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Historia de la Magia


Keaton Ravenclaw
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Odiaba las cabalgatas. Se dio cuenta después de unos minutos, donde agradeció muy en el fondo no tener nada entre las piernas como el caballero, que posiblemente era la burla en el lecho matrimonial. Atravesaban el campo inglés, junto a los aliados y todos se quedaban mirando al hombre con curiosidad o, mejor dicho, a ella. Tenía el rostro ligeramente sudado por el sol pero seguía siendo la única limpia de todo aquél puñado de religiosos. El cabello rubio dorado ondeaba tras ella y se mantenía estable pese a que no se sostenía del muggle, que aparentemente era respetado entre los demás. Pidió a Merlín que nadie los detuviera para hacer preguntas insulsas.

 

El hechizado por su parte no hacía nada más que mirar al frente sin prestar demasiada atención a los que lo rodeaban, casi sin luchar por recuperar el control de su mente. Era débil en comparación a la bruja y estaba notablemente cansado, así que podría tomarse el control sobre su anatomía como un descanso para esta. Para ella poco menos que un monigote, alguien de quien se desharía tan pronto le sirviera de apoyo en la búsqueda y vaya que tenía ganas de hacerlo, apestaba como el demonio y estaba segura de que no tenían agua para ducharse por ahí.

 

Tenía la nuca hirviendo cuando el caballo por fin giró en una esquina, guiado por su dueño, revelando que un poco más allá estaba el templo. Las personas al ver el inglés empezaron a correr despavoridas y supo que tenía que caminar un buen tramo para no alertar a más muggles asustados. Dejó pues al hombre detrás de una roca, muy a lo auto estacionado y le ordenó no moverse, mientras ella iba y buscaba lo que debía encontrar para los extraterrestres en Londres. Avanzó con rapidez, poniendo bien el burka sobre su cabeza y llegó al templo después de al menos veinte minutos de cansada caminata, a donde se adentró imitando a las personas que iban pasando por ahí.

 

No se parecía a las mezquitas comunes, era mucho menos ostentosa y por mucho más fiel a la religión musulmana. Más que todo por el hecho de que en cada pequeño tramo había un árabe inclinado, rezando a su Dios por la partida de los católicos y el hallazgo del Santo Grial. Nadie le prestaba atención a ella, una mujer aparentemente desesperada, quien se movía en silencio buscando el disco metálico. Finalmente lo halló, sosteniendo unas velas como si fuera un plato cualquiera y sonrió, complacida. Tardó un poco en separarlas, limpiar el disco para quitarle los grandes pedazos de cera y medio pulirlo con la tela de su vestimenta, pero al final obtuvo algo decente. Lo metió dentro de los pliegues de su ropa y se fue, maldiciendo a todo el que se le atravesara de sólo pensar que tenía que caminar otra vez.

 

—Fue una mala idea dejarte al sol —dijo de forma despectiva cuando el caballero le tendió la mano otra vez, mareándola—. Llévame al otro templo, debería estar cerca.

 

Y así fue. Después de unos pocos minutos de cabalgata, llegaron finalmente al segundo templo. Este era más pequeño y estaba menos concurrido que el anterior, por lo que tardó menos en hallar el segundo disco. Ésta vez no tuvo que esconder al caballero, ya que el templo estaba tomado por los aliados del ejército inglés y lo recibieron bien. Entró como una civil europea, dejando caer la tela una vez más por sus hombros y revelando su rostro para que no le hicieran daño o la interrogaran; el disco estaba en una especie de pedestal, rodeado de ofrendas de algo que desconocía y tan alto que tuvo que usar la magia para obtenerlo. Al hacerlo, lanzó un Obliviate al caballero, que cayó rendido en el suelo con un golpe que si no lo mataba lo dejaría tonto y guardó la varita, oculta en las sombras.

 

Fulgura Nox.

 

Cuando cortó el aire por segunda vez, el portal se abrió con la rapidez en que los dedos llegaron abajo y cuando estuvo por completo ovalado, lo pasó sin pensarlo dos veces. Del otro lado, apareció con su vestimenta común, limpia y complacida de no tener que estar ni en el sol ni rodeada de mucha testosrona en condiciones como aquellas. Colocó ambos discos frente a Keaton y a los extraterrestres, viendo con cierta preocupación que Tauro aún no había regresado.

 

—Espero que con esto sea suficiente, no tengo ganas de regresar a un sitio así. ¿Te fue bien, cuñada? —le dio una palmadita a Lyra en la espalda, sin haber escuchado lo que dijo a los extraterrestres.

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El repentino encuentro con el propio Miguel Ángel era algo que no tenía previsto y antes de que hiciera de verdad un escándalo, la joven se apresuró a presentarse.

