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Cuidado de Criaturas Mágicas VI


Sherlyn Stark
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Era la segunda vez que Sherlyn pedía permiso para conducir la clase fuera del establecimiento, aunque en esos tiempos era sólo por precaución. No quería que sus alumnos corrieran el mismo riesgo que la vez anterior y, además de eso, se había tomado la molestia de estudiar cada una de las áreas que la rodeaban—o, mejor dicho, habría creído hacerlo—. Nadie sabía con exactitud las dimensiones que presentaban los alrededores de la Universidad, sólo que pequeñas proporciones podían ser manipuladas por autoridades o, si bien, profesores capacitados.

Stark había tomado sólo el sector oeste, donde la vegetación era tan abundante que podría ser confundido con un bosque, que quizás había quedado de esa manera tras una clase ya impartida. La única información que tenía era que podrían encontrar un desierto en el corazón del mismo y, distribuidas aleatoriamente, zonas donde los árboles y objetos de hielo eran capaces de quemar la piel. No tenía un plano del mismo para entregárselos a sus alumnos, pero mientras que éstos tomaran apuntes y siguieran la clase podrían protegerse de cualquier obstáculo o criatura manipulada que apareciera.

— ¿Todo en orden? —preguntó a su vuelapluma, quien le ayudaba exitosamente en todas las clases de Cuidado de Criaturas Mágicas.

Los asientos estaban se constituían por pequeñas proporciones de piedras que luego tornarían a su estado natural, porque si había algo que llenaba la preocupación de Sherlyn además del cuidado hacía las criaturas, era el del medio ambiente. Estaba consiente que en ocasiones utilizaba materiales hechos de madera, no era hipócrita, pero teniendo en sus manos la posibilidad de disminuir la tasa de forestación, era incapaz de rehusarse a esos métodos.

Echó un vistazo a su reloj para verificar la hora y calcular los minutos faltantes, y luego pasó su dedo índice por la lista de alumnos que tendría en aquella ocasión.

Mei Black Delacour
Lisa Weasley Delacour
Edmund Browsler
Lucrezia Di Médici

Eran muchos alumnos, lo que haría complicado el manejo de la clase; sin embargo, le agradaba que muchos miembros de la comunidad mágica se interesaran por el cuidado de las criaturas. Recordaba que había un tiempo donde nadie se atrevía a inscribirse a la clase, quizás porque otros conocimientos habían sido más prioritarios para ellos en esos momentos. Tenía esperanzas de que aquel grupo se interesara en verdad en lo que consistía la clase.

*-*-*-*

 

— Bienvenidos a la clase de Cuidado de Criaturas Mágicas —comenzó la clase—. Creo que muchos ya nos conocemos —dijo la bruja, mirando a sus compañeros de la Orden del Fénix—, aun así, es fundamental presentarnos para que podamos conocernos —en su corta trayectoria por la vida había aprendido que, si bien, una simple presentación no mostraba mucho de una persona, pero reflejaba sobre su actitud.

— Mi nombre es Sherlyn Stark, soy profesora de Cuidado de Criaturas Mágicas y trabajo en Seguridad Mágica —creía que el apellido ya la desenmascaraba para que los demás supieran a qué familia pertenecía—. Siéntanse libres para presentarse o manifestar lo que deseen —terminó, bajando su vista en busca del pergamino donde se encontraban las preguntas del primer tema, sin dejar de prestar atención a las palabras de sus alumnos.

— Pero… —interrumpió—, deben contestarme a la siguiente consigna —agregó, al tiempo que pequeñas esculturas de ranas, serpientes y arañas se depositaban sobre los regazos de los alumnos. Debía considerar no ser tan impetuosa y era algo que no había aprendido, a pesar de que a su hermana estuvo a punto de infartarse la clase pasada por la manera en que se entregaba el material didáctico. Sherlyn esperaba que nadie reaccionara de la misma forma.

— Junto con la presentación deben exponer sus teorías acerca de en qué se diferencian las criaturas que tienen sobre ustedes y las no mágicas, y cuáles son las características que deben tener para que sean mágicas —al finalizar, tomó asiento, preparándose para oír las respuestas con interés.

