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Prueba de Nigromancia #4


Báleyr
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El manto de la noche había caído ya sobre la Universidad cuando los estudiantes, sus dos discípulos más recientes, debían acercarse a la isla de la Gran Pirámide para tomar la prueba de la habilidad. Ambos grandes magos, poderosos y también curiosos habían demostrado ser lo suficientemente fuertes para enfrentar los retos que él y la Gran Pirámide les pusieran. A pesar de que sus exigencias y de lo perfeccionista que era, Báleyr deseaba que ambos tuvieran éxito, pues eso también demostraría el propio.

 

Cuando ambos hubieran estado a las orillas del lago que rodeaba la isla de la Pirámide, su voz resonaría como si se encontrara parado allí, más él esperaría paciente por ellos en el lugar donde se desarrollaría la etapa final. Su bastón se apoyaba en el suelo en su lado derecho, justo donde la cabeza de la serpiente mordía su propia cola, en la sala circular el Portal de las Siete Puertas.

 

—Frente a ustedes—diría la voz aumentada del Arcano,—se encuentra el lago y, más allá, un laberinto lleno de vegetación que deben cruzar para llegar a la Gran Pirámide. Para poder hacerlo, deben primero cruzar el portal entre mundos que estará abierto frente a ustedes, cada uno por su lado. Deberán encontrar allí el camino hasta la isla, teniendo principal cuidado de las almas con las que se encontrarán. Intentarán convencerlos de regresar, de llevarlos con ellos, hasta incluso de quedarse allí, pero deben ser fuertes y proseguir en su labor—.

 

—Una vez que lleguen a la isla, se encontrarán con que la entrada al laberinto se encuentra sellada por un enorme seto y, para poder acceder a él, deberán convencer al alma que lo custodia de volver a donde pertenece—la voz hizo una pausa, mientras esperaba a que sus aprendices memorizaran los que les estaba diciendo.—.Una vez dentro del laberinto, encontrarán un cuerpo que deberán curar con el mayor de los cuidados, para que el alma que custodia el lugar pueda regresar a ella. Deberán hacer el ritual correspondiente.—

 

Sabía que hasta el momento, no era más que hacer lo que ellos habían estudiado en su clase.

 

—El último obstáculo lo encontrarán en la entrada de la Gran Pirámide. Lo que se encuentren allí no será más que una muestra de aquello en lo que puedan llegar a convertirse si hacen un uso abusivo de su poder. ¿Están listos para perder algo de sí mismos en su camino hacia conseguir algo más?—la pregunta flotó en el aire y desapareció con la niebla que se había levantado sobre la Universidad.

 

Báleyr los estaría observando desde la Gran Pirámide e intervendría en caso de que fuera necesario, aunque sospechaba que ellos podrían con todo eso. Miró los dos anillos que esperaban sobre un pedestal de piedra para ser colocados en los dedos de Rexdemort y Macnair y aguardó, paciente, a que ambos comenzaran.

Editado por Báleyr
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El llamado para hacer la prueba de Nigromancia había llegado a mí temprano aquel día, citándome a la noche en la isla de la Gran Pirámide. Ya había estado allí una vez, cuando hiciera la prueba de Metamorfomagia, pero en aquella ocasión había sido de día y el lugar no me parecía tan aterrador como lo estaba siendo esa noche, con la niebla acentuándose en el borde del lago y envolviendo todo como una enorme manta que impedía ver más allá. La parte superior de la Pirámide se distinguía a duras penas y sabía que era allí a dónde debía ir.

 

La voz de ultratumba del Arcano me sobresaltó y fue cuando noté que había alguien más conmigo allí, esperando para hacer la prueba. Se trataba de Axel Rexdemort, aunque nos habíamos visto quizá una o dos veces y nunca habíamos intercambiado palabras. Era normal que la mayor parte de los habitantes de Ottery, sobre todo los de renombre, se conocieran entre sí. No tenía idea de si yo le resultaría familia pero tampoco era algo que me importara, porque ahora mis nervios se estaban poniendo de punta con la inminente escena que comenzaba a desarrollarse frente a mi.

 

Había escogido un sencillo vestido ajustado al cuerpo, de época, en tonos verdes y negros. La pedrería era mínima y puramente decorativa, con largas mangas acampanadas y una falda que se abría a la altura de las rodillas y caía ligera hacia el suelo. La idea era moverme con facilidad pero sin perder el estilo, algo que había dejado de hacer debido a las batallas a las que muchas veces asistía. Casi siempre, mi atuendo consistía en pantalones y una blusa, pero sabía que debía verme más como una bruja de alta alcurnia y menos como una muggle simple. Así pues, sosteniendo a Shember en mi zurda, seguí las instrucciones del Arcano.