 

— Mi nombre es Taurogirl y estoy aquí porque me han enviado a observar su trabajo, para saber si es lo suficientemente bueno como dice y quizás llevar una muestra de este conmigo a mi país —claro, por supuesto que le preguntaría de donde era, aunque seguramente ya lo había adivinado al escuchar su acento, pero como no quería una conversación sobre sí misma que la llevaran a descubrir su propia mentira, no le dejó interrumpirla y por el contrario centró su atención de nuevo en el pintor.

 

— Sí, sé que puedo parecer joven, pero es cosa de familia. Lo que me interesa saber es qué hace ese objeto allí en la punta de... —¿cómo decirlo? Tauro se había percatado que se trataba del disco que había estado buscando y por alguna razón Miguel Ángel había decidido usarlo de sombrerito para el miembro de David. —Me refiero a eso —intentó señalarlo, pero se encontraba muy lejos y la situación sólo se estaba tornando cada vez más y más incómoda —Eso que está en el aparato reproductor de la escultura —dijo finalmente.

 

— Aaaah, eso —por ese instante el pintor se olvidó de todas sus preguntas — Pues apareció un día mientras lo esculpía y me pareció un buen detalle. Pero de nuevo, ¿quién es y cómo es que ha entrado? ¿Y esa vestimenta? —claro, se había olvidado de cambiarse y a esas alturas responder sus preguntas y desviar su atención se estaba haciendo imposible.

 

— No quiero seguir perdiendo el tiempo. ¡Accio disco! —la varita apareció en su mano y en cuestión de segundos el disco se hallaba en la izquierda — Quisiera quedarme a charlar y todo con usted, pero la verdad es que su obra me repugna, además eso ahí... —se miró con asco la mano aunque sabía que no había tocado uno de verdad —Lamentablemente no recordará nada de esto así que ¡Obliviate! —Miguel Ángel cayó presa de un breve momento de confusión en donde olvidaría todo lo acontecido durante los últimos cinco minutos, incluso el hecho de que el disco había estado allí alguna vez, por lo que tal como en el presente, la escultura seguiría conociéndose de la misma manera. ¿Quién lo iba a decir? Era en parte gracias a Tauro que eso estaba allí expuesto. Sin perder más tiempo ubicó de nuevo el portal que la llevaría de regreso a la clase, lo encontró y una vez más se dejó absorber por su fuerza.

 

Tauro llegó justo a tiempo para escuchar las preguntas de su hermana sobre su aventura, lo que confirmó que ambas pensaban igual. Lo que una vez hicieron en el pasado sí que tenía incidencia en el presente pese a que hubiesen dicho que no, sólo que las consecuencias podrían no ''modificar'' nada (pero si ayudando a que las cosas se mantuvieran iguales) o tener resultados catastróficos.

 

— Hola Lyra, ¿eres la primera? Acabo de descubrir que ayudé a crear una obra —dijo lanzando el disco sobre la mesa, —Yo me quedaré aquí hasta que todos hayan regresado — pero entonces la vio y sin importarle nada, corrió hacia ella para abrazarla fuertemente y darle un beso — Odio con toda mi alma cuando nos separan —dijo mirándola a los ojos, entrelazando su mano inmediatamente.

Editado por Taurogirl Crouchs

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La sensación era muy diferente de usar un traslador o aparecer: instantáneo, sin mareos, paisajes borrosos o el incómodo tirón desde el ombligo; era tan simple como dar un paso dentro de otra habitación, solo que, al dar un vistazo a su alrededor, ya no quedaba pista alguna del portal que le había llevado hasta ahí, donde, sin testigos de su extraordinaria llegada a la vista, bien podría decirse que tenía horas en el lugar. O tanto como podría aguantar una persona en medio de aquel punzante frío tan propio de las alturas.

<<Al menos el exceso de tela servirá para algo>>. Pensó mientras volvía a repasar el paisaje que le rodeada: montañas alfombradas por tupidas hierbas que parecían brillar en el vívido color verde esmeralda que coloreaba todo cuanto su vista alcanzaba, sin árboles altos ni otros obstáculos que pudiesen limitar su visión más que una ligera niebla, insuficiente para ocultar el templo en un pequeño valle poco más abajo.

No había signos de lucha activa, así que supuso que estarían en alguna especie de descanso, eso explicaría por qué su llegada había pasado desapercibida tan fácilmente; de hecho, gracias a eso las cosas resultarían mucho más sencillas. Conocía la ubicación exacta del disco, gracias a la visión brindada por los alienígenas, bastaría con aparecer justo allí. Eso creyó por lo que probablemente solo serían un par de segundos, hasta que una voz desconocida interrumpió sus pensamientos.

