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Prueba de Metamorfomagia #3


Amara Majlis
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El estallido pareció efecto dominó dentro del laberinto, ensordeció a las personas que se encontraban frente al espejo más para ella solo sonaron campanadas. Amara comprendió porque podía sentirlo gracias al anillo que portaba en su dedo anular, lo difícil de aceptar quien uno era, de verse sin tantas capas de mentiras, de recordar por qué se escondían los rasgos además de por qué no se debían olvidar. Trató de hacérselos saber desde el instante cero en que comenzaron aquella clase porque no deseaba que magos y brujas de tal calibre se perdieran dentro del cuerpo de un extraño así que sincerarse con el espejo y que éste lo tomase como una prueba cumplida era un comienzo.

 

Acomodando su cabello dorado relajó sus hombros y entrelazó sus dedos caminando tranquila por el sendero que le conducía hasta la entrada de la pirámide, la energía pura que manaba de la cúspide era una recarga completa para la mujer por lo que disfrutaba sobremanera el final —o quizás comienzo— del examen para obtener la habilidad. Dado que cada sujeto de prueba había sido transportado por el laberinto a un punto estratégico en el mundo tocaba esperarlos allí para que no se sintieran desorientados al ser devueltos a Egipto. La larga falda de su vestido de época producía un siseo al andar bastante melódico, incluso la forma con la que Amara Majlis parpadeaba tenía clase y elegancia, no por nada se le tenía tanta estima donde fuese que estuviera.

 

Cada tanto percibía una tenue luz por la hendija de la puerta, en el interior de la pirámide el suelo era completamente negro con dibujos que posiblemente el trío no conocería así como el símbolo que identificaba a los arcanos, aquella serpiente cíclica que devoraba su propia cola. Frente a ellos habría puertas, varias puertas que solo Majlis podía apreciar por dominar las habilidades y el grupo solo podría apreciar una, la correspondiente a Metamorfomagia y una vez ingresaran por ésta completamente solos pues Amara ya no tenía jurisdicción dentro del portal y éste los conduciría a la prueba clave para saber si eran verdaderamente merecedores del don.

 

Al salir, el anillo en sus manos habría mutado y la habilidad sería parte de sus vidas, más eso estaba por verse.

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El paisaje era tan hostil como su mente lo recordaba. Le preocupaba el hecho de no contar con la ayuda de su varita mágica. Se encontraba en territorios precarios, en donde seguramente más de un problema surgiría. ¿Cómo la metamorfomagia podría ayudarlo a detener una bala, por ejemplo? Ya se le ocurriría algo cuando llegara el momento. Desenvainó la espada, sin embargo, pues esta podría brindarle cierta protección.

 

Giró la cabeza como un resorte en cuanto escuchó un disparo. Era casi imposible, poco probable, encontrar a un tigre blanco en estado natural. Habían pocos. Hijos de tigres comunes ambos con el gen recesivo. Pero conforme la caza indiscriminada aumentaba menos eran los que lograban sobrevivir para continuar con aquel gen en las generaciones venideras.

 

Viendo como estaban las cosas, convertirse en tigre era una mala idea. Modificó su apariencia en otra manera. Buscó en sus recuerdos la apariencia de un cazador furtivo al que antes se hubiera enfrentado. Su cuerpo se encogió hacia abajo. Más su musculatura se vio incrementada apenas lo suficiente para no rasgar las fibras de su ropa.

 

¿Alguien se creería su apariencia? Su vestimenta no era la de un inglés de alta cuna, pero tampoco lo era la de un cazador menos con una espada en su mano derecha. Habría sido una buena idea, pensó, llevar el arco en lugar de la espada. Tres cazadores que se habían separado siguiendo las huellas de varios animales.

 

Alcanzó al primero sin ser escuchado. Lo atacó por la espalda.

 

—¿Necesitas ayuda? —preguntó con una mueca de desagrado en su rostro. La espada estaba clavada en el pecho del furtivo mientras por su boca fluía la caliente sangre —. Quizá en tu otra vida recuerdes lo malo que es cazar animales indefensos.

 

Tomó el arma del sujeto y guardó la espada en su vaina. Continuó con la travesía usando todas las técnicas que aprendió cuando joven. Sus pisadas no dejaban rastro y apenas podía ser escuchado. El segundo lo escuchó y comenzó a estar más atento, pero en poco tiempo se olvidó de los sonidos extraños y bajó la guardia. Le rompió el cuello.

 

—Estoy incumpliendo mis votos por ustedes, asquerosos. Que en la siguiente vida seas una persona de bien.

 

Tomó su apariencia y su ropa. La espada desentonaba así que no le quedó más alternativa que esconderla. Ya luego habría tiempo para volver por ella. Escondió las dagas entre la nueva ropa y continuó con su camino. Se encontró con él último cazador.

 

—¿Hay algo? —preguntó Bastian.

 

—Están cerca. Son dos ¡Dos!

 

—Continuemos

 

El sacerdote movió su mano hábilmente. En ese momento no le apetecía, aún, cobrar la vida de otra persona. Ya llegaría el momento adecuado. Le cortó el tendón de la mano con que sostenía el arma y le calvó una daga en un punto en que el sujeto no moriría más le costaría moverse.

