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Prueba de Nigromancia #1


Báleyr
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El rastro de una negruzca niebla revelaba su posición. Mostraba con lujo de detalle el camino que el Arcano había tomado desde sus aposentos hasta el lago centro de la universidad. Por supuesto, en aquella ocasión, había sido intencional. Ni siquiera se preocupó en menguar aquel espectral halo oscuro que iba dejando su anillo conforme se movía. Se detuvo justo en la orilla del lago central de la universidad, aquel lago que contenía la isla de la Gran Pirámide.

 

La pirámide era imposible de observar desde aquel lugar. Oculta por el bosque de grandes árboles y por el laberinto de altos setos. Solo se podía ver el bosque, que era parte de la antigua magia que protegía el sitio en donde el portal de siete puertas esperaba a los seleccionados. El primer obstáculo que debían afrontar, y que ya lo habían realizado, era conseguir que un Arcano les invitara de manera formal. Báleyr lo había hecho ya, justo aquella misma mañana. Él sin embargo, tenía paso libre para atravesar el lago, sortear el bosque y llegar a la pirámide ya que había realizado la Prueba de la Tabla Esmeralda para convertirse en Arcano.

 

Su invitación, sin embargo, tampoco era suficiente. El viejo Arcano estaba en la obligación de fijar cuatro obstáculos. En su caso, obstáculos que llevarían a las aprendices a utilizar todos los saberes de la muerte. El primer lugar se enfrentarían a una prueba que podía llegar a ser desagradable. Nunca habían realizado algo así en clase siquiera, pero si por inercia no habían comprendido la relación entre lo aprendido y lo que iban a poner en práctica quizá no estuvieran realmente preparadas para enfrentar al Portal.

 

Con la vara de cristal en mano, tal cual lo había hecho en innumerables ocasiones, encantó las aguas del lago. Las volvió infranqueables. Nadie ni nada podía atravesar aquellas aguas. Nada, ni vivo ni muerto. Ni cosa ni animal. Un segundo hechizo con la vara produjo que dos círculos dibujados con distintas sustancias mágicas aparecieran a cada lado del lago.

 

Las dos brujas habían aprendido a mover su voluntad por entre el mundo de los muertos, a franquear peligros que solo los Nigromantes se atrevían a enfrentar. Aquella noche, pues los sortilegios solamente permitirían que el espectáculo comenzara cuando el solo se hubiese ocultado completamente, debían encontrar entre todo lo aprendido la forma de mover su cuerpo a través de la muerte. El camino estaba trazado, solamente debían encontrar la forma de abrir "la puerta". El Arcano cruzó a pie, invocando a las almas, obligando a estas a volverse sólidas formando una especie de puente. Él no debía demostrar nada, El Portal lo reconocía como Arcano. En cuanto tocó la otra orilla las almas regresaron a su mundo a continuar su eterna penuria.

 

Movió el dedo en donde llevaba el anillo de Arcano haciendo que el halo de oscuridad aumentara. Apaciguó así a la selva viviente. Si bien no era parte de sus pruebas, posiblemente las lianas, los bejucos y demás flora intentarían retrasar a punta de daño a las aspirantes. Se concentró, porque ahora si que estaba invocando su magia -magia muy profunda y desconocida para la mayor parte de la gente- para poder hace real lo que necesitaba para la prueba.

 

Golpeó el suelo con la vara muchas más veces que lo que le costaba desterrar una alma a la inexistencia. Y es que romper la barrera entre el mundo de los vivos y el de las almas era algo básico para él. Sin embargo, su invocación era mucho más perversa aunque se encontrara relacionada con la misma muerte. Los caminos se movieron, crearon en si portales invisibles de tal forma que todos dieran justo al punto en que El Tuerto estaba de pie. Un pantano lleno de cadáveres y almas en pena apareció. Aquel era un portal a un mundo desconocido, un lugar mucho más profundo que aquel al que iban las almas. Un sitio en donde habitaba la esencia de los mismísimos demonios. Ángeles caídos los llamaban algunos, para Báleyr eran almas de épocas más antiguas que la existencia del mundo.

 

Las contuvo con su magia, en un abrir y cerrar de ojos. Eran la muerte personificada, aunque sería complicado era una de las pruebas que debían cumplir. Aveces, muchas, los demonios se escabullían al mundo de las almas y por error eran traída a habitar cuerpos humanos. Si un Nigromante hacía eso, sin percatarse de estar luchando con un demonio, lo más probable era que no se diese cuenta hasta que fuese demasiado tarde. Debían aprender a ver esa faceta dela muerte, debían aprender a luchar de esa forma. Tenían que derrotar a un demonio usando lo aprendido para sortear la segunda prueba.

 

Continuó caminando, un largo trecho, hasta que se encontró con la entrada del laberinto. Una hermosa y temible esfinge se apostaba a la espera. Le ordenó que se apartara, y la bestia sintiendo la peste a muerte supo que se trataba del Nigromante y que no era una buena idea hacer lo contraria. Aquel día no la necesitaban, los muertos eran quienes protegerían a la Gran Pirámide.

 

Movió la vara de cristal invocando a dos espectros. El primero adoptó la apariencia de Sagitas y el segundo la apariencia de Mistify. El Arcano podía ver ambos espectros. Pero las aprendices solamente serían capaces de ver a quienes marcaban su reflejo. Era la tercera prueba, consistía en luchar contra los sentimientos. El espectro hablaría y les diría que la única forma de pasar era desterrándolo a la inexistencia. El problema estaba, como no, en que generalmente las personas no gustaban de atacar a sus reflejos.

 

Caminó un par de pasos y colocó la cuarta prueba. Se proyectó en busca de cuerpos en buen estado, cuerpos que no tuvieran que ser reparados antes de ser vueltos a la vida. Invocó también a sus almas y les enseñó el camino del laberinto. Luego volvió a recluirlas al mundo de los espíritus teniendo ya aquel conocimiento. Mistify y Sagitas tendrían que traer a la vida a aquellos niños desconocidos para que les enseñaran el camino. De otra forma se perderían, pues encantó el Laberinto para que las aprendices pudieran salir solo de esa forma.

 

Continuó caminando, el camino estaba grabado en fuego en su mente. Incluso si los caminos cambiaban sus habilidades le permitirían encontrar el adecuando. Era una de las partes divertidas en ver la muerte. Nunca él se había perdido, siempre podía rasgar la realidad y ver a través de ella.

 

Entre cerró los ojos en cuanto la pirámide se hizo visible. En apariencia no distaba de la pirámides egipcias que él tanto admiraba. Pero esta incluso siendo parecida era totalmente diferente. Su estructura emitía brillantes colores azulados y dorados que llegaban a ser cegadores para aquellos que no estaban acostumbrados. La puerta de entrada era de cristal con siete anillos que representaban a cada una de las habilidades. Tocó con la su mano el anillo que representaba a la Nigromancia.

 

El salón interior era circular, con un grabado en el suelo a relieve de una estrella de siete puntas equidistantes; cada una con el anillo de la habilidad que representaba. Esperó. La oscuridad se había hecho presente, en aquel momento era cuando más facilidad existía para manipular la muerte, para burlarla y darle órdenes. Las dos brujas llegaron finalmente.

 

—Oficialmente la prueba aún no ha comenzado. Están a tiempo para dar media vuelta y salir de este sitio. Deben saber, si es que leyeron los libros, lo peligrosa que puede llegar a ser esta prueba. Pueden morir, pueden quedar atrapados para siempre en algún mundo sin posibilidad de regresar. Pueden a mitad de la prueba abandonar, entonces con el anillo pudo hacer que vuelvan aunque el Portal jamás dejará que vuelvan a pasar. Por ello tengo que preguntar por última ocasión ¿Están dispuestas a enfrentar la prueba de la Habilidad de Nigromancia? Hasta tres veces puedo preguntar, nunca más de tres. Si tres veces se niegan, el portal tampoco se abrirá. Si ahora el portal se abre, no existe vuelta atrás.

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Nunca me había fijado en mi entorno cuando iba a dar clases de Conocimientos. Por supuesto, sabía que aquello, por obra y gracia de los Dioses Antiguos, por la magia de los Arcanos, por el poder mágico guerrero de los Uzza o por el delirio de los políticos del Ministerio o tal vez de los mismos Directores de la Universidad, aquel lugar se ubicaba de forma misteriosa en Egipto, con sus desiertos y sus vergeles insospechados. Nunca me había planteado porqué aquel paraje concreto, ni porqué había un lago, ni qué había más allá del lago, ni tan siquiera si era cierto que había una isla con portales mágicos y una gran pirámide de poderes impenetrables...

