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Casa de Infusiones "Ill Buon Gusto" (MM B: 108226)


Lucrezia Di Medici
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Nombre del Negocio: Casa de Infusiones "Ill Buon Gusto"

Nombre de los propietarios: Lucrezia Di Médici

Rubro al que se dedicará: Hostelería

 

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Pocos magos y brujas pueden resistirse, al menos, a gastar unos minutos de su tiempo en admirar la imponencia con la que se topaban al transitar por la peatonal principal de Diagón. A solo unos diez metros de uno de los puntos más tumultuosos del Callejón, el Banco Gringotts, se alza con la majestuosidad de otra época una edificación de piedra blanca, uniforme y radiante. Pese a contar con un solo piso, la altura del techo le permite sobresalir sobre los sobrios y ajetreados negocios circundantes.

Construido sobre la base del arte renacentista, mantiene una arquitectura que prioriza las proporciones y la luminosidad. Dos hileras de ventanas cuadradas de marcos de madera, repartidas regularmente a lo largo del recinto, dan una vista casi panorámica del Callejón Diagón. El vidrio de éstas es atravesado por lineas blancas que se cruzan, formando perfectos rombos que entorpecen la vista hacia el interior a la vez que aportan un diseño bonito.

La grandilocuencia y elegancia con la que se piensa a sí mismo el negocio queda impuesta a priori desde la entrada: una puerta doble de hierro, gruesa y pesada, con su superficie bañada en oro. Se trata nada más ni nada menos de una adaptación de la llamada “Puerta del Paraíso”, un icono de Florencia, Italia. La decoran ocho paneles de cobre, representando con un puntilloso y delicado relieve varias escenas de la historia mágica mundial: las imágenes van de la Orden de Merlín, pasando por una ahogada expresión de la caza de las brujas de Salem y hasta la época oscura con Lord Voldemort como figura central. El reflejo del sol sobre el predominante dorado llega a encandilar a quien pasa por allí durante la joven mañana.

La puerta es coronada por un pórtico simple sostenido firmemente por dos columnas enmarcadas del mismo material impoluto con el que se había construido el resto de la estructura. Sobre éste se levanta una estatua, fácilmente reconocible como una figura femenina de porte soberbio en cuya mano izquierda sostenía un abanico cerrado. El detallismo minucioso con el que se había trabajado el mármol de aquella escultura permite reconocer fácilmente de quien se trata, pese a no ser una un personaje relevante en la historia inglesa: es una fiel representación de Lucrezia Di Médici, dueña de la propiedad, observando con severidad el horizonte.

El ingreso al local esta escoltado por dos percheros de pared con numerosos ganchos para que los clientes dejasen a resguardo sus abrigos y pertenencias. El exterior de la Casa de Infusiones era consistente con el interior: amplio, armonioso y con el blanco como color base. El aroma proveniente de la mezcla de las distintas infusiones despierta desde el primer segundo todos los sentidos de quien allí se hallase. El té silvestre, el más amargo café del mundo y el dulzor de los cupcakes de chocolate suizo recién orneados inundan el ambiente de un placentero y tentador perfume que invita a permanecer entre esas cuatro paredes al menos unas horas.

La gran cúpula de cristal de forma piramidal ubicada en el centro permite penetrar la luz natural, cubriendo de un halo especial todo el ambiente. Bajo ésta se hallan dispersos varios sillones de un material rojizo símil al cuero, complementados por dos cojines acolchonados de igual color, manteniendo una perfecta comunión entre comodidad y estilo. Cada una de las confortables butacas están acompañadas por una mesita de pie y superficie redonda, pensada para dejar descansar las tazas de té y los acompañamientos que el usuario deseara utilizar. La madera de roble con la que estaban hechas permanece siempre lustrada y brillosa. Al caer la noche, con el último rayo de sol desapareciendo por el horizonte, se materializan varias velas suspendidas en el aire, ubicadas estratégicamente para aportar luz a toda la sala. Paralelamente, los empleados colocan lámparas de aceite diseminadas por las distintos soportes.

Del lado derecho del negocio se sitúa una estantería blanca que se alza imponente hasta tocar el techo y se extiende desde de un lado al otro del recinto. En cada uno de los ocho pisos que la componen se ubican frascos variopintos que contienen los distintos ingredientes de los que dispone la casa para preparar las infusiones que sirve. Apreciar las distintas formas, tamaños y colores del interior de estos recipientes formaba en si solo un atractivo visual para los visitantes del lugar. Están catalogados ordenadamente por llamativos letreros rojos con los nombres de las distintas hojas, tallos, granos y especias.

