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Prueba de Nigromancia #3


Báleyr
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De nuevo sus pasos se dirigían a través del puente de almas convocadas que cruzaba hacia la isla en medio del lago, donde la Pirámide resguardada tras un muro de árboles y setos era el lugar indicado para que los nuevos aspirantes tomaran la prueba de la habilidad. Báleyr volvía a pintar el camino con el halo negro que desprendía su anillo de Nigromancia, una sutil pero indiscutible forma de atraer a sus pupilos hacia la prueba que debían tomar más adelante.

 

Al pisar la isla, el puente se difuminó a medida que las almas volvían a su lugar de descanso, bajo el lago, como si allí tuvieran una cama donde dormir hasta volver a ser llamadas. Golpeó su bastón una, dos y tres veces sobre el suelo terroso y los árboles parecieron hacerse a un lado para dejarlo pasar. Los setos, las enredaderas y las lianas parecían inclinarse hacia él, como si le hicieran una respetuosa reverencia a medida que avanzaba hacia la Gran Pirámide, manteniéndose encorvado. No sólo era un anciano en apariencia, pues a veces la sabiduría también le pesaba sobre los hombros.

 

Se giró hacia el lago antes de proseguir, observando hacia los lados y luego hacia el camino que había marcado. Por tercera vez, un grupo de estudiantes iba a tener que sortear cuatro pruebas para poder adentrarse en la pirámide. Ni bien los tres entraran en el límite del lago, su voz se escucharía como si estuviera junto a ellos para relatarle las pruebas una a una.

 

Primero, tendrían que atravesar el lago pero no a nado ni tampoco en bote o volando: iban a tener que hacerlo encontrando una fisura entre ese mundo y el de los muertos, moviendo su cuerpo y su voluntad entre el velo del más allá y el mortal para poder llegar sanos y salvos hasta la orilla de la isla. Ese sería su puente, un puente que iban a tener que construír a fuerza de voluntad y conciencia. Iban a codearse con algunas almas, verlas cara a cara pero, aunque ellos no lo supieran (y tampoco se los diría), ninguna de ellas sería capaz de hacerles daño, al menos mientras El Tuerto estuviera allí.

 

La segunda prueba consistía en pasar entre los setos y lianas evitando que éstas los atacasen. Allí los dejaría usar cualquier artimaña, mágica o no, para deshacerse de ellas. Los mismos setos se moverían para cambiar de lugar y hacer que se perdieran en el enorme laberinto que formaban, así que Báleyr había colocado diferentes portales invisibles que los llevarían hacia el mismo lugar, tarde o temprano, pues él no quería que ninguno se perdiera la prueba, al menos mientras estuvieran seguros de querer hacerla.

 

La tercera prueba se realizaría ni bien atravesara uno de los portales invisibles, pues todos llevaban al mismo lugar: un pantano. Las almas podían palparse en el aire, como si todas aquellas personas estuvieran, de hecho, caminando por allí. Bueno, así era. Para cada uno de sus pupilos había un cuerpo tendido en una mesa de roca pulida y su deber era encontrar el alma que pertencía a cada cuerpo e intentar convencerlo de que volviera a la vida. Primero, claro, debían asegurarse de que todo el cuerpo estuviera lo menos dañado posible, sino el regresar a alguien a la vida sería un acto tan atroz y doloroso que el alma simplemente no podría sufrir tanto y terminaría rindiéndose.

 

Para concluir, una vez terminaran con aquello, el camino se aclararía y los llevaría a la entrada de la Gran Pirámide. Ninguno podría ver al otro, pues el camino sería totalmente diferente para los tres y, una vez estuvieran frente a la enorme construcción, un ser en apariencia igual a ellos, un espectro traído por el mismísimo Arcano, los miraría a los ojos y los desafiaría a destruirse a sí mismos. ¿Serían capaces de acabar con su propia humanidad en el camino al conocimiento de la muerte?

 

Báleyr, parado en el centro de la estrella de cinco puntas, donde el Ouroboros parecía comerse la cola una y otra vez, esperaba paciente a que los tres llegasen a él.

 

—¿Están listos para afrontar su prueba final?— les diría su voz retumbante una vez terminaran la cuarta prueba de la isla de la Gran Pirámide y entraran en ésta. — Tres veces debo preguntar y tres veces deben responder— agregó en tono solemne.

 

Una vez hubieran decidido si estaban listos, ingresarían en la Pirámide y llegarían de inmediato al Portal de las Siete Puertas, donde Báleyr preguntaría una última vez si estaban listos. De estarlo, cada uno de sus pupilos atravesaría la puerta mágica con el símbolo de la habilidad para comenzar una travesía aún mayor.

Editado por Báleyr
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—Definitivamente este no es sitio para alguien como tú. Compartimos esencia querida amigo, pero somos dos entes separados. No me perdonaría si llegarás a salir herido. Fue suficiente ya que esa magia hiciera que te presentaras cuando consolidé mi magia animaga. No quiero ni pensar lo que podría pasar si estás cerca —las palabras fluyeron con total facilidad entre la mente de Bastian y Harimau.

 

—Lo comprendo. Aunque me quede seguro en este lugar, que lo haré, si algo te llega a pasar de igual forma me destruirá. Somos dos mitades, el resto de mi vida dejaría de ser vida —contestó el tigre de la misma forma.

 

Bastian había aprendido a no temer. Enfrentarse al Portal de la Gran Pirámide podía ser mortal, en efecto, pero ya había superado las adversidades en una ocasión y se sentía -no confiado- tranquilo. Las cosas sucedían por motivos extraños, pero jamás pasaban antes de que tuvieran que pasar. Si era su destino morir aquel día, que así fuere. ¿Qué más daba? Algún día ellos morirían, todos lo harían. La nigromancia era una puerta, salir vivo de eso le daría muchas respuestas interesantes.

 

Corrió sobre sus patas, en forma animaga, puesto que de esa forma le sería más rápido llegar. El camino antes lo había realizado, por lo que no era desconocido. Aunque lo vio y lo sintió, no le hizo falta seguir el sendero marcado por el Arcano para llegar al lago. Su cuerpo se deformó en cuanto estuvo a la orilla, con el agua cercana a tocar su cuerpo. Se irguió sobre sus piernas y supuso que era buena idea blandir la varita mágica.