 

Distinguí el portal del que hablaba justo frente a mis ojos y doblé mi alma y mi voluntad para sumergirme dentro de él. Escuché la voz de Sybilla en mi mente, cantando algo que nunca había escuchado en mi vida. Una luz resplandeció y me encontré parada en un puente de cristal suspendido sobre el lago, ¿sería ese el portal? Miré a un lado y ya no pude ver a Axel, así que asumí que me encontraba donde debía. La luminiscencia que había distinguido al principio aún seguía allí y, por delante, a los lados y por detrás, escuchaba voces, cientos de voces, todas hablando entre ellas. Algunas animadas, otras tristes. Pero todas se detuvieron cuando me sintieron.

 

-¿Qué haces aquí?

 

-¿A qué has venido?

 

-Vete, no puedes estar aquí.

 

<<Escúchala, Castalia. ¿La escuchas? Mi alma está por allí... el trozo faltante>> decía Sybilla en mi cabeza, mientras más almas se giraban para contemplarme y sentía una fuerza asfixiante sobre mí, como si mil manos me empujaran hacia atrás.

 

<No puedo irme> pensé, <debo cruzar>. Aún con Shember en mi mano y armándome de valor, comencé a caminar por el puente de cristal. Las almas se apartaban, otras me cruzaban, atravesando mi cuerpo como si fuera simple agua clara. Podía sentir el frío que emanaban, cual fantasmas, pero no lo eran. Ellas estaban en otra dimensión, en otro lugar. Me llamaban, coreaban mi nombre y algunas me repudiaban.

 

Una en particular, masculina, llamó por completo mi atención, más adelante. Era un hombre de cabello oscuro, fuerte quijada y ojos amables que alguna vez habían destellado en hermoso cobalto. Su sonrisa perfecta de dientes blancos, parejos, me llamaba a encontrarme con su abrazo de nuevo y corrí por el puente, sorteando a todas las las almas que me advertían, que me gritaban; sólo quería a una.

 

-¡HENRY!- grité, llena de esperanza y abracé su cuerpo... o bueno, su alma... Pero ella se escurrió de mis manos y su rostro se volvió triste.

 

-En esta vida o en la otra, ¿recuerdas?- me dijo, antes de desvanecerse delante de mi.

 

De pronto, me encontraba parada en la isla, con las manos extendidas hacia un enorme laberinto de setos que se levantaban delante de mis ojos. Podía sentir las lágrimas cálidas recorrer mis mejillas pero no sabía en qué momento ellas habían acudido a mi. Lo había perdido, de nuevo.

 

<<Yo lo perdí, no tú>> dijo la voz de Sybilla en mi mente, cargada de odio, de celos.

 

Cierto. Henry había sido su amor y no el mío, pero yo lo sentía como si lo hubiera sido. Después de todo, ella me había contagiado sus sentimientos, sus pensamientos, sus anhelos y hasta sus recuerdos. Era como si Henry hubiera yacido en mi cama, en mis brazos y en mis labios, no en los suyos. En los míos. Intenté alejar ese pensamiento. Báleyr era cruel, muy cruel con aquello. Seguro que sabía, mejor que nadie, que dentro de aquel portal nos íbamos a encontrar con nuestros seres amados perdidos.

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El danés miro su reflejo en el espejo, se puso su chaqueta de cuero y reviso su cabello. Antes de salir de su negocio en el callejón Diagón hacia el Ateneo.

 

Había llegado unos minutos antes de la hora, aquel día representaba un reto difícil para el Warlock tenía demasiadas cosas en la mente. Esa noche el hombre había dormido casi cerca de 12 horas, suponía que el cansancio extremo era parte de la energía perdida dentro del portal y al momento de hacer los rituales. Aunque recordaba las palabras del Arcano, había que descansar.

 

Arremango las mangas de cuero para desnudar sus antebrazos cuando llego a la zona marcada. Sus pisadas eran lentas, el sol desaparecía en el cielo y esa brisa asemejaba satánicos espíritus cabalgando en el viento. Levanto la mirada hacia una figura, Axel miro sus curvas y después su rostro, finalmente el cabello de aquella mujer. Conocía a Cissy Mcnair, su trabajo en el ministerio y en el Concilio de Mercaderes. Hizo una inclinación en señal de respeto y sonrió para si mismo, le daba algo de confort saber que no estaría solo en aquella tortura que el Arcano Báleyr llamaba prueba.

 

Mas su intento por establecer una conversación con la señora murió rápidamente al escuchar la voz del tuerto. El muchacho levanto la mirada intentando descubrir de donde provenía aquella voz.

 

De sus gastados jeans, Axel saco su varita. Sosteniéndola con ambas manos mientras analizaba la situación. Sabía que el arcano era un genio de irresistible talento en su campo, por lo que no estaba nervioso, pero estaba preocupado. ¿Qué tipo de cosas encontraría allí dentro?

