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Prueba Nigromancia #5


Báleyr
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La muerte la había arrancando varias veces del mundo mágico, diversas cicatrices fueron borradas por medio de métodos mágicos y de una antigüedad que era desconocida para muchos. Su cuerpo se destruía y reconstituía por medio de encantamientos milenarios, librejos de gran tamaño eran reguardados por Malfoy protegiendo de ese modo su modo de revivir sin necesitar que recurrir a personajes desconocidos. El recuerdo dela cárcel de Nurmengard comenzó a desdibujarse en su memoria, heridas viejas se unían a las recientes iniciando una nueva senda que le tocaría recordar muy a regañadientes.

 

─Buena forma de hacerte presente…─se revolvía en el suelo mirándola de hito en hito. Su cuerpo era una masa sanguinolenta carente de movimientos voluntarios, trozos de carne viva se desprendían de su cuerpo, envueltos por una aroma pestilente y nauseabundo─El mundo de los muertos no ha sido benevolente…─sonrió elevando su varita por todo lo alto. Lo tenía a su merced sometido de una forma humillante, mofándose de la forma que había terminado. El enfrascarse en esa batalla era una elección de vida o muerte, delante de ella estaba una persona que le traicionó en todos los aspectos habidos y por haber. Jamás le perdonaría el haberse mezclado con esa mujer tan repugnante y no lo decía por el aspecto físico de ella, sino por la forma en que solía meterse donde no le llamaban.

 

─Tu vida por la de ella, no creo que haya sido el sacrificio ideal o ¿si?...─tomándole por el cabello le asestó un golpe en su gallardo rostro. Aquel par de gemas castañas clamaban piedad, clemencia para su pobre alma que estaba siendo mancillada por llamas ardientes que difícilmente se extinguirían y le aminorarían el castigo ya impuesto por la rubia. Su pasado siempre estuvo matizado por diversos sucesos, asesinatos, muertes por encargo y todo lo que tuviera que ver con privar de la vida a todo aquel mago o bruja que se considerará un estorbo para ella o los que le rodeaban. Su vida estaba ofrendada a la oscuridad, reguardada por un juramento que jamás quebrantaría y la mantendría fiel a sus creencias y metas.

 

El haber matado a un centenar de magos y brujas, casi siempre cobrara un alto precio. A cambio obtuvo los favores de la magia en compañía de sus hermanas Aileen y Andra, vampiras que eran como ella originales se sepa pura y que daban el todo por el todo. Eran cinco marcas de Caín las que pesaban sobre su familia, cada uno de los portadores, ya había experimentado en carne propia lo que era vivir y morir en la miseria y la opulencia. Era un estilo de vida demasiado ostentoso, recubierto por una capa dorada que escondía las verdaderas intenciones de las hermanas Malfoy, perpetradoras de uno de los crímenes más aberrantes que pudieran existir en la tierra. Asesinaron sin pensárselo dos veces a su hermano mayor, aquel que podría despojarles de todo lo que ahora poseía, desde poder ilimitado hasta el control sobre un extenso sentir de la comunicad vampírica. El planearlo había sido demasiado sencillo, recopilando los datos suficientes, horarios de entrada y salida del hogar de los Malfoy, sitios que visitaba para tratar asuntos concernientes a sus recientes alianzas con otros clanes y sus planes de boda.

 

Quien iba a decir que aquella tarde tormentosa seria el principio del fin, el inicio de una nueva era y el comienzo sin retorno de una condena que los perseguiría por el resto de su eternidad. Marcas ardientes aparecieron sobre sus clavículas, cinco marcas que resplandecían como el mismísimo astro rey, quemando la nívea piel de los hermanos y hermanas Malfoy. Sus orbes azules y esmeraldas se transformaron en orbes rojizas y desprovistas de todo brillo en ellas, estaban presos por la misma ira que impulso a Caín a asesinar a su hermano menor Abel. El desprecio y repudio de toda la descendencia pura de esos jóvenes, no podía ser castigada de otra forma, acabando con el centro de atención que desde que nació provoco que los relegaran de una forma definitiva.

 

El plan era simple clavarle una estaca de roble blanco en el pecho, dando justo en su corazón, provocando con esa acción que se disolviera en cenizas que serían arrasadas por el viento. Pondrían fin a la pantomima que había sido la vida de cada uno de ellos, rindiéndole falsa pleitesía al que se había proclamado su líder absoluto─Nos condenaremos, no habrá forma de escapar de todo esto y el escrutinio social seria dolorosamente lapidario y nos excluirá por tiempo indefinido de codearnos con todos los que ahora nos respetan. Era un pequeño precio que pagar, pero no importaba sin con eso obtendría algo mucho más valioso e incomparable con cualquier cosa o bien existente en la tierra. Sus hermanos se harían cargo de entretenerlo, Aileen era la encargada de dar con la daga y Andra prepararía el brebaje que le haría perder brevemente la noción del tiempo.

 

Mientras que Juv la maliciosa y desalmada de Juv, le arrancaría la vida con la daga. Parecía ser la única capaz de matar a su propia sangre, beberse un néctar aderezado con un veneno altamente toxico y sin cura posible, entregarse al mundo de los malditos y caminar por el sendero más oscuro era lo que deseaba. Perder la poca cordura que decían que poseía, rendirse al encanto de ver a la muerte frente a frente y cumplir cada uno de los mandatos y misiones que le encomendará─Somos una misma persona, no hace falta que bajes la mirada…─el volver a tenerle delante de ella, languideciendo por el dolor. Su hermano mayor su peor enemigo, elevaba su último aliento contra ella─Vivirán como lo desean, pero al ser asesinados revivirán con la única misión de vengarse siete veces, perpetrarán crímenes aberrantes y matarán a destajo. Así y solo así podrán calmar el dolor que les cause la marca de Cain, aquella marca que les ha sido delegada tras mi muerte y condena. Disfruta todo lo que posees, pero recuerda que en algún momento yo tuve lo mismo y los que se dijeron mis aliados más fieles y cercanos terminaron por traicionarme…─espetó sabiendo que sus palabras calarían en ella. La estaca de roble blanco permanecía inmóvil en su mano, deseosa por volver a hundirse en el corazón de su hermano.