Del lado izquierda sobresale una gran chimenea, refugio de las personas que deciden aproximar sus asientos al fuego durante los duros meses de invierno. Desde el inicio de la pared hasta su culminación se extiende en todo su esplendor una colección de cuadros protagonizados por figuras memorables de la historia italiana entre las que se destaca por admiración popular un sonriente Leonardo Da Vinci.

Al fondo, por lo que es necesario rodear el espacio circular ocupado por los sillones para acercarse, se encuentra el mostrador, un imponente mueble de madera de nogal sobre el que se presentan distintas vasijas de los más diversos orígenes y diseños que uno puede encontrar. En el medio se extiende el registro de ventas, compras y clientes que se llevaba obligatoriamente al día. Tallado en el frente, justo en el centro, y acompañado con la firma de su dueña se aprecia el nombre del sitio escrito en una elegante letra cursiva: Casa de Infusiones “Ill Buon Gusto”.

Bodega

Una angosta escalera de caracol ubicada por detrás del mostrador lleva al sótano, de una dimensión bastante pequeña en relación a la edificación principal del negocio. Aquella resguardada cámara sirve como un momentáneo refugio para los trabajadores y como zona de esparcimiento entre turnos y tiempos libres. La bodega cuenta con un mobiliario sencillo, con seis sillas repartidas entre dos pequeñas mesas simples que apenas sirven para jugar una partida de cartas o dejar reposar una tetera caliente, pero no las dos al mismo tiempo.

Unos metros más adelante del pequeño espacio de descanso, a ambos lados de la rocosa pared cuya base se encuentra invadida por el moho, se irguen hileras de seis barriles, que almacenan distintos tipos de vinos, formando entre ambas un estrecho pasillo en el que solo cabe una persona a la vez. Los toneles se extienden hasta el final de la habitación. En medio cuelga un pequeño candelabro de hierro oxidado que aporta la luz necesaria para no tropezarse con el amontonamiento de cajas esparcidas de modo desordenado por el suelo. Si bien el lugar es habitable, la falta de aire fresco y la nula decoración puede hacer de la permanencia en el lugar algo pesada.

 

Afiliados: Por Leyes Ministeriales vigentes, solo podrán recibir pago por sus servicios aquellos que compartan lazos sanguíneos/familiares con la propietaria de la noble casa. Los afiliados serán encargados del orden, recepción y atención de la clientela, haciendo de su visita una experiencia lo más amena posible.

 

Todos los afiliados reciben, como compensación no monetaria, descuentos en los productos, menús e infusiones vendidas en La Casa.

 

Criaturas: --
Objetos: --

Elfos: --

Nick con link a tu ficha de personaje. Lucrezia Di Médici.
Link a la ficha de tu familia. Di Médici | "Ojo Loco" Potter Blue.
Link a la bóveda de tu negocio. Bóveda N° 108226

Link al registro del negocio. Registro Ministerial N° 108201.

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Las luminarias del desolado Callejón Diagón apenas alcanzaban para revelar como unas sombras se movían. Dos aethonans, apostados en medio de la senda principal que llevaba directamente a Gringotts, jugueteaban entre ellos ante la imposibilidad de manejarse con libertad. Una estructura metálica y dos gruesas sogas los unían a un opulento carruaje blanco, que se balanceaba ligeramente, estacionado frente a una edificación especial. La blanquecina luz de una omnipresente luna llena, única testigo quizás de lo que sucedía, resplandecía en el cielo estrellado y se reflejaba en la recién lustrada fachada de "La Casa".

 

La majestuosa puerta había sido encantada por su dueña horas antes, produciendo el efecto de parecer un negocio cerrado ante cualquier persona que pasase por enfrente y no poseyera en su brazo la icónica La Marca Tenebrosa, o acompañase a un mortífago. Los miembros de esta organización secreta podían apreciar con normalidad la puerta doble, abierta de par en par. Capacitada en Artes Oscuras durante su adolescencia, la bruja había sellado la entrada con magia negra, que expulsaría con un violento sacudón a cualquiera que, pese al encantamiento inicial, intentase atravesar el perímetro.

 

El interior del edificio se había adaptado para una gala de inauguración que se pensaba como una presentación centrada en su aristócrata propietaria. No era casualidad que las invitaciones llegasen días atrás a una importante mortífaga como tampoco era desconocido, al menos para sus miembros, que la creadora de "La Casa" de Infusiones quería penetrar en las entrañas de La Marca. Las velas habían sido encendidas con fuego perpetuo de espectro verdoso, un color característico que predominaba en sus instalaciones. Pese a los artilugios implementados para asegurar la velada, se había decidido no implementar más referencias como aquella.