 

Lo más sensato hubiera sido acudir al sitio con su esposa, ambos debían afrontar aquella prueba. Pero sintió que, al menos la primera etapa, era un proceso solitario de aprendizaje. Debían poder hacer las cosas por separado, pues ambos estaban seguros que juntos triunfarían en muchos aspectos.

 

Todo aquella palabrería de El Tuerto sobre los dioses griegos, comprendió el Warlock, era una forma sutil de nombrar a las fuerzas de la naturaleza. Los magos antiguos habían elaborado complicados conjuros que podían manipular esas fuerzas. Conjuros que habían relacionado sutilmente con las creencias de la gente de aquellos tiempos.

 

Siempre el agua había sido su entorno. Su conexión con las plantas estaba íntimamente ligada con el agua que estas tenían en su interior. Él podía leer el aire gracias a la humedad que este tenía. Inclusive, muchas veces, la tierra estaba repleta de agua que le servía como un canal.

 

Cerró los ojos. No imitó las palabras que aprendió durante la clase, sino que concentró todo su poder en la propia agua. El lago era una fuente ilimitada de poder, canalizó su propia magia hasta que localizó el sitio al que al agua le costaba llegar. Era un pequeño agujero, una grieta casi invisible. Dibujó ahora si el tridente en el suelo con su varita mágica y vio en su delante un puente formado por cientos de lo que parecían ser almas.

 

 

 

>

 

>

 

 

>

 

Pero aquellas almas de su pasado no estaban solo para intentar menguar su determinación. Al contrario. Su objetivo real era evitar físicamente su avance. Algunas tomaban sus tobillos, y con cada paso mal dado se iba hundiendo más. Siguió concentrándose en el agua, y en las palabras.

 

> golpeó con su magia a una de las almas, su primer asesinato.

 

el primer desertor del que se encargó.

 

> su primera prueba real, un conocido.

 

> el primer amigo al que tuvo que matar

 

> la mujer a la que abandonó.

 

Conforme se movía el agarre de aquellas almas se iba haciendo más suave. Tuvo que luchar con varios de sus recuerdos de pasado, hasta que sus pies nuevamente tocaron tierra ya en la isla.

 

Ahora si que estuvo prevenido. Cuando se enfrentó a la prueba de animagia fue la propia isla quien intentó retenerlo. Reaccionó a tiempo, su poder de sacerdote le permitió avanzar. Se hizo daño, por su puesto, realizó varios cortes con la espada hacia los lados y hacia el frente, pero le costó mucho menos puesto que pudo apaciguar a varias lianas y arbustos.

 

Observó el panorama, para él aquel laberinto era la prueba más complicada.

 

 

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Nerviosa, así era como se sentía la ojimiel. Dentro de poco tendría que afrontar cuatro pruebas que le permitirían usar la Nigromancia, no a su antojo, pero si con cierta libertad. Esa era su motivación pero, así mismo, sentía miedo de lo que le podía pasar en esa prueba. En las clases pudo ver lo retorcido que era El Tuerto y prefería no imaginar lo que la esperaba o no se presentaría en la prueba.
Cuando su esposo se despidió de ella sabía hacia donde se dirigía y no hizo ni siquiera el intento de ir con él, sabía a la perfección que esto lo tenía que hacer sola. Desde lo alto de la ventana lo observó adoptar la forma de tigre y salir corriendo del castillo. Apenas unos minutos después de que viera desaparecer a su esposo entre los árboles y aun de pie entre las sombras, la bruja sintió una corriente de frio, pero tanto la puerta como las ventanas estaban cerradas. Era la hora, dio un suspiro y al girarse pudo observar una especia de halo negro que conforme ella se acercaba, este parecía adentrarse en ella, sin duda esa era la singular forma del Arcano para indicarles el camino.
Se envolvió en una capa de viaje negra que ocultó por completo su figura, giró sobre si misma desapareciendo de la penumbra de su habitación. Cuando los pies de la hechicera tocaron suelo firme se encontraba en los terrenos de la Universidad, que era en donde se llevaría a cabo la prueba. Empezó a caminar sin saber hacía donde estaba dirigiéndose, pues aquel halo negro era quien guiaba su camino. Conforme caminaba fue perdiendo la noción del tiempo, la noche era particularmente oscura y demasiado silenciosa para su gusto, agudizó sus sentidos tratando de distinguir el ruido de algún animal nocturno pero le fue imposible. Se ajustó la capa pues hacía frío y al hacerlo se dio cuenta que debía estar cerca del lago que el Arcano había mencionado en su última clase. Apresuró el paso y finalmente llegó.
De pie en la orilla, la bruja de inmediato se puso a pensar mejor forma de cruzarlo, concentrada como estaba, la voz del viejo nigromante la sobresalto. Se giró de inmediato esperando encontrarse con su maestro, pero este no estaba, solo podía escucharlo. Prestó atención a las indicaciones que le estaba dando y un escalofrió la recorrió por completo cuando este finalmente terminó de hablar. Miró a su alrededor esperando encontrarse a su esposo y a su otra compañera de clase, pero solo estaba ella, de pie frente a un lago cuya otra orilla no se podía divisar debido a la niebla.
Indecisa se acercó al agua tan solo para comprobar que no se trataba de agua normal, parecía más bien un espejo en el cual habían sido atrapadas infinidad de almas y estas se arremolinaban creando formas imposibles. > pensó la castaña y seguido a eso concentró todas sus energías, su magia en hacer que este apareciera.
El signo de la tierra, de Hades, el elemento que la había identificado estaba en su mente, cerró los ojos y dio el primer paso. Sintió algo pegajoso sobre sus pies y en primera instancia pensó que había fallado y que así debía de sentirse el agua del lago. Bajo la mirada y ladeo la cabeza tratando de hallarle forma a lo que pisaba. Se trataba de una mezcla entre tierra, huesos y cadáveres en diferente estado de descomposición. Cualquier persona normal hubiera salido huyendo o como mínimo sentido asco de lo que pisaban sus pies descalzos, pero ella solo sintió curiosidad y pensó que al ser la tierra su símbolo, era algo normal.
Siguió caminando y con cada paso que daba el puente se iba creando de la nada, llegó hasta un punto en que la niebla se volvió tan espesa que la obligo a detenerse y al hacerlo una figura salió de entre ella. Una mujer joven de facciones delicadas y de cabello castaña muy parecido al suyo, lo único que tenía diferente a cuando estaba viva era el color lechoso de su piel y sus ojos sin color alguno.
—Gisi…—dijo la bruja al reconocerla, se trataba de la hermana pequeña de la que una vez fue dueña del cuerpo que ahora le pertenecía. Otra figura más apareció junto al espectro, una mujer de cabello negro, de facciones más duras y cuyos ojos a pesar de no tener vida dejaban notar que habían sido de diferente color. —Kira…—susurro el nombre de la mujer.
preguntaron.
—Lo siento no son tan importantes como para hacer eso… —respondió volviendo a caminar. Sintió el frio de los espectros cuando intentaron atacarla.
> Dijo la más joven.
—¿Y quien me lo hará pagar? ¿tú? O ¿tú? — se burló y siguió su camino, no tenía ni un ápice de remordimiento y era por ese motivo que ellas no podrían detener su avance o al menos eso pensaba la bruja— Saben que las volvería a matar de ser necesario… o quizá podría deshacerme de ustedes para siempre... —se planteó esa posibilidad pero recordó que ese no era el motivo por el que estaba ahí.
Apenas había terminado de hablar y dado la espalda al fantasma de las féminas cuando sintió que su cuerpo se hacía pesado y comprendió que mientras más se demorada en cruzar el puente menos fuerzas tendría para hacerlo. Lo que en un momento pensó que se trataba de una niebla espesa en realidad se trataba de espectros pues varias más aparecieron de las cuales no recordaba sus nombres y menos aún sus rostros, lo que la hizo suponer que se trataban de las almas de los habitantes de pequeños pueblos, que en su juventud, había matado sin razón alguna.
Teniendo en mente su objetivo fue ignorando cada reclamo y maldición que le decían, apartó de su mente recuerdos que hasta ese momento habían permanecido en lo más profundo de su subconsciente, se concentró en no dejarse afectar por la tristeza y desolación que sentían aquellas vidas, que por su mano, habían terminado tempranamente y de forma violenta. Cuando sentía que no podría cruzar finalmente vio la otra orilla, apresuró el paso pero un fantasma que ella no esperaba ver la hizo detenerse nuevamente.
—Michael… —Susurró su nombre —Yo…Lo siento —dijo con tristeza, pues su intención jamás había sido arrebatarle la vida, había sido un lamentable accidente. El joven de cabello negro se acercó hacia ella e intento tocarla, pero la bruja solo pudo sentir el frio de la muerte rosándola.
—Te he esperado por mucho tiempo… y aquí estas has llegado… —dijo el joven —Vienes a quedarte… al fin podremos estar juntos —dijo sonriente.
La bruja dio un paso atrás, no esperaba que aquella alma estuviera ahí. Lo miró con tristeza mientras recordaba todos los momentos que pasaron juntos, las risas, las promesas y el amor que los unía, unas lágrimas rebeldes resbalaron por su mejilla. Por más que deseara quedarse no podía, no podía imaginar estar tan cerca de él y no poder tocarlo o sentir el latir de su corazón, sería una tortura para ambos.
—Siento lo que paso… de verdad lo siento… pero no puedo quedarme —dijo la castaña que sin dejar de mirarlo empezó a caminar —Siempre te querré… pero mi amor ya no te pertenece —cerró los ojos cuando dio el primer paso en la otra orilla y al abrirlos nuevamente el puente ya no estaba y tampoco las almas.
Visiblemente agotada la Karkarov limpio las lágrimas que aun rebeldes rodaban por sus mejillas y observó con cuidado el enorme laberinto que ante ella se alzaba. Sin saber si tendría las fuerzas suficientes para encontrar la salida


