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Historia de la Magia


Keaton Ravenclaw
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Con la seguridad de que el presente tal como lo conocían no estaría en peligro de ser modificado, Tauro se sintió un poco más segura y dispuesta a hacer ese viaje, pero si el marciano pretendía que la bruja se sintiera ofendida por su comentario, nada estaba más lejos de la realidad, por lo que únicamente rió burlonamente.

 

— Primero nos llama estúpi.dos, luego nos dice que nos considera aptos y al final resulta que si no quiero realizar esta ridíc.ula misión estoy en todo mi derecho de hacerlo, pero al principio nos aseguró que era una obligación. Critica a los humanos, pero por suerte yo no soy de esa raza y a mi parecer ha pasado demasiado tiempo observándolo que ya se le han pegado varios de sus comportamientos contradictorios —no tenía seguir discutiendo con ellos e intentó ver más bien el provecho que podía sacarle a aquella situación. Si pensaba que aquellos eran una raza superior, se equivocaba, seguían siendo tan tontos como la mayoría de los humanos.

 

— Lo haré —dijo finalmente —Y sólo porque me da curiosidad saber si con esto ayudaremos a iniciar la próxima guerra galáctica, pero nada más —de momento ignoraría las advertencias de ser ese, únicamente por orgullo, pero ya que le tocaba el taller de Miguel Ángel, aprovecharía para curiosear de cerca su trabajo.

 

— ¿Estás listas? —esta vez se dirigió a Leah y cuando obtuvo su respuesta afirmativa, indicó a los demás que le dieran espacio — Si me permiten, muévanse un poco. Dos de ustedes podrán cruzar por aquí, mientras que los demás usarán el otro portal que estará al otro extremo de este salón. La experiencia no es igual a usar un traslador, es simplemente cruzar una puerta hacia otra dimensión, otra época o lugar sin correr el riesgo de perder alguno de nuestras extremidades. Por lo que a mí respecta, es el método más seguro para viajar de hoy en día.

 

Era momento de crear el portal. Tauro concentró toda su energía y su fuerza en aquel punto de la pared completamente despejado y mentalmente dibujó algo similar a una puerta. No era necesario que este fuera formado sobre alguna superficie, pero la Crouchs quería hacerlo un poco cliché. Poco a poco toda la energía proveniente de la bruja se fue acumulando hasta crear algo similar a un agujero negro, donde en el interior solo se podía ver el cúmulo de energía y poder girar en círculos, como un espiral y que despedía un color azul.

 

— Es ahora o nunca, los que vayan a pasar, ¡háganlo ahora! —era una orden, el portal no permanecería para siempre y apenas Tauro lo cruzara, nadie más lo haría.

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Esperaba que los portales se quedaran abiertos para poder regresar, aunque suponía que si. Por más que me gustará Hogwarts no me quería quedar atrapada en esa época y suponía que lo mismo les pasaba a los dema.s. Confiaba en mi hermana, por lo que sin dudarlo, cruce el portal que tenía delante de ella, no me quería ir al otro extremo del salón.

 

Ya tenía experiencia habiendo utilizandolo un par de veces. Era como dar un paso solamente y salir al otro lado, como si de un puerta se tratara. Estaba en el lugar indicado con solo desearlo y aparentemente no había nadie.

 

Me dirigí hasta el final del passillo a mano izquierda, cuando me encontré con un profesor, mismo que pareció conocerme.

 

-¡Selwyn! ¿Otra vez vagando por los pasillos? ¿Quieres que le quiten puntos a Slytherin?- Preguntó.

 

No había reconocido a simple vista al profesor quien vestía una túnica muy anticuada, aunque de acuerdo a la fecha. Por lo visto en esa fecha había una estudiante muy parecida a mi, con el mismo apellido y por lo visto, solía sacar de sus casillas a los profesores.

 

-No, profesor.- Mentí.

 

-¿Vas a decir de nuevo que eres sonámbula? -Preguntó otra vez.

 

-No, profesor. No podía dormir y pensé que una caminata me ayudaría.- Protesté.

 

-Eso lo dijiste la semana pasada, ni siquiera eres original con tus respuestas.- Gruño. -Vuelve a tu dormitorio antes de que te baje puntos. .

 

-Si, profesor.- Gruñi.

 

En ese momento me di cuenta que había hablado con uno de los fundadores de Hogwarts, con Salazar Slytherin. Por lo visto, todavía no pasaba la discusión por la que terminaría dejando el colegio. Escuché otra voz, parecía más bien un siseo.