 

El mostrador había cambiado el típico orden que imperaba durante los días de actividad comercial, reemplazando las lujosas vasijas y las delicadas tazas de porcelana, insignia de la casa, por numerosas copas de cristal de cáliz ancho. En ambas esquinas del alargado mueble habían sido ubicados sendos barriles añejos, con sus duelas afectadas seriamente por la humedad, repletos hasta el tope de cerveza de elaboración artesanal. En el centro se disponían varias botellas de vino de cuello largo, que habían sido importadas de sus países de origen sin previa autorización del Departamento de Cooperación Mágica Internacional pese a poseer ingredientes con propiedades mágicas en su composición. Las impolutas etiquetas denotaban lo oneroso de la inauguración. La dueña del local no había escatimado en gastos, haciéndose de vinos de Francia, Italia, Argentina y Estados Unidos cuyos efectos eran de lo más variado: alucinógenos, afrodisíacos o hasta depresores.

 

Tampoco había ahorrado en cambios de mobiliario. Los sillones que normalmente estaban en el centro del recinto descansaban contra la pared izquierda, bajo los cuadros, y el espacio que solían ocupar fue destinado a una vasta mesa sobre la que reposaban varios platos y bandejas atiborrados de comida de aspecto delicioso. Alrededor de ésta se podía transitar con completa libertad; se intuía que la dueña del local había priorizado el espacio más que la ostentación que ya quedaba representada por el exterior. Los manjares servidos estaban totalmente en las antípodas de lo que los cocineros del negocio solían cocinar: patas de cerdo, montañas de pasta y ningún rastro de verduras o frutas.

 

Lucrezia se había ocupado personalmente de todo. Dio un último vistazo, de lado a lado, sin obviar ni un centímetro de la sala; sin ignorar ningún mínimo detalle de la organización. Se dirigió con su característica elegancia hacia el umbral de la puerta dorada, quedando justo unos metros por debajo de la estatua que correspondía a su eximia figura. Esperaba que todo fuese como había imaginado, su primer paso de relativa importancia en la comunidad mágica inglesa. La clandestinidad con la que su plan se había diagramado la vigorizaba, encendía un pujante fuego en su interior que no sabía explicar. Su azules ojos se posaron en magnífico cielo nocturno, deseando que la noche se perpetuara lo máximo posible. Entonces reflexionó con repentina frustración: ¿Por qué no había comprado whisky?

 

- ¡Oh, no!

Editado por Lucrezia Di Médici
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Me quede estática en un punto de mi visita por el callejón Diagón mientras admiraba un edificio imponente de estilo antiguo. Me pregunte para mí misma –Es que acaso todos aquí conocían mi debilidad por el arte, el estilo renacentista y barroco, y lo que es más, lo Italiano?- posiblemente no lo hacían, solo compartíamos un gusto por lo exquisito de lo diferente.

 

Me acerque más al lugar y quede estupefacta al mirar su puerta principal, era la pieza más hermosa que había visto, dorada y tallada en toda su superficie, me quede admirándola más tiempo del necesario, observaba escenas esculpidas tratando de analizarlas, deducía que se serian históricas; tampoco me atrevía a tocarla, con solo conocer la entrada me ya imaginaba el esplendor dentro.

 

Fije mi mirada hacia arriba y observe en lo alto de la puerta una estatua de una mujer, era sencillamente perfecta, claro que no pude reconocerla, los detalles de la misma me daban una pista de que era una persona importante casi como una aristócrata.

 

Pasado un tiempo de inspeccionar el la entrada, me arme de valor para pasar dentro del edificio después de todo, la grandeza de afuera, sabía que reflejaría la opulencia dentro. Sin más me quede en otro punto parada admirando en círculos alrededor, todo era tan armonioso bajo la luz que dejaba pasar una cúpula de cristal. Observe los sofás colocados alrededor y la mesa central y como si me llamaran, los aromas de infusiones y horneados asaltaban mi nariz, esperando que los siguiera.

 

Me preguntaba donde se encontraría el dueño del lugar, toda aquella elegancia me había hecho pensar que sería igual de imponente que la estatua de afuera, y por un instante también me pregunte si era correcto estar allí.

