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Prueba de Nigromancia #4


Báleyr
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El chico Rexdemort miro el cielo oscuro, sus dedos índice y medio sobre el cuello del pequeño niño, hizo un pequeño corte intentando esquivar la yugular, Axel no intentaba degollar al infante.

 

La sangre empezó a escurrir lentamente, el color era roja brillante y no había un aroma a podrido, Axel adivino que quizá el niño tenía como máximo dos días de haber muerto. No sabía si eso fuera bueno o malo, pero esperaba que el vínculo con el alma siguiera fuerte.

 

-Lo siento.- Le dijo al cadáver, ese niño le recordaba a alguien pero no podía asociarlo a nadie. Metió los dedos a la boca del niño, intentando no hacer muecas para sacar la lengua. Un miembro seco y con un color amarillento. Unos días antes Axel hubiese vomitado al ver esa escena pero si algo había aprendido del Arcano era su temple, un hombre firme y fuerte, eso era algo que admiraba mucho del tuerto. No solo se enfrentaba a la muerte, si no que a la misma naturaleza. Báleyr era un ejemplo de como un Nigromante debería de ser, un ser capaz de poder controlar la situación y no un niño miedoso, tal como llego Axel aquel día que por su descuido termino mutilando a un pobre Andreas.

 

El danés suspiro, ya no tenía esa expresión de asco intento imitar el comportamiento del arcano, y continuo con la examinación de la boca del pequeño niño. Saliva seca y amarillenta, inflamación de la garganta. Prosiguió revisando lentamente al notar que su nariz estaba llena de sangre seca. -¿Cómo un niño puede estar así?- El misterio de la muerte del niño, estaba frustrando al aprendiz de nigromancia, el cual solo tenía la pista de un problema en su garganta.

 

Las horas pasaron, quizá fueron sus nervios o su determinación por hacer las cosas bien, pero Axel no se rendiría y ayudaría a aquel niño. Sus manos estaban llenas de sangre, pero había logrado abrir la garganta sin destrozarla y se encontraba limpiando con ayuda de su varita la zona, el niño había sufrido una infección en la garganta, la cual había afectado el sistema respiratorio y había muerto asfixiado, eso explicaba la nariz llena de sangre.

 

Había sido un trabajo prodigo cuando Axel finalmente se quitó el sudor de la frente, y aplicaba la poción de reconstrucción de piel, y un par de episkeys, había logrado limpiar la garganta y estaba seguro que en aquel cadáver ya no había ningún problema. Estaba listo para el paso más difícil, entrar al portal y buscar el alma.

 

Un aguamenti sobre sus manos, sobre su rostro, la noche y el trabajo le estaban jugando una horrible broma, el cansancio lo estaba torturando, pero no se daría por vencido, en ese momento vio el pequeño y desnudo cuerpo, un niño así no debería tener ningún pecado aun, Axel lo ayudaría.

 

Observo su playera llena de sangre, sudor y suciedad, el tatuado bajo la mirada y respiro hondo, entro al portal que estaba al costado, Báleyr había planeado todo.

 

Entro decidido, abrió los ojos una vez que atravesó el portal. La oscuridad no daba descanso la tenue luz de la luna no dejaba ver más allá de su nariz, pero no necesito buscar por mucho tiempo. Tal como su maestro lo había explicado, un alma recién muerta no se alejaba de su antiguo cuerpo tan rápido. Axel miro aquel pequeño niño que había estado atendiendo minutos antes lo miraba directamente a los ojos.

 

-Hej, soy Axel. – Sonrió amablemente, había encontrado al alma del jovencito.

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Sentía que mi espíritu estaba derrotado pero no dejaba que el Arcano viera eso, aunque una parte de mi sospechaba que él estaba enterado de alguna forma. Los sucesos de la isla me habían dejado un sabor amargo en la boca que no podía sacarme pero, lo peor, era que ahora dudaba de si aquella prueba no terminaría por romper quién era yo. Nada más preguntar, Báleyr se hizo a un lado para encararme con la puerta de la habilidad y tomó uno de los anillos que me vincularían a él durante la prueba y que, posteriormente y en caso de llevarla a cabo con éxito, me otorgarían el aro de la habilidad de nigromancia.

 

Asentí y tomé el anillo entre mis dedos temblorosos. Cada vez que parpadeaba podía ver escenas de lo ocurrido momentos atrás, mientras sorteaba los obstáculos. Las pruebas normalmente eran peor que eso, pero que esos tontos impedimentos para llegar a la Gran Pirámide. Actuaban de filtro y lo hacían muy bien, pues me estaba planteando sobre lo que iba a hacer a continuación.

 

El ouroboros del suelo giró y la puerta de Nigromancia brilló y se abrió de par en par. Al contrario que la prueba de Nigromancia, no había ningún brillo proveniente de ésta. Era como si la oscuridad fuera como un agujero negro, absorbiendo la poca luz de la habitación. Me atraía como un imán pero algo dentro de mi me gritaba que tuviera cuidado con aquello. Di un paso al frente, convencida y me giré hacia Báleyr.

 

-Estoy lista, Maestro- dije, antes de adentrarme dentro del portal.

 

Emergí del agua y tomé una gran bocanada de aire, mientras las palmas de mis manos se ahuecaban al contorno del borde de la bañera y mis dedos tomaban con firmeza el viejo pero inmaculado mármol. Parpadee varias veces mientras miraba alrededor. No era un baño convencional, pues las paredes no estaban decoradas ni había grandes ventanas con cortinas de terciopelo. En cambio, la luz de la luna atravesaba unos fríos y duros barrotes de metal de una pequeña ventana ubicada sobre la pared del lado izquierdo, mucho más arriba que mi cabeza. Hacía frío y pude notarlo con claridad cuando mis dientes comenzaron a castañetear.

 

-¿Terminaste, princesa?- dijo la voz de un hombre, que se acercaba con una fina toalla blanca hacia mí.