 

Yo había ignorado todo eso y, sencillamente, mis pasos me habían guiado, ingenua y feliz, hacia la clase de Estudios Muggles que allá impartía.

 

Pero hoy no. Acudía a la cita del Arcano de Nigromancia y, tras la lectura exhaustiva de los dos libros que él nos había aconsejado, había adquirido una visión mucho más concreta del entorno de la Academia. Estaba sorprendida y aturdida. ¿La Biblioteca de Alejandría? ¿La Biblioteca que antaño fue el preludio de las universidades actuales? ¿La Biblioteca cuya función primordial era la investigación y el aprendizaje de la magia y el conocimiento?

 

Aquel entendimiento me desorientó en la "Ojo Loco", mientras adquiría la conciencia de que nuestra Universidad era un lugar mucho más profundo y más complicado que lo que había intuido hasta ahora. Me sentía mucho más insignificante y mucho más insensata por recorrer sus caminos de forma despreocupada. Aquella noche no pude cenar, sólo bebí agua, como si de esa manera purificara mi cuerpo y mi mente de mi ignorancia y asimilaba la magnitud de la labor de nuestro centro académico.

 

Caminé por la Academia con cierto aire de respeto que no había tenido hasta ahora. Allá estaban reunidas las siete estancias de las Habilidades (aunque en Avalon había encontrado un escrito que rebatía que eran diez, dedicadas a las Diez Disciplinas Mágicas arcanas, aunque decía que tres eran tan secretas que se desconocían en la actualidad) y cada una con un Arcano propio que las defendía.

 

Me sentía perdida porque ahora miraba con otros ojos aquello que me rodeaba y me daba cuenta de lo pequeña que era yo frente a tanta Sabiduría que tenía a mi alrededor. He aquí la gran prueba, creerme preparada para cruzar aquel lugar laberíntico y acceder al portal que me llevaría a la tentativa de adquirir la Habilidad de la Nigromancia.

 

Nunca había tenido necesidad ni deseo de cruzar aquel bosque ni acercarme al lago pero ahora había de atravesarlo para llegar al lugar donde debiera estar el Arcano, esperándonos. No sé si tarde mucho o poco, temporalmente hablando, pero mi cabeza era un torbellino de ideas y presagios, de pensamientos oscuros y de tensión acumulada. ¿Estaba preparada para entrar en aquel mundo donde los más sabios tenían que luchar por conseguir un hueco? ¿Era apta para intentarlo siquiera?

 

No me di cuenta cuando llegué al lago; sólo después de hacerlo me di cuenta que mis pies habían seguido una bruma un poco más clara que la oscuridad que me rodeaba, pues parecía indicar el camino entre el laberíntico pasaje que me llevaba a mi destino. Allá estaba... El lago... El lugar que ahora temía, después de lo leído en los dos libros.

 

Parpadeé, indecisa. ¿Ahora qué? ¿Dónde estaba Báleyr? La bruma a mi alrededor había desaparecido y sólo una ligero brillo en el centro del lago parecía indicar un lugar. ¿Era allá dónde debía ir, dónde debían encontrarse aquellos portales? Caminé alrededor del lago en busca de algo que me llevara hacia allá. Debería haber una barca, un tronco de madera, una balsa que me permitiera pasar. Con un Lumus avancé apenas con mucho cuidado para no caer en las aguas oscuras cuando vi mis propias huellas de nuevo. Había bordeado todo el camino sin encontrar nada.

 

No me perturban los impedimentos. Suelo ser alguien con mucha imaginación y, por tanto, seguro que encontraba una forma de cruzarlo. Hice un Morphos improvisado y en el agua apareció una pequeña canoa. Sonreí levemente, ¿en qué estaba pensando cuando formé aquella forma de madera, en los remeros de esa universidad inglesa que cruzaban los ríos con la fuerza de sus brazos?

 

Por supuesto, no iba a usar un remo (no lo había transformado porque no había pensado en ello) así que moví la varita en un gesto que dominaba con la experiencia del conocimiento de Meteorología. Una brisa ligera movió las oscuras aguas del lago y supe que podría llevarme al otro extremo. Sonreí de nuevo, esta vez más abiertamente, cuando puse un pie en aquel espacio de madera que me ayudaría a cruzar. Apenas lo rocé cuando unas manos putrefactas lo asieron, no mi pie sino el borde de la canoa. Sentí que se zarandeaba violentamente al comprobar que otras manos se erguían de aquellas aguas para agarrarlo y volcarlo. Mi pie quedó en el aire y grité cuando sentí unos dedos que rozaban mi tobillo. Grité, sin disimulo cuando noté el frío de la muerte en mi piel y el dolor del desgarro ante aquel contacto.

 

Retrocedí, anhelante, con el resuello de quien ha sufrido un susto mortal, nunca mejor dicho. Sólo cuando recuperé el aliento noté que mi zapato había desaparecido. Por suerte, había decidido llevar bailarinas y no mis bambas violetas de cordones amarillos, pues seguro que me hubiera tirado al lago a por ella. Me saqué el otro calzado, huérfano ahora de su pareja, y lo lancé al agua. Violentos chapuzones del líquido voltearon a su alrededor hasta que se sumergió en el fondo del lago. Juraría que había visto unos dedos que se engarzaban en él mientras se hundía, aunque la oscuridad era espesa y, por tanto, bien mi imaginación podría haberme engañado.

 

-- Pues vaya dilema...

 

Mi voz me volvió a la realidad. No me iba a dejar atrapar por el miedo. Aquel era otro obstáculo, nada más. Si no podría cruzar por el agua... ¿Cómo iba a llegar a aquella isla que se insinuaba en el centro? Tal vez por el aire... Soy mágica y Profesora de Estudios Muggles... Tal vez una cometa, o tal vez un objeto teledirigido al que agarrarme. O sabía dominar animales gracias al conocimiento de mi libro... ¿Habría cerca algún animal sobre el que lanzar un Orbus Bestiarium? Por suerte, siempre llevaba los anillos y los amuletos.

 

Sin embargo, recordé que los Arcanos y los Uzza son enemigos, eso lo ponía en los libros que Maese Báleyr nos había aconsejado como lectura. No creo que le gustara que yo usara poderes de... "los otros". Así que... ¿cómo cruzaba el lago?

 

Entonces lo vi. Lo noté. Lo sentí. Lo intuí...

 

Allá delante, en el borde mismo donde las aguas chocaban contra la arena percibí un círculo, apenas un lugar donde aposentar mis pies pero supe que sería un puente que me llevaría al otro lado. Aspiré el aire frío de la noche y titubeé.

 

¿Me atrevería a usarlo?

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Aquel atardecer lo había pasado descansando. Tal cuál los días anteriores no podía probar bocados sólidos, le daban náuseas al solo tener proximidad con ellos y su único alimento consistía en tazones de té con leche que apretaba con las manos intentando que el calor se le metiera al cuerpo.

 

Había seguido el rastro etéreo del Arcano y detenido junto al lago. La túnica blanca que llevaba puesta se agitaba con un viento inexistente, al igual que la cabellera rubia, era la magia que el Nigromante desató en la zona. Magia oscura, perversa y peligrosa. Cada vello de su piel se erizó y los músculos se tensaron como si estuviese al acecho y pronta a saltar sobre la presa. Era como una aparición, un fantasma más de los tantos con los que había interactuado las últimas semanas.

 

La otra bruja ya estaba allí. El sol se había escondido por completo en el horizonte y todo estaba apenas iluminado por una luz incorpórea, mortecina, de la cual no supo su procedencia, aunque la intuía.

 

No se movió cuando las aguas se removieron bajo la canoa que la mujer había conjurado, ni cuando estuvo a punto de quedar atrapada por las manos fantasmales que se erizaban tras la bruma oscura. Solo observaba, con esos ojos verdes, sin brillo. La escuchó gritar. La vió luchar y salir recuperando el aliento. La vió arrojar su calzado y también algo más que se cernió sobre el zapato atrayéndolo inexorablemente a las profundidades. Pero no se movió.

 

¿Cómo iban a cruzar?

 

La Habilidad a la que aspiraban era la Nigromancia, por tanto si el viejo hechicero les había puesto pruebas, tendrían que estar relacionadas. Los ojos de Mistify Malfoy se volcaron hacia el pequeño círculo, apenas visible. Sagitas ya se había adelantado nuevamente. No era uno. Eran dos.