Editado por Sherlyn Stark

 

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No te ves bien.

 

Si bien oyó ese comentario, no hizo real caso a lo que podría estar sugiriendo la chica, sobre todo teniendo en cuenta que ella no era alguien especialmente protectora como sí podía llegar a serlo su hermano o padre, por lo que siguió desayunando, aunque de forma distraída y apenas moviéndose.

 

Un largo suspiro se oyó, proveniente de su acompañante de mesa que la hizo desviar levemente la mirada hacia ella, notando el esfuerzo que hacía por tratar de interpretar el papel de aquellos que sabía eran más mediadores que ella en esos asuntos.

 

No deberías ir, podrías aprovechar a descansar el día de hoy.

 

Estoy bien, – habló por fin, aunque con una voz de ultratumba que no generaba confianza para nada – estaré bien, la clase es al aire libre, aprovecharé de dispersarme un poco.

 

¿Para deshacerte de esa energía tan impura que cargas desde hace días?

 

Cerró los ojos. Sí, sabía que aunque lo intentara, sería imposible de ocultar aquello a sus propios hijos, a fin de cuentas, eran su sangre, y eran paladines puros, era imposible que no notaran aquellas alteraciones que hacía que su salud se deteriorara de aquella forma.

 

Aprovecharé a ello – se limitó a decir, terminando de tomar el café cargado que su elfo le había preparado y levantándose de la mesa.

 

 

 

 

No es como si las indicaciones que les hubiesen dado para llegar a la clase fuesen muy precisas, de hecho, no lo eran en absoluto, pero de todas formas logró encontrar de pura suerte el lugar adonde la clase se impartiría. Aunque no diría precisamente suerte, a fin de cuentas había tardado unos veinte minutos dando vueltas por la zona oeste tratando de encontrar a la profesora.

 

Se sentó en una de las piedras que había, esperando a que el resto llegara, y sorprendida con encontrarse a Sherlyn como la profesora, además de a Edmund y, cómo no, Lisa de compañeros, a los cuales sonrió a forma de saludo.

 

Me llamo Mei, – comenzó, siendo la primera en hacer la presentación – actual directora de la Oficina del Ministro y matriarca de la familia Delacour – hizo una breve pausa, observando aquellos objetos que repentinamente habían aparecido sobre su regazo, dándole un buen susto por una de las esculturas en particular –. Los animales no mágicos y estos se diferencian en que los primeros están vivos, mientras que éstos son objetos inanimados, tratando de imitar a los reales. Para que fueran mágicos, deberían tener ciertas características muy particulares que lo haga algo no habitual en el mundo muggle. Por ejemplo, esta araña debería medir unas cien veces este tamaño t tener cierta inteligencia que la haga capaz de hablar.

 

Observó la araña en particular, aunque sintiendo un asco y repulsión que la hizo dejarla apartada de su regazo, allí al lado de la roca donde se había sentado, dejándola bastante apartada de sí. No es que estuviese viva de verdad, pero su imagen era tan similar a una araña normal que le producía mucho rechazo.

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Por fin la carta de la universidad había llegado, dándome con ella una excelente noticia. La clase de cuidado de criaturas mágicas había dado comienzo. Haba elegido tomar la cátedra por el inestimable cariño que tenia hacia las bestias, ademas de que como sacerdotisa mi conexión con ellas aumentaría de forma notable. Otro punto a favor era que cursaría la asignatura al aire libre y con mi mejor amiga. No podía tener mejor pinta aquello.


La información del pergamino no era muy allá; el lado oeste de la universidad sera donde se dicte la materia. La hora y fecha del inicio y poco mas.


Después de recorrer la mitad de los terrenos y maldecir una y otra vez por no hallar el lugar, vislumbre el claro donde ya Mei y la Stark hablaban tranquilamente. Elimine la distancia que nos separaba, llegando justo a tiempo para escuchar la presentación de la castaña. Le guiñe un ojo a esta cuando termino y tome la palabra. Al ser alumna, ese punto rebelde de la adolescencia me salia sin poder evitarlo. Luego de las notas, seguro que la castaña me daba un golpe, pero ¿que mas daba?