 

Vestía un traje de enfermero de sanatorio, en todos verde agua y blanco. Era alto, fornido y su mirada me causaba rechazo. Tenía una extraña sonrisa en el rostro, con dientes blancos y deslumbrantes. Me tiré hacia atrás en la bañera, alejándome de él, pero dos enormes manos me tomaron por debajo de los brazos y me levantaron en vilo. Me asusté y grité, mientras dos voces masculinas reían y mi cuerpo desnudo quedaba a la vista del enfermero.

 

-Tranquila, muñeca- musitó, mientras ponía la toalla a mi alrededor y me sacaba de la bañera como si se tratara de una muñeca de trapo. Era terriblemente ligera en sus brazos.

 

-¿Dó...Dó...Dónde...- sentía la boca dormida mientras intentaba hablar y me dolía la mandíbula. Me llevé una mano hasta allí, de forma instintiva y me di cuenta que estaba hinchada y me faltaban algunos dientes en la boca. Lloriquee, no entendiendo que pasaba al principio, hasta que recordé que uno de los enfermeros me había dado una buena paliza momentos antes de meterme en la bañera.

 

-Oh, miren... está recordando. ¿Ves, John? Ella recuerda los cariños que le hiciste antes- dijo el que me tenía en sus brazos.

 

Todos rieron y yo lloré, mientras era arrastrada hasta una fría habitación, donde me encerraron momentos después. Lloré y lloré, sin entender cómo había llegado a suceder todo eso. Encerrada en un sanatorio para enfermos mentales, mientras los abusivos enfermeros me usaban como su juguete. Me llevé la mano al cuello buscando al guardapelo que mamá me había regalado pero no lo encontré.

 

* * *

Cuando la luna llena tomó por completo el cielo, mi cuerpo comenzó a retorcerse en la cama. Podía sentir cada fibra de mi cuerpo gritando porque se detuviera. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué me habían hecho? Los dedos de los pies se contrajeron y les salió pelos y enormes garras, las manos se volvieron más grandes y mortíferas. Colmillos largos y sedientos de sangre ocuparon el lugar de mis dientes y mi espina se contorsionó para dar lugar a la espina de un lobo. Aullé a la luna y el sonido de mi lastimero llamado inundó cada rincón del sanatorio y arrebató gritos de miedo a sus ocupantes.

 

Arranqué la puerta de un manotazo mientras dos guardias intentaban comprender lo que estaba ocurriendo y les desgarré la garganta sin pensarlo dos veces, dejando que la sangre goteara por el mármol blanco, ahora moteado de escarlata. Corrí, mientras gruñía, buscando una salida y llevándome hacia la muerte a cada persona que se cruzaba en mi camino, enfermero, enfermos... médicos. Nada me importaba, porque a la bestia no le importaba nada. Había sido liberada luego de veinte años protegida por un hechizo y sólo buscaba sangre.

 

Cuando desperté, la luna ya se había ocultado y el sol despuntaba en el horizonte. Parpadee, conmocionada, mientras chapoteaba en sangre. Un quejido cercano me indicó que quedaba alguien con vida.

 

-Cas...Castalia...- dijo al voz de una mujer. Era rubia y tenía el cabello rizado por encima de los hombros, aunque ahora estaba manchado con sangre. Tenía las manos en su estómago, intentando que las tripas no se le salieran.

 

Me horroricé.

 

-Mandy... Mandy, lo siento...- me arrastré hacia ella-. Mandy... lo arreglaré- sollocé, intentando curar vanamente sus heridas sólo con mis manos.

 

¿Dónde estaba mi maldita varita? ¿Dónde la habían retenido al ingresarme al sanatorio muggle? Un anillo brilló en mis manos, dorado y con una piedra negra como la noche más oscura. Me susurraba pero no podía entender lo que me decía por encima de los sollozos de Mandy y sus quejidos. Aún así, de alguna forma, sabía lo que debía hacer.

 

-Lo arreglaré...- dije, mirando a mi vieja amiga, la única que había tenido allí dentro. La única persona que se había preocupado por mi bienestar, que había mantenido a los enfermeros a raya. Mandy, la joven enfermera que había sido mi único consuelo-. ¿Mandy?- tenía la mirada perdida, pálido su rostro.

 

No, no podía ser. Conocía el hechizo, conocía el modo. Utilicé la sangre para realizar el ritual a su alrededor, marcar los símbolos y recitar las palabras. Su espíritu seguía allí.

 

-Vete...- me rogaba-. Vete, Cassie... antes de que llegue la policía... vete- seguía diciendo-. Quémalo todo.

 

-No, no puedo irme... No sin tí- lloré, pero el alma me rodeaba con sus manos y me impulsaba a moverme.

 

-Quémalo todo... Vete, Cassie. ¡Corre!- gritó.

 

Los símbolos que había colocado en el suelo a su alrededor comenzaron a arder y quemar su cuerpo. Me sobresalté y arrastré lejos. El fuego prendió en un cadáver cercano y en los muebles de madera y comenzó a trepar hacia la puerta. Debía irme o moriría incinerada. Y, si no lo hacía, sería la única sobreviviente de una masacre supernatural. Me puse de pie como pude y corrí lejos, hacia la salida. Las ventanas habían estallado presa de una furiosa lucha al igual que muchas puertas. Fuera a donde fuera, había más sangre y más cadáveres desperdigados. Mis ojos anegados en lágrimas a duras penas me permitían ver el camino pero hice una parada en donde sabía que habían retenido mis cosas al ingresar al sanatorio y tomé lo que me pertenecía, colocándome el relicario en el cuello antes de desaparecer.

 

* * *

-¿Mandy?- susurré, mientras invocaba un portal para hablar con su alma.

 

Pero ella no estaba allí.

 

-Mandy no se ha quedado... Dijo que ya había cumplido con su cometido- dijo una voz indistinguible.

 

Cerré el portal y me senté con pesar sobre la cama. El noticiero muggle hablaba de un trágico accidente en un sanatorio de Essex donde todos los enfermos y el personal que trabajaba allí, había muerto en un extraño incendio que las autoridades aún no habían podido esclarecer.

