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• Moody • (MM B: 109061)


Ellie Moody
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—¡No, no! Es parte de la misión, debes llevarlos al cuartel.

 

La voz de la pelirroja rosó nuevamente la carcajada pero lo que decía tenía media verdad, dentro del castillo donde los Tempestad se reunían se habían armado a su vez subgrupos con el fin de ver quién era capaz de robar más calzones en sitios "protegidos" por La Orden del Fénix. Ella se sentiría furiosa si alguien revolviese su ropa, quizás así los despertaban y todo volvía a la normalidad porque el letargo en el que se encontraban, aquella invernación cuando no era invierno, pues, era insoportable; se asemejaba a una tortura psicológica que acabaría por hacerla explotar.

 

Guardó las prendas de Madeleine en el corpiño de su vestido de princesa y tomó a Leah del brazo para deslizarse deshaciendo sus pasos hacia la puerta principal. Allí torció el gesto pues habían dejado un poco de lío gracias a sus juegos de niños para matar el aburrimiento, volteó a ver a su Alto Rango y en sus ojos verdes se reflejaba la cínica pregunta de si deberían dejar todo como lo habían encontrado a lo que el ceño fruncido de ésta dejó clara y latente la respuesta en el aire. Nadie dijo nada, aquel par con el simple hecho de mirarse a los ojos lo decían todo.

 

—De hecho, ya nos íbamos. Sí ... Pequeña.

 

Le dio pie a Amelie para que se marchara antes que ellas y luego arrastró de buena gana a su última compañera a los jardines principales de la familia Moody. Dentro algunos muebles habían quedado abiertos y patas para arriba, todo por culpa de la falta de orientación de Arya que no había sabido encontrar los cajones de la ropa interior de su antigua amiga. Fuera todo estaba normal, salvo por la puerta que había sido arrancada violentamente de sus goznes, Macnair aun se sorprendía por la fuerza con que había dado aquella patada aunque no quería decir nada, demostrar debilidad delante de Ivashkov era lo que evitaba.

 

Y así, antes de desaparecer por completo junto con la rubia, saboreó el escozor en su muñeca, alzó la varita al cielo que ya se tornaba de colores negros y morados para dejar una segunda marca latente. La familia Moody sabría quiénes le visitaron de improvisto.

 

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Un segundo después, tanto Leah como Arya habían desaparecido del lugar.

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Richard Moody

 

-Eso vino de nuestra madre -replicó refiriéndose a la suya y a la de Pandora-. Sin embargo fue una herencia que inició con ella y murió en nosotros, hasta donde sé. En cambio, es un rasgo repetitivo en esta familia.

 

Se refería a los Moody y específicamente a Catherine, la que mejor conocía de todos ellos. Era inquietante pensar que ambas ramas eran familias corruptas o moribundas, de pocos descendientes, y en ellas el poder parecía concentrarse. Eso, por supuesto lo llevaba al asunto de sus hijos. Varios habían nacido muggles ¿O no era ese el término? Quizá squib era lo más obvio pues varias de las madres habían sido muggles y él no era precisamente un mago, si no un brujo pero el términ no lo contentaba. Muchos habían muerto ya. Vivos... que él supiera sólo quedaba Athena y quizá...

 

-Prácticamente todos están muertos, no hay mucho qué decir.

 

Era una de las razones por las que rara vez los trataba ¿qué caso tenía si iba a sobrevivirlos? ¿Y luego a los hijos de sus hijos? No tenía el instinto maternal de cuidar toda una línea familiar; su espíritu momentista lo condenaba a sufrir con ello.