—Un ángel…

No estaba segura de cómo funcionaría el amuleto que había tomado, pero aquel hombre se escuchaba muy inglés. Con su distintivo uniforme militar -posiblemente que inglés, pero bien podría ser francés, español o de cualquier otro país que estuviese luchando a favor del cristianismo. Nunca entendería el empeño de los muggles por usar uniformes a la hora de luchar-, su cabello, un tanto largo, amarrado en una cola y un par de ojos grises que le miraban como si de una montaña de galeones se tratase, no aparentaba ser un militar de alto rango, sino… No tenía claro la jerga utilizada en aquella clase de ejércitos, pero ella lo definiría como “el chico de los mandados” saliendo de su escondite.

—Yo… —Normalmente las mentiras podían fluir en ella con toda naturalidad, sin embargo, se encontraba un tanto confundida intentando ubicar semejante termino en el contexto cristiano. ¿No eran una especie de veelas? ¿Musas? ¿Qué se supone que debería hacer? Debió haber tomado Estudios Muggles antes de considerar estudiar Historia.

—Apareció entre neblina plateada, yo la vi. Debe ser la señal que esperaba el General, él no quiere seguir con esta batalla; dice que no hay nada de valor en el templo, nada que valga la vida de esas personas, nada que nuestro Padre justifique. Pero su Majestad sigue insistiendo en que es nuestro deber acabar con ellos, que es sacrílego permitir que continúen con su pseudo religión no-teísta, debemos apoyar la expansión del cristianismo… Aun así, muere tanta gente en el proceso. Usted debe saberlo, la mensajera enviada desde los cielos, seguiremos con convicción el camino que nos indique.

Su voz, su expresión… Estaba desesperado. Lucía como si estuviese dispuesto a creer cualquier cosa que la Macnair dijese, a seguir cualquiera de sus órdenes por más absurdas que fuesen. Podría matarlo, no habría testigos de su visita y podría terminar rápidamente con su misión, sin embargo, la adoración reflejada en su voz… Era eso lo que quería. Más que matar muggles, quería que los viesen como seres superiores, que viviesen para adorarlos, y allí estaba aquel soldado haciéndolo voluntariamente. Quizás había sido así, gracias a algún mago astuto, como se creasen las religiones.

—Sí, eso soy —aunque dudaba mucho que eso que llamaba “ángel” usase vestimenta inglesa, optó por seguirle la corriente—. Pero antes de dejarle escuchar las respuestas que necesita, ha algo dentro del templo que tengo que recuperar.

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Al parecer había sido la primera en regesar, lo que me dio cierta sastifacción, aunque por un momento me hubiera gustado regresar para avisarles a los fundadores que Salazar ya había creado la cámara secreta y que dentro estaba un basilisco.

 

Dudaba que Myrtle fuera diferente si en un futuro siguiera viva, además, ¿dónde viviría el pobre basilisco? A lo mejor lo que hubiera estado bien sería avisarle a Salazar que su basilisco tendría problemas varios siglos después, gracias a Harry Potter, matar a una inocente criatura como esa, aunque si fuera una acromántula ahi no me molestaría.

 

Sentí la palmada en la espalda y la pregunta de Leah, asi que asentí.

 

-Si, me fue bastante bien, ¿y a ti? Aunque tenía la tentación de cambiar algunas cosas, pero me resisti.- Comenté, cuando llego Tauro.-Bien, hermanita. ¿A crear una gran obra? No sabía que tuvieras habilidad para el dibujo.

 

Sonrei al decir esto, pero antes de que me pudiera preguntarle más cosas, Tauro se puso a platicar con Leah. Suspiré, no era la primera vez que mi hermanita hacia eso y eso me provocaban ganas de arañar y morder un poco a mi cuñada por que mi hermana me hacia poner celosa, pero no porque mi cuñada ya no me caia bien.

 

-No importa, ya me enteraré.- Dije sentándome en mi lugar.

 

Aunque lo cierto es que era verdad, que a lo mejor en un futuro podría usar el portal para ir al pasado y ver que estuvo haciendo Tauro con esa pintura.

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Prontamente Leah y Tauro hicieron los portales, los estudiantes de Keaton empezaron a cruzarlos para llegar a sus destinos. El Ravenclaw entonces agitó sus manos y encima de su cabeza aparecieron unos hologramas que dejaban ver la acción de cada uno de los chicos en sus tareas. La única que no había cruzado había sido Mynerva, y era una lástima, porque ella ya no podría aprobar, no le daría tiempo de realizar las búsqueda, Thomas debería traer ambos objetos. Los dos extraterrestres que tenía de lado parecían ver las acciones de los estudiantes con mayor preocupación que interés, y Keaton lo entendía.