- Soy Lisa, su empleada en la oficina del ministro y posiblemente la mas sexy reina de toda Europa – El ego me podía, era algo viable para quien me conocía de verdad.


Segundos después y tras unas palabras de la profesora, varias estatus diminutas con formas de criaturas se instalaron en mi regazo, pues al estar cómodamente sentada sobre una roca era la mejor opción. La examine con detenimiento. Ranas. Arañas, serpientes y hasta salamandras. Eran de piedra labrada, con cientos de colores, los cuales llamaban mi atención. De fondo escuchaba la voz de Mei aclarar el punto que Sherlyn había cuestionado como primera tarea del día.


- Los animales, ya sean mágicos o no están vivos, estos no, son meras imágenes inertes. La diferencia entre los animales muggle de los propios es que poseen características consideradas no normales; fuerza inigualable, cantos protectores, llamas cursivas, fuego.

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«Los estudiantes deben cuidar, alimentar, controlar, estudiar y conocer a las diferentes Criaturas Mágicas» solía decir el profesor de Hogwarts que impartía dicha asignatura. Edmund no lo olvidaba. El despreciable mago le había hecho repetir aquellas palabras una y otra vez hasta el cansancio.

 

Edmund no tenía interés alguno en cuidar, alimentar y conocer a las criaturas mágicas, sólo podía hacer unas excepciones con Ddraig Gwyn, su hipogrifo y con Marcellus, su revoltoso crup. Aunque sí sentía cierto interés en estudiarlas y controlarlas, pues todo lo que estuviere fuera de su dominio le resultaba inconcebible. En Defensa contra las Artes Oscuras sí se estudiaban algunas criaturas mágicas pero con un propósito que distaba mucho de aquellos, pues la idea era conocer ciertas criaturas peligrosas o bestias para poder defenderse de ellas, controlarlas, utilizarlas a su favor cuando se pudiese. Y el mago tenía el firme propósito de estudiar a todos aquellos animales fantásticos, tal vez con el paso del tiempo podría cambiar de opinión.

 

Ya estaba acostumbrado a aquel aire desolado que desprendía la Universidad Mágica. La mayoría de las clases se llevaban a cabo fuera de las aulas y esa en particular por lo general se dictaba al aire libre.

 

El mago apareció en los terrenos sin hacer ruido alguno. Sus ojos observaron la vegetación creciente a su alrededor y ubicaron a una bruja que maldecía reiteradas veces mientras se adentraba en el bosque. Edmund la siguió con sumo sigilo, como si de su sombra se tratara. Podía reconocerla, se trataba de Lisa, su compañera de la Orden del Fénix. Le sorprendía sobremanera que aquella bruja no se percatara de su presencia, aunque tal vez sólo estuviese disimulando. La marcha se extendió a un cuarto de hora antes de se encontraran con el resto, Sherlyn y Mei, quiénes se estaban presentando. Browsler se sentó sobre una de las rocas y sacó una botella de agua de su monedero de piel de moke. No sabía sudado ni una gota, pero se sentía extremadamente sediento.

Al escuchar las palabras de Lisa, Browsler escupió el agua que estaba ingiriendo y soltó una carcajada que duró unos pocos segundos.

— Mi nombre es Edmund Browsler —se presentó mientras guardaba la botella de agua y dedicaba una sonrisa a Mei. Acto seguido Sherlyn invocó a unas criaturas no mágicas en los regazos de los alumnos. Edmund observó cómo la araña le caminaba por el antebrazo y una serpiente amarillenta se enrollaba en el otro—. Cómo han dicho mis compañeras, podríamos decir que estas no son unas criaturas reales, sino una representación de ellas. —El mago hizo una pausa, analizando brevemente las palabras de ambas brujas—. Ciertamente, para que sean criaturas mágicas deben poseer características especiales, pero yo he visto criaturas no-mágicas cuyas características son extraordinarias. Entonces, ¿cómo diferenciamos a una criatura mágica de una que no lo es? —Browsler esperó la respuesta de su profesora—. Creo que es momento de agradecerlo al señor Scamander por tan grandiosa obra.

Había dicho aquellas palabras sacando su ejemplar de Animales Fantásticos y Donde Encontrarlos.