 

Además, estaba también las taras que él achacaba a su propio carácter pero que de haberlo pensado con mayor detenimiento representaban prejuicios de su época. El ser squib era uno de ellos, condición despreciada incluso en tiempos actuapes. Por eso apreciaba a Athena de manera inconfesada, casi sin darse cuenta, le había seguido el rastro. Por supuesto había cierta frialdad utilitaria en su interés pero provocaba en él cierto "apego" por el mundo, como ya mencionamos, que hacía que no pudiese considerarse indiferente a ella. No sólo era una bruja, si no que era hábil y poderosa. Hacía mucho tiempo que no había tenido una hija o hijo como ella, con quien pudiese compartir cosas que de otro modo no hubiese tenido con quien hablar abiertamente.

 

-Sólo están los gemelos -explicó- pero, no me preguntes sobre ellos.

 

Su tono era tajante y estaba atiborrado de té pero todavía tenía hambre.

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  • 2 semanas más tarde...

Alzó las cejas. Si de verdad no quería que le preguntara por ellos mejor no los hubiese mencionado, pues era obvio que eso iba a despertar algo de interés en Rouvás.

 

—No puedes decirme algo así y esperar que no te lo preguntes, lo sabes ¿no?. —Luego frunció un poco el ceño. —¿Qué gemelos? ¿Los conozco? ¿Viven en Londres? ¿Qué edad tienen? Asumo que son hombres,¿son mayores?. . . —Parecía una niña chiquita en pleno ataque de los "por qué". Poco le importaba la mirada gélida de Richard o su tono seco que invitaba a finalizar la conversación. —No esperes que no pregunte, o que no intente averiguar sobre ellos. Puedo ser testaruda y muy curiosa cuando quiero. —Sonaba a advertencia aunque no era su real intención.

 

Se terminó tranquilamente lo que quedaba del pastelillo que aún estaba en su mano dándole tiempo a Moody de que respondiera, y que lo hiciese con la verdad. No era ninguna mentira que a partir de allí comenzaría a averiguar lo máximo posible sobre aquellos gemelos, no porque quisiera jugar a ser la hermanita del siglo pero si porque saber que existían le hacía anhelar solo conocerlos. Le hizo un gesto a Richard, como incitándolo a responder pronto, porque veía que se demoraba demasiado en su té.

 

—Oh, vamos. No puede ser tan terrible. Por favor ¿si? Después ya me puedes preguntar tu alguna cosa, como para que quedemos empatados y en paz.

 

En realidad no esperaba que le preguntara nada de vuelta, pero si quedaran en relativa paz.

 

Durante la última hora había estado pensando si sería buena idea volver a vivir con ellos. Extrañaba mucho esos tiempos, aunque detestara que Madeleine le enviara Patronus a cualquier hora del día porque quería irse de aventura. Pero lo cierto es que la Madriguera a veces era incómoda con tanta gente entrando y saliendo todo el tiempo. Tal vez al final de la charla se lo podría preguntar.

 

Sabía que no iba a funcionar pero nada perdía con intentarlo. Puso su mejor carita de niña buena, a ver si con eso obtenía alguna respuesta satisfactoria y sincera respecto del tema de los gemelos.

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Richard Moody

 

Los gemelos...

 

Sus mano izquierda se crispó detrás de la panera de forma que Athena no pudiese percibirlo. Los únicos hijos que habían heredado su poder; irónico, eran dos y no uno. No sólo su poder, también sus genes aunque su cabello tenía el color del fuego encendido en lugar de aquel tímido castaño aureorojizo, lo que los hacía ver más insolentes. Además, poseían un arma que él jamás había tenido: una lealtad fuera de todo entredicho, un compañero para la eternidad. Por supuesto, eso traía otro tipo de problemas. Imaginaba que su caza de posibles víctimas era más difícil y por tanto menos frecuente; el hecho (y Richard lo sabía con certeza) de que cazaban personas de exactamente la misma edad, para conservar la diferencia entre la suya lo más cercana posible, era algo que lo hacía todavía más peligroso; siendo dos y no uno, era más difícil que se convencieran a sí mismos de que era un sueño o que habían caído en la locura o alguna clase de trampa divina. Se quedaban, por el contrario, con la certeza de haber sido estafados y con cuerpos bastante más avejentados. Su búsqueda de venganza era, por tanto, más terrible.