 

─Te diría que rezarás, pero nosotros no acostumbramos hacerlo. Ve en paz y vive como siempre lo deseaste, alzándote como un dios que fue derrocado y olvidado…─empapando la punta de la estaca con su propia sangre, mezclaba su odio con una venganza que se había tomado su tiempo para darse a conocer abiertamente. Como era en el mundo de los vivos seria en el de los muertos, acercándose a su víctima a deslizo sus labios por la frente de este, dándole un último adiós, para luego de eso clavar con fuerza su arma en su pecho, perforando el órgano vital que comenzaba a perder su fuerza, aminorando los latidos, apagándose una inmortalidad que le sería heredada a su asesina. E

 

Ella dominaría todo lo que permaneció a su hermano en vida, otorgándole el poder de ordenar muertes a diestra y siniestra. Proclamándose como la nueva líder de esa facción de los vampiros, contrario a lo que deseaban sus hermanos y que lastimosamente por mucho que les pesará tendrían que soportar y ese era el mejor pago. Tener la protección de la muerte para su beneficio y contar con la fuerza necesaria para masacrar a todo aquel que osará levantarse contra ella─Es curiosa la forma en que algunos viven y otros mueren…─terciando una media sonrisa en sus labios, no previo el verse atacada por uno de sus hermanos. Christian masacraba a la que consideraba la niña de sus ojos, aquella jovencita que pocas veces había pasado por alto las órdenes del actual hermano mayor, tras morir Ian la sede quedaba vacante y no duró mucho sin ser tomada por el castaño.

 

Su cuerpo perdía fuerza y vitalidad, cayendo pesadamente contra el suelo, se perdía su mirada en el oscuro cielo. Los orbes carmesíes perdieron su tonalidad rojiza, para ser suplantadas por dos pares de orbes lapislázulis, igualmente carentes de brillo, pero cargados de una ira que de alguna manera seria calmada, volvería desde el otro mundo para vengarse y tenía siete oportunidades para hacerlo. Siete planes diferentes que poner en práctica, siete formas para castigar a su hermano y demostrarle que la única que era merecedora de todo era ella. Era la única que tuvo el valor de empuñar esa estaca contra su hermano, la única que podía jactarse de pasar por alto el lazo sanguíneo y matar a todo aquel que se interpusiera en su camino. El futuro no tardaría en arrancarla de ese recuerdo, enviándola a una nueva vivencia o situación que le obligará a revivir pasajes de su vida. Sabía que el Arcano miraba con atención la prueba, no dejaría de demostrarle que tenía lo necesario para portar el anillo de que habilidad, objeto que seguía amoldado a su dedo sin moverse siquiera, tal y como si se tratará de una extensión más de su cuerpo.

Cuando eres tan grandiosa como yo, es difícil ser humilde

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Básicamente ya eres la mitad de una maldición

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La posibilidad entre la realidad y lo anhelado casi se volvía tangible durante aquella prueba pero también sus temores. En medio de aquel estado de alegría ante la llegada de sus bebes que habían resultado dos, la cara del que ella sostenía se desvanecía junto con su cuerpecito dejando una manta vacía, Cye la estrujo volteando a ver al bebe que Ishaya tenía en sus brazos, primero el recién nacido y luego el propio Ishaya se desvanecían ante sus ojos dejándola sola. La habitación giro en un remolino interminable contrario a las agujas de un reloj y entonces el futuro se esfumo para retornarla al pasado.

 

A un pasado en el que el cautiverio había forjado su carácter en cierta forma, la había hecho descubrir nuevos alcances y también había sacado la magia a flote, esa misma magia por la que en aquel colegio muggle era considerada un monstruo. Cuando la puerta se abrió no había nadie tras ella, la chiquilla, corrió hasta el pasillo y unos pasos antes de alcanzar las escaleras la figura fornida de la directora flanqueo el paso con una sonrisa macabra y en la mano un látigo con finas tiras de cuero templado que finalizaban en nudos y hacían del castigo un verdadero infierno.

 

La rubia supo que no podía echarse atrás o jamás saldría viva de aquel lugar, tomo lo que primero consiguió a mano cuando vio que el latigazo venia hacia su cuerpo y por suerte o desgracia era una escoba hecha de ramas de arce, al ser muy grande la escoba y mal atada cayo desparramando las ramas en el suelo y Cye que buscaba lo que sea para ponerlo entre ella y el látigo tomo uno de las ramas, el resto del trabajo lo hizo la directora, que con cada latigazo hacia que los brotes y hojas cayeran dejando solo el tronco irregular en la mano de la chica, finalmente la fuerza del castigo hizo que se partiera dejando un pedazo de apenas 13 centímetros en la mano de la Lockhart. Fue entonces que la chiquilla cerró los ojos y deseo con todo su corazón que la mujer cayera, una vibración desconocida conecto a la bruja con la madera canalizando de algún modo su magia y haciendo que de la improvisada varita saliera un rayo cumpliendo su cometido al impactar en la religiosa que cual saco de papa se desplomo. Cye salto por encima de la mujer pero esta le atrapo el pie arrastrándola de vuelta fue entonces que recordó las palabras de su padre ante un enmascarado y las repitió un trio de veces propinándole cortes que desangraron a la mujer, fue esa la única razón por la que ella pudo correr e internarse en el bosque y deambular por semanas alejándose y adaptándose a la soledad y a la naturaleza, lo suficiente para sobrevivir hasta que una orden de sacerdotisas la encontró y regreso a Londres con la promesa de que pasados los 15 años podría ser parte de ellas.