 

La oscuridad empezaba a inundar el camino, el tatuado le dedico una sonrisa a la mujer y sus pasos se dirigieron hacia adelante, tal como le había dicho hacía ya muchos años Orion Black, siempre para adelante.

 

Cerró los ojos, apretó los dientes y los puños. Axel atravesó el primer portal y la primera parte de la prueba. Levanto la cara enmudecido, miro sus manos y observo el tatuaje de su mano izquierda, el tentáculo del Kraken, terminaba sobre su mano. Aquel representaba a su gran y querido amigo: Orión.

 

Camino lentamente, el silencio era insípido intentaba no pensar en nada, pero su lento andar lo traicionaba y conspiraba con su respiración cortada, Axel se sentía cansado. – De nuevo por aquí mortal. – Una voz delgada llamo su atención.

 

- Ayúdame.- La misma voz, era imposible ignorarla, cada vez era más molesta y repetitiva, empezaba a gritar. – Ayúdame mortal, tal como lo hiciste con el hombre del cementerio. – Ayúdame, AYUDAME. – A mi Tambien AYUDAME! -

 

- Eres un inútil, tal lo dijo Gabrielle. – Ese comentario paro de seco al Rexdemort, no podía seguir fingiendo que no escuchaba las voces que cada vez eran más. – Cállate, NO SABES NADA.- El danés estallo, su paciencia estaba llegando al límite.

 

- Ya lo dijo ella, eres un inútil, no sirves para nada. – Más y más voces empezaban a sumarse en el camino del mago el cual solo cerro los ojos, intentando calmarse. – Ella está con nosotros, por tu culpa, no pudiste cuidarla. – Una a una se sumaban nuevas voces, lo que produjo que el hombre se detuviera y sacara la varita.

 

- Ya basta!- Grito furioso, las almas dentro del portal atacaban al hombre, aun no sabía si estaba cerca de la isla, no sabía ni como avanzaba, pero eso no le importaba en aquel momento, solo deseaba hacer callar a las voces. Ellas no sabían nada de como su esposa Gabrielle había muerto, y sus palabras solo herían más al joven hombre.

 

- Eres un inútil, siempre lo has sido. – Una voz familiar penetro en la cabeza de Axel.

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-No pasarás- dijo una voz, mientras mi mente aún seguía perturbada por haber visto el alma de Henry atrapada en ese lugar. Siempre había creído que él había trascendido pero yo sabía, muy en el fondo, que el asesinato de Richard le había impedido seguir.

 

Mis ojos enfocaron una forma perlada y, a la vez, oscura, que se paseaba por el seto que tenía delante. La entrada al laberinto, según había dicho al Arcano, custodiada por un alma... ¿un alma en pena? El Arcano nos había avisado de no lidiar con aquellas almas, de mantenernos al margen y de evitar todo contacto con ellas porque intentarían arrastrarnos hacia su guarida, convencernos de regresarlas a la vida. ¿Acaso él había invocado un par para ponernos a prueba?

 

-¿Quién eres?- pregunté, intrigada y un poco temerosa de la respuesta que recibiría.

 

Parecía que no tenía forma o al menos que no deseaba adoptar una. El alma rió y su voz hizo eco en diferentes tonos a mi alrededor, como si chocara contra mi y se repitiera contra los setos, volviendo una y otra vez. Era tétrico pero, más aún, era una voz que se me hacía terriblemente conocida. Al principio no había distinguido si era de un hombre o de una mujer pero, luego, ya lo tenía bastante claro.

 

-¿Tobías?- pregunté, temiendo la respuesta.

 

Otra risa macabra y supe la verdad. No, no era Tobías, él no se hubiera nunca dignado a aparecer y estaba segura que luego de su asesinato había podido descansar en paz, sin tener que volver a preocuparse por mi.. por nadie más. No, era otro, alguien que no estaba allí para mí sino para el ser que habitaba en mi interior y compartía mi esencia. Richard, antes conocido como Ricardo Corazón de León, era el alma que me miraba. Había tomado forma repentinamente, mostrándose tal cual lo recordaba. No era el mismo Richard benevolente que había conocido Sybilla en este mundo, sino el del otro, el que había asesinado a todos sus seres amados y ahora parecía venir por ella, para atormentarla.

 

-¿Feliz de verme, Sybiss?- dijo, imitando el tono burlón que usaba Artemis.

 

Apreté los dientes, aunque no era yo la que lo hacía, sino Sybilla.

 

-Yo te mandé al infierno, Richard... No tienes poder aquí, no eres nadie- dije, imitando la voz en mi cabeza.

 

El rió y se acercó a mi. Su perfecta dentadura destelló en todos perlados.