 

La primera en llegar a su destino había sido Katara. El Ravenclaw vio con cierta gracia cómo se topaba con Slytherin y éste la descubría en su misión, lo genial de todo es que su estatus de sangre le ayudó a que Salazar le diera la pista del séptimo piso. Cuando Katara siguió avanzando, vio con desagrado que utilizaba magia, pero estaba más que seguro que no sería la única de sus estudiantes en romper la regla. Para cuando la Selwyn se topó con los otros tres fundadores hablando entre ellos, Keaton no pudo sentir un poco de nostalgia al ver a su abuela Rowena allí. Una de la razones por las que anhelaba poder contar con las enseñanzas del Libro del Druida, era precisamente para poder viajar al pasado y convivir, aunque fuera de lejos, con su familia de nueva cuenta.

 

El vampiro se centró de nuevo en la misión de Lyra, la cual dio un giro inesperado cuando se topó con su yo del pasado. Keaton entonces se puso tenso, era inminente que la Selwyn saliera de allí lo más pronto posible, sin embargo, por segunda vez, la mujer había acudido a la magia. El vampiro bufó. Giró entonces su mirada al holograma que mostraba la aventura de Leah. La Ivashkov había realizado maldiciones imperdonables y hechizos de magia oscura. Aquello alertó al Ravenclaw, pues ahora entendía la reticencia entre ella y Thomas, una mortífaga y un fenixiano.

 

Por instinto, el ojiverde volteó a ver el holograma de Tauro. Lo mismo, había empleado maldiciones imperdonables y magia oscura. El Ravenclaw se preocupó aún más, no quería que en su clase hubiera algún tipo de riña y mucho menos algún muerto. Sin embargo se tranquilizó, pues el vampiro en parte se veía a sí mismo en uno de los bandos, y entendía aquellas reticencias, pero bo quería verlas en su clase, loa directores podrían enfadarse si lo permitía.

 

El vampiro entonces siguió las aventura le Lyra, la cual ya había logrado hacerse del disco y estaba de vuelta al salón de clase; a los pocos minutos, Leah y Tauro también lo habían conseguido y ya iban de regreso al Ateneo de Conocimientos. Ya solo faltaban Joa y Thomas para finalizar aquella situación y ver marchar a los exteaterrestres, aunque Keaton no dejaba de pensar que no se trataba precisamente de eso, pero ya daría con la respuesta, pues ya Lyra, Leah y Tauro estaban en el salón de clases nuevamente. Los hologramas pertenecientes a ellas tres, desaparecieron.

 

--Bienvenidas de vueltas. Me encantó la manera en la que cada una logró hacerse con el disco, aunque desobedecieron por completo mi indicación de no usar magia. Entiendan que no se les dice ésto por solo molestarlas, sino que en verdad deben entender que al viajar al pasado guiadas por los saberes del Libro del Druida, están comprometiéndose con una fuerza más allá del bien y del mal. No deben optar por el egoísmo, es el peor de los errores. Muchas veces podrán estar a punto de morir en una de sus incursiones al pasado, pero si salvarse afecta a algún suceso importante, entonces su muerte es el pago que deberán costear por ese viaje. Es mejor solo contemplar el pasado siendo uno más de los habitantes --Explicó el Ravenclaw no como regaño, sino como un recordatorio.

 

Keaton había dejado de prestar atención a los extraterrestres, la verdad es que lo único que estos habían logrado una dinámica interactiva y divertida para los estudiantes del vampiro pese a sus discordancias. La aventuras de Joa parecía haberse estancado un poco mientras que la de Thomas se veía prometedora pero un poco lenta. El pelinegro suspiró, debían darse prisa, la clase pronto llegaría a su fin así como el tiempo que los extraterrestres habían puesto indirectamente.

 

--Thomas, deberás traer los dos objetos, Mynerva no cruzó el portal --Dijo Keaton en su mente pero el Gryffindor recibiría el mensaje gracias a la conexión que se había creado gracias a la magia de la Universidad.

 

En ese momento se escuchó un estruendo proveniente de detrás de la proyección astral de Keaton, de Tauro, Leah y Lyra. Los los dos ententaculadas yacían tirados en el piso, como desmayados, al momentos los artilugios que estaban dentro del cuerpo del profesor dejaron de surtir efecto y pudo recuperar la conciencia. La proyección astral desapareció y el cuerpo del que había salido se erigió.

 

-¿Y ahora, a estos qué les pasó? --Dijo Keaton mientras se quitaba con rapidez los objetos en su cuerpo.