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La magia negra, aquella magia tan pesada y densa se sentía en el portal, había que romper algunas reglas para dominar los dos mundos y definir la línea divisoria. Enfrentar a la muerte, Axel lo había hecho una vez, con ayuda del Arcano. Miro detenidamente el alma que estaba enfrente del, sus ojos blanquecinos y pálidos resaltaban en aquel rostro de inocencia. – Como lo dije, me llamo Axel. – El chico Rexdemort extendió su mano, al niño que aún lo observaba con duda sobre su mirada.

 

-¿Qué quieres de mí? – Poniéndose a la defensiva, respondió aquel ente en medio de la penumbra. Axel quedo en silencio. – Yo no seré una marioneta, no te permitiré dañar mi cuerpo, no seré un juguete para ti.- El niño había gritado con rabia. El danés continuaba en silencio.

 

-Te equivocas, esto lo hago por ti.- MIENTES.- El niño había vuelto a gritar. – Escúchame, por favor. – Las palabras estaban subiendo de volumen. – No miento, lo hago por ti y por mí, quiero conseguir el poder, quiero aprender. – PERO NO A MIS ANCHAS- Grito nuevamente aquella alma.

 

- Por favor, confía en mí. – Axel bajo los hombros, había leído los pasos necesarios para apresar un alma rebelde y regresarla a su cuerpo, pero no era eso precisamente lo que el Arcano le había dicho que no hiciera, que no actuara por egoísmo.

 

-Tú tienes un futuro brillante, eres un niño de apenas 14 años. – Tengo 13.- Lo interrumpió de nueva cuenta el alma, la cual no dejaba de mirar la ropa ensangrentada del aprendiz.

 

- Te lo pido. – Axel dejo su varita sobre el suelo, y se inclinó ante el niño. – Te lo suplico, confía en mí, no mereces esto, sé que puedes hacerlo, no quieres ser un alma errante condenada a vagar eternamente. –

 

El niño miraba la escena y al ver al hombre en el piso suplicando, con su arma como ofrenda- Levántate, el anciano me dijo que vendría alguien, quiero pensar que eres tu.- El niño suspiro, parecía resignado. –Vamos. – Fueron las últimas palabras, cuando ambos salieron del portal.

 

El ritual empezó, el danés había memorizado los símbolos necesarios, incluso la noche anterior pensó que sería una buena idea tatuarlos en su brazo, aún tenía algo de espacio en el mismo.

 

Coloco los últimos detalles con esmero y paciencia, no quería defraudar a aquel niño, estaba seguro que el alma seguía a su lado aunque él no la pudiera ver fuera del portal.

 

Recordaba las palabras del anciano, esas habían quedado grabadas en su memoria, fue cuando empezó el ritual. El niño, estuvo bajos los cuidados del danés cuando este empezó a llamar a su alma. Solo la oscuridad de aquella noche y el hombre, conocían los secretos que Báleyr había compartido con su aprendiz, fue como la quietud del lugar de repente se rompió con horribles gritos de sufrimiento.

 

Los quejidos cada vez más fuertes y dolorosos provenían de aquel cadáver, gritos de agonía y dolor. Tal como aquel día los escucho en el cementerio. La nigromancia no era una rama de la magia muy placentera. El cadáver duro varios segundos retorciéndose en la cama, entre los símbolos rojos del suelo, cada vez más violento, cada vez más atroz. Fue cuando un grito ahogado salió del interior del cadáver y abrió los ojos. El corazón estaba latiendo débilmente. El niño estaba vivo una vez más. Sus gritos de ansiedad y dolor. Axel se acercó al joven y le dio un abrazo para intentar tranquilizarlo.

 

-Calma.- Sujetando el pequeño cuerpo y logrando que dejara de gritar. – Todo está bien, soy tu amigo, bienvenido. –

 

Los primeros sonidos del alba empezaban a llegar a la isla, de un momento a otro amanecería, mientras por aquel laberinto el chico Rexdemort ayudaba a caminar a un niño pequeño.

 

Axel le había regalado su chaqueta de cuero para que no anduviera desnudo, mientras lo ayudaba a mantener el equilibrio. Cada vez estaban más cerca del final del laberinto.

 

La escalinata a la gran pirámide se presentaba ante los dos, Axel esperaba que el arcano le pudiera decir como ayudar al niño, el cual después de sus gritos no había hecho ningún sonido. Sin embargo sus planes se vieron arruinados por unas sombras que se encontraban en la entrada.

 

El tatuado miro de arriba abajo las figuras.- Quédate detrás y no te muevas. – No sabía si el niño era capaz de entender, pero era lo mejor. – 7, 8, 9. – Conto en danés el hombre, una horda de inferi bloqueaban el camino, eso era lo que decía el arcano, títeres sin alma. Una de las expresiones de lo que era posible la magia negra que Axel intentaba dominar. La Nigromancia.

Los cadáveres se acercaban lentamente, Axel desenfundo su varita, estaba listo para avanzar.

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Me acosté en mi cama del hostel y lloré hasta quedarme dormida. Mi amiga perdida, la única que tenía, ni siquiera me había esperado para que pudiera regresarla. Estaba segura de que, si había pasado a un mejor lugar, lejos de aquel purgatorio de almas, era porque así lo había elegido, porque estaba mejor de aquella manera. Pero no podía dejar de preguntarme si seguiría perdiendo personas de aquella forma. ¿Y qué era lo que me había pasado? Nunca me habían dicho que era un licántropo, nunca me había convertido antes. ¿Por qué ahora? ¿Qué me habían hecho? ¿Me estaría volviendo loca de verdad?

 

* * *

Desperté por los sollozos de alguien y me giré. Abrí los ojos y los froté, intentando enfocarlos en la figura de una niña de no más de tres años, parada en el umbral de mi habitación.

 

-¿Cassie?- pregunté, mirándola intrigada. Me incorporé para verla mejor y noté que había algo raro en mi pequeña. Tenía el cabello revuelto, el camisón roto y lleno de barro y parecía temblar-. ¿Cassie?- solté, asustada, levantándome para ir hasta ella.