 

- Buenas noches - la voz sonó rara en aquel ambiente, incluso a ella le pareció lejana - ¿Te estás divirtiendo? - pretendía ser un comentario irónico, pero sonó casi apenado. ¿Qué le estaba pasando? Señaló los sectores sobre la arena que parecían dispuestos para ellas. - Supongo que tenemos que ir por ahí - ¿Titubeo? Apretó las manos, si comenzaba así, no habría un final para la mujer de tez blanca. Aquella que alguna vez creyó ser poderosa e invencible, parecía ahora una niña de once años a punto de tomar el Expreso a Hogwarts.

 

Tomó aire y lo exhaló con fuerza. Cuando apoyó ambos pies sobre el pequeño círculo, no vió más a su compañera. Frente a ella se erguía un puente estrecho formado por ¿almas? Parecía que los cuerpos se entrelazaban entre ellos, manos, pies, dedos, torsos, enredados entre sí en formas grotescas. Apretó los labios e intentó dar un paso, pero su propio cuerpo se negó a responder como si estuviera atado a aquel círculo, prisionero en el pequeño sector. Volvió a respirar, obligando a calmar a su corazón acelerado. El frío. Esa sensación ya conocida que le daba la pauta de saber con exactitud que estaba en el Mundo de los Muertos.

 

Lo volvió a intentar. Saber en dónde estaba era esencial para moverse. Esta vez sus pies respondieron y aventuró un paso.

 

- ¡Cuidado! - gimió una voz por debajo.

 

- ¿Me reconoces? - la otra.

 

- ¡Asesina! ¡Tú me mataste! - mas allá.

 

Habia pisado un rostro deforme. Era como caminar sobre una porción de flan. Los pies se enterraban en un brazo regordete, en una nariz demasiado pequeña, en el trasero lechoso de alguna mujer. A cada paso recibía un insulto diferente, pero la bruja no se detuvo. Tenía la sensación de que si dudaba eso sería todo para ella y formaría parte de aquel puente de almas en pena para toda la eternidad. ¿Acaso eran aspirantes que no habían podido pasar la Prueba? No quiso pensar en ello.

 

Plaff. Plaff. Parecía que sus pies fueran succionados por una ventosa y tal el sonido que emitían cuando los levantaba y liberaba para dar la siguiente pisada. Y el frío que se le introducía por cada poro de su piel y comenzaba a helar sus huesos. El aire condensando de su respiración frente al rostro. No faltaba demasiado. Ya casi podía ver la otra orilla. Apuró la marcha.

 

Cayó al suelo hacia adelante al salir al otro lado. Gotas de sudor recorrían su sien hasta llegar a la barbilla. Apretó las manos, aferrando la arena entre sus dedos, recuperando la tranquilidad.

 

Se puso de pie dejando que la arena se escurriese de sus manos, como una especie de reloj improvisado que contaba sus pocos segundos de descanso. Cuando hubo acabado sacudió su túnica y llevó la cabellera rubia hacia atrás, irguiéndose nuevamente como si absolutamente nada hubiera sucedido.

 

Alzó la mirada, el bosque se alzaba ante ella. Amenazador y lúgubre, recién habían comenzado.

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¿Qué era ese rumor?

 

No soy miedosa. No se puede ser miedosa teniendo un circo con cientos de animales peligrosos en el que te juegas la vida en instantes breves en que dejas de dominar la situación, donde el riesgo de accidentes es elevadísimo y te debes a un público que eso les hace volver porque les has puesto la emoción de la posibilidad de una muerte latente de cualquiera de los empleados, porque aman el riesgo pero no tienen el valor de hacerlos ellos y vienen a ver si tú fallas...

 

No. No soy miedosa sino más bien imprudente e impulsiva, de reacciones imprevistas ante situaciones calculadas... Un hipogrifo furioso o una acromántula madre que corre por su arañita (si cabe, pues los ejemplares bebés son más grandes que yo misma) en un instinto maternal que toda madre (humana o criatura) posee, o un Basilisco indomable... Todo eso son peligros tangibles con los que lidio cada día. Así que nadie puede decir que sea miedosa. Mi mente analiza el peligro y reacciona, buscando una solución factible.

 

Pero aquello era... Espeluznante. El rumor era peor que mil patas correteando por las hojas secas del bosque o reptando por una pared de piedra. Aquel rumor era... Eran...

 

Eran lamentos.

 

Lamentos humanos.

 

Bueno... Siempre que admitamos que las almas aún conservan algo de humano (algo a lo que tengo tendencia porque mi marido es un fantasma, atípico pero fantasma al fin y al cabo...) Se me puso piel de gallina al escucharlo y, por unos instantes, pensé que nada ni nadie me obligaba a pasar por aquello, que era preferible no enfrentarse al Mundo de los Muertos...

 

Pero no soy timorata, más bien imprudente; y, sobre todo, orgullosa. La voz de mi compañera me había sonado tan tétrica como la de los muertos que se quejaban en el lago, aunque sólo fue un saludo. ¿Por qué sentía miedo de ella en aquel momento? Era como un miedo arraigado en el fondo de mi mente, en esa parte de los pliegues temporales que nunca ven la luz y que, a veces, en las noches inquietas, producen la peor pesadilla que te hace incorporarte de un salto, con gritos, sudando y deseando ver una luz que desvanezca el sueño...

 

Durante un breve instante, no la contesté. Durante un breve lapso de tiempo, pensé que era un muerto del lago quien me hablaba. Ese miedo irracional desapareció y supe que era Misty quien estaba a mi lado. Le sonreí, aún a sabiendas que ese gesto era inapreciable en la oscuridad que nos rodeaba. Era orgullosa; si hubiera estado sola, tal vez me hubiera pensado el retirarme. Estando acompañada... No retrocedería por nada.

 

-- No pretendía divertirme sino cruzar, pero parece que no va a ser fácil -- intenté no ser mordaz, pero el comentario de ella me había parecido inapropiado, sobre todo porque mi "metedura de pata", y nunca mejor dicho, pues me había quedado sin zapatos, le había facilitado a ella el camino. Ahora ya sabía cuál no era el método correcto para llegar al otro lado, y sin clavarse las puntas de la arena en la planta de los pies. -- Te cedo el honor de ser la primera.

 

No es que no quisiera llegar yo antes, pero tal vez yo pudiera aprovecharme ahora de su experiencia. Si había que perder algo más, que ella lo hiciera y yo aprendería a no seguir su ejemplo.

 

Pero si era esa mi intención, me quedé, como se dice vulgarmente, con tres palmos de narices. En cuanto Misty avanzó un paso en aquel círculo, despareció de mi vista. No sé si era algo normal del salto en el mundo etéreo al que nos enfrentábamos o, sencillamente, voluntad del Maese Báleyr quien quería que cada una tuviéramos nuestra propia experiencia. La cuestión es que me quedé a solas con el rumor, con los lamentos, con los gemidos espectrales y eso no me gustó nada.

 

Cerré los ojos y avancé por el círculo que parecía prolongarse más allá de mi vista. No miré atrás. Si lo hubiera hecho, no hubiera seguido adelante con la prueba. Pero apreté la mandíbula y canté, para acallar los quejidos de los muertos. Yo les importunaba pues me había adentrado en su mundo sin su permiso; yo era la extraña en ese lugar.

 

Seguí adelante, canturreando un salmo de mi Orden de Sacerdotisa, infundándome un valor que no sentía, apaciguando de forma mecánica la inquietud que sentía, ignorando con mi voz las preguntas aviesas que aquellas almas me lanzaban, intentando desoír sus insinuaciones sobre que me quedara con ellos. Avancé, paso a paso, sintiendo el frío en los pies desnudos, pero no el frío de la nieve, o de la hierba mojada, o del suelo empedrado cuando te levantas... Aquel frío era un frío candente, el de las Almas de los Muertos que me acompañaban.

 

Seguí avanzando, sin mirar atrás, casi sin mirar adelante, con la mirada puesta en un punto invisible al que quería llegar, haciéndome la sorda ante lo que me rodeara y desatendiendo otra necesidad física que la de cruzar aquel lago insalubre. Cuando mi hombro chocó contra algo sólido, extendí el brazo derecho de forma defensiva mientras que con la otra mano buscaba mi varita. Toqué algo rugoso y húmedo.

 

Me obligué a volver mi mente a lo cercano, a mis ojos a vislumbrar entre la oscuridad que me rodeaba. Era un árbol. Mis pies se habían alejado del círculo que era hermano del que había visto antes del lago. Había conseguido cruzar pero no me alegré. Mi estad de ánimo estaba peor que antes de haber pisado la Academia y sus parajes ocultos.