 

—¿QUÉ CREES QUE HACES?

 

—Torturarte, obviamente.

 

Y entonces adquirió su apariencia real.

 

—¿Queeeé eres?

 

—Soy un mago, querido amigo. ¿Cuántos más como tú hay? —preguntó al tiempo que más dagas aparecían en sus manos —. Pienso usarlas si no comienzas a hablar

 

—Aquí ninguno

 

Bastian obtuvo la información que le apetecía. Luego de terminar de entrenar su cuerpo y su mente en la metamorfomagia iba a hacer una visita a quien dirigía el grupo de cazadores. Asesinó al tercer cazador. Adoptó su forma animaga. Cuando llegó con los tigres sonrió.

 

Eran dos pequeños tigres blancos (de no más de un año) que estaban manchados de sangre. No era sangre de ellos al parecer. El disparo que escuchó cuando llegó. Su madre estaba muerta. Se comunicó con los pequeños y los convenció de acompañarlo.

 

Sus fénix aparecieron en el momento justo en que los llamó. Su prueba había sido salvar a los animales, más no se conformaba con haber eliminado la amenaza inmediata. Los cuatro animales -dos felinos y dos aves- desaparecieron en una explosión de fuego.

 

Se irguió nuevamente como humano y nuevamente todo cambió. Se hubo de vuelta en la Universidad, exactamente en frente de la gran pirámide. Cerró los ojos antes de ser encadilado por el brillo de la pirámide. Era su tercer visita a aquel lugar. Su tercera puerta. ¿Cuántas más serían antes de que el portal decidiera no dejarlo salir? Se adentró a la pirámide.

 

—Maestra

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La conexión se cortó de lleno con los tres, entonces supo que era el momento.

 

Atravesando la puerta de la pirámide el portal se activó y deteniendo su andar en medio de la oscuridad donde lo único que resaltaba era el dorado de sus cabellos y lo blanco de su piel observó como las puertas comenzaban a girar ligeramente suspendidas en el aire, o quizás no, puesto que la negrura que allí reinaba no permitía apreciar donde comenzaban las paredes y terminaba el suelo. El primero en acudir a ella fue Bastian al cual sonrió delicadamente haciendo una reverencia formal para luego separar sus labios y permitir que localizara su posición, —aquí joven Karkarov— su voz resonó por todos lados hasta iluminar el camino.

 

La misión ya no sería sencilla aunque las pruebas significasen ya un problema para ellos porque como había pensado con antelación ella no tendría la posibilidad de socorrerlos una vez cruzasen la puerta ni siquiera portando la sortija que más tarde otorgaría el don a cada uno de ellos pues Amara confiaba ciegamente en sus pupilos. Convencida de que pronto Darla y Shalyit cruzaría la misma puerta se hizo a un lado sin dejar de ver a Bastian aunque esfumando su sonrisa para dar paso a la explicación. Humedeció un poco sus labios notando el peso de los años repentinamente para hablar, —Me corresponde hacer ésta última pregunta antes de que su alma sea puesta a prueba cruzando éste portal— expresó con voz serena.

 

—¿Están seguros de querer continuar?, ésta es la última oportunidad de regresar ilesos pues existieron magos y brujas que jamás regresaron de su prueba final.

 

Acotó más que nada para la única persona presente aunque de llegar el resto a tiempo no tendría que repetir la pregunta ¿podría usar magia para mantener el eco de su voz?, era algo factible pues se consideraba una persona increíblemente poderosa más no solía usar realmente la magia, su vida se regía como esperaba pronto la de ellos también con las habilidades que los dioses le hubieron otorgado al nacer o en algún punto abrupto de su vida.

 

Tras recibir su respuesta permitiría que atravesaran la puerta sintiendo como siempre cierta curiosidad sobre a dónde los llevaría puesto que cada persona significaba un mundo así como se encargaría de escoltar fuera de la pirámide a la persona que no desease continuar por algún motivo en especial, honestamente atravesar el laberinto para muchos suponía un estrés traumático.

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El animal la observaba con curiosidad y desconfianza, Darla extendió su mano, la había metamorfoseado en una pata sólida y más bien corta, digitígradas, con cinco dedos armados con afiladas garras que tenía retraídas y ocultas en las bolsas cutáneas especiales de la raza. El yaguareté la olió desconfiado, y volvió a clavar sus ojos amarillos en los de la vampiresa, del mismo tono que los de él para luego oler de nuevo la “pata” que, poco a poco y ante sus ojos, fue retornando la forma de la mano de la mujer. El animal soltó un resoplido.

 

Cuando estuvo segura que las especies, vampiro y yaguareté, al fin habían “congeniado” Darla metamorfoseó de nuevo su rostro, igual de lento que antes, retomando la forma de la joven norteña, el animal bufó mientras ella se acercaba a él. Revisó la pata, la herida no era muy grave, pensó en hacer un aguamenti pero luego recordó que no tenía a Edelweiss, buscó a su alrededor, escuchando atenta.

 

--Espera aquí –claro, como si fuera a ir a algún lado con la pata doliendo.