 

La abracé y me devolvió el abrazo, aún asustada.

 

-Shh.. nena, tranquila... cuéntame lo que sucedió.. Vamos, vamos a tomar algo caliente- dije, tomándola en brazos con delicadeza y moviéndome con naturalidad hacia las escaleras.

 

De alguna forma, sabía que aquello era más común de lo que me había parecido al despertar. Mientras caminaba por el corredor, mi reflejo en un espejo me dejó anonadada un momento: era Brardolla Black. Miré a la pequeña en mis brazos, asustada y aún temblando y le planté un beso en la mejilla a Castalia, mi segunda hija. La llevé hasta la cocina y le hice un chocolate caliente, mientras los elfos miraban desde un rincón, entre curiosos y asustados. De alguna forma, yo sabía que mi hija había comenzado a convertirse desde que había cumplido los tres años y le era difícil controlarse.

 

-¿Estuviste corriendo por los bosques, Cassie?- pregunté, limpiándole la cara llena de barro y sangre-. ¿De quién es la sangre, nena?- pregunté, sintiendo un ligero tirón en el estómago.

 

Cassie sollozó.

 

-No quería hacerle daño, mami. La bestia me obligó- dije, soltando cálidas lágrimas que recogí con mis dedos.

 

-¿Un animal, querida? ¿Atacaste alguna mascota de los vecinos?- pregunté, llena de paciencia por mi pequeña Cissy o Cassie, como me gustaba llamarla. Ella era la pequeña más vivaz y hermosa que podría haber tenido. Elliot y yo la amábamos mucho.

 

Castalia negó con la cabeza e intensificó sus sollozos. Mi expresión debió asustarla, porque ahogó un gritito antes de confesarme que había atacado a un hombre que pasaba por afuera del castillo. No quise que mis ojos reflejaran horror e intenté tomarme todo con calma, haciendo girar en uno de mis dedos el anillo de nigromancia que, de alguna forma, había adquirido, aunque ya no recordaba cómo.

 

La llevé a dormir luego de cambiarle la ropa y asegurarme de que no iba a volver a levantarse. Para mi sorpresa, la transformación y el ataque la habían dejado exhausta, así que se durmió casi de inmediato. Como me encontraba, con el camisón, pensé en despertar a Elliot para ir a ver lo que nuestra pequeña había hecho pero decidí que podía guardar el secreto por esta vez y, en su lugar, me llevé a unos elfos del castillo. A las afueras del mismo, el cuerpo de un hombre yacía sobre la acera, en un charco de sangre. Ordené a los elfos que lo entraran a la casa.

 

-Tendré que traerlo de vuelta- musité, mientras preparaba el cuerpo para el proceso. Arreglándolo con magia, haciendo el círculo a su alrededor y buscando mi grimorio. Abrí el portal y me introduje en él, sabiendo que aquello podría condenar a mi hija a ser una marginada pero, si dejaba el cuerpo por ahí, la condenaría a crecer sabiendo que había asesinado a alguien. No, no podía permitir que aquello le sucediera a una niña de tres años. Llené mis pulmones con oxígeno y comencé a recitar las palabras que sabía y que rara vez había pronunciado, buscando el alma dentro del portal. Momentos más tarde, el cadáver comenzó a retorcerse y chillar.

 

-Silencius- dije, para evitar que despertara al resto del castillo.

 

* * *

Utilicé toda clase de pociones y hechizos para hacerle olvidar al hombre lo que había vivido aquella noche, a la loba que lo había atacado, mi rostro, mi casa, todo lo que pudiera incriminarme. Lo despaché, diciéndole que se había perdido y había llamado a la puerta. Eliminé las evidencias del ataque y, luego, dediqué gran parte de la noche a elaborar el relicario que contendría los ingredientes para evitar que mi pequeña se volviera a convertir contra su voluntad. Estaba agotada, mental y físicamente, cuando terminé con mi cometido.

 

-Nunca antes había usado la nigromancia para traer a alguien a la vida. Sabía la teoría, por supuesto, pero no pensaba hacerlo a menos que fuera sumamente necesario- escribí en mi diario personal.

 

Luego, me quedé dormida.

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INCENDIO.- Gritó en medio del aquel laberinto oscuro, la brillante flama brillo en la penumbra de aquel lugar, los inferi eran creaciones de nigromantes, el usar la Nigromancia para crear títeres que siguieran las ordenes de su creador, se debía de ser una persona sumamente egoísta para utilizar el cadáver de otra persona para hacer un sirviente.

 

Pero en ese momento el danés no pudo pensar mucho sobre eso, las criaturas se acercaban a él y al niño que cuidaba, Axel prometió a aquella alma que él lo cuidaría, así que tenía que hacer todo lo posible para que no saliera lastimado. Su varita apuntaba en todas direcciones intentando crear un camino para ambos. Necesitaba salir de allí.

 

Pero por más que el muchacho Rexdemort peleaba más se resistían aquellos seres, Axel sabía que había que ser muy poderoso para controlar un cadáver, en ese caso 9 diferentes, era obra del Nigromante, Báleyr había efectuado sus pruebas de una manera muy pulcra.

 

-Vámonos. – Corrió Axel para acercarse al niño, lanzando un nuevo hechizo, el hombre no conocía muchas formas de eliminar inferi solo sabía que le temían al calor. El joven aun sin expresión en el rostro, solo tomo la mano del hombre para correr detrás de el.

 

El tatuado entendía que el poder de la nigromancia abarcaba muchas áreas de la magia oscura, pero el tomar un cuerpo para crear un esclavo, o hacer un horrucrux, en verdad había muchas acciones que colocaban a la Nigromancia como una de las más poderosas y controversiales ramas de la magia negra.

 

Habían salido del lugar cuando Axel se hecho sobre el suelo fatigado y una sonrisa aparecía por fin en sus labios. Miro a lo alto por fin había llegado a la pirámide. Acercándose al niño para volver a ayudarlo a caminar, parecía que el niño estaba lastimado, lo cual no resultaba raro. Axel aun no sabia bien como ayudarlo. – Vamos. – Le tendió su mano, y ambos empezaron a subir hacia la pirámide.

