 

Era difícil decir si le temía, si lo respetaba o si, con el paso del tiempo, lo veía como a un viejo amigo algo desquiciado. Lo único que tenía claro era que nunca le volvería a dar la espalda, por más que confiara en él. Para su sorpresa, vio lo que parecía la sombra de una sonrisa en la comisura de sus labios y le regresó el gesto, más por cortesía que por entender lo que pasaba por su cabeza. Quizás él la veía con mejores ojos también, cosa que no podía recriminarle del pasado. Había entrado como una mocosa sin sentido y ahora era lo que había aspirado en ese entonces, gracias a ese hombre.

 

—Vaya, hay que hacer la limpieza. Todo un reto.

 

Fingió que temblaba, rodando los ojos con impaciencia hacia la profesora y besó la mejilla de Tau a posta, sólo para que lo viera y le diera otra oleada de rechazo. Era experta en ser insoportable.

 

—Mejor veamos qué hay dentro, no vaya a ser que después nos ponga a limpiar el otro también —murmuró a su novia, sin notar que el mago pasaba a su lado ganándoles terreno.

 

Apenas había dado un paso hacia el invernadero asignado, cuando escuchó un barullo digno de quien estaba haciendo más desastre que otra cosa. Dudó un segundo en si abrir o no la puerta, puesto que tenía la leve impresión de que Danyellus se la estaba pasando de lo lindo, pero luego giró el pomo y asomó la cabeza con lentitud, indicándole a Tau que aguardara un segundo. Sangre, humo, llamas, plantas y macetas destruidas al rededor de un desquiciado Triviani. Volvió a cerrar la puerta.

 

—Vale —con la preocupación dibujada en el rostro—, ¿cómo te explico lo que está pasando ahí dentro? Tenemos dos opciones. O lo ayudamos a destruir el edificio o lo detenemos.

 

Abrió de nuevo la puerta y pasó, evitando las llamas que estaban cerca de un saltito.

 

—Eh, Triviani —llamó la atención del demonio y movió la varita con rapidez—. Wingardium Leviosa.

 

Su poder era suficiente como para no tener que preocuparse por ir levantando las cosas una a una. Todo lo que podía ser reutilizado y no había sido alcanzado por él se alzó en el aire y con un movimiento de muñeca, las envió hacia afuera. No había sido precisamente delicada pero era eso o permitir que acabara con todo. Miró a Tau y aguardó, que ella lidiara con él mejor.

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¿Enseñarle qué sabían hacer? Aquella situación le resultaba conocida y después de pensarlo un poco más, recordó que se asemejaba un poco al método de enseñanza de su clase de Herbología. ¿Es que acaso los Directores de la Universidad estaban bajo de recursos? ¿Sería idea de ellos mandar a todos sus profesores a tratar a los estudiantes como empleados de servicio para limpiar la suciedad que ellos mismos provocaban? La Crouchs se había aguantado hasta el final de la clase de Herbología únicamente por la posible presencia de sirenas en el parque, pero no estaba dispuesta a pasar por lo mismo, no iba a pagar mi galeones para que la pusieran a hacer trabajo de elfos domésticos.

— A la próxima recuérdame traer los guantes para la limpieza —le dijo a su novia tras recibir el beso, dedicándole únicamente a ella una mirada tranquila y serena, callando la ira creciente dentro de su ser.

Con Leah caminando siempre a su lado, se dispusieron a descubrir por fin si las intenciones de Elizabeth consistían en un barato truco para obligarlas con engaños a hacer lo que le correspondía a ella por obligación. Sin embargo, el desquiciado mago de apellido Triviani les tomó al delantera y antes de que pudieran hacer algo, decidió hacerse cargo de la ''limpieza'', sólo que Danyellus lo había llevado hasta tal extremo que rozaba la demencia.

— No sé por qué ninguna me parece atractiva —respondió dubitativa, pero en cuanto ingresó al invernadero y fue testigo del Pandemonium que el mago había creado, no tenía duda de que debían hacer algo o terminarían por explotar todos allí y eso incluía a su hermosa novia.

Ya Leah había optado por poner en orden todo lo que no estuviese roto, lo que la dejaba a ella con la única opción de lidiar con él. Dio unos cuantos pasos recorriendo el lugar, alejándose de las llamas, apagando ocasionalmente alguna que amenazara con incendiar su ropa —. Aguamenti —murmuró por quinta vez, sintiéndose cada vez más cerca del Triviani que debido a lo concentrado que estaba en destruir todo lo que pudiera no se había percatado de su presencia y fue entonces cuando pisó algo viscoso y desagradable, incluso para ella — Sesos —expresó con cara de asco, lanzándole una mirada fulminante al culpable de haber ensuciado su calzado y sin más, elevó su varita en dirección a él.