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Shalyit procuraba caminar todas las mañanas, de cada día, directo a su trabajo, era muy rara la vez que se detenía a ver algún negocio o más bien que algún negocio llamara su atención. Parecía siempre estar muy ocupada, con el tiempo justo para llegar a su trabajo y aquel día no era la excepción, sólo que mientras pasaba por aquel lugar, una luz la dejó cegada. Cerró los ojos en espera de recuperar un poco la visión, necesitaba ver qué negocio debía reportar por dañar su vista.

 

El olor de los granos de café recién molidos habían hecho que olvidará aquel incidente y que llevaba prisa; camino hasta el mostrador, entre más cerca estaba, el exquisito aroma a café y cup cake de chocolate se hacía más intenso. Inhaló el aroma lo más que pudo mientras cerraba los ojos, se estaba dejando llevar, aquella mezcla le hacían revivir muchas cosas una de esas era su niñez y todas aquellas veces que disfrutaba de una taza de café con un pequeño toque de crema.

 

Al abrir los ojos, le sonrió a la persona que estaba frente a ella, el aroma de aquellos sabores habían robado todo su interés que no había sido capaz de observar las pinturas que adornaban el lugar, pero más que adornar contaban la historia de la comunidad mágica.

 

Buen día, he llegado hasta aquí por cosa del destino. Y el delicioso aroma de café recién molido me hizo detenerme en este lugar. —explicaba sin razón alguna a la mujer frente a ella, mientras sus ojos azules trataban de leer los tipos de café e infusiones preparaban en el lugar.

 

Así que he decidido no irme, sin antes probar un capuccino con canela en polvo y… —hizo una pausa y volvió a dirigir la mirada al menú que se encontraba frente a ella.La peliazul no estaba segura si dejar a elección de la mujer que le atendía, con que iba a acompañar su café pero al ver que este era un negocio reciente, confío en que ella sabría que era lo más delicioso que había en el lugar.

 

Puedes darme también, algo con que acompañar mi café. ¿Cuánto te debo? —pregunto mientras buscaba en los bolsillos de su abrigo unos cuantos galeones para pagar su pedido. Trató de esperar de pie y de forma paciente su pedido pero había sido incapaz de mantenerse alejada de uno de los pequeños sillones rojos. Le gustaban los colores, aromas y sabores intensos, en especial todos aquellos que le recordaban a la sangre.

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Lucrezia subió con paso apresurado las empinadas escaleras que conectaban el salón principal con la bodega, tratando de no perder el equilibrio y con ello su sublime elegancia. El invasor musgo, que se acumulaba gradualmente en las estrechas divisiones de los bloques de piedra que conformaban los escalones, buscaba impregnarse en las tapas de sus tacones para perjudicar su movimiento. Entre sus manos llevaba una tetera de porcelana china; la superficie del delicado material blanco transmitía, apenas menguando su intensidad, el calor de la bebida que contenía.

 

 

Sus ojos se clavaron en dos visitantes que habían interrumpido en el lugar. <<¡Clientas!>> se recordó con cierta negación, debido a que su conciencia aun no se acostumbraba al hecho de poseer un negocio. Apoyó con delicadeza la tetera sobre el mostrador procurando dejarla sobre un platillo de esa misma colección, para no dejar que entrase en contacto con la madera y evitar así que el calor que irradiaba el café estropeara la madera, y se acercó extendiendo sus brazos en una cordial señal de bienvenida.

 

 

- ¡Bienvenidas a "Ill Buon Gusto"!- exclamó con un acento italiano nativo que resultaba delicioso al oído- No hay mucha clientela, así que podemos unirnos en unas mesas que aparté para los primeros clientes del día. Un capuccino con canela no será ningún problema.

 

Guió a ambas brujas, marcando el camino con donosura, hacía un grupo de tres sillones enfrentados de manera triangular. Al elevar su mano para realizar un chasquido de dedos, las metálicas alhajas que decoraban su muñeca se deslizaron hasta chocar con tal intensidad que produjeron un chirrido agudo. El repentino sonido permitió que las clientas apartasen la vista de los sillones mientras vasijas variopintas levitaban hacia ellas; platos, tazas y cucharas pasaron a cubrir casi la totalidad de la superficie de la mesa apenas unos segundos más tarde.

 

Lucrezia admiró con placer como las muchachas se encontraban súbitamente con todo preparado. Se sentía de alguna manera satisfecha, tal vez eso era lo suyo, pero debía continuar. Vertió con suavidad el contenido de la tetera dentro de una de las vasijas de porcelana, haciéndolo con suficiente lentitud para poder apreciar junto a sus clientas la bonita catarata de negro líquido golpeando contra unos de sus bordes y el vapor elevarse con cierta gracia hasta difuminarse en el ambiente. El distintivo aroma a granos molidos, que ofrecía un constante placer para el olfato dentro del local, se acentuó por sobre el resto de sensoriales olores.