 

-¿Arcano? – Su voz entro por la puerta, donde los primeros rayos del alba empezaban a aclarar el día había sido una noche larga. Sus ojos recorrieron el lugar la enorme sala donde el anciano se encontraba de pie, su tétrica expresión.

 

Cansado, bañado en sudor y manchado de sangre, fue así como el joven Rexdemort se presentó ante su maestro, estaba listo por fin había terminado las primeras tareas que él le había encargado, pero faltaba la última. Camino hacia el tuerto aun ayudando a aquel niño que hacía apenas unas horas estaba muerto. Nunca pensó que le diera tanta alegría volver ver a aquel hombre.

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El Nigromante tenía la vista fija en un punto sobre la pared de la sala, indescifrable de cuál se trataba. Su visión iba desde la lucha de Rexdemort contra los inferi hasta Cissy y sus recuerdos o sus temores, todo pasaba junto pero él podía distinguir de quién era cada cosa. Tanto así que apenas se movió de su sitio cuando Axel entró en la Gran Pirámide cargando al pequeño muchacho que había revivido. Báleyr hizo sonar su bastón en el suelo sin dirigir una palabra al mago y el muchacho que llevaba con él cayó dormido sin más.

 

—Estará bien, Axel. Ahora es momento de que te pregunte, ¿estás listo para enfrentar la prueba final?— musitó, su voz fría y apagada preguntaba a Rexdemort pero su ojo celeste estaba anclado en lo que pasaba dentro del portal con Cissy.

 

La puerta de la habilidad de Nigromancia giró junto a las otras y se detuvo frente a Axel, abriéndose de par en par y mostrando aquella oscuridad absorbente cual agujero negro. Las sombras atraían la magia, la doblegaban y Axel podría sentirlo sin más pero, no obstante, no actuaría su magia sino hasta que él volviera a responder a su pregunta, pues así lo demandaban las leyes de la Universidad y de la magia que allí se impartía.

 

—Si eliges entrar, usarás este anillo que estará unido al mío. De modo que yo podré ver y sentir lo que veas y sientas dentro del portal. No se me permite entrar, pero seré capaz de intervenir en caso de que necesites mi ayuda—claro que el Arcano esperaba que eso no ocurriera.—Si te quedas encerrado en la prueba o decides no continuar, entonces no podré volver a recibirte en mi mazmorra. Así que este es el momento decisivo, señor Rexdemort— apuntó y por fin clavó su ojo celeste, frío y calculador, en el rostro del mago danés.—Una vez que atravieses el portal, la prueba comenzará. Verás futuro, pasado y presente, mundos alternativos, decisiones no tomadas. Serás otra persona o quizá tú mismo, eso no te lo puedo decir porque el portal actúa con tu mente. Todo lo que veas allí no afectará tu estancia aquí... o al menos eso se presume— hizo una mueca, un atisbo de sonrisa que no lo fue.—No serás consciente de que es una prueba como tal, creerás que todo lo que sucede es real. Cuando estés listo, el portal te devolverá a esta sala y entonces, por fin vincularás tu ser al anillo y al aro de la habilidad— levantó el dedo para mostrar el anillo propio.

 

Movió la mano sobre el pedestal y tomó el anillo que antes le había señalado, el que sería de Axel. Luego, extendió su mano y esperó a que el joven tomara la decisión.

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-¿Estas bien? – Pregunto inmediatamente al sentir como aquel joven que lo acompañaba se desvanecía entre sus brazos y su cuerpo se transformaba de nueva cuenta en un peso muerto.

 

Llevo sus manos en el niño, que solo usaba la chaqueta de Axel para cubrir su desnudez, una ligera sonrisa apareció en medio de la desteñida barba del Rexdemort al ver que solo se encontraba dormido. Axel había hecho demasiadas promesas a almas en esos días, pero al verlo tranquilo y respirando, el mismo hombre se quitó un peso de encima.

 

Recostó el cuerpo en el piso de piedra, cuando se percató del Ouroboros y las palabras del tuerto le caían en la espalda, como un balde de agua fría. Era hora del último desafío aquel que demostraría si era capaz de dejar de ser solo un aprendiz

 

Axel suspiro, limpio el sudor y la tierra que resbalaba de su sien con el hombro de su ya sucia ropa, se acercó lo suficiente para tomar el anillo y analizarlo con detenimiento.

 

-Jeg er klar.- Dijo inmediatamente mientras sonrió para sí mismo al colocarse el anillo en la mano izquierda. Pararse enfrente de aquella puerta, tomar aire y despedirse del anciano al entrar.

 

----

 

-Corre que se va idi***. –

-Corre tu idi***, tú eres el lento. –

-Demonios se fue, Axel eres un idi***-

 

El joven Rexdemort se sentó en un tronco caído, el suelo aún estaba húmedo por la lluvia y la luz no era muy buena, ya que no atravesaba las grandes hayas dentro del Gribskov.

 

-La hubiéramos alcanzado, pero eres un idi***. – Replico el mago a Regner, el otro hombre se sentó a su lado, respiraba con dificultad se encontraba fatigado por haber corrido tanto dentro del bosque. Regner solo respondió mostrando su dedo medio a Axel.

 

Habían pasado toda la mañana intentando atrapar aquel jobberknol en ese enorme bosque y aun no se acercaban ni un poco.

-Maldito pollo. – Dijo riendo el desaliñado compañero de Axel, mientras sacaba de su mochila un cigarro y lo encendía. – Ya estoy harto, ya vámonos a casa.- Se recostó en el suelo Axel, mientras le arrebataba de la boca el cigarro a su amigo.

 

-Ese animal es más listo que nosotros.- Dijo riendo Regner, mientras recuperaba su cigarro de los labios de Axel y se acostaba a su lado. Ambos hombres quedaron tirados en el suelo mirando el cielo gris, el bosque de Gribskov era muy frio en esa época del año.