 

-¿Ah, si? Pero heme aquí- se burló.

 

-No por mucho- acoté.

 

Tomé mi varita con firmeza. De ninguna forma iba a ser amable con él, así que busqué en mi mente uno de los conjuros del Grimorio que había estado estudiando y extendí ambas manos hacia él:

 

Cuir air falbh mi , banshee ,

mar sin tha thu a 'tilleadh gu bheil àite agaibh de chòrr agus cha tuilleadh piantan beò.

Sin riamh a-rithist a 'fàgail an t-àite far a bheil buin thu .

Yo te aparto, alma en pena,

para que regreses a tu lugar de descanso y no atormentes más a los vivos.

Que jamás vuelvas a salir del lugar donde perteneces.

Había escogido el conjuro en gaélico escocés por ser el idioma de la hechicería de la época, el que Joanna habría elegido para devolver el alma de Richard al más allá. Si ella hubiera podido, estaba segura, lo hubiera asesinado antes de que se cobrase tantas vidas. Pero ella no había estado, el único Richard que Jo había conocido era el bueno, el amable rey... el que podría haber hecho que ella y Aidan vivieran juntos si no hubiera sido egoísta y temeroso.

 

El alma se retorció, gritó e intentó atacarme, pero finalmente desapareció y, con ella, el seto que impedía el paso al laberinto. Caí de rodillas un momento, mientras recuperaba fuerzas. La voz en mi cabeza gritaba, entre victoriosa y llena de ira.

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Axel callo de rodillas sobre el suelo, sus manos tapaban sus ojos; no quería seguir avanzando, lo deseaba pero no podía. Los minutos parecían alargarse en horas, había en el aire un pavor pesadillesco de mal inminente, algo que nunca había experimentado aquel tatuado hombre.

 

- No soy un inútil, no soy un inútil. – Repetía continuamente el hombre cabizbajo, odiaba demasiado eso y más escuchándolo de aquellos labios, aquella voz que adoraba ahora lo torturaba. Su rostro lívido fulgurando pálido en la oscuridad dentro del portal.

 

Las manos del hombre chocaron contra el piso, arrodillado había sucumbido al primer obstáculo. Axel mordió su labio inferior. – No soy un inútil.- Continuaba repitiendo para sí mismo. – Ya cállate, no fue mi culpa, no soy un inútil. – Los demonios internos del Rexdemort lo perseguían incluso dentro de aquel lugar, su temple relajado y divertido que siempre lucia con las demás personas, estaba eclipsado en un aura oscura llena de temor y remordimiento.

 

Intentaba respirar lentamente para tranquilizarse, recordaba las palabras de su amigo Regner aquel con el que había vivido tantos años en Dinamarca, aquel que fue su consuelo cuando su esposa Gabrielle se suicidó. – No eres un inútil, tú no tuviste la culpa. – Axel imaginaba el rostro de su amigo, aquel con el que había compartido tanto, necesitaba encontrar algo de fuerza en ese lugar.

Miro sus tatuajes, su mano derecha y la palabra LIFE, su mano izquierda y la palabra DEATH, el Rexdemort había profanado su cuerpo con tinta no para ser solo un adorno, tenía que ser capaz de ver a la vida y a la muerte como semejantes, no defraudaría a su único amigo con vida y mucho menos al Arcano, si el anciano hombre confío en que podría atravesar las pruebas, existía un ápice de esperanza.

 

- No soy un inútil.- Susurró el hombre en un hilo de voz, y abrió los ojos lentamente. Observo confundido el lugar, la arena en sus manos, la luz de la luna reflejaba un poco de luz encima de la isla. Se levantó paulatinamente, estaba confundido, había demasiadas preguntas en su cabeza, había atravesado el agua, había llegado a la isla, había incluso salido del portal. Axel estaba hecho un manojo de emociones, en la cual destacaba la culpa. Su difunta esposa capitalizaba sus pensamientos.

 

Caminó por el lugar, sus botas se hundían en la húmeda arena. ¿Estaría la señora Macnair en una situación similar? Se preguntó el hombre, sentía que la cabeza le daba vueltas, cuando pudo divisar entre la oscuridad una sombra, una figura femenina, era acaso que se había topado con Cissy.

 

Trago saliva, levanto la mirada y camino hacia la sombra, Axel ya había perdido la noción del tiempo. – Hej ¿Es usted señora Macnair? – El tatuado se había acercado lo suficiente como para identificar a la mujer, un débil y siniestro eco de una risa se escurrió por sus oídos. Esa mujer no era Cissy, ni si quiera se parecía, Axel había llegado a la entrada al laberinto y aquel ente fungía como guardián.