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Lucrezia acomodó sus deslumbrantes rizos rubios sobre sus hombros, acaricio su suavidad que caía como dos cataratas blondas hasta la altura de su busto llamativo, ajustado en un vestido de estilo renacentista similar a los que solía llevar en su vida diaria. La fina tela dorada que confeccionaba con minucioso arte aquella opulenta prenda se ceñía a su abdomen, marcando con notabilidad su delgada cintura, y se ensanchaba en forma acampanada al convertirse en una falda de símil color que descendía hasta casi tocar el suelo. Su conjunto, ideado durante semanas, finalizaba su esplendor con dos guantes largos a juego, de una tela parecida a la seda, con el afán estético de relucir sus brazos y el higiénico de protegerla de las bacterias que allí abundaban.

 

La aristócrata no era una debutante ingenua de los paseos por el exterior de la Universidad, aunque aquella porción de territorio arbolado resultaba una novedad. Su primera y única incursión dentro de la institución había sido su clase del Leyes Mágicas, que repentinamente había tomado una particular vuelta de tuerca al realizarse en Londres. Sin embargo, posteriormente en la misma ocasión, se había tomado un momento para admirar los alrededores que el solo paisaje llamaba a visitar. Aquello condujo a que no le fuese complicado guiarse entre los senderos delimitados a ambos lados por la espesa vegetación, cuya imperiosa variedad resultaba atrapante.

 

A su agudo oído llegaron las voces de otras personas, que fueron ocultando progresivamente los dulces sonidos de la naturaleza a medida que caminaba hacia el punto de encuentro. Su andar era vistoso y elegante, tomando con la yema de los dedos de su zurda un sitio azaroso de la parte superior de su falda para evitar que su terminación rozara el sucio suelo bajo sus pies. Apenas las figuras de sus compañeros y su profesora quedaron descubiertas a su vista en aquel paraje, notó con contenida indignación que aquellos eran todos desconocidos. Emitió un simple bufido, imperceptible a los demás, que sirvió como expresión pura de la sensación que la había asaltado.

 

Se arrimó a una de las rocas que allí reposaban, y palpó su dura superficie áspera para cerciorarse de la incomodidad que éstas representarían para la parte trasera de su cuerpo si decidía sentarse allí. La frialdad subyacente que emanaba de aquel improvisado "asiento" grisáceo terminó por rechazar en el fuero interno de la bruja la intención de apoyarse allí; la idea de permanecer parada y con ello captar la atención de sus compañeros se volvió más atractiva, seduciéndola. Sin embargo, cuando las pequeñas estatuas de los animales se materializaron súbitamente sobre la cara superior de la piedra que le había sido indicada, la Médici decidió la pertinencia de permanecer cerca.

 

- Mi nombre es Lucrezia, provengo del prestigioso linaje Médici de las tierras de Florencia. No quiero repetirme con éstas personas, pero la diferencia entre una criatura y lo que usted acaba de invocar es que, ésto…- exclamó, tomando con un dejo de meditada impertinencia la representación de la araña.- es un objeto inanimado, sin vida o habilidad alguna, de muy mal gusto por cierto.

 

Lucrezia saboreó con placer la crudeza de las palabras que se emitieron entre sus labios rojizos, deslizándose en el aire con su elegante habla de delicadeza propia, patente de su personalidad y su semblante distinguido. Los vestigios de su idioma natal resaltaron de forma natural, impregnando su intervención en la clase con un delicioso acento italiano. Sus iris del color del zafiro, iluminados por la incipiente luz filtrada entre las hojas de los variopintos árboles, reflejaban a la perfección el orgullo de resaltar su magnífico origen familiar.

