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Cosas de familia


Anne Gaunt M.
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Le había enviado la nota un rato antes por medio de Brook, el elfo doméstico más anciano del castillo Gaunt, pero no sabía si Mery se atrevería a acudir a la cita. Por si acaso, también había hablado con Sarah en caso de que no se presentara su hermana mayor, así podría practicar con alguien. La idea original era que ambas mortífagas refrescaran sus estrategias y conocimientos sobre duelos para poder dar lo mejor de sí mismas en su bando.

 

Había citado a la pelirrosa en las mazmorras del castillo Gaunt, indicándole también cómo podía llegar hasta dicho lugar. Sólo tenía que dirigirse al vestíbulo y tirar del candelabro que había en la pared izquierda de piedo, junto a la escalinata de mármol. Al hacerlo, se abría un pasadizo por el que tendría que descender a través de una escalinata de piedra oscura tenuemente iluminada y, al final del camino, encontraría una puerta de madera que daba acceso a una grandísima estancia, donde había varias celdas e infinidad de cadenas y otras herramientas antiguas de hierro forjado dispersas por la pared, aparentemente colocadas como adorno. También había algunas cadenas por el suelo, así como grilletes. Era un escenario bastante desagradable.

 

Anne caminó por la piedra con paso lento, dirigiéndose al fondo de la estancia. Esperaría allí a Mery, preparada para ponerla en apuros en cuanto entrara por la puerta. Llevaba un sencillo short vaquero que dejaba a la vista la pálida piel de sus extremidades inferiores, también musculosas y fuertes. Acompañaba aquella vestimenta con una camiseta oscura de algodón, ancha y anudada en la parte lateral inferior, ciñéndola así en torno a su cintura. El cabello castaño estaba recogido en un moño y por calzado llevaba unas chanclas. El caso era ir cómoda.

 

Cuando vio a su hija entrar, la saludó con la mano.

 

Hola Mery, me alegra ver que te has decidido a venir. Avísame cuando estés lista... y demuéstrame lo que has aprendido en ese tiempo que has estado fuera de casa —le dijo, sin más. Ya tenía la varita preparada en la mano izquierda, aunque no la había alzado aún. Tampoco quería que pareciera que quería matarla allí mismo, como si se tratase de una simple muggle.

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Estaba tranquilamente tumbada en su cama mientras acariciaba la suave lana de su pequeña oveja, la cual había adquirido hacía no demasiado tiempo y dormía apoyada encima de la chica.

 

- ¿Señorita Mery? -la voz de un elfo sonó a través de la puerta, la cual se abrió dejando ver así a uno de los seres del castillo. Mery suspiró y levantó su mano, dejando que este pasara a su cuarto-. La ama Anne dejó esto ara usted -entregó una nota a la chica y desapareció de la habitación.

 

¿Recordar conocimiento sobre duelos? Abrió sus ojos y sonrió levemente. Se levantó de la cama y cogió su varita de su escritorio y colocó una bata de seda negra encima de su camisón verde de dormir, no era plan de ir totalmente echa un desastre aunque fuera por su propia casa.

 

Besó la cabeza de la oveja, la cual no se movió ni un milímetro, y salió de la habitación descalza y con el pelo un poco desordenado, lo cual le importaba más bien poco. Jugaba con la varita en su mano derecha mientras seguía los pasos que debía para llegar hasta la estancia escondida de la casa.

 

Llegó al vestíbulo tras bajar varias plantas, sin duda se quejaría a su madre por no poner un cacharro como el que tenían los muggles con el cual no debían subir ni bajar escaleras, era algo así como un elevador. Se acercó hasta el candelabro y tiró de el con no mucha fuerza, no quería descolgarlo de la pared y que Anne la matara por torpe.

 

Caminó en silencio por el pasadizo hasta llegar a una puerta, la cual abrió y llegó a lo que parecía una mazmorra con cadenas, celdas y salpicones de sangre. Sus ojos brillaron al ver esto último.

 

- ¡Mamá! -gritó quedándose a unos metros de distancia, sabía que aquello era su funeral, pero le importaba más bien poco-. podrías haber puesto un maldito elevador, no sabes cuanto me canso con las escaleras del demonio -suspiró algo cansada-. Bien... ¡Morphos! -gritó apuntando a uno de los zapatos de su madre, el cual se convirtió en una araña violinista, la cual picó el pie descalzo de Anne-. Oye mami, ¿tu me ves más gorda? engordé un poco este último mes -dijo frotándose la barriga un par de veces, aunque al momento volvió a mirar el siguiente movimiento de su contrincante.

 

 

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Mery no tardó en aparecer, y lo hizo protestando. Como siempre. Anne suspiró y sacudió la cabeza.

 

— ¿Un elevador? Por Morgana, que no eres más que una cría... ¡eres una vaga! —le espetó, aunque esbozando una suave sonrisa. No tuvo tiempo de mucho más, pues Mery hechizó una de sus chanclas transformándola en una araña venenosa que inyectó su veneno en su pie rápidamente. Puso los ojos en blanco. ¿Siempre el mismo truco?

 

Pisó la araña sin perder ni un segundo, haciendo que ésta muriese y volviera a tomar la forma de la chancla. El pie comenzó a dolerle, como si le quemara por dentro. Debía detener el veneno.

 

Morphos.

 

Dijo aquellas palabras apuntando con su varita a la chancla que acababa de recuperar, al lado de su pie herido. El calzado se había transformado en un bezoar y Anne lo tomo rápidamente, ingiriéndolo sin perder ni un segundo. Luego miró a su hija de nuevo, aunque con la sonrisa un poco más fría que unos instantes antes.