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Tomé aire, llené mis pulmones al máximo y estuve por hacerlos explotar o al menos eso sentía. No podía parar de pensar en las dos personas a las que acababa de ver: Henry y Richard. ¿Habrían estado ellos juntos en aquel portal y Báleyr los habría separado para ponerlos como mis propios obstáculos, mis más grandes fracasos y temores? Sabía que dentro de mi cabeza Sybilla se encontraba sumida entre la ira y la tristeza, pero no sabía cuál de las dos le pesaba más. Una parte de mi quería consolarla pero la otra me clamaba que me deshiciera de ella, de sus sentimientos y de su voz. Tenía que aprender, seguir adelante y sobreponerme a lo que fuera que había dentro del laberinto y más allá. Mi fin era poder hacer uso de la Nigromancia para deshacerme de Sybilla.

 

Ingresé en el laberinto rebosante de vegetación por el que había transitado una vez. La niebla no me dejaba ver más allá de la distancia de mis manos extendidas, pero no dejaba que eso me desanimara o me asustara. Avancé hasta que distinguí un brillo por delante de mi y supe lo que era sin necesidad de acercarme más. Otro portal como el primero estaba abierto delante de una mesa de piedra pulida donde descansaba el cuerpo de una mujer. A pesar de que el cadáver estaba tapado completamente con una sábana, podía distinguir la curva de sus pechos contra la tela. Avancé con cautela, con temor a que aparecieran más almas fuera del portal, pero no era así. Parecía que el Arcano había hecho una especie de campo de fuerza a su alrededor, para que no escaparan mientras me esperaba.

 

Destapé el cuerpo, aún pendiente del portal y exclamé un grito que resonó en todo el laberinto y me dejó sin aliento.

 

-¡Eres un maldito!- exclamé, al observar el cuerpo.

 

Tenía el rostro de Sybilla pero yo sabía que no podía ser su cuerpo, porque ese había sido destruido cuando Arya la matara. Esta mujer, igual a Sybilla, tenía el cabello blanco como la nieve y, si hubiera tenido vida, posiblemente sus mejillas rosadas hubieran contrastado con lo pálido de su piel.

 

Mi propio cuerpo se convulsionó con el odio que sentía en aquel momento. Si creía que El Tuerto había sido malvado al mostrarme a Henry y enfrentarme a Richard, es porque no lo había juzgado pronto. Era un ser vil, en esencia o al menos quería que yo fracasara. El cuerpo de Bree debía haber sido desenterrado de los terrenos de la mansión, así que significaba que el viejo había estado allí. La voz de Sybilla en mi mente gritaba de rabia y de dolor al ver a su doble, ya muerta, reposando allí, esperando para ser revivida.

 

-No lo haré- dije, retrocediendo.

 

<<No puedes fallar, debes devolverme mi cuerpo>> lloriqueó Sybilla en mi cabeza. ¿Tan egoísta podía ser? Bueno, Bree había intentado encerrarla en un espejo de por vida y matarla cuando se había soltado, pero luego había muerto defendiéndola debido a la bondad que ella le había demostrado. Pero no era correto revivirla, Bree no lo hubiera querido. Ella me repudiaría, lo sabía.

 

Me mordí las uñas mientras pensaba. Finalmente moví a Shember sobre el cuerpo de Bree, curándola de todos los daños que había sufrido. Tomé una piedra del piso y le hice un Morphos para convertirla en un bezoar e introducirlo en la garganta de la fallecida; no podía fallar si la traía de vuelta y el viejo había manipulado el cuerpo antes de llevarlo, además, no quería hacer sufrir su alma. Dibujé los símbolos que Báleyr me había enseñado alrededor de la mesa y, utilizando la metamorfomagia, visualicé la energía de su alma en el portal y me interné allí, preparada para traerla de vuelta y ayudarla a volver.

 

-No quiero- me dijo, ni bien crucé el espacio luminoso-. Estoy bien aquí, Ciss... No quiero volver al mundo de los vivos- su mirada era seria, decidida.

 

-Bree, es una segunda oportunidad para redimirte por las cosas que has hecho. Piénsalo de esa manera- miraba de reojo a las otras almas, alejándolas. Extendí una mano hacia ella, pero aún no la convencía-. Vamos. Ven conmigo. Una nueva oportunidad, en casa, con la familia. Conocerás a la bebé Aiya, la doble actual. Ven...

 

Su mirada pareció iluminarse y dudó. Fue el momento que necesité para atraerla hacia afuera y comenzar el ritual. Mis primeras palabras derivaron en los primeros gemidos del cuerpo de Bree recuperándose, retorciéndose y gritando. Me tapé los oídos por instinto y esperé, mientras el cuerpo de la joven se retorcía con agonía. En determinado momento me di cuenta que estaba siendo egoísta, que debía hacer para calmar su dolor, así que extendí ambas manos sobre ella y comencé a visualizar su energía y mezclarla con la mía, tal como había hecho para sanar a la embarazada en San Mungo. Al cabo de un rato, mis curaciones de metamorfomagia y la misma alma terminaron por devolver el cuerpo de Bree a la vida. Sus ojos esmeraldas chocaron con los míos y el portal desapareció, así como ella.