 

No se percató de percibir la recepción que sus pares de estudios, pues obviamente no lo eran de escalafón social, ante su fría altivez sino que su atención estaba destinada a su profesora, a quien consideraba una circunstancial superior cuya autoridad se desvanecería inmediatamente apenas aquella clase finiquitara y el orden volviese a la normalidad. La Médici dejó reposar nuevamente la escultura de la araña con impericia, puesto que terminó por precipitarse al verde suelo, y volvió a alzar su voz:

 

- Las criaturas mágicas se diferencias de las no mágicas porque la comunidad muggle no conocen su existencia real.- dio unos pasos adelante, con sus brazos cruzados y recostados uno sobre el otro, mientras su azul mirada se clavaba en su profesora- Muchas criaturas mágicas se encuentran sin embargo en su mitología, como las sirenas; creen en su extinción y desconocen sus habilidades como el Diricawl o viven en su cultura como los Gnomos. Por lo tanto, no podría afirmar que los muggles desconocen por completo a nuestras criaturas, pero evidentemente no tienen pruebas de su existencia física en la naturaleza. Además, las criaturas mágicas se encuentran bajo protección de nuestras instituciones, con sus clasificaciones y su ímpetu por mantener su “anonimato”.

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Su atención fue dirigida, especialmente, a cada una de las palabras que sus alumnos recitaban, aquellas que formaban parte de sus presentaciones y teorías. A la vez, escudriñó cada uno de los gestos que realizaban, ya que creía que esto le daría una visión sobre el comportamiento que ellos tendrían durante la jornada. El comentario de Lisa le había dado gracia, permitiéndole que en su rostro se tornara una sonrisa, pero no permitió que eso la distrajera.
— Perfecto —señaló la bruja, no podía decir que alguna de sus respuestas estuviese mal porque sólo se trataban de simples hipótesis y sólo le dejaba en claro que las personas con las que estaba tratando sabían lo que eran las criaturas mágicas o, si bien, habían lo aprendido con antelación. Esto también lo había corroborarlo al ver el libro de Animales Fantásticos y donde Encontrarlos en las manos de uno de los alumnos. Se había transformado en un debate y aquello comenzaba a animarle.
— Oh, cuidado con su vestimenta, señor Browsler —pidió la bruja, haciendo alusión a la reacción que éste había tenido tras la presentación de Weasley Delacour—. Como ya sabrá, las criaturas muggles también pueden tener capacidades asombrosas y las diferencias físicas son mínimas, lo cual puede generar confusión —su mirada no se apartó de Edmund ni por un segundo—. Si observa en el libro que lleva, puede ver que éstas se encuentran registradas y clasificadas por el Ministerio de la Magia, como ha dicho Di Médici.
— También, hay que destacar que las criaturas mágicas se llaman de esa manera porque en verdad, poseen magia en sus venas, lo que le permite realizar mecanismos inimaginables —aquello le recordó a los métodos de defensa que las criaturas tenían, pero lo verían cuando la clase estuviese más avanzada—. Espero haber respondido su consulta —sentía que la respuesta no lo satisfaría.
— A continuación mi vuelapluma escribirá un pequeño resumen de la clasificación de Criaturas Mágicas, aplicado por el Ministerio de la Magia —continuó la profesora, encomendándole órdenes a su objeto rosa. Tenía dudas sobre si sería inoportuno darles un tema tan simple a magos expertos, pero nunca estaba mal repasarlos—. Recuerden que no es necesario tomar apuntes.


» Clasificación de Criaturas Mágicas:
• X: son criaturas “inofensivas”, pueden ser tanto criaturas mágicas o muggles. Pueden adquirirlas los magos a partir del rango de aprendices.
• XX: se debe poseer un nivel mágico superior a Unicornios de Oro.
• XXX: para poder adquirirlas es necesario superar el nivel Dragones de Plata, o éste inclusive.
• XXXX: estás criaturas generalmente son complicadas de manejar, por lo tanto, se requiere el nivel Orden de la Cruz Dorada para adquirirlas.
• XXXXX: únicamente pueden poseerla aquellos magos que estén o superan el rango Órden de Grial.
— También, hay que reconocer que existen criaturas mágicas que se consideran “independientes”, por lo que no se encuentran dentro del sistema de clasificación —aquello le hizo recordar a las últimas oraciones de Lucrezia, ya que había nombrado a las sirenas—. ¿Pueden decirme cuáles son y si en alguna ocasión tuvieron contacto con alguna de ellas? —Preguntó la bruja—, y siendo así…
Sin embargo, su comentario se detuvo a causa de un fuerte viento que había llegado de la nada. Había oído que aquellos fenómenos eran particulares del bosque, pero su magnitud era tan inmensa comenzaba a desconfiar que se tratara de un simple fenómeno natural. Las esculturas de piedra comenzaron a caer y a romperse a causa de la fuerte corriente de aire, pero por ese mismo motivo éste no se había escuchado. Rápidamente, la Sherlyn llevó sus manos hacía sus oídos para que el interior de éste no resultara herido y, paso seguido, hincó sus rodillas en el cielo y cerró sus ojos.
Era como si se estuvieran trasladando a otro lugar, de forma repentina. Cuando el viento disminuyó su volumen, se dedicó a abrir los ojos y observar el lugar donde ella se encontraba. Era la cima de una enorme montaña. El miedo no tardó en invadir su cuerpo, le daba vértigo mantenerse a esas alturas y a la vez se hallaba preocupada por sus compañeros. ¿Dónde estarían? Quizás, si aquel era un lugar encantado para realizar una clase, éstos podrían estar al pie de la montaña.