 

La pequeña vertiente no estaba lejos y arrancó una manga de su camisa, empapándola bien, luego regresó y limpió la herida entre gruñidos y esquivada de zarpazos.

 

--Ey ey ey deja de protestar --gruñó mientras con la zurda sostenía la pata sana del animal y apreciaba de reojo las “garritas” que había sacado.

 

Cuando terminó de limpiar y aplicar un ungüento de plantas silvestres medicinales, arrancó su otra manga, el animal parecía ahora más calmo y ella lamentaba en el alma no poder tener legilimacia u alguna otra mancia que le ayudara a comunicarse con más fluidez. Hizo una larga tira con la manga y vendó la pata del yaguareté.

 

--Bueno gatito, vamos a buscar a los de la red, creo que estamos en uno de los parques pero no se en cual --dijo poniéndose en pie y ayudando al animal a ponerse al menos sobre tres de sus patas. Había reconocido las yungas, y podía sentir al animal a su lado, su esencia y no estaba sola, era una hembra preñada.

 

Lo que la vampiresa no sabía era si estaba en Baritú o en el Nogalar de los Tordos, había leído de ambos lugares y confiaba en que podría acercarse a las áreas de registro para que el animal pudiera ser atendido, aunque la felina parecía encontrarse lo bastante bien como para seguirla prefería que un veterinario la viera. Eso de realizar curaciones sin magia y en animales no era su especialidad y, aunque había puesto todo su empeño, como un par de arañazos ya curados en sus brazos y cuello lo demostraban, prefería que del tema se ocupara un especialista.

 

Cuando llegaron al área donde parecía estaba un camino en la sierra, Darla escuchó unos sonidos humanos y esperó. Cuando al fin descubrió que eran los verdaderos guardaparques salió de su escondite con la yaguareté.

 

--Vamos --la vió adelantarse y al ir tras ella todo de nuevo cambió, tuvo la certeza de que el animal iba a ser bien atendido, cuando vió a los guardaparques verla acercarse pero luego todo se desvaneció y frente a ella estaba la majestuosa forma de una pirámide.

 

Darla lanzó un resoplido, aquello había sido de lo más drástico y un pequeño efecto de mareo la hizo detenerse, apoyando sus manos en las caderas mientras sus cabellos se encogían tomando la forma de sus rizo habituales, el negro cedía gradualmente el paso al rojizo y sus ojos pasaban del oscuro color que tenían a un par de tonos más claros como eran los suyos habitualmente.

 

--Bueno, parece que aquí estamos de nuevo --dijo recordando su anterior vez junto a Sauda.

 

Si se ponía a pensar, aunque ambas arcanas eran de tribus diferentes tenían un punto en común: su amor por la naturaleza, además de sus habilidades claro, que enseñaban con dedicación y exigencia a sus discípulos. Al contrario que con la bantú, a la cual sin querer había entrado en su mente al resistirse con la oclumancia y conocido algunos de sus recuerdos, con la berebere solo conocía lo que ella les había mostrado de sí misma.

 

Atravesó la puerta de entrada de la pirámide en el momento en que la arcana le decía a “Hagrid” que le correspondía hacerle una pregunta. Darla se asombraba de como su mirada vampírica no lograba atravesar por completo la oscuridad del lugar, miró las formas del suelo con el uroboro donde estaba parada Majlis y luego volvió a levantar la vista hacia la arcana.

 

--Estoy segura --se adelantó en responder --y confío en no unirme a ese grupo que no ha regresado y estar a la altura de los que portan el anillo de metamorfomagia con orgullo.

 

Por primera vez en mucho tiempo Darla pensó en aquello, los portadores del anillo seguramente lo tenían no a la vista cuando se transformaban, o quizás hacían ver otro anillo y no el real. ¿La gente reconocería a los magos por sus anillos? Darla sacudió imperceptiblemente su cabeza para dejar de lado las tonterías que pasaban por ella y esperó las indicaciones y el permiso de Majlis para seguir adelante.

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Las pruebas de la Arcanan tenían sus propias reglas, por su puesto. Más el portal tenía formas interesantes de mostrarse y Bastian lo sabía. Se dejó guiar por la oscuridad por la armoniosa voz de Amara. La negrura era tal que apenas y lograba localizar sus propias manos.

 

—Estoy preparado —anunció el mago.

 

No se hizo esperar y sus pisadas lo introdujeron en una realidad que hasta entonces le era desconocida. Antes de desaparecer estrujó una pluma de fénix que tenía en su mano e hizo que su varita mágica se materializará entre sus dedos. El Portal decidiría si él necesitaba la varita o no, la prueba realizada por la Arcana había culminado; era momento juzgado por el origen mismo de la magia.

 

Se sorprendió al verse sentado detrás de un ordenador. Él conocía el mundo de los muggles, pero en su mente no habían recuerdos de estar en una misión que implicara dejar de lado su magia. En realidad su cabeza estaba como vacía, algo faltaba en ella y claramente eran recuerdos. ¿Qué exactamente se encontraba haciendo?