 

Estaba al final del laberinto y sólo quedaba un obstáculo, aunque mi energía estaba siendo mermada con rapidez.

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El frio rostro de aquella mujer enmarcado con arrugas bajos sus tristes ojos negros y una expresión subyugada y sobrecogida, se ponía enfrente del camino del mago.

 

Axel Rexdemort, tomo aire no sabía exactamente que tenía que hacer. Estaba seguro que esa mujer se interponía por orden del arcano, el maestro de la nigromancia aquel arte que impresionaba tanto al joven mago, no sería un reto sencillo.

- Necesito entrar al laberinto. – Sus palabras fueron lentas y claras. La pálida luna proyectaba espantosas sombras y la mujer seguía en silencio, Axel sospecho que ese no era un buen motivo.

 

- Le pido una vez más, que me deje pasar. – El hombre apretó sus dientes y su varita sobre su mano derecha, intentando no mirar esos profundos ojos negros. Se estaba a empezando a desesperar.

 

- Cual es tu motivo? – Un hilo de voz corrió por los oídos del hombre, la vieja mujer por fin había reaccionado. – El poder puede traicionar, en verdad deseas corromperte con el poder que va más allá de la vida y la muerte. – El alma levanto sus brazos y los coloco enfrente del mago. – Yo fui como tu, una bruja hambrienta de poder, un poder que no pude controlar, un poder que me condeno a perder mi cuerpo mortal y habitar en este plano. – Sus palabras se rodeaban de melancolía, con aquellas palabras trataba de predisponer a Axel.

 

- No abandonare, anhelo ese conocimiento. – Las palabras del hombre parecían taladrar los oídos de aquella anciana mujer que aun bloqueaba el paso. Axel saco su varita y apunto a la cara de la mujer, no sabia exactamente que hacer pero ya había comenzado aquella locura.

 

Le pido una vez más, déjeme pasar. –

 

- No sabes nada, eres solo un mocoso engreído, crees que es fácil ganarle a la muerte, crees que es fácil caminar de un mundo a otro, la naturaleza nunca perdona, Axel Rexdemort no tienes lo necesario, vete de aquí. –

 

- Es verdad que aun soy un aprendiz.- Axel suspiro, y continuo con la mano levantada apuntando al rostro de aquella alma en pena, la cual ya había perdido su contacto con el mundo y su propia entidad como antiguo ser humano. Báleyr ya había hablado de aquellas almas, que era mucho mejor evitarlas pero en este caso, el danés no podía evadirla.

 

¿Qué hubiera hecho el arcano en su lugar? Axel conocía la respuesta, hubiera enfrentado al alma, pero acaso Axel tenia lo necesario para oponerse contra aquella alma. El hombre dio un par de pasos hacia atrás sin dejar de apuntar. Intentando recordar lo que el arcano habría mencionado, lo más importante era convencer al alma, pero ese no era el caso en ese momento.

 

En el grimorio que había robado, había un artículo que llamo su atención, pero sería posible usarlo, el tatuado tenía dudas, pero era el mejor momento para intentarlo.

 

Concentro sus pensamientos, recordando las páginas de aquel viejo libro, haciendo un movimiento lento con las palmas de sus manos. Intentaría encarcelar aquella alma.

 

El danés no era tan poderoso como para destruir un alma, pero era lo suficientemente hábil como para encerrarla. Báleyr le había advertido, el ocultar un alma era un proceso difícil, pero encerrarla era mucho más sencillo. Al fin de cuentas Axel era bastante hábil en las artes oscuras.

 

Axel intento imitar los pasos que había leído en aquel grimorio robado del ministerio de Magia, tensando las manos. La mujer bajo las manos pegándolas al cuerpo, empezando a retorcerse. Cada vez que el mago intentaba acercar sus manos, podía sentir más aquella esfera de energía, aquella pequeña prisión. El arcano había sido claro atrapar un alma para un cadáver casi siempre salía mal, pero en ese momento Axel solamente quería quitarla de encima. La magia negra nunca fue desconocida para aquel mago.

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La expresión de Bree me había dejado con cierta desazón. ¿Qué sucedería cuando la volviera a ver? Ella me había dicho que no quería volver a la vida pero al final, yo la había regresado de todos modos y todavía tenía que enfrentarme a mi último obstáculo, la prueba y salir airosa de la situación antes de poder verla de nuevo, hablar con ella, saber lo que pensaba.