 

Alzó su varita con un movimiento refinado, dirigiendo la punta de su artefacto mágico hacia la estantería que se alzaba a unos metros de las tres brujas, en el flanco derecho del recinto. Un frasco de forma hexagonal se despegó de la superficie de madera y levitó errante, atravesando el aire en solo unos segundos, hacia la posición de Lucrezia, quien lo tomó sin dificultad en medio de su trayecto; el recipiente era de tamaño tan diminuto que cabía perfecto en su pequeña mano.

 

Le quitó la tapa de brillante acero y vertió con minuciosa exactitud apenas tres gotas de esencia líquida de acónito, que se sumergieron hacia el fondo de la taza. Aquel néctar violáceo, de consistencia viscosa extraña a la vista, se compenetró inadvertidamente con el café, sin alterar en absolutamente nada la bebida a excepción del efecto mágico que aportaba. Se trataba de una ambrosía con la que Lucrezia había experimentado los meses previos a la apertura de La Casa, en busca de experiencias nuevas con las que cautivar un público masivo que le garantizase ganancias exorbitantes..

 

 

 

- Créeme que será la bebida más energizante y deliciosa que probarás alguna vez.- le explicó, mientras volvía a sellar el frasco, con una entonación tan fehaciente que habría convencido a cualquiera - Todavía no pude adquirir acónito para cultivarlo por mi cuenta, pero todo producto con derivados de lazo del diablo o mandrágora que encontrarás aquí es de mi propia plantación en Ottery- explicó con un claro dejo de orgullo en su voz, casi de jactancia, mientras utilizaba su varita para emanar espuma de leche sobre el café.- Aquí tienes.

 

 

 

Empujó con dos dedos la taza hacia la Malfoy, que ya había tomado asiento en unos sillones. Replicó su accionar y se dejó caer en una de las rojas butacas, acomodándose de manera que el cuero se adaptase a su esbelta figura. Su azul mirada se repartió la misma porción de tiempo entre sus dos interlocutoras, escondiendo tras una media sonrisa que denotaba fehaciente amabilidad cómo analizaba su actitud, sus muecas y la expresión de sus ojos, quizás la más reveladora aptitud que el humano poseía. Para hacerlo con efectividad no podía permitir que imperase un incómodo silencio, así que volvió a tomar la palabra:

 

 

- Tal vez no es lo más ortodoxo para acompañar un buen capuccino italiano, pero puedo ofrecerle un omelette dulce de miel, preparado con huevos de diricawl y cocinado sobre huevos de Ashwinder.- explicó con disimulado recelo, esperando que aquella muchacha no fuese parte de la plantilla del Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas, y luego se giró a quien no había abierto aun la boca.-¿Tú, qué quieres?

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— ¿Sabía ustedes que podía meterse en graves problemas si alguna de sus recomendaciones llegará a oídos de alguna persona indeseable, señorita?

 

No sabía exactamente qué lo había llevado adentrarse a aquel lugar pero ahí estaba y había llegado justo un momento bastante extraño, Cillian había ostentado el cargo de Director del Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas y sabía bien que aquello que la mujer frente a él ofrecía a una de sus clientas no estaba del todo bien visto por las autoridades mágicas pero qué más daba, ahora no era nadie dentro del Ministerio y si la situación no lo perjudicaba no tenía porque intervenir.

 

— Aunque bueno, creo que yo comeré uno.... Siempre es bueno probar algo nuevo —dedicó una sonrisa a las damas frente a él y después añadió—, ¿les molesta si les acompaño? Estaba vagando sólo por el callejón y creo que el hambre me ha ganado ya que de un momento a otro me he encontrado aquí dentro.

 

Aunque el lugar parecía no ser bastante popular no importaba, ya que algunas veces lo mejor podía encontrarse en los lugares más insospechados. Mantuvo la mirada fija en sus nuevas acompañantes esperando una respuesta y justo en ese momento se percató de que no se había presentado.

 

— Mi nombre es Cillian Ryddleturn.... ¿Ustedes son? —Preguntó dirigiéndose a las dos brujas que no le sonaban de ninguna parte y después, dirigiéndose a quien debía ser la dueña del lugar, añadió—. Y usted debe ser la dueña, si no me equivoco, no podría encontrar una razón mejor para que exista una estatua suya en la entrada.