 

¿Más gorda, dices? Eso es por comer tantas guarrerías... te lo tengo dicho pero claro, ¿para qué vas a obedecer a tu madre? —le regañó, sin contemplaciones. Y es que verdaderamente lucía un poco más gruesa de lo normal. ¿No estaría...? «Zancadilla», pensó entonces. Un lazo mágico apareció en los tobillos de la pelirrosa y cayó de bruces sin poder guardar el equilibrio. Anne asintió, satisfecha. Se moría por probar los poderes que había adquirido en los últimos meses... probablemente, sería una gran sorpresa para Mery.

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Rió ante el comentario de su madre Anne, desde que tenía uso de razón había preferido que la llevaran a que ella misma se moviera. Suspiró viendo como Anne giraba sus ojos, era más que obvio que se quejaba mentalmente de su primer hechizo, siempre solía ser el mismo, pero no le importaba aunque, si alguien comenzaba a conocer su estrategia principal estaría bastante mal.

 

"Zancadilla" pensó y al momento un lazo mágico ató los pies de Anne, la cual cayó de bruces al suelo. Soltó una carcajada al momento en el que su madre estaba en el suelo, incluso hasta se le cayeron algunas lágrimas.

 

- Es que están muy ricas las guarrerias -dijo haciendo un puchero. Al momento notó como sus pies se unían y en menos de un parpadeo se encontraba boca abajo en el suelo. Rió para si misma, ¿de verdad su madre había usado el mismo ataque que ella? Alzó su cabeza para mirar a su madre en el suelo. Estiró su brazo para apuntar la cara de Anne-. Silencius -dijo con una sonrisa, no quería que siguiera diciéndole cosas sobre sus kilos demás.

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  • 3 semanas más tarde...

Ríete, desvergonzada, pero tú también estás ahí "esturreada" —le dijo, con sorna. Como aquel efecto duraba un turno, Anne simplemente esperó un poco hasta que el lazo mágico desapareció, liberándola de su inmovilidad. Se puso en pie de un salto ágil, haciendo gala de su magnífica forma física y luego se sacudió la ropa, alerta ante el hecho de que Mery no había pronunciado ningún ataque más. Imaginó enseguida lo que había ocurrido. «Pero yo soy más lista que tú y te lo voy a demostrar», pensó.

 

«Maldición», conjuró mentalmente. Y aunque ella no lo sabía, después de ese ataque suyo, Mery no podría pronunciar ningún ataque pues las palabras se le enredarían en la boca y no conseguiría realizarlo con normalidad. A ver si así aprendía a no subestimarla. La apuntó entonces con la varita, directamente al pecho.

 

¡Sectusempra!

 

El rayo verdoso salió disparado en dirección a la pelirrosa. Si la alcanzaba, varias heridas sangrantes aparecerían en su pecho y comenzarían a desangrarla, e incluso podría causarle la muerte si la muchacha no le ponía remedio a tiempo. Por supuesto, intentaría que no llegara a ese extremo... pero tampoco iba a ponerse blanca con la Tempestad.

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  • 2 semanas más tarde...

Siguió riendo a carcajadas con el comentario de su madre, nunca habían tenido la mejor relación familiar, pero si era verdad que se podían llevar bien, o al menos aguantarse entre si, cuando se lo proponían. Aún en el suelo, ya que el lazo mágico tenía la duración de un turno antes de desaparecer, la pelirrosa volvió a pensar "Zancadilla" y otro lazo mágico ató los tobillos de Anne, haciéndola caer de nuevo al suelo y disparar un hechizo, el cual pasó por su lado a medio metro.

 

Abrió sus ojos de par en par y suspiró con pesadez y se levantó del suelo cuando el lazo mágico desapareció y miró a Anne con una sonrisa, sabía que no era la mejor en duelos ni manejando la varita, pero sabía defenderse un poco, al menos eso creía ella.

 

Apuntó a Anne con la varita pero no dijo absolutamente nada. "Babosas" pensó y al instante salió un rayo directo a su madre, el cual, si impactaba en ella, le produciría vómitos de babosas durante dos turnos, además que no podría decir absolutamente nada, las arcadas y las babosas la tendrían bastante entretenida. Le regaló una sonrisa de oreja a oreja enseñando todos sus dientes.

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  • 3 semanas más tarde...

Cayó al suelo refunfuñando mientras veía cómo su sectusempra salía despedido hacia el techo y golpeaba la piedra de la mazmorra produciendo un chasquido tremendo. Quedó tendida cuan larga era, y se tomó un minuto para pasarse la mano derecha por la cara en señal de frustración. ¿Por qué demonios la pelirrosa era tan aficionada a aquel maldito lazo mágico? Se sintió libre cuando éste desapareció, y volvió a saltar con agilidad para ponerse en pie.

 

Eres un asco, niña. Como me hagas otro hechizo de esos, te voy a matar.

 

Pero no tuvo tiempo de seguirla amenazando, pues acababa de ver cómo un rayo se dirigía hacia ella sin remedio. «Demonio de chica», pensó.

 

¡Protego!

 

El escudo absorbió el rayo sin problemas, dejando a Anne y su hija frente a frente de nuevo. Y ahora, la Gaunt tenía clarísimo cómo iba a continuar aquel enfrentamiento. Pondría a su hija contra las cuerdas o, al menos, lo intentaría. «Arena de Hechicero», pensó, con la varita firmemente asida en dirección a la Tempestad. El polvo de los huesos cristalizados de un mago muerto por un fuego mágico nubló la vista de la muchacha. La cegaría durante un buen rato, impidiéndole la utilización de ciertos hechizos que requisieran puntería.

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