 

Caminé por el laberinto lleno de vegetación evitando lazos del diablo, enredaderas espinosas con veneno, bubotubérculos y otras tantas plantas que intentaban alejarme o atacarme. El Arcano había dicho que me quedaba un último desafío que debía vencer antes de entrar a la Gran Pirámide, algo que me enfrentaría a aquello que perdería por utilizar la habilidad con irresponsabilidad. No nos había dicho qué era, pero nada más llegar a la puerta me encontré con una versión de mi, demacrada, anciana y consumida por la magia de la nigromancia. Tenía el cabello negro enmarañado y sucio, las uñas de las manos largas y su aspecto era de una pobre vieja sin hogar. Su mirada era fría, calculadora y vacía, como si hiciera mucho tiempo desde que había sentido amor por algo o alguien.

 

-Regresa y sálvate- decía, pero ni en su voz ni en su mirada había deseo alguno de que hiciera eso-. Puedes regresar a quien quieras a la vida, oh si, pero terminarás como yo: consumida por la magia negra, sola al final. La Nigromancia no te devolverá a aquellos que no desean volver, Macnair. Nunca recuperarás a tu amado Henry, a tu hermoso hijo... a Artemis, a Joanna... Seguirás sola por el resto de tu vida- sonrió y sus dientes eran amarillos y negros, podridos.

 

Di un paso hacia atrás, asustada, pero luego me quedé parada, observándola. No, yo nunca sería así. Podía ser mortífaga, podía usar magia negra y asesinar personas para salvar a mis seres queridos, a mis compañeros y familia, pero jamás la usaría en beneficio propio. ¿Jamás? Mi mente regresó con Bree, a quien había obligado a volver un momento atrás sólo para poder seguir en la carrera de llegar a la Gran Pirámide. Mis ojos se inundaron en lágrimas y mi doble, mi yo del futuro o, quizá, mi yo interior, levantó la varita y apuntó a mi pecho. Yo hice lo mismo y no la miré mientras pronunciaba:

 

-Avada Kedavra- el rayo verdoso voló de mi varita hasta el pecho de aquel ser, fuera lo que fuera y lo deshizo en un abrir y cerrar de ojos-. No seré como tú. Ellos no significan nada para mí- dije, dándome cuenta que había utilizado un hechizo que hacía tiempo pensaba haber erradicado de mis ataques y que estaba mintiendo. Podía ser cierto que aquellos muertos no fueran mis seres queridos, pero la magia de Sybilla me había contagiado desde hacía tiempo.

 

<<O quizá sí serás como ella>> dijo Sybilla en mi mente. <<Serás como yo>> agregó.

 

Apreté los nudillos y entré dentro de la Gran Pirámide, notando que mis manos y piernas me temblaban. Di con Báleyr parado en medio de la estrella de siete puntas, rodeada por el Oruoboros, la serpiente que se comía la cola en un ciclo sin fin. Sobre la pared, las puertas de las habilidades permanecían "apagadas", menos la de Nigromancia, donde su símbolo brillaba incesantemente, esperándome... y a Axel.

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Los gritos de dolor inundaron aquel lugar, la mirada de Axel estaba clavada en aquella alma, la mujer se retorcía enfrente del mago, el cual continuaba con una expresión pétrea. Encarcelar un alma no era algo sencillo, en ese momento entendió lo que el Arcano Báleyr le había explicado de las almas prisioneras, las marionetas y el egoísmo; Que era una fuente de poder para todos los nigromantes, insertar almas en cascarones solo por placer. Axel trago saliva, estaba demasiado cerca como para ponerse a analizar todo eso.

 

Intento juntar sus manos, mientras la mujer seguía peleando, pero parecía una lucha perdida. Axel podía ser un mago bastante tranquilo pero no era ajeno a las artes oscuras, conocía los vestigios de la vida y la muerte, era su deseo aprender y un alma en pena no sería un obstáculo para él.

 

Se escuchó un golpe sordo cuando las manos del hombre por fin se unieron y la esfera de energía desapareció en el aire. Era obvio que seguía dentro de aquel portal del mundo espiritual, un plano donde la fatiga y el cansancio lo hacían sentirse bastante mal.

Calló de rodillas nuevamente, cerró los ojos y su cara se plantó en el piso, el agotamiento había acabado con el danés.

 

El tatuado abrió los ojos, envuelto en la oscuridad de la noche, un cielo con una pálida luna que solo reflejaba un poco de luz, Axel trago saliva, estaba desorientado.

 

-Demonios.- Dijo para si mismo el hombre, mirando a su alrededor, como pudo haber sucumbido, se sentía muy cansado, pero las horas pasaban, la noche seguía su curso. –¿Qué hora será? – Se preguntó el mago, mirando el lugar donde el alma estuvo y solamente un lecho de flores blancas se encontraba. Axel suspiro y pidió perdón en danés mientras entraba al oscuro laberinto de setos.