 

Lo peor estaba por llegar. Aquel bosque no susurraba pero era peor, pues estaba en silencio. No parecía que hubiera nada vivo en él.

 

De repente, me sentí sola, como si nada o nadie en el Mundo me esperase, como si aprender a ser Nigromante me alejara de la parte humana que era y me acercara a un mundo donde los Muertos nunca más me dejarían en paz.

 

No importaba, ahora no era momento de encajar ninguna derrota sino de seguir adelante.

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Mistify giró su cabeza hacia el lago, no había señales de la hechicera de cabello violeta. Alzó la mirada hacia el bosque, estaba rodeado de un halo sobrecogedor, incluso para la mortífaga. Apretó la mano derecha y su varita mágica se materializó en medio de zarcillos oscuros del mismo tono que el objeto, alargado y sin ningún elemento ostentoso. Se sintió más segura con ella, era como una vieja amiga a la que podía recurrir en cualquier momento a sabiendas que estaría allí. Eso la reconfortó. Suspiró, irguió la cabeza como si fuera una reina a punto de entrar a la Sala de Tronos y dio un primer paso en dirección a los árboles.

 

Ni bien puso un pie dentro del bosque, la entrada se cerró tras ella.

 

- Lumus - murmuró como si temiera despertar a alguien.

 

A pesar del encantamiento, la oscuridad reinante parecía engullir a la luz, no podía ver más que a un par de pasos por delante, pero lo inquietante era la falta de sonido, como si incluso los árboles estuvieran muertos, algo que la Malfoy sabía que no era posible. Pero ¿Qué era posible y qué imposible para el viejo Arcano?

 

Avanzó con cuidado. La varita al frente mientras las ramas intentaban alcanzarla arañando su piel. Tironeó de la túnica cuando quedó prendida de un arbusto y la tela blanca se rasgó. Unos días atrás se hubiera vuelto loca solo con eso. Pero aquella bruja no parecía ser ella y si lo pensaba poco quedaba de Mistify Malfoy en este momento.

 

Oscuridad y frío. Solo el ruido que producían las hojas secas cuando las pisaba o el sonido apagado de su respiración cuando exhalaba el aire contenido. Aire que se condensaba frente a su rostro formando una pequeña nube de vapor.

 

Sus músculos se tensaron nuevamente. Se hizo un claro. ¿Cuánto tiempo había transcurrido? Miró hacia arriba, pero el sol aún no parecía asomarse. ¿Minutos? ¿Horas? Nunca se sabía, puesto que el tiempo era demasiado relativo en el Mundo de los Muertos. Bajó la varita, la oscuridad se había disipado dando lugar a lo que parecía un pantano frente a ella. instintivamente buscó el círculo en la orilla y negó con la cabeza un segundo después. Báelyr no iba a dejarles la misma prueba dos veces. Esto era otra cosa. ¿Pero qué?

 

Esforzó la vista. El pantano parecía estar vivo, paradójicamente. El agua estancada emitía el mismo efluvio que la muerte. Mistify arrugó la nariz.

 

- ¿Estás perdida? -

 

La voz femenina la hizo saltar a un lado, empuñando la varita.

 

- No has perdido la agilidad -

 

La conocía muy bien, pero solo veía una figura borrosa delante de ella. No podía ser. La observó con precaución.

 

- ¡Vamos, preciosa! ¿Vas a decir que no me reconoces?

 

Mistify abrió la boca, pero no pudo emitir sonido.

 

- Sabía que serías tú quién me volvería a la vida -

 

Dejó caer los brazos, aunque algo en su mente, un sonido lejano intentaba que permaneciera en alerta. Esto no estaba bien. Ella estaba muerta, de la manera en que el Nigromante había dicho que no había forma de volverla a la vida. ¿Habría sobrevivido su alma?

 

- Tú me la quitaste, tenías que ser tú quien volviera a por mi-

 

Vete de allí. No es ella. No es real. Gritaba la voz lejana en la mente de la bruja de cabello rubio.

 

- ¿Tú? - el sonido de la voz de Mistify produjo un eco, como si estuviera en una caverna que no podía ver.

 

- Claro. He venido a ayudarte a encontrar lo que has perdido. -

 

Vete de allí. No es ella. No es real. Esta vez la voz interior sonó mucho más cercana.

 

- ¿Lo que he perdido? - la figura extendió una mano para que ella la tomara, pero dio un paso atrás al mismo tiempo que Mistify adelantó - ¿Qué he perdido?

 

- Lo sabes bien - persuasiva - Te lo enseñaré. -

 

- Yo,,, - ¡Vete de allí! decían las voces - En realidad quisiera... - ¡No lo hagas! ¡No es ella! A pesar del frío, la Malfoy comenzaba a sudar otra vez.

 

- Ven conmigo... -

 

No se había dado cuenta, pero en el intercambio había avanzado hacia la figura para intentar sostenerle la mano y se acercaba peligrosamente al pantano, cuyas aguas gelatinosas parecían a punto de entrar en ebullición

 

- No - retrocedió apenas.

 

- ¿No? ¿Porqué no?

 

Mistify abrió la boca, pero por algún motivo no podía encontrar respuesta a aquella simple pregunta. ¡Porque no es ella! ¡Es una trampa! le gritaba algo en su interior con mayor fuerza. Agachó la cabeza, intentando buscar una respuesta.

 

- Porque... no eres tú - le dijo finalmente alzándola de nuevo.

 

- ¡Nooooo! - gritó la aparición cuando algo similar a una gigantesca mano de agua putrefacta salió del pantano y arrastró a la figura dentro de él.

 

Cuando se hubo sumergido, todo desapareció. Todo, excepto el frío que le daba a entender que no había terminado. Vislumbró un camino al otro lado, tomo coraje y lo siguió.

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¿Desde cuándo me daban miedo los árboles de un bosque? Nunca había temido pasear sola por el Bosque Prohibido, a pesar de conocer algunos (nunca todos) sus secretos y los animales que anidaban en él. Sin embargo, el silencio de aquel en el que me encontraba me producía un desasosiego que no estaba segura que ya hubiera traído antes de llegar al lago. Aquello era una locura y algo me decía que, si salía de aquella prueba con vida y no convertida en una habitante del mundo de las almas que dominaba Báleyr, iba a ver la vida siempre con alerta y precaución, comprobando por encima de mi hombro el movimiento del aire, de una llama que titilease, de un balbucear de las hojas de los árboles, del ruido de pisadas inciertas en lugares vacíos...

 

Y no podía sentir miedo. No podía salir débil de aquella prueba sino todo lo contrario. Debía de estar segura que, pasara lo que pasara cuando saliera de allá, era lo suficientemente fuerte como para dominar el mundo en el que me adentraba y que no me iba a volver loca ni iba a pasar el resto de mis días internada en una ala especial de psiquiatría de San Mungo.

 

Por ello, no me dejé influir por aquel desasosiego (o al menos lo aparté de mi mente lo suficiente para seguir avanzando por el bosque) y seguí con la vista en un punto lejano. Sabía que, en algún momento, aparecería algo que me llevaría ante el Arcano. Cruzar un bosque no era un problema para mí, no me afectaba.

 

Me confundí.

 

Aquello no era un bosque; o tal vez el nombre apropiado sería Bosque Animado. Había oído hablar de ellos, aunque siempre pensé que eran historias para asustar a novicias palurdas que nunca llegarían a ser buenas sacerdotisas. Los Bosque Animados se referían a entes vivos, no árboles, plantas y fauna diversa que pululara en ellos. No. Los Bosque Animados eran almas impuras, reacias a abandonar el mundo de los vivos, que se aferraban a los pocos vestigios de vida que había en ellos. Vivían en los árboles, en las plantas, en las flores insalubres que crecían, en las lianas, en los mosquitos, moscas, abejas, ardillas o cualquier signo de vida que se hubiera atrevido a entrar en él y que había quedado atrapado por la red que las propias almas tejían para sentirse vivos. Eran almas rabiosas, airadas, porque no tenían un cuerpo que poseer y tenían que vivir traspasándose de una hoja a una liana, de un tejo a una rata, de algo vivo minúsculo, a la espera de que hubiera algo más fuerte que poseer.

 

O eso decían las leyendas sobre los Bosques Animados.

 

Si eran ciertas o no, desde el momento en que yo recordé eso, aquel Bosque se transformó en el Bosque Animado de los cuentos de miedo. Y en ellos, nunca se sale con vida. Supe que iba a hiperventilar y me negué a permitirme ese ataque de miedo. La oscuridad era absoluta, sólo los árboles parecían brillar de una forma especial, un color gris oscuro contra negro, una diferencia tan tenue que a veces dudaba si mis ojos seguían abiertos o estaba caminando a oscuras en el mundo de los sueños.