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Un suave espasmo recorrió su cuerpo, provocado por lo repentino de esa voz alzándose en la sala y cortando la incipiente charla que llevaban las tres brujas. Lucrezia procesó cada palabra vociferada con una serenidad digna de un miembro de la guardia inglesa, pero tardó unos medidos segundos en responder o emitir siquiera un movimiento ¿Que debía hacer ante tal afirmación? La delicadeza con la que sostenía su varita, apoyada sobre el cómodo regazo de su vestido, se tornó súbitamente en firmeza ante la inadvertida presencia aun desconocida para ella. No dejó que los nervios le ganaran, pese a la fuerza que ejercía mientras apretaba el mango de su arma mágica.

 

Apenas se encontró con ese chico no pudo evitar fijarse en sus ojos, provocando sin querer un cruce de miradas que se extendió unos segundos. El encuentro de fue intenso. Aquellos orbes negros despertaron en Lucrezia un deseo carnal que había restringido bajo una coraza de autocontrol; se sentía por primera vez, desde su llegada a Inglaterra, atraída por otra persona. Nadie había logrado cautivar la atención de la aristócrata lo suficiente como para enrojecer sus mejillas de delicada tonalidad blanca, y pocos en esas tierra se comparaban con los hombres de cuerpos fornidos y piel bronceada por las largas jornadas bajo sol que trabajaban en sus viñedos.

 

- Que sean dos, entonces…- le dijo al nuevo cliente, con sus azules ojos brillando con complicidad - ¿Por qué no acompañarlo con un café, cortesía de la casa? Venga, toma asiento.

 

Erguió su varita mágica nuevamente a la altura de su cabeza y realizó un movimiento simple, dibujando un círculo en el aire. El pequeño frasco con el néctar de acónito, que había quedado en desuso y medio vaciado, se elevó nuevamente en el aire y se dirigió nuevamente a la blanca estantería, pasando apenas unos centímetros por al lado de otro de similar tamaño que había sido invocado mediante un hechizo a donde se encontraban los cuatro reunidos. Al alcanzar su diestra, la rubia repitió lo ya realizado: vertió el contenido con cuidado, midiendo tres gotas exactas, en una de las tazas de café.

 

Se trataba de una esencia de Lychee, fruta originaria de China con conocidas propiedades afrodisíacas y cuyo nombre significaba, con razón, "la alegría de vivir". Tenía una consistencia completamente líquida, muy agradable a la vista, y se advertía de color blancuzco, similar a agua mezclada con azúcar disuelta. No había sido un acto del azar o de su afán por dar un buen servicio a su clientela el hecho que sirviese ese néctar específico en la bebida de Cillian, sino que respondía a los deseos más profundos de la bruja.

 

- Puedes estar tranquilo, que esto no tiene ninguna propiedad…mágica.- aclaró marcando una intención de sorna en su voz, antes de presentarse con entono- Mi nombre es Lucrezia, pertenezco al importante linaje Médici de Florencia, conocido por su innovación en la medicina. Es un placer conocer a un Ryddleturn ¿Sigue morando Katara por aquí?

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— Katara no es más una Ryddleturn —respondió al tiempo que tomaba la taza de café con una de sus manos—. Y si me disculpa, le agradecería que no nos adentremos más de lo necesario en ese tema.

 

Y no es que le molestará hablar sobre el tema más bien era que ya estaba cansado de hacerlo, la mayoría de sus conversaciones en los últimos días giraban en torno a ello y ya no había espacio para una más. Trató de disimular una pequeña sonrisa pero le fue casi imposible así que sería mejor cambiar de tema.

 

— Y dígame... ¿Exactamente qué es lo que voy a consumir? —el pequeño titubeo de Lucrezia lo había desconcertado un poco pero no tanto como para desconfiar de ella solamente le había causado un poco de curiosidad—. Debo admitir que huele delicioso y también que es un gusto para mí conocerla. No tengo exactamente un conocimiento tan extenso sobre su familia como me gustaría, pero estoy seguro de que mi hermana si que debe tenerlo.

 

Guardó un par de segundos de silencio, sólo los necesarios para llevar la taza a sus labios y sorber un pequeño trago. No era de sus bebidas favoritas, tenía que aceptarlo, pero tampoco le desagradaba. Y justo después de eso tomó asiento en un sillón frente a Lucrezia que al parecer había sido llevado hasta ahí especialmente para él.