 

Le tomó pocos segundos poner en práctica su entrenamiento como espía. Palpó su varita mágica fijada con magia a su brazo para no ser vista. Eso significaba que de ser necesario podía lanzarse por la ventana que identificó justo a su espalda. La puerta, por la posición del pestillo, supo estaba cerrada y era lo suficientemente resistente. Escuchó el latir de dos corazones al otro lado de la puerta. Localizó todas las cámaras de seguridad que habían en lo que dedujo era su despacho. Disminuyó el brillo de la pantalla hasta que pudo reflejarse. Era él, en ese momento, una mujer con el cabello corto y a quien los años le había pasado factura. Llevaba una especie de saco verde a cuadros que realzaban su elegancia.

 

—Me pregunto —dijo en voz baja —... que exactamente es lo que hago haciendo de Primera Ministra de Gran Bretaña...

 

Aquello era mucho más que solamente guardar una apariencia. Sus dedos temblaron en cuanto notó lo que se avecinaba. Él conocía el rostro de la Primera Ministra, sabía algunos aspectos generales de su vida. Pero jamás pensó que algún día debería suplantarla. No la estudió, no sabía detalles de su vida privada ni mucho menos de los asuntos oficiales que atender.

 

En cuanto presionó un botón en el teléfono su secretaria no tardó en ingresar de una segunda puerta que no estaba en su delante, sino en el lateral izquierdo. Le leyó su agenda.

 

—Tiene una reunión con Su Majestad —dijo como si fuera algo de lo más normal —. Tiene que firmar todos estos documentos

 

Inutilizó todas las cámaras de seguridad cuando disimuladamente tocó la varita mágica sobre la manga del saco. Pronto se darían cuenta, quedaba poco tiempo. En la primera hoja de los documentos que la muchacha le entregó decía >

 

Aturdió a la chica murmurando un conjuro y se dirigió hacia el libro en cuestión. El librero se movió dejando a la vista a la Primera Ministra de verdad. La sentó sobre la silla, guardó el libro bajo el brazo. Intentó desaparecer pero no pudo hacerlo >

 

Se hizo con su varita, cambió de apariencia y modificó su vestimenta. Se lanzó por la ventana y estando fuera del edificio desapareció. Tuvo éxito ocultándose, más no tuvo en cuenta la forma más adecuada para escapar. Cuando sintió que su cuerpo perdía su estado sólido nuevamente un destello se apoderó de su mente.

 

 

 

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Amara aguardó en silencio, la soledad no le disgustaba pero aquel día se había demostrado ante ella ajetreado y repleto de situaciones inesperadas por lo que un poco de paz le resultó curiosamente fuera de lugar. Bastian había sido el primero en atravesar la puerta que le pondría a prueba para saber si era digno de obtener la habilidad por la que la arcano sospechaba algún día acabaría perdido y más tarde le siguió Darla, siempre tan sensata y racional, eran un dúo extraordinario al cual impartir un conocimiento más faltaba la muchacha impetuosa de los cabellos azules, aquella que sin siquiera conocerla le cuestionó por qué debía tomar una clase para controlar algo que arrastraba desde el nacimiento, Majlis se preguntó si su lengua siempre hablaba por si misma sin pensar.

 

Se preguntaba qué estaría sucediendo allí dentro donde sus ojos y sentires no podían llegar, que situaciones estarían atravesando sus pupilos y si serían capaces de aunar todas sus fuerzas para salir victoriosos y con el mismo ideal con el que habían llegado tiempo atrás a su humilde morada. Nada más que tres magos con una cualidad en común, irrumpiendo entre sus muebles, dando vida a su oficina y siendo capaces de abrir sus mentes al punto tal de seguirla hasta el corazón de una selva para rescatar a una pequeña mañana de lobos en peligro de extinción. Seguía creyendo que la bondad y la solidaridad eran la fuente de poder en la Metamorfomagia pero de manera contradictoria también creía que los tres carecían en distintas medidas de alguna de ellas.

 

—No pueden oír mi voz, pero si recordar los conocimientos.

 

Musitó colocando su nívea palma en la arenosa estructura de la pirámide, normalmente la espera no le colocaba en dicha posición pero aquel último grupo había sido un desafío personal, era como enseñarle nuevas técnicas de caza a una persona que maneja un arma y conoce el bosque desde que dejó los pañales por lo que de no salir alguno aireada, lo tomaría como una derrota y jamás se permitió perder en nada, los arcanos no lo hacían. Luego dio un paso atrás, deslizó sus pies calzados sobre el sobrio sendero que la podría conducir al laberinto si así lo deseaba pero solo buscó un poco de sombra pues la apariencia que había tomado no toleraba los fuertes rayos de sol.

 

—¿Dónde estará la joven intrépida?— Se preguntó rascándose la barbilla.