-Lo mejor será irnos, no tengo ganas de estar aquí. – Axel volvía a robarle su cigarro y no se movieron. Los dos se encontraban cansados y el cielo seguía oscuro por la tormenta que acababa de pasar. Regner quito por última vez aquel cigarro cuando este se lo termino. –Ya vámonos, perdí mi reloj. – Se quedaron mirando el cielo un par de minutos, o quizá horas, Axel no entendía pero no quería levantarse se había quedado muy cómodo en aquel sucio lugar.

 

-¿No extrañas a Gabrielle? - Regner rompió el silencio, haciendo que el mago abriera los ojos. – ¿Y tú extrañas a Wolfen? – Respondió el otro, buscando los ojos de su amigo. – Todos los malditos días, desde que murió, lo extraño cada vez más. – Dando un suspiro largo.- Yo también, aun no creo que ella también este muerta. – Contestó nuevamente el Rexdemort. - Algún día seré lo suficientemente poderoso para regresar a este mundo a mi guapo Wolfen y a tu molesta Gabrielle. – Ambos rieron.

 

-Traer a la vida a un muerto, no eres capaz de atrapar a un avecilla. – Suspiro con nostalgia.- Ellos deben estar bien, por lo menos te tengo a mi lado.- Riendo un poco más, cuando Regner le arrojo tierra mojada al rostro. – Oye idi***.- Reclamo el hombre, buscando algo para arrojarle pero el sonido de las nubes lo detuvo. – Va a volver a llover, vámonos. – Ordeno el mago de casi 1.90 al Rexdemort el cual se limpiaba la tierra del rostro y se levantó.

 

-Esta zona del bosque no la conozco.- Dijo Axel una vez que se dio cuenta que las nubes se estaban acercando más y cada vez estaban más oscuras. – Oriéntame – Fueron las palabras de Regner, al sacar su varita. – Para allá esta el norte, nosotros vamos al suroeste, vamos rápido no me quiero volver a mojar. – Axel solo siguió a su mejor amigo, acomodándose la enorme mochila en la espalda.

 

Cada vez la oscuridad era mayor y la pareja seguían caminando por el bosque. Las nubes más grises, el viento más frio y ellos cada vez entraban más al bosque. -¿Por aquí debería estar el guardabosques? – Pregunto Regner a lo que Axel solo respondió levantando los hombros, esa parte del bosque no la recordaba en lo más mínimo.

 

Los arboles estaban muertos en esa zona y el follaje grisáceo, Axel y Regner estaban perdidos en medio del bosque y una tormenta se aproximaba.

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Di una bocanada de aire y una brazada, cruzando él último trecho del lago con elegancia inusitada. Alguien aplaudió con vehemencia mientras me quitaba las gotas de agua de los ojos y enfocaba la vista en la orilla, donde una figura varonil ataviada con ropas del medioevo me dedicaba una sonrisa impresionante. Se la devolví, dándome cuenta en mi fuero interno de lo mucho que amaba a aquel hombre.

 

-Tienes un don natural para la natación, milady- dijo Henry, mientras levantaba una manta y me esperaba con ella para abrigarme del frío del otoño. El Condado de Oxford era frío en aquella época pero a mi eso no me detenía de salir a nadar de vez en cuando-. Sal de una vez, esposa. Vas a resfriarte. Y el pequeño Henry quiere montar a caballo con su madre- agregó el noble, mientras yo acotaba la distancia entre nosotros y salía por fin del agua. Nada cubría mi cuerpo de estómago plano y pechos prominentes mientras me acercaba a Fitzroy y dejaba que él me envolviera en la manta y depositara un beso en uno de mis hombros desnudos.

 

¿Cuánto hacía que nos habíamos casado? Unos meses nada más y pronto tendría que volver a mi plano, lo sabía. Pero le amaba tanto, que no me atrevía a decirle que debía abandonarlo. Sospechaba que él ya lo sabía de todos modos.

 

* * *

Los gritos llegaron a mis oídos como un estallido y me sobresalté, envolviendo enseguida en un abrazo a mi esposo y rogando a los dioses que no me lo arrebataran. Sudaba y tenía una fiebre espantosa. El médico no tardó en llegar, seguido por Aidan y un lloroso Henry de apenas doce o trece años, al que no tardé en abordar abandonando el lecho junto a Henry padre. Rodee a mi adolescente hijo con mis brazos y le juré que su padre estaría bien, aunque sabía que quizá eso no fuera cierto. Mis ojos se dirigieron a Aidan, rogando.

 

-Conviértele- pedí.

 

Él negó. Henry se había negado a convertirse en vampiro y ahora estaba sufriendo de una enfermedad que lo mataba poco a poco, le quedaba realmente poco tiempo en aquel mundo y yo sabía que el momento se acercaba cada vez más.

 

-Por favor, Aidan, es mi esposo- sollocé, mientras el médico hacía lo que podía para calmar el agónico dolor que estaba desangrando por dentro a Fitzroy.

 

-Y es mi mejor amigo, Sybilla, pero si él no concede por propia voluntad, yo no puedo arrebatarle la inmortalidad- me respondió, mordaz, dándose la vuelta para marcharse con mi hijo tomado por el hombro.

 

Dejé que lo hiciera. No podía permitir que mi hijo viera morir a su padre lentamente. Me giré hacia el hombre que era mi esposo, uno de los mejores gobernantes que hubiera tenido Inglaterra y que ahora estaba desfalleciendo por la gota. No, no podía permitirlo.

 

Aquel mismo día envié una carta a Richard, el hermano de Henry, para pedirle que por favor acudiera al castillo para convencer a Henry de convertirse en vampiro y así vivir y seguir gobernando como el más magnífico monarca que el pueblo hubiera conocido. Una semana después, Richard ya se encontraba con nosotros pero decía que Henry no quería saber nada de él. Su estado seguía empeorando.

 

* * *

-Eres terco, hermano- dijo Richard, poniendo una mano sobre la frente de Henry y acercándose para susurrarle en el oído.

 

-No quiero morir, Richard. Conviérteme por favor- rogó el rey, mientras miraba con sus ojos cobalto nublados a quien hubiera sido Corazón de León-. Por favor.. mi hijo.. mi esposa... Hazlo por ellos- pidió.