 

Había jurado nunca más arrebatarle la vida a nadie, cuando comprendió lo que había hecho, pero no pudo cumplir la promesa no al ver a su abuelo perecer en sus brazos. El hechicero había acabado con lo que más quería y ella le devolvería el dolor, con el paso del tiempo comprendió que no era un mago cualquiera sino un viajero que hurtaba la magia blanca para que esta se erradicara, solo que esa misma magia le había quitado la vida a través de Cye. Y sintiéndose el instrumento ejecutor también era cierto que había roto su juramento oscureciendo su alma, algo con lo que había tenido que vivir y combatir todos los días de su vida por elección propia.

 

..…---*---…..

Cuando todos esos recuerdos se hicieron presentes y le devolvieron la conciencia de lo que había sido su vida y de lo que podía llegar a ser, una imagen tan real como ella se materializo ante las orbes celestes. Una mujer de habito religioso ya no tan fornida ni tan intimidante como la recordaba. Solo que esta vez portaba en su mano una varita, lo que significaba que era una mágica. Por primera vez enfrento aquellos ojos negros que tanto desprecio le mostraron. Ahora solo tenía una muda acusación y ella sabía muy bien cual era “la vida que le había arrebatado”

 

--Has visto el futuro ¿hermoso no? Pero no llegara a ser, así como tú me arrebataste el mi yo me encargare de que el tuyo no llegue-- dijo la mujer con una voz ronca. EL sentido de justicia de la aprendiz le gritaba que tenía tal derecho. Sin embargo algo en su interior se removía sacando a flote aquella rebeldía escondida.

 

--Tu me obligaste, me llevaste al límite, me privaste de la magia aun cuando sabes que no se puede suprimir, no es mi culpa sino tuya-- exploto, y cual corto cinematográfico los recuerdos de las humillaciones, privaciones, burlas, abusos y castigos pasaron ante sus ojos --Muerta estas, y ahora que conozco la fuerza de la magia, no cambiaria mi proceder, te perdono y me perdono por todo mal que nos hayamos hecho-- por primera vez, sentía que un peso se le quitaba de encima, era como si hubiera cargado con el alma de aquella mujer acuestas durante todos esos años, pero no lo había podido ver ni comprender sin la ayuda de la nigromancia. ¿Quién dice que por ser una fuerza oscura no sirve para cosas buenas? Con una floritura de su varita dibujo un circulo en el que la mujer quedo, luego una línea recta al pie del circulo que dividía un lado del otro cual puerta, la rubia se paso al otro lado poniéndose de frente a la mujer que intentaba salirse.

 

Et ostium clausum est cyclus

La puerta del ciclo quiero cerrar

Per vim magicam signatus est enim

Por el poder de la nigromancia sellada debe quedar

Ad alteram partem succedunt Anna non adiciet ut resurgat

Del otro lado Anna que no resucitara

Et hinc mihi vita manebit

Y de este lado Yo que la vida he de continuar

Tras recitar aquellas palabras que había leído con anterioridad en el Grimorio y que no entendió en su momento, pues las frases no estaban completas bajo el titulo de “Cierre de Ciclos” la imagen de la antigua directora que se llamaba Anna se fue haciendo traslucida hasta desaparecer por completo.

 

Tras eso la Lockhart continuo avanzando, con plena conciencia de que acababa de condenar un alma, más por sus acciones que por el deseo de la aprendiz, todo tiene consecuencias y volverla a la vida hubiera sido como premiarla y pedirle que le hiciera a otros lo que le hizo a ella, pues no había arrepentimiento ni siquiera ofertas para usar esa nueva oportunidad de mejor manera. No, no lo haría.

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El asesinato de su hermano comenzó a desdibujarse en su memoria, ya no quedaba un solo vestigio de este. La sangre se había secado sobre su marmórea piel, fungiendo como un tatuaje maltrecho, plasmado como una cicatriz que poco a poco se amoldo a su clavícula compartiendo espacio con su marca de Caín. Ambos estaban conectados de una forma especial y sumamente peculiar, desatando una lucha encarnizada entre la supuesta culpa que sentía por su crimen y la satisfacción que le provocaba no tener que estar atada a un pasado que quedó sepultado bajo una capa de hielo indestructible. Su cuerpo recuperaba fuerza y vitalidad, levantándose del suelo alargó la mano para recoger su varita─Perteneció a un grande y ahora es empuñada por una verdadera deidad…─masculló con una sonrisa enigmática en sus labios.

 

Sus orbes carentes de todo brillo, admiraban el cuerpo de esa fémina ensangrentado a pocos metros de ella. Habías muerto parte de su ser, quedando reducido a una masa sanguinolenta y sin valor alguno, Aiiden ya no sería un problema y Juv lo sabía bien a bien. El lazo entre las tres hermanas estaba roto, no a causa de sus acciones, pero si por la alta traición de Aileen, aquella pequeña víbora ponzoñosa que no se cansaba de causar problemas y situaciones que casi siempre eran solucionadas por sus hermanos o allegados. Era común en ella desear todo lo que el resto poseían, desde posesiones materiales hasta dones y poderes que muchos solo podían soñar─La batalla es entre tú y yo…─emergiendo como un depredador salvaje podía compararse a un tiburón. Sus fauces eran afiladas y temerarias, no por nada casi siempre mostraba su peor lado en el campo de batalla.