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Su compañero “Hagrid” fue el primero en ingresar y la pelirroja hizo una veña en señal de saludo hacia Majlis antes de posar su mano en la puerta que tenía el símbolo de la metamorfomagia y atravesarla, esperando que fuera menos traumante de lo que había sido con oclumancia. Se alegraba en el fondo de haber recuperado su bolsito de piel de moke con sus pociones, amuletos, anillos mágicos y a Edelweiss.
La pelirroja se detuvo de pronto, asombrada por la situación en que se encontró o más bien el lugar. Extendió su mano y no se reconoció a si misma ni en ese detalle, eran las rudas manos de un trabajador, anchas, ásperas y callosas. Miró su cuerpo, de pies a cabeza, al menos en lo que podía, debía calzar un 43, botas de trabajo con punteras metálicas, pantalones desgastados, una camisa de cuadros, tipo leñador. Sobre su cabeza tanteó un gorro sobre los cortos y gruesos cabellos. Lo que más le molestó fue la barba, se notaba desprolija al tacto y eso que sus manos estaban tan curtidas que se asombró de sentir algo.
--Apurate Pedro, que el patrón nos va a matar si llegamos tarde, estos ingleses quieren vender cada vez más, aunque dicen que las cosas podrían cambiar después de tanto tiempo.
--Ya voy --Darla volvió a asombrarse, su voz tenía tanta tonada como la del tipo que había aparecido en mitad de la puerta que daba al campo.
Se giró y miró hacia dentro de la “casa” una casucha más bien, chapas y maderas, una habitación re pobre, una catrera con algunos trapos que parecían cobijas algo ajadas. Junto a la cama, si la podía llamar realmente así, estaba una especie de mesa de noche de desvencijadas maderas. Al otro lado había una mesa y un par de sillas en no mejores condiciones, junto a las cuales había algo así como una cocina a leña. Ahora se explicaba el aroma a humo y madera que tenía encima. Notó que había una cortina separando lo que parecía un lavabo. Joer, cuando se acercó y la corrió era un asco, se sorprendió que no estuviera enfermo, si es que no lo estaba, había un viejo lavabo y un espejo mal trecho, se acercó para verse mejor.
Definitivamente era un hombre curtido, su rostro mostraba el aspecto de quien ha trabajado al aire libre, sus músculos se veían bastante fornidos, su expresión cansada y sus ojos. Se preguntó si la mirada vivaz y cansada era suya o del tal Pedro. Se volvió y se preguntó a dónde tendría que ir, metió por curiosidad las manos al bolsillo y encontró una nota.

 

Pedro debería apoyar a los huelguistas de FORA, van a intentar matarlo esta tarde camino al trabajo, no debe morir… hoy… y debe apoyar a los sindicalistas para la reivindicación de los trabajadores. El hombre está con un desmaius y un obliviate esperando con uno de nuestros agentes de la seguridad mágica oculto a unos metros del lugar del ataque. Deshágase de los atacantes y aplique todos los medios necesarios para que los obreros no recuerden lo que ocurrió y apoyen a Pedro en la revuelta de la huelga. Carlos Antolegui. Servicios de Seguridad Mágica Argentinos.

 

Darla quedó sorprendida, de verdad iba a tener que ocupar ese lugar. Recordaba que la FORA había hecho un sindicado fuerte de los peones productores de quebracho y tanino, pero eso había sido en 1920 en Santa Fe. Lanzó un silbido justo cuando un grito de “apurate che” llegó desde afuera.
--¡Voy! --respondió de mala gana mientras levantaba un bolso que había junto a la puerta y salía a los apurones.
¿Qué bendito papel le tocaba jugar en la historia? Impedir una muerte temprana y llevar a una huelga a un montón de hombres que seguramente iban a morir, para que en un futuro su historia pasara de boca en boca y fuera la muestra de los que no se rinden. Se mordió por dentro el labio, era un difícil papel sin lugar a dudas. Trepó al carro mientras pensaba en ello, saludando distraídamente al resto del grupo. No podía cambiar la historia, solo ayudar a que siguiera adelante, pero ¿por qué necesitaban esa ayuda? ¿Por qué intervenían los servicios secretos mágicos arreglando un hecho de la historia que se suponía no deberían saber que aconteció así? ¿Acaso había un giratiempos? ¿Quién quería cambiar la historia? Parecía que era más de una cosa lo que tendría que lograr descubrir y solucionar. Se preguntó además quién la había elegido a ella para jugar un papel tan trascendental ¿el portal o alguien más?
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Su mente estaba llena de lagunas más aún habían recuerdos. Seguía él en Londres pero su rostro falso se había filtrado en la prensa. Un loco que había escapado de la residencia de la Primera Ministra. ¿En que exactamente estaba él pensando cuando actuó de esa forma? Obviamente había fallado en cualquiera que fuera su misión, era parte de los recuerdos que no lograban entrar en su cabeza.

 

En El Profeta, por su puesto, se sabía también de su hazaña. Para los Aurores, decían los periodistas, estaba muy claro que se trataba de un mago con mucha influencia. No se necesitaba solamente la metamorfomagia para infiltrarse en la oficina de la Primera Ministra. Sino acceso a sitios privilegiados del Ministerio de Magia (en caso de los magos).

 

Recordó como logró infiltrarse y casi se queda sin respiración solamente de pensarlo. ¿En que estaba pensando cuando lo hizo? Colarse en la Oficina del Ministro y utilizar su chimenea era una locura. Aunque, a decir verdad, aceptar una misión a ese nivel era de por si una locura. Bastian había ya espiado al Primer Ministro en otras ocasiones, pero utilizando mecanismos en donde no se necesitaba magia. Siendo un espía muggle. Si atrapaban a un muggle lo interrogaban los muggles, y luego era fácil escapar como mago. Ese día logró escapar de milagro y por los pelos.