— ¡Petrificus Totalus! —observó cómo el mago congelado caía en el suelo, Tauro se agachó junto a él y acercando su rostro le susurró: —Si quieres destruirlo todo, perfecto, pero trata de que eso no nos incluya a nosotros mismos. Podrás tener toda la diversión que quieras y destrozar todos los cráneos que desees si logramos salir con vida de aquí —finalizó diciendo, volviendo a liberar al mago de su hechizo con un —Finite Incantatem.

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La miró con ansia asesina, enfrentando su cuenca vacía y su ojo azul directamente con los ojos de la peliazul que lo había atacado por la espalda. Pensó por un instante en que si ella le daba permis de destruir cráneos, bien podría empezar por el de ella pero de inmediato apaciguó tal pensamiento. Después de todo, la chica no era solo su amiga y familiar en algún grado, sino también su líder y le debía algún respeto.

 

- Aguafiestas - le dijo a ninguna en particular y se bajó de la mesa en la que se había encaramado, mientras su cabello retomaba su habitual color platinado y sue cuenca derecha se rellenaba con un ojo azul y glacial, devolviendo al demonio su apariencia cotidiana - Igual estaba todo hecho un desastre y ella sólo dijo que nos divirtiéramos y le mostráramos qué podíamos hacer. No dijo que debíamos limpiar. No explícitamente. Además, no soy un maldito elfo para estar haciendo los deberes de limpieza de la Universidad o de Hogwarts. Pero ya que insisten en aplicar métodos menos divertidos... ¡Reparo!

 

Las macetas y los paneles de vidrio rotos de todo el invernadero se repararon de inmediato con un simpático efecto de reversa. Ahora que el fuego había sido extinguido por Tau, solo quedaba una planta muerta y chamuscada que olía a demonios, tierra y lodo por todos lados, y una mini guerra de duendecillos y pixies sobre sus cabezas. Cada tanto, alguna de las criaturas caía muerta a sus pies, asfixiada o golpeada pr uno de sus congéneres. Ese encantamiento no lo desharía. No él. Estaba muy satisfecho viendolos matarse entre sí, erradicandose la plaga, y sin tener que ensuciarse ni un poco.

 

Aún tendrían que limpiar la tierra, el lodo, recoger las plantas muertas (o sus cenizas), los cadáveres de las criaturas en guerra, veriicar aquel armario que se azotaba desde el interior y un gran etcétera de tareas que podrían tmarles un buen rato, incluso con magia. Decidió que no seguiría con ello así que, acto seguido, sacó un pañuelo, limpió una silla con cuidado, y se repantigó sobre ella con un mohín. Él había estado limpiando... a su modo. Pero si ellas querían limpiar como esclavas y del modo más aburrido, no contarían con él. Como pequeña venganza, hizo aparecer un par de medias y las lanzó al rostro de las chicas: una media a Tau y otra a Leah. Estaba seguro de que captarían la indirecta.

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Antes de que la media le golpeara la cara, Tauro la esquivó con un simple movimiento de su varita, dedicándole a Danyellus su más intensa mirada de odio al haberla tratado como ese despreciable animal, que ni siquiera de cerca podía tolerarlos. Estuvo a punto de lanzarle una maldición allí mismo, sería fácil, pero para qué, si al fin y al cabo el Mortífago entendería lo que quisiera y le encontraría un nuevo lado divertido a la situación. Lo único que se le ocurría que podía hacer en esos casos, era armar un pequeño centro clandestino de peleas de pixies y duendecillos para así ganar dinero; como Directora del Departamento de Criaturas estaría en la obligación de detener aquella masacre, pero sus días de promover una imagen de trabajadora del Ministerio ejemplar habían quedado muy atrás.

— No niego que me guste ver cómo te encargas a tu modo de la limpieza de este lugar, de hecho admiro tus métodos, pero estoy cansada de que me hagan pagar por una clase donde los profesores no enseñan absolutamente nada —espetó molesta, mirando a Leah —Aun tengo la leve esperanza de que se nos enseñe algo más que labores de elfo doméstico —bufó —Iré a buscar a la profesora —. Seguramente su novia podía soportar unos minutos a solas con su ex tutor, de todos modos la Crouchs estaría al pendiente.

— Elizabeth —dijo usando el tono más informal que pudo, pues ya le era costumbre tratar a los Mortífagos por su nombre y no le importaba que hicieran lo mismo con ella, su concepto de respeto iba más allá del trato formal como para permitir que un simple tuteo la molestara — A menos que desees llevar la clase en el Invernadero, te sugiero que vayas ahora, pero si en cambio sólo buscabas la forma de deshacerte de el, me parece que la labor ya está hecha. De todos modos me gustaría saber qué viene ahora.

Habían pasado varios minutos y ningún ruido que no fuera el causado por la pelea entre pixies y duendecillos se escuchaba, por lo que Tauro suponía que Leah se encontraba bien junto a Danyellus, o eso suponía, sin entender por qué se colocaba así de inquieta en su presencia.
Editado por Taurogirl Crouchs

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