 

Era una guerrera como ninguna, empecinada en sacar de su camino a quien le estorbaba más de la cuenta. La sangre goteaba incesantemente empapando sus ropajes, heridas profundas surcaban su frente y cráneo, dando cuenta del daño sufrido por los ataques enviados contra ella. Aileen era experta en el arte de causar daño y lastimar por medio de la mente, mientras que Juv prefería usar métodos de tortura medieval y emplear los instrumentos que se usaron en la inquisición. Su favorita era la dama de hierro, estructura dotada de pinchos afilados, que dejaban perforaciones profundas provocando con eso que el cuerpo de viera afectado e imposibilitando al rival de poder respirar con fluidez. Muchas de esas púas se clavaban en los pulmones, entorpeciendo que el aire fluyera como era debido, asfixiando a la víctima al taparse los conductos con la sangre que se aglomeraba en esas zonas.

 

Era una forma fea de morir, tortuosa y muy delicada, al menos para sus ojos era un deleite. Uno a uno varios implementos de tortura aparecieron rodeando a las féminas, garras de gato, el potro, la rueca y algunos más, transformaría la condena de su hermana en un verdadero calvario infernal. Sus ojos estaban analizando las muecas emitidas por la castaña, detectando el más leve dejo de temor o arrepentimiento. Pero jamás pasaría, ya que ambas eran demasiadas testarudas e impositivas, lapidarias con cada una de sus acciones y difícilmente cederían ante la presión. El infierno era el escenario elegido por Malfoy, aderezado con ríos de lava que golpeaban las rocas que les impedían salirse de su cauce, gritos y lamentos eran emitidos por las almas confinadas a esa parte del mundo de los muertos─Espero que estés lista, porque yo lo estoy…─sentenció desafiante. Era el momento idóneo, mover las cartas a su favor y entregarle a su hermana lo que tanto anhelaba, ofrendándole un poder falso que le conduciría a la mismísima boca del lobo.

 

El cielo se oscureció de repente, dando paso a una cortina sombría repleta de relámpagos. Ansiosa por que uno de ellos impactará contra el suelo, fungiendo como juez dictando sentencia a ambas Malfoy, dándoles luz verde para iniciar con todo aquello. Los ojos de sus hermanos estarían fijos en Juv, ya que pocos les convenía que Aileen se alzará nuevamente victoriosa y echará por tierra los planes que se estaban cocinando desde hace tiempo, desde antes que se pensará el sesgar la vida de su hermano Ian. Aquel joven impetuoso que jamás hubiera cedido el poder, no sin pelear como lo estaban haciendo ambas vampiras. La tierra se cimbraría desde sus cimientos, retumbando con cada hechizo que se desprendiera de sus varitas, brotando del pecho de Juv una nube oscura que se extendió por todo el terreno─Justo a tiempo…─golpeando con fuerza el suelo con su pie derecho, desataba la maldad que dormía plácidamente en su interior.

 

War solía llamarle, curioso nombre para un ente que era el encargado de manejar ese lado siniestro y oscuro que poseía. Esa venita que era capaz de provocar que matará a su propia madre, porque no podía negar que su peor crimen había sido ese tras enterarse que deseaba matarla tras nacer. Solo unas horas de vida para Malfoy le ganaron la sentencia de muerte a su progenitora, despertando de ese modo ese instinto asesino que arrasó con cada uno de los que se interponían en su camino. Una montaña de cuerpos mutilados, carne putrefacta que despedia aromas nauseabundos alimentando su sede de venganza. Ya no podía pensar con claridad, ya no encontraba la brújula que le indicará el camino correcto o el que muchos considerarían el camino correcto.

 

La marca de Caín ardía con más fuerza que nunca, presionando el cráneo de Malfoy, obligándola a seguir con lo dictado por su primer portador. Dejarse morir era una opción est****a, irrelevante y sin sentido para ella, pero si con eso podía vengarse siete veces, no era demasiado perder la vida una sola. Recibiendo de lleno el primer ataque de su hermana se tambaleó sobre el suelo, calor emanaba de ella, empapando su zona abdominal, sangre pura y carmesí brotaba de esa herida─Ha de ser así…─presionando con fuerza perdió el sentido. Siendo llevada a otra parte de Londres, aquel viejo barrio donde los malvivientes iban y venían a sus anchas, buscando al viejo brujo que le diera santo y seña de la influencia que la Marca de Caín tenía en su familia y como esta llego a ellos. Sabía que no era descendiente del hijo de Adán y Eva, al menos no de forma directa y eso justamente es lo que despertó su inquietud ante dicho tema.

 

La vida se le había vuelto a escapar de las manos, depositándola en un sector del mundo de los muertos. Su cuerpo estaba herido y tenía que ser sanado, subsanado por completo, reconstituido en su totalidad y luego de eso ir en busca de su alma. Sin un alma que lo habitara, no quedaba más que un cascarón vacío, inservible para los fines que se le habían destinado desde que se planeó que naciera dentro de Londres, cobijada en el seno de una familia sumamente poderosa e influyente. Un cantico se escuchaba a lo lejos, rimas de oscura procedencia llegaban hasta sus oídos─Dominae, Corpo, Revitalis, Ánima, Conductus, Corpo e Vita…─expresaba con fervor una voz masculina, deslizando sus manos por el cuerpo de la rubia. Pasando la punta de su varita por las heridas impregnadas de sangre seca, desapareciendo todo rastro de daño en su marmórea piel─Ascenderé, Ánima e Vitae, Corpo, Revitalis, Dominea, Demonicus, Oscurentae…─no se detenía en su pegaría abriendo un portal que le conduciría al otro mundo.