 

Sin mucho tiempo en el que pensar el rostro de uno de sus alias se mostró cuando escapó. Era aquella la identidad que no se debía utilizar en esos casos. Todos sus pisos francos a ese nombre estaban siendo allanados en ese preciso momento. Ya no le quedaban lugares seguros. Y en algún lugar, supuso, habría algo que lo vincularía a su identidad real. ¿Fue lo suficientemente cuidadoso?

 

Desapareció. Él conocía a la perfección la identidad de algunas personas gracias a las cuales se podía acceder a la Oficina de la Primera Ministra. Conocía sus rutinas, su estilo de vida al completo. Dejó que la noche cayera. Hasta ese momento no salía su rostro en el Profeta. Pero claro. Si él no estuviera implicado y fuese parte de la investigación, jamás permitiría que el rostro del mago responsable saliera a la luz.

 

—No hagas ruido —dijo en cuanto apareció en el lugar en donde dormía la secretaría —. Aunque, ahora que lo pienso, este anillo evitará que nos escuchen. Cosas de Ingleses, ya sabes

 

—idi***

 

—Sabía que algo estaba raro contigo, no me di cuenta hasta muchas horas después. Tengo lagunas Dasha. ¿Qué exactamente hacíamos en esa oficina?

 

—No tengo idea de lo que tu hacías. Pero yo tenía como misión matarla. Han habido rumores, se dice que pretende no salirse de la Unión Europea y no tenemos intención de arriesgarnos.

 

—Debe ser algo desesperado. Recuerdo haber ingresado a ese lugar poniendo en riesgo mi tapadera

 

—Por cierto, ni se te ocurra aturdirme de nuevo.

 

—El problema, Dasha, es que no te creo. Estás buscando una confirmación y seguramente no podré salir de este lugar. ¿Desde cuando la proteges?

 

Soltó al aire una sustancia venenosa. Los pétalos del libro del equilibrio hicieron que la bruja perdiera la capacidad de hablar y en seguida muriera. La metamorfomagia podía ser manipulada y Dasha la tenía en su sangre. Bastian se concentró y logró darle la apariencia de la persona que originalmente había sido vista en la escena del crimen. Suplantó a la bruja.

 

—¡DETENTE! ¿QUÉ HACES?

 

Y entonces lanzó un conjuro para que quedara rastro en la varita. El hechizo que era capaz de repeler el veneno. La puerta fue tirada en cuanto las últimas palabras salieron de su boca. El problema estaba, por su puesto, en que su nueva tapadera no duraría demasiado. Tosió pues a propósito aspiró el veneno suficiente para estar aturdido, para poder verse afectado. La tapadera no duraría mucho tiempo.

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El felino asechó a Shalyit con sigilo, aunque ella lo estuviese viendo, cada vez los separaban menos metros y las opciones se acortaban, pronto saltaría y la despedazaría pues no tenía intenciones de utilizar la magia en él o ella, o lograría captar el mensaje en sus palabras. No había pensado en utilizar el anillo de amistad con las bestias ni tampoco ejercer alguna especie de control sobre el jaguar más por suerte no hizo falta; el salto que el animal dio la dejó sin aliento por unos instantes en los que tuvo que parpadear para caer en cuenta de que ahora eran centímetros los que le separaba de un supuesto depredador mortal, una bestia sedienta de sangre y que se encontraba intacta. No creía en que los ojos reflejaban mucho más que lo que veían hasta ese entonces, el jaguar se veía en las pupilas negras de la bruja cubierta por otra piel y otro cabello para no desentonar y así sentía que no corría peligro.

—Eso es, no voy a hacerte daño— Murmuró despacio y tranquila extendiendo una mano para tocar su pelaje suave pero no consiguió hacerlo, el jaguar se giró con destreza y de un zarpazo suave apartó la mano, quizás por tener las garras un poco afuera de sus enormes patas rasguñó a la bruja, pero no lo hizo con intención. —agh, vale. Guíame— pidió regresando a su humor particular, parecía que solo de ese modo conseguía las cosas y no siendo amable como creía que la arcano le estaba intentando decir que se comportara. El felino dio un salto hacia delante y se perdió en la penumbra, la morena no lograba ver más allá de un palmo de su nariz y palmeó sus ropajes chasqueando la lengua, no había utilizado magia con el animal porque todos sus artilugios los tenía Amara Majlis y solo podía valerse de la metamorfomagia.

Gruñó por lo bajo, aunque éste sonido gutural se confundió con el quejido de su acompañante, a unos ciento cincuenta metros de su ubicación los faroles desprendían un destello ambarino, las máquinas aun hacían ruido y provocaban temblores en la tierra bajo sus pies, ¿serían las siete?, las voces se mezclaban, había órdenes, gritos e insultos, advertencias y estrépitos que hacían volar algunos pájaros de la copa de los árboles. El jaguar giró sobre su eje, rodeó a Shalyit como un tiburón a su presa en el agua y echó a correr medio metro, mejor dicho, tomaba carrera para trepar a un grueso árbol y refugiarse en una de sus endebles ramas, escondido entre el follaje.