 

-Salazar, esa alumna no es de nuestra época.- Protestó.- Habría que matarla.

 

-No, además ella no es muggle. Katara viene de una familia de sangre limpia, por algo esta en nuestra clase. ¿Nos sigue escuchando? - Preguntó el fundador, sizeando también. -Vete ya, Katara . No se que estas haciendo en esta época, pero si buscas algo, en el séptimo piso lo encontrarás.

 

-Gracias, profesor.- Contesté.-¿Es su basilisco con quien esta hablando?-

 

El fundador de Hogwarts parecía no tener ganas de platicar. La voz dejo de escucharse a través de las cañerias y supuse que es día apenas la había traido y ocultado en la cámara secreta.

 

-Cumple tu misión y que tu yo pasado no te vea.- Indico el profesor. -Otro día verás la cámara.

 

 

Asentí y corri hasta llegar al sépimo piso y buscar la sala de menesteres, imaginaba que en todas las épocas siempre habría gente que tenía algo que ocultar.

 

Continúe mi caminata, esperando no encontrarme con alguien más, si bien tenía ganas de saber como era la Selwyn con quien me había confundido.

Editado por Lyra Katara Selwyn

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—Vaya, alguien ha decidido armar un debate en clase.

 

Con sorna, se quedó mirando a Thomas con todas las ganas de sacar la varita y matarlo delante de todos para demostrar cuáles eran sus ideales. Era un traidor a la sangre, uno de muchos más que habían salido a la luz hacía unas semanas. Y era un cobarde. Le encantaba señalarla sin conocerla, sin haber cruzado palabras con ella al menos una vez y aún así pretendía herirla con su falsa moral. Pretender que un fenixiano moderno tenía un poco de ética era suponer que ella realmente se vería mal parada por lo que dijera un Gryffindor.

 

La cabeza de la familia era otro fenixiano, un Alto Rango, para ser exactos, así que toda la familia debía estar podrida. Pero Thomas, él era un caso aparte. Había aparecido de la nada y no tenía ni siquiera un mérito público que atribuirle, como ella con la Logia Eligentium, ninguna obra que pudiera llamarse "positiva" para que respaldara su testimonio en la revelación de la Orden. No era nadie. Sólo repetía como un loro lo que decían personas como Elvis y todavía la enfrentaba en medio de una clase, en vez de sacar la varita y demostrar que podía, siquiera, hacer algo por su vida. Se limitó sonreírle, justo antes de volver a sentarse de cara al profesor y olvidarse de su existencia.

 

Me siento intimidada, Gryffindor, ve cómo me afectan tus palabras —dijo, como últimas palabras a su persona. Movió las pupilas hacia la cosa esa que se suponía era superior y soltó una carcajada—. ¿Te presto un espejo? Los humanos, sin magia, inventaron primero la cirugía estética, aunque ustedes parecen perturbadoramente complacidos con su horrible cuerpo. No obstante, es evidente que no tienen ni idea si consideran que ella y yo pertenecemos a su especie. Una lástima, esperaba un poco más de inteligencia de su parte.

 

Se puso en pie, dejando atrás las tonterías y a los seres extraños que en realidad le resultaban risibles y caminó hasta su novia. Sin importarle verdaderamente lo que pensaran los demás, se inclinó y posicionó los labios sobre los de Tau en una despedida momentánea, antes de caminar al otro lado de la clase. No sacó la varita, aunque hubiera sido un poco más épico, pero cuadró los hombros e inhaló una gran cantidad de aire antes de empezar. A su espalda, escuchó cómo la potencia del portal que era creado llamaba a todo lo mágico a entrar y sonrió, echando el cuerpo hacia atrás con un sólo movimiento y dejando caer todo el peso hacia delante en consecuencia.

 

Fulgura Nox.

 

El haz de la noche cortó el tiempo y el espacio con ayuda de sus dedos, creando un portal a raíz de una ruptura en el aire. Pronto los bordes empezaron a hacerse más grandes, formando un óvalo perfecto de pura energía, con los colores arremolinándose en el interior. Sus dedos aún estaban abajo, al igual que su cuerpo, cuando terminó de formarse y una vez que estuvo erguida otra vez, sonrió con suficiencia antes de enfrentar a sus compañeros. Lyra había optado por el portal de Tauro, ella aún tenía a tres más que podían usar el suyo.