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Más veces de la que cualquiera creería usaba artefactos inventados por los muggles. En aquel momento usaba un aparato que, de entre muchas funciones que tenía, se podía escuchar música; escuchaba una banda de rock llamada Muse, la cual le había gustado particularmente. Hacía mucho no hacía aquello, pero en aquella ocasión, sintió la necesidad de hacerlo, sabiendo que los nervios y la ansiedad la embargaban. ¿Qué se encontraría en la isla? ¿Qué pruebas debería afrontar? ¿Realmente estaba preparada?

 

Sí, se sentía preparada, pero aunque lo sabía, nunca se estaría del todo convencida, sobre todo teniendo en cuenta los nuevos poderes y retos a los que debería de enfrentarse.

 

Llegó sin demasiado problema al lago cuando por fin fue la hora, las indicaciones de Báyler habían sido suficientes para poder hallarlo. Una vez se encontró allí, permaneció quieta, mirando todo a su alrededor. Se hallaba en el centro mismo del Ateneo, o más bien, allí era donde quería dirigirse, donde se encontraba una isla con una enorme pirámide en medio; pero para ello, debía atravesar el lago que rodeaba a la isla, el cual no tenía puente. Frunció notablemente el ceño, pensando en que allí se hallaba su primera prueba a superar.

 

Observó la superficie del lago, siempre impasible e imperturbable ante nada. Tenía un aspecto bastante particular, se notaba que esas aguas estaban plagadas de una magia única en su forma, y tal vez peligrosa. No era conveniente arriesgarse a atravesarlas a nado, por lo que debía existir otra forma. Fue en ese momento donde sacó su varita e intentó tocar el agua con la punta de ésta. Y casi de inmediato, una respuesta bastante violenta se produjo. Sintió cierto miedo al reconocer lo que vio: almas.

 

Zeus está de tu parte recordó aquellas palabras que el mismo Arcano le había dicho, y casi de inmediato, se preparó para hacer un segundo intento, pero esta vez más segura de ello. Tocó la superficie del agua con Aukan, pero en vez de ser un simple toque, dibujó un rayo, el símbolo que representaba al dios supremo del Olimpo.

 

Una vez acabó, el agua se agitó no solo en aquella área, sino en toda su superficie, y al cabo de un momento, vio cómo dos líneas paralelas entre sí aparecían de ese extremo hasta la isla, y, acto seguido, el espacio entre ambas líneas se iluminó con una tonalidad celeste y azul de tal forma que casi cegaba. Notó cómo las almas se alejaban hacia cada lado del puente que acababa de formarse, por lo que supo que era seguro pasar.