 

Estaba listo para adentrarse en un sitio desconocido para él, no le importaba perder la vida. No si con eso le devolvía el favor a la Nigromante, tras sanarlo dentro de esa morgue e ir en busca de su alma, aquel ente incorporo que por poco le cuesta la prueba a Malfoy. Era una forma de agradecerle todo lo que le había devuelto, aunque estaba consciente que jamás terminaría de saldar su deuda, el verle morir le provoco un dolor extraño contrastado con una sensación que jamás experimento con nadie en el pasado. Tal vez por eso no se contuvo y se lanzó al campo de batalla a destajo, desprovisto de magia antigua o la protección de un Arcano que le pudiera sacar de un contratiempo. Báleyr estaba ahí para guiar a sus aprendices, no para perder el tiempo con un jovencito que estaba saltándose por alto las reglas y eso podia costarle perder de nueva cuenta su querida alma.

Cuando eres tan grandiosa como yo, es difícil ser humilde

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Una brisa helada la abrazo tras quedarse sola en medio de aquella oscuridad, ¿en realidad estaba sola? Instintivamente acaricio la joya que la comunicaba con el arcano, no, no lo estaba, aquel mago que había considerado una que otra vez durante todo la experiencia un intruso ante sus más escondidos secretos, se había transformado en un acompañante silencioso, tanto como la poderosa oscuridad, no eran ni incómodos, ni muy presentes, pero estaban. Recapacito sobre que tan acompañada había estado durante toda su vida y la respuesta que encontró no le gusto mucho, la realidad es que siempre había estado sola, excepto por algunos trayectos que seres como Ishaya, su abuelo y sus padres la habían acompañado, pero eran tramos tan cortísimos como la felicidad.

 

¡Ah la felicidad! Se había pasado la vida esperando esa etapa que llaman felicidad sin percatarse que en realidad son breves experiencias, tan intensas o tan sutiles pero fugaces, al final de todos estos años acababa sintiendo que nunca la encontró, cuando en realidad si lo hizo pero por estar esperando algo más grande que no existe, no la disfruto a plenitud ni valoro como debía. ¿Se es más feliz cuando no se espera, cuando no se anhela, cuando no se codicia? Quizás, pero eso paraliza, consume y mata tan lentamente como un veneno administrado en pequeñas dosis, es como una hipoxia no solo en los tejidos sino en el cerebro y en el corazón.

 

Finalmente entendía que todas aquellas perdidas sobre todo la de su abuelo, la de su padre, eran parte de la vida, y que nunca le temió a la muerte, sino a la soledad, a dejar de ser quien era por lo que sentía cuando estaba con ellos. Ahora la muerte ya no era más un verdugo sin rostro, sino un poder silente y certero al que respetaba pero no temía. Aquella sensación de pérdida definitiva ya no estaba más en su alma, la nigromancia la había borrado haciéndola conocer un poder capaz de deshacer lo que la muerte se llevaba, pero sería una tonta si pretendiera sentirse universalmente poderosa e indestructible, la habilidad eran un don, un regalo que había que abrir lentamente y desojar como una rosa, por capas, por etapas y con plena conciencia de que se perdían los pétalos y al final hasta el tallo, y junto con ello el perfume sutil y la belleza. La nigromancia podía devolver vidas tantas como el alma de quien la ejecutara fuera capaz de soportar y como el cuerpo entero estuviera dispuesto a perder si se usaba desmedidamente y sin respeto.

 

Aun así se creía lo suficientemente apta para recibirla y hacerla parte de su ser, para cultivarla y usarla cuando su sentido común y las necesidades de este mundo mágico que cada día moría más a prisa lo requiriera, desde luego basado en su propia lógica y ese poquito de egoísmo que escondía cada ser incluyéndola. Seguía pensando que podía usarse para cosas buenas y de allí nadie la sacaría, pero ahora sabía cual era el precio y que solo los más hábiles como el arcano y en pocas ocasiones podían esquivar tal pago. Sería una hipócrita si se engañara pensando que no quería tener tal maestría, pero también sabia que eso podía tomarle la vida entera y consumirla. Iría paso a paso y quizás en algún momento volviera a visitar al mago en busca de algún consejo si es que estaba permitido y sino… encontraría la manera ¿acaso las reglas no estaban hechas para romperlas? Negó con la cabeza pero sin el gesto de horror que la antigua Cye hubiera albergado, sino con una sonrisa picara.

 

Fue entonces cuando los fantasmas de su pasado, presente y futuro se aparecían como brumas rodeándola, mirándola en silencio, su abuelo enviándole un beso sin pedirle que lo resucitara, su padre giñándole el ojo, la directora, el mago viajero y los bebes sin más peso que el de caminar hacia la nada e Ishaya extendiendo una mano y convidándola a volver. ¿A volver a donde? A la realidad, al ahora.

 

En ese momento un intenso dolor la hizo doblarse, su bebe necesitaba descansar y recibir nutrientes, el estrés y las largas horas en las que había permanecido la madre sin alimento y bajo tensión comenzaban a pasar factura haciendo sentir incomodo al infante dentro de aquel vientre, fue entonces que pensó “Arcano estoy lista para irme” Esperaba que cada una de las vivencias y de la comprensión que ahora poseía le otorgaran la habilidad, pero todo dependía del mago, de si a su juicio era merecedora de ser vinculada definitivamente con la nigromancia. Había entrado en aquel portal consciente de que perdería algo más que tiempo y salía convencida de que nada había sido en vano, que lo había aprovechado tanto como era posible, ni siquiera sentía vergüenza al saber que el tuerto conocía aquellos oscuros pasajes de su pasado, estaba en paz con lo que era y con lo que podía llegar a ser.