 

— Y también estoy seguro de que si conoce a Katara también conoce a mi hermana, Anna, ¿no? Actualmente somos de los pocos que aún quedan en la familia.

 

Sonrió, ahora sí que podía hacerlo. Se la estaba pasando bien en aquel lugar y aunque las otras dos brujas junto a ellos no habían soltado palabra alguna aún, parecían bastante simpáticas. Dio otro sorbo a su café en lo que obtenía una respuesta al tiempo que mantenía su mirada fija en Lucrezia, acto que quizá fuera de mala educación pero que no podía evitar.

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La bruja había abierto sus ojos cuando los primeros rayos del sol iban asomando por el horizonte. Tenía cosas que hacer en el banco y aunque la maldita burocracia lo odiaba, era menester realizarlo, sobre todo, para llevar bien todas las cuentas. Su elfina había preparado un pequeño desayuno y por supuesto, al lado de su taza de chocolate, una ampolla de sangre. Sonrió al ver el "menú". Luego de darse un baño relajante, se puso sus ropas más cómodas. Aunque no iba vestida cómo una bruja, le gustaba ir bastante cómoda.

 

Se puso una camiseta blanca, cazadora de cuero, tejanos, botas de piel de dragón y tomó el monedero de piel de moke, con varios formularios que había rellenado previamente. Insertó en él algunas cosas más, y se lo puso en el cuello, luego de atarse el pelo en una cola de caballo alta. Tomó la varita con su mano derecha y ya cuando el sol ya estaba en lo más alto, giró sobre sus talones y su habitación desapareció con la rapidez de un rayo.

 

Cuando abrió los ojos ya estaba en el callejón Diagón...

 

Una hora más tarde, después de pelearse con los dichosos duendes para que le aprobaran los trámites que había ido allí a realizar, fijó su vista en un local que no estaba ahí antes. Sí, se habría dado cuenta de eso. Generalmente abrían tantos negocios en Diagón que era fácil perder la cuenta. Incluído por supuesto, el suyo propio.

 

El aroma a café y a té le llegó directamente a sus fosas nasales y decidió ir a investigar. Ya le había sorprendido bastante su fachada principal, pero en cuánto accionó la puerta y se adentró en el interior, la castaña se quedó totalmente asombrada. Todo era realmente exquisito. Guardó su varita en el interior del bolsillo, mientras, fascinada miraba todo lo que ahí había. Le recordó mucho a su padre Deiwan y también a su casa, se notaba bastante el arte italiano dentro del local. La verdad, es que los dueñ@s tenían un gusto exquisito.

 

Oteó con la mirada y ya vio a varias personas que estaban saboreando los "licores"... No sabía dónde ponerse si en el mostrador o en alguno de los sillones cerca del fuego. Pero no pudo evitar gemir de sorpresa al ver el techo. Éste dejaba pasar la luz natural... << Buena idea>> pensó la mujer al alzar la vista y ver la cúpula..

 

Esperó, observando todo, mientras veía quién le atendería.

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El vapor desprendido por la bebida caliente, que reposaba en su correspondiente taza sobre el brazo de su butaca, se elevaba dibujando en el aire traslucidos hilos que se entrecruzaban constantemente hasta desaparecer. Los bordes de fina porcelana fría, que lucía flores dibujadas en relieve con exquisitez de artista, comenzaban a ser invadidos por pequeñas gotitas generadas por la transpiración que generaba el calor. Una pequeña cucharita plateada, que apenas podía sostenerse con dificultad con dos dedos, giraba continuamente en círculos, mezclando el café con el azúcar que Lucrezia había agregado al recipiente mientras el mago hablaba.

 

- Una pena lo de Katara…La conocí en algún momento, hace meses, pero es más lo que oí de ella de parte de terceros que lo que oí de su propia persona.- aclaró, recordando como Thiago le había hablado de la susodicha, poniendo foco en la relación sentimental que ambos habían tenido.

 

Con su típica perspicacia, adquirida durante su instrucción como capataz de su propio viñedo, notó un dejo de molestia en su interlocutor que no dejó pasar. Una sonrisa dubitativa que no quería terminar de embozarse; un desvió de mirada mínimamente perceptible en el tiempo y un cambio repentino de tema bastaron para que Lucrezia distinguiera que allí había más trigo que cosechar ¿Qué sucedió para que alguien que supo ser la miembro más destacada de su familia desistiera de tal honor y resignara el apellido y el linaje? ¿Habría el mago desencadenado tal ruptura?