 

Por eso había sido que su tránsito había sido más duro y se habían tornado insensibles en un período mucho más corto que el del propio Richard. Eran unos asesinos admirables. Richard lo comprendía de esa forma y la última vez había escapado por los pelos de morir en manos del menor, el más letal de ambos. Los amaba, eso sin duda alguna, si se entiende que era el concepto con que definía aquel apego utilitario en su cabeza. Eran su orgullo, un poco como Athena, pero también su debilidad. Lo habían hecho pasar por tanta peripecia que era imposible no sentirse tocado por ambos.

 

El problema era que, desde su último encuentro, hacía ya más de ochenta años. Richard empezaba a olvidar. Su mente, vieja y humana, que intentaba preservar de las brumas del tiempo sólo lo más esencial y lo más reciente para no caer en la demencia o parecer un anciano, empezaba a olvidar a sus gemelos.

 

Nada dijo, mientras recordaba todo eso. Al final, relajó la mano y tomó una mandarina extraviada. Empezó a pelarla, aquella fruta tropical de olor penetrante, y pensó que era un poco como sus gemelos; porque prácticamente a esas alturas podrían ser lo que fuera y quizá Richard no sería capaz de recordarlo. Un remalazo de dolor le atenazó la garganta, un sentimiento de desgarro y agobio que no había sentido en mucho tiempo. Tuvo que hacer una pausa, quedando como petrificado, antes de poder recuperar su autodominio.

 

¿Una sacerdotisa? ¿Con los gemelos? Ni pensarlo. Podría ser un buen experimento, si Athena le hubiese parecido menos valiosa. Así que se inventó algo para salir del paso y que dejara de hacer preguntas. Fingió luchar consigo mismo unos instantes, antes de "soltar" aquella información.

 

-Son escoceses -era una mentira necesaria, no se podía confiar del todo en la estupidez de los funcionarios ministeriales de hoy en día y menos en alguien como Athena, era su hija después de todo- pero trabajan en África. Su especialidad son las criaturas mágicas. Tienen ya setenta pero se empeñan en no volver y me odian así que me temo que no puedo saciar tu curiosidad por eso -dijo.

 

>>Entonces ¿Me toca preguntar a mí?<< añadió, antes de meterse la diminuta mandarina en la boca sin siquiera desgajarla y empezar a masticar con lentitud.

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—Ya veo. . . —Aunque se tomó el tiempo de evaluar cada movimiento que él hizo antes de conseguir responder. Diría que no eran nervios, pero algo había. Lo mejor era no insistir, conseguiría por sus propios medios algo de información así le llevara tiempo. —Entonces son algo grandes, pensé que podríamos llevarnos por menos años. Podrían ser como mis abuelitos. —Rió despreocupada, con esa risita infantil.

 

Iba a partir desde el mismo Ministerio, luego con sus amigos y conocidos en Grecia; eso era lo bueno de provenir de otro país, tener más recursos en personas que pueden ayudarte con algunas cosas. Lástima que no todos caían en el mismo concepto, pero si la gran mayoría. A fin de cuentas no le interesaba jugar a ser la hermanita que quiere entablar una relación con quienes comparte parte de la misma sangre, solo quería verlo una vez y preguntarles un par de cosas y luego "si lo he visto, no me acuerdo"

 

Miró de soslayo la esfera donde aún una mujer de facciones parecidas a las suyas sujetaba con la mano el sombrero sobre su cabeza para que no huyera con el viento. Podría haber estado muchas horas contemplándola.

 

—Solo tengo una pregunta más, y es del tema inicial. . . Cuando supiste que mamá murió, ¿por qué no fuiste por mí? y ¿por qué cuando me conociste no me dijiste la verdad? Estuve mucho tiempo al frente tuyo, durmiendo bajo el mismo techo, siguiendo por ahí a Pandora hasta estar en las mismas filas que ella. ¿Por qué?