 

—Esto es mucho más avanzado que un Traslador o una simple aparición. Al cruzarlo, llegarán únicamente a donde tienen que dirigirse pero es posible que puedan cambiar el curso si se la dan de listillos. Así que pasen y ya.

 

No duraría mucho tiempo a su merced, si lo ponía sobre una balanza. Ella lo cerraría al cruzar al ser la invocadora, el resto simplemente usarían el beneficio que ella les había dado. Los extraterrestres por su parte, no parecían ni sorprendidos ni interesados en el portal, pero era difícil decirlo entre tanto tentáculo. Hizo todo lo posible para no volver a carcajearse, esperó hasta que los que iban a cruzar lo hicieran y tras guiñarle un ojo a la peli-azul, pasó a través del portal como si sólo estuviera pasando por una puerta conocida.

 

Cuando volvió a poner el pie en el suelo, no era a lo que estaba acostumbrada.

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Ese encuentró con Salazar Slytherin no había sido suficiente, me esperaba algo más todavía, puesto que en mi camino vi al resto de los fundadores, teniendo una charla en un pasillo alejado.

 

-Salazar no entiende que todos tienen derecho a la magia. Al menos los que han sido elegidos por nuestra pluma que los anota al nacer.- Comentó uno de ellos, Godric Gryffindor.

 

-Lo sabemos. Tenemos que tener cuidado, el no dejará las cosas en paz. Hay que vigilar que no traiga ninguna criatura extraña y buscar posibles lugares secretos.- Indicó otra bruja, vestida con los colores de su casa, Ravenclaw.

 

-No deberíamos hablar aquí de eso, ¿y si un alumno nos escucha? Cierto que en la sala de profesores no podemos hablar si esta él.- Protestó Helga Hufflepuff.

 

Los demás estuvieron de acuerdo y se alejaron del sitio. Todo estaba siendo demasiado extraño. No podía advertirles que ya había traído Salazar al basilisco. Además, ¿cómo sabía él lo que buscaba?

 

No podía interferir de ninguna forma, ya bastante riesgo había corrido al encontrarme con el fundador d emi casa, si bien tenía ganas de ver a mi yo de esa época. Sin dudarlo, me dirigí al séptimo piso donde estaba el tapiz de Barnabás el chiflado, pero no encontré el mismo.

 

-Rayos. A lo mejor no es tan antiguo ese mago y por eso no hay ningun tapiz de el si todavía no muere por intentar enseñar bailar a unos trolls.- Pensé.

 

Hacia tanto tiempo que había salido de Hogwarts, que ya no recordaba la ubicación del mismo. Empecé a caminar a lo largo del pasillo una y otra vez, esperando dar las instrucciones correctas.

 

-Debo encontrar un pequeño disco de metal. - Fue la instruccion que le di mentalmente a la puerta de la de los mentesteres, sin éxito.

 

Pensaba que tendría que regresar a mi época sin poder cumplir la misión, pero eso no se podía pensar. De repente, gracias a Merlín recibí un poco de ayuda, al ver salir a una alumna de la misma, lo malo es que ella me vio a mi y ambas nos reconocimos.

 

-¿Eres real?- Me preguntó, acercándose a mi.-Porque un espejo no eres.

 

-No soy un espejo, eso es obvio.- Contesté.

 

-¿Desde cuando usamos tantos amuletos y anillos como dijes? Yo sé que nunca me ha gustado usar joyas, aunque son lindos.- Me dije a mi misma.

 

-Nos llegaran a gustar y nos tocará mucho trabajo tenerlos.- Mencioné.-Ahora lo siento, pero no debes recordar esto. ¡Obliviate!

 

Un rayo salió de mi varita tras decir el hechizo en voz alta, e impactó en mi yo del pasado, que estaba desprevenida. Puso una cara de no saber donde estaba, era una lástima, pero no tenía tiempo de saber más acerca de ese pasado tan lejano. ¿Y si acaso había hecho ese viaje anteriormente?

 

No podía ver el antebrazo izquierdo de mi otro yo, de lo contrario el tatuaje del gato persa blanco en el mismo me serviría de referencia. Me acerque a mi pasado.

 

-Obedire.- Dije en voz alta, haciendo la marca de sangre en ella.-Lamentó hacer esto pero es por nuestro bien. Vete a dormir, aunque antes, dime dónde esta la sala de los menesteres.

 

Mi yo pasado asintió y se acercó hasta entrar frente a la puerta de la sala, no había señal alguna de la puerta, pero la había visto salir de ahi. De inmediato, sin decir nada más se alejo, dispuesta a dormir como se lo pedí.