 

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- Torpe – Musité, al ver como el Browsler desparramaba todo el agua que había ingerido – Eso te pasa por seguirme, es el Karma bonito.


Obvio me había dado cuenta de su presencia, pero como el no se preocupo en dejarse ver, yo tampoco en tomarlo en cuenta, al menos, hasta el momento. Luego y tras la mirada cómplice de la Stark, escuche a los dos magos que quedaban, todos ellos dando respuesta a la primera cuestion de la cátedra. Todos teníamos los conceptos claros y se veía que no eramos novatos en el tema. La clase se tornaba interesante, mas cuando la fémina a la cual no tenia el placer de registrar se posiciono como de alta cuna.


No toleraba eso de creerse superior por venir de apellido noble. Era de inmaduros. La sangre, sea cual sea, no te hace mejor.


Negué de forma clara, centrándome en las palabras de la profesora. La gentuza de aquella estirpe no era merecedora del titulo que poseían, tampoco de mi atención. Sonreí cuando Sherlyn mencionó las criaturas de nivel XXX, Trasgu, mi hipogrifo lo era. Un bello animal con caracterizaras sorprendentes. Mire de reojo hacia el costado, donde Mei se hallaba. Ella poseía dones increíbles, algún día seria capaz de dominar a una de las bestias mas poderosas de todos los tiempos; el dragón.


- Centauros tal vez….


¿Pero que? Un viento de proporciones inmensas comenzó a soplar en las inmediaciones. La joven instructora también lo noto, probablemente su lado sacerdotal estaba en contacto con el elemento, tanto como yo con el fuego. Quizás estaba programado. Era parte del claustro y a veces creábamos situaciones para que los pupilos entendiesen mejor de lo que se estaba hablando. Me limite a seguir con calma, a la espera de ver que sucedía a continuación, eso si, con un ojo puesto en la Delacour.


De pronto algo me absorbo, como un traslador mas.


Ahora y alucinando me hallaba en una laguna, a los pies de una montaña. Mire a mi alrededor, explorando el terreno. Arboles, agua, el sol en lo alto, ni rastro del torbellino. Cerré los parpados un segundo, evadiéndome del paisaje tan bonito que ante mis pupilas se mostraba y me deje llevar por el cantico de la madre naturaleza. La paladín no estaba lejos, a unos cuantos kilómetros como mucho. Se encontraba bien. Mi misión, impuesta por mi, era encontrarla y luego descubrir el porque de aquel cambio tan brusco de ¨aula¨


- Vamos allá - Me dije.

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Puso los ojos en blanco ante la presentación de Lisa. No solo acababa de hacer una presentación a nivel superficial, sino uno también a nivel personal dejando ver su inflado ego al cual ella misma le gustaba pinchar varias veces siempre que podía.

 

Oyó atentamente a Edmund luego, como así también a Sherlyn con las explicaciones que daban. También oyó la presentación de aquella compañera que había llegado de última y que había decidido no tomar asiento, además de dedicar unas palabras que llamó su atención, no por la importancia, sino porque ella nunca había oído hablar de la familia Médici.