 

--Arcano @@Báleyr-- grito al tiempo que se plegaba sobre su abdomen para mitigar el dolor. Ay no, no, no, eso debía ser lo más paradójico del mundo, el nacimiento de una vida en medio del velo de la muerte. --Báleyr, Báleyr, Báleeeeeeeyr ¡por un demonio! sácame de aquí aaahh-- cayó al piso, como el arcano no se diera prisa él tendría que hacer las veces de partero y no creía que eso le agradara mucho aunque le diera una anécdota diferente que sumar.

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Percibió a través del anillo que Cye había concluido su prueba. El portal seguía desplegando grandes lenguas de energía, unos monstruosos brazos de oscuridad que parecían querer alcanzar al viejo mientras esperaba a su alumna. Pero ella seguía sin salir y parecía que el portal no tenía intenciones de liberarla. De pronto, el mismo anillo que portaba y que le había indicado que Cye había terminado, le mostraba que sufría grandes dolores. Los gritos invadieron su mente.

 

- ¡Báleyr, Báleyr!

 

Dio un paso al frente sin temor y elevó aquel amenazante ojo azul hacia el vértice del portal. Invocó el bastón, que comenzó a desprender un brillo cegador en cuanto el viejo comenzó a pronunciar palabras en una lengua olvidada. Las lenguas de oscuridad se apartaron, dejando que el Arcano se internara con seguridad en el portal. El dolor y los gemidos no cesaban. Podía sentir que ese momento de debilidad de su alumna sería una oportunidad para la energía de ese sitio. En esas condiciones Cye no les podría hacer frente.

 

El anillo lo guío en la oscuridad hasta ella, quien estaba tirada bajo las sombras, que se cernían sobre ella como gigantes. El anciano se acuclilló junto a Cye, la tomó de una mano mientras recitaba en voz baja su cántico y desaparecieron los tres del portal. Una vez fuera, dejó a la mujer recostada sobre el suelo y le hizo beber una poción.

 

- Te reanimará, pero no va a evitar que des a luz. Me temo que tendrás que ir a San Mungo a menos que te encuentres muy mal y no puedas esperar. Avisaré para que te lleven. Pero antes...

 

Le tomó la mano y pasó su anillo sobre ella.

 

- Desde ahora estás vinculada al anillo de la habilidad - murmuró-. Has pasado la prueba, has sido muy valiente al enfrentarte al portal en estas condiciones. Lo que has vivido te acompañará el resto de tu vida, este es tu inicio.

 

Le tocó la frente con preocupación. Parecía que todo había sido solo un susto y podría tener a su bebé en mejores condiciones que en esas. Miró el portal, las lenguas seguían avalanzándose sobre la luz y Juv seguía sin salir.

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El tiempo se agotaba para Malfoy, ya Lockhart estaba fuera del portal con la habilidad otorgada por el Arcano. Ella no se quedaría atrás, no perdería todo lo que había ganado y estaba segura de tener la fuerza necesaria para levantarse de esa cama de piedra por sus propios medios, no necesitaba ayuda de nadie y si requería de una mano solo acudiría a Báleyr. El calor en su cuerpo iba aumentando, elevándose a la misma temperatura que tenía la lava ardiente que estaba dentro de los cráteres de los volcanes, aquella masa hirviente que era capaz de arrasar con todo a su paso. Pompeya era un claro ejemplo de ello, desapareció para en otra era elevarse imponente o simplemente quedar como un precedente de su existencia dentro del mundo muggle─Algunos mueren para renacer, mientras que otros solo tomamos la muerte como un relajamiento…─abriendo sus ojos de par en par se topaba con su bondad.

 

Ahí delante de ella esa joven de orbes lapislázulis, envuelta en halos rodados, destellando como una estrella fugaz. Detestaba esa parte de ella, aquella que casi siempre le hacía replantearse las cosas, no atentar contra la vida de otros y vivir en paz con la humanidad. ¿Por qué tenía que ser compasiva con ellos?, ¿Por qué tenerles piedad y misericordia?. Esos pensamientos y modos de actuar le provocaban nauseas, el verse como una santurrona que pocas veces se portaba mal y se atenía a las reglas sociales─No nací para someterme a nada…─empuñando una daga con fiereza, no dudo en analizar la forma en que se veía antes de perder su humanidad y ese lado bonachón que poseía. No, no permitiría que ese estigma manchará su nuevo plan de vida, ganándose el repudio y recelo de los que le consideraban una persona grata.

 

Poco le importaba agradarle al resto, no necesitaba aparentar para tener un tumulto de gente acompañándola o fingiéndole una falsa amistad. Detestaba la hipocresía como a nada en el mundo, justamente por eso volvería a matar a esa jovencita inocente y buena─Te irás al infierno del que nunca debiste salir…─sintiendo una punzada en su pecho percibió una humedad que le cobijaba, abrazándola con una sensación protectora y falsamente reparadora. Su cuerpo perdía esa blancura y bondad, extinguía con esa acción la parte que le podría salvar de quedar condenada por el mal uso de la Nigromancia. Tal y como lo dijo al comienzo de todo aquello, perdería todo lo que fuera necesario para poder portar el anillo con orgullo y sabiduría─He pagado un alto precio…─siseó dirigiéndose a Baleyr.

 

Sabía que el anciano la escucharía, lenguas de fuego negro rodeaban el portal, acompañadas por manos enromes que fungían como un escudo protector de ese campo de energía. Era momento de salir de ahí, herida o no, el tiempo de volver al mundo de los vivos era ahora, no podía demorarse más o irremediablemente quedaría atrapada de por vida en esa dimensión. Enfilando sus pasos con decisión hacia la salida, sintió la energía que emanaba del anillo que portaba, fuerza y poder que se mimetizaba con ella estableciendo una conexión que la conducía hacia la salida. Los gritos y lamentos, ya no captaban su atención, estaba presa de un trance que le indicaba que su marca de Caín estaba en paz. Tras apuñalarse ella misma en el pecho, chorreando sangre, no detenía su andar, evitaba prestar atención al agotamiento físico y a la pérdida de conciencia que amenazaba con engullirla. Su fuerza se agotaba poco a poco, nublándose su visión, trastabillando por el terreno, errando por momentos a la hora de volver a colocar un pie detrás del otro sobre la tierra.