 

-Gracias.- Murmuré.- Debi pedirle que me enseñara su antebrazo izquierdo.

 

Por fin pude entrar a la sala. En ese entonces no parecía una gran catedral, tenía el tamaño de la biblioteca de Hogwarts, con muchas estanterías y todavía no estaba tna llena. Esperaba que ni el profesor ni los extraterrestres estuvieran vigilándolos, por haber hecho magia en dos ocaasiones, pero de otra forma no hubiera podido pasar desapercibida con el encuentro del profesor y mi yo pasado. Afortunadamente el amuleto que nos había dado sirvió mucho para el idioma, si bien no era tan diferente.

 

Empecé a recorrer los pasillos, esperando encontrar ese pequeño disco sin más incidentes.

Editado por Lyra Katara Selwyn

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<<Vaya... estas cosas también se irritan>> masculló para sus adentros el pelirrojo luego de escuchar, sin interrupciones, el discurso de uno de aquellos seres extraterrestres; mirándole de reojo mientras éste no paraba de balbucear en contra de un grupo de alumnos, incluido él. -Muy bien, profesor. Me parece perfecto... Mynerva, estoy a tu disposición, querida. Espero que no tengamos demasiados inconvenientes en la búsqueda de dichos discos brillantes... No quiero terminar momificado por culpa de un conglomerado de criaturas repletas de tentáculos que desean restaurar su planeta perdido en el vacío post una guerra galáctica- comentó el ojiverde tras las indicaciones de Keaton; encaminando sus pies con agilidad hacia donde estaba la bruja que sería su acompañante en tan distinguida misión suicida. Fue así que, sin mayores cavilaciones, el Gryffindor cogió su amuleto con forma de nota musical (llave de sol), y lo guardó entre sus ropas; esperando ansioso que una de sus camaradas de cátedra universitaria, les abriese el portal mágico que los conduciría a las antiguas tierras de Egipto. -Te verás... "extraña" sin cabellos, Joa. Ten mucho cuidado con los budistas... tienen tendencias muy raras y ligadas al fanatismo por su condición religiosa. Nos veremos pronto- expresó con simpatía hacia la joven Macnair; anhelando, dentro de todo, que tuviese éxito en su travesía. -Mynerva... son dos discos. Debemos cruzar la puerta tridimensional primero. Cuando estemos a orillas del Nilo... tendremos que ubicar los objetos que estos seres nos han mandado a traer. Por lo que pude notar en las visiones... Uno de ellos está escondido en las faldas de la mítica estatua de Anubis; mientras que el otro bajo los pies de Ra- explicó a la hechicera, al mismo tiempo que desenvainaba su varita de pirul y, con un fugaz movimiento de muñeca, cambió una vez más sus prendas de vestir a unas que pasaran desapercibidas por los egipcios del trono de oro del faraón Tutankamón. <<¿Habrán momias?>> se preguntó, cerrando sus párpados con presión.


Su ropa nueva era de lino arcaico muy fino de tonalidades blancas. Llevaba consigo: un shenti (consistía en una especie de faldilla que se arrollaba a la cintura y se ceñía con un cinturón de cuero café opaco), una saya corta formando menudos pliegues, un neme níveo sobre su cabeza que se formaba con un lienzo cuadrado, y varios adornos con piezas bordadas sobre la túnica, alusivas al cetro de la corona egipcia. Traía consigo un par de sandalias hechas con cuero trenzado, rematándose en la punta encorvada hacia arriba. Sus orbes esmeraldas estaban enmascarados con una pintura negra elaborada a partir de galena, con la cual se dibujaba el contorno de los ojos y acentuaba la forma de almendra característica de los individuos de aquella gloriosa era. -Muy bien Mynerva... estamos listos. Nos vemos del otro lado- pronunció el apuesto legilimago, no sin antes dirigir su andar hacia donde estaba Leah al otro lado de la estancia educativa. -Créeme que si no fuera por mandato del profesor Ravenclaw... Jamás utilizaría algo proveniente de una... ¿Cómo decirlo? Ah... fugitiva de la justicia por uso indebido de Artes Oscuras como tú, Ivashkov- sentenció antes de envalentonarse y atravesar el portal que dejó una brecha témporo-espacial que lo condujo, inevitablemente, hacia el antiguo Egipcio. -Vaya... Hamunaptra existe... es real y no un mito- se dijo a sí mismo en voz baja, corroborando su actual ubicación al lograr leer un cartel que estaba estancado en las arenas al comienzo del camino que conducía al centro de la ciudad perdida más imprescindible para el pueblo egipcio; para posteriormente darse la media vuelta, con el propósito de ver a la Weasley aparecer tras el corte en el ambiente que indicaba el puente de unión entre ambas épocas. <<¿Cómo volveremos?>> caviló.