 

Sin embargo, Cillian fue tan respetuoso y hasta agradable con su selección de palabras que la abstrajo completamente de los pensamientos que hasta ese momento primaban en su mente y volvió a colocarla allí, sentada en un cómodo sillón de su propio negocio frente a tres clientes. Pocas veces había recibido tal halago fuera de sus dominios, de la seguridad de sus tierras en Florencia y desprotegida de la orden que su padre le había dado a la servidumbre para que la tratasen con falso cariño que ella desconocía. Elevó la comisura de sus labios, dibujando una sonrisa que realzó sus mejillas y las rosadas pecas que la salpicaban.

 

- Encontrarás innumerables referencias de los Médici en cualquier libro de historia italiana muggle o mágica, indefectiblemente.- exclamó con el autentico ímpetu que el orgullo a pertenecer a esa familia le generaba - Sería interesante poseer aquí una pequeña colección con varios volúmenes de libros para despejar un poco la cabeza de los clientes.

 

Alzó su taza de café con elegancia, con marcados movimientos protocolares que había aprendido de pequeña en un entorno donde la formalidad era pan de cada día, y se la llevó a los labios. El endulzado café se deslizó con suavidad por la cara interior de su labio inferior, cayendo hasta su boca. Un pequeño sorbo sirvió para embelesar sus sentidos por completo. Apreció el sabor, que sabía delicioso e intenso, y el líquido calentó su garganta al tragar. Al apartar la taza notó como una bruja había entrado al lugar sin que ella lo notara. Vestía de manera simple, contrastando con la opulencia, formalidad y estilo aristocrático de la vestimenta que Lucrezia lucía.

 

-No conozco a ninguna Anna, aunque siempre he recibido buenas referencias de los Ryddleturn- dijo con notable sinceridad, rasgo tan poco palpable en la aristócrata que cuando surgía se hacía notar, antes de dirigirse a la nueva clienta- ¡Únete! Invita la casa, osea yo, claro.

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Como era costumbre en mí, me había distraído mirando los alrededores curiosa por obtener alguna información sobre el lugar y el dueño del mismo. De repente sin que yo lo notase, apareció en el lugar una mujer a la cual describiría con la simple palabra de “estupenda”, o quizás muchas más palabras como elegante, sofisticada, y lo más hermoso, italiana!.

 

Nos dio la bienvenida a mí y ¿a otra clienta en el lugar?, gire mi cabeza y efectivamente había otra mujer allí que yo no había visto antes pues estaba demasiado concentrada en el rumbo de mis pensamientos como para desviar mi mirada hacia otro lugar. Mire más atenta a la dueña del lugar y me recordó a la estatua del frontón, era realmente parecida. Quizás debía salir y comparar a ambas para estar segura de mi hipótesis ya que al ser distraída y olvidadiza no recordaba con exactitud la estructura de la segunda.

 

Me encamine hacia los sofás señalados luego de la bienvenida, al sentarme sonreí ante las presentes, era lo único que podía hacer puesto que no las conocía. Me deleite con el gusto de la bebida que en mi mano, cerré mis ojos para que el líquido fluyera por todo mi cuerpo sintiendo una sensación relajante pero a la vez vigorizante. Atine a agitar mi cabeza cuando por segunda vez nos ofreció algo de comer, puesto que tenía un hambre voraz en ese instante. Di otro sorbo a mi bebida cuando me preguntaron por mi.- Perdón, me llamo Reviguelle…Revi solo Revi, es más fácil pronunciarlo.- Lo dije con algo de pausas entre palabras, no entendía por qué estaba nerviosa, casi siempre me presentaba con mi natural gracia y a veces elocuencia, pero aquella mujer me daba cierto aire intimidatorio por su galante presencia.

 

Tome un sorbo más de la bebida cuando apareció un hombre en el lugar, sin duda era otro tipo de persona que podría fácilmente intimidar y no lo decía por el aspecto sino por las palabras lanzadas en el momento de su entrada. Se dispuso a acompañarnos y presentarse mientras solo atiné a decir muy bajito –Yo soy Revi- y un intento de sonrisa emergió. Mi gire a la mujer dueña del lugar y esta solo observaba al hombre de manera extraña, quizás sean conocidos me pregunte, pero por el contenido de su conversación deduje que no era así. Lucrezia como se había presentado, tenía una gran descendencia Italiana, más o menos igual a la mía. Mi familia provenía de La Toscana y podría deducir, claro pudiendo equivocarme que ella también lo seria por todas sus cualidades hasta ahora vistas.

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