 

Aunque tuviera que arrastrarse saldría de ese lugar, aspirando una bocanada de aire fresco estaba fuera del portal. Sus piernas flaquearon irremediablemente, cayendo de rodillas sobre el suelo golpeándose con violencia esa zona del cuerpo. Le tocaba esperar la resolución del Arcano, no estaba temerosa del resultado que obtendría y sabía que partiría de esa pirámide con la habilidad de Nigromancia en sus manos. Había aprendido demasiado, ahora dosificaba su arrogancia e ímpetu. Era una persona moderada en varios aspectos, aunque ese lado siniestro que poseía, no había sufrido ningún tipo de cambio o mutación. Empero estaba potenciado a su máximo, abrazando su pecho con su surda intentaba contener la pérdida de sangre.

 

No iría a San Mungo, no necesitaba atención médica, solo deseaba saber si todo su trabajo obtuvo el fruto tan anhelado. No estaba mentalizada para desprenderse de aquel anillo, no se hacía a la idea de no tener el grimorio obsequiado por Báleyr, no podría asimilar que todos sus canticos y sanaciones quedaran en nada. Pero tampoco de empecinaría en mostrarse caprichosa, porque la decisión del Arcano, difícilmente podría ser cuestionada por Malfoy. Cerrando sus ojos aspiraba con lentitud, la vida no se le escapaba del todo y si perderla era la forma de tener un lugar dentro del mundo de los sabios Nigromantes lo aceptaría gustosa─He terminado mi prueba...asintió categóricamente. Tendría tiempo para descansar y recuperarse, pero de momento prefería mantenerse medianemente alerta.

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Cye sentía que no podía estar más tiempo en aquel lugar, era como si las sombras se cernieran sobre ella y buscaran atraparla y engullirla para que jamás se fuera, ¿acaso el arcano no la escuchaba? Seguro que sí, solo que ella no era consciente de todo el trayecto que había recorrido hasta donde estaba ahora, dentro del portal ni ella misma sería capaz de regresar por donde había entrado. Trato de respirar como Bodrik le había estado enseñando en ese momento sintió la presencia de una poderosa magia, alzo el rostro y se encontró con el único ojo del arcano.

 

--Nunca creí que me alegrar tanto verle-- musito mientras apretaba la mano que el anciano le había tendido, en un pestañear estaban fuera del portal con lo que la presión en su vientre disminuyo, quizás porque ya no estaban dentro del portal o quizás por la poción que Bályer le acababa de hacer beber.

 

--Gracias, creo que el va a esperar-- dijo quitándose un mechón de cabello del rostro, se sentía exhausta, pero creía poder salir de allí, iría a su casa, después de todo nunca había planeado dar a luz en San Mungo no con dos nietas sanadoras y una especializada en Maternidad. Sin poder evitarlo miro hacia el portal y la energía que emanaba, si que le había jugado una mala pasada que casi convierte al arcano en Padrino, por cierto Juv aun no había salido, al menos no la vea por esos lados.

 

Una enorme sonrisa ilumino sus ojos cuando escucho las palabras del mago, el aro de cristal de aprendiz se torno en el aro de la habilidad que quedaría por siempre vinculado a la nigromancia, proporcionándole a la Lockhart su poder y potenciando sus capacidades mágicas. Apretó los labios para no llorar, eso sería un signo de debilidad. --Estoy lista para irme-- dijo poniéndose de pie con esfuerzo, pero antes de abandonar la sala de las siete puertas se giro hacia el anciano y le dijo.

 

--Gracias maestro, nunca lo olvidare-- expreso, no solo por lo que la habilidad significaba, sino porque había sido su primera experiencia con los arcanos. Le hizo una casi imperceptible reverencia debido al malestar y abandono la pirámide con la ayuda que él le había ofrecido.

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Un estremecimiento recorrió todo su brazo, desde al anillo que portaba hasta el pecho, era una sensación fría que había sentido una o dos veces antes con diferentes aprendices. Sabía lo que significaba, era en parte un eco de su propia prueba y parte del enlace que mantenía a través del anillo con Juv. Todos los que salían airosos del portal lo hacían de forma diferente, algunos magos hacían grandes sacrificios dentro de los propios límites éticos del bien y del mal, mientras que otros -pocas excepciones- se sacrificaban sin miramientos, entregando parte de su alma con el fin de borrar esas barreras. La habilidad no entendía de bondad, ni de bien común, el conocimiento por sí mismo era ajeno a las leyes de los magos. Le era entregada a unos pocos, sin importar sus motivaciones ni lo lejos que estuviesen dispuestos a ir para avanzar en la nigromancia, solo era necesario pasar una de las pruebas más duras de su vida

 

Lo sabía bien, reconocía el sacrificio de su aprendiz como un recuerdo muy lejano del suyo. Juv había derribado aquellos límites que constreñían el saber y la práctica de la habilidad. Se alisó la barba con los dedos pensativo y con su ojo fijo en el portal. Juv tendría que vivir con ello, no había vuelta atrás. Volvió el rostro ajado hacia Cye, quien parecía sentirse mejor. Veía en sus ojos una luz que era poco común, probablemente producto del avanzado estado de gravidez o de una bondad que rara vez veía en sus alumnos.