 

Avanzó, oyendo murmullos provenientes de todas partes y de toda índole. Súplicas, lamentos, pedidos, gritos desgarradores, los oyó todos, aunque ninguno iba dirigido a ella. A medida que se acercaba a la isla, aquel murmullo iba en aumento, aturdiéndola y viendo ahora cómo las almas se acercaban al puente al verla avanzar.

 

«Ayuda, por favor» «Mírame, ¡por favor, mírame!» «Sálvame de este dolor, te lo imploro…»

 

Iba aproximándose a la otra orilla y eso parecía agitar más al mar de almas, que a ese momento intentaban subirse al puente en un intento de alcanzarla, lo que la ponía cada vez más nerviosa. No tenía idea el cómo habría sido para sus compañeros aquella experiencia, pero sentía que estaba siendo algo fácil para ella, y mientras su mente cavilaba acerca de ello, se detuvo repentinamente a unos escasos tres metros de llegar al final, y por ende, a su objetivo.

 

Un susurro, había sido un murmullo, levísimo, casi sin fuerza.

 

–«Mi pequeña…»

 

Sintió que se le helaba la sangre. Reconoció aquella voz y repentinamente comenzó a hiperventilar. Allí estaba, lo sabía, estaba segura de que era él. Era un hecho de que el alma de quien desde que había comenzado aquella clase había temido encontrarse, ahora se encontraba allí, el alma de su padre se encontraba allí, e incluso había logrado pisar el puente, aunque desconocía el por qué.

 

Sus piernas temblaban peligrosamente y su mentón temblaba. No era capaz de hacerlo, no era capaz de voltearse a verlo, no podía, nunca había estado preparada para ello. A medida que pasaban los segundos, su angustia y frustración llegó al punto que la hizo llorar notablemente, aunque en silencio. Sabía que debía seguir adelante o terminaría por fracasar en la prueba, pero estando Stephano allí, le era casi imposible.

 

Quédate, quédate le gritaba su corazón, al cual cedía lentamente…

 

De pronto, lo sintió. Un sutil toque en su hombro, como de una mano.

 

–«Te quiero y siempre lo haré. Estoy orgulloso de ti. Anda, sigue.»

 

Solo eso bastó para que comenzara a romper aún más en llanto, sintiendo que aquella parte que siempre había esperado tener de regreso y que allí estaba quedaba atrás, ya que había retomado el caminar sin darse cuenta.

 

Llegó al final, a la isla al fin y sólo en ese momento se atrevió a mirar atrás, al momento exacto donde pudo ver una leve figura difuminada que se perdía junto al puente, hasta que ambos desaparecieron. Y aun sintiendo sus mejillas bañadas en lágrimas, giró su cabeza para ver la siguiente prueba que tenía por delante: el laberinto.

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Báleyr miraba desde su lugar dentro de la Gran Pirámide el avance implacable de sus alumnos. Podía haber sabido que ellos iban a sentir dudas cuando se encontraran con las almas que habían tocado sus vidas pero también sabía que iban a poder llegar a la isla, como satisfactoriamente habían hecho los tres. Primero contempló al joven Karkarov, aquel muchacho que son su extraña y mítica conexión con el felino le había llamado tanto la atención. Él había sido el primer en cruzar y también el que había comprendido la magnitud de la tarea que tenía por delante. La segunda había sido su esposa, Valkyria, una bruja a la que había advertido sobre los peligros que tenía cerca, pero su fortaleza era grande y también indomable, así que a pesar de su encuentro con alguien del pasado, alguien que de verdad le había importado, la bruja había podido llegar a la isla para afrontar la segunda prueba. Luego estaba Mei, la joven segura de sí misma que había demostrado ser diestra con el arte de la nigromancia y había comprendido, quizá mejor que muchos otros alumnos, lo poderosas que eran las almas que habitaban entre medio.

 

—Valientes son, por ahora. Aún les quedan tres pruebas que afrontar antes de poder cruzar el Portal de la Habilidad— murmuró para sí mismo, sin que su voz traspasara los límites de la sala en la que se encontraba.

 

A pesar de que sus rodillas ya no eran las de un joven de veinte años, se mantenía en pie tomado de su bastón, firme, mientras parecía estar observando al pared. En realidad, sus ojos estaban más allá, por encima de la isla, con una mirada omnipresente que le mostraba todo lo que sus aprendices hacían. Sabía que si ellos lo necesitaban, iría a buscarlos, pero entonces no podrían hacer la prueba, no podían abandonarla o de lo contrario no podrían volver a tomarla. Y aún les faltaba lo más difícil de todo, la prueba final que los haría merecedores del anillo de la habilidad. Allí, junto al Arcano, un pedestal de piedra con tres anillos idénticos al suyo aguardaban para ser entregados a sus pupilos antes de que cruzaran la puerta mágica de nigromancia. Tal como le ocurría en cada una de las pruebas que había hecho, se sentía un poco ansioso. Era muy exigente con sus aprendices y seguiría exigiendo el mismo compromiso antes de darles el anillo.

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Aunque apariencia fue sencillo, deshacerse de todas las almas que buscaban hacerlo sucumbir en un mundo aún extraño le costó mucho más de lo que él iba admitir cuando alguien le preguntara. Aún le palpitaba el corazón de forma acelerada, aunque sus palabras fueron convincentes y acertadas, le dolió llegar a decir muchas de ellas. Porque eran ciertas y eso es lo que le preocupaba.

 

Su segunda prueba relativamente sencilla debido a su condición y a que se esperaba ser atacado de esa forma. El bosque era bravo pero no indomable, solo hacía falta encontrar el punto exacto, decir las palabras adecuadas, convencerlos de que él no era dañino incluso cuando se encontraba blandiendo la espada a diestra y siniestra.

 

Su cuerpo atravesó, aunque el no se dio cuenta, un portal que lo dejó justo de pie delante del laberinto. Aquel laberinto era imposible de cruzar sin ayuda. Recordó cuando lo hizo para la animagia, quizá el truco funcionara. Adquirió su apariencia felina y trató de comunicarse con algún pajarillo, un hermoso gorrión acudió a su llamado. Le pidió que esperara, de alguna forma había que cruzar.

 

Pero antes, una especie de sentimiento difícil de explicar le casi obligó a ayudar al sujeto que descansaba inerte sobre el suelo. Era un jovenzuelo en la flor de la juventud, con el cabello rubio y los ojos azules. Eso hizo que Bastian se estremeciera. Se parecía tanto a su hijo, no había fuerza humana que le impidiera revivirlo. Pues aunque él sabía que se trataba de un desconocido, la imagen de Ben y Will no dejaba de aflorar en su cabeza.