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-¿No hay otra manera más civilizada y ortodoxa para solucionar nuestras diferencias?- expresó el pelirrojo a las tres criaturas de la guardia imperial de Anubis aferrándose a su colgante de "llave de sol"; los cuales emitieron un sonido aterrador desde sus hocicos de chacales azabaches, en el mismo santiamén que apuntaron con sus armas afiladas en contra del Gryffindor. Elros, por su parte, no descuidaba su integridad; señalando con su varita a cada una de las extrañas presencias que le bloqueaban el paso hacia la estancia bajo los pies del dios de la muerte egipcio. Con el Anillo Detector de Enemigos vibrando impaciente en uno de sus dedos; el ojiverde alzó sin temor a "Lion" optando por invocar las "Flechas de Fuego", brotando así una andada de filamentos llameantes que salieron disparados hacia los cuerpos de las criaturas, incendiando su piel opaca y causándoles heridas sangrantes que les hicieron retroceder en el mismísimo acto. Pero cuando el camino estaba libre hacia el cuarto secreto; una pared de concreto bajó desde la abertura superior del umbral y terminó por cerrar la única entrada que estaba a disposición del fenixiano. -No puede ser posible- bufó mientras fruncía el ceño, al mismo tiempo que su mirada esmeralda obeservaba los cortes flameantes que acongojaban a los canes bípedos que comenzaban a caer tumbados al piso ante la sensación dolorosa que nublaba sus sentidos. Sin pensarlo dos veces, Thomas recurrió al "Salvaguarda Mágica" y atravesó la muralla luego de una leve carrera con los ojos cerrados para no atormentarse mentalmente con la ínfima posibilidad de estrellarse contra la roca si algo no salía del todo bien; pero aquello no ocurrió. En cosa de segundos, se vio dentro de la habitación frente a un cofre negro que destellaba un brillo singular de tonalidades plateadas; por lo que rápidamente avanzó en dicha dirección y, sin tapujos, lo abrió de golpe utilizando un hechizo que le permitiese no hacer contacto directo con el baúl; pues las maldiciones de momias egipcias eran muy conocidas por todo el mundo, tanto mágico como muggle. -¡El disco!- manifestó con una sonrisa llena de satisfacción; cogiendo entre sus manos el objeto solicitado por los extraterrestres, pero su atención se centró inmediatamente en el ejemplar que estaba al fondo del tesoro escondido. Ahí yacía indemne su real interés en la magia egipcia de antaño, "El Libro Negro de los Muertos", con el cual podría llegar a conocer los misterios de la Nigromancia actual, sin tener la habilidad que el Arcano inculcaba en la Universidad en tierras británicas. La tentación era indudable, pero las indicaciones por parte del profesor Ravenclaw también lo eran; no debía provocar cambios significativos en el pasado, y robar aquel tomo para sus ambiciones personales era una fuente de problemas seguros.


-¡Al diablo!- gruñó entredientes, cerrando el cofre con el libro en su interior en el instante preciso que el docente le transmitió un mensaje telepático que le dejó atónito. <<No puedo tener más mala suerte... Mynerva no atravesó el portal... ¡Demonios! Tendré que ir por el segundo disco>> caviló para sus adentros, maldiciendo a la Weasley por dejarle en solitario en medio del desierto. Ya con el disco plateado en su poder; el Granger giró su visión junto con su cuerpo hacia donde estaba la salida de aquella catacumbas y, posteriormente, volvió a dar paso a lo intangible y decidió cruzar a velocidad la muralla que lo separaba de su libertad. Y así fue; el mago logró salir de la escultura de Anubis victorioso, pero a las afueras de la estructura lo esperaba algo que le dejó con los orbes completamente desorbitados. No eran tres, ni cuatro, mucho menos diez; sino un ejército de guerreros con hachas, lanzas y guadañas, a la siga del desafortunado initié. -Ya no basta con venir hasta acá para recuperar una basura espacial... Ahora tendré que morir por culpa de estos ententaculados malnacidos- dijo el veinteañero divisando a lo lejos la estatua de Ra, debido a que una tropa gigantesca de perros sedientos de sangre y venganza se interponía entre él y su segundo objetivo. Con el Amuleto de la Resurrección sujeto en su zurda, y su varita de pirul en la diestra; Thomas miró por última vez el panorama que le aguardaba y, sin dejar que el pavor lo dominase, se mentalizó en que debía de cumplir su misión a cabalidad antes que el tiempo se le agotase y los alienígenas tomaran como fallido su intento por ayudarles a reconstruir su planeta... <<Me las pagarás Mynerva>> sentenció.