 

Richard sonrió con malicia y colocó sus manos a ambos lados del rostro de Fitzroy.

 

-Lo hubiera hecho si fueras sólo mío. Pero la elegiste a ella y ese bastardo de hijo que tienes... Lo siento, pero si no eres mío, no serás de nadie- las manos de Richard se deslizaron hacia la almohada junto a Henry y con ella tapó el rostro de su hermano y presionó, sintiendo cómo el débil cuerpo de Henry se debatía para sacarse al vampiro de encima y perecía en el intento. Richard soltó algunas lágrimas por su hermano mientras lo ahogaba, pero era más el odio que sentía porque él lo había rechazado... No, Henry no iba a ser de nadie más.

 

* * *

-HERNYYYYY- corrí hasta el cuerpo de mi marido y tiré de él, intentando despertarlo, pero no respiraba-. ¡AIDAAAN! ¡JAAAAAMEEEEES!- grité, llamando a mi amigo y su hijo.

 

Ambos acudieron a mi encuentro y se tiraron sobre Henry tal como yo lo hacía, uno intentando apartarme y el otro intentando revivir al monarca. Pero no había modo, él se había marchado. Detrás de ellos, acudió Henry Junior y Richard, ambos conmocionados.

 

-Noooo.. Henry...- lloré, tomando la mano inerte de quien fuera mi esposo. Tenía los ojos desenfocados, mirando el techo y estaba frío como la nieve.

 

Me solté del abrazo de James y corrí escaleras abajo, tenía que hacer algo. Un anillo brilló en mi dedo, uno que hasta el momento no le había prestado atención. Era el anillo de Nigromancia, lo sabía aunque no recordaba cómo había llegado hasta mi o por qué, sólo que sabía cómo usarlo. Tomé mi varita y, sin pensarlo, abrí un portal entre los mundos, creando una fisura frente a mis ojos que refulgía con un brillo azulado cegador. Las lágrimas corrían por mi rostro cuando alargué la mano, metiéndome dentro, doblando mi voluntad hasta que me encontré en un sitio totalmente diferente al castillo, repleto de rostros que se giraban al verme.

 

-Henry- lo llamé.

 

-Aquí- dijo, su voz distinguible sobre las demás.

 

Su figura, su alma, se acercó a mi y me rodeó en un abrazo profundo.

 

-No sufras por mí, amor mío. Estoy bien. Cuida del pequeño Henry.

 

-No.. no me dejes... regresa, por favor- rogué, sintiendo que las lágrimas seguían rodando por mi rostro.

 

Él sólo me sonrió y negó con la cabeza, empujándome con una voluntad sin precedentes hasta fuera del portal.

 

-NO- grité, mientras veía cómo se desvanecía frente a mis ojos.

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Báleyr vió cómo Axel tomó el anillo, aunque preocupado por el muchacho que había devuelto a la vida. Esperó a que Rexdemort entrara en el portal y luego movió su bastón e hizo desaparecer al jovencito, llevándolo directo hacia su mazmorra. Allí también se encontraba la muchacha a la que Cissy había revivido, aunque ella no poseía recuerdos de su vida anterior, no como el muchacho de Axel.

 

Observó a ambos magos atravesar sus propias memorias, recuerdos, visiones del futuro, del pasado o estar dentro del cuerpo de otra persona. Ninguna de esas cosas les iba a resultar extraña porque ellos no notarían que era una prueba, que no eran quienes creían ser. No tendrían conciencia de ellos mismos como otro ente fuera de aquel mundo, sino que asumirían que todo lo que el portal les mostraba era absolutamente cierto y no lo cuestionarían, siguiendo así el hilo de la prueba que el portal mismo les quisiera imponer.

 

A veces, Báleyr recordaba su propia prueba. La vez que había ingresado en el portal, con el viejo Arcano de Nigromancia, su maestro, alentándolo para seguir adelante. Claro que el aliento que él había recibido distaba mucho del que le daba a sus alumnos. Podía ser serio, frío, un poco presumido y egoísta, pero tenía bien en claro que sólo así lograría que los magos y brujas que pasaban por sus manos dieran lo mejor así. De esa forma había logrado demostrarse a sí mismo (y a los otros Arcanos) que sus estudiantes eran los mejores, que merecían aprender la habilidad. No les ponía pruebas blandas, no, siempre los hacía desafiarse más y más a sí mismos.

 

—Porque se darán cuenta que la única manera de llegar al final, es seguir adelante, sin importar qué— susurró, como si se lo estuviera diciendo a alguien.

 

La puerta de la habilidad continuaba abierta, mostrando a Báleyr el rumbo de sus dos aprendices. Cissy, más avanzada, casi concluía su travesía. Ahora enfrentaba el dolor de la pérdida. Axel, por su parte, se encontraba en un bosque acompañado por un viejo amigo. Aún le costaba ver a dónde llevaba aquello, pero lo presentía. El portal le decía cosas, siempre le susurraba. La negrura que parecía tener vida se contorsionó y Báleyr vio algunas formas dentro, formas que prefirió ignorar.

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El árbol bajo el que había enterrado a Bree seguía en su lugar, con sus hojas en tonos marrones y ocres debido al otoño que ya se cernía sobre todo Ottery. La tumba de Bree, con su nombre completo y el lema de los Macnair, no era la única que se alzaba en los terrenos de la mansión, ya que la idea de enterrar a los mimebros de la familia en el cementerio del pueblo no me parecía apropiada para ellos. Bree había sido la primera, desde luego. Pero luego se le había sumado el cuerpo de Artemis, quién había perecido en la batalla contra Richard Lionheart. Hasta allí había llevado el recipiente que usaría para colocar el alma de Sybilla. Era el cuerpo de Emma, la esposa fallecida de Sebástian, que se encontraba perfectamente preservado debido a la magia que aún había en él.

 

<<No quiero estar dentro de ese cuerpo, Castalia, es demasiado>> decía la voz de Sybilla en mi mente.