 

Luego de ello, comenzó la parte teórica de la clase, a la cual la Delacour ya la sabía bastante bien, se había tomado el trabajo y siempre lo hacía, de averiguar sobre nuevas razas que pudiese serle útiles en batalla, y estaba segura de que los Knights ahí presentes de seguro también. Aunque Lisa tenía cierta fascinación con los hipogrifos… y los dragones, y no salía demasiado de allí.

 

Repentinamente, un fuerte viento azotó el lugar, levantando las faldas de la mujer que vestía tan extravagantemente. Suerte la suya que su vestido era más ajustado a su cuerpo y el mismo no subió hasta lugares indebidos. Trató de aferrarse lo más fuertemente que pudo de la piedra en la que estaba sentada, pero aquel viento tan anormal era más fuerte que cualquier otra cosa. A la vez que sus esculturas caían y se hacían añicos, sus dedos no soportaron el agarre y fue absorbida por la ráfaga, o eso creía.

 

El viento siguió azotando su cara con fuerza, aunque sentía una extraña sensación de falta de gravedad que la desconcertó. Abrió los ojos, y lo vio: no se hallaba ya en el bosque, sino en un lugar totalmente distinto, y caía, ¿eso que tenía arriba era un lago? ¿Era arriba o abajo? ¡Estaba cayendo!

 

Como pudo logró hacerse con su varita y apuntó a algún lugar, aunque no sabía siquiera dónde.

 

¡Aresto momentum! – chilló a voz en grito, logrando detener su caída apenas un metro antes de caer en la superficie de un lago – Ah…

 

Soltó un suspiro, pero apenas un segundo después, cayó al agua, sumergiéndose unos pocos metros. Braceó para poder salir y recuperar el aire, tratando de nadar hacia una de las orillas del lago.

 

¿Qué rayos…? – no pudo terminar de hablar, estaba agitada y mojada, sin mencionar que no tenía idea dónde estaba y ni tampoco sus compañeros o su profesora. ¿Y ahora qué seguía?

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¿Caminar o volar? Era fácil la respuesta. Desde las alturas podía observar el terreno con facilidad y recorrer mas kilómetros en menos tiempo. Deje que Gea fluyese a través de mis poros y silbe ese cántico mágico que me unía a Trasgu, mi bello hipogrifo. Este, estuviese donde estuviese, lo escucharía y acudiría a mi llamado. Mientras venia, yo comencé a caminar en dirección donde sabia hallaría a Mei, probablemente enfurecida por mi alto ego y las circunstancias nuevas de la cátedra.


El bosque que ante mi se expandía por kilómetros era antiguo. El viento que comenzó a soplar, menor al anterior, contaba una historia al atravesar las ramas y hojas de los arboles que lo conformaban. Me gustaba. Era como estar en casa. Los pequeños mamíferos salían de sus escondidas madrigueras al notar mi presencia. Parecía que estaba inexplorado al ver la confianza y osadía de estos para con las personas. No le temían al ser humano y aquello me enorgullecía. Así debía ser siempre.


Sonreí al notar el aleteo propio de mi amigo. Lo mire detenidamente a los ojos; ambarinos y cargados de un orgullo notable. Ambos, casi al unisono, nos regalamos una reverencia. La lealtad era algo que compartíamos con fervor. Me subí, de un salto, a su lomo, acariciando su cálido pelaje. Basto una palabra para que emprendiese el vuelo. Me fascinaba el volar. Era sentirme libre, lejos de los problemas de la sociedad y con capacidad para llevar mis sueños a cabo.


- Mei – nombre al verla, poco después. No pude evitar una carcajada al comprobar su estado; mojada y molesta. No había tenido tanta suerte como yo - ¿Estas bien? - En segundos ya estaba a su lado, evitando tocarla. Sabia a ciencia cierta que la paladín tenia ganas de golpearme con todas sus fuerzas – Tu eliges, vamos volando o caminamos. No creo me pueda quejar nunca de esta clase, me gustan las aventuras, mas si son en un paisaje tan hermoso como este – Se notaba estaba animada.