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Editado por Thomas E. Gryffindor
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Como sospechaba el soldado ni siquiera hizo el intento de debatir la necesidad de la Macnair de infiltrarse en el templo; si bien parecía curioso de las razones, no dijo ni una palabra mientras la escoltaba colina abajo hasta el refugio de los budistas, quienes parecían desconocer cuán estudiados estaban –ellos y sus instalaciones-, pues fue guiada a una entrada aparentemente descuidada, sin oposición alguna, al tiempo que el sol dejaba de brindarles iluminación.

—Es mi trabajo vigilarlos —explicó el hombre, tendiéndole la mano para ayudarla a subir el par de escalones que les separaban de la maltratada puerta de madera—. Cuando cae la noche se confinan en las áreas centrales del templo. Este, por lo que he observado, es un depósito, no deberíamos tener que cruzarnos con alguno de ellos.

—Lo dudo —replicó la joven, usando discretamente su varita para cambiar su pesado atuendo inglés del siglo XVIII por un ligero y suelto vestido blanco de gasa, cansada de necesitar ayuda incluso para subir un insignificante par de escalones, ¿cómo podría correr de ser necesario? Aquello, aún inadecuado para semejante actividad, al menos no le ralentizaría a causa de su peso y le permitiría la libertad de movimiento que consideraba necesaria para llegar a la especie de altar donde, según lo que recordaba de la visión brindada por los seres extraterrestres, se encontraba el disco por el que había realizado aquel viaje.

Además, la expresión del muggle ante su nueva vestimenta, dejaba claro que también cumplía con eso de verse “angelical”.

—El cielo…

La chica, sin dejarlo terminar su frase, solo sonrió y sin dudar se adentró a la estancia a la que daba paso la puerta, imaginando cuál sería su reacción de saber que ella era exactamente todo lo contrario a lo que esperaba. Para ella, su raza era solo una característica heredada de su padre, una que muy pocas veces dejaba influir en su forma de ser, algo muy distinto a lo que, suponía, pensaría cualquier montón de muggles religiosos.

Aun así, no era momento de dejar que su mente divagara en las posibilidades, su deber era encontrar el artefacto y regresar a la universidad tan pronto como fuese posible y eso haría.

Quizás debió dejar que su guía caminase al frente, con su mosquete con bayoneta cargado, sin embargo era ella quien iba delante, caminando en los oscuros pasillos con paso ligero pero apresurado, el soldado, a pesar del entrenamiento que debía tener, solo intentando igualar el sigilo de la bruja. Sin embargo, de un momento a otro, dejó de ser necesario, dado el sonido de trompetas que hacían eco entre las colinas que rodeaban la edificación.

—Esta noche debía vigilar mientras decidían si continuar o no con el ataque. Han decidido sin saber que un mensaje nos ha sido enviado —explicó el caballero ante la mirada interrogativa de la pelinegra. Por primera vez lucía indeciso, su rostro tan fácil de leer a pesar de la escasa iluminación: ¿debía unirse a la batalla junto a su bando o cuidar a quien pensaba era un ángel celestial?

—Ve —le molestaba ver que dudara, si no se iba lejos iba a terminar matándolo.

Murmuró un par de cosas más, a lo que ella solo respondió con un asentimiento antes que se marchara y el valle comenzara a llenarse del olor a pólvora y el estallido de cañones tan característico de las batallas muggles. Eso debía ser suficiente para que los habitantes de aquel templo abandonasen sus actividades habituales en el centro de éste y saliesen a defenderlo, dejando libre su camino.

Apareció en una extensa habitación, iluminada gracias a los cientos de velas que debía haber, con un enorme buda dorado en el centro sosteniendo el disco en sus manos descansadas sobre su regazo, frente a éste, un único hombre aciano envuelto en telas color vino, parecía haber estado orando antes de la interrupción de la joven.

—¿Qué es eso? —Preguntó entre alarmado e indignado. El amuleto debía estar haciendo su trabajo pues, aunque lo entendía las palabras que llegaban a sus oídos, la forma en la que se movían sus labios era muy diferente a lo que podría decir era inglés, ¿hindú? —. ¿Acaso ahora tienen mujeres en su ejército?

—No —contestó con calma, acercándose a la gran estatua—. No tienen mujeres en su ejército, yo soy un ángel —sonrió y tomó el disco, intentando hacerse una idea de cómo se suponía que regresaría, sin embargo, al tocar el metal con símbolos extraños tallados en él, regresó al aula de la misma forma en la que había llegado al principio.

En un pestañeo estaba de vuelta al salón en la universidad, junto a sus compañeras y Keaton, el profesor, de pie en su cuerpo y no como una extraña proyección.