 

Metí el pie en un agujero lodoso y sentí las cosquillas de miles de orugas que se paseaban por mi extremidad desnuda. Sentí asco y saqué el pie de allá, con la sensación que el hueco se había abierto para atraparme. Tonterías... Sólo era un bosque.

 

Una rama se enredó en mi pelo y destrozó el recogido con el que había peinado mi pelo, por supuesto, sujetado por mi varita, no solía llevarla en las manos. Estuve a punto de perderla, pero la sujeté antes que la rama acabara por tirarla al suelo y la hubiera perdido de vista. Tuve la casi certeza que aquello es lo que había pretendido la rama, pero no era posible... Tonterías... Sólo era una rama demasiado caída que había rozado sin verla.

 

Un animal de ojos brillantes me salió al camino y se lanzó contra mí, aún antes de que pudiera ver-sentir el peligro. Caí hacia atrás y aquello me atravesó limpiamente, como si no existiera. Me apoyé en el suelo para incorporarme y mis dedos se enredaron en unas raíces podridas de un árbol casi deshecho por la humedad y el paso del tiempo. Juraría que me sujetaban la muñeca y estiré con fuerza hasta librarla de la madera putrefacta, que se deshizo en polvo en cuanto quedé libre.

 

En aquel momento supe que era cierto, que el Bosque quería detener mi avance. ¡Maldito Arcano, maldita habilidad de Nicromancia y, sobre todo, maldita yo por ser tan Empecinada en seguir adelante! Tal era mi convicción y firmeza, que durante unos instantes me pareció ver a Mistify. Tal vez sí... Tal vez no... En cuanto parpadeé, algo imposible de no hacer en aquella oscuridad húmeda y pegajosa, dejé de intuir su presencia. Tal vez sólo lo hubiera imaginado.

 

Era demasiado grotesco, me recordaba los cuentos de los castillos rodeados de bosques impenetrables. Si conseguías llegar al edificio, te quedabas la princesa. Solté una risotada que sonó demasiado inapropiada para el lugar. No sé qué me esperaba en el lugar de mi destino, pero iba a quedar muy defraudada si era una princesa de cuentos, rubia, larga melena y vestidos refinados. Aquella visión me hizo sonreír y avanzar el último tramo en un estado de sonrisa incrédula y divertida hasta que sentí el chapoteo.

 

La sonrisa se borró de mi rostro y me frené en seco. Allá había agua... Si algo sé de los cuentos muggles es que un Bosque impenetrable es malo, pero el agua, sea en estanque, laguna, lago, pozo o como sea, es malo, muy malo. Odio los espíritus del agua. Mi madre sabía dominar el Elemento del Agua pero yo siempre le tenía miedo, mucho más que al fuego o al aire. Agua... ¿Por qué agua...?

 

Encima, aquella oscuridad no me dejaba ver lo que me deparaba... No... No quería agua. Si al menos fuera como el lago del principio... ¿No había una manera de cruzarlo como antes, con un puente, con un leño, con...? ¿Y cruzar a dónde...?

 

-- ¡Sa...! ¡Gi...! ¡Taaaaaas!

 

Me giré. Estoy segura que alguien había dicho mi nombre...

 

-- ¡Sa...! ¡Gi...! ¡Taaaaaas!

 

Volví a girarme, hacia el otro lado, intentando ver en aquella oscuridad, intentando parar los latidos desbocados del corazón, pretendiendo respirar sin las bocanadas de aire putrefacto que estaban inundando mis pulmones... Noté el perfil del agua a menos de un milímetro de mis pies desnudos, sentí la frialdad del suelo pero más la frialdad que emanaba de aquel líquido casi purulento que podría llamarse...

 

-- ¡Sa...! ¡Gi...! ¡Taaaaaas!

 

--¡El Pantano de los Muertos! -- exclamé, asustada. Sí, ya no buscaba subterfugios, aquello me asustaba. ¿Había mencionado eso en algún momento aquel Arcano de la Nicgromancia?

 

-- ¡Sa...! ¡Gi...! ¡Taaaaaas!

 

Debía bordearlo, no podía acercarme a él, ni mirarlo siquiera. Intenté pensar en los Kelpies, un símil muy débil con aquellas almas caídas en desgracia que poblaban el pantano. Un Kelpie te atraía hacia la orilla y después te atacaba, para ahogarte y después comerte. Aquellos... Era peor... No te comían ni te esperaba la muerte. Era peor... Si te alcanzaban, de devoraban por dentro espiritualmente y nunca volvías a ser tú, formando parte de aquella recua de espíritus caídos.

 

-- ¡Sa...! ¡Gi...! ¡Taaaaaas! ¡Hola...! ¿Me recuerdas?

 

-- ¡No! ¡Tú no! -- grité.

 

Huí, despavorida, chapoteando en las aguas grumosas de la orilla del pantano, sin recordar qué es lo que yo había venido a hacer en aquel lugar. Me escapaba de él. Escapaba de sus recuerdos, de sus palabras, de su presencia.

 

Él no podía estar allá.

 

Estaba muerto....

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Mistify Malfoy se abrió paso, varita en mano, a través del sendero apenas visible. Sus ojos comenzaban a acostumbrarse a la oscuridad y aunque no veía con claridad, al menos podía discernir entre un camino o un obstáculo atravesándole el paso. La luz emitida por su varita mágica no era suficiente para apartar las sombras empeñadas en obstruir la luminiscencia blanquecina que se desprendía de la punta, era más como la llama oscilante de una vela que estuviera a punto de consumirse por completo.

 

Nuevamente había dos caminos. Giró para observar a su alrededor. Ni rastros de su compañera. Por unos minutos se quedó allí parada sopesando las posibilidades, habría dado cualquier cosa por que Chávez se apareciera con una de sus humeantes tazas de té caliente. El frío se había adueñado de ella y a estas alturas le comenzaba a parecer eterno, incluso dudaba que aquella sensación pudiera desaparecer de su cuerpo alguna vez. Quizás fuera ese una de los resultados de involucrarse en el Mundo de los Muertos. Exhaló el aire y nuevamente se formó frente a ella una nube de vapor.

 

- Adelante - se dijo a sí misma como infundiéndose ánimo. No faltaba mucho, o eso quería creer.

 

Tomó el sendero de la derecha. Ni bien lo hizo la oscuridad se volvió espesa y agobiante, como si fuera un manto que hubiese caído sobre sus hombros y tuviera que soportar el peso. Y literalmente lo parecía, puesto que su andar erguido desapareció. Incluso respirar le costaba trabajo ahora. Recordó las intensas clases de las últimas semanas: pasar demasiado tiempo en el Mundo de los Muertos puede acarrearte la muerte. Debes salir cuando sientes que tu mente ya no soporta la presión. ¿Pero cómo salir, si por más que avanzara parecía no llegar?

 

Arrastró los pies por lo que le parecía un siglo, por delante de ella el paso se abrió, aquello debía de ser la entrada al laberinto. ¿Dónde estaba la esfinge? Se suponía que debía de haber una allí. Se detuvo una vez más, respirando profundamente y con lentitud. Dando aire a sus músculos y un poco de serenidad a sus pensamientos revolucionados. La opresión parecía ser menor y la luz de su varita brilló con mayor intensidad.

 

- ¿Maestro Báleyr? -

 

Había una figura a unos metros por delante de la hechicera, pero por más que lo intentaba no lograba ver quién era. Pensó que quizás el Nigromante estaría esperándolas para darles más instrucciones y por eso el peso del Más Allá no era tan agobiante como en un primer momento. Sin embargo nadie respondió.

 

- ¿Maestro Báleyr? -

 

Su voz cobró más fuerza a la vez que se adelantaba con la varita mágica frente a ella. Era una mujer rubia y estaba de espaldas. ¿Otro fantasma? ¿No habían lidiado ya lo suficiente con Almas en pena? No se acercó. Llevaba una túnica esmeralda, como antaño usaba ella misma, larga, con bordados dorados en los bordes y de mangas tan amplias que rozaban el suelo a pesar de que la figura parecía tener los brazos cruzados bajo el pecho.