 

No estaba segura si quería seguir decepcionándose de Richard, realmente apreciaba esta última hora a su lado, quizás era lo más cerca que iban a estar en la vida. Pero necesitaba saber esa parte y esperaba que el pretexto no fuera cosas como que iba a estar mejor con sus abuelos, en Atenas, o que no sabía lo sucedido.

 

Hizo una pequeña pausa antes de dar un suspiro.

 

—Bien, lo justo es justo, puedes preguntar lo que quieras y te responderé con sinceridad, tal cual tu lo has hecho.

 

Se acomodó en la silla y cruzó las piernas, rogando internamente porque él hiciera gala de su clásica indiferencia y no hiciera demasiadas preguntas. Siempre lo había visto tan distante que en realidad dudaba que tuviera demasiadas dudas sobre la vida de Rouvás.

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  • 2 semanas más tarde...

Richard Moody

 

No dijo nada. Se limitó a deslizar la mano suavemente en el aire. En lugar de la sonata de Schubert que había tocado hasta hacía no mucho, un sonido más dulce y melódico inundó el ambiente. El vinilo anterior había sido retirado y uno nuevo colocado luego de ir flotando en el aire hasta el gramófono para que la aguja cayese sobre él por inercia.

 

Clair de Lune. Casi lo que en épocas actuales sería llamado hit, muy sonado y ampliamente conocido, gracias a una serie de libros de fantasía que había reflotado las notas del amable olvido de las esferas clásicas en que había estado descansando. Richard no se sentía conmovido profundamente pero la música le daba una impresión de belleza y amplitud difíciles de ignorar y por eso mismo lo atraía con sutileza, casi de forma superficial, en la apreciación de dicha belleza.

 

Clair de Lune, para recordar la historia de sus trágicos y hermosos asesinos, la joya de su progenie. De pronto, la melancolía apareció como si nunca lo hubiese dejado, una ponzoña que lo envenenaba todo con rapidez de muerte. Sus ojos, como cada vez que ese sentimiento en particular lograba alcanzarlo, se tornaron vacíos, como los de un muerto. Luego, la repentina indiferencia, el paso del remalazo de dolor y el recuerdo del día en que había recuperado el sombrero que se agitaba con el viento en la foto. Cuando la madre de Athena había sido joven y él menos culpable.

 

-Te estás haciendo la pregunta equivocada -se obligó a responder. Sabía que lo que iba a contestar no iba a gustarle pero había pensado que ya lo había dejado bastante claro luego de todo lo que se había obligado a decirle- Más bien ¿por qué iba yo a buscarte?

 

Ya no tenía hambre, ni sed, así que en lugar de eso extrajo de su bolsillo uno de esos modernos cigarros electrónicos y lo puso en sabor canela antes de empezar a aspirar.

 

-En cuanto a lo que vino después, entonces no sabía que eras mía, mi hija -puntualizó, soltando una bocanada de humo- pensé que el parecido con tu madre se debía simplemente a esas tantas coincidencias físicas que suelen y he visto ocurrir en otras ocasiones. No adiviné tu parecido conmigo tampoco, como suele ocurrir con nosotros los humanos cuando nos cegamos ante lo que a ojos de otros es bastante obvio -suspiró-. Ni para cuando empecé a sospechar algo, a espiarte y seguirte fue cosa sencilla; tampoco fue difícil pero fue un proceso lento y trabajoso: el recoger todos esos pequeños indicios y dilucidar si el revelártelo no implicaba peligro o una intromisión irreparable.

 

Hubo algo, adicional, que no le dijo: la había visto ejecutar magia luego de su ascenso a Knight dentro de La Orden del Fénix; había sido magia de excelente calidad, con una ejecución limpia y a ojos vista talentosa. Quizá eso, había sido lo que había terminado de decidirlo, de inclinar la balanza en favor de revelar la verdad.