Editado por Thomas E. Gryffindor
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Frunció el ceño ante el comentario del Gryffindor antes de marcharse junto a Mynerva a través de los portales creados por Tauro y Leah. Lyra ya se había marchado, solo restaba ella antes que el par de brujas experimentadas cruzasen por sus respectivas creaciones y éstas desapareciesen. Debía pensar rápido en una solución que no involucrase despojarse de su oscuro cabello.

No tenía consigo una muestra de poción mutijugos, y tampoco tenía nivel mágico suficiente para haber tomado lecciones que le permitiese desarrollar habilidades en metamorfomagia lo que realmente le facilitaría el trabajo. Tenía que pensar otra cosa. <<India… India…>> ¿No habían tenido los ingleses y franceses negocios en India durante el siglo XVIII? Y por supuesto, durante aquella época usaban esos ridículos vestidos extravagantes y pesados derivados de la moda francesa.

<<¿No podían hacer de comer macarrones una moda?>>. Pensaba mientras, resignada, convertía lo que era un ligero vestido casual de verano, en un asfixiante vestido verde musgo con corsé que solo se permitía ampliarse desde su cintura –y vaya que lo hacía- abarcando el espacio que al menos dos de ella ocuparían en sus vestimentas habituales.

—Aquí vamos —susurró, los abundantes pliegues de las mangas tres cuartos que completaban el vestido ondeando al tiempo que guardaba su varita en otro de los numerosos pliegues de la falda.

<<Al menos no tiene lazos>>. Tampoco usaba peluca, pero supuso, en medio de una batalla, sería el hecho menos impactante. En cambio, que una dama inglesa apareciese a mitad del intercambio de cañonazos, en uno de los montes más altos –y casi seguro más fríos- de la India… Bueno, ya vería cómo explicarlo, de ser necesario.

Con eso en mente, dio un último vistazo a las criaturas alienígenas, a su traslúcido profesor y sus compañeras de bando antes de cruzar por el portal creado por la líder.

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Recorrer los pasillos sin posibilidad de hacer uso de la magia, empezaba a cansarme. Sin embargo, no quería utilizar más magia si no era necesario. Lo había sido por lo grave que eran esos encuentros imprevistos, pero podía buscar las cosas sin ayuda especial.

 

Abrí caja por caja de la primera estanteria, la cual tenía se dividía en tres partes, como todas las de esa hilera. Era curioso ver los objetos que se encontraban ahi, aunque de una de ellas salió un ratón negro, el cual estaba más espantado que yo.

 

-¡Ay!- Grite, soltando la caja con el ratón adentro, quien se me quedó viendo antes de irse.-Podría jurar que se estaba burlando.

 

Murmuré al decir esto, aunque nadie más estuviera ahi. Tenía que buscar la forma más rápida de encontrar ese disco metálico. Seguramente lo esconderían en el sitio donde se encontrarán más cosas, en la estantería más alta.

 

Pasee mi mirada por la sala, caminando hasta el fondo de la misma, donde vi una estanteria que tenía el doble de tamaño que los demás, lleno de cosas de diferentes formas y colores. Había una escalera cerca, por lo cual la arrastre hasta ahi y empecé a subirla. Abría unas cajas u objetos sin envoltura de vez en cuando, mismo que dejaba caer si no corrían peligro de romperse.

 

Por fin logre llegar a la cima, que estaba despejada curiosamente. Eran unas tres tablas en la parte alta, formando una especie de pasillo. Me di media vuelta y ahi estaba el objeto metálico. Me acerque a él mismo con cuidado, mareándome un poco al mirar hacia abajo.

 

-Por Merlín, tenía que mirar.- Murmuré.

 

Tomé el disco plateado, sabiendo que si lo lograba podría volver a casa, si encontraba el portal. No paso nada más, excepto que esa especie de torre formada por estantes y diversos objetos, empezó a derrumbarse.

 

Al parecer eso era una especie de señal, porque mientras caía, el disco actúo como un trasladador o mejor dicho, como los portales de las pruebas de habilidades las que te succionan y llevan de un mundo a otro de forma no muy agradable. Cuando abri los ojos, llevando como siempre mi varita en la mano derecha y el monedero de piel de moke, me encontraba en el salón.