 

- ¿Señora? - Mistify no tenía idea de quién era y porqué estaba allí, pero si era parte de la prueba sería mejor no enfadar a la aparición. El fantasma siguió sin moverse de su lugar. La cabellera larga y rubia oscilaba de un lado a otro movida por el mismo viento inexistente que la Malfoy notó al otro extremo del lago. Sin lugar a dudas había sido una mujer de la nobleza, cuando viva. Pensó. Se notaba en su porte. Sin embargo ninguna de las dos se movió.

 

- No puedes pasar hasta que me mates - la otra voz le sonó demasiado familiar.

 

- ¿Cómo podría matar a un fantasma? Ya estás muerta - respondió Mistify

 

- No soy un fantasma -

 

La Malfoy enarcó una ceja. Ese tono de voz arrastrando las palabras era propio de un miembro de su familia. ¿Pero quién? ¿Quién era y porqué le parecía tan conocida?

 

- ¿Qué eres?

 

- No creo que esa sea la pregunta adecuada - la otra mujer se giró hacia Mistify. Los ojos esmeraldas, la tez blanca y el rostro afilado inconfundible. Era ella misma.

 

- No puede ser posible - retrocedió. La túnica blanca se enredó entre sus piernas.

 

- Aquí todo es posible - sonrió el espectro. Aquella sonrisa letal que le había dirigido a más de uno, ahora era para ella misma. - Ya te he dicho lo que tienes que hacer, si quieres pasar.

 

- No puedo matarte - los ojos de Mistify parecieron recobrar su antiguo brillo - Si te mato, moriría yo.

 

- ¿Quién dice que sigues viva? - se tomó el largo cabello, para trenzarlo desinteresadamente, como si lo que le decía fuera lo más aburrido del mundo o estuvieran hablando de la cena de la noche anterior.

 

- Lo estoy -

 

- ¿En serio? - la bruja de túnica esmeralda se alzó de hombros - Si tú lo dices... -

 

- Si yo.. si tú... - cerró la boca. ¡Qué bella se veía! Era joven y hermosa, y las malas decisiones aún no parecían pesar sobre ella. Aunque... si esa aparición era ella misma ¿significaba que estaba muerta? ¿Acaso pensaba que había superado las anteriores pruebas pero no había sido así? No. Las había superado, lo sabía. Esto no era más que otra etapa a superar.

 

Alzó la varita hacia el espectro.

 

- Si me matas, podrás pasar - le volvió a decir - ¿Estás dispuesta a dejar morir esta parte de tu pasado?

 

La observó. Le gustaba ese pasado y durante mucho tiempo había luchado por conservarlo, aunque poco a poco se le fue escurriendo como agua entre los dedos, y por más que lo intentaba poco quedaba de él. Aún así lo poco que aún tenía, lo guardaba con celo. Negó con la cabeza y el espectro soltó una carcajada jovial.

 

- Solo apártate - le pidió, aunque sabía que aquello no iba a tener resultados - Tengo que pasar.

 

- ¿Porqué? - la imagen se acercó - ¿Estás dispuesta a dejarme ir? - le susurró al oído.

 

- Por favor - suplicó.

 

- ¿En serio suplicas? - susurró al otro lado - Antes nunca hubieras suplicado. ¡Mistify Malfoy! ¡Antes muerta que dar el brazo a torcer! - se elevó en el aire y volvió al suelo con potencia - ¡Muerta!

 

Una lágrima descendió por las mejillas de la bruja, corrió a través de sus labios apretados hasta el mentón y desapareció.

 

- ¿Y ahora lloras? ¿Por quién? -

 

La varita se alzó hacia la aparición. Ni siquiera supo que hechizo salió de ella, pero un rayo azulado y más helado que la muerte impactó de lleno en el espectro haciéndolo desaparecer.

 

- Lloro por mí...

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No sé cuanto tiempo estuve corriendo, fuera de mí. Tanto pudo ser un instante como mil años, de tan perdida y desorientada que iba. Sólo paré a la fuerza, cuando mis pies fríos empezaron a hundirse en el lodo y me costó avanzar. Aquel impedimento físico fue el que consiguió que cesara en mi huida y empezara a pensar en lo que me sucedía.

 

El camino era cada vez más impracticable. Lógico. En mi loca huida de ÉL me había adentrado más en las orillas pantanosas hasta poner en peligro mi propia vida. Porque algo era seguro, seguía viva. Aquel miedo horrible y aquella angustia me demostraban que seguía viva. Y si lo estaba, sencillamente podía pensar, pararme a analizar la situación e intentar superarla.

 

Respiré profundamente, quieta, sintiendo como mis pies se hundían un poco más. La voz que me perseguía se acercaba, demasiado tal vez.

 

-- Estás muerto.

 

Cerré los ojos y me concentré, buscando la forma de salir de aquello. El Arcano tenía que haber dejado alguna pista en algún momento de la clase para soportar aquel ataque. ¿Qué es lo que no recordaba? ¿Qué es lo que hacía que no pudiera superar aquello?

 

El Miedo.

 

Aquel sentimiento que paralizaba todos los sentidos y bloqueaba la lógica, que impedía el movimiento y te dejaba atrapar... Sonreí un poco, casi nada. El Miedo era un gran enemigo pero no podría conmigo. Me giré todo lo deprisa que pude mientras el lodo seguía engullendo mis pies y mis tobillos ya estaban helados por la materia en la que se hallaban hundidos.

 

-- Estás muerto.

 

Dije lo mismo, pero el espectro de Él se paró en seco, pues había notado el cambio de tono que había utilizado. Era una certeza, no había miedo en aquella frase. Era una afirmación.

 

-- Estás muerto y no puedes hacerme daño. Aquí mando yo, soy la sacerdotisa que pudo contigo y te mandó lejos del mundo de los vivos. Estás muerto. No puedes hacer nada contra mí.

 

Un rugido de rabia salió de su garganta. Aquel rostro, años antes una hermosa cara que yo había besado y aquel atlético cuerpo con el que me había saciado, era ahora una mueca borrosa de ira. Volvió a pronunciar mi nombre pero esta vez su tono no era aquella voz que tan excitante me había parecido en los momentos íntimos, antes de la batalla en la cual había dado muerte a su indigna vida, cuando habíamos creado aquella vida que llevé en mis entrañas después de su muerte. Sí, había acabado con el padre de mi hija antes de que ella naciera, pero la Diosa Gea sabía lo certera (y dolorosa) que había sido aquella decisión.

 

Ante mí, aquella imagen amada se fue transformando y enseguida reconocí el engaño: no era Él. Seguramente descansaba en la paz que le había proporcionado sesgando su vida. No, no era él, no era mi amante casi esposo y padre de Perenela. Era un demonio, un vil y penoso demonio que se había aprovechado de mi miedo para buscar lo que más miedo me daba: tener que explicar algún día el porqué de aquella muerte. Mi rostro se extendió en una sonrisa demonio.

 

--Ni siquiera eres él.

 

Ahora recordé, como si el Arcano me las estuviera dictando al oído, las palabras para subyugar a las almas malditas e impedirles que se acercaran a una. ¡Qué pena de situación, por poco me hundo en un lodo de un pantano maldito por un miedo oculto en mi mente y ni siquiera era él, sino un demonio menor que intentaba alejarme de mi camino. Pronuncié las palabras con rabia, con la certeza de que yo era superior a todo eso y que iba a llegar al final. Tal vez entonces, cuando dominara la Nigromancia, sería capaz de perdonarme la muerte de aquel ser querido que pudo ser y no fue... Pero no iba a permitir que nadie me hiriera con su recuerdo. Para eso, me bastaba yo sola en las noches oscuras que miraba al cielo y recordaba el pasado. No necesitaba de ningún demonio para ello.

 

El ser alargó su mano, tal vez en un último intento de intimidarme, pero mi nombre murió en una explosión de polvo grisáceo que brillo en la oscuridad de la noche. Saqué mis pies de forma mecánica, poco a poco, despacio, hacia la orilla. Aquel lodo olía a muerte pero no lo noté. Sólo algo me obligaba a avanzar, ahora más que nunca.

 

Quería ser Nigromante y dominar esta Habilidad y estaba preparada para superar lo que fuera. Me sentía poderosa en este momento...

 

Avancé hacia algo, no sé porqué tomé ese camino. Era como si hubiera superado un escalón más y mis pasos me llevaran hacia el tercer escollo que iba a encontrarme como prueba. No me importaba, estaba dispuesta a acabar con todo por conseguirlo.