 

Imposible olvidar el desastre ocurrido con Natalya. Inocente Tanya, había muerto arruinada y desquiciada de por vida. Richard no había podido aguantar mucho tiempo la visión de su rostro consumido y esos ojos ávidos y desesperados de poder. Horribles tiempos, los del oscurantismo. Había quemado el monasterio completo hasta sus cimientos junto con la celda en donde Tanya había estado esperando a ser juzgada y trasladada a un convento. Por entonces, cuando liberarla por su cuenta había sido algo más allá de sus capacidades debido a los ataques que ella sufría, su último gesto de misericordia había sido una cena de pan, queso y aceitunas y un balde de aceite con el que Tanya se había bañado antes de que su padre iniciara el fuego.

 

Pasaron diez años antes de que dejara de tener pesadillas con los restos quemados que había retirado de aquella celda para enterrarlos en tierra santa, tal cual ella había deseado. Una tumba anónima, marcada por una piedra blanca y dos palos formando una cruz.

 

-Yo creo que tu abuelo no lo hizo tan mal siendo como es un cretino insufrible - dijo, para aligerar el ambiente y porque suponía que seguía vivo- Así que... de momento mi pregunta es ¿a qué edad se manifestó por primera vez tu magia y cómo?

 

Su expresión era impasible pero la curiosidad era real.

Editado por Melrose

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—Mi abuelo no es ningún cretino insufrible. —Se apresuró a corregir.

 

No iba a caer en tratar de explicarle que era obvio que un hombre "odiase" un poco a otro por robarle su máximo tesoro. Helena había sido la única hija de Hiperión, y de ella ya solo quedaba el recuerdo, anécdotas y un par de fotografías sobre la chimenea o guardadas en algún viejo álbum familiar. Con los años que tenía Richard no sería la primera vez, ni la última, que iba a sucederle algo así.

 

Helena debió quererlo mucho, y esperaba que hubiese sido correspondida con todas sus letras o ese sería el punto de discordia para la eternidad entre los dos. Pero no se atrevió a preguntarlo, era una respuesta que en realidad no deseaba escuchar y era mejor la incertidumbre esperando lo mejor.

 

—¿La primera vez que hice magia. . . ?

 

Lo miró con aire taciturno, medio incrédula. Se quedó callada más tiempo del que acostumbraba.

 

Su mente estaba viajando hacia atrás, intentando buscar entre medio de tantos recuerdos, vivencias, diferenciando sueños de realidad. ¿Tal vez fue cuando tenía 8 años y el auto del vecino comenzó a andar solo? Recordaba que tuvieron que seguirlo por dos cuadras antes de poder detenerlo. Al final habían concluido que seguramente las llaves quedaron puestas y el auto sin freno, o al menos eso entendió ella, pero espera. . . ¡Ahí ya estaba consciente de la magia! Entonces había que retroceder más. Rouvás tendría unos cuatro-cinco años y estaban en el aeropuerto, al parecer esperaban a alguien pero no lograba recordar a quién. Solo iban caminado por allí cuando la pequeña vio una paleta; la quería, de verdad la quería, pero su madre se excusó con algún comentario barato y rápido que tampoco ahora recordaba muy bien y entonces Athena frunció el ceño y miró con enojo el vidrio que tenía al frente, dio un grito de una clásica pataleta y se rompió. La visión de su madre llevándosela rápidamente del lugar le hizo sacar una pequeña sonrisa pues al final se salió con la suya, también llevaba el dulce.

 

Lo había hecho antes de eso, tampoco era la primera vez. Tal un año antes. . . ¡Si!