 

-Aqui tiene.- Dije entregándoselos a los extraterrestres, uno de ellos lo tomo con uno de sus tentáculos.-¿Sabe, profesor? Todo esto me hizo desear investigar más del pasado de mi familia. Me vi a mi misma en el pasado, con el mismo nombre, como si fuera una estudiante más. A menos que estos seres nos hayan mandado antes, no creo posible esas coincidencias. ¿Usted si?

 

Recordé en ese momento que lo único que no tenía mi yo del pasado, eran los amuletos y anillos, asi como los anillos de las habilidades. Existía una gran posibilidad de que mi familia fuera mas antigua de lo que yo creía.

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Siendo Tauro líder del bando donde ella estaba, era imposible mirarla como una persona indefensa que necesitaba constantemente atención. La había visto matar con la facilidad de un pestañeo y había sido auxiliada por ella en ocasiones varias, además de que la superaba tanto en poder mágico como en los hechizos que poseían, pero aún así no pudo evitar lanzarle una mirada significativa. Con el paso del tiempo se había dado cuenta de que odiaba que las separaran, aunque fuera en lo más mínimo, para hacer ciertas misiones por su cuenta. No podía dejar de preocuparse y ella lo sabría, sólo por la expresión de su rostro.

 

No obstante, luego de que las personas que iban a usar su portal lo hicieran, la Atkins pasó el propio y se despidió de la tranquilidad de Londres, apareciendo nada más y nada menos que en Tierra Santa, envuelta en un manto que poco cubría del sol abrasador del medio día y rodeada por el sonido constante de las espadas sonando entre choque y choque, maldiciones en distintos idiomas y uno que otro alarido agonizante distinguible entre otros de último respiro. Además de un mal olor considerable, entre la sangre, la putrefacción y el aroma natural de los europeos de la época, el llanto de las madres desconsoladas y los gritos de los niños asustados.

 

Había aparecido en medio de un poblado pequeño que estaba siendo atacado y tuvo la mala suerte de aparecer vestida como los musulmanes de la época, razón por la que sería un objeto de odio por parte de los católicos en busca del dichoso Santo Grial. Ella por su parte, con los ojos despejados y lo demás tapado por un burka pesado, incómodo y nada sensual, empezó a esquivar los charquitos de sangre que se repartían por todo el empedrado. Por suerte, en aquella época los muggles aún no habían descubierto las bombas y no tenía que preocuparse porque algo le cayera del cielo, aunque los ingleses del otro lado estaban armando lo que parecía una catapulta y no tenía ganas de ver cómo funcionaban.

 

Avanzó pues, hacia un lado, con toda la tranquilidad de quien sabe que si se ve amenazada simplemente saca la varita y se hace cargo del asunto en un abrir y cerrar de ojos. Ignoraba si Keaton o los extraterrestres habían dicho que no podían matar a nadie, porque en realidad no había prestado atención, pero sostenía que su vida era más importante que cualquier cambio que pudiera producir en la historia y con eso era suficiente. Las sandalias en sus pies eran menos confortables que las que había llegado a usar alguna vez en la actualidad pero servían contra las irregularidades del camino y el burka, pesa a su incomodidad, parecía camuflajearla con las paredes de piedra de los habitantes del lugar.

 

—¡Alto ahí en nombre de Dios!

 

El grito había sido en perfecto inglés, tosco, rudo y tan cansado que de no ser por manejar el idioma, no le habría entendido. Dudana que si mostraba su rostro hiciera alguna diferencia y a decir verdad, viendo su armadura golpeada y la larga espada, pesada por la forma en que la sostenía, llena de sangre... sí, lo mejor era hacer algo contra él. El caballero iba montado en un caballo hermoso que también estaba lleno de sangre. Mucha no le pertenecía pero logró ver ciertos cortes que sin duda habían sido destinados a su portador y no a él, pero que por mala suerte habían cortado su dura piel y manchado su hermoso pelaje. El hombre pareció notar que no tenía intención de moverse y bajó, dispuesto a hacer quién sabe qué con ella.

 

Detritus —dijo ella con tranquilidad, justo antes de que el hombre quisiera tocarla.