 

Pronto mi paso se hizo más lento y mi ímpetu fue desapareciendo hasta que noté el cansancio. Ya no tenía el ánimo tan firme ni me sentía tan rabiosa porque aquel demonio hubiera tomado la forma de... de él. De repente, o tal vez no se hubieran ido nunca, sólo estaban agazapadas en algún pliegue de mi mente esperando el momento de salir de nuevo, tuve ganas de rendirme, de dimitir y cesar en el empeño, de volver a casa a gozar del calor de la chimenea...

 

Fue entonces cuando la vi. Una esfinge delante de una especie de laberinto.

 

-- ¡Por los dioses! No me digas que me vas a poner un acertijo -- le dije a aquella criatura, soberbia e imponente, alzada sobre sus patas delantera. Me pudo el desánimo y me senté delante de ella, para descansar. -- Al menos espero que sea facilito...

 

Guardaba silencio. Sólo su mirada me demostraba que estaba viva y que no se perdía ni un solo detalle de mis movimientos. Cerré los ojos. Creo que si no sintiera aquellos ojos dorados clavados sobre mí, hasta hubiera podido echar una cabezadita.

 

Y tal vez lo hice, no estoy segura... Pero cuando abrí los ojos vi mi reflejo sentado en el suelo, con los pies sucios de lodo, el pelo enmarañado, la ropa manchada y con una mirada perdida. Levanté la mano para tocarlo-tocarme.

 

-- ¿Esta es tu prueba, esfinge? ¿Mirarme a un espejo?

 

Esperaba sentir el tacto frío de la superfície de cristal pero me sorprendió el tacto humano de mi yo, mi mano contra mi mano, mi piel contra mi piel. Abrí los ojos y salté sobre mis pies, levantándome tan deprisa que mi varita saltó hacia el suelo, quedando entre ella-yo y yo-ella.

 

Guardé silencio, sin saber qué hacer, qué decir, sólo contemplando mi cuerpo sucio y la cara que me devolvía la mirada. Era yo. No. Era YO.

 

Yo estaba muerta.

 

En algún momento de aquel viaje había perecido y no me había dado cuenta. Me entró el pánico e intenté respirar aquel aire viciado, sintiendo que mis pulmones no me obedecían. ¿En qué momento había perecido? ¿O era otra trampa de los sentidos para demostrar mi capacidad para aprender aquello que quería?

 

Cerré los ojos y recé a mi diosa, pensando en al árbol manzano de Avalon, para que me guiara en aquella prueba que no me veía capaz de superar.

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Y ahí estaba el laberinto. Finalmente. Se erguía ante ella, con sus muros de árboles enrevesados, con sus miles de encantamientos y aquella magia primigenia que le penetraba la piel y sacudía su interior. De alguna forma se sintió renovada, como si le hubieran inyectado magia en lo más profundo de su ser. Bien sabía ella que lo necesitaba o no podría seguir. Aún así, sabía que había traspasado sus propios límites, mismos que ni siquiera imaginaba que podía alcanzar alguna vez.

 

Respiró con ansias, llenando sus pulmones con aquel aire frío que seguía rodeándola. Era curioso que la muerte estuviera presente, pero que a su vez, el laberinto pareciera rebullir de vida.

 

Había una sola entrada que abruptamente se cerraba a escasos metros, asi que apretó la varita en la mano por delante de ella, intentando a duras penas iluminar el trazado del camino y se adentró a las profundidades del laberinto.

 

Perdió la noción del tiempo tras voltear por cuarta vez consecutiva en la dirección equivocada, aquella que la llevaba a un pequeño claro con cinco bifurcaciones. Solo le quedaba probar la última, tenía que ser la salida hacia otro lugar o definitivamente estaría perdida. Apretó el paso una vez más, pero se detuvo cuando estuvo a punto de entrar. Alguien la llamaba.. Bajó los hombros en señal de desasosiego, si tenía que vérselas con otra aparición conocida, acabaría perdiendo el juicio.

 

- ¡Mistify! ¡Aquí! -

 

Era una voz infantil. Ella suspiró sin darse vuelta.

 

- ¡Señora Malfoy! - esta vez era la de un varón de corta edad - ¿Estás segura que dijo que se llamaba así?

 

Mistify enarcó una ceja, escuchando, pero sin girar.

 

- Dijo que ella nos ayudaría. -

 

- Nos engañó, no sería el primero -

 

- Pero yo quiero ir con mi mamá - la vocecita parecía a punto de llorar

 

¿Acaso lloran las Almas? pensó la bruja de cabello rubio, aún en el mismo lugar.

 

- Niñas... - susurró el otro para luego volver a gritar- ¡Señora Malfoy! -

 

Mistify cerró los ojos al girar. Por algún motivo temía abrirlos y encontrarse con su hija, con una réplica de ella misma o algún mago que quería olvidar. Lentamente los abrió, mientras que dos figuras etéreas se dirigían hacia ella deslizándose sobre el césped sin brillo. La rodearon y se elevaron en el aire hasta quedar a su altura. La hechicera bajó la varita. Aquellas dos criaturas proyectaban luminiscencia propia, pero cálida y atrayente, muy diferente a las que había visto hasta ahora.

 

- ¿Quiénes sois?

 

- No podemos decírtelo - dijeron ambos al unísono, como si lo hubieran practicado mucho tiempo.

 

- ¿Quién les dijo mi nombre?

 

- Nadie, lo averiguamos solos - dijo la niña. Su cabello era blanco y largo, se ondeaba producto de una brisa invisible en torno a un rostro redondeado.

 

- Cierto - dijo el otro. Ambos se miraron asintiendo.

 

- ¿En serio? - la bruja observó a uno y a otro - Porque a mi me dijo que iba a decirles - mintió.

 

- ¿Y entonces para qué nos dijo que no te dijéramos? - la jovencita puso los brazos en jarra y él los cruzó bajo el pecho, indignados.

 

- No lo sé, a lo mejor quería probarlos - volvió a mentir la Malfoy

 

- Seguro pasamos la prueba - asintió orgulloso el muchacho, la sonrisa amplia y el cabello grisáceo. Mistify casi podía adivinar cuál había sido su apariencia estando vivos.

 

- Bueno, yo no le diré que me dijeron -

 

- ¡Ohh! Señora Malfoy ¡Usted es buena! Báleyr nos dijo que nos cuidáramos y que no confiáramos.

 

- ¡Tonto! - la niña codeó al niño con fuerza - ¡Está claro que eso también era una prueba, para que nos acerquemos!

 

- Por supuesto - les dió la razón Mistify. Aquello iba a ser más sencillo.

 

- Bah... entonces mejor te digo lo que tenemos que hacer y ya -

 

- Si, mejor ahorramos el tiempo ¿no? - les apremió la bruja - ¿Cómo dijeron que se llamaban?

 

- No lo dijimos -

 

- ¡Ufa, Tomás! ¡Dijimos que no ibamos a dar más vueltas!

 

Tomás se encogió de hombros mirando a Mistify, sus ojitos deslucidos la observaban con suspicacia.

 

- Yo soy Tomás y ella es Elsa ¿ya sabes lo que tienes que hacer?

 

- Claro - afirmó Mistify. Por supuesto que no tenía la menor idea, pero era mejor mentirles y hacer que las cosas tomaran su rumbo. Eran niños pequeños y bien sabía que si les pillaba una rabieta no habría forma de contentarlos, y quería salir lo más pronto posible. ¿Cuánto tiempo habría pasado ya?

 

- Bueno, síguenos - le ordenó Elsa.

 

- Para mi que no sabe nada - susurró Tomás al oído de su compañera. Ella volvió a darle un codazo de impaciencia. - Solo digo... -

 

Para sorpresa de Mistify, retomaron el camino por el que había venido, pero en dirección contraria. ¿Cómo no se le había ocurrido? En lugar del pasillo que había recorrido en varias oportunidades, se abrió ante ella un sendero estrecho que concluyó en un espacio abovedado, y aunque no podía distinguir con claridad el techo, era evidente que las ramas habían seguido su recorrido y se entrelazaban entre ellas, impidiendo ver el cielo.

 

Para sorpresa de Mistify había dos cuerpos, en sendas camas, similares a las que habían utilizado muchas veces ya con el Nigromante. ¿Tenía que traerlos a la vida?

 

- ¿Cuándo murieron? - preguntó la bruja.

 

- El 23 de julio de 1483 - respondió Elsa deprisa. - Hubo un incendio y el humo hizo que nos asfixiáramos -

 

¿En 1483? ¿Acaso tenían idea de en qué año estaban ahora? ¿Quién iba a cuidarlos después de tanto tiempo? ¿Y porqué rayos se estaba preguntando eso? ¿Desde cuándo le importaba lo que le sucedía o dejaba de suceder a dos pequeños? Tomás adivinó la mirada de la bruja, aunque aún así estaba lejos de imaginarse la realidad.