Los hombres fornidos maniobraban enormes maquinas que acababan con la vida silvestre en un dos por tres, le bastó parpadear para ver caer cinco árboles en efecto dominó, otras máquinas removían la tierra, un sujeto con casco blanco tenía un enorme plano en la mano que enrollaba y desenrollaba cada dos segundos mientras señalaba de punta a punta. La vampiro no se consideraba una persona emocional ni mucho menos pero sintió sus ojos húmedos, tal vez por el polvo que aquel nefasto trabajo levantaba cerca pero no era tonta, no se mentiría de semejante manera, la forma en que aquello muggles destrozaban un área natural, el hogar de muchas especies en extinción pero más que nada de su preciado jaguar, con el que se sentía ligada en espíritu le retorcía el estómago.

¿Qué haría?, ¿Esa era su misión?, acomodó un mechón lacio y oscuro detrás de su oreja y suspiró, estaba extenuada. Escondida detrás de una excavadora trató de oír lo que un grupo cercano decía. No se conformarían con unas cuantas hectáreas, lo talarían todo y no dejarían ser vivo allí para subsistir, era terrible, un sudor frío le recorrió por la espalda y la rabia la ahogó, de tener su varita allí mismo los habría acabado a todos, al fin y al cabo solo eran unos simples muggles, sin sus máquinas y aparatos locos no tenían podes; al pensar en ello una media sonrisa se dibujó en su curtido rostro, sus ojos oscuros brillaron como la luna que trataba de encontrar su sitio en el firmamento sin estrellas, eso era, las herramientas.

Chistó suavemente para llamar a su nuevo amigo, éste parecía de repente haber desaparecido pero para su buena suerte solo se había alejado unos metros, tenía hambre y algún pequeño animalito perdido había sido su merienda. —Ven aquí, ayúdame a ayudarte— susurró extendiendo su brazo izquierdo el cual mutó al igual que todo su cuerpo, ahora no era una fémina sino un hombre musculoso capaz de sostener un hacha por horas sin cansancio, bigote tupido y ropa de obrero. Su brazo derecho acababa justo a la altura del codo, allí donde la manga de su camiseta le cubría el muñón se ensució con la sangre que brotaba de las fauces del felino y éste mismo desgarró su torso fornido, le ardía pero era por una buena causa.

Carraspeó, desdibujó su sonrisa y echó a correr fingiendo clara desesperación, tropezó con sus enormes botas y cayó al suelo pero no por eso dejó de gritar, —¡Un jaguar!, me ha atacado un jaguar— sus alaridos debían de ser proporcionales al dolor que alguien debería sentir si le arrancaban un brazo aunque sospechaba que estaba exagerando ¿podría haberse arrancado un brazo cuando lo encontró en medio de la selva?, sacudió su cabeza frenética, no podía pensar en ello entonces todos sus supuestos compañeros de faena se acercaban a él. Algunos lo miraban torcido, otros estaban horrorizados, negaban, buscaban quizás agua, había tantas personas allí trabajando que no podían ponerse a pensar si le habían visto alguna vez o no, compartía uniforme y eso bastaba.

¿Dónde te atacó?, ¿dónde estabas? — Le preguntó el hombre de casco blanco.

—Fui a orinar tras los arbustos, allí. Son cientos, cientos de ellos— Sollozó, miraba hacia sus espaldas.

Tú, tú, y tú vengan conmigo. El resto de regreso a la civilización, no podemos trabajar con bestias sueltas por aquí, creí que las habían asustado con tanto ruido, son una peste— escupió apretando el plano en su mano izquierda, se le notaba fastidiado.

Jefe, ¿qué hacemos con las máquinas?, está demasiado oscuro como para ver por dónde vamos— Argumentó un peón.

Aquí se quedan, demonios, de todos modos ya quería irme— Parecía mentira pero en cuestión de segundos muchos se habían hecho humo y solo Shalyit y el capataz quedaron en completo silencio. Los minutos estaban contados, había logrado despejar el área, solo tenía que destruir las máquinas y al día siguiente no habría forma de trabajar aunque eso solo los detendría por poco tiempo, era ella sola contra una organización horrible no podía hacer demasiado sin su magia aunque se sentía orgullosa hasta allí.

Cuando el hombre de casco blanco se volvió hacia ella, o mejor dicho hacia él porque se encontraba callado para ser una persona a la que le acababan de arrancar un brazo éste regresó a su tamaño, contextura y fortaleza normal para asestar un certero golpe en el mentón del capataz desmayándolo de una sola vez. La bruja miró sus propias manos y echó el rostro un poco hacia atrás como preocupada, aquellos puños tenían vida propia, más tarde se echó a reír, ahora tenía que acabar con las máquinas de una vez y por todas pero cuando se volteó el haz de la noche se había abierto y la esperaba para devolverla, la convicción y benevolencia con la que había actuado para salvar al jaguar dejando sus propios intereses de lado por un momento le bastaron al laberinto para dar aquello como una prueba cumplida.