 

La capa de bruma incolora la cubrió, cosa que el muggle no pudo prever, y cuando intentó arrebatarle el burka su mano sufrió un choque hacia atrás. Sorprendido, abrió la boca para decir algo, posiblemente para gritar que era una bruja (la única verdad que podía tener ese hombre en la cabeza) y ella simplemente sacó la varita entre los pliegues de la tela, apuntándolo.

 

Imperio —la maldición imperdonable soltó miles de hilos dorados entre ella y su nuevo títere, que abrió mucho los ojos pero no pudo hacer nada para defenderse—. Entonces, indomable caballero, espero no le moleste llevar a esta doncella en su bonito y magullado caballo.

 

Pensó un curación para el animal, que relinchó complacido cuando las heridas se cerraron y obligó al caballero, particularmente sudado y sucio, a que bajara la mano para ayudarse a subir al caballo. De un salto que ninguna chica común hubiera logrado realiar, se subió justo detrás de la silla de montar, manteniendo una distancia con el muggle hechizado y se bajó el burka. Notarían que era europea por sus facciones, ignorarían la ropa y posiblemente la dieran como una pobre mujer en apuros en medio de una guerra por una copa, dejando libre al hombre. Hizo las preguntas pertinentes, asintió cuando era necesario y lo obligó a llevarla a donde podría encontrar los objetos. Habían dos, pero empezaría por el único templo que aún no habían ido a investigar y luego iría a uno de los poblados que seguía resistiendo los ataques, retomando su traje barato de musulmana.

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Una vez los que tenían que cruzar el portal que ella había creado lo hicieron, dedicó una última mirada a su novia antes de verla desaparecer hacia su destino. La única que quedaba en la sala era Tauro, quién miró despectivamente a los extraterrestres prometiéndose recordarles por el resto de su existencia que una vez la supervivencia de su raza estuvo en manos de ellos; sería una deuda que jamás olvidarían. Los reparó una última vez pensando si en su ausencia jugarían con el profesor o si experimentarían con su cuerpo, esperaba que no, pues no quería encontrar a su regreso su cuerpo desmembrado, luego tendrían que limpiarlo. Giró la vista y finalmente se dejó absorber por la fuerza del portal.

 

Su destino era un tanto más pintoresco que el resto, lleno de arte y poesía, algo con lo que no estaba demasiado familiarizada. ¿Por qué de todos los lugares tuvieron que enviarla a ese? Habría preferido mil veces estar en las cruzadas, siendo partícipe de alguna batalla, pero no, allí estaba lidiando con algo a lo que no estaba acostumbrada, muy por el contrario de Leah o de Thomas, que parecían demasiado entusiasmados con el taller de Miguel Ángel. Pero allí estaba, en la esbelta Italia con toda su envidiable arquitectura, llena de modales, de clase, de excentricidades y de personas que estaban poco interesadas en el que pasaba a su lado caminando. Tauro no había aparecido precisamente en las calles, ella estaba directamente en el taller del pintor, escultor y arquitecto quién se encontraba en plena construcción de su escultura de David.

 

«Fantástico» en ese momento su Anillo de Salvaguarda contra oídos indiscretos se activó, de este modo podía caminar con la seguridad de que sus pasos no serían escuchados por el artista que parecía estar demasiado absorto en su trabajo, pero mejor era prevenir. Mientras estuvo allí Tauro se centró en buscar el objeto que debía llevar de vuelta al presente, eso evitando ser vista por cualquier, no estaba de humor para responder preguntas y mucho menos de explicar el por qué se encontraba allí. Ignorando al hombre, Tauro dio media vuelta para caminar en el sentido contrario, donde encontró varias pinturas en la pared que llamó especialmente su atención.

 

«Increíble» debía reconocerlo, tenía talento y no se necesitaba ser una experta en la materia para darse cuenta, pero ese repentino descuido le costó el que no se diera cuenta de que el pintor había estado aproximándose muy curioso a ella.

 

— ¿Quién es usted? —preguntó en un perfecto Italiano. Tauro conocía bastante el idioma, pero aun así no supo qué contestar.