 

—Ehm. . . Tal vez me equivoque, hay muchos recuerdos que tengo nublados, pero. . . —Se enderezó bien en la silla, algo dentro de ella estaba emocionada aunque no lo fuese a reconocer.— La primera vez que recuerdo haber hecho magia fue cuando cumplí cuatro años. —Dejó escapar una sonrisita medio tímida. — Mamá me dejó tocar por primera vez su varita, o algo así y yo solo la comencé a agitar contra las cosas diciendo hechizos inventados, pero terminaron las sillas en la escalera, las cortinas en el techo, los trastes sucios de felpudo de bienvenida y mi abuelita con el cabello verde. —Se llevó las manos a las mejillas. —De verdad, no tuve la intención. . . bueno, eso creo.

 

No valía disculparse después de todo no había sido intencional tampoco una travesura, solo sucedió. Los detalles no podía recordarlos.

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  • 3 semanas más tarde...

Había tenido una noche pesada y por desgracia había tomado un poco de más no por gusto sino por bronca había tenido una fuerta pelea con alguien a quien detestaba y me habia sacado los nervios así sin darme cuenta me tome unos seis vasos de wishky, para alguien que no bebe nunca fue una mala idea, por suerte no estaba en un estado de inconciencia pero si muy mareada y con dolor de cabeza, así que en vez de aparecerme me tome un taxi y camine el resto del camino hasta la casa de los Moody, decidi pasar la noche ahí no podia ir a mi casa en ese estado mi tío me mataría.

 

-Buenas noches- entrando y tropezando con algo, tratando de llegar al salón-.

 

El camino se me hizo eterno hasta que por fin llegue al salon y me derrame sobre lo que agravó el sillón lo que agravo mi mareo y dolor de cabeza.

 

-Procura evitar beber más de dos vasos- dijo Ragul mi espíritu-.

 

-Ya callate- dije- rscucharte en mi mente hace que me sienta peor- le dije-.

 

-Bueno- dijo él- no es para que te pongas así, tomate una aspirina y mucha agua-.

 

-No tengo fuerza ni para levantarme ni utilizar la varita- proteste-.

 

-Pide a un elfo domestico que te traiga-.

 

-Me había olvidado de eso aunque nunca vi un elfo domestico en esta casa las veces que vine- contesté- alguno elfo me puede traer una aspirina y mucha agua-grité y el eco retumbo en la casa-.

 

Mientras esperaba me frotaba la cabeza del dolor que me estaba atormentando.

 

-Me pregunto si hay alguien en esta casa- hablando para mi misma- solo espero que Madeleine no me encuentre en este estado ya que tengo que trabajar mañana-.

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  • 3 meses más tarde...

Will the circle be unbroken?

 

Desde muy lejos, distingue el árbol. Está separado de los demás, y su tronco de madera blanca resplandece con un brillo espectral. Cuando lo ve, cuando reconoce la descripción de Catherine, apresura el paso; la brisa nocturna, que sopla justamente en la dirección contraria a la que corre, como si intentara detenerla, agita su cabello y su capa de viaje tras ella, pero Madeleine no se detiene. Sus botas de combate aplastan la hierba virgen hasta ese momento, la arrancan a medida que arrastra los pies.

 

―¡CATH!

 

Observa cómo las luciérnagas, aparentemente de la nada, se encienden una a una. Salen de todos lados; del suelo, de los árboles más alejados, de su alrededor, y vuelan hacia el árbol. Juntas, hacen que el resplandor de la madera se torne amarillento. Vuelan a su alrededor, sin apartarse si quiera cuando Madeleine está lo suficientemente cerca para tocarlo; en cambio, comienzan a volar también en torno a ella. Cuando cierra los ojos, es... es casi como si fuese ella, abrazándola. Es un regalo para ti. Pero sabe muy bien que es un regalo de despedida. A los pies del árbol, justo frente a ella, observa los dos trozos de la varita de su madre; distingue la madera astillada, el núcleo apagado, muerto... Como si estuviese frente a un cadáver, se arrodilla frente a la varita partida y toma los trozos con una delicadeza que contrasta exageradamente con su aspecto austero.