 

- Ya sabes dónde está mi despacho, siempre estoy disponible para mis aprendices. Nunca acabamos de aprender.

 

Hizo un gesto con la cabeza como respuesta a Cye y la vio partir. Los brazos de oscuridad seguían engullendo la luz pero no veía rastro de Juv. Cerró el ojo para acercarse a ella, si no salía tendría que entrar por ella. La prueba había sido especialmente violenta esa vez, dura y llena de una energía arrebatadora. Pero confiaba en sus aprendices, Juv venía en camino.

 

La lenguas hechas de sombras se hicieron a un lado y del centro salió a duras penas la Malfoy, con el pecho ensangrentado y un hilillo de sangre que le corría hasta los pies. Avanzó tambaleando y cayó pesadamente sobre las rodillas frente a él. El tuerto se quedó quieto y en silencio, evaluando cada gesto.

 

- La prueba se ha acabado -la sangre se iba acumulando en un charco a sus pies- y has pagado un alto precio. Lo que has atado no se puede desatar, lo que has matado no renacerá, ahora es parte eterna de las sombras. Tu vida y todo lo que has hecho te ha traído hasta aquí; has tomado tu decisión, Juv Malfoy. Espero que estés lista para lo que aguarda fuera del portal.

 

Estaba pálida, con el puñal sobre su pecho.

 

- Desde hoy estás vinculada al anillo de la habilidad -el Arcano extendió sus dedos nudosos sobre la mano de la mujer, dejando que su anillo imprimiera la magia más antigua sobre el anillo de su alumna-, debes estar tan orgullosa como lo estoy yo. Lo que has hecho requiere un compromiso y una valentía sin igual. Vas a tener que vivir con las consecuencias, me temo.

 

Sacó nuevamente la varita y la transformó en sus dedos en la vara de cristal negro. Extendió su punta sobre el pecho de la nueva Nigromante. El puñal comenzó a salir de a poco, de forma dolorosa, de su cuerpo. La herida se iba cerrando con un ardor abrasador. La herida nunca le dejaría de molestar, se había infligido un daño permanente e imposible de curar completamente. El recuerdo de su sacrificio se estaba imprimiendo en una blanquecina cicatriz.

 

- Levántate como Nigromante. Mi despacho estará siempre disponible para ti. Enhorabuena

Editado por Báleyr
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El tiempo se había detenido delante de sus ojos, no daba crédito a todo lo acontecido dentro y fuera del portal. Ahora una blanquecina marca destacaba en su marmóreo pecho, retratándose en ella todo el esfuerzo invertido por su portadora. La sabia Nigromancia sabría cómo cobrarle dicho esfuerzo, nada en esta vida era entregado sin obtenerse un pago a cambio─Aceptó gustosa la responsabilidad de mis acciones y todo lo que eso acarre…─sentenció agradeciendo la sanación obsequiada por su maestro. Era la mejor experiencia de su vida, nutrirse de conocimientos antiquísimos, que pasaron de generación en generación. Solo unos pocos eran capaces de ostentar el mote de Nigromante, no era un arte que se pudiera tomar a la ligera o se empleará cumplir caprichos.

 

Sus ojos estaban fijos en el rostro de Báleyr, jamás se imaginó verlo tenderle una mano. No después de la mala imagen que le había obsequiado Malfoy, ahora todo era diferente tenía delante de ella a una de sus más grandes guías dentro del mundo de la Nigromancia. Palpando el sitio donde estaba la cicatriz, no sintió un dolor profuso, pero si molesto y que le perseguiría por el resto de su vida─Creo que ate demasiadas cosas, pero no me arrepiento de ello. Mate lo que tenía que matar y salve lo que merecía ser salvado…─afirmó levantándose del suelo─Gracias por todo y no tenga duda de que este grimorio viviera pegado a mi persona. He aprendido mucho más de lo que esperaba y no he podido tener mejor guía para este nuevo comienzo. Le visitare cuando menos lo espere, porque como siempre se suele decir jamás de acaba de aprender y usted aún tiene mucho que enseñarme…─entornando sus ojos hacia su sortija percibió el poder que emanaba de ella.

 

Su cuerpo había sanado casi en su totalidad, renuncio a su bondad para vivir sumida en las sombras. Ya no latía un solo dejo de piedad en ella, no encontraba a esa pequeña rubia que suplicaba mantenerse en pie, sobreviviendo atada a una cadena de dolor que le había sido impuesta por la nocividad que habitaba en Juv. Días y noches de desvelo terminaban con ese asesinato, ya no le importaba echar en falta las lágrimas o amargos momentos, ya no existía cabida para eso en su vida y se había encargado personalmente de matarlo de raíz. Sus pasos la condujeron lejos del anciano, no le quedaba la menor duda de que se reencontrarían muy pronto, ya tendría noticias de ella y de sus andanzas como Nigromante dentro del mundo mágico─Ha llegado la hora de partir, maestro…─asintió cubriendo su cuerpo con una oscura capa de viaje, dedicándole una solemne reverencia avanzó hacia la salida.

 

Sus pensamientos estaban fijos en atesorar todo lo acontecido, ya tenía una nueva bitácora personal. Anexar todo lo acontecido era un mero trámite, pero no lo era el saborear como nunca antes haber aprobado una habilidad. La satisfacción de saberse un poco más sabia era grata y cargada de diversas emociones, no por nada el ser una Animaga Nigromante la dotaba de una excepcional sabiduría que jamás se imaginó poseer y que agradecía como nada a Báleyr y Suluk Akku. Desapareciendo en medio de una estela azul oscuro, emprendió un viaje hacia otros horizontes deseosa de aprender un poco más de lo que el resto de los arcanos tenían para ofrecer.

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