 

-Lumus. – Levantó su mano caminando lentamente dentro del laberinto, recordaba las instrucciones del viejo anciano, sabía que no sería nada fácil, había pasado ya por dos pruebas que lo habían cansado en extremo. Sabía que la siguiente prueba sería bastante difícil.

 

Camino recorriendo el lugar con el débil brillo de su varita, lo encontró, después de caminar entre las plantas, una cama de piedra y una manta tapando un cuerpo. Axel miro detenidamente, y se acercó para quitar el velo.

 

Un joven hombre se encontraba acostado. Con la varita en mano, encendió un par de antorchas para propiciarle luz y observar el cuerpo detenidamente.

 

-Hej.- Sonrió el tatuado al ver su rostro a la luz del fuego, y llevar sus manos sobre su pecho desnudo. – ¿Qué te paso? – Miro el cuerpo, de arriba abajo y su media sonrisa desapareció. Un cuerpo pequeño, músculos poco trabajados, un sexo de poco tamaño, era un jovencito. Axel cálculo de máximo 14 años, al mirar su cara. Ver un cuerpo así le daba remordimiento, tan joven, era apenas un niño y se encontraba en medio de un laberinto muerto.

 

Coloco sus manos sobre su cuello, la luz de las antorchas lo pusieron nostálgico, que había pasado con aquel jovencito. Con sus dedos empezó a tocar lentamente su garganta, y empezó a avanzar. El pecho, el abdomen, los brazos, sus piernas. Prácticamente Axel gasto un par de horas tocando al joven, no encontraba nada mal en él. - ¿Qué te ocurrió?

 

-Revisa la garganta. – Una extraña voz familiar sorprendió al joven, el cual respondió con la varita en lo alto apuntando a lo desconocido. Axel había vivido mucho en esa noche así que siguió aquella instrucción, llevo sus dedos sobre la garganta, donde encontró algo extraño. Estaba duro. Los ojos cerrados de aquel jovencito, el Rexdemort lo miro con nostalgia. Se quitó su chaqueta de cuero y busco en ella sus guantes. Había algo allí dentro y Axel solo conocía una forma de revisarlo, la daga del sacrifico apareció en su mano derecha. – Lo hago por tu bien. – Dijo al aire, había algo allí dentro.

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Báleyr había estado observando mientras los dos chicos avanzaban. Cissy le había parecido decidida hacia el final, mientras que sabía que al comienzo, cuando había tenido que cruzar hasta la isla, la había hecho dudar sobre lo que estaba haciendo, para qué estaba aprendiendo aquello. El Arcano no se había preocupado por ella, sabía que podía llegar hasta allí y, si no lo hubiera hecho, Báleyr hubiera estado seguro de que ella no merecía la habilidad. Por otro lado estaba Axel, a quien había estado observando también. El joven tenía muchos secretos guardados, muchas cosas en su cabeza y temía que aquello pudiera retrasarlo, pensar dos veces lo que estaba haciendo y, quizá, tirarse atrás. Pero ahora, mientras lo veía intentando curar el cuerpo del chico en el laberinto, sabía que Rexdemort seguiría hacia la prueba final, pasara lo que pasara.

 

El Nigromante se giró y encaró a Cissy Macnair, observando su rostro casi derrotado. Había algo oscuro en ella, algo que no le costaba percibir pero que prefería no verbalizar.

 

—¿Estás lista para afrontar tu prueba final?—preguntó con voz ronca, apagada, mientras hacía un paso al costado para que ella pudiera colocarse frente a la puerta de la habilidad.

 

Junto a él, los anillos de la habilidad esperaban ansiosos a poseer un dedo donde descansar al fin. Báleyr tomó uno y se lo tendió a Cissy, mirándola espectante.

 

—Una vez que decidas comenzar, la prueba sólo se detendrá cuando termines con ella o cuando te rindas. Te recomiendo no hacer lo último, pues no podrás regresar nunca más por aquí—explicó—. Ya has estado aquí, así que sabes que el portal cambiará, te mostrará cosas que podrían ser de tu presente, de tu pasado o de tu futuro. Mundos reales, mundos alternativos, cosas que quizá nunca lleguen a ser, cosas que tu mente cree o creyó alguna vez. No puedo decirte cuánto de eso será real y cuánto producto de tu mente, pero el portal sabrá la forma de hacerte pensar de nuevo si este es el camino que deseas seguir. El poder siempre conlleva una gran responsabilidad—terminó el viejo, mirando a su aprendiz y esperando para que tomara el anillo o diera media vuelta y se fuera de la Gran Pirámide.

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