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Sherlyn Stark resultaba, cuanto menos, una persona sumamente interesante. Consideraba Médici que el conocimiento sobre la materia de aquella autoridad era a priori vasto, pese a que apenas había expuesto ante sus alumnos. Si la transmisión de toda aquella información sobre bestias era la adecuada, al final del día Lucrezia debería agradecerle por encaminar su reciente ingreso al Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas, y pasaría a forma parte de la milimétrica lista de personas a las que estimaba dentro de Inglaterra. Si bien no captaba en Stark la esencia distinguida y cautivadora que si rodeaba a Cissy, su anterior profesora, su presencia no resultaba molesta. Sin embargo, aquellos pensamiento tambalearon en su cabeza cuando el viento azotó el lugar y sus pies de despegaron del suelo.

 

- ¡¿Qué es ésto?!

 

El golpe contra el suelo fue amortiguado por la voluptuosa mezcla de agua y tierra que recibió el impacto de su cuerpo. De repente, sintió como la tela de su vestido se pegaba a su espalda de manera sumamente incómoda y la humedad lograba penetrar aquellas delgadas hebras hasta alcanzar la sensibilidad de su delicada piel. El lodo había cubierto toda la parte posterior de su elegante prenda, que de un momento para otro había perdido la belleza que la destacaba, la hacía digna de la dama que la portaba. Lucrezia concentró toda su fuerza en sus sucios antebrazos y apoyó sus manos nerviosamente para poder incorporarse. Sus dedos atravesaron aquella sustancia viscosa, hundiéndose y dificultándole recuperar la compostura. Se apartó del deforme montículo de lodo y observó con rabia su calamitoso estado ¿Cómo se había atrevido su profesora a tan súbito cambio?

 

- ¡Fregotego!.

 

La blonda efectuó una floritura discreta, dibujando repetidos círculos en el aire, mientras la suciedad invasiva que la cubría confluía hacía la punta de su varita mágica para desvanecerse en el aire. Progresivamente su vestido recuperó su lustroso y fulgente dorado que la luz del sol se esforzaba en destacar. El lodo se desprendía con una facilidad agradable a la vista, en un espectáculo vistoso en el que desaparecía en el aire sin más. Las comisuras de sus labios se elevaron en una sonrisa satisfactoria, que remarcó el rubor de sus mejillas bien delimitadas. Sabía que nada le haría perder su porte señorial, ni la belleza que la caracterizaba gracias a aquel equilibrio único entre inocencia juvenil y frivolidad descarada tan suya.

 

Al quedar nuevamente cubierta por su sana pulcritud, salvaguardada del infierno psicológico que le significaba a su cabeza la fobia a las bacterias, Lucrezia se tomó la libertad de centrar su atención en lo que a su alrededor estaba ocurriendo. Su mirada fue llamada por una destacada e insólita actividad hacia el lago, donde avistó en la lejanía a dos de sus compañeras. Repasó una y otra vez con cierto dejo de descreencia aquella escena que le resultaba, cuanto menos, sumamente particular: Lisa estaba montada en el lomo de un imponente hipogrifo, que batía con cuidada ligereza sus alas para mantenerse en el mismo lugar, sobre aquella chica que se había presentado como Mei, que permanecía nadando en el extenso cuerpo de agua que impregnaba sus húmedos alrededores de un aire gélido.

 

Sus ojos, de iris del color del zafiro, permanecieron posados en aquel par, del que percibía con la agudeza de su vista un cruce de palabras. Descontando que sus Aethonans tardarían en responder a su llamado un periodo de tiempo del que no podía prescindir para continuar con la clase, sabía que aquella bestia sería un perfecto modo de moverse en busca del resto del grupo. Era consciente que las dos desconocían su presencia en el lugar, por lo que debía actuar con inmediatez. Alzó con un sólido movimiento su arma mágica, de cuya punta de madera de roble se desprendió un rayo rojizo. El halo de luz centelleante atravesó fugazmente el aire y cruzó el espacio que separaban a ambas compañeras, perdiéndose luego en la inmensidad avasallante del cielo diurno. Había sido suficiente para llamar su atención.

 

-¡Ey, ustedes, por aquí!- exclamó la aristócrata con ímpetu, haciendo que su voz se alzara en la naturalidad simpática de los sonidos provenientes de los bosques.- ¿Qué se supone que ha pasado? Casi se arruina mi vestido.

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