—¿Qué les pasó? No le habrás hecho algo al calamar del Lago Negro, ¿no? —Dijo a Lyra medio en broma al notar el par de moluscos desmayados en el lugar, dejándola sin saber a quién darle el disco metálico—. Debe haber sido su padre o algo por el estilo.

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<<Odio tener que romper las reglas... pero será por un bien común>> pensó el Gryffindor mientras alzaba su varita en contra del ejército de Anubis, pero en el momento preciso en que estaba dispuesto a lanzar un hechizo; se oyó un sonido extraño que indujo a las bestias caninas a separarse en dos hileras, dejando un camino central entre ambas conglomeraciones armadas. Desde lo más interno del monumento de Ra, emergió un sujeto cubierto de oro y túnicas que resplandecían con el sol desértico, denotando el poder y la influencia que el tipo de neme bordado en tonalidades azules e incrustaciones de piedras preciosas tenía. -Yo soy la estrella de la mañana y de la noche. Intento levantar un imperio desde los tiempos de Ramsés... y vuestro único pensamiento consiste en divertirte destruyéndolo- expresó Tutankamón, custodiado por dos sacerdotes con vasijas de porcelana. -Majestad... yo...- fue lo que alcanzó a balbucear el pelirrojo, pues fue interrumpido precozmente por la autoridad egipcia. -¡Silencio! Faraón habla... Has venido con intenciones de acabar con mi Dinastía. Destruíste el templo de Anubis, asesinaste a mis hombres, y robas... eso... eso que tienes en tus manos- manifestó, señalando con su diestra el disco plateado que Thomas sujetaba con firmeza bajo su brazo. -¡Acábenlo!- ordenó el egipcio, incentivando a decenas de criaturas que vociferaron un canto de muerte que dejó sordo al fenixiano. -Espera... Tutankamón. Yo soy...- empezó diciendo el legilimago mientras aprovechaba el centro de atención de todos con tal de convertir, a la distancia, uno de los recipientes de los sacerdotes en un halcón morpheado que, rápidamente, acudió a su llamado posándose sobre uno de sus hombros. -Yo soy Horus... el padre celestial que dio paso a tu civilización. He venido a tu encuentro para hacer la voluntad que, junto con Osiris e Isis, nos planteamos para Egipto. Debes dejarme el camino libre al templo de Ra... si no lo haces, Tutankamón... Arrojaremos sobre ti y tu pueblo... Las plagas- argumentó el chico inefable, distorsionando su hablar al fruncir el ceño con ambiciones de superioridad frente al faraón. -Por siglos he custodiado la barca de Ra como creador del sol... Sí, Tutankamón... la misma estrella de la mañana que tú dices ser en tu discurso como soberano de la corona egipcia... Y te lo demostraré... "Lumos Solem"- invocó el ojiverde con "Lion" direccionada hacia el cielo de Hamunaptra, conjurando una fuente lumínica inusual que dejó perplejos a quienes empezaron a efectuar una venia, por inercia, entorno al osado y valiente viajero del tiempo; el cual no perdió su tiempo y pasó fugazmente entremedio de la guardia de Anubis y se introdujo en la cueva a los pies de la escultura de Ra. <<Vamos Elros... debemos salir de aquí cuanto antes o morirás>> cavilaba nervioso el hechicero.


Al llegar a la cámara oculta, el Gryffindor observó con determinación el cofre dorado que emanaba destellos del mismo color desde aquello que escondía en su interior; y sin miedos lo abrió de golpe, hallando el disco de metal que Mynerva debió recoger. Al fondo del tesoro, se encontraba otro tomo; pero éste poseía una inscripción que el inefable pudo identificar como: Libro del Amduat. <<Vaya... más misterios>> resolvió mentalmente, al mismo tiempo que tomaba el objeto extraterrestre y lo apegaba contra su pecho como si éste fuese una reliquia. -Ahora... ¿qué es lo que debo hacer? Ya tengo los dos artefactos... Debo marcharme al encuentro de mis compañeros. Me tienen que estar esperando en el aula con los alienígenas y sus tentáculos asquerosos- susurró al halcón que continuaba a su lado, esperando hallar la respuesta antes que los chacales viniesen por su cabeza. Y precisamente en el segundo que sus pies se giraron para buscar una salida alternativa, una cuerda gruesa le cayó desde superior y le amarró a la cintura (al más puro estilo del viejo oeste) como si fuese un animal; y posteriormente le jaló con suma potencia hacia una brecha témporo-espacial que se había abierto a su espalda, absorbiéndolo por completo desde dicho sitio que estuvo at portas de convertirse en su tumba. Tras abrir sus orbes esmeraldas, el initié se percató de que su organismo estaba tirado en el piso de la sala de clases de Historia de la Magia, y junto a él se erguían el docente y sus compañeras, a la intriga de que sus párpados se despegasen. -Ehhh... perdonen mi falta de educación al estar en el suelo como un ebrio cualquiera en las dependencias del Caldero Chorreante, pero... creo que logré cumplir con la misión que me encomendaron- pronunció el veinteañero, al mismo tiempo que se ponía de pie y depositaba los dos discos metálicos (uno plata y el otro dorado) sobre una mesa junto a los extraterrestres. -Tengo una única pregunta profesor Ravenclaw... ¿Quién me sacó de la catacumbas de Ra?- consultó el patriarca Granger a su mentor; mientras sus pasos recorrían (con mayor tranquilidad) el despacho, corroborando que Keaton ya no era un simple holograma.