 

Dibujó en el suelo los símbolos del agua, la magia natural que mejor se le daba, en la que se consideraba casi un experto aunque no lo fuera. La puerta de la muerte dio paso a su propia alma hasta la no existencia.

 

—¿Me puedes escuchar? —preguntó.

 

Mientras su alma vagaba por el mundo de los muertos su mano derecha estaba posada en la fría piel del muchacho, sobre su corazón. De esa forma, su alma podía concentrarse en buscar a la adecuada, a la propietaria de aquel cuerpo.

 

—¿Me buscas? —hubo respuesta.

 

Observó el rostro que se formó en su delante. No era el indicado, buscaba engañarlo y seguro le molestaría que su cometido no hubiera funcionado. Usó los cánticos y la labia para convencer a aquel intruso que se largara, que no había sitio para él.

 

—¿Cuántos años tienes?

 

—Dieciséis

 

—Te encontré —dijo sin tratar siquiera de ocultar la emoción que eso le produjo —. ¿Quieres seguirme? Este lugar no es adecuado para un niño. Hay seres malvados, yo puedo protegerte.

 

—El Tuerto volverá a traerme a este lugar, lo hace siempre

 

—¿Estás solo?

 

—Lo estoy

 

—Ven hoy conmigo y volveré a visitarte siempre que pueda.

 

—¿Cómo se que cumplirás?

 

—Un Malfoy siempre paga sus deudas

 

—No creo en absoluto en sus palabras, tienes cara de ser de los que mienten. Pero hay algo que me provoca creer en ti. ¿Qué es lo que puedo perder?

 

Se acercó a Bastian y tomó su mano.

 

Bastian abrió sus ojos en el mundo de los vivos, su misión estaba completada a la mitad. El chico había muerto por medios mágicos, según pudo observar al examinar su cuerpo de pi a pa. Le introdujo un bezoar en la garganta, invocó su collar de curación y eliminó todas las heridas interiores que pudieran haber. No pudo localizar ningún tipo de cuerpo extraño. Estaba listo para volver.

Usó de nuevo la magia de agua para llegar al otro lado de la puerta. Guió el alma a su nueva residencia. En cuanto lo hizo, sintió que el corazón se le desgarraba y no precisamente por los gritos del chico.

 

—Desmaius —avanzó a decir. El chico estaba vivo, aunque el dolor estaba presente en ese estado de inconsciencia al menos no iba a sentirlo.

 

Atravesó el laberinto convertido en tigre, guiado por el pequeño gorrión que siempre estuvo esperando ayudar al felino que lo había llamado.

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Las almas se arremolinaron en el lago y desaparecieron ni bien los tres aprendices habían cruzado a salvo hasta la isla. Todas iban a volver a su lugar de descanso, a menos mientras la muchacha nueva no tuviera que enfrentar su prueba, entonces las despertaría nuevamente para que fueran a enfrentarse a ella.

 

El Tuerto estaba impaciente por la alumna que aún tenía que cursar su clase para poder enfrentarse a la prueba. Los tres chicos que estaban en aquel momento en la isla iban bien o al menos el joven Karkarov, que parecía muy seguro de sí mismo mientras se enfrentaba al laberinto y la prueba de devolver el alma al cuerpo que tenía frente a él.

 

—Uhm. Bueno uso de la magia para sanar— dijo, pensando en el bezoar que había usado para asegurarse de que no hubiera ningún veneno en el cuerpo del muchacho antes de ir por su alma. Casi rió. Les había enseñado bien o al menos el chico Karkarov lo había escuchado mientras les contaba cómo debían sanar un cuerpo antes de intentar meter un alma dentro. Sí, parecía el más comprometido y el más listo para dar la prueba de Nigromancia, así que no dudaba de que diría que sí cuando le preguntara por tercera vez antes de cursar el portal de la habilidad.

 

Se rascó el hueco de su ojo perdido y miró más allá, hacia las dos chicas. Ambas parecían un poco retrasadas pero a él no le preocupaba, sabía que tarde o temprano iban a lograr llegar a tiempo a la Gran Pirámide y tenía confianza en que ambas dirían que sí a su tercera pregunta y cruzarían el portal. Los anillos esperaban, emitiendo una leve vibración, como si supieran lo que les estaba aguardando. El Tuerto ya había vinculado su magia a la de aquellos anillos para que los portaran mientras pasaban la prueba final, así él podía seguirlos en su labor e intervenir de ser necesario, aunque se rehusaba a que ninguno mostrara debilidad. Si eran débiles, no estaban listos para asumir la responsabilidad de portar el anillo.

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Entró al laberinto, aún con el rostro bañado en lágrimas a pesar de que había intentado limpiárselo. Lo que encontró era lo que había sospechado: el camino no sólo era complicado de por sí debido a las miles de intersecciones que se daban a pocos pasos, pasajes sin salida o que llevaban exactamente al mismo lugar o a lugares muy similares al anterior, sino que constantemente se vio atacada por setos y lianas a las cuales no dudó en chamuscar o cortar con su varita. Tardó más tiempo del que creyó en un primer momento, por lo que al final optó por marcar con su varita el suelo en alguna de las intersecciones para cerciorarse de que no atravesaba siempre el mismo camino.

 

Hasta que al fin lo logró, llegando a un área más descubierta, dejando a la vista un pantano que la esperaba allí junto a una mesa y, sobre ella, un cuerpo que alcanzó a identificar como el de una mujer. Se acercó presurosamente, preguntándose internamente si no estaría tardando ya demasiado con aquellas pruebas cuando ni siquiera aún llegaba a la de mayor importancia, y tratando de despejar aquello en mente, comenzó a inspeccionar con sus manos el cuerpo. Esta vez procuró usar la varita para curar todas aquellas heridas tanto internas como externas que pudiese tener. Primero, comenzó con las internas, luego de percatarse que la mujer tenía varios huesos rotos, los arregló poco a poco mediante magia, a excepción de uno en particular, uno demasiado grande para ser sanado por un simple Episkey, por lo que no dudó en usar sus propias manos.