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El clima era bastante cálido y seco; tanto así que Thomas no logró controlar sus ansias de beber, y decidió dar marcha firme a sus pies rumbo a una construcción arcaica que parecía ser un pozo. Mynerva aún no cruzaba el gran umbral del portal mágico abierto por Leah; lo que le dio tiempo de sujetar con valentía la soga con tal de pasar sus manos como medio de fijación al instante en que sus brazos empezaron a tirar la cuerda; logrando que, en un abrir y cerrar de ojos, apareciese frente a él un recipiente con agua. Hamunaptra se alzaba en gloria y majestad ante un curioso mago londinense que había acudido a aquellas míticas tierras en búsqueda de un legado espacial que un grupo de extraterrestres le solicitó trasladar para reconstruir su planeta luego de una temible guerra de galaxias que terminó por consumir su hogar. Es aquí, en esta custodiada ciudad, donde los egipcios realizaban el ritual para dar el último adiós a sus muertos; preparando vasijas sagradas de porcelana en donde depositaban los órganos vitales de estos, y posteriormente los momificaban. -¿Dónde estarás Weasley? No podemos esperar mucho. Es hora de comenzar con la investigación... son dos discos... le dejaré uno a Mynerva- sentenció en voz muy baja el Gryffindor, ingiriendo a continuación un buen sorbo de agua que mojó sus labios y revitalizó sus sentidos a la espera de la aventura. <<Según tengo entendido... Tutankamón fue un faraón muy joven que se comprometió con una bella doncella egipcia de nombre... Ankhsenamun... en los años próximos a la Dinastía XVIII. Ambos rendían culto a los dioses; en especial a... Anubis>> pensaba el pelirrojo; recordando algunas reseñas del todopoderoso chacal, dios de la muerte del antiguo Egipto, maestro de la necrópolis y patrón de los embalsamadores. La mirada perdida del inefable en el desierto, se admiró de variadas edificaciones de la época de oro, dentro de éstas las famosas pirámides que se levantaban con orgullo hacia lo más alto del firmamento. También se hallaban algunas figuras de esfinges, criaturas que no eran similares a las que Thomas conocía a través del mundo británico, debido al estilo arquitectónico ligado a la fisonomía del hombre que, claramente, los seres mágicos no poseían en su gran mayoría; exceptuando uno que otro.

 

La visión que le habían presentado los extraterrestres al veinteañero era nítida, por lo que no le quedaba más remedio que acudir en búsqueda de uno de los dos discos brillantes que estaban escondidos por algun rincón de dicho lugar sagrado. <<Iré por la estatua de Anubis... dejaré que Mynerva acuda a Ra>> optó el Granger, al mismo tiempo que desenvainaba su varita de pirul desde el cinturón de su traje egipcio y la sostenía tranquilamente en sus manos; debido a que no se vislumbraba ciudadano alguno por los alrededores del perímetro que sus ojos verdes captaban con suma cautela y discreción. Lo que más le llamaba la atención al legilimago, más allá de hacerse con el famoso disco metálico, era conocer los más profundos secretos de la magia egipcia. Tenía nociones básicas de la cultura religiosa de aquella civilización, y por lo mismo deseaba poder analizar detallada y minuciosamente los manuscritos del legendario "Libro Negro de los Muertos". Aquel tomo era un conjunto de recitaciones y varios sortilegios mágicos recogidos de diversos papiros, tumbas y sarcófagos de faraones trascendentales; cuyo fin era alcanzar un estado de "supervivencia" más allá de la misma muerte; algo que, hoy en día, podría ser considerado como los orígenes de la Nigromancia. <<Espero no hallar momias>> cavilaba el aspirante a vidente, mientras sus pasos se sumergían en las profundidades de una especie de catacumbas que le obligó a iluminar tenuemente el área con un "Lumos" que brotó desde el extremo distal de "Lion". En eso, un estruendo se sintió en todo el pasillo y, por arte de magia, una enorme roca le bloqueó la salida mientras decenas de antorchas se encendieron en todo el recoveco, incentivando al Gryffindor a cesar la invocación de luz que previamente conjuró. -Maldita sea... sabía que la opción de separarse nunca es buena- bufó con un dejo de nerviosismo; adentrándose aún más en la cueva que escondía las historias más reservadas de la magia egipcia. Y justamente el chico estaba at portas de arribar a un vasto salón, cuando sus orbes se abrieron como platos tras comprobar que habían tres figuras con máscaras de perro negro de Anubis (situación que le hizo memorar al Grim), impidiéndole el paso con armas a lo que parecía ser la zona más cercana a los pies de la escultura del dios de la muerte; estancia en donde estaba escondido uno de los discos junto a los misterios del Libro Negro de los Muertos. -Todo sea por salir luego de acá- manifestó con osadía, alzando su varita en contra de los tres sujetos, momias, inferi o estatuas que tenía frente a su persona; esperando que su compañera Weasley tuviese mejor fortuna del lado oeste a los pies del monumento de Ra.

Editado por Thomas E. Gryffindor
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