 

Oh, a mi tampoco me agradaba la idea pero era lo mejor que se me había ocurrido. Báleyr había dicho que intentar meter el alma fragmentada en un recipiente herido haría que Sybilla se destruyera y aunque la idea le agradaba, había comenzado a sentir cierto aprecio por aquella mujer con la que compartía cuerpo. Intentar hacer un habitáculo nuevo había fracasado, ya que aún no conocía todos los ingredientes necesarios, el Arcano no me los había querido proveer y, además, algunos resultaban casi imposibles de conseguir (o replicar). Esa era mi última instancia y también la detestaba.

 

-Creo que no lo entiendes aún. Si no te meto en este cuerpo, no resistirás entrar en ningún otro, aún con los trozos tuyos que he logrado recoger del más allá, sigues estando demasiado débil y mi esencia no te ayudará tampoco. Quizás si tuviéramos más tiempo...- y como si mi cuerpo hubiera estado esperando a que dijera aquellas palabras, me retorcí de dolor. Encorvé la espalda y solté un alarido que retumbó en todos los terrenos e hizo vibrar, por poco, las aguas del arroyo que discurrían más allá del laberinto-. No hay tiempo- jadee, tomándome la cabeza.

 

Había trascurrido mucho desde que Sybilla ocupara mi cuerpo y prácticamente había estado utilizando mi magia para mantenerse con vida, lo que había hecho que mi esperanza de vida disminuyera. Si bien a Sybilla podía no importarle mi vida más que la de ella, si yo moría, ella también. Yo era lo único que nos mantenía con vida, mi vínculo con la magia primigenia y mi poder encerrado. También la longevidad que me había concedido ser licántropo ayudaba a retrasar el proceso, pero aún así había tenido que consumir sangre de unicornio para poder seguir viviendo. ¿A qué costo? Aquello no era vida y sacarle sangre a mi ejemplar no era nada que me gustara, desde luego que a él tampoco.

 

Encendí una hoguera con la varita y, a un lado, coloqué el cuerpo de Emma, tendido sobre una sábana blanca y vistiendo las ropas que llevaba el día que Sebástian había decidido hacerle su funeral. Sobre la tierra dibujé los símbolos que tan bien me conocía, aquellos que Báleyr me había enseñado y comencé el cántico. No necesitaba portal, ya que el alma estaba dentro de mi propio cuerpo. Invoqué la Daga del Sacrificio y realicé un corte en la palma de mi mano con el símbolo de la reencarnación, la vida y la muerte. Plegarias druidas y griegas venían a mi mente, como si las estuviera leyendo. De pronto, sentí que una especie de electricidad inundaba el aire y el sonido de la hoguera se acalló, el fuego no crepitaba. Cientos de voces inundaron mi mente y mi alrededor, mientras mi sangre goteaba sobre el pecho de Emma.

 

Le cumhachd an ceithir àrdail na stiùiridhean ,

tuath, gu deas , sear is siar ,

mi ath-thagradh an t-anam Sybilla Macnair

a 'sruthadh tro m' fhuil agus a-steach a 'chuirp.

Por el poder de los cuatro puntos cardinales,

norte, sur, este y oeste,

yo invoco el alma de Sybilla Macnair

para que fluya por mi sangre y entre en este cuerpo.

Pasé la mano ensangrentada dibujando en el suelo los cuatro puntos cardinales, mientras el aire se volvía denso a mi alrededor. Repetía el cántico y sentía los susurros en el viento, como si me estuvieran alentando. Un impuslo me hizo convulsionar y caí de rodillas junto a Emma.

 

-Por el poder... por el poder...- algo me oprimía el pecho con fuerza y me nublaba la vista.

 

Tomé una bocanada de aire y caí de costado al suelo, con el rostro sobre la tierra removida de la tumba de Bree.

 

-Sangre... de mi sangre... polvo... al polvo...- musité, perdiéndome mientras el poder me envolvía.

 

Entonces, sentí un enorme alivio y me dejé llevar.

 

 

Una luz me cegó y coloqué una mano sobre mi rostro. La luz del sol brillaba implacable sobre mi cabeza y el viento frío del otoño mecía las ramas del árbol que estaba a un lado, haciendo que algunas gotitas de rocío cayeran sobre mi rostro. Tenía gusto a tierra en la boca y podía oler los restos del fuego y la sangre a mi alrededor. Alguien me tocó la frente con una mano cálida y suave y un par de ojos verdes me escrutaron.

 

-¿Estás bien? No tienes buena pinta- me dijo la mujer.

 

Tardé un momento en comprender que era Emma. ¿O Sybilla?

 

-¿Sybilla?- pregunté, sintiendo mi boca pastosa.

 

-¿Quién más, sino?- dijo de forma socarrona.

 

Y lo sabía. Sebástian estaría como perro faldero tras ella y yo no tendría ninguna oportunidad. Pensé en quedarme tumbada allí, quizá el invierno cayera sobre mí y moriría de frío, así no tendría que pensar en lo que se vendría. Había logrado llevar el ritual a cabo, ya no tendría que vivir con Sybilla dentro de mi cuerpo y podía procesar todo aquello como algo bueno. Claro que había renunciado a alguien que me importaba y no había comprendido, hasta el momento, cuánto.

 

<<Perder a alguien no es sólo cuando alguien muere>> comprendí. Había otras formas de perder a quien se amaba.

 

También había perdido parte de mi poder, desde luego. La bruja más malvada que había conocido ahora tenía cuerpo propio y magia propia de nuevo, ya no éramos una.

 

* * *

Una mano negra me tomó por la cintura y me arrastró hasta depositarme en una sala circular. Estaba exhausta, adolorida y no recordaba mucho de lo que había vivido dentro del portal. Tenía la firme sensación de que algo ni iba bien... o no iba a salir bien, en todo caso. Además de que una angustia sin igual me embargaba. No me sentía fuerte, ni realizada... ni mucho menos conocedora de grandes poderes. Quizá había fracasado y Báleyr me lo diría en breve, cuando se diera cuenta que no era tan buena bruja como él creía.

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