 

Al cabo de varios minutos, logró cerrar la herida que ella misma había abierto y las menores que ya tenía el cuerpo desde antes. Hizo una última inspección y sin más, tapando las pocas manchas de sangre que se habían adherido a su túnica con tierra, dibujó el casco de Hades en el piso. Inmediatamente, una puerta doble de madera vieja pero resistente apareció frente a ella, a la cual rápidamente dibujó sobre su superficie un símbolo que quedó marcado con una luz cegadora, dejando claro que se trataba de un rayo. La puerta se abrió con un estrepitoso ruido y sólo en ese momento pudo tener acceso al plano que requería: no había cambiado de ubicación, ya que el alma que requería se hallaba allí mismo, pero ahora sí le era posible ver el tumulto de almas que iban y venían sin rumbo alguno.

 

Su presencia inmediatamente las alteró, a fin de cuentas era una intrusa allí, pero aunque algunas vieron su entrada, la gran mayoría ignoró su presencia, interesados en sus propios asuntos. Dio vuelta alrededor del gran pantano, en busca de aquella mujer, pero no tuvo éxito alguno. Comenzó entonces, a recitar un cántico en griego antiguo, muy similar al que Báleyr había usado anteriormente cuando les había hecho aquella demostración en el cementerio, y fue entonces cuando la encontró. Se hallaba en el medio del pantano, aunque no sobre él, sino hundida hasta poco más arriba del pecho y con mancha que parecía barro putrefacto en el resto de su “cuerpo” visible. Le sorprendió y asustó ver aquello, pues si bien algunas de aquellas almas se hallaban hundidas, ninguna lo estaba tanto como ella.

 

¿Me buscabas? – Habló en cuanto Mei se le acercó – Veo que el viejo al fin envió a alguien a por mí – su voz, lejos de parecer asustada, sorprendida o incluso con pena, más bien sonaba a aburrida.

 

No podía negar que aquella visión la estaba inquietando, pero no se detendría allí, estaba a medio camino.

 

¿Te sorprende verme así? – volvió a decir, esta vez con un tono de diversión que no encajaba en la situación y moviendo su cabeza para poder verla – Sé lo que estás pensando. Sí, aquellos que estamos bajo el pantano somos diferentes, esto es lo que consigues si juegas demasiado con la vida ajena de las personas. Yo jugué demasiado, pero es que era tan divertido… Muchos se arrepienten y lamentan, pero ya es demasiado tarde. Yo no me arrepiento de nada, ver cómo todas esas almas escapaban de sus ojos con sus últimos gritos de dolor era mi mayor placer…

 

Ven conmigo – se limitó a decir, interrumpiéndola de forma brusca, apenas dirigiendo su mano hacia ella.

 

¿No intentarás convencerme como lo hizo aquel otro hombre con el niño? Yo quiero un poco de eso también, me gusta interpretar un papel según lo requiera la ocasión.

 

Lo sintió, sí, claro que lo sintió, el cómo su cuerpo reaccionaba. Sus manos se apretaban fuertemente en un puño y su mandíbula se encajaba de forma dolorosa. Su interés por traer de regreso a aquella mujer a la vida era nulo, ciertamente, pero sí existía un interés que podría lograr traerla de regreso, y era el de superar la prueba. Acababa de obtener un empujón que la alentara a seguir de alguien sumamente importante para ella, y no iba a desperdiciarlo.

 

¿Fingirás que no quieres volver? – dijo al fin, con voz glacial – Tanto tú como yo sabemos que es lo que más deseas, aún a pesar de las consecuencias y de que tu existencia pasaría a depender puramente de mi interés en ti, el cual podría ser por mucho tiempo, o simplemente un sencillo suspiro. Al parecer, soy la primera que puede darte una oportunidad luego de vaya a saber uno cuánto tiempo. ¿Realmente te arriesgarías a perder esta oportunidad única?

 

Esta vez, el silencio se hizo presente en ella. Sólo se oía el bajo murmurar de las demás almas. Y al cabo de un minuto exacto, sintió entonces el toque del alma de aquella mujer con la suya. Jaló de ella, llevándola hasta la puerta y de esa forma, tanto su propia alma como la de la otra volvieron a sus respectivos cuerpos. Mei tembló levemente, un poco mareada con aquello, pero no era nada en comparación con las veces anteriores; mientras que por su parte, la mujer comenzó a retorcerse a emitir gritos de puro dolor. No hizo nada para mitigarlos, ¿realmente merecía aquel acto de clemencia?

 

Su respuesta fue rápida en cuanto vio el camino que llevaba directamente a la pirámide, y sin detenerse a observarla, comenzó a caminar hasta llegar a su nuevo objetivo. Estaba más cerca que nunca y ya nada la detendría, había afrontado las pruebas impuestas por el Maestro y estaba segura de haberlas superado, a su manera. Cada una de ellas le había impuesto una mayor decisión y convicción para seguir adelante.

 

Se estaba aproximando a la entrada, por lo que apresuró el paso. A lo lejos, alcanzó a ver una figura bajita que se movía, interponiéndose en la entrada a la Gran Pirámide, y sólo para cuando estuvo a unos pocos metros de distancia de ella fue que la notó y reconoció.

 

Era ella misma, pero a diferencia de algunas de las pruebas anteriores, aquello no le sorprendió. Tal vez internamente lo esperaba, a fin de cuentas aquello había sido un reto constantemente para ella desde el momento mismo en el que se había planteado tomar aquella habilidad. Un enfrentamiento con ella misma era lo que en aquella ocasión se estaba materializando.

 

Es esto lo que querías, ¿verdad? – le dijo su copia exacta, a la vez que dejaba ver de forma desafiante su varita entre los dedos – El conocer todo sobre la Muerte, el más allá; tener el poder de decidir quién realmente muere o puede volver a vivir; sobre todo tu misma. Conozco todos tus pensamientos y tus miedos. A fin de cuentas, soy tu. ¿Estas dispuesta a perder una parte tuya con tal de conseguir lo que quieres?

 

Y como respondiendo aquella pregunta, la verdadera Mei levantó la varita con suma rapidez y sin dudarlo atacó inmediatamente. Aquel preparado duelo comenzó, dejándole en claro que la magia utilizada en aquella figura era tan poderosa que tenía exactamente su misma fuerza y reflejos. Cada movimiento, cada hechizo y estrategia era perfectamente previsto o copiado por la otra, por lo que al final terminaban por infringirse daño una a la otra pero debido al esfuerzo realizado.