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El vampiro había dejado de centrar toda su atención en la recuperación de los discos de Joa y Thomas, porque estaba bastante preocupado por los extraterrestres desmayados, y no era porque le cayeran bien, sino porque al no ser de aquel planeta, no sabía si sus cuerpos quedaran igual que los cuerpos de la tierra que solo permanecían inmóviles, ¿que tal y explotaban o tiraban ácidos o volvían como zombies? En definitiva el Ravenclaw debía dejar de ver cine muggle.

 

--¿Y ahora qué? --Inquirió Keaton en pos de sus alumnos, pero ellos parecían igual de impactados que él.

 

En ese momento Joa regresó del pasado con el disco que le había tocado recuperar. Parecía que le había ido bien aunqie no se notaba muy contenta. Keaton se comenzó a preocupar por Thomas, él había salido antes de Joa y no entendía como podía demorar tanto, aunque lo entendió pues lo había mandado a recuperar dos discos. El pelinegro miró el holograma que dejaba ver la aventura del Gryffindor. El chico ya tenía en su poder los dos discos, así que haciendo uso de los poderes que la Universidad le brindaba a los profesores y teniendo ya su cuerpo, abrió un portal y lo sacó de allí.

 

--Lo he traído yo, señor, Gryffindor --Explicó el Ravenclaw pero algo distrajo su atención.

 

Al estar juntos los sietes discos que los extraterrestres habían solicitado reunir, éstos comenzaron a brillar y se elevaron sobre las cabezas de todos los allí y presentes y se posicionaron alrededor de los ententaculados haciendo un círculo perfecto. Los discos comenzaron a girar tan rápidamente que pronto dejaron de distinguirse y solo se veía una línea que pronto comenzó a distorsionar el aire. Los dos extraterrestres volvieron en si y se levantaron de nuevo.

 

--Les debemos mucho, estuvimos a punto de morir. Gracias a ustedes nuestra raza podrá revivir y podremos seguir defendiendo la Vía Láctea, porque señores y señoras, somos los encargados de protegerlos. Tenemos más compañeros nuestros en estos momentos saliendo de Saturno, Júpiter y Marte, que son planetas que también tienen seres vivos, recuperando más discos --Habló uno de ellos.

 

--Mantendrán los recuerdos de estas misiones, pero al cabo de unas semanas todos pensarán que fue un sueño, y al tratar de hablar de esto entre ustedes o con cualquier otra persona, se les olvidará qué iban a decir y hablarán de otra cosa. El único que podrá recordar todo tal cual será Keaton y solo por si necesitamos algo de ustedes. Para el resto solo tendrán por cierto que vinieron a su clase de Historia de la Magia y que viajaron al pasado para aprender de él --Añadió el segundo ententaculado.

 

--¡Pero eso es completamente injusto! --Reaccionó el profesor.

 

--Injusto pero necesario, Keaton. Ha llegado la hora de irnos. Mil gracias por todo y esperamos no tener que vernos de nuevo --Dijo el primero, y tras decirlo, desaparecieron en un haz de luz.

 

-Pues vaya, que final tan inesperado. Supongo que llegamos al final de la nuestra clase. Espero hallan aprendido algo del pasado y comiencen a entender que la Historia de la Magia sirve para algo más que solo guardar conocimiento. Leah, Tauro, Thomas, Joa y Lyra, felicidades, aprobaron el conocimiento --Dijo el vampiro aún con la sorpresa en el rostro.

 

Aquella sin duda había sido una clase fuera de la común, y estaba seguro que se quedaría para siempre en sus recuerdos, lo malo era que no lo podría saber. Keaton de menos se sentía bien de saber que había alguien allá afuera que volaban por los intereses de los terrícolas y que había vida en Marte, Saturno y Júpiter. El vampiro agitó su varita y la puerta de salida del Aula de Historia de la Magia se abrió para que los estudiantes salieran.

 

La aventura del mes de junio había llegado a su fin.

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