 

Una cosa fue encontrar el recuerdo de Catherine (la despedida de Catherine) en el Pensadero... pero algo muy diferente es estar allí, y comprobar que todo es cierto, grotescamente real. El árbol luminoso. Las luciérnagas. El quetzal. La varita mágica rota definitiva e irreversiblemente.

 

Se da cuenta de que está llorando cuando su visión se vuelve borrosa.

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sins don't end with tears, you have to carry the pain forever

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Asomó la naricilla por encima del embozo mientras tras ella, una estela dorada iba avanzando. Era el amanecer y ella había llegado hasta allí en su saeta de fuego. Sin embargo, no se había atrevido a aterrizar dentro de los terrenos. En su lugar, había quedado ante los portones de la muralla, mirando el imponente espectáculo.

 

No sabe cómo llamar, así que hace lo único que se le ocurre. Un movimiento de su varita y la madera resuena con tres llamadas ensordecedoras. Muy tarde, se le ocurre que quizá sea considerado grosero despertar a los habitantes tan temprano. Duda, desea huir de pronto, como si hubiese hecho una travesura desmesurada; entiende sin embargo que no puede hacerlo, que debe quedarse allí parada y atenerse a lo que le espere.

 

Puede captar el olor de los bosques, la tierra húmeda y algo que... no puede si no describirlo como la combinación de varias pociones o quizá sus respectivos ingredientes. No hay mucho olor humano por allí. Es capaz de percibirlo pero débil y hay otro en cambio que no es capaz de determinar. Sin embargo, se siente reconfortada. Es una tierra rica y gentil y se le ocurre que puede ser allí feliz. Eso, por supuesto, antes de recordarse que puede que no la acepten o que no le crean. Baja la cabeza un poco ante la idea. En su rostro, se puede leer claramente la angustia.

 

Cree oír un ruido pero no está segura. El frío había hecho que escondiera la nariz de vuelta bajo el embozo; en unos minutos, cuando el sol se alce con fuerza podrá liberarse de sus ropas abrigadas. Mientras tanto, sostiene a la varita en la mano derecha y la escoba en la zurda. No está segura de qué esperarse, si será Catherine quien la atienda o alguna otra persona que desconoce. Se obliga a repasar mentalmente cada pequeño detalle que había practicado hasta el agotamiento: los buenos modales, hablar con claridad, bueno al menos trae la ropa limpia...

 

Es entonces cuando escucha un sonido que viene desde el interior, con seguridad. No está segura de qué sucederá a continuación pero se mantiene erguida con el cuerpo vuelto hacia la puerta, los ojos clavados en ella y la expresión firme, alerta.

 

@

 

Richard Stark

―Esa mujer ―suspiró Richard ahogando una risita―. Me hubiera gustado verla con el cabello de ese color.

 

Habría en serio querido estar allí pero eso era imposible. No sólo por todo el tiempo que había pasado desde entonces si no porque sabía que aunque volviera a suceder ocurriría exactamente de la misma manera. A pesar de ello, se sentía orgulloso. Había manifestado su magia a los cuatro años. Sus suposiciones eran entonces correctas: era una bruja poderosa.

 

―Lo siento, Athena ―recordaba que había dicho, a pesar de que lo que en realidad quería decir era "acompáñame"―. Debo irme. Recuérdame... ya sabes, compensarte por esto otro día. Quizá cenar o tener un paseo o si prefieres, enviarte algún regalo.

 

Él había abandonado la sala con celeridad luego de darle un rápido beso en el cabello, sintiéndose un desgraciado. No lo había hecho a propósito. De pronto, era como si se hubiese sentido acorralado; esa simple anécdota infantil había tenido la capacidad de recordarle la proximidad que empezaba a forjar con ella. Podía sonar cobarde pero la sola sensación había sido tan ajena a su persona que había terminado escapando sin excusa alguna.

 

De eso, hacía ya muchos días. En esos momentos, se encontraba durmiendo plácidamente en su habitación, como una piedra, mientras fuera las puertas resonaban con tres golpes sonoros.

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