 

¡Desmaius! – dijo, al mismo tiempo que preparaba un electroshock en su mano libre y lo lanzaba justo después del primer hechizo.

 

No le sorprendió que su contrincante le hubiese enviado un desmaius también, por lo que logró defenderse de él con un simple movimiento de su varita que no requirió demasiado esfuerzo. Pero lo que no esperó era el encontrarse con un electroshock de lleno viniendo en su dirección y a unos escasos centímetros de su cuerpo.

 

Gritó al sentir el dolor de la descarga eléctrica, y cayó al suelo, agotada. Era inútil luchar contra ella misma, incluso desde un primer momento la lógica se lo había dictado, ¿cómo vencer a alguien que podía realizar lo mismo que tú? ¿Saber todas tus tácticas e incluso imitarlas a la perfección en velocidad?

 

Es inútil siquiera que lo intentes, – oyó que le decía la voz jadeante de su propio yo – si no deseas perder tu humanidad, nunca podrás obtener el poder de la Nigromancia. La luz en tu interior no permite que la oscuridad se quede por demasiado tiempo, debes de sacrificar alguno.

 

¿Por qué? – habló al fin, poniéndose en pie para cuando pudo moverse – ¿Por qué crees eso? Es imposible vivir sólo de luz u oscuridad… – dio un paso hacia el frente, aunque su contrincante no la imitó, sino que quedó en el lugar, observándola detenidamente – Es est****o incluso pensar en ello, ciertamente, todo el mundo puede decidir qué lado dejar que lo domine, pero eso no quiere decir que no pueda existir alguien que tiene cosas buenas como malas. Bondad y maldad, – dio un paso más – amor y odio, –y otro paso más – generosidad y codicia, todo puede coexistir.

 

Sí, lo supo. El rostro de la otra Mei había cambiado a uno de asombro ante su respuesta. Era la respuesta, su respuesta. Se acercó entonces, quedando frente a su propio reflejo, y dejada llevar por su naturaleza curiosa, levantó una mano, movimiento que su copia imitó y, con mucha suavidad, tocó el dedo índice de la otra. Aquel movimiento fue copiado como si de un espejo se tratara, y entonces, en cuanto sus miradas se cruzaron, un ruido de rompimiento se oyó y vio cómo la su imagen desde el otro lado se quebraba y caía al piso, convertido en un espejo que poco a poco se fue desintegrando.

 

Fue entonces cuando oyó la voz del Arcano, proveniente desde algún lugar desconocido.

 

Sí, estoy lista, Maestro.

 

Entonces la vio, la luz que le daba acceso al interior de la pirámide, y entró, con paso seguro, encontrándose a Báleyr ya dentro de la misma. Le hizo una pequeña reverencia, en señal de respeto y esperó.

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> pensó la castaña. En los últimos meses había atravesado tantos y con tan variadas trabas que les había tomado cierto desagrado. Miró la entrada por un rato intentando descifrar la mejor manera de atravesarlo, pero al no saber qué era lo que la aguardaba ahí dentro le sería difícil a menos claro que pidiera ayuda a alguien o algo que conociera el interior. Se mordió el labio inferior dudosa para luego cerrar los ojos y concentrarse en sentir todo lo que la rodeaba, en buscar un alma que la quisiera ayudar.

—Tu no deberías estar aquí —susurro una voz femenina muy cerca de donde ella estaba de pie.

—El día de hoy he escuchado esa frase más veces de las que quisiera —Respondió la castaña —¿Podrías ayudarme a encontrar la salida? —preguntó la bruja sin dar muchos rodeos.

—Podría…si —respondió la mujer —¿Pero qué obtengo yo a cambio? —preguntó deslizándose cerca del laberinto.

—Mi gratitud —respondió la bruja aun sabiendo que eso no bastaba. Miró a la traslucida fantasma y al ver que no respondía le preguntó — ¿Qué podría desear un fantasma que ha muerto hace demasiado tiempo y no le queda nada ni nadie en mi mundo? —Preguntó —Sabes que no puedo devolverte a tu cuerpo ¿Verdad? — añadió, aunque esa última parte no era del todo cierta.

—¿Sabes lo aburrido que es este lugar? —Dijo la mujer que sorprendentemente y a pesar de los años aún conservaba su conciencia —Solo quiero volver, no quiero pasar otro siglo en este lugar —añadió con voz cansada —Ese es el precio de mi ayuda… tómalo o déjalo —sentenció empezando a alejarse.

—Está bien…—Dijo la castaña pensando en las posibilidades, no quería retrasarse más, además de que se le acababa de ocurrir una idea en donde el fantasma de la mujer sería perfecta. Así aunque la mujer pensara que había ganado, en realidad era la Karkarov quien lo hacía —Guiame… —Le pidió con una media sonrisa en el rostro. —¿Cuál es tu nombre? —preguntó mientras entraba en el laberinto.

—Soy Fleur… te vendría bien ser un fantasma ahora mismo. Estas plantas te atacarán —Comentó el fantasma.

—Eso no es problema, tu llévame a la salida —observó como las paredes hechas de plantas se movían y algunas de ellas se acercaban peligrosamente hacía ella. Apresuró el paso alejándose de las plantas, no quería usar aquel útil hechizo aprendido de los Uzzas.

—Hay un atajo… por aquí —Dijo deslizándose entre los cestos —son como pasadizos secretos… El Tuerto los puso…—Seguía diciendo pero guardó silencio al ver que la bruja a quien ayudaba no la seguía.

—No tan rápido que no puedo… ya que —comentó >Pensó justo a tiempo pues las enredaderas ya la habían sujetado por uno de los tobillos, aprisionándola —¿Dónde está el atajo que dices? —preguntó reuniéndose con la mujer fantasma.

—Justó ahí…—Señalo una pared del laberinto en la que a simple vista no había nada. Un leve movimiento le indicó a la ojimiel que en efecto, en ese lugar estaba un portal invisible el mismo que la llevaría a la siguiente prueba. —Recuerda… tengo tu palabra —dijo Fleur flotando frente al portal.

—Cuando esto termine… volveré por ti —Prometió, volvió a hacerse corpórea y atravesó el portal, saliendo del laberinto.