Shalyit algo confundida se volvió buscando al felino pero solo consiguió ver un par de pequeños ojos brillantes observándola en medio de la oscuridad, total y completamente agradecidos. Juraría que secó una lágrima de su perfilada mejilla cuando su cuerpo se perdió transformándose en aquel transportador para pisar tierra firma y amarillenta justo delante de la presencia de Amara, su cabello una vez más era azul y llamativo así como sus ojos claros y penetrantes, tenía la mirada algo perdida pero como si la voz de la arcano hubiera estado esperando su llegada manteniéndose como un eco la captó y respondió rápidamente sin molestarse en recobrar el aliento por toda la actividad anterior.

Sí, lo estoy. Estoy segura, para ello vine aquí y no me iré sin acabar lo que empecé.

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—¿Estás bien? Te ves rara...

 

Bastian, con la apariencia de secretaria, movió la cabeza de un lado a otro. Aún estaba algo aturdido producto del veneno que aspiró a propósito. Su mente estaba dividida en pensar dos cosas. En primer lugar estar atento a todo lo que sucedía en ese preciso momento y en segundo pensar en una estrategia para cumplir con cualquiera que fuera su misión.

 

—Estoy bien. Pude hacer que el veneno se le regresara. Tiene apariencia inglés. Creo que es él, está muerto y no ha cambiado de forma —dijo dubitativo, tratando de reflejar en sus palabras la duda y un poco de miedo por lo cerca que estuvo de morir.

 

Se puso de pie y tuvo que aguantar su peso en la persona que estaba a su lado. No tenía idea de quien era. Dasha era conocida para él, habían trabajado juntos en el pasado; era la única forma en que podían conocerse. Nadie conocí a otras personas, nadie podía tener el nombre ni el rostro de quien no hubiera trabajado con él. Cosas de seguridad. Incluso, si las cosas iban mal, esas identidades eran borradas.

 

—No creo que trabaje solo, no podemos permitir que arruinen nuestros planes...

 

Supo que utilizó las palabras correctas. Pasaron varias horas antes de estar listo. Su vestimenta era, cuando menos, ridícula. Los tacones le estorbaban y la lana sintética le picaba. No tuvo más alternativa que nuevamente alterar sus funciones fisiológicas. Eso le cansaba, pero valía la pena para dejar de lado la molesta picazón en todo el cuerpo.

 

Ya con la Ministra, estuvo a punto de soltar un grito pues la quemazón en su brazo lo tomó por sorpresa. Estaban sucediendo demasiadas cosas que llegó a pensar que era él quien trabajaba solo y había traicionado a la Madre Rusia. Pero no. No se hacía falta ver las cicatrices temporales que aparecerían en su piel. Sabía leerlas a la perfección. "Continúa con la misión. Debes proteger a la Ministra. Dasha y Aton trabajan para una organización desconocida. No podemos permitir que el Reino Unido regrese a la UE"

 

—Primera Ministra Muggle...

 

Aquellas palabras alertaron a la mujer que, aún con cara de preocupación, leía los documentos que descansaban sobre la mesa. Ningún mago extranjero ni local se refería -en persona- a ella con la palabra de muggle. Era algo que solía hacer solamente el Ministro de Magia.

 

—¿Ministra de Magia? —levantó la mirada como un resorte —¿Porqué no se anuncia como de costumbre?

 

—Debemos olvidarnos de los títulos y de como me presento. Esto es magia. Siga pensando en Ministro de Magia y en el rostro habitual. Está en peligro y debe iniciar el protocolo de seguridad ante amenazas mágicas. Se que fuera hay al menos dos aurores que han sido asignados a su protección. La intención de quien busca asesinarla es suplantarla luego de su muerte...

 

—¿Cómo puedo estar seguro de que eres Crazy Malfoy?

 

—No puede estarlo. Porque no lo soy. Soy su portavoz y por eso no utilicé la chimenea. Puede preguntarle al cuadro que trata de ocultar como todos los Primer Ministros anteriores. Sin embargo busco su bienestar. Antes escapó por la ventana un miembro de esa organización. Puede confiar en mi o no hacerlo.

 

—Confiaré, confiaré...

 

—El Director del Departamento Auror acudirá a usted para su protección. Confíe en él solamente si le dice estas palabras —escribió las letras con el dedo sobre el brazo de la mujer —. Tengo que comunicarle, además, que su secretaria está muerta. La metamorfomaga que la asesinó está siendo enviada a Azkaban en este momento. No vuelva a confiar en nadie con ese rostro. Espere cinco minutos, entonces podré desparecer

 

Salió por la puerta. Esperó a que las alarmas sonaran, solo entonces desapareció. Había logrado dominar dos parte de la metamorfomagia. Su propia magia interior y el poder manipular la metamorfomagia en personas que también la tenían. Su nueva misión era desmantelar la organización que buscaba asesinar a la Primera Ministra. Mientras su cuerpo perdía su estado sólido sintió nuevas palabras en el brazo. "Tus nuevos amigos han evitado que tu rostro salga en el Profeta. Pero aún así hay alguien que lo sabe"

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