 

- ¿En qué día estamos? -

 

- Espero no hayan pasado demasiados días. Mamá seguro nos estará esperando.

 

Mistify abrió la boca a punto de decir la verdad. Si la decía ¿Qué pasaría? Observó a los dos niños. Cada uno se había posicionado al lado de su cuerpo mortal y la miraban con ansias.

 

- Solo... - ¿qué decir? - Nos llevará solo un momento -

 

Los dos sonrieron, al unísono otra vez.

 

- En cuánto termines, sabremos como salir del laberinto y tenemos que llevarte con nosotros - la niña irradiaba felicidad. Que no durará demasiado. Pensó la Malfoy.

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Acabé la oración y abrí los ojos, sin soltar mi saquito de semillas de manzano. Yo seguía allá, mirándome. Me estremecí y noté mucho más frío que todo el día. Y es que verme allá delante era algo que no me gustaba. No solía mirarme a los espejos, no es que creyera en la mala suerte pero... No me gustaba verme a mí misma en ningún reflejo.

 

Reflejo...

 

Esto no era un reflejo pues si yo movía la mano derecha, yo levantaba la derecha con lo que mostraba que no era un reflejo sino que era yo. Difícil... ¿Yo era yo? Pues mal íbamos si tenía ese problema y no sabía reconocer si yo era yo o era ella-yo. De aquí a la locura sólo había un leve paso que podría cruzar en cualquier momento, si es que no lo había cruzado ya.

 

-- Bueno... Sagitas....

 

¡Qué raro se me hacía llamarla-llamarme con mi nombre!

 

-- Yo sé que soy yo, y si tú eres tú, no eres yo, por tanto, eres una falsa-Sagitas.

 

Aquella yo sonrió y sus dientes se vieron blanquísimos en la oscuridad que nos rodeaba.

 

-- ¡Caray! ¿Así de bonita es mi dentadura? -- Siempre me la había cuidado pero me resultó chocante verla. -- A ver, date la vuelta, nunca soy capaz de verme el traser... esto...

 

Vale, había perdido la poca cordura que aún me quedaba. ¿Hablaba conmigo misma sobre mi figura? No tenía nada de lógica, aunque en aquel mundo de la Nigromancia, nada tenía lógica.

 

Esa frase me ayudó. Quiero decir, pensar en la Nigromancia me hizo centrar un poco el pensamiento. Si yo no era esa, ¿qué hacía esa llevando mi cuerpo? Tampoco podía estar muerta, yo sería yo muerta o viva, no seríamos dos. Vi una mueca en su cara que era tan mía... Es esa sonrisa que no pretende ser amable sino condescendiente, con algo de ironía escondida al mostrar los dientes. Me descolocó, nunca me había visto a mí misma hacerlo, con la de veces que lo había usado con gente que me perturbaba y a las que le iba a soltar una fresca. Por eso, no me pilló de sorpresa su respuesta.

 

-- Sólo una Sagitas llegará al final del destino... Y no pienso dejar que seas tú, sino yo. Yo soy Sagitas.

 

Esa última frase la dijimos las dos a la vez, aunque mi "Yo soy Sagitas" sonó un poco más débil. Ella/yo lo notó y sonrió, satisfecha... ¡Vaya! Me sentía desbancada por mi doble, reaccionaba como yo lo hacía y sabía poner los gestos sarcásticos con los que acompañar la palabrería con la que solía defenderme o atacar al contrario.

 

No me gustaba.

 

-- Perdona, guapa -- en eso no mentía. -- No sé qué quieres decir con eso pero yo soy la verdadera Sagitas, tú eres una copia así que... sencillamente... esfúmate...

 

Me reí/se rió igual que yo y me atacó. ¡Miér...coles! Soy/era rápida. No suelo sacar la varita porque creo que ya la usé demasiado en el pasado, pero eso no quiere decir que no sepa defenderme y atacar si la necesidad me obliga. Los que creen que Sagitas no saben luchar o duelear, se confunden, y a veces esa creencia les cuesta caro. Pero defenderme de mí misma es algo... desconcertante.

 

Supe que yo era yo (como si en algún momento lo hubiera dudado) porque yo tenía una varita en la mano mientras que Sagitas/la-no-yo acababa de lanzarme un mandoble que me rozó por los pelos. Si no hubiera eludido con un pequeño salto hacia atrás, tendría un reguero de tripas por el suelo. Me asusté. Bueno, quiero decir que me asusté más de lo que ya estaba.

 

-- ¡Eeeeh, tramposa! ¿Cómo sabes que me gustan las espadas medievales?

 

Qué tonta soy, porque yo soy ella y ella era yo y yo soy yo y yo no soy ella pero ella sabía lo que sabía yo pero...

 

Vale, divagaba mientras Sagitas me atacaba.

 

-- No es justo -- susurré. -- Yo no tengo espada...

 

Pero tenía una varita. ¿Por qué no la usaba? Sencillo, supongo... Porque no entendía aún que debía matarme para poder seguir el camino. Arrugué el ceño mientras me agaché y la espada cortó limpiamente una rama de un árbol oscuro.

 

-- Linda... espada... Siglo XVI... Seguro... Toledana...

 

¿Es que no podía pensar en cómo salir de ésta en vez de pensar en la hoja afilada que cada vez se acercaba más a mi persona? Resbalé ligeramente con el borde de la ciénaga y eso me dio la idea del problema que tenía. Detrás, el pantano que ya había superado; delante, yo misma. Más allá, lo que hubiera determinado Baléyr. Pensar en él me cabreó. Supongo que eso fue lo que me dio fuerzas porque la rabia es un gran motor motivador en mi carácter.

 

-- ¡Maldito seas, Arcano! ¿Fue en esta prueba que perdiste tu ojo?

 

Sagitas-laotra se quedó un momento quieta, con la espalda sujeta con las dos manos, en una posición medio defensiva, medio de ataque, moviendo los pies levemente, pensando en qué movimiento hacer ahora para poder conmigo. La reconocí. No era la Sagitas yo de ahora. Era la Sagitas un poco más joven (no mucho más) que una vez estuvo en la Orden y que mató a su pareja. Apreté los dientes con fuerza mientras ella sonreía. Había aprovechado una imagen de mí misma valiente, decidida, dispuesta a todo por un ideal obsoleto y perdido. Aquello intentaba amilanarme con la imagen de Sagitas guerrera que había sido capaz de matar a un ser querido para evitar muertes innecesarias...

 

¡Qué error más grande! Hacía unos segundos temía enfrentarme a mí misma, pero el otro ser había cometido un error. Odiaba a esa Sagitas, me odiaba a mí misma por lo que hice, me odiaba por tener unos ideales tan insulsos que me habían permitido creer que tenía derecho de vida o muerte sobre el resto de la gente que me rodeaba. Odiaba a Sagitas luchadora, la que se dejó influir por unos ideales histriónicos que eran mentira, la que creía en falacias mal construidas, la que pensaba que por el Bien se podía usar el Mal y salir indemne de ello.

 

Me odiaba y, en aquel momento, no me importaba mi muerte. Debiera haberme muerto hace mucho tiempo, antes de... de hacer todo lo que hice. Por eso no me costó nada. Las palabras vinieron solas a mi boca y murmuré el hechizo que destrozaba a los seres sin alma. Yo, si alguna vez la tuve, la perdí en algún momento y me odiaba. Me odiaba por todo lo que hice y porque nada de lo que pudiera hacer ahora curaría aquel horrible secreto que guardaba. Me odiaba. No me costó nada matarme.

 

Vi mi cuerpo caer, levantar una ceniza del suelo y ladear la cabeza con los ojos abiertos, fijo en mí. Después... desaparecí. Desapareció.

 

Escupí en el suelo, donde unos instantes antes había estado yo, muerta. Aprender aquella habilidad me estaba costando mucho, pero sobre todo, entendía cada vez más lo que había dicho Baléyr sobre que el precio era muy caro. Yo acababa de demostrarme que no sentía mucho respeto por mí misma y que odiaba mis decisiones, por mucho que me esforzara en parecer una buena ciudadana. Yo me conocía. Y lo que sabía de mí, no me gustaba.

 

Enrollé la varita en mi pelo descuidado y seguí avanzando hacia la entrada del laberinto, sumida en mis pensamientos oscuros, hasta que un "Veo veo" infantil me detuvo...

 

-- ¿Qué ves? -- dije, sin pensar que no era normal que hubiera niños en aquel lugar.

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