El ambiente cambió por completo, un olor nauseabundo la recibió y por un momento deseo no haber salido del laberinto. Se giró para ver si Fleur la seguía, pero a su espalda no había ni rastros del fantasma que la había ayudado o del laberinto. Acomodó su túnica, que para ese entonces estaba sucia y rota en varios lugares y empezó a caminar junto a las incontables almas en pena que vagaban por todo el pantano. Pasado un tiempo llegó hasta una mesa de roca con el cuerpo de un niño recostado sobre ella, al verlo supo exactamente lo que tenía que hacer.

pensó con amargura, el cadáver tendría alrededor de unos diez años y tenía un golpe realmente feo en la base del cráneo. Acarició la cabeza el infante y dando un suspiro empezó a curar la herida. Arrancó de su túnica la parte que consideraba más limpia y frotó con cuidado la herida para asegurarse de que no hubiera algún objeto extraño incrustado. Tras limpiarla lo mejor que pudo y revisar que no tuviera más lesiones, pensó en varios Episkeys para que sanara por completo y metió un bezoar, que había llevado como precaución, en la boca del niño. > pensó para luego girarse y empezar a buscar el alma del pequeño.

Si ella fuera una niña pequeña que hubiera muerto ¿Qué haría? ¿Cómo se sentiría? Intentó ponerse en el lugar del niño. Seguramente estuviera aterrado, escondido en algún lugar lejos de todas esas almas, sin comprender lo que sucedía. ¿Pero dónde esconderse si aquello era un pantano? Fácil, en alguna de las raíces de los arboles gigantes, lejos de todas las miradas. Una vez más se concentró en sentir cada alma, en ir alejando todos los sentimientos que ellas irradiaban, tristeza, ira, centrándose en la confusión y el miedo. > susurró girándose y posando su mirada en uno de los árboles.

—Hola pequeño… —dijo poniéndose en cuclillas para poder verlo —Se que estas asustado, yo puedo ayudarte—añadió evitando estirar la mano para tocarlo, sabía que podía asustarlo aun más.

—No sé qué ha pasado… estaba jugando con mi hermano y ahora estoy aquí —dijo entre sollozos, más de sus ojos no salía lagrima alguna —No puedo encontrarles…tengo miedo —admitió.

—Toma mi mano, te ayudaré a volver —Dijo dedicándole una sonrisa de aquellas que solo les daba a sus seres queridos. El pequeño a quien seguramente nadie había prestado atención hasta ese momento, deslizo sus dedos temblorosos hacía los de la castaña y al rozarla el espíritu había sido absorbido por la bruja que haciendo de puente, lo condujo nuevamente hacía su cuerpo.

No se escuchó grito o ruido alguno, sobre la cama de rocas el cuerpo del infante volvió a la vida, dando la sensación de que estaba profundamente dormido. El pecho del niño subía y baja acompasadamente y en su rostro se había dibujado una sonrisa.

Alrededor de la bruja la bruma se desapareció y las almas que habían estado vagando sin rumbo desaparecieron, ante ella se encontraba una gran pirámide y dentro seguramente estaba el Arcano o quizá aún le quedaban pruebas por pasar. Miró por ultima vez el rostro sereno del niño, acarició con ternura el cabello y se alejó, sin saber a ciencia cierta que le pasaría luego de que ella desapareciera.

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Por su puesto que las pruebas de animagia fueron mucho más sencillas, al menos en cuanto a peligros y emociones encontradas, que la tortura a la que el Tuerto los estaba enfrentando. Su carcasa de Tigre no había sido una mera casualidad, no había sido una forma de usar menos magia que con un appugno. Al contrario, adoptar la forma animal solía cansarlo más que lanzar muchos hechizos. Pero como animal, conectado aún a su humanidad, era capaz de al menos por unos segundos desconectar del mundo real. Podía darle paso a sus instintos, dejar que estos tomaran parte del control.

Luchar contra los vestigios del pasado había hecho mello en su aparente fuerza. Si bien su rostro permaneció impenetrable, en su interior su corazón había comenzado a latir de forma acelerada. Le costó por unos minutos respirar de forma adecuada, incluso su mirada se nubló por unos segundos. Pero se recompuso solamente para encontrarse con el cadáver de un muchacho que se parecía demasiado a sus hijos. Un cuerpo que por un momento pensó era de Ben o Will. Si en ese momento no se rompió seguramente nada podría hacerlo.

—No dejas que me concentre. Claro que haré esa maldita prueba. Me ha costado ya mucho como para no estar dispuesto a pagar el precio que quede pendiente.

Luego de responder a la espectral voz del Arcano, observó una figura que en apariencia le recordaba a alguien. Se sorprendió, de eso no cabía duda. Pero aquella prueba habría resultado muy dolorosa en situaciones normales. En situaciones en donde él fuera un simple mago sin el entrenamiento adecuado. Para ser agente lo sometieron a tortura, lo obligaron a hacer cosas que -según sabía él cuando las hizo- le quitarían la vida. ¿Miedo a dejar de existir? Era algo que llegó a superar realmente mientras se preparaba en la clase. Desde antes, sin embargo, él tenía los brazos abiertos para recibir a la muerte temblando de miedo. Aquel día no sería en absoluto diferente.

—Se que me estás escuchando, te he pillado. Mi muerte es el menor de los males si con ello sirvo al bien mayor

Aprisionó con fuerza su varita mágica y esta vibró como nunca antes. Varios haces de luz aparecieron y comenzaron a envolver al espectral Bastian. En cuanto lo tocaron perdieron su brillo y poco se tiñeron de negro.

—Lo que hoy quiero aprender aporta a la misión que tenemos. Ambos sabemos que es lo correcto.

Incluso el espectro sonrió. Era, después de todo, la imagen fehaciente de las intenciones reales del mortífago. Bastian cerró los ojos. No hizo falta dibujar ningún tridente, no hizo falta el griego antiguo. Los hilos de oscuridad que aprisionaban al espectro se tornaron líquidos y dieron fin a la existencia del falto mago.

Finalmente pudo vislumbrar la luz. La pirámide brillaba emitiendo colores imposibles de nombrar. Dibujando sombras imposibles de comprender. Era tal cual él lo recordaba, pero quizá se enfrentaría a peligros mucho más grandes que encontrarse con su otro yo. Más peligrosas que compartir el alma con Harimau.

Ingresó a la pirámide finalmente.

Editado por Bastian Karkarov Malfoy

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